Alba (I) - Día de chicas, también con el vecino

Si su vecino le pilla haciéndose una foto en tanga y guantes de látex antes de fregar el cuarto de baño, a Alba se le ocurren muchas ideas que siempre le salen bien. Y si a su amiga se le empodera el sexo, también.

  • Tirada en tanga en la terraza debajo del toldo, tía, que el calor de hoy es insufrible... No, estoy sola. Marcos está en Córdoba hasta el martes, ¿No te lo había dicho? Pues sí, tía. Hace un rato que se ha ido...

Los patios interiores de los adosados del residencial en el que vivo son lo suficientemente grandes como para montar una piscina medio decente y se protegen de las vistas desde los dormitorios superiores del adosado de enfrente con unos toldos a rayas que van del voladizo que viene del salón, hasta el muro que divide las dos hileras enfrentadas de patios interiores.

Y, por la orientación del residencial y esas cosas, cuando hace calor se forma una leve corriente de aire que hace que, al menos, se pueda respirar. No nos vemos de patio a patio, los muros son lo suficientemente altos como para no vernos desde la misma altura, pero sí que nos escuchamos. Y os aseguro que, los calurosos días de verano, casi todos los vecinos hacemos la vida en la terraza del patio interior.

  • ¿Quién ha encendido ya la barbacoa? -escuché preguntar en voz alta y con tono de cachondeo a mi vecino Lucas.

  • ¡¿Tú quién crees?! -respondió Luis.

Los tres escuchamos nuestras carcajadas.

  • ¡Coño, Alba! Buenos días -me dijo Luis.

  • Buenos días, chicos -saludé-. Ahora estoy con vosotros, que estoy al teléfono -y regresé a la conversación con mi amiga Lola-. Nada, mi vecino, que tiene fiesta hoy otra vez y ya está el patio de cachondeo... Ah, pues vente. Yo tengo que hacer de tripas corazón por levantarme y fregar el baño pero, para cuando llegues, seguro que ya me lo he quitado de en medio... Sí, tengo montada la piscina, ¿tampoco te lo había dicho? Venga nena, pues aquí te espero. Tráeme dos paquetes de cerveza y ahora te los pago; es por no tener que vestirme... Ok, hasta ahora...

Dejé el móvil sobre la mesa en la que también tenía el cenicero, el tabaco y la cerveza y miré desde la butaca hacia la cristalera del salón tratando de convencerme de que, cuánto antes me pusiera con el baño, antes podría volver a tirarme en la terraza; pero no había muchas ganas.

  • Luis -alcé la voz para llamar la atención de mi vecino-. ¿Va a haber algún fin de semana que no tengas jarana?

  • ¡¡Espera, que miro la agenda!! -los tres volvimos a soltar una carcajada- ¡¡Ay!! ¡¡Coño!! ¡¡Que se quema!! -y otra más-. Todo completo hasta el Pilar, no puedo darte fecha antes...

  • ¿Quiénes os juntáis hoy?

  • Ha venido de Londres la hermana de Caty. Para hoy os tengo preparado un día de aventura en el fantástico mundo de... ¡LOS CUÑADOS! -volvimos a romper en una carcajada-. Hoy toca familia política, ¿Vosotros qué?

  • Yo acabo de terminar de hablar con una amiga y se viene para casa. Así que hoy toca día de chicas.

  • ¡¡Te lo cambio por los cuñados!! ¿Tú qué, Lucas?

  • Se supone que viene Susana...

  • ¡Vayaaaaa! ¡Que hoy viene el bollito! Tenéis, los dos, mejores planes que yo aunque el mío huela así de bien; que lo sepáis.

  • Y nos reímos igual y sin tener que aguantar cuñadeces -contesté; volvimos a echarnos a reír-. Bueno, os dejo. Que voy a ver si friego el baño, que no puede ser todo el día de fiesta...

  • Hasta ahora -respondieron los dos a voces por los muros de los patios.

Terminé por levantarme de la butaca y entré en casa. Agradecí el fresquito de la cerámica bajo mis pies descalzos cuando pisé el suelo del salón, cogí del mueble de la limpieza las cosas que me iban a hacer falta y me fui al baño.

Los adosados comparten un pequeño patio tragaluz cada dos vivienda que sirve para dar ventilación y luz natural a los baños; tanto al de la planta de abajo como al de la planta de arriba de ambas viviendas. Los baños tienen ventanas oscilo-batientes a ese patio, de manera que tienen dos posiciones de apertura; la tradicional o por arriba. Yo suelo tenerla abierta siempre por arriba, por eso de preservar la intimidad de mi cuarto de baño, pero esa mañana la había abierto del todo para tener el baño bien ventilado a la hora de fregarlo.

  • No creo que vaya a verme -pensaba, mirando a la ventana-. Está en su terraza y aquí termino yo en un momento.

Con el calor que hacía no tenía la más mínima intención de ponerme una camiseta para fregar el baño; en tanga estaba, en tanga fregaba. Lo único que sí que me puse fueron unos guantes largos de látex después de haberme recogido la melena en un moño bajo por la nuca.

  • ¡El móvil! -reaccioné.

Desanduve mis pasos y salí de nuevo a la terraza, se había hecho el silencio. Cogí el teléfono e, instintivamente, miré para ver si tenía algún mensaje; Marcos, mi novio, me había escrito diciéndome que ya había llegado a Córdoba y que me echaba de menos. Me hice un selfie en el patio enseñando guantes de fregar y, ya puesta, me hice más de uno para ver con cuál le contestaba.

Al final terminé entrando de nuevo en casa, absorta con el móvil, porque los guantes me parecían poco detalle para contar que yo estaba de fregoteo y había decidido incorporar a la foto un bote de gel para baños y la escobilla del váter.

Estaba tan inmersa en preparar la perfomance para la foto que, solo después de posar pícara para un selfie con temporizador a un teléfono que me encuadraba de ombligo a cabeza y escuchar el clic, me di cuenta de que mi vecino había sido testigo de toda la escena desde que había entrado al baño.

