Alejandra ingresa en la prisión

Esta es la primera parte de una historia que involucra el arresto y reclusión de Alejandra, una chica ingenua que está por descubrir, de la noche a la mañana, la brutalidad de un mundo carcelario del cual ignoraba prácticamente todo.

Alejandra, una agraciada joven de tez blanca, sonrisa nívea, ojos avellana, largo cabello castaño y figura estilizada, esta por experimentar en carne propia las atroces e inhumanas condiciones a las que se ven sometidas las chicas de su clase, cuando tienen la desdicha de ser recluidas tras los sombríos muros del centro femenil de readaptación social, la temible cárcel de mujeres.

La joven se desempeñaba, eficientemente, como asistente bilingüe en una notaría. Sin embargo, víctima de su inocencia, accedió a llevar, por solicitud de su jefa directa, una prestigiada actuaria en la chica confiaba ciegamente, el endoso y cobro de cheques empresariales, que resultarían falsificados.

Convenientemente, la actuaria junto con sus cómplices, abandonaron sistemáticamente el despacho a sabiendas que, una vez descubierto el ilícito, la sospecha inicial recaería en Alejandra. Sin embargo, sellar el destino de la sospechosa, quedaría en las manos del corrupto y arbitrario sistema de impartición de justicia de la nación, que buscaba siempre  indefensos chivos expiatorios para dar rápida conclusión a los casos asignados.  El veredicto del juez, después de la apelación que interpuso el abogado de oficio de Alejandra, fue el de complicidad para la malversación de fondos, acompañado de una sentencia irrevocable de veintiún meses.

Alejandra temblaba visiblemente mientras era recibida por una de las custodias del reclusorio. La carcelera, una corpulenta matrona de tez cetrina, expresión osca, vientre prominente, cabello a rape y maneras masculinas, condujo a la joven, aferrándola con fuerza por el brazo, a lo largo de un mal iluminado corredor. En el gafete de baquelita que portaba en la chaqueta azul marino de su uniforme se podía leer: Melania Rodríguez. Alejandra hizo una nota mental del nombre de la mujer mientras caminaban.

Finalmente, llegaron ante una despostillada puerta metálica que la celadora abrió de golpe al tiempo que vociferaba.

-¡Aquí, es! ¡Entra!

Con paso incierto Alejandra ingresó en el habitáculo, comprobando que se trataba del vestidor de un baño comunal. Un tufo, mezcla de humedad y amoniaco sin diluir, entraba por la nariz de la recién llegada, provocándole dolor de cabeza. Una vez adentro, la custodia cerró con un chasquido la puerta. El pulso de la joven se aceleró de inmediato. La perturbaba la idea de quedarse a solas con aquella mujer de la que no sabía que esperar. Pronto, sus temores se verían más que fundamentados.

-Te me vas quitando todo lo que traigas de valor. Lo vas a poner en ese banco. ¡Anda! ¡Muévete!

Apesadumbrada, Alejandra se fue despojando de sus objetos personales uno a uno colocándolos, como se le indicó, en el mueble.

Se trataba de artículos propios de una chica de su nivel socio económico, un reloj de marca, un Smartphone último modelo, sus anillos, una gargantilla de la que pendía un dije con la inicial de su nombre, media docena de pulseritas que certificaban su activismo en causas nobles, un juego de llaves de casa, un duplicado de las llaves del auto de su padre, además de unos cuantos billetes. La celadora dio un rápido vistazo a las pertenencias de Alejandra, para luego meterlas descuidadamente dentro de una gran caja de cartón. El dinero se lo guardó, descaradamente, en la bolsa del pantalón de su uniforme.

-Con suerte, te voy a regresar tus cachivaches cuando salgas de aquí. Si es que sales algún día. Ahora, ¡Desnúdate!

Ruborizada de vergüenza, Alejandra sintió que estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad. Siendo bastante reservada en sus costumbres, no se animaba a desvestirse por completo frente a aquella extraña, que se la devoraba con la mirada.

Percibiendo su bochorno, Melania se ensañó aun más con la chica, apremiándola.

