Al día siguiente
Por sugerencia de un lector, una sugerencia afortunada para mí, decido continuar la historia de la "Cena de empresa" con el despertar de la pareja al día siguiente...Recomiendo leer los 3 relatos anteriores para que todo tenga más sentido.
ELLA
Me desperté hacia las doce; había dormido con las medias y el body enrollado en la cintura. Fernando dormía a mi lado, desnudo bocarriba. Tardé en situarme y, poco a poco, fueron acudiendo a mi mente recuerdos de la noche anterior. No seguían ningún orden lógico, más bien se trataba de una sucesión de imágenes, de situaciones, de palabras pronunciadas y oídas. Volví a mirar a Fernando y me pregunté el motivo de mi aventura de la noche anterior. No había ningún porqué, simplemente había sucedido. Quise jugar y lo hice hasta el final.
¿Me sentía culpable? En absoluto. En ningún momento pensé en palabras como “infidelidad”, “traición”, “cuernos”, etcétera. Más bien -dado mi carácter reflexivo y racional – pensé en que por algún extraño motivo me apeteció sentirme muy puta, muy deseada, y una vez se concretó ese apetito, no quise ponerme palos en las ruedas y llegué hasta el final.
El polvo con Fernando mirándonos al espejo fue la guinda de un pastel que nunca había pensado saborear. Un pastel que había resultado delicioso. Estaba segura de que al día siguiente, Sergio y yo nos saludaríamos en el bufete como si nada hubiera ocurrido aunque, por supuesto, a nuestras mentes acudirían imágenes de la noche del sábado. Pensé en mi obsesión para que me dijera que era mejor que sus amantes casadas, y la satisfacción que sentí cuando me lo confirmó. Pensé en que mi vida sexual con Fernando era mucho más satisfactoria que la de otras parejas amigas, con cuyas mujeres a veces había hablado sobre ello. Pensé…
Estaba húmeda. Lo notaba y me satisfacía la sensación. Benditas alteraciones hormonales de la premenopausia.
¿Se lo contaría a Fernando o lo mantendría como un secreto solo mío, algo que solo pertenecía a mi vida privada, a ese pequeño cuarto que todas tenemos derecho a poseer para guardar allí lo más íntimo? En el caso de que se lo contara, ¿cómo reaccionaría? Es más, ¿cómo se lo iba a contar…? Nunca había habido secretos entre nosotros; ambos sabíamos que nos masturbábamos por separado, y respetábamos esa privacidad, ese disfrute de una consigo misma, o de él con sus fantasías. Estaba tan mojada que pensé en masturbarme o en despertar a Fernando con una mamada, algo que le encantaba y le mantenía de buen humor el resto del día. En cambio, me quité las medias y el body y, desnuda, me dirigí a la cocina y preparé una cafetera. Sentada a la mesa mientras salía el café, encendí un cigarrillo y me recreé otra vez en algunos momentos de la noche anterior con Sergio.
ÉL
Cuando me desperté, estaba solo en la cama, desnudo. Lo primero que sentí fue un intenso olor a sexo. Al sexo de mi mujer y del mío. Inmediatamente, se sucedieron por mi cabeza una serie de imágenes cuya nitidez me provocaron una erección instantánea. Una erección sincera, porque nada hay tan sincero como una erección. Miraba mi polla y la recordaba dentro de Irene, en su mano, en su boca; recordaba a Esther comiéndome el culo y los huevos hasta que me corrí y follando con su amigo con la vitalidad propia de su edad. Miraba mi polla, en fin, y mi polla palpitaba, más allá de mi ombligo. ¿Dónde estaba mi mujer? Visualicé nuestro polvo al llegar a la vez a casa, frente al espejo, como si el hecho de vernos así las caras, tan de cerca mientras la follaba con ganas, me asegurara que la seguía deseando; que su cuerpo, su mirada y su coño eran los que de verdad me volvían loco de placer.