  • ¡Hostias, Lucas! ¡Qué susto! -reaccioné, tratando de normalizar la situación-. Para Marcos -me excusé a continuación, mientras cogía de nuevo el móvil de encima de la leja del espejo del lavabo-, que ya ha llegado a Córdoba...

  • Le va a gustar -se limitó a responder con una sonrisa, mientras me dejaba escapar viva y salir huyendo de mi cuarto de baño.

Estaba escondida junto a la puerta del baño mientras relajaba la respiración y deseaba que el ritmo cardíaco también dejara de tamborearme la piel del pecho, con el móvil cogido con los dos guantes contra el ombligo y un cosquilleo en el coño que me tenía nerviosa.

  • ¡Joder que me ha puesto cachonda el sustito!

Una vez asumido que el momento se prestaba a emociones sexuales comprensibles, supe manejarlas y diluirlas; mi vecino también tiene su puntito y había sido morboso compartir con él ese momento que no dejaba de ser una anécdota.

  • Con los bigotes que llevo... -me lamenté, mirándome la entrepierna.

Llevaba puesto un tanga liso, color bisón, que me cubría medio monte de venus por cada lado y que no podía ocultar la evidencia de un felpudo un tanto descuidado; no era un jardín abandonado, pero era un lugar que pedía a gritos una poda.

Lucas, mi vecino, había tenido oportunidad de verme así de bien, sí; yo misma me empeñé en su día en que la ventana de mi baño fuera más grande que las que estaba poniendo la constructora...

Y, la de arriba, también.

Después de recomponerme y reconducir la situación, salí de mi escondite, pasando por delante del baño de nuevo para asegurarme de que Lucas ya no estaba, y me senté en el salón a responderle a Marcos; el selfie de marras había resultado salir tan bien como pensaba que había salido.

De caderas para arriba, guantes puestos, manos en alto -una con la escobilla y otra con la botella-, mirada pícara, sonrisa seductora, ombligo, una teta cubierta con un brazo y el pezón contrario a la vista.

  • Te tengo dicho que limpiar la casa es divertido y siempre te escaqueas. Pues tú te lo pierdes... -enviar.

Me vino un último recuerdo con sabor a “madre mía, el sustito con Lucas” y volví a levantarme del sofá para, definitivamente, fregar el cuarto de baño. Y, tal y como suponía, en un cuarto de hora tuve los sanitarios brillantes y desinfectados, los cristales y apliques limpios y el suelo barrido y fregado.

Lola llegó cuando yo ya llevaba un cuarto de hora largo hablando con Marcos por Whatsapp mientras me pasaba las pinzas en el sofá del salón para arreglarme los bigotes.

  • Tía, en tu pueblo hace mucho más calor que en mi casa -fueron sus primeras palabras cuando le abrí la puerta-. ¿Abres la puerta siempre así? Tendrás a los vecinos contentos...

  • ¡Calla! No me hables de vecinos; que no veas la que me ha pasado hace un rato...

Y le conté la historia mientras metíamos unas cuantas cervezas en el frigo, guardaba las demás en la despensa y, finalmente, nos cogíamos un par fresquitas para sentarnos a seguir con el charloteo en el salón.

  • Y, claro, como yo soy firme defensora de que el naturismo ya está más que asimilado, pues he cogido y me he hecho la valiente ¿Qué pasa porque pilles a una mujer casi desnuda haciéndose una foto pícara?

  • ¡Qué coño tienes!

  • ¡Como una espuerta! ¡Pa matarme! Hostias qué susto y qué chispazo en el coño mas tonto me ha dado.

  • ¡Ah! ¡Que, encima, te ha molao! Que no es que estés avergonzada o cabreada... ¡Qué coño tienes!

Se recreó, regodeándose, en la última alabanza que me volvió a dedicar y nos echamos a reír.

  • Pues mira... No cambio a mi Marcos por nada del mundo pero su puntito sí que lo ha tenido, qué quieres que te diga; tengo un vecino que está apañao...

  • A ver la foto...

Le pasé el móvil y se puso a escudriñar la foto con detenimiento. Como la vi tan entretenida, volví a coger las pinzas.

  • Acabas antes con crema -me dijo-. Vas a tardar mucho menos y te olvidas de preocupaciones de líneas de bikini y de mierdas.

  • Pues ya... Pero no tengo.

  • Dame dinero y pego un salto al súper antes de quitarme yo también la ropa.

Resumiendo: media hora después Lola estaba en tanga en el sofá y yo desnuda, salida de la ducha con el coño recién depilado entero con crema depilatoria, impoluto y esperando que la piel terminara de absorber una pasada de Aloe Vera que me había dado. Cada una con una nueva cerveza fresca en la mano.

La cristalera del salón a la terraza abierta de par en par y la máquina de aire apagada; que la hija de puta se nota mucho en los recibos...

  • Cristóbal me está poniendo los cuernos...

¡Pues sí que hacía tiempo que no hablábamos! Lo de que Lola no supiera que tenía la piscina montada o que Marcos se había ido a Córdoba me pareció una minucia en el tiempo en comparación con el historión de meses que empezó a contarme. A parte, claro está, de ser dos temas completamente irrelevantes en comparación con su historia.

Supongo que a todas las amigas de toda la vida nos pasan estas cosas y que, aunque no sirva de mucho justificarse porque “mal de muchos, consuelo de tontos”, sabemos que esto forma parte de las cosas bonitas que componen una amistad.

Y también es cierto que hay cosas que son más fáciles de contarle a una amiga que otras...

  • Te juro que hay ocasiones en que me liaba la manta a la cabeza y me ponía yo también a follar por mi cuenta...

  • Lo que no entiendo es por qué no coges el toro por los cuernos.

  • Porque no estoy preparada todavía para despertarme y decirme: venga, vamos a ponernos el mundo patas arriba...