-¿Estás sorda? ¡Dije que te encueres!

Intuyendo que no tenía otra alternativa, Alejandra intentó distanciarse mentalmente de la celadora, al tiempo que desabrochada y arrojaba sus zapatillas al suelo.

-Eso, así me gusta. Síguele. No te detengas.

En contra de sus deseos, Alejandra se sacó los ceñidos Jeans. Entonces, el rostro de la celadora se trasfiguró, bajando la mirada para recorrer cínicamente las desnudas extremidades de la chica hasta reparar en la sutil prominencia de su monte de Venus, que se adivinaba tras el blanco algodón de sus diminutas bragas. Melania no pudo sino esbozar una sonrisita perversa pues sabía que, en breve, iba a verlo todo, absolutamente todo. Después de esta pausa que solamente consiguió exacerbar aun más sus ansias, la celadora conminó a la chica con rudeza.

-¡Anda! ¡Quítate lo demás!

Un escalofrío atravesó el cuerpo de Alejandra, mientras se sacaba la playera sobre la cabeza. Afortunadamente, un mechón de su largo cabello castaño sobre sus ojos, le ahorró ver la aberrante expresión que Melania tenía en el rostro.

Sumisa, Alejandra desabrochó su sostén, descubriendo la suave carne de sus pechos.

-¡Mira nada más que respingadas las tienes! ¡Este par de tetas va a ser muy popular entre tus compañeras! ¡Ya lo verás!

Aunque sintió escozor, la joven se abstuvo de rascarse en un vano intento por evitar atraer, aun más, la atención de la celadora.

-Bueno. No te hagas la tonta. Bien que sabes que me debes algo ¡Quítate los calzones!

Alejandra metió ambos pulgares en los costados de sus bragas pero, experimentando una súbita timidez, le fue imposible continuar.

-¡Mira niña, aquí en la cárcel, no hay secretos! ¡Aquí se les conoce a las internas, mejor que sus propias madres! ¡Acostúmbrate! Así que ¡quítatelos o te los quito yo!

Tragándose la vergüenza. Alejandra inhaló profundamente, cerró los ojos con fuerza para agarrar valor y se despojó de la prenda intima, de un solo tirón.

Sintiéndose expuesta, la joven cubrió instintivamente sus partes íntimas con las manos para protegerse del fisgoneo de la celadora.

-¡Quita las manos de ahí! ¡Ya te dije! ¡Además, no tienes nada, que no haya visto yo antes!

Resignada, la joven obedeció poniendo los brazos en los costados del cuerpo.

Airosa, Melania comenzó a caminar en círculos en torno a la joven desnuda quien temblaba inconteniblemente. Súbitamente de detuvo frente a ella, tomando en seguida su cabeza entre sus toscas manazas, palpando cada centímetro de su cuero cabelludo, olfateando frenéticamente su largo cabello. Dándose por satisfecha, la celadora profirió gravemente, acentuando muy bien cada una de sus palabras.

-Bien, date vuelta. Ahora, agáchate. Te voy a revisar.

Rechinando los dientes con rabia, Alejandra hubiese querido tener la fuerza para resistirse a aquella infame instrucción. Pero era una chica muy inteligente, que comprendía lo precario de su situación. Así que sintiéndose enormemente desdichada, Alejandra inclinó su torso hacia adelante, doblando su cuerpo por la cintura. Después, permaneciendo ya en esa indecorosa posición, la joven trató de prepararse para la inminente revisión, fijando la mirada en una mancha de humedad en la pintura de la pared del baño. Sin embargo, su determinación se vio turbada por un latigazo, procedente de los guantes de látex que Melania se ajustaba jactanciosa en las manos. En seguida, la celadora exprimió con fuerza un tubo de lubricante sobre su palma, para luego untarlo copiosamente alrededor de sus dedos enguantados.

Antes de proceder con la revisión, la celadora se dio un momento más para admirar los firmes glúteos que tenía frente a ella, así como el surco que bajaba desde la cintura hasta el coxis. En la coyuntura de la entrepierna de la chica, se distinguía un mechón de vello obscuro.

