Al final se la tragó entera

Una mujer casada fiel y con una vida sexual al borde del ridículo. Un hombre experto que se propone hacerla suya. En este relato cuento el desafío que me hice.

No se por dónde empezar. Primero me describiré a mí mismo. Soy un hombre de 39 años cuando sucedió lo que estoy narrando, 1.80 m. de altura, 80 kg.  de peso y como practico deporte asiduamente me mantengo en forma, aunque pues no diré que soy un modelo de los que salen en la televisión pero sí que todavía conservo cierta dosis de encanto.

Trabajo para una empresa que se dedica a la importación de mármol para la construcción, por lo que lo frecuente en mi trabajo son los viajes.

Lo cierto es que desde hace algún tiempo me he convertido en un ocasional lector de los relatos que aparecen en esta página para amenizar mis estancias en los hoteles.

Sea por querer vivir experiencias como las narradas o por el morbo y el riesgo de protagonizar una infidelidad, siempre  he deseado vivir una experiencia al margen de mi matrimonio.

Las  mujeres con las que hubiese querido tener una aventura no han sido las más espectaculares o las más jóvenes. Por el contrario me causa un gran morbo las mujeres de mi edad, o algo mayores. Fundamental que estén casadas y que sean fieles, que sean físicamente normales, como tantas que vemos por la calle.

Pues bien, hace ahora más o menos un año y medio tuve que marchar de viaje a China, donde permanecí algo más de una semana. Sea por el temperamento diferente de los asiáticos y por no tener casi oportunidad de hablar con ninguna mujer y de hablar solo en inglés durante dicho período de tiempo, a mi regreso al aeropuerto de Barcelona me sentía en terreno propicio, como si aquello fuera una continuación del pasillo de mi casa.

Tomé el metro para llegar hasta la estación.  Yo venía muy animado, así que intenté pegar la hebra con un par de mujeres como las que he descrito antes. Tras dos intentos infructuosos, a la tercera fue la vencida. Ví a una mujer como de unos 40 años, sentada en un asiento doble y el otro estaba libre. Sin pensármelo dos veces, me senté a su lado e inicié la charla.

Me apetecía hablar y la chica entraba al trapo. Ella venía del trabajo y se dirigía a su casa para atender a su hijo de 5 años. La situación me pareció morbosa y decidí seguir adelante. Era el tipo de mujer que siempre quise seducir, parecía una mujer fiel, deduje que su único amante había sido su novio, quien después fue su marido. Deduje que había sido educada de un modo bastante conservador, lo cual se traducía en su peinado y su forma de vestir. Tenía una cara proporcionada, no diré que fuese guapa, me atrajo el volumen de sus senos y de tipo no parecía estar mal, aunque llevaba un vestido amplio que no le favorecía mucho.

Le dije que venía de viaje y tal, tanto tiempo sin hablar con nadie y que tenía ganas de relacionarme con españoles, la chica reía mis ocurrencias, pero sin pasar de temas triviales, por lo que mi interés sobre ella creció. Le pregunté que si conocía bien la estación de Barcelona a la que ella también se dirigía, ya que yo debía seguir mi viaje hasta Valencia y no sabía bien de qué vía partiría mi tren y el tiempo que tenía era súper limitado.

Bajamos del metro, me indicó la vía que tenía que tomar y yo, que andaba con el tiempo más que justo, al despedirme de ella, le eché valor y le dije: "gracias por todo". "De nada", dijo ella. "Me gustaría volver a verte, ¿me das tu número de móvil? Y ella accedió. Lo apunté en mi mano (creyendo que me había dado el primero que se le hubiese ocurrido) y salí como un rayo corriendo al andén que me había indicado Lourdes, que así es como se llama.

Resultó que sea por la última conversación o porque ya no había remedio, perdí el tren, y por un momento me arrepentí del minuto que perdí hablando con ella, pues hube de esperar bastante tiempo hasta el siguiente, además de cambiar el billete de vuelta.

Curiosamente al ir a cambiar los billetes a la taquilla, me encontré con unas primas a las que llevaba años sin ver y que habían subido a Barcelona por tema de médicos. La alegría fue mutua, pero una vez en el tren, me alegró que no pudiésemos sentarnos juntos los tres, para así poder mandar algún sms a mi nueva amiga, o confirmar mis peores sospechas, pues temía que el número se lo acabase de inventar.

Con el corazón encogido le envié un sms diciéndole que vaya indicaciones me había dado, que había perdido el tren, pero que había merecido la pena. "Lo siento", me contestó. ¿El qué, que haya perdido el tren, o el haberme conocido? "Que hayas perdido el tren". La cosa funcionaba. Ese fue el inicio de una relación en la que por medio de los mensajes y del teléfono me fui enterando que efectivamente era una mujer casada, con un hijo, completamente fiel hasta el momento y que su vida giraba en torno a su trabajo, su marido y sus hijos. Todo ello aumentaba mis deseos de seducirla, de hacerla mía y de hacerle descubrir cosas que ella no podía ni siquiera imaginar.

Ahí estaba yo, intentando trajinarme a un tía que NUNCA había estado con otro tío, la cosa me ponía súper caliente solo con pensar que algún día la haría mía y que experimentaría cantidad de cosas nuevas sobre el sexo, tema sobre el que pude comprobar tenía pocas experiencias, ya que sus encuentros sexuales con su marido además de escasos eran bastante monótonos y faltos de imaginación.

