Alba (1)
Alba, una esclava germana se salva de la crucifixión para ser regalada a un pervertido y sádico senador, un destino mil veces peor.
Capítulo Primero. Ambición política.
La villa era un hervidero de gente corriendo de acá para allá. Un ejército de esclavos y servidores iba y venía acarreando comida y bebida o retirando los platos vacíos. Desde el exterior, se podían percibir las risas de los invitados entremezcladas con la música que amenizaba la fiesta. El Procónsul Lucio Gallo acababa de volver de la Provincia de la Galia, tras pasar allí más de tres años y la fiesta se celebraba en su honor. Esto ocurría en su propia villa a las afueras de la ciudad de Roma, un lugar habitualmente tranquilo donde se podía descansar alejado de la bulliciosa ciudad. Tumbado en su triclinio, el procónsul disfrutaba de una alegre sobremesa tras una copiosa cena, mientras agasajaba a su invitado más importante. Se trataba del senador Flaminio Galba, una de las personas más influyentes y con un mayor ascendiente ante el emperador. Los honores que el procónsul estaba haciendo al senador no eran ni mucho menos gratuitos, pues a cambio de ellos pretendía cultivar su amistad y esperaba contar con su favor para adquirir una nueva magistratura en el estado. Ello le permitiría ser senador, en poco tiempo. Esa era una de las razones de que la comida hubiera sido espléndida, sin embargo, el procónsul había reservado lo mejor para los postres.
- La cena ha sido fabulosa, dijo Galba, no había comido ni bebido tan bien desde hacía mucho tiempo. Ahora nos vendría bien un poco de acción, dijo estirándose sobre el triclinio. Supongo que habrás tenido la precaución de contratar los servicios de unas cortesanas, ¿eh, Gallo?.
Sin embargo, éste hizo un gesto fingido de sorpresa, como si no esperase la petición del senador.
Vaya, respondió palmeándose la frente, ya sabía que se me olvidaba algo.
Siempre he dicho que eres un tacaño, Lucio, te has olvidado a posta, para ahorrarte el dinero. Al decir esto los dos hombres se rieron con sonoras carcajadas, pues ya eran viejos compañeros de noches de juerga. Nos vamos a aburrir después de haberlo pasado tan bien, dijo el senador. Al menos haz que castiguen a una de tus esclavas y que la azoten aquí mismo. Dame ese capricho.
Lucio volvió a sonreir, pero esta vez en silencio. El senador Galba era muy conocido en Roma por su afición a torturar sin piedad a sus esclavas. Dado que era riquísimo, el senador podía darse ese lujo de sacrificar a una de sus esclavas de vez en cuando. Lucio sabía que Galba tenía en su villa una sala subterránea muy particular a la que llamaba entre comillas su "cuarto de juegos". En realidad se trataba de una cámara de tortura en la que permanentemente tenía una o dos esclavas prisioneras. Cuando le parecía las visitaba y entonces se pasaba allí varias horas, auxiliado por tres verdugos, violándolas y sometiéndolas a los tormentos más atroces que su pervertida mente era capaz de concebir.
Las pobres muchachas que tenían la mala suerte de ser compradas por el senador vivían un auténtico infierno de dolor y sufrimiento que a menudo, duraba varios meses. La habilidad de los verdugos permitía al senador mantener a las jovenes vivas pero sometidas a continuos suplicios, a cual más doloroso y cruel. En ocasiones, Flaminio celebraba fiestas privadas en las que la principal atracción era crucificar en el jardín de su villa a una de esas jóvenes para deleite de sus invitados. En esas ocasiones se adornaba a la cruz y a la muchacha crucificada con guirnaldas de flores, y se le amordazaba para que sus gritos no incomodaran a sus invitados. Por contra, el bello cuerpo de estas esclavas era un verdadero deleite a la vista, pues las jóvenes se contorsionaban y debatían continuamente por encontrar una postura que permitiera mitigar su dolor y respirar sin agobios. Entretanto, los invitados se limitaban a ver el cruel espectáculo e intentaban adivinar qué tipo de tormentos habían provocado esas marcas en los cuerpos de las desdichadas.
Lucio ya había participado en una de esas fiestas y ello le había permitido urdir su plan para que el senador estuviera en deuda con él. Por fin, no pudo aguantar más y dijo.
Tengo una sorpresa para ti, Galba.
¿Sí, de qué se trata?, dijo el senador muy sorprendido.
Tendrás que acompañarme si quieres verla.
Galba se levantó del triclinio y tras excusarse ante el resto de los invitados le siguió fuera de la sala de banquetes. Gallo cogió una tea encendida y los dos hombres se alejaron de la ruidosa fiesta, dirigiéndose a un cobertizo bastante alejado de la villa. Cuando los ruidos de la fiesta ya se oían bastante lejos, Lucio y Flaminio se acercaron al cobertizo y entraron en él. Todo estaba oscuro y en silencio, sin embargo, la tea fue iluminando diferentes partes del interior de aquel lugar, creando un fantasmagórico juego de luces y sombras. Galba sólo necesitó dos segundos para darse cuenta de que allí había alguien más.
