Alberto

El otro hombre me dio la vuelta en cuanto el primero terminó conmigo. Me la metió como tú, directamente, pero entonces yo gritaba como una zorra, pues era la primera polla, no te ofendas. El cabrón me tenía muchas ganas y me dio muy duro, más cuando yo no me quejaba, al contrario.

Llegamos de la fiesta muy tarde, y al llegar a la casa Alberto nos esperaba sentado en la escalera de entrada. Lo había llamado yo desde el coche mientras llegábamos, a pesar de que mi marido me dijo que no era buena idea, que Alberto estaba enamorado de mí. Pero yo sabía que no era amor, era otra cosa. Mientras nos acercábamos al portón, nuestro amigo no me quitaba ojo, viendo cómo los zapatos de tacón movían ostentosamente mis caderas. Esa noche llevaba un vestido negro, de falda ajustada hasta los muslos, los pliegues del pecho me permitían ir sin sujetador, haciendo que al andar se intuyese un sugerente movimiento. Conforme me acercaba, me iba subiendo poco a poco la falda, para dejar al descubierto las medias y el liguero. El nylon apenas hacía ruido al rozar porque seguía mojado.

Pasamos por su lado y entramos en la casa, sin esperar a que se levantase. Apenas le dio tiempo a meterse dentro. Mi marido me bajó la cremallera del vestido y me lo quitó, quedando mis braguitas a la vista. Eran de nylon translúcido, haciendo juego con las medias, y como éstas, estaban muy mojadas. Alberto acercó la nariz hacia mi sexo, rozando el nylon y aspirando profundamente. Yo miraba hacia abajo con las piernas abiertas.

— ¿Te gusta cómo huele? Es para ti —dije sin esperar la respuesta.

Volvió a aspirar y besó mis muslos. Se le pegaban los labios, pero abrazado al nylon de mis piernas, no paró de pasar la boca por mi piel.

— ¡Lámelos!

Y los lamió, mirándome con devoción, mirando mis braguitas, mirando mi chocho. Porque las braguitas translúcidas le permitían ver mi vulva abierta, y más estando empapadas. Lo aparté y me di la vuelta, mostrándole mi trasero. Se llevó la mano a la polla y se tocó mirándome salvaje, hasta que se desabrochó el pantalón. Moví la cadera pasando las manos por mis glúteos, bailando una muda melodía para él mientras éste terminaba de desnudarse a la vez que no paró de masturbarse, sentado en el suelo.

— Hoy he vuelto a ser muy puta —dije cuando terminó de quitarse la ropa. Sólo tenía ojos para mi sexo, y le extendí la mano para que se acercarse. Vino de rodillas hacia mi chocho, y empezó a besarlo a través de las braguitas. Sacó la lengua y frotó con ella mi clítoris, peleando con el nylon, con las manos en mis medias, clavadas en mis muslos.

— Hice cola en el servicio de caballeros, habían dos esperando. Me puse delante del primero y empecé a rozar mi culo sobre su rabo, que se le puso muy duro enseguida y lo cogí, era enorme. Yo no dejaba de mirar al segundo, que se echó mano a la polla para tocarse descaradamente.

Alberto subió las manos para acariciar la piel de mis muslos. Como miraba hacia arriba buscando mi mirada, quise regalarle la visión de mis pezones estirándose por la acción de mis dedos. Intentó meter la lengua en la rajita, pero las braguitas no eran tan flexibles.

— ...se abrió la puerta del baño y entramos los cuatro, pues Juan llegó justo a tiempo. El primero entró urgente a orinar. Me acerqué a él, la tenía muy gorda y le costaba apuntar, más cuando agarré con él la cálida y dura verga. A punto de acabar, con las últimas gotas, me llevé el miembro a la boca.

Alberto separó las braguitas e introdujo, ahora sí, la lengua.

