Alejandra ingresa en la prisión (segunda parte)
Después de la denigrante revisión e ingreso, Alejandra tendrá que confrontar a sus compañeras de celda, quienes le tienen deparada una inolvidable bienvenida.
Alejandra caminaba como autómata, conducida por Melania por un autentico laberinto de corredores y pasillos. La joven tenía aun la desagradable sensación de escozor e irritación que los dedos indiscretos de la celadora le habían producido al hurgar en sus cavidades mas intimas, durante la inhumana revisión a la que la celadora la había sometido.
Conforme avanzaban por el corredor, una estridente bullicio, mezcla de gritos, risotadas e imprecaciones, crecía a su alrededor, nublando sus sentidos. Por dentro, ambas paredes estaban ocupadas por filas de celdas. Cada una, tenía por mobiliario unos camastros de metal con las patas atornilladas al suelo de concreto, en los que se hacinaban las feroces autoras de la barahúnda. Se trataba de una horda de reclusas arrabaleras, que se aferraba frenéticamente a los barrotes, para atisbar lascivamente a la nueva interna. Después de todo, aquella cohibida joven de veintiún años era en todo sentido posible, lo opuesto a aquellas peculiares presidiarias. La demudada expresión de su rostro, el paso inseguro, el largo cabello castaño a medio secar, escurriendo agua, evidenciaban la candidez de una chica que no pertenecía, bajo ningún precepto, a ese lóbrego lugar. Con expresión libidinosa, los vítreos ojos de las internas se achicaban, como queriendo traspasar el uniforme de Alejandra para escrutar, insolentemente, su atesorado decoro.
Este osado fisgoneo solo exacerbo el agravio de Alejandra, que se recrudeció con la retahíla de grotescos improperios que las internas más bravuconas, comenzaron a dedicarle a manera de acre bienvenida.
-¡Que se quede con nosotras, jefa!
-¡Te juro que te la vamos a cuidar rete bien!
-¡Gracias por traernos carne fresca, para el retoce!
-¡Que tal jefa! ¿Esta buena la nueva?
-Dinos Melania, ándale ¿la tiene rasurada?
-¡Pues más vale que te gusten los coños peludos, muñeca! ¡Porque eso es lo que vas a desayunar, comer y cenar, todos los días!
-¡Te tenemos malas noticias, primor! ¡Aquí dentro no están tus papás para cuidarte la cola!
-¡Ni te imaginas todo lo que vamos a hacer con ese culito respingado!
-¡Te vamos a conocer mejor que tus papás, lindura! ¡Hasta el último agujero!
El instinto de supervivencia de Alejandra, la urgía a huir, a poner distancia de inmediato. Pero su realidad, era que no le quedaba otro remedio que soportar toda aquella malsana perversidad, tratando en vano de no mostrarse vulnerable. Pronto comprendería que la prisión era un mundo aparte. Un cruel recurso de la ley para el rebajamiento y la humillación, con el pleno consentimiento de la autoridad.
Fastidiada, mas por el barullo que por las afrentas a la recién llegada, Melania arremetió contra las rejas con una cachiporra de caucho que llevaba al cinto, mientras profería maldiciones contra las internas.
-¡A ver si se callan, hijas de la chingada! ¡Quédense en sus celdas, culeras!
Sin dejar de blasfemar, las reclusas fueron desocupando las rejas, desapareciendo en las sombrías entrañas sus respectivas celdas. No fue consuelo para Alejandra, pues la celadora no estaría siempre a mano para protegerla. Ni es que realmente estuviera interesada en hacerlo. Eventualmente, quedaría a merced de sus compañeras.
Se detuvieron frente a una de las celdas. En seguida, Melania tomó un pesado manojo de llaves que colgaban de su cinturón, abriendo el cerrojo de la reja del corredor mas próximo e hizo un ademán a la joven.
-¡Anda, mueve tu traserito! ¡Acomódate, que aquí vas a vivir por un buen rato!
La sola idea de ingresar, estremecía a Alejandra casi al punto del desmayo; no obstante obedeció. Un timbre de alerta repicaba constantemente en su cabeza conforme se adentraban en aquel maloliente habitáculo. Mientras tanto, una fornida interna, la observaba con mórbida curiosidad, mientras retozaba desparramada ociosamente en su camastro. En su áspero rostro, se dibujo una mordaz sonrisa que denotaba complacencia. Recargada en la pared, estaba una enjuta mujer, que llevaba el cabello desordenado y desteñido. Su vítrea mirada y los moretones en los brazos tatuados, evidenciaban su adicción a las drogas. Sin duda, en el reclusorio prevalecía el mercado negro. Finalmente, una joven de aproximadamente la misma edad que Alejandra, sonreía de forma inusitada mientras se masturbaba indolente, con una mano bajo las bragas. Su conducta manifestaba alguna condición psiquiátrica o, incluso, neurológica que a las otras dos reclusas, pareciera tenerles sin cuidado.
