Alba (6)
Relato de la agonía de Alba en la cruz.
Capítulo Sexto. Agonía y muerte.
Cuando todo terminó, el centurión decidió que ya se habían demorado bastante y que era hora de levantar la cruz. Consiguientemente dio las órdenes oportunas, mientras aseguraba la mordaza a la muchacha. Generalmente al centurión le molestaban los alaridos ensordecedores de las mujeres a las que torturaba, además creía que amordazarlas era otra manera de acentuar su sufrimiento y humillación, pues así ni siquiera podían gritar o suplicar.
En primer lugar instruyó a los soldados para que orientaran el cuerpo de la esclava mirando hacia el sur, así el sol le daría de pleno, no faltaba más de una hora para el mediodía y ya se podía sentir su calor sofocante. Los soldados obedecieron y empezaron atando sogas a los brazos y cúspide de la cruz. Por su parte, el centurión fijó a lo alto de ésta el titulus.
Ocho soldados agarraron la cruz de diferentes partes y a una orden del centurión la cogieron en vilo trabajosamente manteniéndola en horizontal a medio metro del suelo. La joven notó repentinamente que la cruz se movía y oscilaba y comprobó con horror que los más leves movimientos hacían que decenas de terminaciones nerviosas se rozaran con los clavos provocando intensos dolores.
Los soldados acercaron la base del poste al agujero que habían hecho y lentamente fueron inclinando la cruz para ir introduciendo su base en dicho agujero. Alba miró hacia abajo a medida que inclinaban la cruz hacia su base. Entonces se dio cuenta aterrorizada cómo su cuerpo se iba venciendo lentamente hacia sus pies y el dolor se hacía más intenso en muñecas y tobillos. En pocos segundos comprendió que lo único que podía aliviarla era sentarse en el sedile, pero éste era un madero demasiado estrecho y mantenerse sobre él era sumamente difícil. Su angustia crecía por momentos y gemía cada vez más alto mirando angustiosamente al centurión y a los guardias, pero éstos estaban muy ocupados para hacerle algún caso.
La base de la cruz ya estaba entrando en el agujero, y los dos soldados de delante pasaron a la parte posterior para ayudar a levantar el madero. Los soldados de las sogas también empezaron a hacer fuerza, unos para tirar de la cruz y otros para retenerla. Todos sudaban y maldecían, animándose y haciendo esfuerzos mientras el centurión no dejaba de dar órdenes.
El populacho empezó a gritar admirado y a señalar con el dedo el cuerpo de la muchacha clavado a la cruz y oscilando como un pelele hacia los lados. Alba gritaba aterrorizada, pues se estaba resbalando del sedile a medida que aumentaba la inclinación y tenía que hacer fuerza sobre los clavos para no caerse. En unos minutos, la cúspide de la cruz estaba tan alta que los soldados no llegaban con sus brazos y tuvieron que ayudarse con pértigas para enderezarla.
Los brazos de Alba abandonaron la perpendicular del estipe y empezó a colgar de las muñecas, mientras sus piernas se iban doblando por el peso. Su espalda y trasero despellejados rozaron con la rugosa madera de la cruz hacia abajo y decenas de astillas se le clavaron en su piel descarnada. La esclava aullaba con el rostro dirigido hacia el cielo, mientras oleadas de dolor cada vez más intenso acudían a su cerebro desde todos los rincones de su cuerpo.
Por fin la cruz estaba cerca de culminar la vertical y el público pudo ver perfectamente el cuerpo de la condenada colgado de los clavos y deslizándose por el madero hacia abajo. El torso de Alba estaba literalmente cosido a latigazos, además brillaba por el sudor y su pecho subía y bajaba violentamente con cada respiración. La joven germana, sumida en un dolor y sufrimientos indescriptibles gritaba y lloraba con todas sus fuerzas. Sentía que sus piernas se rompían en mil pedazos y que sus brazos se desgarraban al tener que sostener todo su peso.
Finalmente la base de la cruz cayó en el agujero con un fuerte golpe, y todo el cuerpo de la mujer se resintió dolorosamente. Al principio pareció que la cruz se iba a caer hacia delante, pero los soldados de las sogas hicieron un esfuerzo sobrehumano para evitarlo. La esclava se balanceó atras y adelante y finalmente la cruz quedó erecta en una perfecta vertical.
Los soldados se apresuraron a calzar la base del stipe con cuñas de madera y piedras, mientras otros echaban tierra al agujero apresuradamente. Al ser tantos sólo tardaron unos minutos en cubrir completamente el agujero y entonces se pusieron a apisonar la tierra para apelmazarla.
