Albañiles en la casa
Una chica sola y caliente en la casa, tres albañiles trabajando en ella. ¿Qué podría ocurrir?
Era un martes de verano muy caluroso; dos meses antes yo había de cumplido los 18 años y me desperté con un deseo de sexo incontrolable; ya llevaba dos días con muchas ganas y me la había aguantado, pero ese día ya no pude más.
Y es que una chica de esa edad, con una piel morena clara y tersa como la mía, un cuerpo bien formado, unas tetas medianas redonditas, una cintura estrecha, nalgas redondas y firmes y unas piernas largas bien formadas no podía estar sin sexo mucho tiempo. Estaba de vacaciones y mi novio había salido con su familia de viaje; yo no pude viajar porque mi Papá y mi Mamá trabajaban en la misma empresa y faltaba casi una semana para que tuvieran vacaciones y pudiéramos salir de la ciudad.
Había quedado de ir a comer y al cine con mis amigas en la tarde, pero tenía toda la mañana libre. El timbre de la puerta me despertó a las 7:00 a.m. Escuché que mi Papá bajaba a abrir y hablaba con alguien; no me importó, pues yo estaba con unas inmensas ganas de sentir unas manos masculinas sobre mi cuerpo, como lo hacía mi novio Antonio cuando nos dábamos aquellos encerrones en el hotel que está detrás de la Prepa o en su casa cuando no estaban sus papás y él les daba el “día libre” a su servidumbre.
Nosotros no teníamos servidumbre. Sólo una vez a la semana iba el Señor Juan, un jardinero viejito que cuidaba el pequeño jardín de mi Mamá y con el que yo la vacilaba diciéndole que era su amante como el jardinero de Gabrielle (la de Desperate Housewifes) y ella se reía.
Mis papás se iban a trabajar a eso de las 8:00 a.m., entonces me dio muy buen tiempo de comenzar a tocar mi cuerpo desnudo (dormía prácticamente desnuda por el calor tan fuerte, sólo me dejaba una tanga en las noches); empecé por acariciarme los senos y luego fui bajando mis manos por mi cintura y mi vientre hasta llegar a mi entrepierna; me lamí un dedo y con el mismo empecé a acariciarme el clítoris; con la otra mano seguía acariciándome las tetas alternadamente. Me detuve un momento para quitarme la tanga y luego saqué mi vibrador en forma de pene que guardo en el fondo del cajón de mi buró, lo prendí y empezó a vibrar como a mí me gusta; lo metí debajo de mi sábana para que no se escuchara el ruido de la vibración; me lo coloqué en el clítoris y me metí un dedo en la vagina que ya empezaba a humedecerse.
Luego fueron dos dedos y luego tres, los metía y los sacaba y me movía para un lado y para el otro mientras el consolador seguía vibrando en mi clítoris. Después metí el vibrador en mi vagina hasta el fondo y con dos dedos me acaricié el clítoris; empecé a meter y sacar el consolador como si me estuvieran cogiendo para sentir mayor placer y vaya que lo sentí; mi temperatura estaba a tope, cada vez sentía más y más placer; mordí una almohada para que no se escucharan mis gemidos de placer y seguí un poco más hasta que sentí como una descarga de electricidad por todo el cuerpo; un orgasmo gigante vino a mí haciéndome vibrar por cada poro de mi piel. Me estremecí, se tensaron todos los músculos de mi cuerpo y grité de placer, pero mordí la almohada para que no me escucharan mis papás.
Me quedé descansando sobre mi cama, con el vibrador en una mano y con la otra encima de mi sexo aún húmedo; seguí sintiendo espasmos un buen rato.
Miré el reloj: apenas eran las 7:22 a.m.; escuché las prisas de mis papás por irse a trabajar. Empezaba a quedarme dormida de nuevo cuando mi mamá tocó en la puerta de mi recámara y me dijo: “hija, ya casi nos vamos; baja a desayunar”. Yo le respondí aún amodorrada y satisfecha de sexo: “más tarde mamá, déjame dormir, tengo mucho sueño”; aunque la verdad es que había quedado agotada de tan fuerte orgasmo que yo misma me había dado.
Mi madre me dijo: “Bueno, entonces desayunarás sola, porque nosotros ya casi nos vamos; pero te vistes cuando bajes porque ya llegaron los señores que van a arreglar la cocina”.
Recordé que el fin de semana mi papá nos había dicho que a partir del martes llegarían unos albañiles a arreglar el piso y la barra de la cocina porque se estaba despegando.
“Si mamá” fue lo único que dije y me dormí desnuda. Cuando desperté ya eran las 8:42 a.m. Me imaginé que mis papás ya se habrían ido. Se escuchaban unos golpes en la parte de abajo de la casa, imaginé que eran los trabajadores que iban a arreglar el piso.
