Alegre Noticia

Historia real de una futura abuela que tuvo su regalo en Buenos Aires.

La noticia cayó como una bomba y me llenó de alegría. Victoria, mi hija, iba a ser mamá en Buenos Aires.

A sus 26 años esperaba una nena que me iba a ser abuela a mis 52 años.

Sin pensarlos dos veces armé una valija con ropa y mientras mi esposo confirmaba los pasajes mi corazón latía cada vez más fuerte.

El buque partía de Montevideo en la mañana a las 10:00 y allí estaba yo, pronta para embarcarme.

Debía volver en pocos días por cuestiones de la empresa que no me permitían abandonar Uruguay por mucho.

Apenas 5 días sabía que no alcanzarían pero era lo mejor que podía.

Buenos Aires tiene un glamour especial y siempre me ha atrapado, pero esta vez pasaba a segundo plano.

Llegué pasado el mediodía y allí me esperaba mi yerno, el futuro papá.

Abrazos, besos y recomendaciones, lágrimas y mucha felicidad completaban el cuadro.

Corrí a ocupar el departamento que había contratado por internet, despojarme de mi valija y cambiarme de ropa. Ubicado en pleno centro porteño fui por un bife de chorizo, algo tan tradicional como bonaerense. Caminata por Florida, un café en la calle en plena calle Córdoba y una siesta más que merecida. De tarde volvería donde los chicos, esperando ponerme a sus órdenes y al día con los chusmeríos de consuegras, tías y amigas de mi hija.

La casa se fue llenando de amig@s de ambos, organizamos una picada rápida con mi consuegra, fuimos por unas cervezas y un par de botellas de vino Malbec tradicional en Argentina.

El bullicio de los jóvenes aumentaba mi dolor de cabeza cuando intenté irme sin levantar las quejas de mi hija, pero tampoco quería dejarla con la limpieza, así que hui a la terraza con una copa de vino buscando un poco de remanso.

Lentamente algunos visitantes empezaron a retirarse tras algunas indirectas de mi consuegra y nos dedicamos a recoger vasos, platos, tablas y demás.

Viven en Recoleta y hasta el centro son pocos minutos de taxi, pero uno de los chicos se empecinó en llevarme, ya que según él le quedaba de paso.

Horacio y Javier eran los insistentes conductores y con una rara advertencia de mi hija “tené cuidado con estos dos” partimos a dejar a mi consuegra y de ahí al centro.

Pocas cuadras antes del destino salió la primera pista, “Paremos a tomar una cerveza en un restaurant”, sugirió una de ellos. En realidad necesitaba que la noche no acabara, estaba feliz, contenta, y siempre una cerveza me ha caído bien.

Entre anécdotas, risas y confesiones la mesa se llenó de cadáveres de botellas vacías.

Ninguno tenía más de 35 años, pero se reían como niños. Transmitían alegría desenfado, sus risas eran adictivas. Todos reíamos.

El reloj nos trajo a la realidad cuando el mozo del bar nos comunicó que ya iban a cerrar, el bar casi a oscuras, la calle desolada, el frío se había apoderado de la noche. Recién ahí me percaté que la cantidad de cervezas sobrepasaba lo que mi torrente sanguíneo podía soportar.

El apart-hotel quedaba apenas enfrente y su luz era como un faro en un barco en la tormenta, costaba llegar a ella. Sonriente el joven portero le entregó la llave a uno de los chicos, como si yo no existiera. Como buenos borrachos, hacíamos señas con el dedo en la boca de guardar silencio y eso nos hacía reír más aún.

Entramos y se tiraron literalmente en un sillón, mientras yo recordaba tener café y medicamentos para el dolor de cabeza.

Horacio ponía música, mientras Javier ya roncaba en mi sillón. Horacio abrió la última botella y me ofreció beber el primer trago del pico. Lo tomé, mientras que me miraba a pocos centímetros de mi rostro. Sus ojos claros eran una invitación a perderse en ellos. Bebió él, sin dejar de mirarme. Pasaron segundos u horas así, en silencio. Mirándonos a los ojos. Intentó acercarse más, pero mi mano en el pecho lo detuvo. no podíamos dejar de mirar a los ojos, sus labios estaban a centímetros de los míos. Cerré los ojos, luchando contra mi instinto, me escuche decir NO, pero más que una orden o deseo, era una súplica.

No, volví a decir. Pero silenció mi susurro con su dedo índice, lentamente lo retiró y sus labios se apoyaron en los míos. No, por favor, supliqué. Pero él no contestaba, solo seguía con sus labios suavemente contra los míos.

Respirábamos nuestro aliento, era eso un beso, yo creo que no. Era un acto de intimidad, de terrible seducción. Era el mensaje de que podía estar ahí y más. La cafetera chirriando su lengua de vapor nos trajo a la realidad. Me aparté rápidamente y sin mirar me volví hacia la mesada a preparar los cafés prometidos. Mi cuerpo se había cargado de electricidad, mis manos temblaban, mis piernas también y no era por la cerveza.

Vertí el agua hirviendo en los pocillos y antes de volverme, sentí su respiración en mi nuca, en mi cuello. Murmuró algo al oído y comenzó a besar lentamente mi oreja, mi cuello. Mis defensas había caído, sólo me deje estar, segundos después se pegó totalmente a mí, sentí sus piernas, su pecho, su miembro apretarme contra la mesada de la cocina. Sus manos hurgaban en mi ropa, buscando piel y encontraron mis senos. Intenté mil argumentos para que no siguiera, pero sus palabras eran un dulce elixir en mis oídos.

