Alejandra ingresa en la prisión (cuarta parte)
La degradación viene en distintas formas y presentaciones. Alejandra está por descubrir que hay agresiones psicológicas que pueden tener mayor repercusión que un golpe en el bajo vientre. En esta ocasión, sus compañeras de celda van a tratar de incomodarla de todas las maneras posibles.
Llegadas las 22 horas como cada día, como todos los días, las celadoras hicieron su último rondín, para comenzar el ritual del apagado sistemático de las luces del reclusorio. La larga crujía quedó entonces, sumergida en la penumbra. Nadie se tomó la molestia de auxiliar a Alejandra, que yacía en el suelo, como una muñeca rota.
22:30 horas. El frío del concreto del piso de la celda parecía fustigar la carne desnuda de Alejandra, absorbiendo en el proceso todo vestigio de calor; todo rastro de energía vital remanente en aquel cuerpo mancillado.
23:15 horas. Los feroces ronquidos de sus compañeras, conformaban una estrepitosa cacofonía en medio de la obscuridad de la celda, que se sumaba a lo álgido de la temperatura, para robarle por completo el sueño a la joven.
En esos momentos se le presentaban a Alejandra las reconfortantes reminiscencias de su infancia, que parecían tan distantes ahora. Cuando niña solía buscar, en noches frías y obscuras como esta, el lecho de sus padres. Estos siempre la acogían con el amor que solo unos padres consagrados pueden brindar, cobijándola y protegiéndola. Los recuerdos avasallaban a Alejandra en ese momento de solitario desconsuelo. Imaginaba el cielo despejado, que ofrecía la postal perfecta para despedir el día contemplando esa maravilla de la naturaleza que es la luna. Uno de tantos rituales que practicaba en familia y que ahora echaba de menos.
Seguramente esta sería una noche de desvelo y angustia en el hogar paterno. Las lágrimas rodaban por las mejillas de Alejandra al vislumbrar en su mente, el rostro descompuesto por el dolor y la impotencia de sus progenitores, mientras el agente del ministerio público dictaba su fallo. Sin duda desfallecerían de saber que su pequeña, pasaba la noche desnuda e indefensa en el suelo helado de una celda lóbrega y maloliente, después de haber sido obligada a beberse los orines de una cruel verdulera. Pero la realidad era que, ni en sus pesadillas más bizarras podrían imaginar por lo que estaba pasando.
00.15 horas. Alejandra dormitaba hecha ovillo cuando advirtió un cosquilleo que le recorría las piernas y las nalgas. Se trataba de cucarachas que la fustigaban con sus pequeñas patas dentadas, mientras buscaban alimento por el suelo de la celda. Quiso gritar pero se contuvo, llevándose ambas manos a la boca, pues temía las posibles consecuencias de despertar a sus compañeras. Alejandra rodó, pataleó, procurando no hacer ruido, hasta que aquellos repugnantes insectos rastreros, a los que apenas distinguían en la obscuridad, decidieron dejarla en paz.
-No voy a resistir una sola noche más en el suelo-pensó.
01:23 horas. Rumiando su desgracia, sollozando en silencio, Alejandra fue vencida por el cansancio, quedándose profundamente dormida.
05:53 horas. Una incontenible necesidad de orinar, recrudecida por el frío matinal, arrancó violentamente a Alejandra de su exiguo letargo. Hubiese dado lo que fuera por despertar en su habitación, entre las cálidas cobijas de su cama, descubriendo que todo había sido una mala jugada de su mente, un mal sueño cargado de un disparatado realismo, una simple pesadilla. Pero era el entumecimiento lacerante de sus extremidades, el recordatorio doloroso de la terrible realidad en la que se encontraba. Esperó un rato, frotándose los acalambrados pies con ambas manos, hasta que se convenció que le responderían. Luego, con toda la discreción posible, se incorporó lentamente para dirigirse inmediatamente al ostensible retrete. Esta vez, no para devolver el estómago sino para aliviar su inflamada vejiga. Balanceándose cuidadosamente, Alejandra adoptó la postura de sentada pero soportando el peso de su cuerpo con las piernas, para evitar que sus glúteos hicieran contacto con aquella inmunda superficie de porcelana resquebrajada.