Yo entretanto la fui aleccionando muy poco a poco sobre el tema de alcoba. Ella mostraba su sorpresa ante todo lo que yo le contaba. Me confesó que nunca en su vida se había masturbado, que tampoco había practicado sexo oral y que su única experiencia era hacerlo como una vez al mes con su marido a oscuras y en la tradicional postura del misionero. También me confesó que nunca llegaba al orgasmo con su marido. Por todo ello entiendo que esta mujer, que merecía mucho más y que yo estaba dispuesto a dárselo, no hubiese tenido hasta ahora el más mínimo interés por el sexo.

Tras muchas negativas por su parte, la fui convenciendo de que debíamos quedar para hablar cara a cara de todos estos temas y así ella alcanzaría nuevos conocimientos que podría poner en práctica con su marido (aunque no era con él con quien yo pretendía que los experimentara, por supuesto).  La chica mostraba gran nerviosismo pero a la vez interés en el tema de la cita. Todas las cosas que yo le había contado sobre el sexo habían hecho su efecto y aunque lo trataba de disimular se podía adivinar en su voz una desesperación por saber más de todo esto. Era una lucha entre su moral y el deseo que poco a poco iba naciendo en su interés. Me confesó que por qué ella había desperdiciado todos estos años sin haber tenido buen sexo con su marido, del que me contó que además estaba pobremente dotado.

No pasó mucho tiempo hasta que otro de mis viajes de trabajo me llevó a Barcelona, de paso a Egipto en esta ocasión. A la ida del mismo concerté con ella una cita a escondidas. La situación me resultaba muy excitante. Quedamos en la cafetería de un hotel, con la excusa de que me alojaba allí.

Llegué al hotel y pedí una copa en la cafetería. Al rato llegó ella. La miré disimuladamente fijándome especialmente en sus pechos. Era lo que más me  atraía físicamente de Lourdes, sin embargo también tenía un culito nada despreciable. Se sentó a mi lado con evidentes muestras de nerviosismo. Por mejor decir, estaba hecha un flan. Apenas pasados unos minutos de conversación comenzé a lanzarle andanadas, ella no estaba preparada para tanto acoso. Un color se le iba y otro se le venía. Suerte que ella no fumaba, si no se hubiera fumado las reservas de la Tabacalera.

Yo le decía que estaba alojado en el hotel, aunque acababa de dejar la habitación pero le insistía que podía volver a pedir la llave para hablar más tranquilos y así podría ver lo bonita que era. La sola imagen de meterme en una habitación con una respetable esposa y madre de familia era algo que me seducía en extremo.

Ella estaba cerrada en banda en no querer subir conmigo porque estoy seguro que temía que si conseguía besarla no sería capaz de poder seguir manteniendo su resistencia y acabaría siendo mía, cosa que su educación conservadora no podía consentir de ningún modo.

Visto lo visto decidí poner fin al encuentro con la certeza de que antes o después caería en mis brazos y que cuanto más se demorase el asunto más lo disfrutaría y con más placer disfrutaría de esos pechos lindos de esa fiel esposa, a la que le enseñaría todo mi repertorio sexual.

Una vez en el avión que me llevaba a El Cairo pensaba cómo ingeniármelas para hacer caer las defensas de Lourdes. Estaba disfrutándolo todo, mi acercamiento, mi seducción hacia ella, el modo en que, disimuladamente, ella me miraba por el rabillo del ojo fingiendo yo no verla. Disfrutaba tanto de estas cosas como de imaginar como sería su "estreno" en mi cama.

Imaginaba que una mujer que nunca había disfrutado del sexo, en el momento que empezara a sentir verdadero placer estaría comiendo de mi mano.

A penas me alojé en el hotel de El Cairo comenzamos a chatear y poco a poco la fui convenciendo para quedar a Barcelona a mi regreso. Le prometí llevarla al hotel más lujoso de la ciudad. La cosa funcionaba, ya casi estaba convencida, por lo que reservé por Internet una suite en uno de los mejores hoteles de Barcelona, no es que yo sea rico, pero la ocasión lo merecía, todo ello con la excusa de que mi avión llegaría a las 22:00 h. y a esa hora era tarde para regresar a casa.

Ni que decir tiene que mi estancia en Egipto se me hizo eterna, anhelaba el momento de regresar a España. Entretanto, no pasaba ni una noche en la que no chateásemos todo el tiempo posible, ya que su marido, según me dijo era taxista y frecuentaba el turno de noche. Me contó que para el día de nuestro encuentro la cosa no podía venir más a pedir de boca, ya que su hijo estaba en unos campamentos de verano y su marido volvía a hacer turno de noche y en esos casos siempre regresaba bien avanzada la noche.


Llegado el día convenido y he de reconocer que sólo de pensarlo yo andaba todo el día excitado, incluso mi pene ya se había puesto por su cuenta a liberar líquidos preseminales. Llegué al hotel en que habíamos quedado y allí estaba ella, en la cafetería, luciendo un estupendo vestido de noche y un elegante peinado, parecía una madrina de boda, quizá algo hortera para la ocasión, pero resultaba muy seductora. Llevaba su espalda al descubierto, por lo que pensé que no llevaba sujetador, por lo que sus generosos pechos se movían con cierta libertad dentro del vestido.