Lucio sonrió, y tras cerrar la puerta del cobertizo, encendió varias lámparas de aceite con el fuego de la tea. La luz se hizo muy intensa entonces y Galba pudo ver algo que nunca se hubiera esperado encontrar allí. En el cobertizo había una mujer, estaba de pie y con los brazos en alto. A Flaminio le pareció que estaba desnuda.
- Esta esclava es tu regalo senador, dijo de pronto Lucio, alargando al senador un látigo. Lleva aquí esperando varias horas para que la azotes.
Se trataba de una joven rubia y delgada, de estatura media. Efectivamente estaba completamente desnuda, amordazada con una tela y fuertemente atada a una viga del techo, con los brazos estirados por encima de su cabeza y obligada a mantenerse de puntillas. Sus tobillos y muslos estaban atados entre sí de manera que la mujer no pudiera patalear ni esquivar los latigazos. Al principio, la luz le hizo cerrar los ojos, sin embargo, cuando pudo volver a abrirlos pudo ver a los dos hombres frente a ella. Flaminio pudo comprobar que era bellísima, de unos ojos azules encantadores, pero lo que más le llamó la atención fue la espalda de la joven, larga y flexible, con un trasero redondo que volvería loco a cualquier hombre y unas piernas largas y magníficamente torneadas.
¿Es cierto?, ¿me la regalas?.
Por supuesto, dijo Lucio, para eso te he traído hasta aquí.
Lucio lo había preparado todo para que Flaminio la viera así atada e indefensa, preparada para ser flagelada allí mismo por el cruel senador. El senador estaba encantado por la vista de aquel cuerpo desnudo de una belleza muy infrecuente en Roma. Evidentemente se trataba de una mujer del norte. Se acercó a ella y con toda naturalidad empezó a acariciarle el trasero como si fuera un caballo que acababa de comprar. La mujer no aceptó bien la caricia de aquel viejo pervertido e intentó apartar el trasero, arqueando su cuerpo, mientras gemía tras su mordaza, pero de poco le sirvió.
Dime procónsul dijo el senador. ¿Dónde has encontrado esta maravilla?.
Se trata de una mujer de Germania, es la hija de un jefe germano sublevado al que vencimos hace tres meses. Hicimos una matanza entre los hombres pero algunos huyeron gracias a que su tribu les ayudó. Como represalia ordené crucificar a todas las mujeres del poblado en el camino que conducía al campamento para que sirvieran de ejemplo a otros rebeldes.
La mujer miró entonces a Lucio con un gesto lleno de odio. Todavía podía recordar cómo clavaban en cruces a su madre, sus hermanas pequeñas que casi eran unas niñas, a sus primas y el resto de las mujeres de la tribu. Odiaba más a esos romanos por haberla dejado viva tras ser testigo del suplicio de su familia y amigas. Los gritos de su pequeña hermana de trece años todavía resonaban cada noche en su cabeza. Aquellos animales ni siquiera se habían apiadado de las súplicas desesperadas de la niña, ni de su madre que pedía piedad para ella ya clavada en la cruz. La desnudaron y la violaron, pues no querían crucificar a una virgen ya que pensaban que eso les daría mala suerte. Después de penetrarla vaginal y analmente varios guardias la acostaron brutalmente en la cruz y le crucificaron sin hacer ningún caso a sus ruegos y sollozos. Nunca perdonaría a los romanos haber hecho eso ante sus ojos y permitirle vivir para recordarlo.
Reservé esta joven para el final, al principio pensé en crucificarla delante de la puerta de la ciudad, para que todos pudieran verla, pues, con mucho era la más bella, pero entonces me acordé de ti y le perdoné la vida. No he dejado que nadie la toque, ni siquiera yo, así que todavía es completamente virgen.
Bien, eso podemos arreglarlo ahora mismo, Procónsul, te propongo que la desvirguemos aquí mismo.
Pero es un regalo tuyo, protestó el procónsul, toma el látigo y azótala hasta que desfallezca, nadie le ha golpeado nunca y todavía no está acostumbrada a los latigazos. Seguro que gritará muy fuerte.
No, quiero hacer el amor con ella antes de estropear su piel. Y volviéndose a Lucio, le dijo, además, dado que has sido tan generoso conmigo quiero que la compartamos. Tú te la follarás por delante y yo por detrás, los dos a la vez.
Mientras decía esto, el senador empezó a acariciar los pechos de la mujer, tiernos, suaves y turgentes pellizcando levemente los pezones.
Ahora te vamos a follar, esclava rebelde, pero mañana mismo te llevaré a mi villa y allí pasaremos unos días muy agradables tú y yo. El viejo senador le decía esto besuqueándola y babeándose encima, pero ella cerraba los ojos y apartaba la cara completamente asqueada.
Es bellísima, Lucio, a ella tendré que tratarla de forma especial. habrá que tener mucho cuidado al torturarla, no sea que se nos vaya la mano y muera antes de tiempo.