Aún desnuda me estiré para quitarme la flojera, sentí hambre, así que me levanté para ir a desayunar; pero primero me miré en el espejo de cuerpo completo que tengo en mi recámara y acariciándome el cuerpo con ambas manos me dije: “¡Ah que buena estoy, como quisiera estar cogiendo ahorita, en vez de desperdiciar el tiempo en esta casa!” Por un momento pensé en llamar a mi amigo Raúl, que siempre estaba dispuesto a consolarme todas las veces que Tony, mi novio, no estaba o se peleaba conmigo, o a Ernesto, que me traía ganas desde hacía tiempo. Le marqué primero a Raúl, pero me dijo que estaba trabajando; entonces le marqué a Ernesto, para decirle que por fin se le iba a hacer coger conmigo; él se escuchaba nervioso al contestar, casi de inmediato me dijo que estaba con su novia porque iban a ir a desayunar, pero que luego me hablaba. Colgué el teléfono frustrada, ¿cómo era posible que no hubiera nadie que quisiera cogerse a este bombón? Pensé en llamar a algún otro amigo de la escuela o a alguno de los muchos que tengo en el Face; pero sentí hambre y entonces se me ocurrió una idea: bajar a desayunar y de paso provocar a los albañiles que estaban trabajando en la casa y divertirme viendo su reacción y dejarlos con los penes bien parados. Me gustaba hacer eso, varias veces lo hice con el jardinero, aunque dudo que todavía se le parara, pero lo provoqué varias veces cambiándome de ropa frente a la ventana con las cortinas abiertas cuando sabía que él podía verme; también lo hice en un par de ocasiones con el repartidor de pizza, cuando llegaba yo abría la puerta vestida solo con una camiseta larga pero con los pezones bien levantados o con mi bata corta que apenas me tapaba las nalgas y dejaba ver todos mis muslos y piernas; le pagaba y me volteaba guiñándole un ojo, para luego cerrarle la puerta prácticamente en la nariz. Todo ello me parecía muy divertido y pensé en divertirme un rato con los albañiles; no sabía cuántos eran, pero eso era lo de menos, con uno que se quedara con el pito parado, para mí era suficiente.
Así que me puse mi tanga negra y mi bata blanca, casi transparente que apenas me tapaba las nalgas y que dejaba apreciar muy bien mis bien formados muslos; la dejé abierta del frente, hasta el ombligo, de tal manera se alcanzaba a ver buena parte de mis tetas redondas, apenas cubriendo mis pezones; até la cinta de la cintura, me arreglé un poco, me pellizqué un poquito los pezones para llevarlos levantados y descalza salí de mi recámara. Bajé la escalera caminando sensualmente, arreglándome el cabello haciendo como que creía estar sola; pero con la idea real de que me vieran los albañiles; pero ellos no se dieron cuenta inmediata de mi presencia porque el ruido que hacían era demasiado fuerte. Eran tres: Un señor chaparrito de unos 45 años, fuerte pero con panza, que traía únicamente una camiseta blanca mugrosa y un jeans que se veía muy usado, su pelo grisáceo sobresalía por debajo de una gorra azul muy sucia; estaba también un señor al que no pude calcularle la edad; este vestía una playera verde y también unos jeans viejos; este era gordo y bastante alto, con unos brazos gigantes; con pelo largo y también con gorra, bigote y barba negros; el tercero era un muchacho bastante joven, se veía como de 16 años, moreno, delgado, nervudo y con brazos bien marcados; imaginé que desde chico empezó con el trabajo rudo, de cara aniñada, cabello muy negro y muy corto.
Los tres estaban concentrados en el piso, el más alto golpeaba con un marro en el piso con una gran fuerza y el otro señor lo veía; el muchacho estaba un poco más atrás, recargado en la barra de la cocina, también viendo lo que hacía el más fuerte. Este último fue el primero que me vio; yo caminaba sensualmente moviendo las caderas hacia ellos y el volteó no sé si porque sintió mi presencia o simplemente por ver hacia otro lado. Noté que de inmediato se puso nervioso y desvió la mirada, de inmediato tocó al señor más grande en el hombro y le señaló que estaba yo ahí. El señor se me quedó viendo asombrado; yo me hice la sorprendida, pero no me tapé para nada, ya el otro albañil me miraba entre contento y asombrado.
“Buenos días”, dije sonriendo y tratando de parecer lo más natural posible.
“Buenos días”, contestaron ellos al unísono sin salir de su asombro.