La noté nerviosa, por miedo a que alguien conocido la viese en la cafetería de un hotel por la noche hablando con un extraño. La invité a subir a la habitación y allí tomaríamos algo, y así podría enseñarle lo bonita que era la habitación.

Subimos al ascensor y aproveché para echarle un vistazo por detrás. La verdad es que el vestido de noche le favorecía mucho su figura, se le adivinaba un culito todavía bien puesto en su sitio.


Entramos en la habitación y nos servimos unas copas. Empezamos a hablar de cosas triviales y entre ambos se adivinaba un claro nerviosismo por lo que se adivinaba. En un momento dado me quedé mirándole y me lancé a darle un beso en su boca. Me acerqué lo suficiente y dejé mis labios como a unos 5 cm de su boca, para que ella hiciese el resto.

¡Eureka!, la cosa funcionaba, se aproximó hasta mí y empezó a besarme, primero suave, luego desaforada y ansiosamente. He de reconocer que besando, al menos era una auténtica experta. Permanecimos besándonos por espacio de largo rato y así empecé a manipularle su vestido de noche.

Primero bajé mi mano suavemente por encima de su vestido alrededor de sus voluptuosos senos, donde se adivinaba un prominente pezón, todo ello muy despacio, haciéndole estremecerse sobre el sofá. Cuando ella empezaba a abandonarse a mis caricias noté como su resistencia inicial de fiel esposa empezaba a desmoronarse, pero aún así tímidamente me decía que la dejara, que todo aquello era una locura y que debía regresar a su casa, momento en el que liberé uno de sus tetas y atrapé su ya duro pezón entre mis labios, lanzando ella un profundo gemido de placer.

Me pedía que la dejara, que todo aquello no estaba bien, que solo lo había hecho con su marido y que él casi nunca le había dedicado atención a sus pechos. Esto solo consiguió encenderme más y así poco a poco ir liberando su otro pecho. A cada avance de mis manos en sus pechos se retorcía y temblaba como una hoja al viento. Sus súplicas de que la dejara cada vez eran más tenues, pero debía seguir manteniendo un resquicio de fidelidad a su maridito y no dejarse follar por un oportunista que la había sacado de sus casillas.

Vista la reacción que mis caricias y lametones ejercían sobre sus tetas decidí probar a excitarla al máximo solo con las tetas. Me dediqué a acariciarlas, lamerlas, sobarlas, pero sin centrarme directamente en sus pezones, que eran el postre de este magnífico aperitivo.

A estas alturas Lourdes solo acertaba a lanzar grandes gemidos y a decir "Hay Dios mío, Hay Dios mío…". Ni que decir tiene que cuanto más le hacía sentir a ella más cachondo me ponía yo. Cuando la ví que ya no aguantaba más, me lancé al ataque de sus pezones y los engullí como poseso. Con esto ella empezó a correrse como una verdadera puta, lanzando verdaderos aullidos de placer y a decirme "sigue cabronazo, no te pares ahora…" "me corro mi amor, lo siento Manolo pero me estoy corriendo…..", explotando en un sonoro y prolongado orgasmo como creo que nunca lo había tenido.

La dejé respirar unos momentos en los que me confesó que Manolo, su marido, a penas nunca le había tocado las tetas y menos comérselas y que con lo que yo le había hecho la había llevado al cielo."No hemos hecho nada más que empezar" le dije, y ella me dijo que si se podía alcanzar más placer que el que ella había tenido. "ni te lo imaginas", le dije yo.


La llevé hasta la habitación contigua, hasta la cama y allí mis manos, ávidas de sentir su carne se abrieron paso a través de su vestido, dejándola solo con unas bragas de encaje que no estaban nada mal, quizás demasiado grandes, pero teniendo en cuenta la clase de mujer pudorosa de que se trataba eso me excitaba más todavía.

Volví a atacar sus tetas con mi boca, pero en esta ocasión era otro mi objetivo. A penas me entretuve con ellas unos momentos y muy poco a poco fui bajando por su cuerpo lentamente, desesperadamente despacio, deleitándome con su vientre ya un poco abultado por el paso de los años, pero con la firmeza suficiente para hacerla todavía una mujer deseable por un hombre.

En cuanto mi lengua tocó el borde de sus bragas ella me dijo "no eso no, ahí nunca me ha hecho nada mi Manolo", esto me hizo hervir la sangre, era yo el primero que le estaba enseñando a esta mujer lo que era un experto amante.

Como yo no tenía prisa, me deleité en mordisquear su vientre y en ir, poco a poco retirando sus bragas hacia abajo mordiéndolas y bajándolas con mi boca. Ella entretanto seguía ahogando gemidos como para no demostrar que la estaba volviendo loca por momentos.

Cuando al final conseguí quitarle las bragas con mi boca allí la tenía totalmente desnuda ante mí, y todavía ofreciendo una tibia resistencia ante su último bastión todavía a salvo del invasor. Trataba de cerrar las piernas y taparse el coño con su mano, como último gesto de pudor que pude ver esa noche en Lourdes. Yo la consolé diciéndole que no le haría nada que ella no quisiera, lo cual la tranquilizó un poco. Volví a lamerle por su cintura y por su vientre. Todo en ella me excitaba. Ella también poco a poco iba subiendo su excitación, era evidente que estaba mojadísima, por la raja de su coño se veían asomar las primeras gotitas de fluidos vaginales.

