Al salir del Complejo Funerario

Años después, dos hermanos se encuentran y recuerdan un fin de semana con su madre...

Al salir del Complejo Funerario mi hermana me invitó:

-¿Te llevo?

No había traído el coche, y el camino del Cementerio Municipal estaba colapsado, sin duda (qué ocurrencia la de mamá, morirse el día de Todos los Santos), así que viajar con ella me ahorraría un buen pico de taxi, o una buena cola hasta poder coger un autobús. De modo que acepté sin darle muchas vueltas.

“Qué descastado soy” -  me dije, mientras daba la vuelta al vehículo para sentarme en el asiento del copiloto- “Hace varios años que no ves a tu hermana, y sólo se te ocurre pensar en el dinero que te ahorras”.

Lo cierto es que mi familia siempre había sido muy peculiar, en cuanto a los afectos. Supongo que nos viene de herencia. Mis padres no estaban casados; mi hermana Marta nació de una relación extramatrimonial cuando mamá tenía dieciséis años; y eso, enla Españade los sesenta era mucho decir. Mis abuelos la echaron de casa, y se fue a Madrid con papá, donde comieron de los trabajos temporales que iban saliendo, hasta que se volvió a quedar embarazada.

Papá nos abandonó cuando nací yo, y Marta tenía sólo dos años. Mamá, con dieciocho, no podía atendernos a ambos, así que unos tíos suyos –que no podían tener niños propios, y nunca vieron bien que echaran a mamá de casa- se hicieron cargo de mi hermana para criarla, y yo crecí con mamá… aunque sólo hasta los cuatro años.

Cuando cumplí esa edad, mi madre se dejó llevar por el espíritu del sesenta y ocho y se fue a una comuna. Allí me eduqué, aunque he de aclarar que, por mi tierna edad, nunca llegué a ser iniciado en los misterios del amor libre.

La fiebre hippie de mi madre duró hasta el setenta y cuatro (yo tenía diez años) y luego pareció sentar la cabeza. Conoció a un joven empresario de Ibiza, se enamoraron, y se casaron al poco tiempo de salir. Mamá era una belleza de veintiocho años, y la “ molestia ” que era yo había sido educado en la paz, el amor fraternal y la no violencia, así que Arturo, que así se llamaba, cargó con nosotros encantado.

Por desgracia, sólo duró la felicidad cuatro años. Arturo murió en un accidente de aviación y dejó a su viuda en una desahogada posición, con treinta y dos años, un hijo de casi quince y un gran vacío en el corazón.

No es extraño que recordase a su abandonada hija e hiciese gestiones para saber de ella. En el acuerdo con sus tíos se había estipulado que no trataría de verla, ni de reclamarla, pero una llamada no haría daño a nadie, pensó.

Y en tan buena hora, que supo de las estrecheces económicas de los padres adoptivos de Marta, y en una reunión de urgencia se decidió rescindir el acuerdo y la familia se volvió a encontrar en el mismo techo.

De vuelta al presente, me volví a mi hermana, que tamborileaba en el volante esperando que los coches de delante arrancaran, y pensé que los años le habían respetado muy bien. Tenía treinta años más que cuando la vi por primera vez, pero seguía siendo una bella mujer, morena, de pelo rizado, delgada pero con curvas sugerentes.

Recordé su tímido saludo el primer día que nos presentó mamá. Había sido educada en un colegio de monjas y en un ambiente poco apropiado para las relaciones entre sexos, y hasta un adolescente como yo, dos años menor que ella, le cohibía. Con mi madre no iba mejor la cosa, y recuerdo lo que le costó dejar de llamarla Nieves y pasar a un “ mamá ” cariñoso o un “ madre ” más formal.

Por eso, -o al menos eso nos dijo- decidió mamá llevarnos de excursión a un rincón, conocido por ella y poca gente más, de un río pre-pirenaico. Así nos conoceríamos, durante un fin de semana largo, romperíamos el hielo, y comenzaríamos a ser una familia.