¿La noche anterior? Una aventura sin más…, un polvo accidental…, una mujer perfecta que me había calentado y yo a ella hasta ponernos guarros al extremo. Una mujer con la que conseguí la suficiente intimidad como para confesarle que me había hecho más de una paja pensando en ella. Y, por si faltaba algo, la pareja que teníamos al lado; la libertad y falta de vínculos sentimentales cuando Esther me había comido el culo e Irene había colaborado en la corrida del otro tipo… Mi polla se movía, con vida propia, y mi memoria, con los ojos cerrados, recuperaba la intensidad y, sobre todo, la sorpresa y lo inesperado de la noche. El estado casi permanente de erección. Porque no había sido solo un polvo, había sido una escena digna de cualquier fantasía. Dos mujeres y un hombre más jóvenes que yo y yo mismo guarreando sin complejos en la misma sala. Pensé en hacerme una paja rápida, pero mejor no...
Escuché cómo salía el café de la cafetera y supe que mi mujer estaba en la cocina. ¿Le diría algo de lo ocurrido? ¿Le hablaría de un “desliz”, esa palabra tan absurda? ¿O me lo callaría para siempre y me haría alguna paja cuando me asaltaran las imágenes más calientes de la noche? Irene enseñándome el coño, Irene con su mano dentro de mi bolsillo… Irene diciéndome que cuando fuera a hacerme una paja pensando en ella se lo dijera.
Me levanté y, empalmado como estaba, me dirigí a la cocina. A mi mujer le gusta mucho verme desnudo y empalmado por la casa. Cuando entré en la cocina, olía a café. Me miró y sonrió. “Te has despertado contento”, dijo. “Ya lo ves”, respondí. Nos besamos y me acarició la polla. Sirvió los cafés, nos sentamos frente a frente, desnudos, mirándonos a los ojos.
¿Qué tal anoche? - preguntó.
Como todos los años – dije – borracheras, bailes, colas en el wc para meterse rayas… ¿Y tú?
Bueno, nosotros éramos menos. Cena, copa en un pub y luego a una discoteca los cuatro que no estábamos muy perjudicados. Los tonteos de siempre…
¿Te entraron muchos? - le pregunté. Era una pregunta habitual cuando salía con amigas.
Cuatro moscones y dos o tres pipiolos. Nada del otro mundo...
Como todos los años, pensé. Pero no había sido como todos los años. “Me gustó el polvo delante del espejo”, le dije. “Y a mí”, respondió rozándome la polla con su pantorrilla. “Con el calentón que salimos de casa...”
Terminamos el café y llevamos las tazas y los platos al lavavajillas. Cuando se agachó y vi su culo y su coño abiertos, le pasé la mano y me froté la polla en su muslo. Se dio la vuelta y me abrazó. Mi verga se aplastaba en su vientre y sus tetas en mi pecho. Nos dimos las lenguas, jugando con ellas, sin prisas. Mis manos le magreaban el culo, separando sus nalgas, alcanzando su coño, que ya estaba muy mojado. Se sentó en la encimera y separó las piernas. Me ofrecía su coño, casi abierto, a través de su vello. Bajé mi boca por su cuello, sus pechos, le lamí los pezones y le chupé el vientre. Me rodeó con las piernas y empecé a lamer la parte interna de sus muslos, las ingles, hasta que hundí mi lengua endurecida entre su vello. Me acariciaba el pelo. Movía muy despacio el culo, disfrutaba del momento. Así, poco a poco, calentándose más a medida que avanzaba en mi comida y sus movimientos se acentuaban.