La joven miró angustiada al senador al oír esto y empezó a respirar de forma agitada.
- ¿Cuándo la crucificarás?, dijo Lucio repentinamente, no quiero perdérmelo.
Entonces la joven miró a Lucio sin poder dar crédito a sus palabras, casi se meó encima mientras el corazón le golpeaba el pecho.
- No te preocupes, te avisaré cuando lo decida. Todo depende de cómo soporte el dolor.
La mujer estaba cada vez más desesperada. Más le hubiera valido haber sido ejecutada en Germania. Ahora su destino iba a ser mucho más cruel en manos de aquel sádico.
-Por cierto, ¿cómo se llama?.
-No lo sé, yo le llamo Alba por el color de su piel.
La bella Alba se debatía retorciéndose entre las manos de aquel viejo asqueroso que no dejaba de manosearla. Se preguntaba angustiada qué le haría ese sádico, pero lo que más le aterrorizaba era la promesa de que algún día, quizá muy cercano, sería crucificada como el resto de su familia. La crucifixión no, cualquier cosa menos eso, ya había visto crucificar a muchas mujeres y cuando ella se libró se felicitó a sí misma, a pesar del dolor de haber visto sufrir a su madre y a sus hermanas. Era horrible, no podría soportar un tormento tan atroz. Varias lágrimas empezaron a deslizarse por sus carrillos mientras se hacía idea de su cruel destino. Hasta entonces la habían respetado y su cuerpo permanecía intacto, pero ahora le prometían un largo martirio. De todos modos, el miedo no redujo ni un ápice el odio hacia aquellos hombres y se juró a sí misma que a la mínima oportunidad se llevaría por delante a alguno de ellos.
Entretanto, el senador había introducido su dedo en la entrepierna de la chica entusiasmado por las muestras de asco y desesperación que reflejaban las lágrimas de ésta. Ella se mostraba violada por esa intrusión, rechazando el agradable cosquilleo del dedo de ese viejo en sus labios vaginales y clítoris. Ese placer le parecía sucio viniendo de esos violadores y ella negaba con la cabeza retorciéndose hacia todos los lados y protestando con sollozos y gemidos ininteligibles. Las protestas de la mujer animaron aún más al sádico Flaminio, un hombre acostumbrado a violar a sus esclavas y al que la inútil resistencia de éstas le despertaba aún más el deseo. De este modo, el senador se dedicó a explorar el ano de la mujer sin ningún recato. Un escalofrío recorrió la espalda de Alba al notar que le penetraban el agujero del culo.
- Qué culo tan prieto tienes tesoro, voy a disfrutar mucho rompiéndotelo. No me vas a decir que no has deseado nunca que un apuesto germano te meta su enorme verga dura por detrás. Ahora te vas a tener que conformar con una vieja polla romana.
Alba lloraba de rabia y desesperación ante las obscenidades de Flaminio. Estas formaban parte de un plan calculado para doblegar la voluntad de la muchacha. Los manoseos continuaron por los pechos de Alba. Flaminio empezó a lamerle el pezón izquierdo al tiempo que lo mordía levemente. Estos mordiscos húmedos producían pequeñas descargas eléctricas en los nervios de la bella germana, que ya estaban muy excitados. Al notar el placer en sus pechos Alba volvía a gemir y llorar negando con la cabeza. Muchas veces había soñado con que un hombre le hiciera eso pero ese viejo era asqueroso.
Al notar satisfecho que el pezón se engrosaba y endurecía, Flaminio volvió su cabeza hacia Lucio.
- ¿Sabes procónsul?, dijo Flaminio. Tienes que venir a mi villa el día que torture los pechos de esta esclava. Es sorprendente comprobar la sensibilidad de los pechos de las mujeres. Normalmente empiezo retorciendo los pezones con unas pequeñas tenazas hasta que se ponen morados.
Y al decir esto le empezó a retorcer los pezones a Alba hincándole las uñas. Alba lloraba de dolor imaginándose el tormento de una frías tenazas hiriendo esa parte tan sensible de su cuerpo.
- Después de retorcerlos la sensibilidad de los pezones es mucho mayor, entonces cojo unas pequeñas agujas, las caliento sobre una vela hasta que se ponen al rojo vivo, y entonces se las clavo aquí, y mirando sádicamente a Alba le dijo, cada aguja penetrará lentamente en tu piel quemando tus pechos milímetro a milímetro. Es maravilloso oírlas gritar y estremecerse, Lucio, muchas llaman a su madre como si volvieran a tener cinco años, y en poco tiempo se desmayan cuando ya no pueden soportar el dolor. Entonces las vuelvo a despertar y continúo. Si les administro drogas puedo estar así varias horas.
Lucio estaba completamente empalmado por la descripción del tormento de las agujas y por los gemidos desesperados de la muchacha que lloraba ahora sin ningún freno imaginándoselo, por nada del mundo se perdería semejante espectáculo.