“No quiero interrumpirlos, sigan trabajando”, les dije mientras me encaminaba hacia el refrigerador para servirme mi desayuno. Abrí la puerta del mismo y me agaché, segura de que ellos me verían las nalgas y mis largas piernas morbosamente. Saqué un litro de leche, me enderecé y cerré la puerta del refri; al voltearme ellos disimularon, haciendo como que seguían trabajando, pero ya no golpeaban el piso. Caminé despacio hacia la barra de la cocina y dejé ahí el cartón de la leche, guiñándole un ojo al chico; luego regresé hacia la alacena; con movimientos felinos; la abrí y me paré de puntitas para intentar alcanzar el cereal que estaba en la parte más alta de la alacena, haciendo que mi batita se subiera lo suficiente para que ellos pudieran contemplar mis nalgas y mis piernas firmes.
Tomé la caja de cereal y al voltear pude ver que ellos me miraban, de nuevo trataron de disimular y se pusieron a trabajar, volteando hacia otro lado. Caminé de nuevo hacia la barra y me serví mi cereal, le puse la leche y luego tomé un plátano del frutero. El chico intentaba no voltear, pero yo le hablé: “Me gusta mucho el plátano… en mi cereal; ¿a ti no?”, él, nervioso apenas volteó a verme y me dijo: “esteeee, si, también”.
Dirigiéndome a los otros dos albañiles les pregunté: “¿A ustedes les gusta el plátano señores?”. Ellos sonrieron y el más grande dijo: “bueno, a mí me gusta que me lo pelen, pero no pelarlo”; el otro riéndose dijo: “pos a mí me gusta cuando lo chupan, ¿y a Usted señorita como le gusta?”. Vi que empezaban a caer en mi juego de seducción y para continuar emocionándolos les dije con la voz más sensual que pude: “a mí me gusta mucho pelarlo, chuparlo, morderlo y saborearlo”
Mientras decía eso empecé a pelar el plátano lentamente y después me lo metí en la boca y comencé a chuparlo, como si estuviera haciendo una felación; lo metí y lo saqué varias veces de mi boca, luego con la lengua empecé a lamerlo por todos lados con los ojos entrecerrados.
Me les quedé viendo les pregunté: “¿Qué les parece así?”. Ellos se quedaron viéndome como tontos, boquiabiertos y pude ver cómo a los tres ya se les abultaba el pantalón en la entrepierna.
Siguiendo con mi juego, coloqué el cereal en el plato y luego abrí el cartón de leche, empecé a vaciar la leche en el plato, pero volteé hacia otro lado haciendo como que me distraía y entonces derramé leche sobre mí, en medio de mi busto y esta escurrió por mi cuerpo. De inmediato di un saltito hacia atrás y me hice la sorprendida “¡Ups!”. “¡Oh no, que tonta soy, he derramado la leche, está fría!”, dije, sin soltar el cartón de leche ni el plátano. De inmediato los tres albañiles se apresuraron a “ayudarme”, tratando de limpiarme con lo primero que encontraron a la mano, los tres se aprovecharon para toquetearme los senos, el vientre y las piernas y yo los dejé haciéndome la inocente y dándoles las gracias. Ellos sonrieron y se me quedaron viendo morbosamente, entonces caminé hacia donde había dejado mi plato; dejé la leche, tomé el plato y mi plátano y caminando hacia la escalera les dije: “son Ustedes muy lindos, pero los dejo trabajar o no terminarán y no quiero que los corran por mi culpa”; me fui moviendo las caderas y aún sin voltear supe que los tres se quedaron viéndome como idiotas y con los miembros bien parados. Llevaba una gran sonrisa en mi rostro.
Lo curioso del asunto es que además de haber calentado a los tres albañiles, yo también me calenté; no sé porque, en ese momento no me importaron ni su edad, ni su condición social, al ir caminando hacia mi recámara me imaginé a los tres hombres rudos cogiéndome al mismo tiempo y sentí como mi concha se humedecía.
Al llegar al umbral de mi recámara me di cuenta que no llevaba cuchara para el cereal, entonces s eme ocurrió una idea morbosa: ¿Y si me cachondeaba a alguno de ellos?, o tal vez a dos o quizá hasta los tres. Mi intención solo era calentarlos y que me sirvieran de diversión para después masturbarme o conseguirme un amigo que me diera el placer que necesitaba en esos momentos. Así que me volteé y grité: “¡Oh no, olvidé la cuchara!, disculpen, ¿alguien sería tan amable de traerme una?”. Dicho esto, escuché como buscaban como desesperados en los cajones de la cocina y como empezaban a pelear entre ellos: “¡Yo se la llevo, no yo, no, suelta, yo se la llevo, dame acá!”.