La totalidad de la multitud pudo así contemplar a placer a la esclava. Ella se encontraba colgada de la cruz por los clavos, con los pies a un metro y sesenta centímetros del suelo y la cabeza a unos dos metros y medio. Tenía los brazos abiertos pero no en ángulo recto con su cuerpo sino formando una "Y" griega. Las rodillas estaban dobladas y las piernas obscenamente separadas mostraban su sexo abiertamente y de él se escapaban viscosas gotas de semen. El torso estaba marcado por los latigazos y los pezones dolorosamente deformados y perforados por varias agujas, la respiración era entrecortada y se podían contar las costillas bajo su piel brillante. Delgados regueros de sangre se deslizaban por los brazos hacia los laterales de su cuerpo y los muslos, goteando hacia el suelo desde las rodillas y pies.
El rostro de Alba era una horrorosa manifestación de la tortura que estaba soportando. La muchacha mordía la mordaza, sus ojos permanecían cerrados con un gesto de crispación y las lágrimas se deslizaban por unos carrillos enrojecidos. La corona de flores era un cruel contraste con la sangre y las otras marcas de la tortura. Por fin Alba dejó de gritar y, durante unos momentos, la joven se mantuvo callada, con los ojos cerrados sollozando de dolor y sufrimiento.
Poco a poco se atrevió a abrir los ojos, así pudo ver a los pies de la cruz a sus verdugos que sonreían satisfechos al ver su obra, un poco más allá estaban los guardias y varios centenares de personas que contemplaban el espectáculo divertidos e interesados. Tras la multitud se podían ver a lo lejos las murallas de la ciudad y sus edificios más altos Muchos hombres se masturbaban y le gritaban obscenidades. Sin embargo, Alba no podía ocultar su rostro ni cerrar las piernas. Era humillante que todos aquellos sádicos disfrutaran así de su tortura. Sin poder soportar la vergüenza Alba inclinó el rostro y lo ocultó con uno de sus brazos.
El sol se encontraba ya muy alto y Alba podía notar el calor en toda su intensidad. Pronto, la prolongada exposición al sol sería insoportable y la blanca piel de la muchacha germana se quemaría. No soplaba ni una brizna de aire, lo cual aumentaba la sensación de calor.
Lucio miraba complacido a su esclava, a la que esperaban dolorosas horas de suplicio clavada en la cruz. A pesar de que había dejado de gritar, no paraba de gemir o hacer muecas de disgusto. Ni siquiera podía encontrar una postura para su cabeza recostándola sobre un brazo, pues el cuello le dolía horriblemente. Por ello movía la cara, apretando la mordaza con los ojos cerrados. El público veía divertido ese debatirse, haciendo todo tipo de comentarios obscenos sobre la muchacha y su cuerpo.
Tras un buen rato en el que la mujer se mantuvo en esta situación, Alba notó por primera vez que le costaba respirar. La postura forzada oprímía el diafragma y la esclava se veía obligada a tomar aire con bocanadas cada vez más cortas. El centurión se dio cuenta de esto y comenzó a explicar a Lucio que las personas crucificadas tienen un terrible problema de asfixia, pues su postura forzada y el entumecimiento de sus músculos les impide respirar libremente. Eso era lo que le estaba a pasando a Alba en ese momento, por ello, la chica haría pronto lo que fuera por una bocanada de aire.
- Vamos preciosa, baila para nosotros, gritó de repente una voz que fue contestada por risas y chanzas.
Efectivamente, en unos minutos, Alba no pudo aguantar más y empezó a debatirse para poder respirar mejor. Así se retorció durante unos momentos con el rostro crispado, pero pronto comprendió que debería auparse y volver a sentarse sobre el sedile. Eso significaba que debería incorporarse levantando su cuerpo más de veinte centímetros y ponerse de pie sobre los clavos que sostenían sus tobillos. Sólo de pensarlo Alba sintió dolor en sus brazos y piernas, pero no tenía otro remedio, así que reunió sus mermadas fuerzas e hizo todo lo que pudo por incorporarse. Apenas ejerció presión sobre los clavos el dolor fue muy intenso y desistió.
Sin embargo, seguía sin poder respirar, y eso era angustioso. Tenía que respirar como fuera. Angustiada volvió a mirar hacia abajo, y al ver a Lucio gimió desesperada que la perdonara y la bajara de allí. Pero el cruel amo disfrutaba al ver el tormento de su esclava y sonreía sádicamente.
