Al borde de la cama (2)
m/F, incesto, anal
-¿Sabes? Creo que esta noche tú y yo nos vamos a ir a cenar por ahí a un restaurante, ¿qué te parece?
-Me parece estupendo, mamá. Me encanta lo del embarazo, me hace mucha ilusión -le dije.
Mamá me besó los labios y me acarició la cara.
-Y luego nos vamos a ir a un buen hotel que conozco y vamos a pasar la noche en él, ¿vale? -me propuso.
-¡Vale! -contesté entusiasmado.
Como habíamos planeado, los dos salimos de casa alrededor de las nueve y fuimos a un buen restaurante italiano del centro. Mamá se había puesto ropa muy sexy, destacando su falda negra y sus sandalias de tacón alto, que dejaban que sus sexis pies se vieran. Estaba muy guapa y casi no podía creerme que aquella mujer fuera mi amante aparte de mi madre. ¿Quién hubiera pensado en aquel restaurante cuando entramos que su agujero era penetrado por aquel chico joven que iba a su lado y que parecía su hijo? Nadie lo hubiera pensado ni se la hubiera imaginado gimiendo de placer y recibiendo ingentes cantidades de semen en su coño.
-Bueno, ¿qué vas a querer? -me preguntó cuando nos sentamos en una mesa en un rincón donde no había nadie cerca sentado.
-Una pizza -dije.
-Vaya, como si no lo hubiera adivinado -dijo riéndose.
-En realidad me gustaría otra cosa, pero aquí no puedo comer eso.
-¡Vaya! Con que tienes ganas de chuparle las tetitas a mamá, ¿eh? -dijo en voz baja.
-No me refería a eso, quiero chuparte el...
-¡Shhhh! ¡Calla, loco! -me dijo entre carcajadas-. No querrás que nos oigan, ¿no?
-Huy, perdona -dije sonriendo.
-Luego hablaremos de eso -añadió mamá sonriendo también.
Después de unos veinte minutos, mamá y yo estábamos comiendo. Yo, como pensaba, me tomé una pizza estupenda y mamá una lasaña, que era uno de sus platos favoritos. No hablamos demasiado durante la comida, pero sí nos mirábamos de una forma un tanto especial, como diciéndonos "Ya verás luego..." Era a la vez cómico y erótico e hizo de la cena un momento agradable, que nos hizo comer con muchas ganas, quizá debido al hecho de que nos teníamos mucha hambre.
Cuando terminamos de comer, mamá y yo nos dimos prisa en llegar al coche. Nada más que estuvimos montados en él, mamá me dio un beso en la boca. Fue breve, pero intenso. Luego acarició el bulto que estaba haciendo mi rabo en los pantalones y se rio al ver cómo me cambiaba la expresión. Luego, sin titubear, me bajó la cremallera y rebuscó dentro hasta agarrar mi polla, que estaba totalmente dura. La sacó y empezó a meneármela despacio mientras me miraba fijamente sonriendo.
-No he podido resistirme... -me susurró.
Poco después, bajó la cabeza y lamió un poco mi glande con la lengua fuera de la boca.
-Me encanta como sabe tu colita, cielo... -dijo.
No tardó mucho en meterse toda mi polla en la boca y empezar a mamármela. Yo estaba tan caliente que creía que iba a reventar, pero no sé por qué podía controlarme muy bien, así que no corría peligro de eyacular. Los labios de mamá subían y bajaban hambrientos por toda la longitud de mi miembro, proporcionándome toda suerte de sensaciones. Sin embargo, todo aquello paró de pronto cuando mamá levantó la cabeza y se sentó en su asiento con normalidad, arreglándose un poco el pelo.
-Tengo las braguitas mojadas de las ganas que tengo, pero será mejor que vayamos ya al hotel o acabaremos haciéndolo aquí en el coche -dijo.
-Necesito metértela, mamá... -dije impaciente.
-Ya lo sé, mi cielo, pero espera un poco, que ahora después mamá te va a dejar que se la metas todo lo que quieras y te la voy a chupar también todo el rato que quieras.
Dicho aquello, mamá sacó el coche del aparcamiento y condujo con bastante rapidez hasta el mejor hotel de la ciudad, uno extremadamente lujoso. Yo iba bastante bien vestido, al igual que mamá, así que no desentonamos en el hotel. Al entrar, mamá pidió una habitación con cama de matrimonio, que le fue dada al momento. La recepcionista puso una cara un poco rara al ver que era yo quien iba con ella, pero seguramente supuso que era un niño enmadrado de esos que duermen con su madre hasta edades avanzadas. Lo cierto es que yo era un niño enmadrado, pero dormir no era precisamente lo que hacía con mi madre.