A propósito dejé la puerta de mi recámara abierta. En lo que ellos peleaban yo dejé mi desayuno en el buró y me quité la bata y la tanga, quedando totalmente desnuda; escuché que uno de ellos subía corriendo las escaleras y me volteé hacia mi espejo de cuerpo completo quedando de espaldas a la puerta, asegurándome que el que llegara me vería desde el umbral de la misma.
Así fue, el que subió fue el señor de cabello grisáceo; en el reflejo vi cómo se quedaba parado con la boca abierta, viéndome con ojos de asombro, admirando mi cuerpo firme, mis nalgas y mis curvas, pero me hice la desentendida, yo me movía de lado a lao para admirarme en el espejo y para que él también me admirara; hasta que él carraspeó “ejem”, entonces me volteé haciéndome la sorprendida y cubriéndome los pechos y la entrepierna le dije: “¡ah disculpe, no lo escuché, deje la cuchara ahí por favor!”, señalándole el buró donde estaba el plato. Él se dirigió al buró y entonces yo me dirigí a la puerta; la cerré y me quedé con las manos atrás recargadas sobre ella. El señor volteó y se me quedó viendo sorprendido inmóvil. Caminé con pasos felinos hacia él, ya sin taparme para que pudiera apreciar mi total desnudez. Le dije: “dígame, ¿le gusto?” a lo que él no respondió; levantaba las cejas, movía la cabeza de lado y solo alcanzaba a mascullar “este, puessss…”. Ya con mis pechos prácticamente frente a su cara le quité su gorra y la aventé al piso; noté que era casi calvo; pero no me importó, luego le dije: “¿Acaso no le gustaría tenerme?, ¿no le gustaría que hiciéramos el amor aquí mismo y ahora?”. El señor tragaba saliva nervioso, empezó a sudar y no sabía qué hacer. Yo suponía que en ese momento él se iría corriendo de mi recamara para huir de mí. Pero su reacción me tomó por sorpresa; el señor colocó su mano derecha sobre mi seno izquierdo y su boca en mi seno derecho, comenzando a lamerlo; no perdió tiempo, su mano izquierda se posó de inmediato sobre mi nalga derecha.
En otra circunstancia, yo lo hubiese aventado lejos y le hubiera gritado que era un abusivo y algunas groserías para después reírme de él; pero aun ahora que lo escribo no logro entender porque en ese momento no reaccioné así; al contrario, me dejé llevar por las rudas caricias del albañil; tal vez mi calentura era demasiada, porque no me fijé quien era, solamente lo dejé hacer. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo de arriba abajo y su lengua jugaba con mis pechos, alternando uno y otro; me excité en demasía, no podía creer lo que estaba sintiendo, lo tomé del cabello y empecé a acariciarlo mientras él busca con un dedo mi panocha húmeda.
Nunca pensé que un tipo rudo como él pudiera acariciar de esa forma; cerré los ojos, eché la cabeza hacia atrás y lo dejé seguir; él besaba mi cuello y luego empezó a lamer mis tetas, jugueteando con las areolas de una y de otra; chupaba, mordisqueaba y lamía, mientras una de sus manos subía y bajaba sin parar, mientras la otra estaba ya en mi entrepierna y metía primero uno, luego dos y luego tres dedos en mi vagina ya muy mojada. Mi mente me jugaba una mala pasada, porque me ordenaba detenerlo, me decía: “no lo hagas, es un viejo albañil, detenlo ahora”; pero mi cuerpo me decía lo contrario, me ordenaba continuar gozando de ese placer que el albañil me daba y en ese momento me olvidé de su condición social, de su edad, de su aspecto y demás cosas que pudieran evitar una relación entre nosotros, de repente pensé: “total, es un rato de placer y nada más” y con esa idea, decidí callar la razón de mi mente y hacer caso solo al placer que sentía.
Hasta ese momento yo había permanecido pasiva, con las manos sobre mis muslos, dejándolo hacer lo que quisiera, pero era tanto la excitación, que decidí ser más agresiva; bajé ambas manos y le bajé el cierre de su jeans gastado, metí la mano y encontré su pene, el cual era bastante ancho y ya estaba erecto. Lo saqué de su pantalón y empecé a acariciarlo con una mano, masturbándolo y acariciando también sus testículos, sentí como empezaba a salir un líquido de él. El señor no había perdido el tiempo y mientras tres dedos de una mano entraban y salían de mi vagina mojada, el dedo de la otra empezaba a quererse meter en mi ano apretado, sin lograrlo.
Al estar en constante movimiento, nos fuimos acercando a la cama, hasta que él cayó sentado en ella; entonces yo lo empujé de los hombros hacia atrás, haciéndolo acostarse boca arriba. Él quedó sobre sus codos viendo como yo me empinaba para meter su pene erecto en mi boca y comenzaba a mamárselo sin dejar de ver su cara. Noté que cerró los ojos, frunció el ceño y abrió la boca diciendo: “¡aaaaahhhhh!”.