Mi lengua a todo esto se paseaba ya a su antojo por la parte interna de sus muslos, donde, por cierto, tenía una piel sumamente delicada y sabía que ella no tardaría en ceder, ya que estaba realmente excitada. Me recreé especialmente en la parte superior de su bello púbico. Ella ya no se resistía solo gemía. En un momento dado puse mi lengua justo encima del inicio de su raja y ahí me paré. Tras unos pocos segundos fue ella misma la que alzó el pubis, poniendo todo su coño en mi boca. Ese era mi momento de aquella noche, en mi boca tenía un coño prácticamente "virgen" para mí solito y una mujer que lo estaba disfrutando y agradeciendo todo. Tanto calor y placer acumulaba en su entrepierna que en un momento dado empezó a lloriquear, auténticas lágrimas escurrían por su cara mientras me pedía "cómemelo ya, no aguanto más, cómemelo, cabronazo".

Visto lo cual me dediqué a deleitarme con aquella fruta que ya chorreaba de húmedo que la tenía. Nunca creí que una mujer pudiera mojar tanto por su coño, era algo increíble, además sus jugos me resultaban sumamente ricos y yo no dudaba en tragarlos todo lo que podía. Ella lanzaba grandes gemidos y decía "Dios mío, Dios mío creo que me voy a correr de gusto…"

Y vaya que si se corrió. Se corrió en mi boca, gritando ahora ya, sin tapujo alguno, incluso se le escapó alguna obscenidad como "chupa cabronazo, déjame seco el coño". Parecía mentira que esa hasta hace un rato fiel esposa estuviese gozando con otro hombre como una verdadera puta. Su coño tuvo una explosión de líquido, un líquido blancuzco que manaba de su coño, del que no dejé escapar ni una sola gota.

La dejé calmarse un poco, pero sin dejar su abultado clítoris, y a los pocos minutos allí estaba mi nueva amante convulsionándose nuevamente, víctima ahora de una serie de pequeños mini orgasmos, que la tuvieron fuera de sí por espacio de unos cinco minutos.


Estaba claro que estaba disfrutando mas que nunca, como una loca, como una puta sobre mi cama. Me tendí en la cama con mi polla en alto y me dijo "Dios mío que grande la tienes" y dicho esto añadió: "voy a hacer algo que nunca creí que haría" y sin mediar palabra se introdujo más de media polla en su boca, hasta tocar su campanilla. Mi pobre polla a esas alturas estaba sin parar de mojar, la cosa era más excitante de lo que hubiese imaginado. La chica del tren, la fiel esposa y madre ejemplar se estaba zampando su primer rabo y vaya rabo, "esto es casi el doble de lo que tiene mi Manolo" me dijo "no se si esto me podrá entrar por abajo".

Yo estaba que no cabía de gozo y de excitación. Aquella noche se estaban cumpliendo todas mis fantasías y eran más gratificantes de lo que hubiera podido imaginar.

La verdad es que para estrenarse conmigo no lo había mal del todo. Primero pasaba los dientes por mi glande y le dije como debía hacerlo. Tenía que darme placer con sus labios y su lengua. Aprendía rápido la muy puta. Yo en medio de tanta excitación acumulada estaba a punto de estallar, realmente me dolían los huevos de tanto aguantar, hasta que sin avisarle exploté dentro de su boca, en ese momento le dije "ahora no lo debes dejar escapar". Obedeció como mi esclava y se lo tragó todo. Al final le produjo una pequeña arcada porque dijo que el sabor era muy fuerte y que no estaba acostumbrada.


Después de estos orgasmos que tuvimos los dos, ella me dijo que si ya habíamos terminado, porque su marido nunca se corría más de una vez en una sesión.

Le dije que yo no era su marido y que ella no era mi mujer, sino mi puta y que a partir de ahora debía hacer todo lo que yo le mandase. Estas palabras produjeron en ella una extraña excitación de tal forma que pude comprobar como se le ponía la carne de gallina.

Una vez terminamos de comernos como aquí he contado, un arranque de arrepentimiento invadió a Lourdes y empezó a gemir, ahora por el sentimiento de culpabilidad. Se metió en el baño con sus cosas y a los pocos minutos allí estaba ella, vestida de nuevo de madrina y dispuesta a marcharse.

"Esto ha ido demasiado lejos" me dijo, me dio la mano y se marchó.

Habían pasado dos horas, quizás las dos horas más apasionantes de toda mi vida con aquella mujer que seguro estaba que volvería a comer de mi mano.

En los días posteriores a ese día en Barcelona nuestros contactos a través del msn se hicieron más frecuentes. Tanto fue así que en parte empecé a descuidar algo mi trabajo en el despacho.

Adaptábamos el horario de uno al del otro. Había nacido en aquella mujer una fuerte necesidad de follar y como su marido, poco dotado y con gran desinterés por el sexo Lourdes no tenía otro remedio que recurrir a su médico de cabecera en esta materia que para mi suerte era yo. Chateábamos sobre todo por la noche. La calentaba a medida que íbamos hablando y así le hacía desinhibirse y alguna vez llegó a masturbarse estando conectada conmigo.