— ...apenas le pude chupar porque quiso follarme enseguida, ahí mismo, mientras el otro orinaba a nuestro lado. En cuanto éste acabó de mear, le agarré la polla y la mantuve bien gorda mientras me abrían el chocho, como tú estás haciendo ahora. Qué forma de follar, te hubiese gustado vernos. Me puso como una loca. "¿Es tu mujer? Es una pedazo de puta", le dijo el semental a Juan y me metió la mano en la boca. Yo estaba con la espalda pegada a la pared, subida a su polla y las piernas apoyada en algún sitió que no veía. Sentí cómo un dedo me entraba en el culo. Empecé a hablar sucio al que me embestía, pero mirando al otro, para dedicarle mis palabras. "Dame fuerte", "Qué polla tienes", "Me tienes muy abierta". Al oírme, me corrí chillando bien fuerte. Pero el folleteo no cesó, más bien aumentó, y yo respiraba entre gemidos. "Dale lo suyo a la puta", esta vez se lo dije al segundo mientras abría la boca y sacaba la lengua. No se lo pensó y me escupió haciendo diana, al segundo escupitajo lo llevé hacia mí y nos besamos y luego besé al que me penetraba, que gritó "¡Dios!" y se corrió con la polla bien dentro. No paró de moverse hasta que no quedó ni una gota en sus huevos, me lo dejó todo ahí, pero desde entonces se me ha salido algo y se ha resbalado por las piernas, pero de eso ya te has dado cuenta.

Alberto me metió un dedo en el culo y me chupó con más energía el coño. Miré a Juan, que estaba masturbándose viendo la degeneración de nuestro amigo.

— El dedo ha entrado bien ¿verdad? —Alberto me metió un segundo dedo y le acaricié el pelo— He besado con él a varias pollas. Me han tratado como a una puta —dije en un falso lamento—, como a una puta salida, y me han abierto el culo a placer —hice que me mirara—, es lo que nos hacen a las putas ¿verdad? —con mi coño en su boca, los dedos en el culo y mirándome, Alberto afirmó en silencio—. Límpiame bien, cariño.

Lamí sus dedos y me tumbé en el suelo. Levanté bien las caderas, agarrándome de las rodillas y manteniendo las piernas muy abiertas. Mi marido me leyó el pensamiento, acercándose y colocándome un cojín debajo para que estuviese cómoda ¡cuánto lo adoro! Allá abajo, Alberto no tardó en seguir lamiéndome el sexo, pero yo quería que me chupara otras cosas.

— El culo, cariño, todavía tiene que quedar algo.

Alberto pasó la lengua desde el coxis hasta el inicio de la vulva, lamiendo minuciosamente la zona que rodeaba el ano. Tras tocar intermitentemente con la punta de la lengua el ojete, la metió entera hasta el fondo y gemí. ¡Joder, qué ganas tenía de que me metieran un rabo otra vez!

— Saca la lengua, a ver si está seco.

Metió y sacó la lengua varias veces, relamiendo las paredes de mi culo, enseñándomela después. Le pedí que me diese su verga y estuvimos en un 69. Su polla estaba muy dura, lista para empalarme, y no quise retrasar más mi placer. Me puse a cuatro patas.

—¡Por el culo! ¡Métemela por el culo! —no tardó en llevarla hasta los huevos y empezó a follarme fuerte, echado sobre mí, agarrado a mis pechos y las caderas—. Y es que el otro hombre me dio la vuelta en cuanto el primero terminó conmigo. Me la metió como tú, directamente, pero entonces yo gritaba como una zorra, pues era la primera polla, no te ofendas. El cabrón me tenía muchas ganas y me dio muy duro, más cuando yo no me quejaba, al contrario. Y contra más me daba, más le abría los glúteos para que viese bien el rabo entrando y saliendo. Juan invitó al que se había corrido a quedarse, por si le entraba más ganas de follarse a "la puta de mi mujer". ¡Joder, me corrí un montón! Se me salió mucho del semen que tenía metido en el chocho. "¡Fóllame fuerte, cabrón!" le dije, pero este estaba que no podía darme más. Tú si puedes darme más, ¿verdad, querido? Sí, así, me tienes como a una perra, así, fuerte, acábate dentro, cariño, no pares. Cuando se corrió, el otro ya la tenía morcillona, y me puse de rodillas para chupársela y dejarla bien dura. El rabo sabía a mí, el muy cerdo hubiese sido capaz de irse sin lavarse... aunque al final, yo tampoco me limpié al salir... tras una breve mamada, me la metió en el culo, que estaba abierto y mojado por la leche que salía de él. Estuvo un cuarto de hora, cronometrado por Juan, sin parar de darme, me corrí varias veces con él dentro —Alberto se corrió con aspamientos—. Cuando terminó dentro de mí y se fue, se la chupé a Juan, esperando por si entraba alguien más, pero lamentablemente eso no fue así. Juan me llenó los pechos con su semen y siguen sucios.

