Albáñil

Un trabajo de albañileria en casa puede resultar de lo mas... interesante.

Hace unos meses busqué un contratista para realizar unas obras en mi casa. Vivo en un chalet y dado que mi pasión son los coches, decidí ampliar el garaje. El primer día que llegaron los albañiles estuve revisándolos una a uno. Todos ellos eran en general para aburrirse, por lo que pronto tuve que olvidar la fantasía de ver a diario a algún chicharrón buenorro trabajando en mi casa. La siguiente jornada, la cosa cambió. Apareció un nuevo peón. Un muchachito de no más de 17 años, con estrecha espalda y cinturita apretada. A través de su pantalón de chándal se podía adivinar un culito pequeño y redondito, que daba ganas de estrujar. Llevaba un peinado curioso, rapado por los lados y con una especie de cresta. Parecía un indio cherokee. Su pelo no era muy rubio, a pesar de que tenía los ojos azules. Su cara de adolescente imberbe, mostraba el color y los rasgos de aquellos que trabajan diariamente en la calle, soportando el frío y el calor intensos. También las manos, aunque pequeñas en consonancia con el resto del cuerpo, aparecían rudas y fuertes. No obstante, no pude ver mucho más, dada las bajas temperaturas de aquellos días. Yo le miraba disimuladamente, ya que aproveché mis vacaciones en el trabajo para vigilar la obra. El tercer día de trabajos, observé que llegaba en un viejo aunque bien conservado ciclomotor. Yo, que conocía su mecánica al dedillo pues tenía una igual hace años, crucé algún comentario acerca de su buen estado. Dani, que así se llama, se alegró visiblemente de poder intercambiar opiniones sobre viejas máquinas, ya que le interesaba mucho el tema. Esas conversaciones me permitían pasar largos ratos charlando con el mientras trabajaba. Nadie se quejaba de que perdiese un poco el tiempo, primero porque yo procuraba no importunar en exceso y segundo porque, como más tarde me enteré, el contratista era su "suegro". Como es habitual en el sur de la península, el tiempo frío duró poco, dando paso a un calor importante cuando se estaba a pleno sol. Esto propició que Dani no tardase en desprenderse de parte de su ropa al trabajar, dejando desnuda la parte superior de su cuerpo. Tal y como supuse, era de piel más bien blanca, aunque se notaba sobre todo en los costados, por debajo de las axilas, ya que el resto lucía el típico "moreno de albañil". Su abdomen era plano, no especialmente marcado, al contrario que su pecho, que era coronado por unos pezoncitos pequeños e infantiles. Yo me deleitaba con su observación y con la charla, que continuábamos a diario animosamente. A veces me pedía fuego, sujetando mi mano entre las suyas para que no se apagase el mechero, cosa que me calentaba sobremanera. Finalmente acabó la obra con un resultado ciertamente satisfactorio.