Para la joven, cada paso era como renunciar a lo que había sido su vida hasta ese momento. Nunca pensó, mientras Melania allanaba su cuerpo, que llegaría el instante en el que no quisiera que la dejara sola. La celadora se marchó con manifiesta indiferencia, no sin antes proferir sarcásticamente.
-Esta es su nueva compañera. Enséñenle buenos modales.
Deseando fervientemente pasar inadvertida, Alejandra se deslizó con cautela hasta el único camastro vacante, sentándose discretamente en la orilla. El chirriar de los resortes, cada vez que la joven se movía para acomodarse, provocaba una incontrolable hilaridad en la enferma mental que exasperaba a todas. Entonces, la mujer corpulenta amenazó.
-¡Ya basta Munda! ¡Cállate o te doy!
En el acto, la demente se hizo ovillo en su cama, gimoteando y articulando palabras ininteligibles. Alejandra agradeció la intervención de la reclusa, para sus adentros. Su consuelo, sin embargo, sería muy breve.
-Hola primor ¿Porque te encerraron?
Petrificada, Alejandra no atinaba articular palabra alguna. De hecho, casi sin darse cuenta la joven adoptaba una pose defensiva ante su recia interlocutora, cruzando con fuerza los brazos sobre el vientre. No esperaba sostener un dialogo con aquellas extrañas.
Enfurecida por el silencio de la joven, la interna escuálida, a la que apodaban Trucha, comenzó a ladrar.
-¡No te pases de mamona! ¡Cuando la Chabacana hace una pregunta, le respondes pendeja! ¡Y de bonita manera!
Sintiéndose acorralada, Alejandra pronunció con voz apenas perceptible.
-No hice nada. Me involucraron en un fraude.
Ni bien había concluido la joven la frase, cuando la Trucha ya se mofaba, canónicamente.
-Todas aquí, dicen lo mismo. Resulta que todas aquí somos inocentes, las mismísimas hermanas de la caridad.
La Chabacana la interrumpió, apresurándose a comentar con voz aguardentosa.
-Te creo. Claro que te creo, cariño. Nada más tengo que verte para saber que no matarías ni a una mosca. Pero ni hablar, te tocó la de malas de que te agarraran y peor aún, que te encerraran con nosotras. Pero no te preocupes, llegaste al lugar perfecto. Ya verás las agasajadas que nos vamos a dar contigo, primor.
No obstante lo directo del comentario de la Chabacana, la joven no alcanzó a comprenderlo del todo. Con los sentidos obnubilados por una combinación de miedo, negación, estrés, ansiedad y depresión, le resultaba imposible pensar con claridad. Y es que tan solo pocas semanas atrás, Alejandra había celebrado su onomástico numero veintiuno con gran pompa. Eufórica, rodeada de sus adeptos, tanto familiares como amigos, se sentía inmune, segura y mimada sin que por su mente pasara, siquiera, la más mínima sospecha de la perversidad, la inmoralidad, el aislamiento emocional, la vigilancia permanente, la carencia de intimidad, las frustraciones reiteradas, el resentimiento y la agresividad, que le deparaba el destino tras los muros del reclusorio.
Haciéndose ovillo en su camastro, Alejandra agradeció el silencio que se apoderó en seguida de la celda y de todo el pabellón. Lejos estaba de adivinar que no era sino la proverbial calma que invariablemente precede a la tormenta. Pronto se vio luchando en la parcial penumbra contra del sopor que le producía el cansancio. La aterraba la sola idea de quedarse dormida con esas mujeres atisbándola.
Los minutos transcurren lentos para la joven en la celda, el tiempo se dilata, se transforma en una viscosa sustancia que la sofoca lentamente. Finalmente, vencida por el cansancio, Alejandra cabeceaba por instantes, dormitandose, únicamente para despertar sobresaltada, comprobando nerviosa que aquellas improbables compañeras de encierro se mantuvieran a una distancia prudente. O al menos eso pretendía.
De pronto, habiendo transcurrido un tiempo indefinido, la tripuda Chabacana se incorporó de su catre, para dirigirse pesadamente al retrete que estaba encajado en la pared del fondo de la celda. Descaradamente y sin el mas mínimo asomo de pudor o vergüenza, la mujerona se bajó de golpe los pantalones y las bragas del uniforme hasta los tobillos, dejando al descubierto su voluminoso vientre que colgaba flácido hasta casi cubrirle la tupida, descuidada y espesa pelambrera negra de la región púbica. Parsimoniosa, la mujerona hizo enseguida el ademán de sentarse, desparramándose su enorme culo sobre el pequeño retrete que desaparecía bajo las carnes de su gruesa humanidad. Munda celebraba berreando de risa, mientras la Trucha buscaba con la mirada a la joven, para divertirse con su reacción.