Mi sweater, mi camisa, mi sostén desaparecieron en segundos, mientras me frotaba los senos y mi cola de manera increíble. Estaba en éxtasis, me volví buscando sus labios, nos besamos apasionadamente. Su camisa no opuso resistencia cuando la saqué, tampoco cuando desabroche su jeans.

Metí la mano bajo su pantalón, buscando el tesoro que hace años no tenía en mis manos.

Hurgué dentro de su bóxer y saqué su miembro a la luz. Era diferente a lo que yo conocía. Más grueso, con muchas venas oscuro, su glande era rojo y de menor diámetro que su vara.

Me susurró una ordinariez, un mandato y yo obedecí. Dejé doblar mis rodillas y me enfrenté al monstruo inhiesto. Chupá p… me dijo y obedecí. Los años que hacía que no estaba en esa posición no hicieron que perdiera el placer y la técnica de hacerlo.

Me costaba respirar, porque ocupaba todos mis rincones de boca y garganta, pero eso no iba a opacar lo más hermoso que me estaba pasando en años.

Y seguía creciendo.

En esa posición llegué a mi primer orgasmo, sin tocarme, sin rozar, sola.

Le avisé gimiendo lo que estaba pasando.

Retiró su herramienta de mi boca, me hizo incorporar y volví a la posición de espaldas. Esta vez, la que desapareció fue la calza. Desnuda, descalza, de espaldas, fui blanco fácil de su herramienta y buscando mi vagina empezó a jugar yendo y viniendo entre mis labios vaginales.

Me incliné más y ahí si, se consumó su penetración.

Duramos poco, apenas algunos minutos, gemíamos, decíamos palabras obscenas, jadeábamos, hasta que explotamos juntos. Me dio su carga y yo le di la mía.

Por mi mente pasó el tiempo que hacía que no gozaba de esa manera y debía remontarme a años de mi matrimonio.

Quedé doblada sobre la mesada, me dio una palmada en la cola y se metió en el baño.

Recogí mi ropa y busque que ponerme mientras Horacio salía entero y hermoso del baño.

Cuando salgo del baño, Horacio dormía en mi cama y sin hacer ruido me acomodé al otro lado de la cama.

Desperté con unas caricias en mi abdomen, y mis zonas más bajas. Su erección matinal era enorme y no lo pensé dos veces. En cuclillas arrodillada al lado suyo volví al placer más hermoso que es hacer el sexo oral a un hombre.

Otra vez las palabras sucias, las groserías que nos encantaban decirnos. mis manos jugaban con sus atributos, las suyas acariciaban mi clítoris poniéndome al borde de otro orgasmo. Así estaba yo de rodillas y con la cola al aire, cuando siento unas caricias y besos en ella. Fue tal el susto que salté en la cama, era Javier el que se había dormido que salía del baño y presenció mi ofrenda a su amigo.

Traté de decir algo coherente, pero mientras pensaba, Horacio tomó mi cabeza y la volvió a hundir en mi boca. Javier, no cejó en su intento y siguió besando mi cola y su contorno. Intenté sacarlo con la mano, pero ví que era inútil.

Además me encantaba.

No he tenido relaciones anales en muchísimos años y si bien no me enloquecía disfrutaba haciéndolo. Esperaba que pasara lo mismo.

Javier a pesar de su corta edad, 32, era un experto. No se apresuró, se tomó su tiempo y siguió el manual de. sexo anal. Lamió, humedeció, dilató con paciencia y esmero.

Horacio estaba a punto de explotar, intenté decirle que nunca nadie había terminado en mi boca, pero no pude, mi morbo pudo más. Otra vez los quejidos, los insultos y la explosión final en mi boca. Me gustó, Todo. El calor, el sabor la degradación.

Ahora era mi tiempo. Cojeme le grité a Javier que sin hacerse rogar, fue introduciendo unos dedos primero y después dejó logar a su miembro.

De rodillas en la cama, fui sintiendo como avanzaba cada milímetro dentro mio. Dolía? si. Me gustaba, también.

Llegó a su máximo y sin moverla, la hacía pulsar en mi interior. Mi vagina recibía los lengüetazos del otro chico. En un momento Javier no aguantó más y comenzó a mover hacia adelante y atrás el dolor era insoportable, pero las ganas de recibirlo en mis entrañas me hacían pedir más y más.

Antes del final, Javier la sacó, dejándome un vació enorme, pero la estrategia era que Horacio ocupara su lugar. Sin tanta resistencia Horacio me sometió al mismo tratamiento que su amigo. Mientras éste volvía  del baño y se acomodaba de forma extraña debajo nuestro. A los pocos segundos descubrí la estrategia. Era la desconocida para mí, doble penetración.

Ya había tenido dos orgasmos y no creía tener más que dar ni lugar donde ponerla.

Pero la realidad fue otra. Entro dentro de mis labios suavemente mientras atrás Horacio era más violento. Fue ahí donde descargó su contenido, en medio de mi dolor y de mi placer.

Javier se contagió de lo violento y terminamos en un grito desgarrador recibiendo en mi interior, mientras yo lo bañaba con mi tercer orgasmo.

Aduje gripe, pero en realidad no podía caminar. Apenas llegué la farmacia para buscar una batería de calmantes y ungüentos.

No era mediodía aun y ya Buenos Aires me dejaba un recuerdo imborrable.

A los chicos, no los vi más.