Al salir de casa

En cuanto crucé la puerta solo supe pensar esto...

Salí de casa cabizbajo, algo triste por lo que pasaba en mi loca cabeza. Acababa de darme cuenta de que, por mucho que lo intentara, no lograba recordar tus labios con claridad. Era difícil imaginar cómo había llegado a tal situación, pero ya hacía más de dos semanas que te habías marchado. Te habías marchado sin saber cuándo volveríamos a verlos; y es que la distancia es muy dura. Aún así seguía pensando aquellas locuras que te conducían a asegurar que yo no era de este planeta. Aún así seguía pensando que eras mi chica, que eras la que más podía llenarme ese órgano cóncavo e insaciable llamado corazón.

Sabía que eran dulces, irresistiblemente dulces. Lo sabía porque los probaba siempre que te tenía cerca, y nunca me había negado a corroborar que tus besos son de caramelo. Sabía que eran suaves, tan suaves como el terciopelo, y más aún cuando jugabas a acariciar los míos, rozándolos con indudable delicadeza. También sabía que sentían una cierta atracción por los míos, o, si más no, se entretenían con ellos. Ambos podríamos contar los besos que hemos ido intercambiando uno con el otro, pero de sobras sabemos que no acabaríamos jamás.

En resumen, lo que no sabía es que hacían en aquél momento. No podía saber si hablaban, si suspiraban, o si por mi gran desgracia besaban a otro. No podía mirarlos ni buscarlos con mi dedo índice para acariciarlos y eso me hacía decaer.

No es que necesitara tus labios para amarte, pues bien sé que el amor no nace con un beso sino con algo mucho menos superficial, pero me hacía pensar que, muy a menudo, te volvías inalcanzable. Tú estabas más concienciada sobre ese tema que yo. Eras tú la primera en pensar que las cosas no iban a ser sencillas, pero pude demostrarte que si hacías un pequeño balance nos salía un resultado más que suficiente como para no romper ese lazo que si se pone empeño puede durar toda la vida.

A ratos surgía en mí la duda más frustrante de todas. Pasaba por mi cabeza la posibilidad de que hubiéramos perdido la pasión, que parece ser el alimento del amor. Por suerte, algo irrevocable me devolvía a la tranquilidad de saber que no era así. Se notaba en mi respiración al verte, se notaba en tus pupilas cuando te besaba, se notaba en nuestros nervios cuando nos rozábamos y se nota siempre en nuestras miradas cuando nos recordamos que nos queremos

Sí, las cosas han cambiado, el tiempo pasa sin ningún reparo y deja sus estragos, pero no deja que nuestro amor se marchite porque sabe que una bonita flor en el jardín del mundo nunca viene mal cuando huele fresca y alegra la vista.