El jueves por la noche viajamos hasta allí en el utilitario de Arturo, que se portó como un Jabato. El coche, claro, ¡pobre Arturo! Plantamos las dos tiendas donde dijo mamá, un sitio escondido sobre una peña, a poca distancia de un remanso en el río donde nos podríamos bañar.

Al día siguiente me asomé por la entrada de mi tienda (mamá Nieves y Marta compartían otra) y vi a mi madre desayunando. El sol estaba bastante alto ya y me permitía apreciar el espléndido redondo del trasero de mi madre, vestida con shorts, su cintura, que dejaba ver una blusa anudada por encima del ombligo, y el perfil de su cara, enmarcada por unos rizos castaños.

Nunca había tenido pensamientos sexuales con mi madre, pese a que sorprendía las miradas y gestos obscenos de mis compañeros cuando coincidían con ella y creían que yo no les veía, perola Naturaleza, el aire puro, el cantar de los pájaros, despertaron en mí una extraña sensación.

-Pedro, venga, desayuna ya –dijo mi madre sin volverse- Marta hace mucho tiempo que se fue, y empiezo a preocuparme. Hemos de ir a buscarla.

Avergonzado por haberme visto sorprendido en el espionaje, y sin preguntarme cómo lo había sabido, desayuné a toda prisa. Mientras lo hacía, mi madre me contó que Marta se había levantado muy pronto, y se había ido al remanso, que estaba apenas a diez minutos de allí.

-Tu hermana se olvidó el traje de baño, la muy tonta, y aunque le dije que se bañase desnuda, que nadie la vería, se negó rotundamente, pero dijo que tomaría el sol. La verdad es que hace un día muy bueno para el bronceado, y supongo que se habrá quedado remoloneando, pero deberíamos ir a asegurarnos. Acaba, vístete y bajaremos al río

Quince minutos más tarde, como Marta no había dado señales de vida, mamá y yo bajamos por el sendero hacia el río.

Poco antes de tomar la última curva, oímos un chapoteo, y mamá suspiró, aliviada.

-¡Buf! ¡Menos mal! Se ha debido despistar con el tiempo. Y parece que, al final, me hizo caso en lo de bañarse.

Cuando giramos por el camino, hasta un peñasco que montaba sobre el estanque natural, oímos que Marta nos llamaba.

-¡Nieves…Mamá! ¡Pedro! ¡No vengáis! ¡Por favor! ¡No me miréis!

Resultó que mi hermana, tras un rato de sol, empezó a tener calor y decidió bañarse. Pero, remilgada como era, no se atrevió a bañarse en pelota picada, y se quedó sólo en ropa interior. Tras un rato de chapoteo, fue a vestirse, pero se encontró con que su vestido había desaparecido.

-¡Alguien se ha llevado mi ropa, mamá! ¡Alguien me ha espiado!

-¡No digas tonterías, hija! ¡Este paraje no lo conoce nadie! Además, no hemos oído a ninguna persona por aquí. Lo más probable es que haya sido un animal ¿No crees, ¿Pedro?

¿Yo que sabía? Miraba, desde arriba, las curvas de mi hermana, tapadas por su braga y sujetador, y difuminadas por el agua, y maldito si me importaba quién le había dejado así. Traté de disimular la incipiente erección que experimentaba, pero mi madre no me hacía caso.

-¡Vamos, hija! ¡No seas tonta! ¡Se te va a ver lo mismo que si llevas un biquini! Y, después de todo, somos familia.

Pero nada convencía a Marta para que saliera. De repente, dándome un codazo, mi madre me guiñó un ojo y señaló hacia mi hermana.

-¿Has visto qué tonta, tu hermana? ¡Tendremos que enseñarle nosotros que, entre familia, no hay vergüenzas! ¡Vamos a bañarnos en pelotas, Pedro!

Puede imaginarse el color carmesí que me subió a la cara al oír esto. Ni que decir tiene, yo pensé que era una broma un poco pícara de mi madre, pero que no llegaría la cosa a mayores.

De repente, mamá se soltó el nudo de la blusa, se desabrochó los botones de la blusa y se la quitó; casi de un tirón, se soltó el botón del short y se lo bajó hasta los tobillos. Se dio la vuelta hacia mí.