-Muy bien, muy bien. Sepáralas ahora, princesa.

Con un nudo en la garganta, Alejandra apartó sus pies tanto como pudo. Después, anticipando los próximos movimientos de la mano de Melania, intentó asumir una pose de orgullosa indiferencia y desenfado con los que debiera soportar, fríamente, aquella exploración indigna.

En un santiamén, ya estaban ahí, entreabriéndole los labios, los gruesos índice y pulgar de la tripuda celadora, que ya comenzaba, con la ayuda de su dedo medio, una viciosa exploración interna. En el vaivén que la celadora imprimía a su revisión, a pesar de la lubricación, algunos de los vellos púbicos de Alejandra quedaron accidentalmente atrapados en el guante de látex de la mujer, ocasionando tirones que la hacían gemir del dolor. Melania, comentó entonces, a sabiendas.

-Si la tuvieras rasurada, no te dolería.

Nada en este mundo convencería a Alejandra de que no estaba siendo violada, más aun cuando eran ya dos los dedos, índice y medio, que la celadora había introducido en la vagina de la joven mientras palpaba, hurgaba, separaba y estiraba las aterciopeladas paredes de su sexo. Los comentarios soeces de la carcelera, a los que Alejandra no terminaba de acostumbrarse,  no se hicieron esperar.

-Estás bien apretadita, pero aquí en la cárcel, te vamos a aflojar

Alejandra exhaló aliviada cuando, finalmente, la custodia sacó los dedos de su cuerpo mancillado, aparentemente horas más tarde.

-Te gustó, ¿verdad putita? ¡Claro que te gustó!

Pero la matrona no había terminado aún con ella, pues estaba determinada a someterla a una revisión completa. Ni tarda ni perezosa, azuzo a la chica.

-Agáchate mas, mamacita. Con el culo mirando para arriba.

Impotente, a Alejandra no le quedó otro remedio que hacer lo que le ordenaban. Haciendo un decidido esfuerzo por conservar el equilibrio, se inclinó hacia adelante tanto como para que su larga cabellera rozara el suelo de concreto.

-Eso es. Bien, muy bien. Ahora, te vas a abrir de nalgas.

Si Alejandra creía que no había forma de humillarla más ese día funesto, se había equivocado rotundamente. Perpleja, incrédula, confundida, la joven pensó haber malentendido aquella orden deshonrosa. Pero muy pronto obtendría, la tajante e inequívoca ratificación de la misma.

-¡Que te separes las nalgas, he dicho! Anda, hazlo ya. No tenemos todo el día.

Dejando caer la cabeza nuevamente en señal de incredulidad, Alejandra había llegado al punto de quiebre. Sin embargo, sabía que no podía negarse, pues solo empeoraría más las cosas. Mordiendo su labio inferior, para no romper en llanto, la joven tomó con ambas manos sus glúteos, separándolos gentilmente hasta dejar expuesto su pequeño orificio anal, ante la perniciosa mirada de la celadora.

Fue así como, la acusación arbitraria de un juez corrupto, le había concedido a Melania Rodríguez, una carcelera osca, ordinaria y malhablada, el inmerecido privilegio de escudriñar, por vez primera, el rincón más recóndito, prohibido e íntimo, de la anatomía de la joven encarcelada.

Tampoco podría la joven, interponer una querella legal por haber sufrido alguna forma de abuso, pues había sido revisada por personal femenino, lo que es perfectamente legal y peor aún, éticamente valido, dentro de las absurdas leyes y normas de una legislación hecha por hombres. Nunca, en sus veintiún años de vida, se había sentido tan ultrajada, tan denigrada, tan impotente.

Indiferente ante lo mal que pudiera sentirse Alejandra, para Melania solo se trataba de una tarea de rutina. Un trabajo que, por cierto, le iba perfecto con sus preferencias, y con sus antecedentes. De hecho, lo disfrutaba, más este día, que difícilmente podría borrar de su memoria.