Mantuvo un silencio que le respeté mientras la observaba. Pude ver en su cara que ya le había dado muchas vuelvas a la historia, que se mantenía estable en la incertidumbre y que oteaba ya las consecuencias de sus propias decisiones; tanto de las pasadas, como de las presentes y también de las futuras.

No había soltado mi móvil y, de repente, me di cuenta de que la estaba viendo teclear.

  • ¡¿Qué haces?! -pregunté, con ese tono de “es mi móvil, ¿con quién hablas?” que permite que lo sigas haciendo pero exige explicaciones inmediatas que Lola captó de inmediato.

  • Bea... Que te ha escrito y le he dicho que estoy aquí y dice de apuntarse...

  • ¡Qué pereza! No, hoy no tengo ganas de Bea y sus dramas... Dale largas. ¿Qué dice?

  • Que Nico acaba de ponerle a Cristóbal como excusa para no quedar con ella...

  • ¡Dramón! -dije entonces levantando la mirada-. Que se venga de inmediato.

Me daba igual que Bea fuera a poner el grito en el cielo cuando nos encontrara de esta guisa y que se acabara de terminar de ir a la mierda mi plan de tranquileo de fin de semana; dos amigas compartían problema y la más dramática de las dos acababa de enterarse, había que reunirse.

Y empezar a preparar canutos...

A Bea se le maneja mucho mejor cuando va fumada y, con el drama que traía encima, íbamos a tener que meterle un porro en la boca conforme entrara por la puerta. Levanté la cabeza, desde el sofá del salón, y confirmé que tenía las cosas del tabaco en la mesa de la terraza.

  • Las “chucherías” están fuera -le dije entonces a Lola-. Los vecinos son inofensivos... En serio...

Me levanté del sofá y subí a mi dormitorio a ponerme un tanga limpio. Desde luego no iba a ponerme algo tan elemental como un triste y anti erótico tanga bisón, pero tampoco iba a ponerme el de hilillo que llevaba Lola; menos mal que mi cajón de lencería está bien surtido y, el turquesa deportivo, me estaba esperando sobre todos los demás.

No sé por qué tuve la necesidad de detenerme ante la ventana del otro baño que comparte vistas con el de mi vecino, pero lo terminé haciendo cuando regresaba ya abajo; y me entretuve lo suficiente como para abrir también del todo esa ventana y contonearme mirando con seducción a través de la ventana abierta del vacío cuarto de baño de mi vecino.

  • Lucas no suele abrir nunca esa ventana; algo significa -intuí mientras me permití excitarme imaginando la posibilidad de compartir cualquier tipo de secreto íntimo y pícaro con mi vecino.

Me pavoneé bien a gustito ante la atenta mirada de dos ventanas vacías, vamos.

  • Nena, que te pierdes...

Bajé las escaleras de casa, regresando también mi cabeza de mis agradables fantasías a la realidad. Lola estaba en la terraza, había sacado los móviles y las cervezas fuera; ya tenía el primero encendido entre los dedos.

Continuamos hablando de su problema el tiempo que pasó hasta que Bea tocó a la puerta de casa. Nos levantamos a abrir las dos y tiramos de ella, una de cada brazo, para meterla en casa de inmediato. Venía rota, con todo su “necesariamente impecable” maquillaje corrido por los lagrimones y los restregones, la nariz roja como un tomate y la mirada abatida; como la presa que acaba de sortear un zarpazo depredador y siente que podría no salir viva de esa herida.

Por casualidad, tal vez por fortuna, Bea solamente llevaba en el cuerpo un café solo desde que había comenzado el día; le subió pronto la fumada. La primera calada que le dio al canuto hizo que, por primera vez se riera de nosotras en vez de escandalizarse al vernos en tanga. Y solo nos llevó un cuarto de hora que ella misma terminara quitándose la ropa; aunque, eso sí, por un desbocado ataque de despecho que le dio.

Y, como era de esperar, su personalidad divina no podía permitirle otro tanga que no fuera una fantasía blanca de encaje como la que llevaba puesta. Pero que también se quitó.

  • ¿Es que no estoy buena? ¿Es que no tengo un buen polvo? -vociferaba casi sin control-. ¡No hay tío que no quiera follarse este cuerpo! ¡¿Qué hace mi novio entonces follando con otras?!

Efectivamente, habéis supuesto bien: Bea es una insegura histriónica de muchísimo cuidado y una persona súper tóxica, que se dice ahora. ¡¿Cómo explicarle que sería capaz de empatizar con Nico, que le entiendo?!

Carnecita de terapeuta; pero una buena amiga y una buena mujer, también os lo digo.

Fumadamente empoderadas en el discurso de la mujer independiente que domina el mundo, Bea terminó por quitarnos el tanga también a Lola y a mí; casi literal. A Lola casi la tira de la silla y yo tuve que dejarme o me jugaba el descalabro también.

Al otro lado del muro del fondo se escuchaba jaleo en el patio de Luis; ya había llegado parte de la familia y aún faltaban dos o tres más por llegar, por lo que pudimos escuchar. Al otro lado del muro de la izquierda, el patio de Lucas permanecía en silencio. El toldo echado nos seguía manteniendo a salvo del sol y de las miradas inoportunas desde la planta de arriba de la casa de Luis y las dos de cada lado; así como de las que también rodeaban mi casa, claro.

Lejos de acobardarnos, el murmullo al otro lado del muro nos mantenía activado el sensor erótico festivo de estar desnudas; lejos de pensar en vestirnos, jugueteábamos con la fantasía de derribar el muro.

De nuevo casi literal; Bea tenía unos inesperados arranques de ataque de cuernos que terminaron costándonos que le tapáramos la boca antes de que le gritara a Luis y a sus cuñados que a este lado de la tapia estábamos tres mujeres desnudas y cachondas.

Que, misteriosamente, lo estábamos; pero no era plan de gritarlo a los cuatro vientos.

