Alba y yo: Fin de semana en la ciudad 1

Primer relato de una larga serie que iré publicando poco a poco. Muy variado y, por lo tanto, difícil de clasificar.

Era un viernes de finales de verano bastante caluroso pero agradable, con un cielo del mismo azul brillante e intenso que el mar, que murmuraba suavemente. Mientras caminaba distraídamente hacia su casa escuchaba los sonidos de las gaviotas, omnipresentes en el pueblo, aunque por una vez no me resultaban molestos: sabía que iba a ser un gran fin de semana y estaba contento. Iba con tiempo de sobra, y más conociendo la puntualidad de Alba, así que paré un momento en un supermercado y compré una botella de un zumo que a ella le gusta mucho, sabiendo que más tarde me lo agradecería cuando llevásemos un rato en el coche bajo aquel sol.

Llegué por fin a su portal un poco después de la hora acordada y le envié un whatsapp:

  • Ya estoy aquí, bajas? No olvides lo que te pedí que cogieses ;)

  • Voooy, dame cinco minutos! - Siempre le ha gustado hacerse esperar, algo que al principio me molestaba pero que con el tiempo fui aceptando.

  • Ábreme y te espero dentro del portal, que hace bastante calor aquí fuera.

Medio minuto después estaba sentado en las escaleras de su edificio, esperando un tanto impaciente al sonido de la puerta de su casa abriéndose unos pisos más arriba. Cuando lo oí, me puse en pie y esperé a que ella apareciese en el rellano con una sonrisa en los ojos y un beso en los labios, momento que aproveché para darle un pequeño azote en su culo perfecto, cubierto solo por un fino vestido veraniego de rayas azules y blancas que llegaba a la mitad de sus esculturales muslos.

  • ¡Oye! - Hizo como si protestase, aunque en realidad a ella le gustase aquel azote de bienvenida incluso más que a mí.

  • Hola, Alba, eso es por hacerme esperar.

  • Tonto... - Me dio otro beso, juguetona. - Vamos, anda, que se nos hace tarde.

  • Me pregunto por qué será... - Dije, mirándola divertido.

  • Jajaja calla, idiota, y vamos. El coche está por aquí.

Poco rato después estábamos de camino a la ciudad. Fuimos bordeando el mar, sin prisa y disfrutando del paisaje del que ambos estaríamos tan lejos en un par de semanas. Ella iba cotorreando mientras conducía, haciendo planes para los próximos días y contándome las últimas noticias de su mejor amiga, quien al parecer había insistido bastante en conocer todos los detalles de nuestro fin de semana cuando estuviésemos de vuelta, dejando incluso caer que no le importaría que le enviásemos alguna foto y no precisamente del apartamento en el que nos íbamos a alojar. Yo me reí y le dije a mi novia que su amiga era una guarra, aunque en el fondo a los dos nos gusta su atención y más de una vez nos hemos planteado invitarla a alguna de nuestras escapadas.

  • ¿Crees que estará bien sin nosotros cuando nos vayamos? Tengo mis dudas de que sepa cuidarse sola... - Traté de sonar despreocupado, aunque mis dudas eran serias. Rosa es su amiga desde que ambas eran pequeñas, pero también se ha convertido en una persona muy cercana a mí en los años que Alba y yo llevamos juntos y a menudo conspiramos para prepararle diferentes sorpresas a la chica a la que los dos queremos tanto.

  • Bueno, yo creo que a ti esa guarra te va a echar de menos más de lo que debería... - Contestó ella con una sugerente mirada.

  • No seas idiota, los dos sabemos que se muere por hincarle el diente a tu culo. - Los dos nos reímos y seguimos bromeando durante un rato.

Entramos en la ciudad poco después del mediodía y comimos en un agradable restaurante al que solíamos ir en aquel entonces. El menú era perfecto para un día tan caluroso: salpicón de marisco como primer plato y carne de buey o canelones de segundo. Después de pagar cogimos de nuevo el coche y nos dirigimos por fin al apartamento en el que pasaríamos el fin de semana. Llegamos a nuestro destino en unos veinte minutos y tardamos casi lo mismo en encontrar aparcamiento, pues se encontraba en una zona muy transitada y, por culpa de una mala planificación urbanística, carecía casi de lugares en los que dejar el coche. El sonido de nuestras voces fue sustituido entonces por el rugido que hacían las maletas al rodar sobre la acera: caminábamos callados y expectantes, esperando que el apartamento hiciese justicia a las fotos que habíamos visto en internet. Nos costó un poco encontrar el portal, pero finalmente entramos en el edificio y nos metimos en un curioso ascensor que nos llamó la atención por ser espejos tres de sus cuatro paredes y el techo. Alba me miró por el rabillo del ojo con una mirada cargada de emoción.

  • Va a ser un fin de semana genial.

  • No lo dudes, pequeña.