- No llores pequeña, dijo Flaminio sin dejar de sobarla, esta noche no vamos a empezar a torturarte, al contrario, te vamos a hacer gozar como nunca lo has hecho. Mañana te llevaré a mi villa y te entregaré a los verdugos, así que aprovecha las últimas horas de placer que te quedan. Y ahora, baja la cabeza y mira lo que tengo para ti.
Alba miró hacia abajo, aún con lágrimas en los ojos y vio espantada el pene del senador, viejo, pálido y con venas muy azules, pero también con un enorme glande, turgente y duro como una piedra. Repentinamente un olor asqueroso, mezcla de orina y algo indeterminado ascendió hasta su nariz y casi le hizo vomitar.
- Es para ti esclava, quiero que la chupes antes de metértela. Ella lloraba negando con la cabeza y gimiendo algo incomprensible tras su mordaza. Sí, por supuesto que la chuparás, eyacularé en tu boca y como tengo la vejiga a reventar me mearé en ella, y tú, sucia esclava, no dejarás escapar ni una gota o probarás el látigo hoy mismo.
Entretanto, Lucio había salido a la puerta del cobertizo y empezó a llamar a gritos a sus criados. Esa demostración de sadismo le estaba excitando tanto que él también deseaba follarse a la esclava, sin embargo, como no se fiaba de ella quería que los criados la maniatasen. Nunca se sabía qué eran capaces de hacer esas mujeres germanas. Tres criados llegaron corriendo y entonces el senador dejó por un momento de abusar de la joven, pues no quería que unos viles esclavos le vieran hacerlo.
- Soltadla, atadle los brazos a la espalda y ponedle esta barra entre los tobillos, ordenó Lucio muy excitado.
Los esclavos se apresuraron a cumplir la orden, llegaron hasta la llorosa muchacha, le soltaron las ligaduras de brazos y piernas y aunque ella mostró cierta resistencia, la mantuvieron inmovilizada con una pierna sobre el cuello mientras le maniataban los brazos con fuertes sogas en las muñecas y los antebrazos.
- Tened cuidado, no le estropeéis la piel, añadió Lucio.
Acto seguido le pusieron la barra de hierro de unos sesenta centímetros en los tobillos y se la ataron con dos argollas de metal, ella no dejaba de gemir y patalear, pero toda resistencia era inútil, pues con esa barra, la mujer no podía cerrar las piernas. Cuando terminaron de atarla Lucio dijo.
- Ahora salid y alejáos del cobertizo, ya os llamaré si os necesito.
El procónsul no quería que nadie fuese testigo de la violación de la esclava, así que los criados salieron de allí guiñándose el ojo y sonriendo, pues sabían lo que iba a ocurrir. Incluso era posible que cuando sus amos terminaran les dejaran esa bella esclava como juguete.
Lucio cerró la puerta y miró la escena que había ante sus ojos. El senador estaba tirando del pelo de la joven para obligarla a ponerse de rodillas. Esta gemía por el estirón y a duras penas podía arrodillarse, pero al final lo consiguió. Entonces se acercó y los dos hombres sacaron sus pollas ya erectas preparados para que Alba se las mamara antes de desvirgarla por todos sus agujeros.
Alba estaba en medio de los dos, arrodillada, amordazada y desnuda. Su cuerpo bañado en sudor por la lucha y la tensión, brillaba a la luz de las lámparas, y sus prominentes senos se realzaban pues las ataduras le obligaban a mantener sus hombros hacia atrás. Su pecho ascendía sensualmente por la respiración entrecortada tras la lucha con los servidores. Ella intentaba recuperar el aliento muy agitada por la situación. La saliva caía en hilos por la mordaza y aterrizaba cadenciosamente en los pechos y muslos mezclada con las lágrimas. Su rostro estaba congestionado y enrojecido, mientras permanecía con los ojos cerrados, asqueada por el olor de aquellas pollas inmundas.
Lucio le soltó la mordaza para que ella comenzara la felación. En cuanto se la soltaron ella gritó a pesar de que le dolía la mandíbula.
- Dejadme, por vuestros dioses, dejadme no me hagáis daño.
Alba pronunció esas palabras en un mal latín con un acento que Flaminio había oído pocas veces.
Vamos esclava, no te vamos a hacer daño, sólo queremos que nos la chupes como es tu obligación.
No puedo, me da asco, huele muy mal.
Venga, chúpala, le decía sádicamente el senador, mientras le restregaba la polla por los labios y le cogía la cabeza con las manos. Ella cerraba obstinadamente los ojos y los labios, mientras intentaba apartar inútilmente la cara. Estoy perdiendo la paciencia, puta. Chupa o te arrancaremos la piel a tiras.
Pero Alba seguía luchando sin abrir la boca. Entonces Lucio cogió el látigo, y se oyó un zumbido seguido de un violento chasquido y del grito de la muchacha. El violento latigazo le había dado en el trasero y la tirar del látigo las cinco correas de éste arañaron otras tantas heridas rojizas que inmediatamente empezaron a escocer. La mujer miró a Lucio con lágrimas en los ojos.
No, por favor, eso no, gimió.
Pues chúpale el rabo al senador, y procura hacerlo bien.
