Al otro lado de la pared

¿Qué fue ese ruido? Habrá que imaginárselo...

Estaban tendidos en la cama, sumidos en la penumbra provocada por la pantalla del televisor. Leo veía una película cualquiera, esperando caer igual que Diego. Su chico era el hombre más guapo y sexy que conocía: estaba tumbado de costado, ofreciéndole una maravillosa vista de aquella espalda triangular y marcada que se perdía bajo la sábana, la única prenda que le cubría. Leo era un tipo caliente, le costaba controlar sus impulsos, pero aquel día no había tenido otro remedio. Se habían levantado antes que el sol para cargar el coche de equipaje, recoger a sus amigos y embarcarse en un viaje de seis horas hasta la playa; la mayor parte del esfuerzo le había tocado a Diego como conductor.

De haber sido por Diego lo habrían hecho aquella misma mañana, pero Leo no era de los que abrían los ojos con facilidad. De haber sido por Leo, le habría metido mano mientras conducían y le habría hecho parar en algún descampado o gasolinera, para comérselo a besos en el asiento de atrás o en algún baño. Pero no hubiera estado bien delante de sus amigos, así que tuvo que conformarse con esperar.

Continuó viendo la película sin mucho interés, intentando quedarse dormido mientras el miembro le palpitaba en los bóxers. Deslizó la mano bajo la ropa y se acarició, le encantaba el tacto sedoso y cálido de su verga erecta. No se masturbó, sólo disfrutaba de sus propias caricias con calma. Entrecerró los ojos, pero no por sueño sino por ensoñación; su imaginación empezó a forjar toda clase de disparates fugaces, repasando todos los lugares del hotel donde podría disfrutar de la parte más íntima de su relación. El ascensor era demasiado arriesgado, tenía cámaras, así que estaba descartado, pero no había visto ningún tipo de vigilancia en las escaleras; se imaginó abrazando a Diego en algún rellano, hundiendo la cara en su cuello mientras masajeaba su paquete por encima del pantalón. No irían mucho más allá, pero serviría de precalentamiento.

También estaba la piscina, por supuesto. Con suerte tal vez la pillaran solos en algún momento de la semana, tampoco tenía intención de hacer nada demasiado atrevido, pero al menos sí colar la mano por debajo del bañador para masajear aquellos huevos enormes que se moría por lamer. Diego fingiría que se molestaba, porque le resultaba difícil disimular una erección de la herramienta que cargaba entre las piernas, mucho más complicado si sólo vestía el bañador; por otra parte, podría vengarse en las duchas o el vestuario. ¿Dónde más? En el hotel tampoco había demasiados sitios interesantes, la sauna estaba descartada porque a Leo le daría un patatús con semejante calor y la mayoría de los otros espacios eran demasiado públicos. Pensó que era una lástima el balcón de vidrio, hubiera preferido algo más íntimo: le hubiera encantado disfrutar de las vistas mientras sentía la polla gruesa de Diego ensancharle el esfínter con cada uno de aquellos empujones salvajes, escuchando cómo bufaba cual toro a su oído.

Se le escapó un jadeo. Se giró hacia su pareja y se aseguró de que continuaba durmiendo. Tampoco iba a pasar nada si se despertaba: tal vez se animase, tal vez estuviese demasiado cansado y volviera a cerrar los ojos; pero Leo siempre sentía el mismo conflicto al tocarse cerca de su novio. Por un lado, sentía la culpabilidad de abusar de su confianza, de forzarlo a participar en un momento de placer sexual sin pedirle primero su consentimiento; por otro lado, sentía la excitación del riesgo de ser pillado con las manos en la masa, porque la lista de fetiches de Leo era tan larga como inexplorada, y entre ellos se encontraban el exhibicionismo y el voyeur.

No se le ocurrían más lugares del hotel que profanar durante esa semana. La habitación no contaba porque obviamente iba a pasar a la mañana siguiente como muy tarde, y el resto de los lugares se le antojaban extremadamente inalcanzables, demasiado incluso para su imaginación. Pero en el pueblo, sin embargo… Tal vez encontrasen alguna cala íntima en la playa. No le hacía especial ilusión retozar bajo un sol abrasador revolcándose en arena, pero era una ocasión que se repetiría pocas veces y había que aprovecharla: tal vez tumbaría a Diego sobre la toalla, le masajearía con el protector solar y lo relajaría antes de proceder a comerle el culo y la polla, saltando de la una a la otra minuto tras minuto, hasta que pudiera sorberle la última gota de corrida. Definitivamente era algo que tenía que probar. ¿Y bajo el agua? El agua del mar era más turbia que la de la piscina, era una tontería arriesgarse a escándalo público en el hotel cuando perfectamente podría masturbar y comerle el rabo en la costa. Leo recordó que había traído los juguetes y sonrió con malicia, pensando en dilatar antes de bajar a la playa, para ponerle fácil a Diego que se lo follase entre las olas mientras fingía discretamente que sólo se abrazaban.