No le habíamos dado importancia. Hasta esos momentos el tiempo había pasado manejando a Bea y tratando el asunto de las infidelidades. Pero claro, incluir en el argumentario expositivo experiencias y emociones sexuales, sumado a las circunstancias en las que nos encontrábamos en mi terraza, no podía llevarnos a otro camino; habíamos tenido primero otro fuego que apagar, este fuego empezaba a tenernos calientes ahora.

Recargué cervezas fresquitas para las tres y nos metimos en la piscina. Las voces del otro lado del muro ya eran un constante desafío morboso. Mi vecino Luis estaba contando algo intrascendente a sus invitados, una anécdota que solía contar con relativa frecuencia. Le interrumpí alzando la voz.

  • ¡Luis!

  • Dime, vecina -contestó simpático, haciéndose de repente el silencio en todos los patios.

  • Que, con tu permiso, quiero aprovechar para decirle la familia de Caty que tienen ¡el mejor cuñado del mundo!

No me esperaba la carcajada de mis vecinos del otro lado; la de Luis y Caty sí, claro. Incluso la del resto de la familia y la de el patio opuesto al mío. Y me dio pena que Lucas se perdiera el chiste, su terraza siguió en silencio.

  • Estará en otras cosas con su “bollito” -pensé. Y me estremeció pensar que, en la casa de al lado, mi vecino andaba follando mientras nosotras estábamos desnudas y calientes en la piscina-. Para nena, que te pierdes... -me volví a decir.

Ni me enteré de lo que me contestó Luis.

Bea se vino a acordar de Ramón (un amigo) y, de repente, le entraron unas ganas locas de llamarle y quedar con él cuanto antes para follárselo. Al principio, a Lola y a mí nos pareció un auténtico disparate pero Bea tuvo un par de destellos de lucidez que nos convencieron de que, como poco, Ramón bien se merecía siempre un polvo.

Después de unos mensajes entrecruzados de móvil y otro par de destellos de lucidez, hasta se fue de casa al cabo de media hora para comer y follar con él contando con nuestras bendiciones.

Habíamos salido de la piscina para despedir a Bea a la puerta y, por la hora que ya era, decidí que el aroma a barbacoa de casa de Luis ya no alimentaba sino que daba demasiada hambre. Me metí en la cocina a preparar algo de picoteo, chacinas y queso y un vinillo del país, y regresé luego a la terraza donde Lola me esperaba sentada en una butaca junto a la mesa.

  • ¿No te parece raro que Marcos apenas te haya dicho nada de la foto que le has mandado? -me preguntó cuando me di cuenta de que, el móvil que sostenía en la mano, volvía a ser el mío-. Le mando yo una foto así a Cristóbal y la burrada que me suelta avergüenza hasta a María Lapiedra.

  • Pues no, la verdad -contesté, repasando mental y rápidamente qué me había dicho Marcos al ver la foto del baño y sospechando que no había nada raro con respecto a otras ocasiones.

  • Pues yo te digo que pasa algo; que eso significa algo...

“Eso significa algo”... Instintivamente me acordé de la ventana del baño de Lucas, la que no suele estar abierta. Luego me sorprendí a mí misma enlazando conexiones sexuales con mi vecino, y encima nacidas por el comentario sobre un supuesto comportamiento extraño de mi novio, y no pude evitar asumir que, más temprano que tarde, ese fin de semana iba a terminar dándome un homenaje a su salud; a la salud de Lucas, mi vecino.

No llegué a sentarme a la mesa con Lola, la dejé con mi móvil en la mano y entré de nuevo en la casa. Subí las escaleras y me fui directa a la ventana del baño de arriba; hasta me asomé apoyándome en el alféizar de la ventana y sacando la cabeza y el cuerpo al pequeño patio tragaluz para poder escuchar su casa.

Follaba apasionadamente con su bollito en el dormitorio... Y me dio tanta rabia como cachonda me puso...

Dejé que sus jadeos y gemidos me fueran humedeciendo el sexo, hasta me habría hecho una foto fumándome un canuto y masturbándome en el baño para ellos de haber llevado el móvil conmigo; así de caliente estaba mientras me dejaba llevar por la ventana. Tenía muchas ganas de sexo; es más, curiosamente tenía muchas ganas de sexo y de compartirlo con mi vecino.

  • Para, nena. Que te pierdes -me volví a repetir.

Regresé a la terraza con Lola; le di un trago a la cerveza para refrescarme.

  • ¿Te puedes creer que lo de la mierda de la foto me tiene desquiciada? Me tiene tan caliente el tema que acabo de sorprenderme a punto de pajearme en el baño de arriba mientras le escuchaba follar con su novia.

-Eso tiene remedio -me respondió Lola-. Pero no es el problema... -miró a mi móvil, que estaba sobre la mesa y volvió a mirarme esperando mi reacción.

De primeras, pensé que el problema era Cristóbal y los cuernos que le estaba calzando a Lola pero entonces caí en la cuenta de que, si Lola me lo decía señalándome el móvil, no hablaba de su novio sino del mío; O sea, que debía estar hablando de la foto otra vez y de la extraña reacción que creía haber visto en Marcos.

¡Ay, madre! ¡Qué mal casan las palabras “Marcos” y “problema” en un día de cuernos...

  • ¿Qué es lo que pasa? -terminé por preguntarle a Lola tan perdida como angustiada y mientras cogía mi móvil de la mesa para examinar la conversación con Marcos a ver qué tenía de raro.

Lola aguardó en silencio a que repasara los mensajes, la veía con el rabillo del ojo cómo iba siguiendo mi lectura.

  • “¡Mira que te gusta que te miren!”, “Lo que se van a comer los gusanos, que lo disfruten los humanos”...

Para la primera frase, que era lo que me había escrito Marcos después de recibir la foto, Lola repitió sus palabras con entonación suave; para la segunda, mi respuesta, caricaturizó mis palabras.

