Alba, una sumisa madura (5)
Mi primer contacto con ella en su casa.
Pasaron unos días desde el encuentro en el hotel con mi sumisa, yo seguía con mis tareas habituales en el trabajo, y una mañana al abrir el correo recibí un e-mail suyo, diciéndome que su marido estaría unos días fuera de Barcelona ya que tenía que ir a un congreso médico y ella no iba a acompañarlo. La propuesta era interesante, le envié un correo con las instrucciones que debía llevar a cabo hasta nuestro encuentro unos días más tarde. Tenía prohibido tener ningún tipo de relación sexual con su marido, no se le permitía tocarse ninguna zona erógena de su cuerpo, debía llevar puestas las bolas chinas durante todas las tardes, hasta la hora de acostarse, y esperar a que pasasen rápidos esos cinco días hasta que volviésemos a tener un contacto real, y esa vez sería en su casa. La semana fue pasando hasta que llegó el día señalado, y le volví a enviar un correo con las pautas que debía seguir a partir de ese momento
Tomé un taxi, y le indiqué al taxista la dirección del domicilio de Alba, mientras, iba pensando en lo que ocurriría, momentos más tarde. El vehículo se dirigió a la zona alta de Barcelona, pasamos por el lado del consulado de los EE.UU., y pocos minutos después paró ante la puerta del edificio, pagué y salí del coche. Me dirigí hacia el portero automático y lo pulsé, de inmediato el ruido de la puerta que me invitaba a pasar. Subí al ascensor y pulsé el botón de la segunda planta, salí y pude observar como la puerta estaba entreabierta, entré y allí estaba ella, magnífica, tal como le había ordenado, de rodillas, con un conjunto de lencería negra, con un collar de perra puesto y con los ojos cubiertos por un pañuelo de seda negro, y con las bolas chinas en la boca, un hilillo de saliva caía por su garganta, y su pecho me acerqué a ella, le saqué las bolas, y mi lengua recorrió su boca en un beso interminable, ella seguía en su posición de sumisa, mis dedos exploraron su coño, sintiéndolo ya excitado, la verdad es que mi erección ya era importante, me quité el pantalón y es slip y le ordené que me pajease, a tientas buscó mi miembro, para empezar a masturbarme, empezó lentamente, mientras me agradecía que le permitiese ser su perra, me dijo que hacía días que no se tocaba, y que no podía evitar pensar en los momentos en que era mi sumisa, y eso la calentaba. Poco a poco aumentó la velocidad de sus manos, cuando un chorro de semen atravesó su cara, con mi polla mojada recorrí todo su rostro, hasta llegar a sus labios rojos, su lengua empezó a lamer los restos de esperma. Ambos estábamos excitados
-Llévame a la habitación.
La tomé por el collar y le quité el pañuelo, atravesamos la casa, al pasar por el lado de una vitrina, pude ver una magnífica estampa de su cuerpo en actitud servil, andando a cuatro patas, como lo que es, una perra, reflejado en el cristal. Entramos en una habitación espaciosa, con una magnífica cama en el centro.
-Tiéndete en la cama.
Cogí las cadenas y rodeé sus muñecas con ellas, atándola a las patas de la cama, hice lo mismo con sus tobillos, quedando su cuerpo en forma de cruz, tomé el vibrador y empecé a masturbarla, primero jugando con sus gruesos labios, metiéndolo lentamente y sacándolo de golpe, estimulándole el clítoris, mis dedos empezaban a adentrarse en su culo sintiendo la presión en ellos. Sus gemidos de placer, la visión de su cuerpo indefenso, hicieron que mi polla volviese a reaccionar. Estuvimos así durante un buen rato, no lo conté, pero podrían ser más de treinta minutos, el coño lo tenía totalmente enrojecido, y sus lágrimas de placer recorrían su rostro implorando para que le permitiese correrse, pero llegó un momento en que no pudo aguantar más, su vagina empezó a contraerse, y un líquido viscoso salió.
-Te has corrido, perra, y yo no te he dado el permiso para correrte, eres una guarra, ¿no sabes que solo puedes correrte cuando yo te lo permita?
-Te voy a castigar!
Cogí unas pinzas metálicas, de esas que sirven para aguantar los papeles, le quité el sujetador, y empecé a masajearle las tetas, mi lengua recorría sus marrones aureolas, recreándome en sus pezones, que se iban poniendo erectos con las caricias de mis labios y mi lengua, cuando los tuvo listos le puse una pinza, primero a una, y luego a otra, un grito de dolor recorrió la habitación
-No quiero oírte, zorra.
Ahora las lágrimas eran de dolor, la tuve así durante un rato, mientras volvía a meterle el consolador, esos minutos se le hicieron eternos, cuando consideré que ya era suficiente, fui a la cocina y cogí un yogurt, tiré de las pinzas para sacárselas, y derramé el yogurt sobre sus doloridos pezones, al tiempo que los masajeaba, poco a poco el dolor se fue mitigando, acerqué mis labios a su oído y le susurré
-Quiero que me obedezcas, soy tu amo, tu señor, y no deseo hacerte derramar lágrimas de dolor, solo deseo que sean de placer, espero no tener jamás que aplicarte otro correctivo por tu desobediencia, porque lo que he hecho ahora no será nada con lo que te haré si me vuelves a fallar, ¿verdad que no me fallarás Alba?
Sus hermosos ojos, enrojecidos por las lágrimas que no puso aguantar me miraron y dijo:
-Tu perra, jamás volverá a defraudarte, amo.
Mi polla estaba preparada, y se la metí, estuve un rato follándomela, mientras mi boca chupaba sus tetas con gusto a yogurt, cuando me corrí le quité las cadenas.
-Tengo sed, perra.
Ella fue a la cocina a buscar agua
-No cariño, no quiero agua, quiero algo mejor.
Me ofreció whisky, ginebra, vino
-Quiero cava.
Fue rápidamente a buscar una botella de cava, y vino a la habitación con dos copas, abrió la botella y las llenó
-No perra, no, vas a servir a tu amo como debes, beberé de tu boca directamente
Llenó su boca con el líquido, y me besó pasándomelo todo a mi boca, nuestras lenguas se entrelazaron mojándonos con el cava la situación volvía a excitarnos a ambos, el contacto de la piel, el alcohol, el olor a sexo de la habitación se arrodilló ante mi, y su boca comenzó a jugar con mi pene, sus caricias empezaron a hacer efecto y al poco rato ya estaba de nuevo erecto
-Eres una perra, vamos a ver lo zorra que eres, coge el teléfono y llama a tu marido, marcó el número mientras mi lengua jugaba con su coño, estuvo como diez minutos hablando con el cornudo de su marido, el doctor, mientras yo le estaba comiendo su coño completamente mojado y rojo de perra insaciable, la imagen de ella, hablando con su esposo, mientras hacía muecas de placer fue sumamente excitante, cuando le ordené colgar, permití que se corriese