Alba volvió el rostro hacia el asqueroso pene del viejo y venciendo su asco empezó a lamerlo, pero no pudo guantar su pestilente sabor a orina y apartó la boca dejando escapar la saliva y escupiendo con una mueca de disgusto.
No puedo, por favor, no me obliguéis.
Dale un latigazo en las tetas, dijo el senador, así obedecerá. Esta vez la amenaza fue suficiente, pues la muchacha, al ver cómo Lucio levantaba el látigo, gritó.
No, no lo hagas la chuparé, la chuparé. Y volviendo su cara hacia el pene de Flaminio se metió el glande en la boca sin pensarlo. El sabor salado y revenido del miembro del viejo le provocó una náusea y estuvo a punto de vomitar. Entonces apartó su cara dejando escapar la saliva, de pronto notó que algunas pequeñas partículas sólidas se aferraban a su lengua. Era repugnante mantener esa polla en la boca. De hecho el senador Flaminio, por lo demás muy aseado, renunciaba a lavarse el miembro y prefería que se lo limpiasen las esclavas con la lengua. Era una humillación adicional a la que sometía a las mujeres que violaba.
Venga cerda, en el fondo estás deseando mamarla para ponerla dura como una estaca y que te encule con ella.Y dicho esto, le volvió a meter el miembro en la boca. Alba ya no se resistió y dejó de luchar. La punta del pene del senador estaba ahora en su boca y la joven hizo esfuerzos por aguantar el asco, tenía que conseguir que se corriese, así quizá se le pasara el deseo de sodomizarla.
Flaminio bramó de gusto cuando notó el dulce calor húmedo en la sensible piel de su prepucio.
Oh, sí puta, ya sabía yo que eras una auténtica puerca. Chupa, chupa con ganas, y diciendo esto le empezó a introducir el rabo hasta la garganta, manteniendo su nuca entre las manos. La polla entró hasta dentro tocando con la punta la campanilla de la muchacha. A Alba le dio una arcada e intentó expulsar el miembro pero el senador no se lo permitió. Lentamente Flaminio le obligó a realizar la felación follándosela por la boca. Su miembro crecía y se endurecía por momentos entre la lengua y los labios de la rubia germana, no parecía que fuese el pene de un viejo. Flaminio continuaba con los ojos en blanco, transido de placer y diciendo obscenidades.
Mama,.. corderito,... mama, pronto tendrás.... tu leche.
Lucio veía la felación muy excitado. Muchas veces había visto una violación, pero el control que tenía el senador sobre la voluntad de la mujer era poco usual. El deseo le hizo entonces empezar a hurgar en la entrepierna de la joven. Así le acarició los labios vaginales y el clítoris con todo cuidado.
Alba empezó a no controlar la situación. Al de un rato había superado su asco, cuando su saliva neutralizó aquel pestilente sabor. El ser violada de esa manera le enfurecía y humillaba, de manera que, cuando recuperó la capacidad de pensar lo que hacía, decidió que aquella era una oportunidad de vengarse. Nadie podría impedirle morder la polla al senador. Lo podía hacer por sorpresa hincando sus dientes de manera que él no pudiera sacarla. Es posible que incluso pudiera caparle con un mordisco. Sin embargo, no se atrevía a hacerlo. Es posible que el senador perdiera su pene, pero la represalia inmediata sería brutal. Por ello, no se decidía a dar ese paso.
Además llegó un momento en que nuevamente dejó de controlar lo que hacía o pensaba, cuando Lucio le empezó a masturbar. Repentinamente un extraño calor le subió de la entrepierna al tiempo que el pene de Flaminio se le hacía extrañamente agradable, duro y suave a la vez.
Poco a poco la furia se convirtió en rabia .La germana gemía ahora con los ojos cerrados recordando cómo los romanos crucificaban brutalmente a las mujeres de su pueblo. A su mente volvía ahora la brutalidad y violencia de la escena, como si fueran flashes repentinos. Los soldados desnudando a tirones a una mujer y acostándola sobre la cruz, los verdugos clavando sus brazos a martillazos entre los alaridos de su víctima, el momento en el que erigían las cruces con los cuerpos desnudos clavados a ellas y las mujeres aullaban de dolor al notar que todo su peso recaía sobre los clavos. La violencia se trocaba ahora en placer y la rabia en lujuria.
A Flaminio no dejó de sorprenderle la actitud de la muchacha que, ahora parecía disfrutar de la felación tanto como él. Sin embargo, repentinamente sacó su miembro provocando que un hilo de saliva saliera de la boca de la desconcertada mujer. Alba no era ya dueña de sí y ávidamente quiso metérsela otra vez en la boca. El senador apartó el miembro, y entonces la muchacha, algo más calmada, se dedicó a lamerlo con la punta de su lengua sin que nadie le obligara. Flaminio mantenía su cabeza dirigida hacia lo alto con los ojos cerrados, gimiendo de gusto.