- ¿Estás cómoda perra?, le dijo.
Ella cerró los ojos y se puso a llorar, sin embargo, esto no hizo sino aumentar sus problemas de respiración.
Desesperada, Alba volvió a armarse de valor y empezó a hacer fuerza. A medida que la presión sobre las muñecas y tobillos aumentó en intensidad su rostro se crispó en una horrible mueca de sufrimiento. Paralelamente, su cuerpo comenzó a reptar por el madero de la cruz hacia arriba. En cuanto el público percibió estos esfuerzos de la mujer, una oleada de comentarios y gritos se levantaron. Entre los comentarios se oían los de aquellos que animaban burlonamente a la chica para que cumpliera su objetivo.
Entretanto Alba lloraba de dolor y sufrimiento por sus tobillos. La muchacha intentaba esforzarse más con las muñecas para aliviar la presión en sus piernas. Por ello sus brazos comenzaron a doblarse y los bíceps mostraban el gran esfuerzo que ella estaba realizando, marcándose brillantes a medida que se tensionaban.
Si estuviera en plenitud de su fuerza, quizá Alba hubiera conseguido auparse, pero estaba realmente agotada y la joven no pudo aguantar el dolor. Consiguientemente sus fuerzas le fallaron y se deslizó por el madero hacia abajo llorando otra vez. Al caer, su espalda descarnada se volvió a raspar con la rugosa madera, que para esas alturas estaba completamente manchada de sangre. Nuevamente se encontraba en el punto de partida y la angustia por la falta de aire le hacía llorar sin freno.
En unos minutos, la muchacha volvió a intentarlo. Esta vez tenía que conseguirlo, así que mordiendo la mordaza con todas sus fuerzas, hizo un esfuerzo sobrehumano. Su cuerpo se fue levantando lentamente, temblando de dolor. Con los ojos cerrados y mirando al cielo, todos sus músculos se tensaron en un intento desesperado por evitar la asfixia. La gente gritaba admirada, animando a la germana. Unos apostaban con otros a que conseguía sentarse en el sedile. Los tendones del cuello parecían que se iban a salir de éste, cuando por fin Alba pudo asentar su trasero en el sedile.
Esto le supuso un momentáneo alivio, pero tenía que auparse completamente para poder respirar. Por tanto siguió haciendo fuerza mientras gemía desesperada. Lentamente, sus brazos comenzaron a doblarse al tiempo que sus piernas se estiraban del todo. Esto significaba que prácticamente todo su peso recaía sobre sus tobillos amoratados, el dolor era tan intenso que la mujer gritaba desaforadamente. Si no hubiera sido por la droga, se hubiera desplomado perdiendo el conocimiento. Por fin su cabeza superó el nivel de los brazos y sus piernas se estiraron completamente, mientras la muchacha aprovechaba para respirar libremente.
Lucio miraba asombrado el tremendo esfuerzo de la esclava que había cerrado los ojos y mantenía un gesto crispado de indescriptible sufrimiento. El centurión también miraba sonriendo, pues sabía que la chica tardaría muy poco en desplomarse. Muchos de los espectadores también sabían esto y esperaban ansiosos cuánto tiempo aguantaba la esclava antes de desplomarse. De hecho, la pobre mujer no pudo soportar más de dos minutos. Por un momento pensó que sus tobillos se rompían y volviendo a gritar de dolor dejó caerse sobre el sedile. Desde ese punto podía respirar algo mejor y sus sufrimientos eran menores, pero no tardaría en perder sus fuerzas cayendo otra vez hacia abajo.
La joven abrió entonces los ojos y pudo volver a ver la escena que se desarrollaba ante ella. Cientos de personas eran testigos de esa tortura diabólica y parecían disfrutar de las convulsiones de la muchacha.
Ella miraba angustiada aquí y allá, con su pecho agitado por una respiración sofocada y el cuerpo en un baño de sudor. Esperaba que alguien se apiadara de ella y le diera una muerte rápida de una lanzada o una flecha. Pero nada de eso ocurrió pues estaba proporcionando un excelente espectáculo. Lentamente, sus fuerzas la abandonaron y se fue deslizando del sedile hacia abajo, mientras la pobre Alba lloraba amargamente. Otra vez debería hacer un esfuerzo sobrehumano y auparse sobre sus clavos.