Untando generosamente vaselina alrededor del orificio anal de Alejandra, Melania introdujo lenta pero inexorablemente su índice enguantado en aquella estrecha cavidad en la que nada, ni nadie, había hurgado jamás. Automáticamente, los músculos rectales de Alejandra se contrajeron en un acto reflejo de auto conservación. No obstante, determinada a vencer la resistencia de la joven, Melania empujo con fuerza, hasta que sus gruesos nudillos descansaron en la comisura de sus nalgas. Alejandra lloraba desconsoladamente para sus adentros, mientras pensaba.

“Que diría mi padre si me viera en este momento. Dios, se moriría sin duda”

Manteniendo a Alejandra inclinada en esa bochornosa posición, Melania podía toquetear profundamente sus entrañas asegurando, al mismo tiempo, una amplia vista de la rosácea vagina de la jovencita, humedecida aún con el lubricante.

En aquel cuarto de baño, únicamente se escuchaban el resoplido nasal de la trastornada celadora seguido del jadeo de Alejandra, que se quedaba sin aliento. Un escalofrío recorría la espina de la joven, cada vez que Melania estiraba o encogía el índice dentro de su recto, induciéndole espasmos que agarrotaban el vientre.

“Esto es un atropello. Un ultraje. Una violación”

Después de lo que pareció a Alejandra una eternidad,  la celadora por fin extrajo pausadamente aquel dedo indiscreto que acababa de desvirgarla analmente. De los labios de la joven, salió un breve quejido.

-¿Te dolió? ¡Si no te hubieras puesto tan dura, habríamos acabado antes! ¡Ándele! ¡A bañarse!

Mareada y desorientada aun el shock de la revisión corporal, Alejandra se dirigió tambaleante a las duchas.

Este sería el primer, pero bajo ningún precepto el ultimo, encuentro de la recién llegada con las características duchas comunales carcelarias. Carentes de cortinas o mamparos que les brindaran un mínimo grado de privacidad, estas se alineaban deliberadamente expuestas, una muy próxima de la otra, en la mohosa pared al fondo de aquel cuarto de baño. Como lo afirmaba la celadora, la intimidad, tal como Alejandra la conocía, no tenía lugar en la cárcel de mujeres.

Titubeante, la aterida joven entró en la ducha más próxima, manipulando torpemente los grifos del agua, para graduar la temperatura lo mejor posible.

Melania esperó a que el cuerpo desnudo de Alejandra comenzara a brillar por efectos del agua, para alargarle una maloliente botella de champú para el cabello, así como una amarillenta pastilla de jabón. Temblando, mucho más por la vergüenza que por el frío, Alejandra tuvo que resignarse a enjabonar su cuerpo, bajo la mirada vigilante de Melania, que no perdía el más mínimo detalle de las desmañadas maniobras de la chica bajo la regadera.

-Lávate bien, por ahí abajo. Todavía tienes mucho lubricante.

Mientras observaba a Alejandra, enjuagarse avergonzada la entrepierna, la celadora pensó.

“Esta vez no me voy a quejar. Me doy por bien servida. Me despache un culo virgen. Porque a decir verdad, los machitos del reclusorio, se van a dar él quien vive con la pobrecilla. Esas lobas son unas auténticas cabronas que pueden llegar a ser muy creativas cuando de darles la bienvenida a las nuevas internas se trata. En especial a una chica tan linda como esta”

Apenas advirtió que Alejandra había terminado de bañarse, la tripuda celadora le extendió una deslucida toalla con la que la joven se apresuró a secarse frotando vigorosamente su cuerpo. En seguida, sin esperar a que Alejandra estuviera del todo seca, la celadora le presentó el que sería su uniforme. Se trataba de una playera azul marino, con bragas largas a juego. Una camisola del mismo color, además de pantalón y chamarra deslavados de mezclilla. El calzado consistía en unos zapatos bajos, con suela plástica, como de monja.

El uniforme le quedaba amplio. Nada parecía quedarle bien. La sensación era la de tener que usar la ropa de alguien ajeno, lo cual era en gran medida cierto, lo que se sumaba a su desdicha. Desconsolada, la chica fue conducida por la celadora fuera del cuarto de baño, donde había sido humillada, con dirección a las celdas.

Continuará…