Alana. El principio

Alana es una chica rusa que antes de prostituirse, tuvo una vida normal. Este es el principio.

ALANA. EL PRINCIPIO.

Svetlana nació en el seno de una familia obrera y de pocos recursos en Ekaterinburg en 1.965, ciudad de la fría Rusia. Ya de bien jovencita moldeó una fuerte personalidad independiente, inquieta, ambiciosa e intrépida. Estudió biología, pero fué el “tardío” descubrimiento de su innata facilidad para los idiomas lo que la hizo cambiar de orientación y graduarse en traductora e intérprete, en inglés, alemán y español.

En la universidad conoció a Alexei, un futuro ingeniero químico quién a los 18 años le reveló el otro gran descubrimiento de su juventud: el sexo. Bueno, no es que como seductor y amante debamos referirnos a éste como “Alexei el grande”. Sin desmerecer sus méritos en esas lides, simplemente es que Alexei fué el primero. Y para darse cuenta del descubrimiento a ella no le hicieron falta otros. Se conocieron en el metro, en el trayecto a la universidad, y en pocas semanas eran inseparables. Vencieron su timidez un frío viernes de febrero cuando Alexei la esperó a la salida de la biblioteca, siendo prácticamente los últimos en dejar el edificio. Ella al salir no esperaba encontrarle. Él bromeó diciendo que ya no sabía volver a casa sólo.

  • Debes estar muerto de frío - dijo ella. - Deja que te abrace y te dé calor -.

  • Solo con tenerte a mi lado ya se me pasa - contestó Alexei, y cuando ella le agradeció la respuesta con su mirada el acercó sus labios a su boca y Svetlana cerró los ojos. Del resto podemos culpar a la sabia naturaleza.

Era su primer beso. Primero sus labios se tantearon, luego sus lenguas sobre sus labios, luego su inexperiencia les llevó al impetuoso choque de sus incisivos del que salieron rebotados para que sus pupilas se encontraran con su deseo. Coincidieron en empujar menos con sus dientes y más con sus manos. La lengua de Alexei se entrelazó con la de Svetlana para arrastrarla entera tras de sí hasta aprisionarla contra una puerta cercana y morder su cuello y orejas cuando ella empezó a jadear y a presionar su respiración contra la de él. Le agarraba por las nalgas y restregaba su bulto contra su vientre. Estaban fuera de sí. Alexei siempre negó que él hubiera abierto conscientemente la puerta que detrás de ella les dió paso al pequeño almacén de la limpieza ofreciéndoles su intimidad. Sin despegar sus labios entraron en el cuartito, giraron sobre sí mismos y cerraron la puerta de nuevo contra la espalda de ella. A ambos lados había estanterías que guardaban distintas herramientas y a donde fueron a parar el pasamontañas de Alexei, el gorro de ella, las bufandas, el plumón de él, las botas de Svetlana, la camiseta de Alexei, también unos pantalones, unos calzoncillos.... y unos leotardos justo antes de que ella, ya descalza, catara el frío de las baldosas y subiera un pié en cada estantería, a lado y lado del cuarto de forma que sus piernas quedaran separadas y su sexo contra el abdomen de Alexei. Ahora él estiraba su cuello hacia arriba para seguir besándola, pero pronto dirigió sus labios hacia sus pechos y sus manos a la botonera de su camisa para luego subirle la camiseta hasta el cuello y chupar y relamer sus erizados pezones.

Ella agarraba la cabeza de Alexei con las dos manos y dirigía su boca alternativamente hacia cada uno de sus senos a voluntad mientras ahogaba sus jadeos en los rizos de él. Alexei la sujetaba por las nalgas de forma que regulaba la altura a la que quería saborearla, hasta que sujetándola con solo una mano, con la otra acompañó su pié derecho una estantería más arriba. Ella comprendió el movimiento y subió su otro pié al mismo nivel en la estantería del otro lado. Svetlana ya casi rozaba el techo con su cabeza, mientras Alexei volvía a sujetarla por las nalgas pero ahora lo que mantenía a la altura de su boca era el empapado coño de ella cuyos brillantes labios aplaudían cada lengüetazo. Svetlana flotaba y no precisamente porque él sostuviera todo su peso. Sus brazos y piernas, abiertas de par en par, simplemente la ayudaban a mantener el equilibrio y con un leve movimiento de tobillos y cadera gozaba con la impresión de que todo su ser se sostenía sobre la lengua de Alexei. Sus labios inferiores, crecidos y sonrojados como nunca, acompasaban el huidizo baile de una medusa que no sabes si se va, o si te atrae... como queriendo engullir a su amante. Ahora nada impedía que los jadeos de ella resonaran en aquel cuartito, solo acompasados en sus silencios por la honda respiración que brotaba del estómago de su pareja. Hasta que una mano abandonó una de sus nalgas, prosperó frontando primero su clítoris y luego subiendo por su monte de venus, ombligo, pezón, cuello y boca donde dos dedos jugaron con su lengua por un instante antes de que con la palma de la mano taparan su boca. Svetlana abrió los ojos súbitamente cuando su cuerpo cayó como un saco, resbalando su sexo por el pecho de Alexei hasta aterrizar sobre la prominente y viscosa erección que nacía de entre sus piernas apuntando al techo.