El falo del albañil era grueso, de tamaño mediano; contrario a lo que pudiera pensarse, tenía un sabor agradable, era evidente que el señor no era sucio a pesar de su trabajo. Lo mamé y lo acaricié con una mano, bajando hasta sus huevos; mientras, con mi otra mano me masturbaba metiendo tres dedos hasta el fondo de mi vagina la cual estaba tan mojada que entraban y salían con facilidad. Así me estuve un buen rato y luego tomé mis tetas y puse su pene en medio de ellas y lo masturbé de esa manera; el señor se agarraba la cabeza, loco de placer y me imagino que sin saber dónde poner sus manos.
Estaba yo tan caliente que no esperé más, me levanté y me monté en el pene del señor albañil, metiéndomelo hasta el fondo; ambos gemimos: “¡Aaaaaaahhhhhh!”, me detuve un instante, nos vimos a los ojos y entonces comencé a moverme, como si lo estuviera cabalgando, haciendo que su miembro entrara y saliera de mi panocha casi completamente. Me incliné sobre él y le dije: “méteme un dedo en el culo”, él no se hizo del rogar y de inmediato metió un dedo hasta el fondo de mi ano, eso me provocó un placer sin igual. Con la otra mano me acariciaba las tetas como podía. No fuimos discretos con nuestro placer, ambos gemíamos: “¡ah sí, sí, así, así ahhhh, ahhh, ahhh!”, pero yo gritaba más fuerte.
Y entonces, después de un buen rato de estar cogiendo de esa manera con el albañil llegó… tuve un orgasmo de los mejores que he sentido en mi vida; descargas de electricidad recorrieron todo mi cuerpo de pies a cabeza; me estremecí sintiendo que me faltaba la respiración. Luego caí desmadejada sobre el albañil que también había tenido su orgasmo dentro de mí.
Al escuchar un ruido volteé por encima de mi hombro y apenas en ese momento me di cuenta de que teníamos público. Parados apenas cruzando la puerta estaban los otros dos albañiles, con la boca abierta, presenciando todo el espectáculo que su compañero y yo les dimos.
Por un momento me quedé tan sorprendida como ellos, pero pronto recuperé la compostura… y las ganas de coger; así que me senté en la cama y sonriendo traviesamente les dije: “¿les gustó lo que vieron?”. Ellos primero se vieron entre sé y luego movieron la cabeza afirmativamente sin decir palabra alguna. “¿Entonces que esperan?” les dije tendiéndome sobre la cama boca arriba con las piernas abiertas, dejándolos ver todo mi sexo a su antojo.
El tipo alto y fornido no esperó más, se acercó a la cama casi corriendo y se fue desvistiendo en el camino hasta quedar totalmente desnudo; pensé que se lanzaría sobre mí a metérmelo de inmediato, pero me sorprendió que lo que hizo fue colocar su boca en mi vagina abierta y meter la lengua hasta el fondo de ella, lo cual me excitó de una manera espectacular; su barba me hacía cosquillas en los muslos, pero de una manera especial, se sentía como si me acariciaran con terciopelo. Puso sus fuertes brazos debajo de mis piernas y me hizo levantarlas, con lo cual mi panocha quedó elevada y la penetración de su lengua fue más profunda.
El chico nos miraba como aturdido, se había acercado a la cama, pero aún seguía vestido. Vi el bulto debajo de su pantalón que parecía que iba a reventar. Entre suspiros le dije: “ven, déjame chupártelo”; el otro albañil le dijo: “anda hijo, aprovecha que viejas de estas no es fácil conseguir”. El chico tímidamente se quitó el pantalón y entonces vi su enorme falo, era muy largo y delgado; le hice señas para que se acercara; él lo hizo y colocó su largo pene frente a mi boca, la cual abrí para meterlo; llegó hasta mi garganta y aun así no cupo todo, pero empecé a mamarlo hasta donde daba mi boca y con la mano lo rodeé para abarcar todo el largo miembro del muchacho. El colocó sus manos en la cintura y empezó a moverse al mismo ritmo que yo le marcaba. El otro señor, con el que ya había cogido, no se quedó solo mirando, se inclinó y empezó a lamerme los senos.
Allí estaba yo, mamándole el miembro a un chico albañil, mientras otro me lamía las tetas y otro se regocijaba lamiéndome la panocha y el clítoris. De solo pensar que en ese momento me hubieran visto mi Mamá o mi Papá o cualquiera de mis amigos, no me la acabaría, con los primeros con sus regaños y castigos y con los segundos con sus burlas de mí.
