Al final de la noche

No sabemos lo que puede pasar al final de una noche de reunión de compañeros. A veces se da la suerte y esa noche conocemos a alguien sin que sepamos nada de su vida, y con quien sin embargo tenemos una deliciosa aventura.

AL FINAL DE LA NOCHE

Aun no puedo creerlo.

Es una feliz coincidencia que nos encontremos en esta fiesta. Hace mucho tiempo que la conozco, pero nunca tuve la oportunidad de hablarle. Ella cada mañana sube unos diez pisos arriba de mi oficina, dejando tras de sí una estela de fragancia deliciosa. Es tan guapa. Viste siempre de traje sastre, pero con una falda corta que dibuja entalladamente sus redondeadas caderas.

Por primera vez coincidimos en una reunión de la compañía. Estoy aquí chocando las copas con ella, y ni siquiera se si tendrá por novio algún compañero, o si será casada. Tal vez vive sola, pienso. Solo hablamos cosas intrascendentes. Las luces del salón se esparcen inexplicablemente como bocanadas de humo entre ella y yo. El olor de la carne frita, y el licor se mezclan y se vuelven intensos. El ruido de las múltiples voces que se oyen a un mismo tiempo es un barullo que nos envuelve con un efecto estimulante. Su falda es corta y oscura. Esta sentada con las piernas cruzadas, las luce coquetamente. Son proporcionadas y sinuosas, perfectas. Es risueña, su boca sensual, acentuada por sus dientes completamente blancos, se agiganta. Sus labios carnosos están voluptuosamente moldeados. Sus ojos son brillantes. Una mirada juguetona e indiscreta se fuga de su rostro de vez en cuando. El licor la sonroja, su aliento tibio lo percibo más cerca. Confiamos más uno en el otro. Entonces le ofrezco dejarla hasta su casa en mi auto. Acepta.

En una calle cerrada no muy lejos de su edificio me estaciono. El silencio nos aletarga, la oscuridad no es tan penetrante: las luces de la ciudad resplandecen tenuemente en el horizonte. Se oyen los claxon de los automóviles de vez en cuando. Nos evocan una ciudad despierta. Nuestra piel está dilatada, espesa como un gel espumoso. Su rostro está en la semipenumbra, en tanto la escasa luz de una solitaria lámpara de la calle alumbra justo sus piernas. Son tan redondas que no pueden ocultar la ropa interior, roja y satinada. Ella se da cuenta, pero finge o el alcohol ya la está mareando. Al cruzar por los pasillos parecía una muñeca de esas esbeltas que tanto venden en los centros comerciales. Lo es aun más. Su aspecto adormilado lo confundo por momentos con el de una portada, un trozo de película, una fantasía.

En un instante de mutismo entre ella y yo me acercó despacio, sin prisas. La beso. La beso suavemente, embriagándome en el contacto novedoso de su boca. Ella cierra los ojos, y suspira. Espero su reacción, y no se ve sorprendida. Tomo su rostro con la palma de mi mano, y la beso de nuevo. Me doy cuenta que cierra nueva y placenteramente sus ojos. Presiento que está sumergiéndose como en un sueño. Relaja pausadamente su cuerpo, lo deja expuesto. Paseo mis manos por sus hombros desnudos, los oprimo en el momento que presiono sus labios contra los míos. El ligero sofocamiento la obliga a reaccionar un poco, me mira tierna y seductoramente. Pero descubro en el interior de su mirada que me pide un pacto secreto de complicidad que no necesita palabras, estoy de acuerdo y ella lo percibe. No parpadea. Fricciona sus piernas involuntariamente. En su rostro se disipa una máscara. La observo. Se inclina y se queda mirando pensativa sus propias piernas, me acerco a ella para cerrar su ventanilla y un imprevisto abrazo me aprisiona a su cuerpo.

Me besa. Desabotona mi camisa, lo hace sin titubeos; siento sus labios como un líquido caliente sobre mi pecho. Ya no la distingo entre la sombra, el aturdimiento que me provocaron las copas y sus caricias sensuales. Desabrocha enérgicamente el cinturón, abre el pantalón. Soy yo quien se siente ahora expuesto. Acaricio su cabello suave, en tanto una sensación ardiente asalta mi órgano masculino. Su lengua se enreda como hiedra al árbol. En algunos momentos sus mejillas o su nariz rozan mi vientre lo que me provoca ensueños sensoriales, la imagino absorta en complacerme, haciéndome cosas que nadie sospecharía de ella. Mi pene crece, endurece sus músculos, casi estalla. El calor de su boca apasionada lo calma. Luego delicada y morosamente succiona mis testículos. Sus manos frotan el mismo tiempo el tronco de carne y éste no puede más, no se calma más. Necesita algo más caliente, más profundo.

Reclino su asiento y se pasa hacia atrás. Su falda se alza descubriendo un bikini rojo diminuto, no tiene medias. No las necesita, la piel de sus piernas es tersa y firme. Levanta ligeramente la cadera lo que me permite quitarle su prenda diminuta. Un aroma femenino, astringente, penetrante, se desprende de su intimidad. Escarbo. Pero el tiempo precioso y su cuerpo expuesto me obligan a traspasarla antes que el sueño se disipe.

Todo es natural, suave. La penetro pausadamente. Se que es mía. Tengo aun puesto el pantalón, lo que no me importa. Mis movimientos son coordinados, lentos, incansables y persistentes. Es como si cada vez que mi órgano la atravesara le hiciera sentir que es mía.

De pronto el silencio, la fricción de las ropas ha terminado. Nuestra respiración sofocada se ha vuelto pausada. Solo nuestro olor persiste, no es molesto. El suyo es agradable, se mezcla con su fragancia con el sudor, y el alcohol. Nos besamos cariñosamente. En el camino apenas hay unas palabras. Su sonrisa es sutil. Al llegar a una esquina se despide de mí con un último beso. Vuelve a mirarme de modo especial, comprendo.

Las veces que volvimos a vernos fue como si nada hubiera pasado. Ni siquiera intercambiábamos miradas. Su fragancia volvía a percibirse detrás de ella. Cada mañana podía verla detrás de la computadora. Frente al elevador esperaba inquieta con su portafolio al brazo. Hasta que un día coincidimos en el estacionamiento, no iba sola. La acompañaba un joven caballero que le abrió la puerta. Ella se disponía a subir al auto cuando me vio. En ese momento sus ojos abarcaron toda mi mente. Recordé esa misma mirada en aquella noche. No hubo más, y subió al vehículo.

Guardamos nuestra aventura en el silencio. Ella se caso algunos días después. Pero en el fondo de sus ojos descubrí que esa noche había quedado grabada en su piel.