Mi dominio sobre ella era tal que estaba seguro haría cualquier locura que le pidiera. Dependía de mí para aplacar sus ansias que cada vez iban en aumento. Como se aproximaba otro viaje mío en avión y por este motivo tenía que pasar por Barcelona para tomar el avión una idea súper morbosa rondaba por mi cabeza: quería follarla pero no de cualquier manera, el mayor morbo para mí tirármela en su propio lecho conyugal, entre las mismas sábanas en las que ella nunca había tenido un hombre de verdad.

Nada más proponérselo su negativa no se hizo esperar, ella quería follar conmigo pero en un hotel como la otra vez, nada de en su casa, no por peligro a que alguien la descubriese, ya que vivía en una nueva urbanización en las afueras de Barcelona en esa que al cabo de los años los vecinos a penas ni se han visto nunca, el problema que adujo fue de moral. Nunca lo haría en la cama en que tuvo su primera relación con su esposo.

Esta negativa no hizo sino encenderme más y provocar en mí más morbo, por lo que mi acoso se redobló a partir de ese momento. Como por más que yo insistía no conseguía ceder a su resistencia le di un ultimátium: o lo hacíamos en su casa, en su lecho conyugal o nunca más sabría nada de mí y tendría que arreglárselas por mi cuenta.

Con lo cual dí por terminada la última de aquellas sesiones de chat que a veces eran interminables. Pasaban los días y no tenía noticias de Lourdes. Llegué a desanimarme y a maldecidme por gilipollas, había apostado demasiado alto y mi farol se había vuelto contra mí. Al cabo de unas dos semanas, cuando ya había perdido las esperanzas y mi vida volvía a ordenarse como antes de todo esto, recibí un mensaje suyo donde me decía que aceptaba, que después de todo si le era infiel a su esposo lo de menos era el lugar.

Yo seguía haciéndome el duro, el farol me había salido bien, solo le puse una última condición, que tenía que tener el coño totalmente rapado, puesto que la última vez que estuvimos juntos tenía una mata de pelo negro colosal, como si nunca se lo hubiese arreglado. Al principio el tema del pelo me excitó pero después, pensándolo decidí exigirle que se lo afeitara completamente. Ella me dijo que no podía hacer eso, que qué le diría a su esposo. "Eso es asunto tuyo". "Estate sin acostarte con él el tiempo suficiente par que te crezca de nuevo". Tras meditarlo un par de días me dijo que de acuerdo, que creía tenerlo todo bajo control.

Aún tuve la desfachatez de hacerle una nueva exigencia: me debía recibir en bata, zapatillas y delantal, como para doblegarla más todavía a mis caprichos. Ella a estas alturas estaba totalmente entregada, ya no ponía más impedimentos, tanto debía ser el deseo que acumulaba entre sus piernas que no le quedaban fuerzas para negarse a nada.

El plan estaba completamente urdido, mis deseos de siempre y otros que me habían surgido a posteriori se iban a hacer realidad. Seducir a una mujer fiel y casada ya no era suficiente, no solo gozaría haciéndola mía, necesitaba someterla a mi voluntad, llevarla a tal punto de deseo y depravación que sus valores morales quedaran por los suelos, sometida solo por el deseo de tener una gruesa verga entre sus ardientes labios vaginales.

Llegado el día convenido, me dirigí a Barcelona, al llegar a la estación no perdí ni un minuto y me dirigí directamente a la parada de taxis, tomé uno y le indiqué una dirección próxima a su casa. Ya no había vuelta atrás. Ese día acabaría de desvirgar a esa mujer que jamás tuvo una buena y experta verga en su coño por no decir de su culo al que también le tenía una íntima sorpresa como postre de toda esta magnífica experiencia.

El corazón me latía a mil y a penas llegué a su portal toqué a su portero. A penas dos segundos después sonaba el zumbido que indicaba que la puerta de abajo cedía a mi paso. Me encaminé por las escaleras sin hacer ruido. Tal como ella me había dicho la puerta de su casa estaba entornada. Empujé y la encontré en la cocina, con su delantal y zapatillas. El juego aún no había empezado.

A penas entré en la casa cerré la puerta y pude comprobar que todo estaba en su sitio. Había sido decorada con mucho gusto y por el orden y la limpieza que reinaba en la misma, sus habitantes debían ser personas muy cuidadosas. Incluso un suave y muy agradable perfume natural hacía más grata la llegada al visitante. En el aparador de la entrada podían verse perfectamente colocadas en marcos muy bonitos distintas fotos de familia: la foto de bodas de Lourdes, otra con su marido e hijo, otra de muchos familiares como posando con ocasión de alguna reunión familiar, etc.

A pocos metros de la entrada se adivinaba una puerta que pensé que debía dar a la cocina. Efectivamente, una cocina de madera rústica pero muy elegante, como sacada de algún catálogo, sin que faltasen los típicos adornos de cocinas (la hucha con el cerdito, paños de cocina a juego uno para cada día de la semana, juego de cuchillos, sartenes súper brillantes colgando de un soporte puesto al efecto. Era un marco muy acogedor y como anfitriona de todo aquél conjunto se encontraba Lourdes con su bata bien atadita, su delantal bien ceñido y unas zapatillas de paño como las que usan las típicas amas de casa.