ELLA
Me puso muy perra ver aparecer a Fernando en la cocina completamente empalmado. Había tenido un buen despertar. Tomamos el café y enseguida me estaba comiendo el coño sentada en la encimera. ¡Qué afortunados éramos de no limitar nuestra vida sexual a esos polvos en la cama, tan convencionales y previsibles! Me lo comía a conciencia, demorándose en mi placer, y yo me dejaba llevar por las sensaciones; Fernando conocía mi coño como la palma de su mano, y sabía cómo volverme loca para de repente detenerse y mirarme mover el culo y las caderas como una perra pidiéndole más. Que no parara… Pero paraba, se ponía de pie y se pajeaba unos segundos delante de mí para volver a comérmelo enseguida… Estaba en la gloria, acariciando su pelo, sintiendo cada movimiento de su lengua sobre mi clítoris o dentro de mí. Bajaba al ano y volvía al clítoris…
Estaba muy cachonda, con los muslos mojados de saliva y flujos. Mis ojos cerrados, sintiendo, sintiendo… Y, de repente, no consigo explicármelo, se me representó nítida, con un realismo inverosímil, la imagen de Sergio sentado en la taza del váter pajeándose mientras me duchaba provocándole con mis movimientos y mis palabras. No intenté explicarme el porqué de esa “aparición”, lo que puedo decir es que aceleró mi orgasmo y aumentó su intensidad y duración. Me corría como una verdadera perra, y eso animaba a Fernando en su trabajo… Fue un orgasmo bestial, dejándome llevar, perdiendo la noción del tiempo y del espacio…
Sería una hipócrita si dijera que alguna vez no había fantaseado con otro tipo mientras follaba con Fernando, pero no dejaba de ser una fantasía. Sin embargo, ahora me había corrido con la imagen de Sergio bien perfilada en mi mente, con la imagen de un tipo con quien hacía menos de doce horas había disfrutado como una loca, un tipo cuya verga me había perforado. Cuando recuperé el pulso y se me normalizó la respiración me bajé de la encimera y besé a Fernando por toda la cara, limpiando los restos de mi placer. Trataba de alejar de mi mente la imagen de Sergio, que se multiplicaba en diferentes escenas. Cuando se había vaciado en mi boca, por ejemplo. Me costaba trabajo, mucho.
Hice que Fernando se sentara en una silla, me coloqué entre sus piernas y me dispuse a devolverle el favor. Le pasé las tetas por la cara y el pecho mientras su boca buscaba mis pezones, las froté por su vientre y sus muslos, hasta que mi boca capturó su polla al vuelo, sin necesidad de usar las manos. Solo tenía dentro de la boca el capullo, y lo succionaba o le pasaba la lengua por el frenillo. Fernando me miraba hacer y yo le miraba a los ojos. Mis manos le magrearon los huevos y el perineo, apretándolo fuerte con un par de dedos. A ese movimiento de mis dedos su polla reaccionaba vigorosa, moviéndose, creciendo todavía más.
ÉL
Me gusta comerle el coño. Cada vez es como si fuera la primera. Y adoro sentir cómo se contraen sus muslos, se agita su culo y se viene en mi boca. Esa mañana su corrida fue espectacular. Pensé que iba a ahogarme, empujando mi cabeza, con sus piernas rodeándome. Ni qué decir tiene que en esos momentos yo estaba con la polla a reventar, y cuando me dijo que me sentara en la silla, supe que me esperaba una mamada gloriosa.
Igual que yo conozco cómo conseguir que se retuerza de placer como una perra, ella sabe hacer lo mismo conmigo. Mi capullo en su boca, sus dedos jugando con mis pelotas y mi perineo y el agujero de mi culo, sus ojos en los míos… Estaba muy cachondo, más aún viendo las ganas con que me hacía la mamada. “Qué dura la tienes ahora mismo, cariño”, me dijo. Era cierto, hay erecciones y erecciones, y la que sentía en ese instante era descomunal. “Podría clavar un clavo con ella”, gemí.