Por supuesto que había traído los juguetes. No hace falta complicarse la vida buscando un tercero cuando tienes una polla de goma en el cajón con una ventosa fantástica. Las paredes del baño de la habitación eran de baldosa, ideales para otro posible futuro: imaginó la sensación del dildo abriéndose paso por sus entrañas mientras él, a su vez, se follaba apasionadamente a Diego, agarrándole por el pescuezo, mordiéndole el hombro y lamiéndole la oreja, masturbándole hasta que dispersase su semen por todo el suelo…

También había traído el plug vibrador porque encontraba un placer especial en delegar en Diego la autoridad de hacerlo estremecerse mientras paseaban por la calle o los pasillos de un centro comercial. Y las esposas y la venda para los ojos, porque nada le desconectaba más de sus preocupaciones que dejarse hacer por cada agujero, sin poder adivinar qué sería lo siguiente que pasaría.

Leo era un salido y estaba caliente, como atestiguaba su capullo húmedo y resbaladizo, pero en aquel momento no tenía nada más que su imaginación. Podía masturbarse tranquilamente y dejar que la leche que le bullía en las pelotas se desparramara sobre su abdomen, claro está, pero prefería aguantar el calentón unas horas más; sabía que el sacrificio merecería la pena. Pero hasta entonces, su imaginación desatada continuaba fabricando escenas en su mente calenturienta y adormecida. Casi podía sentir las caricias de Diego recorriendo su cuerpo, el roce húmedo de sus labios sobre su pecho, su aliento cálido, sus abrazos firmes, el aroma de su piel, el golpeteo rítmico de la cabecera de la cama contra la pared… No. Abrió los ojos de par en par y se detuvo un momento. Aquel ruido no se lo estaba imaginando. Agudizó el oído y silenció el televisor. Sí que estaba escuchando un golpeteo rítmico, pero no era el de su cabecera; aquel ruido provenía desde el otro lado de la pared.

Sonrió excitado por una punzada de envidia al pensar en la pareja afortunada que estaba follando salvajemente en la habitación contigua. Se preguntó que estarían haciendo. Por el ruido, probablemente uno estaba empalando sin piedad a la otra parte de su pareja. Resopló celoso, deseando que fuese Diego el que lo empalase a él a ese ritmo, pero imaginarse a otra pareja follando era una de las muchas cosas que ponían cerdo a Leo. Como buen voyeur, imaginó lo maravilloso  que habría sido tener un agujero discreto que atravesara aquel muro, a través del que espiar a la parejita feliz mientras follaba como conejos afortunados, fueran quienes fuesen…

Entonces es cuando su mente adormilada ató cabos. No necesitaba ningún agujero, conocía a la pareja que ocupaba la habitación de al lado: sus amigos, Alberto y Tomás.

La excitación incendió su cuerpo. Leo disfrutaba de casi todas las formas de sexo existentes, incluyendo la pornografía y había un morbo adicional en que esa pornografía la protagonizara gente a la que conocía; o al menos, había morbo en horadar terreno que hasta el momento había estado vedado. ¿Quién no se ha excitado preguntándose qué tal besa un amigo, o cómo de grande la tiene un compañero de trabajo, o qué tal follaría un conocido… hasta que por fin el misterio se resolvía y perdía todo el interés? Probablemente, mucha gente, pero a Leo le ponían a cien todas aquellas cosas.

Se imaginó a sus amigos y vecinos comiéndose la boca mientras se manoseaban sus rabos, imaginó a cualquiera de los dos tumbado a cuatro sobre la cama mientras el otro hundía la cara entre las nalgas, se deleitó imaginándolos comiéndose la polla el uno al otro hasta quedar los dos completamente cubiertos de lefa. Todas aquellas escenas y otras muchas estallaron de forma fugaz en la cabeza de Leo, que se encontró con las rodillas desnudas hundidas en la moqueta del suelo, los bóxers colgando de un tobillo, la oreja apoyada contra la pared, los ojos cerrados y la mano en su rabo enhiesto. Continuó acariciándose y tocándose, sin despegar de la pared ni un momento, esforzándose en escuchar los gemidos, jadeos y susurros, rellenando los espacios en blanco y los ruidos incomprensibles con su propia imaginación. Y entre todas aquellas ensoñaciones alocadas e improbables, una cobró más fuerza que el resto.