Meses mas tarde, se produjo un pequeño desastre en mi cuarto de baño. Como quedé muy satisfecho por el trabajo anterior, volví a llamar al mismo contratista, pues la albañilería no es mi fuerte, precisamente. El se alegró mucho por mi confianza y me confirmó que mandaría a alguien el domingo, ya que tenía bastante trabajo entre semana. Llegó el día, y cual fue mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme con Dani. Me estrechó efusivamente la mano, diciendo que le alegraba mucho verme. Pasó al garaje para que le mostrase mi última adquisición: un fabuloso Ford Capri V6 del 83, que le encantó. Seguidamente entramos al baño para evaluar la avería. Me dijo que tenía fácil arreglo y fue a buscar los materiales necesarios al almacén de su suegro. Cuando volvió, charlamos animadamente sobre el coche. El permanecía arrodillado en el suelo mientras trabajaba y yo fingía gran interés por su progreso, pero en realidad me deleitaba con la visión de su tierno culito totalmente en pompa. En un descuido, un pequeño tubo en mal estado se partió, despidiendo un incontrolable chorro de agua. Yo corrí a cerrar la llave de paso, pero cuando volví al baño, descubrí que era demasiado tarde, ya que Dani estaba totalmente empapado. El estaba muy preocupado, pero yo no pude contenerme y solté una sonora carcajada al verlo así. Cuando comprobó que no me había enfadado por el incidente, también se echó a reír, pidiéndome una fregona para recoger el agua. Una vez seco el suelo, le indiqué que pasase al patio trasero y se pusiera al sol, pero me dijo que quería terminar pronto y que mejor se quitaba la ropa mojada. Ante mí y sin pudor alguno se sacó toda la ropa, colgándola en una percha y quedando solo con unos minúsculos calzoncillos blancos que, al estar igualmente mojados, permanecían irremediablemente pegados al cuerpo transparentando todo, exceptuando por delante, a causa de esa especie de forro interior que llevan en esa parte. De esa guisa, volvió a arrodillarse en el suelo, a lo que yo miraba extasiado. Su culo quedaba perfectamente dibujado a través de la escasa tela mojada que lo cubría. Cuando hacía algún esfuerzo para apretar o aflojar una tuerca, lo tensaba por lo que se le metía el calzoncillo por la raja, dejándome ver esos excitantes hoyuelos que se forman en los glúteos bien formados. El por su parte, seguía la conversación como si nada.

De pronto, oímos un ruido que nos hizo girar al unísono. La percha donde había colgado su ropa se había caído, arrancando incluso los tacos de la pared por el peso de la ropa empapada. Nuevamente, nos echamos a reír, bromeando con que si permanecía mucho tiempo arreglando cosas, me desarmaría toda la casa. Me dijo que no me preocupase, que tan pronto terminase con lo que hacía, colocaría también la percha. Continuó su trabajo unos minutos más entre bromas y ocurrencias de ambos, hasta que me dijo que debía esperar un rato a que la masilla para sellar secase un poco para poder terminar. Le ofrecí tomar una cerveza mientras tanto, a lo que accedió gustosamente. Mientras yo preparaba la bebida, el paseaba por la casa con tan solo los calzoncillos como ropa. Yo estaba súper excitado y tenía que controlarme para no abalanzarme como una perra en celo sobre él. Nos sentamos en el patio uno frente al otro. El se dejaba caer despreocupadamente en la silla con las piernas abiertas. El espectáculo era para morirse. Sus firmes muslos. Los trabajados brazos y un paquete nada despreciable entre sus piernas... Supongo que no debía estar muy acostumbrado a beber, porque estaba algo mareado.

Al cabo de un rato dijo que debía continuar, pero que colocaría la percha primero.

Una vez en el baño procedió a atornillarla, pero como no podía sujetarla al mismo tiempo me pidió que lo hiciese yo.

Y ahí estaba, sujetando la percha por encima de su cabeza, con nuestros cuerpos totalmente pegados. Cada nuevo esfuerzo con el destornillador, empujaba lentamente hacia atrás, haciendo que mi erecta polla, atrapada dolorosamente hacia abajo a causa de mi ropa interior, se posase a todo lo largo de su raja. Yo creí que me correría, pero en ese momento acabó, dio la vuelta sobre si mismo y con su rostro prácticamente pegado al mío me dijo: "Ya está. ¿Seguimos con lo otro?". Mientras esto sucedía, su polla, que formaba una auténtica tienda de campaña en los calzoncillos, rozaba levemente la mía.

Me aparté turbado y empecé a atar cabos. Era demasiado descaro. No podía ser casualidad. Me estaba pidiendo guerra y se la iba a dar. Y tanto que la pedía. Se giró mirándome sensualmente y comenzó a trastear bajo los grifos del bidet, pero ahora no se puso de rodillas, sino que solo dobló la cintura, quedando su culo directamente hacia mí, dispuesto a recibir una estocada.

