Al fin conseguí a mi cuñada

Después de muchos años, conseguí hacer el amor con mi cuñada.

El calor de aquella tarde de agosto era sofocante. Como era habitual, Córdoba marcaba las máximas del país, y el verano pasado no fue una excepción. Las ventanas de doble cristal nos separaban del infierno mientras el aire acondicionado hacía el resto.

Mi suegra, una mujer bien mantenida a pesar de sus sesenta y muchos, esperaba a mi cuñada para que la acompañara al médico, mientras mantenía una incesante y banal conversación con mi mujer. Cuando mi cuñada anunció por teléfono que no podría llegar a tiempo, mi mujer se ofreció de inmediato a sustituirla, y en pocos minutos, ambas desaparecieron, no sin antes advertirme que tardarían en volver.

Me quedé solo y aproveché para darme una ducha casi fría, tras la cual me quedé cómodamente desnudo por la casa, así que cuando sonó el timbre de la puerta, tuve que abrir con solo una toalla enrollada en mi cintura. Había supuesto que mi cuñada ya no vendría a casa, pero no fue así.

Me disculpé por mi atuendo y fui a ponerme una camiseta y un pantalón corto, sin slips para terminar antes.

Mi cuñada tiene 40 años, es la mayor de las dos hermanas, y siempre ha sido muy recatada, de mucha misa y ningún novio, así que se empezaba a considerarse a sí misma como una solterona. Muy entregada a su trabajo de catedrática de universidad, era una mujer muy delgada, de tetas pequeñas, pero bien proporcionada y de aspecto joven.

Tengo que reconocer que en muchas ocasiones me sentí atraído por ella, incluyendo fantasías sexuales en mis placeres solitarios. Yo sospechaba que, aunque difícil de creer, nunca habría tenido relación sexual alguna debido a su más que tenue mojigatería.

Aquella tarde estaba atractiva. Llevaba una camiseta amarilla que no escondía la pequeñez de sus tetas, y una falda blanca con algo de vuelo, por encima de las rodillas, sin llegar a ser minifalda. Le ofrecí un gin tonic, y me sorprendió al aceptarlo, pues rara vez la había visto beber más alcohol que el de una copa de rioja.

Comenzamos a hablar del calor, y acabamos hablando de las relaciones de pareja y la soledad del soltero, hasta que sin saber bien por qué, me aventuré a preguntarle si ella era virgen o no. Me respondió sin tapujos que sí, dando a entender como que era obvio, obviedad que yo negué, evidentemente.

La conversación fue tomando un curso cada vez más atractivo para mí. Se había soltado un poco con el gin tonic y no quería desperdiciar la oportunidad.

-¿Nunca has deseado hacer el amor con un hombre?-me atreví a preguntar-

  • Hombre, claro que sí, pero aunque parezca mentira, nunca surgió la oportunidad. Ningún hombre lo intentó conmigo, y seguramente yo me hubiese negado de haberlo hecho, ya sabes que siempre he sido de mentalidad antigua, de altar y todo eso.

  • ¿Has sido?, ¿eso quiere decir que ahora has cambiado?

  • Pues sí, bastante, ahora veo las cosas de otra manera.-Me miró fijamente a los ojos al decir esto, y yo sostuve su mirada.

  • A mí siempre me has resultado muy atractiva, incluso he fantaseado contigo en muchas ocasiones.-Ya estaba lanzado, me sentía excitado, notaba complicidad.-

Rió de buena gana al oirme decir eso y bajó entonces la mirada.

-¿Por qué te hace tanta gracia eh? ¡Pero si eres una mujer estupenda!

  • No, si me río porque en fantasía nos lo hemos montado por partida doble, jajaja.

Entonces ya no podía parar, la falda se le había subido un poco y la visión de esos muslos morenos y delgados fue la gota que esperaba mi pene para ponerse como una piedra. Al no llevar slips, mi erección era bastante patente y tampoco traté de disimularla, así que me lancé:

  • A veces las fantasías se hacen realidad. – Y señalé a mi entrepierna sin reparos

  • Sí hombre, siempre he sido una monja y voy a acostarme ahora a la vejez con el marido de mi hermana….

Pero me miraba fijamente, sin esconderse. Yo notaba que en el fondo me deseaba. Me acerqué hacia ella, le acaricié el rostro y la besé suavemente en los labios. Ella no los retiró, así que la rodeé con mis brazos, abrí mi boca y poco a poco fui metiendo mi lengua hasta encontrar la suya. Estaba muy excitado, en el pantalón apareció una mancha húmeda. Como es muy menuda, la cogí casi en vilo y la recosté contra mí mientras jugaba con su lengua inexperta. Comencé a acariciar su cintura y su espalda delicadamente hasta que llegué a sus tetas diminutas, duras como las de una adolescente.

En una pausa para respirar, le quité la ropa con una destreza inusual, y quedó completamente desnuda en mis brazos. Era como una muñeca, dulce y manejable. La deseaba con todas mis fuerzas. ¡Al fin mis fantasías se hacían realidad!

Me desnudé con mayor habilidad si cabe y la senté sobre mí a horcajadas. Mi pene no había estado tan duro en toda mi vida. Le llevé su mano hacia él para que me acariciara, mientras yo le besaba y lamía sus pezoncillos, que se habían puesto preciosamente duros. Apreté su culo contra mí hasta que su clítoris comenzó a rozarse con mi miembro macizo, y noté como se excitaba y se movía buscándolo. Al fin la elevé y se lo metí lentamente, con dificultad, pero entrando suavemente hasta el final.

Se estremeció, se separó de mi boca, y mirando hacia el techo, gritó un dios mío qué placer que me excitó aún más. Yo estaba a punto de tener un orgasmo, pero me contuve como pude porque verla disfrutar era lo más excitante que podía haber imaginado. Al principio yo la movía, luego era ella quien se movía a un ritmo que me volvía loco.

Cuando al fin se estremeció con un suspiro celestial, se abrazó a mí con unas pequeñas convulsiones que hicieron que tuviera el orgasmo más intenso de toda mi vida. Volvió a buscar mi boca mientras yo derramaba mi torrente de semen en su interior. No quería que acabara nunca, sentía un placer infinito aun después de haberme vaciado entero en su cuerpo.

La abracé con fuerza. Estuvimos un buen rato así, fundidos en un abrazo, y mi erección no bajó en intensidad. Casi quería empezar de nuevo, pero entonces ella se levantó y se vistió en silencio. Ya vestida, se acercó a mí, volvió a besarme, y me dijo.

Ha sido algo maravilloso. Gracias a ti he sabido lo que es hacer el amor, y no me arrepiento de haberlo hecho. Pero esto no ha pasado ni pasará más. Adiós, eres un cielo.

Volvió a besarme y se marchó. Yo me quedé mirando la puerta, con el pene aun erecto, dudando si ahora me despertaría o había pasado realmente. Me dejé caer sobre el sofá, deseándola, suspirando porque la puerta volviera a abrirse y apareciera de nuevo.

Lo que pasó desde entonces os lo contaré otro día si es que os ha gustado que os cuente esta preciosa experiencia. Saludos a todos.