  • Marcos se piensa que hoy estás de fiesta con el vecino; sale en la foto. Te ha escrito a posta el verbo mirar en plural y, no solo se te ha pasado por alto sino que le has dado alas a sospechar con tu respuesta.

  • ¡¡¿Cómo que sale en la foto?!!

¡Joder si salía! Mirándome atentamente con una amplia sonrisa de felicidad.

La carcajada nerviosa que solté cuando me di cuenta del pollo que, de verdad, podría haberse montado, mientras seguía mirando atónita la foto obtuvo respuesta del otro lado del muro.

  • Esa ha tenido que ser buena. Cuéntamela, vecina -escuché a Lucas decirme.

Miré a Lola y, entonces, la carcajada la soltamos las dos.

  • ¿Y Susana? ¿Qué tal? -le contesté como interesada evasiva aparentemente inofensiva.

Si Lucas estaba en la terraza y, hacía tan solo unos minutos, le había estado escuchando en el dormitorio, no solo no debía llevar mucha ropa en ese momento sino que, seguramente, todavía tuviera el rabo morcillón. Mi pregunta le iba a provocar un chispazo que me daba morbo imaginar. Y eso que no sabía que se lo estaba preguntando desnuda, con un calentón considerable por su culpa y después de haberle estado oyendo placenteramente follar por la ventana.

  • Hola, vecina -la escuché responder al cabo de un par de segundos, con un tono entre avergonzado e inseguro. Me gustó su voz.

Pero me cortó el rollo y reaccioné.

  • Hola!! Un placer conocerte; aunque sea por la voz, hija... Lucas, ¿Te asomas al tragaluz un momento que te enseñe una cosilla?

  • ¡¿Dónde vas?! -me inquirió Lola con la mirada.

  • No lo sé -le contesté.

Me encendí un canuto y, desnuda y con el móvil en la mano, me fui al baño.

Me daba igual si Susana aparecía también en el baño, estaba decidida a enseñarle a Lucas la foto; era ese siguiente momento íntimo y morboso que tanto me apetecía compartir con él.

Me encantó cómo le reaccionó la polla bajo la toalla que llevaba liada a la cintura cuando me encontró desnuda, con una mano apoyada en la ventana, el sexo a la vista y el brazo estirado por el tragaluz hacia su ventana para que cogiera mi teléfono.

  • Sí -le dije-. Estoy muy buena y muy loca. Resulta que sales en la foto y Marcos te ha visto...

Cruzó su baño en dos zancadas y ya estaba cogiéndome el móvil por mitad del tragaluz. Ojeó la foto, me ojeó a mí, sonrió...

  • Vamos, que no le ha gustado tanto...

  • No lo sé. Yo acabo de darme cuenta ahora mismo y porque me lo ha dicho Lola...

  • ¿Le parece normal a Lola que vengas desnuda a hablar con tu vecino de las fotos que te haces para tu novio y en las que salgo?

  • Me pregunta el que viene de terminar de follar con su bollito y bajo la toalla he notado que también se alegra de verme... -Le dí el instante suficiente para que entendiera que les había oído-. Pues mira sí, le parece normal -continué diciéndole-, porque ya sabe cómo estoy de loca... Así que, ahora que ya sabes que quería que me vieras sonreírte desnuda aunque estés en casa de folleteo con otra, también te digo que he empezado a ponerme cachonda cuando te he visto esta mañana en el baño y que, a estas alturas del día, el calentón me lleva ya por aquí...

  • ¿Y me lo cuentas por? -me preguntó mientras me devolvía el móvil con un leve zarandeo, recordándome que Marcos existe.

  • Porque no está bien hacer nada que no me mantenga en paz conmigo; y con Marcos -añadí interesadamente-, pero tampoco perturba mi paz, sino que la magnifica, compartir con mi vecino, lo mismo unas risas por la terraza, que el calentón que me provoca los días que me partiría el coño follando con él.

Se mantuvo en silencio un par de segundos con el gesto serio, mirándome a los ojos y asimilando mis palabras. Hacía casi un par de años que éramos vecinos y ya habíamos tenido tiempo de conocernos todos. Solo necesitó esos dos segundos para aceptar que, aunque fuera una auténtica locura, este nivel de complicidad que le estaba desvelando encajaba, no solo con mi caracter, sino también con nuestra amistad.

  • ¿Sabes que tienes una lengua que es un peligro? -dijo finalmente, tornando su rostro serio y expectante a cómplice y relajado.

Y solo tuve que sacar la puntita entre los labios con mirada lasciva para señalar cuán peligrosa es mi lengua; y no solo cuando habla.

Sonreímos; cómplices y amigos.

  • No pienso volver a cerrar las ventanas del baño, cuenta con ello -continuó diciendo, adelantando que se normalizaba la conversación con ese último piropo-. ¿Marcos qué?

  • Voy a encargarme ahora; que es que tampoco sé si este cirio es real o es solo una paranoia -respondí, zarandeando entonces yo el móvil que ya tenía en la mano-. ¡Ala! A seguir pasándolo bien de folleteo con el bollito. Háblale de esa grieta de la pared -dije señalando un lugar del pequeño tragaluz-. Que no sepa que tu vecina te acosa desnuda... O sí -tercié bromeando con una morbosa incertidumbre-, si crees que debe saberlo. Por cierto, me gusta tu toalla...

Lucas sonrió, sabía que se la estaba pidiendo para desnudarle; por eso sonrió en vez de dármela.

  • Yo tampoco estaría en paz dejándote jugar con mi toalla a espaldas del bollito -me dijo mientras daba el primer paso atrás con el que anunciaba el fin del encuentro-. Pero también se me podría caer por accidente...

Terminó de hablar mientras se daba la vuelta sonriendo; muy buen culo el de mi vecino. Al salir del baño cruzamos la mirada por última vez y nos despedimos con sendas sonrisas de satisfacción; aquel nuevo disparate que no había podido retener había vuelto a salirme bien.

  • No te extrañes si me calzo una paja en cualquier momento -le dije a Lola al volver a ocupar mi butaca de la terraza.