"Hola", me dijo con voz temblorosa. "Hola mi amor" le contesté con voz firme. Vamos a tu dormitorio. Un pasillo de unos 6 metros en el que no faltaban colgados cuadros dispuestos con muy buen gusto con motivos de pintores impresionistas franceses nos condujo hasta la habitación del fondo: el dormitorio de matrimonio, mi centro de operaciones.

Allí el perfume que se percibía en la entrada de la casa cobraba protagonismo y embriagaba los sentidos. Un jarro cerámico con una vela encendida debajo hacía calentarse un poco de agua con esencia de perfume y era el encargado de propagar el perfume que resultaba muy adecuado para la ocasión.

Unos muebles estilo provenzal estaban juiciosamente repartidos por el amplio espacio del dormitorio. Un aparador se encontraba a los pies de la cama con profusa decoración de pequeños objetos cuidadosamente colocados, recuerdos escogidos de algunos viajes por la geografía española. De unos gruesos soportes colgaban unas cortinas barrocas que para mi gusto eran algo recargadas. La cama estaba cubierta por una colcha blanca aparentemente bordada a mano, en fin, que en todos los elementos que integraban el dormitorio habían sido escogidos y dispuestos por alguien de buen gusto y mucho tiempo para cuidarlos.

A penas entrar en la habitación Lourdes cerró la puerta y como si tuviese miedo a ser oída me susurró al oído "aquí me tienes cabrón, haz conmigo lo que tú sabes, pero no me hagas esperar más porque ya no me aguanto".

A penas oír esto un escalofrío recorrió mi espalda. Era el momento y el lugar esperado y deseado por mí y ahora por ella, quien finalmente estaba dispuesta a todo con tal de apagar sus ardores. Mi boca se dirigió a la de ella y empezamos a besarnos apasionadamente. Me comía la boca con especial avidez como si aquello fuese lo último que fuese a hacer en su vida y el tiempo se le acabase. Me empujó suavemente haciéndome tenderme sobre la colcha y se puso a horcajadas sobre mi cuerpo. En seguida se dispuso a desabrocharme el pantalón.

No podía consentir que fuese ella la que cogiese el mando de la situación. Allí el que mandaba era yo y había que dejárselo bien claro a aquella putita. La ordené tenderse sobre la cama y ahora era yo el que trabajaba. Mientras mi boca descendía desde su boca por su cuello con suaves lamidas iba desatando el nudo de su bata, una bata de raso negra muy bonita. Allí me llevé la primera sorpresa de la noche: debajo de su bata solo iba vestida con un junto muy liviano que a penas servía para cubrir los sitios en que iba puesto y que dejaba adivinar más que tapaba.

Ella hizo ademán de alzarse para quitárselo todo y yo la paré diciéndole que se estuviese quieta, que el que mandaba era yo, sino ya podíamos dar la noche por terminada.

Obedeció mansamente mientras no paraba de decirme "es que no me aguanto más". Bajé mi boca hasta los bordes del ligero sujetador que llevaba y empecé a pasar mi lengua por encima del sujetador. "Cómeme los pezones, cabrón" me suplicaba. "Te los comeré cuando a mí me de la gana, puta". Le dije. La estaba haciendo sufrir de verdad. Arqueaba su cuerpo para tratar de liberar sus abundantes pechos y exponerlos a mi boca, pero mi intención era ponerla verdaderamente a punto.

Yo fingía querer arrancarle el sujetador con los dientes y a cada nuevo intento lo soltaba, consiguiendo que rozase sobre sus pezones, haciéndola estremecerse y arquear la espalda para liberarse definitivamente. Al final me dio lástima y tiré con fuerza del sujetador hacia arriba con mis dientes, rozándolo por toda la anatomía de sus tetas muy despacio, provocándole placer desesperadamente. Solo entonces empecé con el baile de mi lengua sobre sus pechos pero sin llegar a tocar sus pezones, que tan buen resultado me dio en mi primer encuentro con Lourdes.

Cuando al final empecé a mordisquear las puntas de sus pezones algo parecido a un orgasmo se apoderó de ella, por lo que tuvo que cubrir su cabeza con un gran amohadón que allí había para acallar sus gemidos, de miedo a que algún vecino pudiese oírla.

Qué excitante situación pensé. Sin dejarla recuperarse de su estado le dí la vuelta y empecé a masajearle la espalda. Esto la tranquilizó un poco y la predispuso para nuevas batallas. Mis manos subían y bajaban a lo largo de su espalda, a lo que Lourdes respondía con una especie de ronroneo como el que hacen los gatos y un "joder qué gusto".

Tras unos minutos allí estaba mi amante puesta boca a bajo solo cubriéndole su cuerpo unas braguitas semi transparentes que dejaban adivinar su coño afeitado. Cesaron mis masajes y entonces me dediqué a besarle en la base del cuello. Esto le provocaba grandes escalofríos, ya que pude comprobar que la piel de sus piernas se ponía de gallina. De su cuello lentamente fui bajando por la columna vertebral lenta y tiernamente hasta el borde de sus braguitas, entonces mi lengua se movía a izquierda y derecha de su columna intentando colarse por dentro de las mismas.