Los cuatro estaban en la misma habitación, desnudos, cada pareja a lo suyo. En un extremo, Alberto se mecía sentado a horcajadas sobre el rabo de Tomás, que se deslizaba suavemente entre sus nalgas lubricadas ante las miradas de soslayo que Leo les echaba de vez en cuando, mientras devoraba la polla de Diego con gula; y entre tanto, Diego apoyaba sus manos en la nuca de Leo, golpeándole el fondo de la garganta con su capullo enardecido. También se imaginó tirado bocarriba sobre el borde de la cama, con las piernas abiertas y apoyadas en los hombros de Diego, que le bombeaba sin compasión haciendo que con cada una de sus embestidas se le tensaran todos los músculos del torso y las venas del cuello; y de vez en cuando, Leo percibía cómo Diego desviaba la mirada discretamente, con disimulo, disfrutando de la excitación morbosa de contemplar a la otra pareja en plena acción: Alberto de pie junto al colchón, deslizando su verga dentro de la boca de Tomás, tumbado bocarriba con la cabeza colgando bocabajo, ahogándose a cada empellón. Luego Leo se imaginó tumbado bocabajo, tan agotado como satisfecho, mientras la otra pareja disfrutaba del espectáculo: Diego lo estrangulaba con un brazo y su polla lo rellenaba de crema, al tiempo que lo masturbaba haciéndole estallar y pringar toda la sábana…

—¿Qué haces cariño?

La voz adormilada de Diego hizo añicos su fantasía. Se encontró de vuelta en su habitación, de rodillas en el suelo, la cabeza pegada contra la pared y una de sus manos aferrada con fuerza alrededor del rabo duro como una piedra. La sangre subió rápidamente a sus mejillas.

—Na… nada, cielo —intentó balbucear.

Su miembro no perdió dureza.

—¿Qué es ese ruido? —No se atrevió a girarse, no existían muchas explicaciones creíbles para aquel momento. —Joder cómo se lo están pasando esos dos, ¿no?

—Eh, sí, creía que se habían dado un golpe pero se ve que no —masculló sin mover un solo músculo, procurando ocultar su erección inútilmente.

—Cielo, ¿te estabas tocando?

Leo tragó saliva y se giró avergonzado hacia su chico, que le lanzaba una mirada penetrante. No supo cómo reaccionar. Diego suspiró y se dejó caer sobre la cama, riéndose.

—Eres un salido, lo sabes ¿no? —Leo no respondió. —Son nuestros amigos, ¿en eso piensas cuando estamos con ellos?

—N… no, cielo, no es eso… Yo, es que, en realidad…

—Cállate de una vez y trae esa polla para aquí. Es sólo mía, ¿entendido?

—Sí, amor… —musitó avergonzado subiéndose a la cama mientras el rabo se le relajaba.

—Y ya te estás olvidando de eso, ¿entendido? —Diego añadió señalando hacia la pared mientras sonreía— Joder, sería muy incómodo estar con ellos después.

—Cielo, de verdad que no es eso, es que…

Un jadeo le hizo interrumpir sus palabras. Diego se había introducido su polla en la boca, paladeando con rapidez mientras le mantenía la mirada fija a Leo, que permanecía de rodillas a su lado, estremeciéndose a cada roce de su lengua.

—Siento haberte descuidado, cariño —susurró con voz sensual—, pero lo soluciono rápido.

Diego continuó comiéndole la polla con ganas, haciéndole gemir cada vez más alto. Leo comenzó a acariciar aquel torso definido y sexy de su novio, descendiendo poco a poco hacia el pollón largo y grueso que se marcaba bajo la sábana.

—No es eso, amor —confesó—. Te juro que no quiero nada con ellos. Es sólo que… que… Dios, sigue, por favor...

Le agarró la verga a Diego y comenzó a masturbarlo mientras se reclinaba sobre la cabeza de su pareja, dejando que su propia polla se adentrara cada vez más profunda entre los labios de su chico.

—Ya sabes que me pone cachondo… Dios, sí… Ver follar y… Joder… Que me vean, y… Ah, te quiero, cariño…

Diego paró y lo empujó sobre la cama, tumbándose sobre él.

—Cállate, anda. Nadie nos va a ver —susurró levantando las piernas de Leo mientras acomodaba su rabo entre las nalgas de su chico—, pero si es lo que quieres, me voy a asegurar de que te oigan.

—¿Sí? —logró gemir Leo, con el corazón desbocado de pura excitación.

—Que no me hubieran despertado. Y ahora —el rabo de Diego penetró a Leo de una única estocada, haciendo que los huevos de uno rebotaran en las nalgas del otro—, que te jodan, cariño.

Y le comió la boca, follándoselo con amor desbocado y pasión ruidosa durante la siguiente media hora.