Cuando llegamos a la quinta planta del hotel, donde estaba la habitación que nos habían dado, mamá le preguntó a una camarera que pasaba por allí si en la habitación había comida, bombones y cosas de esas. La camarera le dijo que sí, que había absolutamente de todo, y los dos nos dirigimos a la habitación sin demorarnos. Cuando abrimos la puerta nos encontramos en un lugar increíblemente lujoso y espacioso. Todo parecía perfecto y de ensueño. La cama era enorme y estaba vestida con edredones rosa. Los cojines que había encima eran corazones rojos y todo en general parecía hecho para recién casados. Había, además, una estantería llena de licores, otra llena de bombones de todas las clases, un televisor digital de pantalla plana, vídeo, películas de estreno en DVD y más cosas que ya no recuerdo. También había un enorme cuarto de baño con una enorme bañera redonda que en realidad era un jacuzzi. Curiosamente, al lado de la cama, había varias cajas de condones de todo tipo (normales, estriados, retardantes, extraestimulantes...).
Sin que se lo esperara, agarré a mamá por los brazos y la tiré sobre la cama. Uno de sus zapatos salió disparado y cayó al otro lado de la cama, mientras que su falda se le subió hasta la mitad de los muslos. Sin poder aguantarme ni un segundo más, sobre todo viendo sus apetitosas piernas con las medias negras que llevaba puestas, metí las manos por debajo de su falda y le bajé las bragas hasta las rodillas. Ella, moviendo las piernas, se las bajó del todo y yo, algo menos rápido, metí la cabeza entre sus muslos sedosos y por primera vez me llegó su aroma de mujer más íntimo directamente. El olor almizcleño era intenso debido a su excitación y, sin duda, me impulsó a hacer lo que hice después, que no fue otra cosa que empezar a lamerle el chocho. Fui despacio al pricipio, poniendo tímidamente la lengua en su raja húmeda, pero luego me envalentoné y comencé a lamérsela de arriba abajo con fruición. El simple hecho de escuchar cómo gemía de placer hubiera sido suficiente razón para comerle el coño, pero el sabor me entusiasmaba, me embriagaba. Estaba tan tremendamente caliente que creía que me iba a correr en los pantalones, pero aquello no sucedió y le seguí comiendo el coño a mamá hasta que ella lo hizo. Apretó con fuerza mi cabeza con sus muslos y gritó de placer mientras mi lengua seguía lamiendo sus jugos.
-¡Métemela, cielo! ¡Métesela a mamá, por favor! -me suplicó.
Dispuesto a obedecer al instante, me bajé los pantalones hasta los tobillos y, sin sacármelos del todo, me puse entre las piernas de mamá. Al momento estaba dentro de su aceitosa vagina, sintiendo de nuevo su calor y su humedad y perdido en la voluptuosidad irracional de una cópula incestuosa. Tenía unas ganas imperiosas de correrme, pero aguanté y aguanté hasta que mamá volvió a correrse, apretando mis nalgas con sus manos para que no me escapara y cerrando también las piernas sobre mi cuerpo. Continué, por supuesto, arremetiendo contra ella con mi sólida erección hasta que, sin poderlo remediar, una especie de descarga eléctrica se apoderó de mí y mi semen empezó a brotar a chorros en el agujero de mamá. Uno tras otro, cada espasmo llenó aún más su vagina hasta que empezó a rezumar un poco de esperma. Yo dejé mi polla allí dentro hasta que se me puso demasiado fláccida para mantenerla y se salió sola. Me senté entonces entre las piernas de mamá, que me miraba mordiéndose el labio inferior de su boca. Yo miraba fijamente su peluda entrepierna, de la que chorreaba un poco de mi esperma. Me pareció tremendamente erótico ver cómo salía mi semen del coño recién follado de mi propia madre.
-Creo que será mejor que nos desnudemos del todo, ¿no? -dijo mamá sentándome sobre la cama-. Si no, vamos a acabar manchando la ropa de tu leche.
Yo sonreí y me quité la camisa y los pantalones del todo. Mamá se quitó el zapato que le quedaba y luego se bajó las medias despacio. Sus pequeños y sexis pies tenían las uñas pintadas de color morado aquella noche. El simple hecho de verlos hizo que se me empezara a empinar de nuevo. Mamá, que sonreía viendo aquello, se quitó la blusa y el sujetador y se quedó allí desnuda mirando mi erección. Sobre la cama sólo estaban sus bragas negras húmedas y una de sus sandalias de tacón. Se acercó a mí e hizo que me sentara al borde de la cama. Luego se puso de rodillas delante de mí y empezó a chupármela con mucho esmero, primero centrándose en el glande y luego poco a poco bajando más y más. Aquello lo valoraba yo mucho, ya que pensaba que había que querer mucho a una persona para ponerse de rodillas ante ella y hacerle una mamada tan lenta y concienzuda. Tanto se esmeró en hacérmela que estuvo una media hora chupándomela. Yo no me corrí, de lo cual ella pareció sorprenderse y alegrarse, porque seguía totalmente empinada.