Pero en ese momento no me acordaba de nada ni de nadie, solo sentía un inmenso placer con las dos lenguas de los albañiles y con el miembro del muchacho en mi boca. La lengua del barbón era tan hábil que de repente me provocó otro orgasmo; me hizo retorcerme de placer sin dejar de chupar el miembro del chico, al contrario, lo mamé con mayor ímpetu.
Después de un buen rato haciendo lo mismo, el tipo de la barba se acomodó para meterme su miembro en la panocha, con sus fuertes brazos me levantó las piernas hasta colocarlas sobre sus hombros, me sujetó de las nalgas y me metió su pene con fuerza hasta el fondo, haciéndome aullar de placer. Él comenzó un movimiento de mete-saca que yo seguí moviéndome al mismo ritmo, sin dejar de mamar el pene del muchacho y de su Papá, que hábilmente se había colocado del otro lado de mi cara con su pene flácido que ya comenzaba a levantarse de nuevo; los turnaba, un rato en mi boca uno y con la mano el otro y viceversa.
Los empujones del barbón me hacían sentir como que me iba a partir en dos, pero al mismo tiempo me provocaban un placer inmenso y más cuando él bajó una mano y comenzó a meter y sacar un dedo de mi ano, haciéndome sentir un placer indescriptible.
Un buen rato estuvimos haciéndolo en esa posición, hasta que el barbudo sacó su pene y soltó mis piernas, luego se tendió en la cama boca arriba, atravesado con las piernas dobladas en la orilla y con su pene erecto apuntando al techo me dijo: “súbete”. Entendí lo que quería, dejé de mamar a los otros dos y me monté en el miembro parado del tipo, recargando mis manos en su pecho, como había hecho con el primer albañil y comencé a saltar sobre su pene y a moverme hacia adelante y hacia atrás para que mi clítoris también rozara con su abdomen. Él me tomó de la cadera y me marcó el ritmo del movimiento.
El chico y su Papá se habían quedado viendo solamente, masturbándose, entonces me incliné hacia adelante, pegando mis tetas al cuerpo el barbón y señalándole mi culo al muchacho le guiñé un ojo y le dije: “ven, mételo aquí”. El chico se quedó como estupefacto, no se movió de su lugar; yo seguía moviéndome haciendo gozar al barbón, entre suspiros le pregunté al chico: “¿no quieres?” a lo que su Papá dijo: “¡Anda muchacho, aprovecha, que de esto no hay todos los días; si no vas tu, voy yo!”; el chico se acercó despacio y tímidamente se colocó detrás de mí; el ver su timidez, tomé con una mano su pene y me lo coloqué en la entrada de mi ano y le dije: “mételo”; entonces él reaccionó y empezó a meter despacio su miembro en mi culo abierto por los dedos de su Papá y del barbón, que después supe que era su tío.
El chico terminó de meter su miembro hasta el fondo de mi culo, lo cual me causó una gran sensación de placer, me moví para satisfacer a los dos albañiles que me cogían en ese momento. Hacía mucho calor y los tres sudábamos, mi sudor escurría por mi piel, dejando unas gotitas como perlas en mi cuerpo; el chico se había agarrado de mi cadera y el barbón acariciaba mis senos con ambas manos; el placer era indescriptible, el sentir dos miembros dentro de mí me hacía sentir en las nubes; era tanto mi placer que empecé a gemir y a pedirles que me la metieran toda: “¡Así, así, más, métemela más, métemela toda hasta el fondo, párteme papacito, destrózame, todo, todo, así, así, ah, ah, aaaahhhh!”.
Fue tanto el placer que sentí que unos minutos después, la cogida y las caricias de ambos me hicieron tener otro fenomenal orgasmo que me hizo estremecer todo el cuerpo. Sentí como vibraba todo mi ser desde la cabeza hasta los pies y empecé a apretar más la vagina y el ano.
Creo que ellos lo sintieron también porque ambos me apretaron con sus manos con más fuerza y sus penes entraron en lo más profundo de mí. El barbón me dijo: “¡ah que rico muerdes mamacita!” refiriéndose a los apretones que mi vagina le daba a su miembro; de igual manera mi ano apretaba y soltaba el pene del muchacho y lo escuchaba como solo gemía: “¡Ah, ah, ah!”.
Seguí moviéndome, brincando en el pene del barbón y moviéndome hacia adelante y hacia atrás para satisfacer a los dos albañiles que me cogían; su fuerza, su forma de agarrarme sin delicadeza, su olor a sudor y sus movimientos toscos y sus caras de disfrutar el sexo sin tapujos me hacían gozar de la cogida y querer complacerlos sin ningún recato.