-¡Vamos, Pedro! No te dará vergüenza que te vea el culo, ¿no?

¡Claro que me daba vergüenza, pero ¿qué podía hacer? Ante la burlona mirada de mi madre, me quité la ropa, quedándome en calzoncillos. Me giré un poco de perfil, para que no se viera tanto la erección que tenía. Pero, claro, el bulto no escapó a la vista de mi madre:

-¡No seas tonto, hombre! ¡Si es natural que se te ponga tiesa! ¡Qué hijos, Dios mío!

Al volverme hacia el agua, para ocultarme de mi madre, había quedado frente a mi hermana; no podría asegurarlo por la distancia, pero me pareció que Marta miraba más detenidamente mis calzoncillos de lo que hubiera pensado normal en una chica tan remilgada como lo que parecía…

Pero algo reclamó mi atención a mi espalda. Mi madre, incansable, se había soltado el sujetador, mostrando  de perfil sus tetas, bien proporcionadas y firmes aún, y se había bajado la braga. Ante mis ojos tenía sus dos nalgas, separadas por una raja que, al haberse agachado hacia delante para bajar la prenda, se mostraba aún más rotunda. Mi madre se irguió y se dio la vuelta. Aún le debía quedar algo de pudor, pues se tapó el pubis con una mano y los pezones con el otro brazo.

-¡Venga, Pedro, ¿a qué esperas? ¡Bájate el calzoncillo, y yo me quito las manos de donde tú ya sabes.

Así que no era vergüenza, era una especie de jueguecillo erótico. En todo caso, yo no iba a quedarme así. Enganché con los dedos el elástico del calzoncillo y tiré para abajo, enseñando por fin mi polla, que saltó como una cinta elástica.

Mi madre miró –yo diría que golosamente- hacia mi “pequeño” amigo y, riendo, se volvió a dar la vuelta.

-¡Pues sí que estás tú bueno! –dijo, agachándose para volver a coger su ropa interior- Mejor me vuelvo a vestir, no te vaya a dar un colapso.

-¡Ma…mamá! –tartamudeé yo, avergonzado y casi al borde de las lágrimas- Dijiste que…

De repente, la posibilidad de ser yo el único que había enseñado todo me horrorizaba.

-¡Pero, bueno! ¿Tanto te apura no verme las tetas?

Estaba burlándose de mí, ya lo veía; mi madre, con todo lo joven que era aún, tenía muchísima más experiencia que yo, y me daba mil vueltas. Afortunadamente, dejó de tomarme a chacota y se volvió, ahora ya sin taparse.

Me quedé sin habla. Mamá, pese a vagar por comunas, se había cuidado el cuerpo. Sus tetas eran del mismo color que la piel del abdomen, mostrando que su dueña había hecho top-less (entonces no se llamaba así) con frecuencia. Los pezones, apenas más oscuros que el resto de los pechos, sobresalían, puntiagudos, apuntando hacia adelante, lo que me hizo sospechar que mamá sentía una ligera –o más- excitación erótica. El vello público era negro, recortado, aunque no depilado; sus caderas, algo más anchas de lo que me esperaba sin duda debido a los dos partos- pero sin pizca de celulitis.

-Bueno ¿qué? ¿Ya has mirado lo suficiente? –dijo mamá y, corriendo, paso por delante de mí para saltar desde el peñasco hasta el agua.

Por supuesto, no podía hacer otra cosa más que imitarla y, a mi vez, salté al pequeño lago tratando de no hacer demasiado papelón con mi erección apuntando en “L” mayúscula mientras me zambullía.

Oí a mi hermana Marta que decía “¡Menudos dos…!” mientras se retiraba al otro extremo, tratando de esquivarnos. Me vino a la mente si tendría miedo de tocarme el nabo involuntariamente mientras braceaba en el agua, y la idea me hizo reír. Milagrosamente se me había pasado la tensión nerviosa.

