Al final de las sombras... (Un mundo interior)

Era un espacio cavernoso que se llenaba de los ecos acuáticos de un mundo lleno de sorpresas y que se mostraba displicente a ser inquirido con diligencia, incluso por su propio creador. La vastedad de la concavidad subrepticia y subterránea no menguaba el interés famélico de llegar hasta el final, aunque se requiriera de una infinita paciencia.

AL FINAL DE LAS SOMBRAS

Un mundo interior

Nunca me había sentido tan ligero como después de ese momento. Todo empezó como un ligero escozor naciendo en las sienes, desplazándose ondulante y caprichosamente como cuerpo de serpiente, gélida y exótica al tacto. La desesperación, los lamentos, el dolor y toda sensación humanamente reconocible desaparecían para fundirse en el crisol del mundo, permanecer incólume y sublimarse hasta los más dilatados y exacerbados lindes y confines de la eternidad, yaciendo pacífica y muy cerca de la inexistencia.

En un instante de penetrantes y profundas cavilaciones, la visión fue reduciéndose indolora desde la periferia, cobijando perezosamente cual niebla oscura en bosque de montaña. Era algo verdaderamente extraño el sentido de pertenecer a un mundo pero no existir en el, ni siquiera por los años de lamentable deterioro paulatino e irreversible en los que te vio pisar las más nauseabundas porquerías y pasar de largo por tu propia voz. Era algo tétrico pero morboso el observar tu propia vida desde un ángulo desde el cuál nunca antes te habías tomado la molestia en hacerlo; es más, es exorbitante la cantidad de minúsculos detalles que a la larga pesan y terminan venciéndote, aún a pesar de cualquier juicio y cualquier intento. Nada de lo que hagas o digas perdurará más allá de lo que tarde en resonar en tus propios tímpanos y hacerte caer en la cuenta de que el mundo es sumamente engañoso y por eso me es una necesidad el mentirle; pero la mentira no es la negación de la realidad, sino más bien un plan a posteridad para la transformación de la misma en algo, digamos, diferente.

Ahora, nada importa ya, pero todo es interesante. Todo adquiere una inclinación del ánimo más pronunciada que antes. La ingravidez que te atosiga se asemeja a ser empujado como una pluma con un feroz soplido que te eleva insignificante por los aires para que nunca más desciendas ni vuelvas a rozar tierra u oprimirla con fuerza entre tus dedos, siquiera con la imaginación desbordante por la cuál siempre te habías caracterizado ante ti mismo.

Repentinamente y sin siquiera advertirlo, pude sentirme nuevamente corpóreo y ya no etéreo. La oscuridad de apariencia sempiterna pareció ceder ante fuerzas incognoscibles e insondables que me ofrecieron con sosiego una gama de oportunidades que escapaban más allá de la más prolífica imaginación que haya existido en todo el orbe.

Ahora podía sentir la tierra bajo las plantas de mis pies y en los resquicios existentes dentro de mis dedos. La sentía apretujarse y resbalar a cada zancada que mi cuerpo se dignaba en efectuar con cierto tino y a una cadencia extraña. Era un espacio cavernoso que se llenaba de los ecos acuáticos de un mundo lleno de sorpresas y que se mostraba displicente a ser inquirido con diligencia, incluso por su propio creador. Me hallaba a mi mismo como un alma en pena, que a veces sopla, y a veces truena pero que no podía ver más allá de una vaga penumbra y una vaga memoria. La vastedad de la concavidad subrepticia y subterránea no menguaba el interés famélico de llegar hasta el final, aunque se requiriera de una infinita paciencia.

Los dedos también rozaban las paredes; en ocasiones a la derecha y en ocasiones a la izquierda. Pequeños fragmentos de roca se incrustaban debajo de las uñas pero sin dolor, sino como una extensión de los mismos dedos. Una maraña de pelos se extendían desde el cuero cabelludo hasta los hombros, unidos en caótica armonía a manera de extravagante y exquisito lienzo de explayados trazos finos que parecían mejorar a cada movimiento del cuello.

Lo más extraño fue el pecho; ya no existía corazón inagotable que se convulsionara dentro de él y que impusiera orden, ritmo, compás o sincronía. No, ya no existía en lo absoluto y de eso puedo estar seguro, pero en lugar de él, una madreselva se enredaba en el esternón y decoraba una a una las costillas.

En un instante supe algo que hace unos segundos no sabía, aunque ignoraba como me había enterado de ello. Tal vez fueron las raíces que se anclaban en mi sacro, o tal vez fue el tallo que se enredaba rizado con cadencia a la espina dorsal pero sabía con inefable certeza que aún me encontraba vivo. Pero el cómo es algo que aun desconozco, y el dónde también. Aún el por qué se ha resistido a revelarse y esto no es algo que me quite el sueño, ya que son dichosos aquellos que también saben soñar despiertos, aunque aquel mundo interior, con todo y su perpetuidad lacerante, jamás vuelva a ser revelado ante la creación hasta el último segundo en el que una pregunta no responda más allá de lo que una respuesta pueda preguntar.

Continuará...