  • No me sorprendería lo más mínimo -respondió con el sarcasmo de haber compartido conmigo en todos nuestros años de amistad muchísimas masturbaciones; sobre todo las primeras de la pubertad y la adolescencia.

Le conté lo que acababa de pasar en el baño, lo que había disfrutado jugando con mi vecino y, casi a la par, abrí de nuevo el Whatsapp para hablar con Marcos. Preferí empezar a tantearle con una cosa disimulada; Marcos me conoce muy bien y sabe que, como algo me caliente, suelo perseguirlo hasta que me queme; que soy de naturaleza libre y alocada. Afortunadamente, con quien mejor disfruto mi naturaleza libre y alocada es precisamente con él; Marcos me complementa, me coge las riendas con la intención de dirigirme, nunca de dominarme.

No le cambiaría por nada del mundo, me siento profundamente segura contando con él.

  • Foto para Marcos -le dije a Lola después de unos minutos en los que habíamos estado juntas pero ausentes; cada una ocupada con sus cosas.

Estábamos sentada cada una a un lado de la mesa redonda de la terraza, sobre la que descansaban unos botellines vacíos de cerveza, los platos con lo que quedaba del aperitivo, la botella de vino del país y un par de vasitos debidamente servidos. Nos apoyamos con el antebrazo sobre la mesa para acercarnos lo posible y juntar las cabezas y estiré en alto todo lo que pude el brazo derecho para buscar el encuadre que más me gustara.

Y, a mí, se me veía sentada y desnuda apoyada a este lado de la mesa y a Lola, al otro lado, en la misma postura que yo y protegiendo su desnudez de costillas para abajo; ambas sonriendo divertidas, ninguna ocultando pecho.

  • ¿Qué? -me empezó a preguntar Lola en referencia a la apreciación que había hecho sobre que Marcos había descubierto a Lucas en la foto-. ¿Estaba en lo cierto?

  • Parece que no -comencé a responderle-, que te has equivocado. Le he hecho ya cuatro comentarios “de control” y no ha entrado al trapo... Voy a contárselo ahora; la foto es porque le dije esta mañana que venías, que sepa que es verdad que estás aquí para que esté tranquilo... ¿Con quién hablas tú?

  • Con Cristóbal...

Y ambas regresamos a nuestros teléfonos porque sabíamos que era el sitio en el que debíamos estar en ese momento.

Cuando fui a enviarle la foto a Marcos caí en el detalle de que Lola no se tapaba las tetas. En principio no debería resultar extraño, los cuatro hemos estado desnudos y juntos muchas veces y nos conocemos los cuerpos.

¡Playas naturistas, ¡mal pensados! Jajajaja... No, si de lo otro alguna vez también... Hacéis bien en sospecharlo. El caso es que, de las fotos que existen de alguno de esos días de playa, no hay ninguna en la que Lola deje ver más de lo necesario: ni un solo pezón jamás en una foto.

Esta era la primera vez; y las circunstancias eran, desde luego, como para darles una vuelta y tenerlas en cuenta como variables influyentes en ¿la despreocupación?, ¿la intencionalidad?, ¿qué?, de la actitud de Lola.

La miré con el rabillo del ojo esperando obtener alguna otra señal que me diera algún tipo de información: Lola estaba inmersa en la conversación con Cristóbal y, su gesto, me dejaba ver todas sus emociones. Ninguna de ella era “tía, le vas a mandar a tu novio una foto de mis tetas”.

Así que le mandé la foto a Marcos y me puse caliente al fantasear con lo alegre que se iba a poner de vernos a las dos desnudas y felices en casa. Bueno, por eso y porque me daba pie a contarle todo lo demás; que era lo que más caliente me ponía.

Como esperaba, nuestra conversación acabó entrando velocidad sexual de crucero para ir exponiendo el asunto del vecino.

  • Parece que se lo está tomando bien... -me dijo Lola justo después de que, por primera vez, yo tuviera que limpiarme con una servilleta los dedos de la mano derecha antes de seguir escribiendo-. ¿Por dónde vas?

  • Le he dicho que se me ha olvidado antes pedirle a Lucas que me hiciera la foto del “momento revelación” y me está contando cómo lo plasmaría si la foto me la hiciera él. ¿Cómo vas tú?

  • Caliente también, a pesar de Cristóbal -contestó.

  • Es información insuficiente...

Dejó su móvil sobre la mesa y se encendió un canuto con el que se entretuvo bien en el primer par de tiros. Luego me lo pasó y empezó a contarme ella. Primero hizo una introducción en la que fue destripando los momentos claves de la charla con su novio que la estaban poniendo de muy mala leche; por fin estaba empezando a sacar toda la rabia y la frustración que no había terminado de ver salir desde que había empezado a contarme el tema de Cristóbal y de la que, por fin, Lola empezaba a liberarse.

No me extrañó que, teniendo como tenía los nervios a flor de piel, reaccionara con igual intensidad a diferentes estímulos. Así que, lo mismo que Cristóbal la cabreaba exacerbadamente, cualquier cosa que le resultara excitante también la estimularía sobrealimentadamente.

  • Estoy diciéndole al imbécil este -re refería a Cristóbal- que tus vecinos están ligando con nosotras de patio a patio y ni le interesa... Es que me entran ganas de mandarle una foto para que vea cómo estamos en el patio y que se joda mientras sigue “ocupadísimo con una avería gorda en el hospital”...

  • En el hospital... -repetí, asqueándome yo también- O tiene muy poca vergüenza o le divierte jugar con los secretos.

La amante de Cristóbal es cirujana, Cristóbal es mecánico de ascensores; La hermana de Marcos directora del Hospital desde hace años y amiga de Lola desde hace unas semanas.

  • No se merece esa foto -terminé de añadir a mi intervención-. De hecho, no creo que Cristóbal vuelva a verme desnuda en su vida y tú deberías empezar a plantearte lo mismo.

