Alejandra 3 Una nueva experiencia
-No puedo más, me voy a venir grito -ven mi amor, ven a mí
Después de romper la tarjeta de mi amante, ahí, en el teléfono público que uso para llamarlo una ó dos veces por semana, desconecto por mi propio deseo una relación de un año.
Me siento aburrida de lo mismo y busco experimentar cosas nuevas, además que el tipo comenzaba a ponerse pesado al tratar de saber todo de mí en afán controlador y posesivo.
Está bien para mi mamá con papá, pero no para mí, pienso.
Regreso a mi casa, subo a mi cuarto y espero a que todos duerman para salir de nuevo en la noche.
Impaciente, alcanzo a salir aunque creo que no duermen aún, pero no importa, ya estoy en la calle y me encamino al centro, muy cercano de casa.
Llego a la sórdida zona roja, así conocida por sus prostíbulos, cantinas y ambiente nocturno de juerga y sexo por dinero.
Camino en una zona conocida por sus travestis a los que contemplo y las veo bellas, excitada como no me sentí antes, ante éstas mujeres, que se ofrecen por la acera y en los bares aledaños.
Hola guapo, escucho a mi espalda, volteo para descubrir con mis propios ojos a una belleza enfundada en una microfalda de tablas, conocida como colegiala con unas zapatillas con tacón muy alto que levantan su cola y una blusa blanca anudada al ombligo que deja ver su vientre y pecho.
Su cabello largo, rizado y maquillaje muy intenso, me presentan a una hermosura, según yo, que alelado no dejo de sentir los extraños deseos que comienzan a aflorar por mi piel.
Podemos pasar un rico momento hermosura, continúa, sólo me pagas y vamos a mi cuarto, ¿quieres?, me dice directa, sin rodeos.
No tengo dinero, balbuceo tímida y avergonzada, capta mi novatez y me pregunta ¿Haz venido antes?
No, es mi primera vez.
¿Te gustaría estar conmigo?, me ataja, no tengo dinero respondo tercamente.
Decime, ¿cuántos años tienes lindura? ¿dieciséis?
casi diecisiete, respondo corrido por la vergüenza y ruborizándome.
Anda, vamos y me toma de la mano para remolcarme en dirección a su vivienda.
No separo mis ojos de su lindo caminar, el movimiento de sus nalgas y como mueven su falda, sus largas piernas y zapatillas que pisan firmes en la acera y ése aroma, a flores, a mujer, a sexo.
Pasá, su grave tono de voz me despierta de la ensoñación.
Entramos a un lindo cuarto, con pesadas cortinas y lindos muebles, algunos pósters de hombres fornidos y largos falos, adornan las paredes.
No puedo más y loco de pasión la tomo de la cintura, la atraigo a mí para tomar su boca en un largo beso que corresponde con un prolongado sonido de gata
de verdad que te gusto hermoso, ¿verdad?
sí, le digo entrecortadamente por mi agitada respiración y comienzo a acariciar su espalda con lujuria, me deslizo por ella con mis manos calientes hasta apoderarme de su cola, levanto la falda y masajeo su lindo culito, su pantaleta.
Beso incontrolado su cuello, su rostro, aspiro el aroma de su cabello, ella gime asombrada de la pasión que me despierta, se aferra a mí, y toma como puede mi pene, duro e hinchado de la cabeza, a punto de estallar.
Se hinca y veo lujurioso su boca pintada de rojo cómo toma con sus labios la cabeza de mi pene, me estremezco al sentir su tibieza bucal resbalar por el tronco de mi falo.
Por un buen rato tomada de su cabeza y abundante cabello por mis manos, me mama la verga, con suavidad, con ternura y deseo.
La levanto como puedo y comienzo a desnudarme, ella hace lo mismo y quedamos desnudos uno frente al otro, yo con mis largas piernas delgadas, mi vientre y pecho plano y en medio, un garrote parado y palpitante.
Ella, con unos senos hermosos, medianos; caderas redondas, piernas torneadas de mujer y en su entrepierna un pequeño y flácido churro, de lo que alguna vez fue un pene como el mío, aunque después me dijo su edad: diecinueve años.
La tomo de nuevo por la cintura y caemos en la cama yo encima y comienzo a mamarle los senos, uno primero y otro después, chupando sus pezones endurecidos, acaricio sus muslos, la volteo lo suficiente para apoderarme de sus nalgas redonditas y suaves, meto mi dedo en su dilatado ano, recorro su espalda, solo sus gritos y gemidos de calentura se escuchan.
No ha soltado mi pene desde el inicio, que aprieta y manipula como haciéndome la paja.
Se da la vuelta y me invita poniéndose en cuatro, hazme tuya mi amor, húndeme tu rica verga papito.
Abro sus nalgas con ámbas manos y le apunto mi cabezota a su dilatado agujero para atorarme en él y empujo para hundirla toda de una sola estocada, hasta que mis huevos sienten su lisa piel nalgatoria.
Es indescriptible para mí, los instantes en que me deslizo por las paredes tibias, cremosas y palpitantes de su culo.
Con mis ojos veo su espalda, su cabello abundante, sus caderas, nalgas, piernas y brazos abiertos que apoyados sobre la cama que me reciben, es mía, me pertenece, soy su dueño.
Por muy largo rato, bombeo y bombeo sin control y frenético, arrancando gemidos de su boca, gritos de desesperación que hacen que cierre sus piernas, echarse en la cama y sentir más duro mis embates cada vez más violentos por el deseo.
Me toma de los brazos y me jala contra ella, en un abrazo muy apretado, nos fusionamos los dos, somos uno solo, unidos por su cola que me acoje y por la que la cojo.
No puedo más, me voy a venir grito, ven mi amor, ven a mí, me responde y en medio de un grito de placer que se escapa de mi garganta, exploto en sus intestinos que acompañan a su sorprendida exclamación : cuánta leche.
Tibia, descansa en mis brazos, beso su frente y me pregunta pero decime ¿Cómo te llamas?, Alejandra, respondo, ¡vaya, eres de las nuestras! Exclama sorprendida, ¿y tú?, le pregunto, Fernanda, me responde.
¿Sabés?, dime mi amor le digo dulcemente, me siento afortunada, hoy es un gran día para las dos, me dice Fernanda.
Asi sea mi Amor, le respondo y con un largo beso de despedida, me encamino a casa.