Los minutos pasan muy lentos en la cruz, la asfixia volvió pronto y esta danza cruel continuó mucho tiempo y se repitió varias veces para regocijo del público. Sin embargo tras auparse más de diez veces sobre la cruz a Alba le abandonaron del todo las fuerzas.
Eran las cuatro de la tarde y la esclava llevaba tres horas clavada en la cruz. Parecía casi muerta, pues colgaba de sus brazos estirados y sus piernas estaban flexionadas al máximo que permitía la postura. La cabeza descansaba sobre el pecho, y sus cabellos empapados en sudor caían sobre su cara surcada de regueros de lágrimas secas. El sol se encontraba en toda su plenitud y el calor era insoportable. Las quemaduras provocadas por el sol martirizaban terriblemente a la muchacha. Su piel desnuda había permanecido mucho tiempo expuesta a aquellos rayos implacables y ya estaba de color rojo. La cabeza le dolía y la sed aumentaba su tormento. Decenas de moscas acudían a sus heridas provocando dolorosísimos escozores y picores. Sin embargo, ella no estaba muerta aún y de cuando en cuando levantaba la cabeza gimiendo lastimosamente.
La multitud hacía tiempo que había ido abandonando el lugar de ejecución para seguir con sus quehaceres y ya sólo se encontraban allí algunos soldados que ya ni siquiera miraban a la crucificada.
Lucio era el único que aún se interesaba por la esclava. A su manera aún le parecía bella, pues la extravagante postura en que le habían crucificado realzaba las curvas de su cuerpo. Ahora Alba estaba en cuclillas y con el torso colgando completamente estirado de los brazos. Internamente se alegraba del sufrimiento de esa desgraciada que le había arruinado la vida y hubiera deseado prolongar su agonía indefinidamente, sin embargo, estaba claro que ella tardaría poco en morir. Lentamente se acercó a ella y le habló.
¿Aún vives germana?. Alba pareció no oírle, en ese momento miraba al cielo respirando dificultosamente. Entonces Lucio sacó un pequeño cuchillo y con él le pinchó en la planta del pie. Alba se quejó y miró hacia abajo.
Ah sí, aún estás viva. Alba le miró fijamente al reconocerlo y nuevamente le pidió piedad entre murmullos ahogados por la mordaza.
No, aún no vas a morir, le dijo guardándose el cuchillo, nos marcharemos todos y te dejaremos aquí para que mueras sola.
Por toda respuesta, Alba miró hacia otro lado, era inútil suplicar.
Fue entonces cuando se acercó un soldado con un martillo y lo empuñó para golpearle en las piernas.
Eh ¿qué vas a hacer?, dijo Lucio conteniéndole.
Le voy a romper las piernas, está casi muerta y queremos irnos.
No lo hagas.
Es la costumbre.
Ya pero aquí mando yo y ella aún es mi esclava, te he dicho que la dejes. El soldado le miró desafiante y bajó el martillo.
Bien quédate tú con ella, y vélala hasta que muera.
Ya estaba atardeciendo así que los soldados fueron recogiendo sus cosas y se encaminaron hacia la ciudad. Así quedaron solos Lucio y Alba.
- ¿Sabes?, le dijo Lucio acariciando sus muslos aprovechando que ya no había nadie. En el fondo fue un error no matarte en Germania, pero al final el destino siempre se cumple. Sólo siento no haberme aprovechado de tu cuerpo pues eras realmente bella. Y dicho esto se sacó la polla y empezó a masturbarse.
Alba miraba a su cruel amo semiinconsciente. Era increíble lo desalmado que era ese hombre con ella. Aún más, Lucio siguió masturbándose y siguió acariciándole las piernas y el trasero hasta que empezó a enredarle la entrepierna con sus dedos. Alba se puso a gemir y protestar ante el despreciable placer que le ofrecía su amo a un paso de la muerte.
- Eres una zorra, siguió Lucio. Aún en la cruz te muestras como una puta, sin duda irás a los infiernos donde continuará tu tormento.
Efectivamente, y a pesar de todo Alba se puso a gemir, pero ahora era el placer, la joven ya no parecía sentir dolor, estaba semiinconsciente y su mente la traicionaba. Sólo la droga le permitía cierto grado de consciencia. Lucio siguió masturbándola y comprobó con sus dedos que su vagina se iba humedeciendo. Poco a poco continuó mientras se masturbaba el pene con la otra mano. La falta de aire debió favorecer el orgasmo pero Lucio no pudo jurar que ella se corriera antes de exhalar el último suspiro.