  • ¿Ni siquiera para ponerle los dientes largos? -volvió a protestar, pero tornando la voz a niña caprichosa-. Con las ganas de putifoto que tengo...

  • Son dos cosas distintas. Yo te hago las putifotos que quieras, pero no para que se las mandes a Cristóbal. ¡Piensa en otro! -bromeé.

Me quitó el canuto de la mano y volvió a saborear el tiro que le metió. Luego se levantó, canuto en mano, se fue al fondo del patio, se cogió de los cachetes para apoyar el culo abierto contra los ladrillos, flexionó un pierna como los flamencos, alzó un brazo con la mano abierta contra la pared, con la otra se cogió un pecho, dejando asomar el pezón entre los dedos, levantó la cabeza y, de inmediato, la volvió a agachar para decirme algo.

  • Con el toldo abierto estaría mejor; no con esta sombra...

No había intención sexual en su propuesta al hacerla, pero yo no pude evitar pensar en que “toldo abierto” era sinónimo de “a la vista desde el dormitorio de Lucas” y Lola me cazó de inmediato. Así que sonrió, animándome a que siguiéramos haciendo locuras y me levanté de mi butaca.

Estábamos a unos seis metros la una de la otra: ella contra la pared que separa mi patio del de Luis y sus barbacoas y yo bajo el voladizo que sobresale un poco desde el salón de casa y bajo el que se queda el toldo cuando está recogido del todo. Desaté la cuerda del gancho de la pared, volví a mirar a Lola para asegurarme de que estaba dispuesta y entonces, poco a poco, empecé a tirar de la cuerda y a recoger el toldo como quien va abriendo lentamente el telón de un escenario; el sol empezó a colarse en mi patio por la pared del fondo, donde estaba Lola, y fue ganando metros llenando de luz las baldosas del suelo hasta que, finalmente, se quedó hecho un acordeón sobre mi cabeza.

Yo permanecía a la sombra del voladizo...

Compartimos la excitación: primero la de Lola mientras iba quedando a la vista de las ventanas que quedaban en mi lado y después la mía, cuando el toldo me fue dejando a la vista de las casas de en frente.

Nadie nos veía; pudimos saborear plácidamente todos y cada uno de los escalofríos que nos acababa de regalar el “momento toldo”.

Cogí entonces el móvil y salí al centro del patio. Me detuve un instante para girarme a mirar las ventanas de la casa de Lucas y, tras fantasearle observándonos un segundo, terminé de cruzar el patio para hacerle a Lola su foto.

Bueno, sus fotos, más bien. Porque al final le hice diez o doce desde varios encuadres distintos. Y me encanto cuando, después de haberme puesto de cuclillas delante de Lola para hacerle un contra picado, al girarme para levantarme vi a Susana mirándonos atónita desde una de las ventanas de Lucas.

La saludé con una sonrisa y levantando la mano cuando las dos regresábamos para sentarnos de nuevo junto a la mesa. Estaba vestida, pero vi cómo le se erizaron los pezones debajo de la camiseta que llevaba puesta. Me relajó saber que no nos sentía como una amenaza; seguro que hablaría del tema con Lucas antes de marcharse de casa.

Y suponer a mis vecinos follarines hablando de las vecinas desnudas seguía alimentando mi espíritu erótico festivo.

No pasó un cuarto de hora antes de que volviera a echar el toldo, el sol que caía a plomo sobre el patio a las cuatro de la tarde era abrasador. Pero no llegué a echarlo del todo sino que la piscina se quedó al sol y nosotras a la vista de las ventanas de arriba de Luis. En ese tiempo,habíamos tenido oportunidad de evaluar al bollito como una chica mona, de enviarle a Lola desde mi móvil todas las fotos que le había hecho y de volver a sumergirnos de nuevo cada una en nuestras cosas.

  • ¡Ahora! -exclamó Lola-. ¡Pues ahora te vas a comer una mierda! -y, empalmando uno con otro, se encendió otro canuto.

  • Al final le has mandado las fotos a Cristóbal, ¿no?

  • Sí -gruñó Lola-. No sé para qué.

Ambas sabíamos que no me iba a hacer caso cuando le dije que Cristóbal ya no se merecía más fotos pero también éramos conscientes de que, mientras que no lo hiciera, no lo iba a comprender por sí misma; tenía que pasar también por esa decepción para quedarse tranquila.

  • ¿No te vale si soy yo quien te digo que estás para matarte a polvos como a las cucarachas, no?

  • Pues no -respondió-. Porque eso no le rompe los cojones a Cristóbal.

  • ¡Susana! -grité entonces para sorpresa y desconcierto de Lola.

  • Dime -respondió al cabo de un segundo, de nuevo con voz de vergüenza y algo de miedo, desde el patio de al lado.

  • ¿Puedes ir un segundito al cuarto de baño?

  • Sí, voy -respondió, de nuevo al cabo de un par de segundos y sin cambiar el tono desconcertado de su voz.

  • Fúmate ese y disfrútalo aquí tranquilita -comencé a decirle entonces a Lola-. Pero ve liando uno para mí para cuando vuelva -y me levanté de mi butaca para dejarla sola.

¡Qué bollito más tierno es Susana! ¡Y qué tierno parecía tenerlo también!

Aunque venía preparada para encontrarme desnuda y se atrevió a presentarse con un discreto pero sugerente tanga y la camiseta que ya le había visto en la ventana -pero que no me había dado cuenta de que estaba recortada por encima del ombligo- finalmente tuvo que poner gesto de sorpresa cuando, al verla, me mordí el labio inferior de la boca mientras le miraba con deseo el bollito; tenía una entrepierna singularmente erótica y atractiva.

Su ruborizada y encendida sonrisa me dio alas a saludarla con sincero cariño.

  • ¡Qué linda eres! -le dije, mirándole ya a los ojos y refiriéndome a su alma-. Necesito tu ayuda...