Alberto, con el pene goteando aún, se abalanzó sobre mis tetas y las chupó con mucho ruido, cuando llegó a los pezones me hizo gemir de dolor. Me hizo mojar tanto que aguanté su ferocidad con un dedo en el clítoris. Me di cuenta que más abajo su semen estaba saliéndose del ano.

—Ahora me tienes que limpiar otra vez, cariño.

Me coloqué de nuevo en el suelo, sobre el cojín. Esta vez sí me enseño el semen que salía adherido a la lengua y empecé a masturbarme cuando volvió a abrirme el culo con ella.

— Uno tras otro sólo querían follar y me usaron como una puta, llenándome con su semen, pero... ¿no me merezco también tener una puta? ¿yo tengo puta, querido?

Alberto me miró y afirmó, volviendo a llevar la boca a mi ano.

— Entonces, puta, vas a seguir limpiándome el coño mientras me dan placer.

Me levanté y lo coloqué bocarriba y puse mi chocho sobre su lengua. Hice que viniera mi marido y que me follase el culo. Me dio con muchas ganas, y me reconfortó tener su rabo dentro de mí. También era consciente que sus huevos pasaban por la cara de Alberto cada vez que me embestía y que éste mantenía el rabo en suspensión, y me lo llevé a la boca, intentando ponerlo duro, pero sabiendo que era demasiado pronto para su recuperación. No obstante, con el extra de tener la polla en la boca, no tardé en correrme sobre los labios de mi puta. Hice que Juan sacara la verga y pasé mi abierto ano por la lengua de la zorra.

— Otra vez al culo, puta —dije colocándome con las piernas abiertas en el suelo.

Alberto ya tenía la posición pillada, pero esta vez, mientras su lengua pasaba por mis orificios, apreté la cabeza con mis muslos y la sujeté con mis manos.

— A mi puta le gusta limpiarme el chocho —le dije a mi marido—, y yo quiero que te folles a mi putita —mi marido, que se estaba masturbando, no se lo esperaba y no quiso acercarse. Yo no dejaba que Alberto moviese la cabeza de donde estaba—. Fóllate a mi puta. Es como si me follaras a mí. Fóllame, amor, fóllatela, fóllame mucho, hoy he sido muy perra.

Mirándome, llegó por detrás de mi puta y le fue metiendo el rabo mientras la zorra gemía. Lo tenía sujeto por las caderas, con las manos cerca de la espalda, sin parar de mirarme. Creo que, de haber mirado a Alberto, hubiera sacado el rabo. Pero me miraba a mí y yo lo miraba con la cara descompuesta por el placer que me estaba dando la puta y por ver a mi marido dándome por culo de esa forma tan poco formal.

— Dame fuerte —le decía—. Abreme más el culo. Soy tu puta, fóllame duro, más duro, cariño. A la puta le gusta que le den así. Dame más, más...

Me deslicé hacia abajo e hice que la puta volviera a comerme los pezones, para acabar besándolo justo cuando mi marido empezó a correrse. Agarré la cabeza de la zorra e hice que se tragase el resto de la eyaculación de Juan. Compartí con él la verga, lo masturbamos, lo chupamos, lo dejamos impoluto, y cuando el miembro apenas cupo en mi mano, nos besamos a fondo.

Esa fue la última noche que compartimos con mi puta. Alberto se llamaba.