Impactada, Alejandra apenas atinó a desviar la mirada del retrete, intentando sustraerse de aquel grotesco espectáculo. Por sus orígenes y procedencia, nunca en su vida había tenido que presenciar un acto tan sórdido. Un tosco y burdo recordatorio de la completa ausencia de intimidad que conlleva el encarcelamiento y que forma parte, sin duda, del castigo. Un sudor frío la bañaba, de solo pensar en el instante en el que ella misma, atendiendo el inevitable llamado de la naturaleza, tuviera que hacer uso de aquel indiscreto inodoro, miserablemente expuesta ante sus compañeras de celda.
Entreabriendo las piernas con toda la intención de agraviar aún más a Alejandra, la Chabacana soltó un copioso chorro de orina que salpicaba estruendosamente al chocar con la porcelana del retrete. Pareciera por momentos, que la carnuda interna no terminaría jamás de vaciar su vejiga. Finalmente, aquel portentoso surtidor comenzó a menguar, hasta extinguirse en un goteo. En ese momento, Munda balbuceo, mientras dibujaba aquella inquietante sonrisa en su rostro.
-¡No hay papel Chabacana! ¡No hay papel!
Comprendiendo la intención del juego, la Trucha sonreía impúdicamente, mientras la Chabacana se incorporaba del retrete, goteando orina entre las peludas piernas.
-No hay papel, Munda. Que se me hace que la nueva me va a tener que limpiar el chocho con la lengua.
Masturbándose frenéticamente, Munda repetía compulsiva las palabras de la mujerona.
-Le vas a limpiar el chocho a la Chabacana. Le vas a limpiar el chocho a la Chabacana. Se lo vas a limpiar con la lengua, chavita.
El ambiente en la celdac se tornaba cada vez mas hostil. Los ánimos de caldeaban. El pánico se apoderó del corazón de Alejandra, que latía con fuerza en su pecho, como si quisiera escaparsele. La Chabacana, dio entonces su señal de ataque.
-¡Encuérenla!
Las dos internas se abalanzaron sobre la joven como fieras, gruñendo y bufando. Los delgados y musculosos brazos de la Trucha, se ciñeron como flejes de acero, inmovilizando las muñecas de Alejandra, que pataleaba en un vano intento por liberarse de sus agresoras.
-¡Suéltenme! ¡Déjenme! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Pero nadie acudía a los llamados de auxilio de la joven. De las celdas vecinas, se asomaron varios pares de ojos, rojos como el fuego, que observaban mórbidos y complacidos aquel ultraje vil y denigrante. Alejandra se encontraba a la merced de una ley distinta a la que la había llevado a esa prisión infame. Lo que estaba por vivir, no pudo haberlo imaginado ni en sus peores pesadillas.
Con los ojos desorbitados, Munda comenzó a despojar a Alejandra de su ropa. Por el suelo de concreto rodaron los botones de la blusa del uniforme de la joven, cuando la demente tiró bruscamente de la prenda con ambas manos para arrancársela. La poca humanidad latente en Munda, se había esfumado del todo. Transformada en una enardecida depredadora, la interna loca se afanaba en desnudar por completo a su victima, no solo para humillarla, sino para vulnerar su capacidad de defensa, para exponerla, para someterla y para saciar una malsana curiosidad.
La Chabacana observaba deleitada la escena, mientras sus dedos se paseaban por su húmedo sexo. La fragmentaria desnudez de Alejandra incrementaba su expectación. La oscilación de un seno, el temblor de las torneadas piernas, el fugaz instante en el que el triangulo de vello púbico quedó al descubierto...
Las dos internas, arrastraron a la joven desnuda hasta los pies de la Chabacana, arrodillándola. Tomándola con rudeza por el cabello, la Trucha empujó el rostro de Alejandra contra el sexo de la mujerona. Los labios y la delicada nariz de la joven se hundieron en la tupida pelambrera negra. El rancio aroma del sexo de la Chabacana, entró escandalosamente por las fosas nasales de la infortunada chica, produciendole nausea. Pero la Trucha le sostuvo la cabeza con firmeza en aquella posición denigrante, evitando que se apartara de aquel fétido bosque. Con la mirada nublada por las lágrimas, Alejandra cerró con fuerza los ojos. M
ientras, con la voz entrecortada, la Chabacana ordenó.
-Abre bien esos ojitos verdes. Quiero ver la expresión de tu cara mientras me lames el chocho. Saca la lengua, preciosa.
Continuará...