Sin que me dijera nada, le levanté la cabeza como diciéndole que ya había hecho suficiente por mí e hice que se pusiera de pie. Todo el esplendor de sus tetas y de su vulva negra estaba ante mis ojos. Me levanté también y, rodeándole el cuello, la besé mientras nuestros cuerpos se apretaban. Mi polla rozaba su vello púbico y nuestras lenguas se enroscaban en su boca, calientes y húmedas, sin responder a la llamada de la razón. No tardamos mucho en caer sobre la cama y yo tardé aún menos en decirle a mamá que se pusiera a cuatro patas y en penetrarla desde detrás. Mamá puso el culo bien en pompa para facilitar la penetración y yo me hundí con total facilidad en su coño lleno de pelos. Estaba tan bien lubricado y caliente como siempre y daba el mismo placer de siempre. Quizá fue por aquello, porque todo era como siempre, que mamá me hizo parar un momento.
-Cariño, ¿quieres metérsela a mamá por el culo?
-¿Qué? -le pregunté confuso.
-Digo que si quieres puedes metérmela en el culo. Me gusta que me hagan eso y a ti seguro que te gustará también.
-Entonces, vale -dije.
-Espera, tengo que ponerte un condón y necesitamos algo para lubricarme el culo para que puedas meterla fácilmente.
Mamá se levantó y fue al cuarto de baño un momento. Cuando volvió, traía un bote un poco raro.
-Esto es aceite de almendras. Te voy a untar la colita con esto para que me la metas la primera vez sin condón y se quede bien lubricado mi culito.
Me untó aquel aceite en la polla y luego se puso otra vez en pompa. Empinada como la tenía a más no poder, puse mi glande en la entrada de su culo y empujé con fuerza. No pasó nada, no había forma de meterla. Mamá abrió un poco sus nalgas y se colocó de forma que tuviera mejor acceso a su recto. Yo empujé de nuevo y esta vez sí entró la cabeza de mi polla. Seguí insistiendo y mamá recolocándose hasta que su esfínter cedió y mi rabo entró casi entero en su culo. Mamá dio un grito de dolor y placer mezclados.
-Sácamela ahora, cielo, que te voy a poner un condón -me dijo mamá.
Cogió una caja de condones de la mesilla de noche y sacó uno. Los demás cayeron al suelo. Mamá rasgó el envoltorio y, muy delicadamente, desenrolló la goma a lo largo de mi rabo duro. Cuando estuvo puesto, me dio un breve beso en los labios y me dijo:
-Venga, cariño, métela.
Se puso de nuevo a cuatro patas y con el culo bien hacia arriba y yo puse mi polla cubierta de látex entre sus nalgas y empujé con fuerza. Me costó algo de trabajo, pero acabó entrando y empecé a meterla y sacarla despacio. Mamá gemía en voz baja, quizá por dolor o quizá por placer, o quizá por ambas cosas. La cuestión es que yo no me detuve y fui cada vez más deprisa, hundiéndola hasta el fondo en su culo y luego metiéndola otra vez sin darle tregua. A mamá empezó a gustarle realmente y vi que se frotaba el coño con una mano mientras yo la penetraba. Jadeaba y jadeaba y no dejaba de masturbarse sintiendo mi virilidad en aquel lugar prohibido. Seguramente fue el hecho de que fuera algo tabú lo que hizo que se corriera salvajemente y chillara de placer. Me preocupó un poco, porque alguién podría oírla, pero seguí follándole el culo y haciéndola gemir hasta que se corrió nuevamente. Tal era el desenfreno entre los dos, que yo ya casi no tenía que embestirla, ya que ella misma empujaba con su culo hacia atrás, como si se estuviera clavando en algo inanimado para procurarse placer y no supiera que yo también estaba empujando. Lo cierto es que aquello le funcionaba, porque se corrió cinco veces antes de pedirme que parara, porque no podía más.
-Espera un poco, cielo, que me va a dar algo de tanto gusto -me dijo sudando y tumbándose sobre la cama.
Estaba agotada y no me extrañaba, pero tardó poco en recuperar fuerzas.
-Ahora por el chocho, cariño -me dijo sonriendo y abriéndose de piernas.
Yo no me hice de rogar y empecé a follárselo de inmediato, ya sin condón. Sentir de nuevo la suavidad y el calor de su vagina acercó peligrosamente mi orgasmo y sólo logré darle un orgasmo más a mamá antes de llenarla de nuevo de esperma caliente. Noté, por su expresión, que a ella le encantaba que le echara mi semilla en su agujero. Era como si se enorgulleciera de mi capacidad de fecundar a una mujer después de haberla satisfecho.
-Me has dejado en la gloria, cielito. No sabes lo bien que me haces sentir... -me dijo cuando me tumbé a su lado.
-Tú a mí también, mamá.
Los dos nos besamos durante un largo rato mientras nos acariciábamos mutuamente. La suavidad de su piel tuvo una consecuencia inevitable, y es que se me volvió a empinar la polla. Mamá estaba tan sorprendida que casi gritó del susto.
-Vaya, otra vez quieres, ¿eh? Pues venga, métela y fóllale el coñito a mamá bien -me dijo, dejándome sorprendido con aquel vocabulario que había empleado.
Yo sonreí y se la volví a meter. Aquella iba a ser una noche muy larga...