Ella alzaba su culito para facilitar mis trajines y empecé con mis dientes a intentar bajárselas. Poco a poco una preciosa rajita de culo iba quedando a mi vista. Un culito blanco y virginal. Un culito bastante digno para una mujer de la edad de Lourdes. Cuando todo el culito estuvo al descubierto empecé a mover mi lengua arriba y debajo de la raja de su culito, como esperando ver las reacciones de Lourdes. Ella comenzó a alzarlo y a moverlo en círculo como dejándome vía libre.

Poco a poco mi lengua fue profundizando más y más, separando ambos lados de aquél culito que tan apetecible que aparecía ante mis ojos, hasta alcanzar con la punta de mi lengua la entrada de su ano. En ese preciso momento Lourdes dio un respingo de sorpresa y quizás de placer. Era la primera vez que alguien le tocaba en tan recóndito lugar y a juzgar por su reacción la cosa parecía gustarle. Decidí aplicarle mayor presión a mi lengua y ella empezaba a gozar con su nuevo punto erógeno a penas recién descubierto. Estuve jugando durante algunos segundos con su ano y ella me animaba sin decirme nada, solo moviéndolo hacia arriba y abajo, hasta tener otro nuevo orgasmo, reprimido de nuevo contra el pobre almohadón.

Le quité el almohadón de su cara y lo coloqué debajo de sus caderas. Esa postura de sumisión con el culito bien alzado y sus piernas bien abiertas me resultó muy sugestiva. Comprobé como tenía el coño totalmente depilado y una línea brillante formada por la salida de sus flujos vaginales se dibujaba en la entrada de su coño. No aguardé nada y allí me empleé a fondo con mi boca, lengua y dientes, succionando sus labios, penetrando aquel coño con mi lengua y agarrando entre mis labios ese clítoris tan desarrollado como inexplorado que tenía Lourdes. Pronto percibí en mi lengua las convulsiones del coño de Lourdes. Estaba siendo víctima de un ahora largo y ahogado orgasmo, sollozando con la cara entre las manos.

Terminado esto me dijo, con cara de entregada: ¿Es que no me vas a follar o qué?. "todo a su momento, primero te follaré la boca", le dije. Y dicho esto la puse boca arriba tendida en la cama con su cabeza colgando al borde de la cama. Me desnudé y allí apareció enhiesto mi hijo predilecto, pidiendo guerra, y la iba a tener.

Me puse de pié frente a ella y coloqué mi chorreante glande en la boca abierta de Lourdes que del revés veía lo que se le venía encima. En esta postura ella solo podía abrir su boca y tragar la tranca que ya empujaba por abrirse paso por esa boca desvirgada por mí hacía solo unos días. A medida que iba empujando su boca se abría al máximo. Poco a poco mi pene se iba abriendo paso en el interior de la boca de Lourdes hasta hacer tope con su campanilla. Esto le provocó una pequeña arcada, por lo que me retiré unos segundos. Volví a insistir pero ahora ya no mostró rechazo alguno. Ahora mi amiga solo podía abrir al máximo su boca y trabar mis flujos que salían sin cesar. Mepezé mi bombeo en su boca y la experiencia resultaba sumamente morbosa. Echada sobre su lecho conyugal sobre su colcha bordada estaba mi amiga casada, tragándose una tranca de considerables proporciones, totalmente desnuda, con sus tetas desparramadas a ambos lados de su pecho y con las piernas abiertas, dejando al aire el nuevo look de su coñito y una cicatriz en su vientre, muestra de la cesárea que en su día le practicaron para el nacimiento de su hijo.

Esta situación de dominación era demasiado morbosa como para aguantar durante mucho tiempo sin eyacular. "Prepárate a tragar, puta" le dije y acto seguido empecé a descargar en su boca como un poseso y Lourdes que era muy buena alumna ya sabía su tarea: tragar semen como puta que era y dejar mi rabo bien limpio, obteniendo unas altas calificaciones en este nuevo exámen.

"Ahora ya te has corrido y ya no me querrás follar, joder", me dijo. Tranquila, mi amor, todo llegará. Retiré la colcha y me metí entre aquellas cálidas sábanas durante unos minutos. Creo que incluso me quedé dormido, por el relax que me produjo tan gran corrida en la boca de mi amiga.

Al cabo de un rato un ligero cosquilleo en mi pene me devolvió a este mundo. A mis pies se encontraba mi niña tocando tímidamente con sus labios el tallo de mi ahora fláccido pene. Yo fingí seguir dormido y ella siguió con su trabajo, buscando ser finalmente penetrada por su todavía palpitante chocho.

No necesitó mucho esfuerzo para poner mi polla de nuevo en alto "qué grande la tienes" dijo. A penas podía meterse poco más de la mitad en su boca, a pesar de su innegable voluntad por engullirla toda, pero cuando no se puede, no se puede.

"Ha llegado tu momento". La volví a poner boca abajo, con el almohadón debajo de sus caderas, brindándome una fabulosa visión de su coño. "Por favor, apaga la luz, me da muchísima vergüenza". Tuve piedad de ella y accedí a su petición. A oscuras la cosa también tenía su morbo. Ella seguía allí entregada. Volví a saborear su chocho y su ano con mi lengua. Pasaba mi lengua desde el inicio de la raja de su culito hasta su pubis. Ella no sabía si reír o llorar de placer. Sus flujos no cesaban de manar, su coño estaba perfectamente lubricado y dispuesto. "Fóllame ya, por favor. Lo siento Manolo pero si no me folla ya este cabrón a mí me va a dar algo" dijo.