Tardamos en conectar lo que nos llevó apoyarnos cada una sobre el alféizar de nuestras ventanas para cuchichear con la cabeza y los hombros metidos en el pequeño patio tragaluz y el culo sacado en pompa. Era más bajita que yo, delgadita y de curvas discretas; las necesarias, pero discretas. Me sabía más exuberante que ella y me conquistó porque la luz que transmitía brillaba más que la mía.

  • Así que necesito unas fotos con espectadores -le contaba, refiriéndome a lo que se me había ocurrido para reventarle los huevos al novio infiel de mi amiga-. ¿Te subes a Lucas a la ventana?

Ella no lo sabía, porque le tenía completamente de espaldas, pero hacía un par de minutos que Lucas nos observaba desde la puerta de su baño; De hecho, estaba devorándole a Susana el culo con la mirada y sonrió con una lascivia suprema justo después de yo le hiciera a su novia la propuesta. Ella se había quedado en silencio, sin dejar de mirarme; sopesando, aparentemente.

  • No hay mucho que pensar, acabas de mojar el tanga cuando te has imaginado con Marcos arriba -mi vecino casi se tuvo que aguantar una carcajada al escucharme, justo era eso lo que había visto y le había hecho sonreír con lascivia como yo había intuido-. ¡¿A que sí?!

  • Me folla conforme os vea -dijo por fin, con cierto pudor atrevido.

  • Pues entonces solo te pido que le hagas que aguante dos o tres fotos y luego ¡eso que te llevas! ¡¿hace?!

Marcos se quitó en medio en cuanto me leyó en la sonrisa que Susana se apuntaba al juego. Yo saqué un poco más el cuerpo y estiré el brazo para coger por sorpresa al bollito por la nuca y darle un pico; un apretado beso en la boca a labios cerrados.

  • Estoy muy loca y tú eres muy bonica -le dije con una simpática sonrisa, que me devolvió, al soltarle al instante el cuello y separar nuestros labios-. Si se me va la olla, te lo dedico.

Sonrió al escucharme y tuve claro que iba a hacerme una paja inolvidable: Susana quería verlo, Lucas también querría, yo quería que lo vieran y Lola se sentiría muy bien acompañada en su venganza. ¡Todo perfecto!

  • ¡Vamos a romperle los huevos a Cristóbal! -le dije a Lola al regresar de nuevo a la terraza y dirigirme a la cuerda del toldo para volver a recogerlo del todo-. ¡Fotos con espectadores! Lo que pensabas que se los había roto a Marcos.

Lola pegó un bote de la silla con una sonrisa brillante y saltó al centro del patio.

  • Dale yesca a eso -dijo, señalándome con la cabeza el canuto que me había dejado en el cenicero-. Y hazme todas las fotos que se te ocurran.

No hace falta que os diga que, con la fumada y el calentón, las dos estábamos dispuestas a dejarnos ver bien. La cosa empezó con Lola en el centro de mi patio, con las ventanas vacías de casa de Lucas siempre a su espalda, y luego, cuando vi por fin asomar al vecino y al bollito, empezamos a subir la intensidad.

Situé a Lola contra el muro que separa mi patio y el de Lucas, de frente a la cámara. Ahora, por el ángulo de visión, Lucas y Susana no la veían pero sí que me veían a mí, en el centro de mi patio y tocándome el coño o las tetas mientras le daba indicaciones a mi amiga sobre lo que quería fotografiar.

Y Lola supo posar muy expresiva y explícita frente a la cámara mientras dos personas trataban de verla sin fortuna desde una ventana.

  • Aquí están las fotos que le van a joder cuando vea.... -le dije a mi amiga, mientras me iba alejando un poco más de ella, caminando despacio de espaldas hasta que sintiera la piscina en mis talones-. Ve saliendo a la luz poco a poco, tienes una pareja de calientes espectadores observando y se supone que no lo sabemos... ¡Véngate!

¡Qué bien nos lo pasamos!

Fui disparando una serie de fotos en las que, intencionadamente, iba dejando la perspectiva y la posición de la ventana indiscreta en diferentes lugares de la imagen para hacer de ella un elemento irrelevante; así habría ocasiones en las que se vería claramente que había alguien observando y otras en las que no. Lola también hizo muy bien su parte y se empezó a comer el objetivo de tal manera que consiguió que me echara la mano al coño antes de lo que yo misma había supuesto.

Y cuando por fin la cara de placer que, a ojos cerrados y mordiéndose el labio, puso Susana cuando Lucas le rellenó el bollito me dijo que ya estábamos todos, me metí de pie en la piscina.

  • Y, ahora, es cuando nos damos cuenta de que nos están mirando... -le propuse, con el agua por encima de las rodillas.

Solo os diré que cuando Lola se agarró al borde de la piscina con las manos, estiró los brazos y fue dando pasitos para atrás mientras se iba abriendo de piernas hasta terminar de puntillas y con el culo bien en pompa orientado a los espectadores, las últimas fotos las hice masturbándome abierta de piernas sentada en la piscina y la ventana estaba abierta de par en par.

Tanto disfruté del rato de sexo que, después de soltar el móvil, no pude detener la mano hasta que el tercer orgasmo de una misma paja me empezó a dar calambres y casi un tirón en una pierna. El primero, como le había prometido, lo compartí solo con Susana; no dejé de mirarle a los ojos en ningún momento. El segundo fue para Lola aprovechando que todavía era capaz de plantar una mano en cada coño de la piscina y hacer las cosas bien. Y, el tercero, fue un poco para Lucas, para mí y para el mundo; pues cerré los ojos mientras me dejaba llevar y fantaseé con lo que se me fue pasando por la cabeza; incluso con alguna de las veces que me comí la polla del capullo de Cristóbal en una de nuestras orgías.

Pues también a tu salud, ingrato -sonreí, mirando a mi amiga mientras recuperaba la respiración-. Ahora voy a hacerle una videollamada a mi novio, que le estoy echando mucho de menos.