  • Bueno, llegó el momento de la verdad... ¿Qué hice con las llaves?

  • Las tengo yo. - Me reí. - Vamos, es esta puerta.

Lo primero que vimos al entrar fue un espacioso salón con uno de esos sofás que hacen esquina, una mesita de centro y un mueble con un enorme televisor justo enfrente. La pared que teníamos delante era un enorme ventanal corredizo que daba a una pequeña terraza con espectaculares vistas al mar. El dormitorio era algo más pequeño pero de buen tamaño, con una cama inmensa, un armario empotrado que ocupaba una pared entera y otro ventanal con vistas similares al de la sala de estar. La cocina y el baño eran más pequeños y modestos y carecían de aquellas vistas, pues daban a un patio interior, pero tampoco nos defraudaron. Todo el apartamento se correspondía con lo que esperábamos encontrarnos y Alba correteaba feliz de un lado a otro.

  • ¡Me encanta este sitio! ¡Nos lo vamos a pasar genial aquí!

  • Por supuesto, ven aquí. - La abracé y le metí la lengua hasta la garganta, notando como ella se pegaba más a mí. - Ya sabes lo que tienes que hacer...

Me dio otro beso y corrió a la habitación con una sonrisa. Mientras tanto yo me tiré en el inmenso sofá y apagué la conexión de internet del teléfono, pues no quería que nadie del trabajo o algún familiar me molestase durante los siguientes días y ya los había avisado de que desaparecería de la red mientras estuviese de fin de semana con mi chica. Observé aquel espacioso salón y luego miré hacia el mar a través de la ventana. La verdad es que el apartamento era increíble y había sido bastante barato. Mientras yo pensaba distraídamente, Alba volvió a la sala y de mi cabeza desapareció todo lo demás. Estaba impresionante: llevaba su pelo rojizo recogido en una larga trenza que caía por encima de su hombro izquierdo, se había quitado las lentillas para ponerse sus gafas de pasta negra y se había quitado toda la ropa que llevaba para ponerse un sujetador de encaje negro que contrastaba con el blanco de su piel y unos ligueros, también negros, que de alguna forma inexplicable convertían sus ya increíbles piernas en un imán irresistible para mis ojos. No llevaba ninguna otra prenda puesta.

  • ¿Es así como quiere tenerme mi chico todo el fin de semana? - Preguntó, arrodillándose ante mí y mirándome fijamente con sus intensos ojos verdes.

  • Estás increíble, sí. Así es como te quiero ver hasta que volvamos. - Me levanté y ella me imitó. Puse mis manos en su culo, lo apreté y la fui haciendo retroceder poco a poco, hasta que su espalda entró en contacto con la pared.

  • Soy tuya... - Su voz era casi un suspiro.

  • Eres mía, Alba.

Azoté su culo con fuerza, le di la vuelta y agarré sus pechos, firmes, redondos y no demasiado grandes: perfectos. Besé el lóbulo de su oreja y mis manos fueron bajando por su cuerpo hasta llegar a su coño desnudo. Estaba empapada, tal y como me esperaba.

Es el momento de que nos conozcáis un poco más. Alba es una chica normal y corriente, cualquiera que la conozca os diría que es simpática y muy agradable, tiene un buen trabajo de profesora de español en la universidad pese a tener solo 25 años y sus aficiones son completamente normales; yo también soy completamente normal, me gano la vida como editor de una conocida revista de informática y videojuegos, además de estar actualmente escribiendo la segunda parte de un exitoso libro que probablemente muchos de vosotros habréis leído (razón por la que mi nombre no aparecerá nunca en mis relatos). Con esto quiero decir que no somos unos degenerados ni nada parecido, como algunos podríais pensar, sino que simplemente somos una pareja a la que le gusta disfrutar de su vida íntima de la forma más intensa posible, pese a que nuestra sociedad trate de demonizar a todo aquel que no siga las pautas preestablecidas por la convención social. Saltarse las reglas de lo “normal” es increíblemente divertido y excitante y Alba y yo nunca tuvimos ningún reparo en hacerlo. Pese a que lo que leeréis en este y en futuros relatos puede parecer demasiado fuerte, me gustaría que supieseis que nuestra relación se basa en el consenso y que jamás hacemos nada que no hayamos hablado previamente para asegurarnos de que a los dos nos complace. Mi respeto por Alba es tan profundo como el que ella siente por mí. Dicho esto, os pido disculpas por la interrupción, podemos volver al asunto que nos ocupaba hace un momento.

Tras comprobar que mi novia estaba increíblemente excitada, le ordené ponerse a cuatro patas y seguirme hasta el sofá, sobre el que la puse de rodillas de cara al respaldo y a la pared con el culo en pompa. Yo me arrodillé en el suelo y empecé a comerle el coño con ganas, repasando con mi lengua cada pliegue de su piel y apretando sus nalgas con mis manos. Alba gemía suavemente y tras unos minutos apretando su cuerpo contra mi cara, se corrió. Me levanté y la miré fijamente mientras ella se recuperaba del orgasmo.