Ya sabía yo que eras una zorra, todas las esclavas lo sois, dijo con la voz entrecortada. Quizá no empiece a torturarte todavía. Ella le miró cuando dijo eso sin dejar de lamer y acto seguido se volvió a introducir el pene en su boca, pues aquella frase le daba una pequeña esperanza, quizá si se convirtiera en una buena amante el senador le perdonara la vida. Pero Alba desconocía la verdadera naturaleza del senador. Que se la chupara mejor o peor sólo significaba un breve aplazamiento en el suplicio que sufriría, pero no su anulación. Desconociendo esto ella seguía mamando ávidamente. Flaminio dejó que siguiera chupándosela otro rato, y de pronto tiró de su pelo y le dirigió la cara hacia el pene de Lucio.
Vamos cómesela ahora al procónsul y agradécele como es debido que te perdonara la vida.
Para esas alturas, la rubia ya no era dueña de su cuerpo y estaba atrapada por la lujuria, por lo que empezó a mamársela a Lucio sin dilación. La joven germana continuó así un rato, de rodillas y felando alternativamente las pollas de los dos hombres que le flanqueaban. Estos la miraban muy excitados, desnuda, con el torso y los muslos sudorosos, los brazos fuertemente atados a la espalda y gimiendo mientras chupaba esos miembros con los ojos cerrados. Sus redondos pechos y larga cabellera se movían al ritmo de una felación animosa y sin pausa. Se metía y sacaba los largos penes húmedos alternativamente, y sin ningún orden, dejando escapar la saliva a raudales lamiendo con su lengua sin descanso. Los dos hombres disfrutaron un buen rato de aquella lengua y labios cálidos y húmedos, y cuando ya tenían los penes a punto, se dispusieron a desvirgarla.
Cuando aún tenía entre sus labios el prepucio de Lucio, Alba notó que el senador tiraba hacia atrás de sus hombros, obligándola a caer sobre su espalda. Como tenía los tobillos atados con la barra de hierro, no le fue fácil tumbarse y Lucio tuvo que ayudarle a sacar sus piernas hacia delante. Ya en el suelo, sobre la paja del cobertizo, la joven quedó con sus brazos maniatados hacia atrás, sin posibilidad de utilizarlos para defenderse. Además, tenía que mantener las piernas muy abiertas, de manera que su sexo quedó totalmente expuesto.
- Adelante procónsul, dijo Flaminio, desvírgala.
Lucio sonrió, se quitó la túnica y completamente desnudo se tumbó encima de Alba dispuesto a penetrarla. Colocó el pene sobre la entrepierna de ella y la empezó a penetrar. Para esas alturas, la mujer estaba muy mojada y el pene también húmedo, penetró fácilmente. La única resistencia vino del himen de Alba que resistió unos segundos hasta que el duro pene de Lucio lo traspasó dolorosamente. La muchacha lanzó un grito y cerró los ojos al desgarrarse el himen. El pene en su sexo le parecía un objeto extraño que le hacía bastante daño, por lo que siguió respondiendo con muecas de disgusto a cada empujón, sin embargo, en poco tiempo, el senador empezó a sonreir al ver la lenta transición del rostro de la chica desde el dolor al placer. Lucio continuaba penetrándola con sacudidas intensas, metiéndole y sacándole todo su miembro cadenciosamente. Cada sacudida era respondida ahora por un gemido de placer, cada vez más fuerte y estremecedor.
Alba se sentía culpable de estar gozando como una perra a manos del asesino de su familia, pero no podía decir que no a esa penetración intensa, y disfrutaba con los ojos cerrados de su violación bramando y moviendo la cara hacia los lados. De vez en cuando negaba con la cabeza intentando rechazar aquello, pero era simplemente incapaz de negarse a algo tan placentero. Lucio, muy excitado comenzó entonces a morderle los pezones levemente, mientras continuaba penetrándola. Miles de impulsos eléctricos empezaron a confluir desde diferentes partes de su cuerpo y Alba se corrió intensamente levantando la cabeza con cada sacudida de su entrepierna. Lucio pudo notar las convulsiones de la vulva de la mujer apretando suavemente sobre su pene, mientras el cuerpo de ella se erizaba y temblaba de placer.
Una vez que Alba se corrió, el procónsul se levantó con su miembro erecto y los dos hombres la obligaron a ponerse otra vez de rodillas. Lucio fue ahora el que se tumbó en el suelo mientras el senador obligaba a la esclava maniatada a empalar su coño sobre el pene erecto de aquél. Alba comenzó entonces a cabalgar sobre aquel miembro duro y recto, volviendo a gozar. Incluso ahora no tuvo ningún problema en volver a chuparle la polla al senador. Es como si ya no fuera la misma mujer. Sin embargo, lo que le iba a ocurrir ahora no le iba a gustar tanto. Tras un buen rato en el que, por el esfuerzo, el sudor cubrió completamente el cuerpo de la mujer, nuevamente le obligaron a inclinar su torso sobre el de Lucio. De este modo, el trasero de la joven quedó completamente expuesto al senador. Este veía muy excitado el agujero del ano de la muchacha y lo examinó con el dedo mojado toqueteando la aureola del mismo. Alba sintió un cosquilleo muy agradable en su trasero y volvió la cabeza viendo que ese viejo pervertido le estaba enredando allí.