Era el momento crucial de este encuentro. A tientas coloqué la punta de mi polla en la entrada de su vagina. La noté estrecha. Presioné pero no entraba. Se notaba que lo que me había dicho a la ridícula picha de su marido era verdad. A penas tenía la mitad del grosor de la mía, según me había contado. Tuve que ejercer una cierta presión adicional para empezar a abrirme paso por aquella vagina estrecha, húmeda y caliente. Se sentía muy agradable allí adentro. Mi polla penetró hasta hacer tope con el fondo de su útero. Empecé a notar las contracciones de su coño en torno a mi polla. Un suave orgasmo se había apoderado de ella con solo penetrarla hasta el fondo. Había tocado fondo y todavía quedaban al aire unos 3 cm de polla. Así las cosas inicié un suave mete y saca todavía entre las últimas convulsiones de su primer orgasmo. Ella gemía tiernamente, víctima del placer y dolor que su nuevo inquilino le provocaba.

Primero suave, saboreando cada centímetro de penetración, y luego apurando un poco más el ritmo, me iba adueñando de aquél recién re-desvirgado chocho. No podía defraudar a mi amiga, a la que no le salía el habla del cuerpo. Bastante tenía la pobre con gemir con el mete y saca de mi polla en su coño. A cada embestida presionaba más contra el fondo de aquella cueva húmeda. A los pocos minutos mi polla entraba sin dificultades en toda su extensión dentro de aquel rapado chocho, solo se oía el chapoteo de sexos en celo y los ahogados gemidos de Lourdes."Esto sí que es follar, dame fuerte, hazme tu puta, cabrón". Yo la cogía fuertemente por sus caderas y prácticamente la levantaba de la cama, haciéndola chocar contra mi cuerpo rígido. A veces paraba de follarla y me dedicaba a comerle el coño y al tiempo sorber los jugos que no dejaban de salirle. La casada estaba encantada con la follada y comidas de coño con que la estaba obsequiando. Era demasiado para una tía que hasta hacía unas semanas no sabía lo que era un tío en condiciones.

A la chica le iba el morbo. Decidí dar otra vuelta de tuerca a la situación. Si le iba el morbo, morbo iba a tener. "Una chica tan golfa como tú no debiera conformarse con un solo rabo para follar, ¿no te parece?" le dije. "¿Qué quieres decir?" me contestó mientras la siguía follando duro, ahora puesta a cuatro patas, "que me encantaría compartirte con otro tío, uno te follaría por el coño y el otro te daría duro por la boca, pedazo de guarra". "Sí, sí, hacerme vuestra guarra", me contestó. Joder con la recatada de los cojones, le iba el rollo cantidad.

Yo por mi parte, de alguna forma extraña estaba aguantando lo indecible sin correrme, a pesar de lo morboso de la situación. Y así entre estas y otras barbaridades que le iba diciendo tuvo un orgasmo como yo nunca había presenciado en mi vida ni sabía que pudiese existir: estuvo un buen rato cuya duración no podría precisar jadeando, ya sin tapujos, diciendo ordinarieces incongruentes y corriéndose como una jodida puta en celo. Notaba como las convulsiones de su coño aumentaban y luego disminuían, pero nunca cesaban durante el transcurso de toda su corrida.

Cuando cesó de convulsionarse me suplicó "córrete ya, por favor, que me tienes destrozada". Me concentré en algunas embestidas más y descargué dentro de su vagina de una forma brutal y abundante, las contracciones de mi pene también fueron fortísimas, quedando rendidos ambos sobre su cama, testigo del mayor castigo recibido jamás por el coño de su dueña.

Debimos quedarnos dormidos los dos. Un rato después me desperté y encendí la luz. La desperté a ella. Un poco de sangre había manado de su sexo. Sus sábanas blancas estaban hechas una pena. Como habíamos follado a oscuras no lo habíamos advertido. Ella se asustó un poco, aunque en ningún momento le había dolido realmente el coño durante el encuentro, salvo al principio.

"Te he acabado de desvirgar, eso es todo", le dije.

"Me has hecho tuya por completo, a partir de ahora nunca me abandones, por favor", "ahora que lo he probado creo que no podría pasar sin esto".

"Date prisa, no es muy tarde pero a veces mi marido llega antes de lo previsto si no hay mucho trabajo", añadió.

Me lavé en su baño como si nada hubiese pasado, al salir, nos besamos y acordamos seguir viéndonos.

Allí quedó en su casa Lourdes satisfecha, algo dolorida por la sesión recibida, arreglando el desaguisado de las sábanas, para fingirse dormida a la llegada de su ahora cornudo maridito.

Bajé por las escaleras sin hacer ruido y a oscuras. Atravesé el portal hasta ganar la calle. Salí al exterior. Una bocanada de aire fresco en mi rostro me reconfortó. Caminé despacio, rememorando lo vivido. Me sentía seguro. Había hecho realidad mis sueños y ahora había vuelto a mi mundo. Eso me daba serenidad. Tenía tiempo. Mi avión partía a las 7:00 desde El Prat.

Consulté mi reloj: eran casi las cuatro. Me encaminé hasta una parada de taxis. Me acomodé en el coche y dije al taxista: "al aeropuerto, por favor".

FIN.

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