Súbitamente, de la misma forma en la que fueron apagadas horas atrás, todas las luces del extenso corredor de la crujía, se encendieron de golpe. Reaccionando mecánicamente por la fuerza de la rutina, las demás residentes de la celda comenzaron a despabilarse. Bostezando con las fauces bien abiertas la Chabacana se irguió, estirando al mismo tiempo los carnudos brazos. Luego, tallándose los ojos, la machona sorprendió a Alejandra, inclinada dificultosamente sobre el retrete.
-¡Adivinen a quien me acabo de encontrar en cuatro patas! ¡Pues ni más ni menos que a la señorita de la lengüita inquieta!
-¡Mírenla nada mas chavas, la nueva está toda apuradita sentada en la porcelana!
Ni bien las había conminado la Chabacana, cuando las otras dos internas se sumaron, jubilosas, al sórdido pitorreo.
-Pero acomódate, princesa, que te me vas a cansar-dijo burlonamente la Trucha.
-No hay papel. Te la vas a tener que limpiar con los dedos. No nos dan papel. Quiero ver cómo te la limpias con los dedos-repetía insidiosamente Munda, sin apartar la mirada de la vulva de la joven.
Cuando Alejandra cumplió cinco años, su padre la obsequió con su propia recamara, decorada a su gusto y equipada, como podría esperarse, con su propio baño privado. Hoy, todos estos recuerdos se le antojaban crueles a la chica, que parecía no salir de una situación denigrante para en seguida, entrar a otra aun más miserable.
-¡Por favor, voltéense! ¡No me vean! ¡Déjenme en paz! ¡Así no puedo hacer nada!
Pero los ruegos de Alejandra, únicamente atrajeron mayor atención por parte de las otras internas.
-¡Ni le hagas mi reina! ¡Ya te chingaste!
-¡Mejor acostúmbrate, que aquí en el tambo todas nos conocemos muy bien!
-¡Si quieres, te ayudo preciosa!
-¡Córtale ya, que me estoy meando! ¡Es pa' hoy, chingá!
Con la piel erizada por los escalofríos, Alejandra cerró los ojos para no ver más a sus atormentadoras, que a estas alturas ya la rodeaban. Con gran reticencia, de su constreñida uretra comenzó a brotar un leve chorro de orina.
-¡Que! ¿Eso es todo? ¡No mames, chamaca!
Alejandra estaba bloqueada. Luego. sintiéndose miserable, a la novata no le quedó otro remedio que satisfacer la que era una de sus más íntimas necesidades estando desnuda, aterida por el frió, en una engorrosa posición y agregando a todo esto el pitorreo de sus compañeras que miraban.
Finalmente, un chorro más profuso comenzó a brotar de su entrepierna, salpicándole la parte interna de los muslos a Alejandra al rebotar este contra las paredes de porcelana del interior del inodoro. Se sentía aliviada, aunque terriblemente expuesta.
-Mucho mejor reinita. Eso es, abandónate. Suéltalo todo. ¿Ves que fácil, preciosa?
-Creo que una perforación se te vería linda en ese chocho tan inmaculado, muñequita.
No podía creer como la reclusión podía cambiar su vida y afectar sus costumbres en tantas en inesperadas maneras. En la prisión de mujeres, una acción tan simple y rutinaria como la de vaciar la vejiga, podía servir de pretexto a sus pendencieras compañeras de celda para hacerle miserable su existencia.
06:11 horas. Melania llego con gran trepidación a la sección de celdas, acompañada de dos celadoras más. Viendo a Alejandra desnuda en el retrete, rodeada por sus compañeras que la hostigaban, optó por intervenir.
-¡Déjenla ya en paz! ¡Miren nada mas como la tienen! ¡Es su primera noche y ya me la traumaron! ¡Que se vista ya! ¡En treinta minutos las quiero a todas en el comedor desayunando!
Alejandra agradeció la intervención de la carcelara, pues era muy claro que ignoraba el trasfondo de sus verdaderas, y no tan nobles, intenciones.
Continuará…