Mi placer era enorme; desde que me había empalmado solo en la cama hasta ahora, no había hecho más que aumentar. Y sabía que no iba a durar mucho. No tenía problemas a la hora de correrme con la polla en su boca; a ella le gustaba tragarse la leche y luego lamerme el capullo hasta dejarlo como una patena. Y enseñarme la corrida antes de tragársela. Tenía las piernas abiertas, en tensión, y mis pelotas a punto de explotar en otra corrida antológica. Cuando notó que estaba a punto, hizo lo de casi siempre, meterme la punta de un dedo en el agujero del culo. ¿Por qué en el preciso instante en que lo hizo brotó de mi mente la imagen de Esther haciéndome lo mismo y metiendo su lengua allí? Era absurdo, estaba en la gloria, no necesitaba fantasear con nadie; sin embargo, ese chispazo visual, acompañado por el recuerdo de las voces, de los cuerpos desnudos de la noche anterior añadieron una especie de morbo al momento de mi eyaculación. Noté que se atragantaba, pero mi polla no paraba de escupir leche gracias a las imágenes y a los jadeos que se sucedían en mi cabeza, vividas hacía apenas unas horas. No la miré como de costumbre, sino que cerré los ojos, tratando de evitar que esas visiones no desaparecieran. Cuando terminé, vi que mi mujer no había podido recibir toda la corrida, y que por su barbilla se deslizaban gotas espesas de leche. Aún así, abrió la boca, me enseñó el semen que tenía dentro y se lo tragó. Se puso de pie y nos dimos un morreo intensísimo, mientras mi lengua limpiaba de su rostro los restos de mi leche. Nos pusimos de pie, nos abrazamos y nos fuimos a la ducha.
ELLA
Mientras le enjabonaba le hablé de la barbaridad de leche que había soltado, y él me dijo algo parecido respecto a mi corrida. Nos enjabonábamos mutuamente recorriendo nuestros cuerpos suaves al contacto del gel.
La ducha de unas horas antes en casa de Sergio, sin embargo y aunque me la hubiera dado sola, no conseguía apartarla de mi cabeza. Miraba a Fernando con una fijeza casi obsesiva, como si quisiera demostrarme que era él, que era suyo el cuerpo que enjabonaba bajo el chorro del agua caliente. Que no estaba calentando a Sergio mientras se hacía una paja mirándome.
Después de la ducha nos tumbamos en los sofás desnudos, con la televisión encendida. Estaba cansada y tenía sueño. Estaba relajada. Cerré los ojos para tratar de dormir y de nuevo me asaltaron las sensaciones más calientes y guarras que había experimentado con Sergio. Abría los ojos y solo quedaban las cenizas de ellas. Los volvía a cerrar y otra vez su voz, su lengua, su verga… Estaba otra vez mojada… Así, hasta que me dormí.
ÉL
Nos duchamos juntos, muy acaramelados, sin dejar de acariciarnos. Me sentía más unido a ella que nunca; entonces, ¿por qué no conseguía alejar de mis pensamientos los fogonazos de la noche anterior? Unos fogonazos que, a medida que avanzaba la mañana se concretaban más en pequeños detalles. ¿Cómo podía sentirme más unido que nunca a mi mujer y a la vez tener el pensamiento en un espacio y un tiempo que nada tenían que ver con ella? ¿Pasar mis manos por su cuerpo enjabonado, sus muslos, sus tetas, su coño… y pensar en otros muslos, otras tetas y otros coños…?
Le pregunté si tenía hambre y me dijo que prefería dormir. Yo también lo prefería. Nos echamos cada uno en un sofá, desnudos, y pusimos la televisión. Cuando cerré los ojos vi perfectamente cómo entraba y salía la verga de ese tipo del coño de Esther mientras Irene y yo nos dedicábamos a lo nuestro, y cómo Irene le sacaba toda la leche pidiendo que la mirara a la vez que me miraba ella… Era solo sexo, pero se trataba de otra clase de sexo. Así, entre los recuerdos de los cuerpos, las voces y los gemidos, terminé por dormirme.