Me dijo: "Ven mira. Aquí estaba el problema". Me coloqué detrás de él, apoyando ya sin reparo alguno mi miembro en su culo y echándome sobre su espalda para mirar lo que me señalaba con la cara pegada a su oreja. Apoyé mis manos en su cintura y él seguía como si nada. Estaba tan claro, que las deslicé hasta sus calzoncillos, tirándolos hacia abajo mientras disfrutaba de la suavidad de la piel en sus caderas. Me costó un poco, ya que al elástico superior no le fue fácil sortear su durísima polla. El continuaba trasteando los tubos y me explicaba el proceso que seguía con una voz cada vez más tenue, entrecortada por leves jadeos. Llevé mi mano hasta mi short y lo dejé caer. Mi polla saltó como un resorte, quedando atrapada en la parte baja de su culo. Con la mano derecha la tomé y enfilé directo a su agujero. El dejó de trastear para asirse fuertemente con ambas manos al bidet. Comencé a empujar despacito, consciente a pesar de mi calentura de que no estaba lubricado. Con mi mano movía mi polla en la entrada de su ano a fin de que mis jugos facilitaran la maniobra. Llevé mi mano a la altura de mi boca y escupí en ella. Volví a mi polla y la ensalivé un poco. Ahora si que no había vuelta atrás. Despacio, pero sin pausa, empecé a empujar con la cintura. De la boca de Dani solo salía un "ahhh" suave y continuo. Conseguí introducir la cabeza y paré. Mi respiración era rápida y ambos transpirábamos abundantemente. Continué empujando nuevamente despacio, pero sin parar. Dani seguía emitiendo el mismo sonido, aumentando el volumen conforme mi polla se iba abriendo paso por entre sus entrañas. Cuando casi había llegado al fondo, empecé a meter y sacar, al principio suavemente, pero aumentando la velocidad paulatinamente, hasta que el ritmo de mis embestidas se convirtió en feroz, haciendo que incluso Dani se pegase algún coscorrón contra la pared. Su dilatación aumentaba por momentos, y ya no me costaba casi moverme dentro de él. Sacaba mi polla del todo, para después, de un solo tirón, metérsela hasta los huevos. De pronto Dani comenzó a contraer su esfínter, preludio de una espectacular corrida que alcanzó hasta la pared. Esa presión pudo conmigo, por lo que eyaculé tal cantidad de leche que me sorprendió. Aun con mi polla dentro, comenzó a incorporarse. Echó su cabeza hacia atrás apoyándola en mi hombro. Buscamos nuestras bocas y nos besamos lascivamente. Mientras tanto, yo acariciaba su cuerpo, el torso que tantas fantasías me había inspirado, su empequeñecido pene, sus huevos, sus muslos... Sin sacar el huésped que tenía alojado en su culo, volvió a inclinarse, pero esta vez colocó una pierna sobre el bidet y así, agarrándole por la cintura, comencé a moverme de nuevo suave y acompasadamente, besando y mordiendo su nuca y orejas, tocando todo aquello que estaba al alcance de mi mano. El ya no esperaba mis movimientos, sino que dibujaba círculos con su cadera y se echaba hacia atrás para encularse a si mismo, hasta que el masaje que se daba a si mismo en la próstata con mi polla le hizo correrse de nuevo.

Tan pronto ocurrió, mis piernas empezaron a fallar, lo que me hizo sentarme en la tapadera del water, siempre con su cuerpo pegado al mío pues le abrazaba firmemente por la cintura. Y ya sin poder aguantarme mas, me corrí nuevamente en su interior.

Continuamos unos minutos mas así sentados, besándonos suavemente. Al poco rato me dijo:

-¿No decías que no sabias nada de albañilería?

-Y no se –respondí extrañado por la pregunta.

-Mentiroso-contestó sonriendo y con voz melosa, con sus labios prácticamente pegados a los míos-Se te da mejor que bien abrir y taponar agujeros.

Reímos la ocurrencia y permanecimos un rato más así. Luego nos duchamos y terminó el trabajo que había venido a hacer. Aunque realmente dudo de cual era el trabajo que venía a hacer. El sigue con su novia y trabajando para su suegro. A pesar de lo mucho que disfruté, nunca he ido a buscarle para satisfacer mis calenturas. No ha hecho falta. De vez en cuando aparece por casa para usar mi "herramienta".