El barbudo no tardó mucho en venirse; me agarró con fuerza de los muslos y abriendo tremendamente los ojos y la boca gritó: “¡AAAAAHHHHH, ME VENGOOOOO, ME VENGOOOO, YAAAAAA, AAAAAHHHHH!” y sin más ni más soltó grandes chorros de semen dentro de mí; sentí como si su pene fuera un volcán, que soltaba chorros y chorros de su leche.
Nos movimos para que el barbón se levantara y entonces me coloqué boca arriba en la cama, para que el chico pudiera cogerme por la vagina y eso hizo, se subió a la cama y sin miramientos metió su largo pene hasta el fondo de mi panocha mojada; empezamos a movernos con fuerza y entonces el Papá se subió también a la cama, colocándose junto a mi cara y poniendo su pene en mi boca, de inmediato la abrí y comencé a mamárselo, tomándolo con una mano, mientras mi otra mano bajó hasta el clítoris para masajeármelo mientras el chico me seguía cogiendo.
El muchacho levantó mis piernas sobre sus hombros y alcanzó mayor profundidad en mi vagina, su pene era tan largo que me llegaba al fondo y me causaba un poco de dolor, pero sin lastimarme, seguía gozando.
En eso sonó mi celular; me saqué de la boca el pene del señor, tomé el teléfono de mi buró y vi que era mi Papá el que llamaba, contesté sin dejar de coger con el chico y masturbando con una mano al señor.
- Bueno hija, dijo mi papá
- Si bueno, contesté, tratando de evitar los suspiros por el placer que sentía
- Oye, ¿aún estás en la casa?
- Sí, sí, ¿por qué?
- Ah, oye, te pido por favor que les eches un ojito a los albañiles que están trabajando en la cocina, no sea que están de flojos
- Ah, ah, ah sí Papá, no te pre-o-cu-pes, yo, yo… los veo para que… ay, para que no dejen de, de, de… trabajar
- Sí, te lo encargo por favor; ¿qué te pasa, estás bien?
- Sí, sí, es-toy bien, es que como que, que quiero, quiero, estornudar…
- Bueno, ya te dejo porque tengo mucho trabajo, nos vemos en la tarde princesa, pórtate bien.
- Sí, sí, sí, papá, no te… pero-cu-pes, nos vemos, adiós.
Colgué el celular, lo aventé lejos y solté un tremendo grito de placer que no podía aguantar más porque en ese momento me llegó otro orgasmo que me recorrió de nuevo todo el cuerpo, estremeciéndome de placer.
¡¡¡AAAAAAAAAAHHHHHHH SSSSSIIIIIIII!!! Grité de placer, viniéndome con todo.
El señor también se vino en ese momento, soltando grandes chorros de leche en mi cara, mi pelo, mis pechos y mi vientre; escurriendo también por la mano con la cual lo había masturbado. El muchacho siguió moviéndose adentro y afuera de mí mientras me venía cuando terminé él sacó su miembro y me dijo: “ponte en cuatro”; ya del muchachito tímido no quedaba nada, el sexo lo había convertido en hombre; lo obedecí y quedé en la posición “de perrito”; entonces él me metió su pene desde atrás en la vagina.
Así estuvimos un buen rato, de repente, el chico sacó su pene de mi vagina y me lo metió por el ano, lo cual me gustó muchísimo, creo que más que por la vagina; en esa posición empezó a meter y sacar su pene hasta el fondo de mi culo mientras el barbón se subía a la cama y me ponía sus pene flácido frente a la boca; lo tomé con una mano y lo masturbé un poco, luego, aunque aún no alcanzaba una erección total, lo metí en mi boca y empecé a mamarlo, mientras el barbudo puso sus manos en mi cabeza, marcando el ritmo de la chupada.
El chico empezó a alternar su pene, lo metía un rato en el ano, luego lo sacaba y lo metía a la vagina, lo metía y sacaba un buen rato de ahí y luego lo volvía a meter al culo.
Mientras, el barbón ya tenía el pene bien parado y lo metía hasta el fondo de mi garganta; yo lo chupaba como si fuera un dulce y así estuve un buen rato hasta que él se vino, pero no sacó su pene, por lo que me tragué mucho de su semen y otra parte escurrió por las comisuras de mi boca.
Los dos albañiles, al ver que el chico seguía y seguía cogiéndome sin parar, empezaron a vestirse y le dijeron: “Vamos a trabajar allá abajo, cuando acabes nos alcanzas”. Él no les hizo mucho caso, solo levantó una mano en gesto de aprobación.
Luego él me volteó boca arriba y de nuevo me penetró por la vagina, mientras su boca empezó a lamer mis senos erectos, alternándolos.