La mano de él apagó el grito de Svetlana, más provocado por el susto de lo que sabía que aquello significaba (acababa de perder su virginidad), que por el dolor que en realidad sintió. Sus miradas quedaron ahora a la misma altura. Una delante de la otra. La de ella asustada, la de él más. Cuando Svetlana los cerró suavemente, echó su cuello hacia atrás y soltó una larga exhalación, cruzó los tobillos sobre el final de la espalda de Alexei, resituó su apoyo sobre su recién estrenado y erecto asentamiento e inició un leve vaivén de caderas... la cintura de él se contagió. Ahora ella se agarraba con las dos manos a su hombros, mientras mantenía su boca pegada a su cuello para silenciar los gritos que no podía reprimir a cada sonoro golpetazo de su sexo sobre la empuñadura de lo que Alexei le clavaba hasta el alma en cada caída. Le parecía que en cada ascenso subía al cielo y en cada entrada de Alexei, éste la mandaba más arriba aún, a un nuevo nivel celestial. En un momento de lucidez abrió los ojos para ser capaz de situarse en aquel espartano cuartito, y pensar ¿como he podido ser tan tonta? ¿cómo no he probado esto antes? ¿como puedo llegar a estar tan y tan mojada? En esto andaba, entre enojarse consigo misma por el tiempo perdido o no perder ni un segundo del presente, cuando Alexei, probablemente ya algo fatigado de sostenerla en volandas, sin retirarse de su interior y asiéndola por las axilas la recostó por la espalda sobre una mesita al fondo del cuarto y, ahora ya más “suelto” la agarró fuertemente por la cintura, con cada pulgar sobre la parte anterior de la cresta de sus caderas, arqueó su espalda hasta casi rozar con la frente sus pechos y empezó un frenético mete-saca. de su enhiesta pasión sobre la resbalizada bienvenida de ella. La cabeza de Svetlana colgaba del otro extremo de la mesa y con el bamboleo a que estaba sometida corría peligro de hacerse daño así que entrelazando los dedos de sus manos por detrás de su nuca y juntando los codos ante su rostro, se abandonó al bestial ajetreo que le propinaba aquel animal desbocado que la poseía. Pensó que ni la fuerza de tres como ella hubieran sido capaces de lograr desensartarla de aquel posesivo falo que por momentos parecía querer llegar hasta su cerebro.

Hasta que Alexei estalló.

Ella incorporó su cabeza para verle, separando los codos que tapaban su rostro.Tras uno de los embites Alexei echó su cabeza atrás, su polla se soltó de entre los labios inferiores de su presa como movida por un resorte que la golpeó contra su ombligo y un chorro de semen salió despedido hacia el techo cayendo sobre la barbilla de Svetlana. Otro chorro aterrizó sonoramente sobre el canalillo entre sus senos y una serie de borbotones al ritmo de las convulsoiones rítmicas que agitaban el pecho y la respiración de Alexei, fueron escupidos por aquél capullo sonrojado que iba perdiendo vigor y verticalidad, derramándose sobre el plano vientre de Svetlana hasta el punto en que su ombligo quedó totalmente cubierto por una blanca balsa de aceite, salpicada de algunos grumos. Svetlana no lo quitaba ojo a Alexei. Cuando éste volvió de su trance y le devolvió la mirada, ella se relamió como una gatita para recoger aquellas blanquecinas gotas que descansaban en su mentón.

Al año siguiente se casaron. Estaba loca por él. Llegaron a pasar fines de semana enteros dedicados a complacer sus cuerpos a la vez que combatiendo los largos inviernos de días de hasta más de 20 bajo cero.

[continuará]