De repente, unas manos me agarraron por la nuca y me empujaron hacia abajo; era mi madre, claro, que me hacía una aguadilla; por supuesto, no podía permitirlo; eché las manos hacia atrás y, sin querer, toqué una parte blanda… muy sugerente.

Mi madre se apartó con un chillido de fingido enfado; yo, encantado, la perseguí por el agua y cuando la alcancé deslicé los brazos a lo largo de la cintura… pero fallé -¿o no? y mi mano cayó sobre su sexo, durante un instante sólo, porque mi propio brazo, como si tuviera vida, se retiró, avergonzado.

Las bromas y juegos continuaron aún un buen rato. Mi hermana no participó en ellos, y casi lo agradecí, pues de haberse unido a nosotros, pensé, mi polla hubiera explotado como una granada de mano.

Finalmente mi madre me hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia Marta, que había salido del agua y se dirigía ya hacia el campamento.

-Vamos con Doña Perfecta, Pedro –me dijo, risueña.

Salimos los dos del agua y dimos la vuelta al estanque para recoger la ropa. Nos calzamos y nos pusimos la ropa interior y, como mi hermana iba descalza, fuimos reduciendo pronto la ventaja que nos llevaba. El sendero era estrecho y sólo permitía andar en fila india, que cerraba yo, contemplando alternativamente los culos -tapados por las bragas- de mi hermana y mi madre.

Cuando alcanzamos a Marta, de repente, mi madre se volvió hacia a mi y, llevándose un dedo a los labios, hizo el gesto universal de pedir silencio. Con una pequeña carrera se acercó por detrás a su hija, que no se dio cuenta de nada,  y enganchándole el elástico de la braga con las dos manos, tiró hacia abajo, dejando su trasero completamente a la vista.

Mi hermana, instintivamente, se inclinó hacia delante, para tratar de sujetarse la braga, exponiendo a mi vista el ano y los labios mayores. Mi corazón dio un vuelco; creí que me daba un infarto.

-¡Ayúdame, Pedro! –gritó mi madre, mientras le cogía por detrás los brazos para que no pudiera subirse la braga- ¡Todos en pelotas!

No me hice de rogar. Las dos mujeres habían caído juntas, hacia delante –afortunadamente, mi madre había elegido un terreno mullido para su ataque- y mi hermana estaba casi indefensa. Rápidamente, cogí sus bragas, que tenía en los tobillos, y se las saqué tirándolas a un lado. Cuando se intentó incorporar, buscando con la vista su prenda interior, mi madre volvió a aprovecharse de su momentáneo desequilibrio y, empujándola al suelo, se puso a horcajadas, con las dos rodillas sobre los brazos, por debajo de los codos. Inmovilizada, poco pudo hacer mi hermana para impedir que le bajáramos las copas del sujetador, mostrando sus pequeñas tetas, blancas y de rosados pezones.

Y no sólo eso enseñaba. Como trataba de sacarse de encima a mamá, había clavado los talones en tierra, para hacer más fuerza, y al abrir las piernas, todo el coño quedaba a la vista. Mi hermana, rabiosa con mi medre, a la que cubría de invectivas, no se daba cuenta del espectáculo que me ofrecía en primera plana.

Pese a todo lo que Marta se resistía, le resultó imposible zafarse de la presa de mi madre.

-Venga, Marta, sin rencores. Yo te dejo libre y tú dejas el enfado.- oí que trataba de convencerla mamá.

Marta se lo pensó un poco, y parece que decidió tratar de no quedar en postura tan desairada.

-Bueno, vale, pero os desnudáis los dos. No voy a ser yo la única que enseñe el potorro.

-Por mí bien -dijo mamá- ¿Y tú, Pedro?

Afirmé con la cabeza.

Cuando mi madre se levantó, dejando a Marta en el suelo, boca arriba, mis ojos no se perdieron un detalle. Las tetas de mi hermana, los pelos del pubis… Tan concentrado estaba en mirar que no me di cuenta de que, al agacharme para bajar mis calzoncillos, mi gesto coincidió con la inclinación de mi madre para quitarse su braga, y mi cara contactó con sus nalgas, más concretamente con la oquedad donde se encuentra el ano.