A lo lejos se escuchaba que los otros dos albañiles ya trabajaban mientras el muchacho y yo seguíamos cogiendo delicioso; él entraba y salía de mí mientras yo le agarraba las nalgas y me seguía chupando las tetas. Ambos nos movíamos con un ritmo salvaje, con fuerza metía y sacaba su miembro de mi vagina acostumbrada a sus embates. Era increíble como este chico humilde me daba más placer que mi novio o alguno de mis amigos con derechos; lo hacía mejor que ellos, tanto así que después de un rato de estármelo metiendo me provocó otro orgasmo; me agarré de la cabecera de mi cama y me agité gritando de placer: “¡¡¡¡AAAAAAHHHH SSSSSIIIIIII PAPÁAAAAAA, QUE RICOOOOOO!!!!”
Él seguía con su mete-saca sin parar, yo le pregunté si no se había cansado y me dijo que no, entonces le dije: “¿quieres que te monte?” y él dijo que sí; así que sacó su pene que ya escurría y lo hice acostarse en la cama; al ver su pene erecto se me antojó chuparlo un poco, así que me incliné sobre él y empecé a mamarlo, lo lamí por todos lados, incluyendo sus huevos; lo metí en mi boca, me llegó hasta la garganta y aun así no entraba todo. Él había colocado sus manos atrás de su cabeza y se dedicaba a ver y a gozar la mamada que yo le daba.
Me dediqué a mamarlo un buen rato, suponiendo que con eso él terminaría en mi boca, pero el chico seguís firme y con los ojos cerrados se dedicaba a gozarlo. Entonces dejé d chuparlo, me encaramé abriendo las piernas y me clavé en su largo pene que parecía tronco de lo duro que estaba.
Empecé a brincar sobre él, montándolo como hice con su tío, el chico me tomó de las caderas y me ayudó a subir y bajar; no decía nada, solo me veía y daba unos ligeros gemidos: “¡ah, ah!”; después de un buen rato del me dijo: “clávatela en el culo”; me sorprendió, pues aún se me hacía un chico tímido; sonriendo, me volteé para que ´le pudiera apreciar mejor mis nalgas y la penetración entre ellas; despacio comencé a clavarme su gran pene en mi apretado ano; como ya se había cerrado, me dolió un poco, pero me fui acostumbrando y unos segundo después ya estaba totalmente empalada por el chico.
Empecé a brincar de nuevo, yo me separaba las algas con las manos, dándole mucha satisfacción a él, que ahora decía: “¡UUUUHHHH, AAAHHHH, OOOOHHH, SSSSSSSS!” Colocó sus manos en mis nalgas para apoyarme y controlar la velocidad con la que me metía casi todo su miembro. Me Llegaba hasta el fondo, haciéndome sentir como que me iba a partir en dos.
Todavía duramos unos veinte minutos cogiendo en esa posición; empezaba a dolerme el ano cuando él se vino con una tremenda descarga de leche dentro de mis entrañas. Lo escuché gritar: “¡AAAAAAHHHHHH, AAAAAAAHHHHH, QUE RICOOOOOO, AAAAAHHHH!”. La explosión fue fenomenal, parecía que le salían litros y litros de semen que escurría por todo mi culo.
Me dejé caer sobre la cama y ahí quedamos ambos, sudorosos, agotados y extasiados; de repente el chico se paró, recogió su ropa, se vistió y salió de la recámara sin decir nada, como apenado por lo que acababa de hacer.
Dormité un rato, pero ya tenía mucha hambre, vi que ya eran las 12:43 p.m. entonces me levanté por mi cereal, me lo comí sentada en la cama, recargada sobre la cabecera. Vi el desastre que había en mi cuarto, pero no me importó, había gozado como loca con los tres albañiles.
Un rato después recogí mi cuarto, me bañé y me arreglé. Tardé como dos horas. Quien me hubiera visto o hubiera visto mi recámara en ese momento no se hubiera imaginado lo que había ocurrido ahí.
Quedé despampanante, con un pantalón muy apretado que dejaba apreciar mis redondas nalgas y mis largas piernas torneadas, una playerita blanca también muy pegada y con escote.
Tomé mi bolsa y bajé las escaleras; los albañiles comían unos tacos con su refresco; pasé cerca de ellos, les sonreí y me despedí con voz cantora: “adiós”. Los dos mayores levantaron la mano sonrientes, aun masticando su comida; el muchacho apenas volteó a verme y bajó la vista apenado.
Al salir a la calle me fui caminando contoneándome mientras pensaba: “apenas es martes, tengo dos semanas de vacaciones y los albañiles estarán cuando menos una…”.
Pensando en eso me fui con mis amigas a divertirme. Ya vería que pasaba después.