Inmediatamente cerró los ojos y gimió de placer. Nunca se hubiera imaginado que esa zona tan innoble pudiera darle tanto gusto. Entretanto seguía cabalgando con su coño sobre el pene de Lucio. El senador siguió acariciando el esfínter apretado y entero de la joven mientras saboreaba por anticipado los gritos que iba a dar la muchacha en cuanto comenzara a sodomizarla y rasgarle ese culo tan apretado. En un momento dado untó el dedo índice con los jugos vaginales de ella y se lo introdujo por el agujero estrecho del culo. Alba sintió un repentino escalofrío cuando aquel objeto extraño se introdujo por un lugar tan íntimo y volvió a mirar un tanto inquieta hacia atrás, sin saber muy bien por qué intuyó que aquello le iba a doler bastante.
Efectivamente, el viejo sacó el dedo y se dispuso a clavarle su vieja polla en el culo. Cuando el pene empezó a penetrar por el agujero del ano, la muchacha se quedó quieta, y Lucio pudo ver perfectamente cómo ella cerraba los ojos e iba creciendo en su semblante una mueca de dolor creciente. A medida que la polla de Flaminio la fue penetrando, ella empezó a gemir negando con la cabeza. Su dorado cabello, empapado en sudor le ocultaba parte del rostro mientras ella gritaba.
- No, por favor, no sigas, mi culo, por todos los dioses.
Eso era precisamente lo que esperaba el senador, no había nada que le excitase tanto como una jovencita que suplicara piedad cuando la torturaba. Por eso, los gritos y sollozo de la muchacha sólo le animaron a seguir taladrándola, insensible a su dolor y sufrimiento.
- No, por favor, repetía ella llorando, me hacéis mucho daño, por favor, y las lágrimas surcaban su rostro congestionado cayendo sobre la cara de Lucio.
La doble penetración de la esclava germana duró aún un tiempo en el que ella sintió placer y dolor a un tiempo, indefensa ante la violación de sus sádicos verdugos. Lucio fue el primero que se corrió, dentro de la vagina caliente y húmeda de Alba que apenas fue consciente de los espasmos del pene del procónsul. Bastante tenía la joven con esa dolorosa penetración de su recto, para entonces ya muy cedido e incluso sangrante. La belleza de su trasero provocó que la sodomización fuera especialmente dura e insistente, pues el viejo metía y sacaba su verga sin correrse, aprovechando que a su edad los hombres tienen que insistir mucho para llegar a eyacular. Alba ya no gritaba como al principio, pero ese dolor espantoso y humillante seguía quemándole en el esfínter, y le seguiría doliendo muchas horas después de que dejaran de encularla. Por fin Flaminio sintió que le llagaba el momento. Así que sacó la polla dejando tras de sí un túnel redondo y abierto, manchado de la sangre de los desgarrones, mientras obligaba a la germana a levantarse tirando del cabello.
- Chúpala, zorra, succiona toda mi leche.
Alba no ofreció ninguna resistencia, aliviada de que aquel tormento sobre su trasero hubiera terminado de una vez, y se metió la verga dura del viejo en la boca. Ahora el sabor era algo distinto, pues Alba estaba tragando los jugos y líquidos de su propio trasero mezclados con las primeras gotas de semen del senador y lágrimas que se le colaban por las comisuras desde sus carrillos. Para esas alturas, esa mezcla ya no le provocaba repulsión y siguió mamando hasta que Flaminio empezó a bramar.
- Sí puta, sí, sigue, no te pares.
Entonces algo muy caliente y pegajoso invadió la boca y garganta de la joven. Con cuatro o cinco disparos cálidos el esperma del viejo salió disparado del pene y ella se vio obligada a tragar parte, hasta que pudo obturar la garganta. Cuando el senador sacó la polla tras unos segundos, suspirando de gusto, el semen blanco se deslizó por los labios y barbilla de la joven cayendo sobre sus pechos y muslos.
- Por los dioses, qué mala puta eres, tienes fuego en el cuerpo esclava. Y dicho esto, Flaminio le dijo. Ahora abre la boca, tengo ganas de mear.
Alba le miró con gesto de asco y la boca cerrada, todavía manchada de un semen pegajoso que se resistía a caer. Vamos, haz lo que te digo o mandaré que empiecen a torturarte ahora mismo. La muchacha siguió en sus trece y se negó a abrir la boca. Entonces, Flaminio Galba, perdiendo la paciencia dijo.
Lucio, haz que tus criados enciendan fuego en un brasero, vamos a lacerar la carne de esta esclava desobediente con tenazas candentes. Alba dijo entonces atemorizada.
No, no hagáis eso.