Mi madre se levantó, dando un respingo –debió pensar que le había dado una palmada intencionada con la mano- y Marta se echó a reír. Yo balbuceé, avergonzado de que mamá pudiera pensar que le había metido mano, pedí excusas, y con ese momento sirvió, definitivamente, para romper el hielo.

Caminamos los tres hacia las tiendas. Yo trataba de tapar disimuladamente mi pene –no por pudor de enseñarlo, sino por la erección- y andar detrás de ellas. Así, los dos culos estaban completamente a mi vista, y sus movimientos acompasados estaban a punto de causarme un infarto.

Afortunadamente, llegamos al campamento. Mi madre sacó una manta, para sentarnos a comer, y dijo:

-Vamos a vestirnos un poco, que si no nos picarán las pelusas.

Aunque parezca mentira, lo agradecí; empezaba a dolerme la  polla. Yo me puse unos shorts, mi madre y mi hermana dos camisetas largas, y poco a poco, con la tortilla de patata, la gaseosa con vino (entonces no se llamaba tinto de verano) y las pechugas empanadas, se me fue olvidando la emoción de la mañana, y pasé un rato bastante divertido.

Terminada la comida, decidimos echar una siesta. Yo me metí en mi tienda, y las mujeres en la suya. Me quedé dormido en seguida

No sé cuánto tiempo habría pasado, pero de repente noté un roce por la parte delantera de mi pierna derecha. Aún estaba medio dormido, y pensé en un bicho: ¡una serpiente! Me dije, y ya iba a saltar, asustado, cuando alguien chistó en mis oídos…

-ChSSSS!

¿Mi madre? ¿Mi hermana? ¿Qué hacía allí, quien fuera?

Estaba paralizado, y no reaccioné cuando una mano desabrochó el botón del short y se metió en mi pantalón. Con la otra mano, quien fura cogió la parte de atrás del pantalón y tiró hacia abajo –no llevaba calzoncillo- para dejar mi culo al aire. Instintivamente eché la mano hacia atrás, y toqué una zona templada, húmeda pero acogedora, aterciopelada (pensé yo, cursi como era).

Asustado, me di la vuelta, y encontré a mi hermana, desnuda como cuando nació, que llevaba un dedo a la boca pidiendo silencio, mientras con la otra mano, volvía a cogerme el pene. Me guió hacia su vagina, y me ayudó para colocarme encima. Poco a poco, empujé y la penetré. Empecé a moverme rítmicamente; pero, dada mi poca experiencia, no pude aguantar mucho y me corrí en seguida.

Aún encima de mi hermana, noté que dos manos me cogían por las caderas, y me apartaban de mi hermana.

Era mi madre, que mientras yo me recuperaba, se tumbó sobre mi hermana; su experta mano acarició su pubis, introduciendo dos dedos en la vagina y en su ano, y los movió hasta que consiguió que mi hermana se corriera.

Para entonces, yo estaba ya recuperado. Dándose cuenta, mi madre arqueó el culo, poniéndose a cuatro patas, mostrándome el orificio anal, como ofreciéndolo. No me hice de rogar; la penetré, y le hice el amor con furia; esta vez aguanté más.

No hace falta explicar mucho más: el fin de semana continuó por todo lo alto; hicimos el amor en todas las posturas, por todos los orificios, y disfrutamos como creo no haberlo vuelto a hacer en mi vida.

El último día, por la noche, mi madre nos confesó que lo había preparado todo: el camping, el robo de la ropa de mi hermana, las provocaciones, porque quería vivir una jornada intensa de amor con sus hijos.

____________________________________________________

De repente, mi hermana m miró, sonriendo, desde el asiento del piloto:

-Bueno, hemos llegado. Me alegro mucho de volverte a ver…

-Yo también, Marta; de hecho, creo que no deberíamos dejar de vernos.

-Claro, Pedrito; estaba pensando lo mismo. Oye ¿tienes algo que hacer este fin de semana? Conozco un sitio cerca del Pirineo….

FIN