  • Lo... Lo siento... No pude contenerme. - Dijo entre jadeos.

  • Después de tantos años, creía que habías aprendido a pedir permiso, perrita.

  • Sí, sí, lo siento, es que estoy muy excitada... Lo siento... Azótame, por favor, he sido una niña mala.

No la hice esperar, mi mano volaba hacia su culo incluso antes de que ella acabase la frase. El estallido resonó por toda la casa y ella emitió un gritito. La azoté durante unos minutos, alternando sus nalgas hasta que tuvo el culo tan rojo como su trenza y el coño rezumando aún más fluidos. La giré y le indiqué que me la chupase, a lo que ella obedeció sin dilación desnudándome y engullendo mi miembro con sus ojos de fuego verde fijos en los míos. Le agarré la cabeza y comencé a follarme su boca con cuidado de no hacerle daño pero con fuerza, mientras ella llevaba sus manos a mi culo y empujaba como intentando que la penetrase más profundamente. Tras unos minutos así, se la saqué y la puse de nuevo de rodillas en el sofá. Yo también volví a arrodillarme detrás de ella, pero esta vez llevé mi lengua a su ano y se lo dilaté lentamente durante varios largos minutos. Cuando sus suspiros comenzaron a convertirse en gemidos, dirigí mi polla hacia su agujero y la empalé lentamente.

  • Joder, métemela entera de una vez...

  • Eres una viciosa.

  • Y toda tuya. ¡Fóllame! - Le respondí con un fuerte azote e hice lo que me decía.

Siempre me ha fascinado su culo, es la parte de ella que más me gusta (y eso que considero que el cuerpo de Alba es perfecto en todos los sentidos). Mientras la penetraba, con calma pero sin pausa, recordé la primera vez que habíamos practicado sexo anal, varios años atrás... Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

Ella se llevó una mano al coño y yo aumenté el ritmo poco a poco. Nuestros gemidos se entremezclaban en una melodía salvaje, éramos como dos bestias celebrando el regalo de la vida, agradeciendo a la naturaleza haber hecho posible que millones de años de creación nos condujesen a ese preciso momento. Cuando ella notó que mis embestidas llegaban al máximo de fuerza y velocidad, llevó la mano que hasta ese momento se encontraba en su coño a mis huevos y me los acarició hasta que me corrí dentro de su culo, llenándola de leche mientras me aferraba a sus nalgas. Cuando Alba sintió que me vaciaba en su interior no pudo evitar volver a correrse, gimiendo con toda la potencia de sus pulmones.

Tras pasar un rato acostados en el sofá, abrazados y besándonos, la desnudé por completo y la llevé en brazos al baño. Abrí el grifo y regulé la temperatura del agua hasta que estuvo bien caliente, como nos gusta a ambos. Enganché el teléfono de la ducha en el colgador y nos pusimos debajo, abrazados. Puse mi pierna izquierda entre las suyas, con lo que su coño quedó pegado a mi muslo, y acaricié su culo suavemente mientras la besaba. Ella comenzó a restregarse contra mí lentamente y yo introduje un dedo en su ano ya dilatado, lo que provocó que su excitación y el ritmo de sus movimientos aumentasen. Se corrió de nuevo entre suspiros en pocos minutos, mirándome a los ojos y acariciando mi espalda. Unos instantes después de su orgasmo, noté cómo un líquido aún más caliente que el agua de la ducha corría por mi pierna: Alba se estaba meando de gusto.

  • Uy... - Dijo con voz divertida, mientras esbozaba una sonrisa traviesa.

Yo también sonreí, la besé y le di la vuelta, quedando su culo pegado a mi polla. Agarré una de sus piernas y la levante para a continuación penetrar su coño con fuerza. Mi otra mano rodeaba su cintura, ayudándola a mantener el equilibrio y apretándola más contra mí. No sé cuánto rato pasamos así, pero cuando sentí que iba a correrme de nuevo le susurré al oído que se arrodillase delante de mí y me la comiese. Alba, obediente, se metió mi miembro en la boca y succionó con fuerza mientras movía su cabeza rápidamente y masajeaba mis huevos. Me descargué en su garganta mientras observaba la cara de placer de mi novia, que no dejó escapar una sola gota.

Acabamos de ducharnos y nos preparamos para ir al supermercado. Por supuesto, Alba se puso de nuevo un vestido sin bragas. Después de un par de azotes más y algunos besos, abrimos la puerta del apartamento y salimos a comprar todo lo necesario para la cena.

Nota del autor: este es mi primer relato, así que agradecería vuestro feedback constructivo. Escribir relatos lleva bastante tiempo y siempre es de agradecer recibir comentarios ;) La segunda parte llegará pronto...