Y diciendo esto cerró los ojos y abrió la boca delante del pene del senador. Este, que para entonces ya había perdido casi toda su erección, sonrió y empezó a mearse con toda tranquilidad en la boca de la mujer. El líquido amarillento y caliente cayó entonces dentro de la boca, en la lengua y la garganta, y ante aquel sabor intenso y muy salado, la mujer hizo todo lo posible por expulsarlo impidiendo su entrada en la tráquea, entonces la orina se deslizaba por su cuerpo como una delgada película dorada.
- Trágatelo, puta, es lo único que vas a beber de aquí en adelante. Trágatelo o haré que traigan las tenazas.
Otra vez la amenaza surtió efecto y Alba se empezó a tragar aquel líquido pestilente con un indescriptible gesto de asco. Cuando por fin terminó el senador de derramar sobre ella los últimos chorros sueltos, le volvió a introducir el pene, esta vez fláccido, en la boca para que se lo limpiara. Ella ya no podía experimentar más repugnancia y nuevamente aceptó la humillación.
- Desde ahora te voy a utilizar siempre como letrina cerdita, creo que al final te va a gustar.
Y mientras ella le limpiaba la polla, el senador dijo al procónsul.
- Me ha encantado tu regalo y quiero recompensarte. Ven dentro de tres días a mi villa, Lucio, hace poco he comprado una jovencita de unos quince años y dejaré que tú mismo la tortures. Las ataremos una frente a la otra, con su entrepierna cabalgando sobre una cuña de madera. Así nos pasaremos horas torturando sus pechos con agujas como te he explicado. Veremos cuál de las dos grita más fuerte.
Aquello superó todo lo que Alba podía aguantar. Había sido violada y humillada, e incluso había sentido placer por aquello, pero no soportaría la tortura y menos recibirla al mismo tiempo que una niña. Eso le recordaba demasiado el martirio de su propia hermana. Airada y ofendida por todo aquello, Alba no pensó en las consecuencias que tendrían sus actos, y con todas sus fuerzas mordió el miembro fláccido de Flaminio que todavía tenía entre sus dientes. Estos penetraron fácilmente en la piel del prepucio y una oleada de sangre le inundó por dentro. El senador aulló entonces del tremendo dolor que le provocó la germana, pero ésta no cedió y siguió apretando, y apretando sin soltar su presa. Fue en ese momento cuando recibió un fuerte golpe de Lucio e inconsciente se desplomó en el suelo. El Procónsul había reaccionado tarde, de manera que se quedó con el madero con el que había golpeado a la joven, observando el cuerpo inerte de ésta y al senador que se retorcía de dolor en el suelo con la entrepierna en un mar de sangre.
Lucio fue presa del pánico ante lo que había pasado. Abrió la puerta del cobertizo y se puso a llamar a los criados a gritos. Pronto se formó un tremendo jaleo y una muchedumbre formada por criados e invitados llegó hasta el cobertizo. Algunos veían la escena y se volvían aterrorizados sin atreverse a entrar. Por fin, entre el tumulto, un hombre se abrió paso con su voz autoritaria y fuerte.
- Abrid paso, soy el tribuno Sila.
Ante ese título todo el mundo le dejó pasar y él pudo ver cómo unos criados intentaban recoger al senador para llevarle a un lugar más cómodo y poder curarle.
¿Qué ha ocurrido aquí procónsul?, preguntó el tribuno. Ha sido la esclava del senador. Esa sucia germana casi le ha arrancado el pene de un mordisco. Al oír esto el senador protestó con todas sus energías.
Esa esclava no es mía, es del procónsul Gallo. Me tiene que pagar por esto, me lo ha hecho su esclava y la ley dice que me lo debe. Y diciendo esto último, los servidores se llevaron al senador.
¿Es cierto procónsul?, ¿es tuya la esclava?.
Yo se la regalé esta misma noche. No tengo la culpa de que esto haya ocurrido.
O sea que no hay ningún documento escrito de que ella sea propiedad del senador Galba.
No, ha sido una cuestión de palabra.
Entonces yo no puedo decidir. Habrá que interrogar a la esclava. Será necesario que la lleves esta misma noche a Roma, así podrás llegar mañana a primera hora y presentar el caso ante el Pretor, yo os acompañaré.
De acuerdo, dijo Lucio, y muy nervioso se marchó del cobertizo semidesnudo. Fue entonces cuando el tribuno reparó en Alba. El cuerpo desnudo de ella todavía estaba en el suelo maniatado. Pudo ver también los restos de sangre que salían de su trasero y su boca y las marcas de latigazos sobre el cuerpo de la pobre muchacha. Entonces comprendió lo que había pasado, en definitiva la joven sólo se había defendido contra sus violadores sin embargo, lo que había hecho sólo podía tener el cruel castigo que las leyes romanas reservaban a los esclavos rebeldes. En ese momento deseó fervientemente por su bien que ella estuviera muerta y se agachó para comprobarlo. Pero al levantar su cara se percató de que ella todavía estaba viva. La miró compasivamente y le dijo.
Desgraciada. ¿sabes lo que has hecho?, ¿acaso no sabes cuánto se tarda en morir en la cruz?.
Ella le miró entonces y el tribuno pudo ver dos lágrimas cayendo por su bello rostro