Al ayudar a la novia de mi hijo, la hice mi mujer

La novia de mi hijo aparece en mi casa, sola y embarazada. Al saber que mi hijo la había abandonado y que no tenía donde quedarse, decido dejarle que viva conmigo. La atracción que ambos sentimos nos lleva a olvidarnos que soy su suegro y ella mi nuera.

El Abismo entre mi hijo y yo

La mía no es una historia al uso. Para explicar lo ocurrido, me tengo que retrotraer a cuatro años atrás, cuando el idiota de mi hijo y su pareja de entonces, creyendo que podían cambiar el mundo, se enrolaron en un partido de ultra izquierda. Este no era más que un grupúsculo de anti-sistemas que soñaban todavía en la revolución y la acción directa como método de tumbar las bases del capitalismo. Sus ideales eran legítimos, no así la actuación de ambos y que os voy a narrar.

Recuerdo, como si fuera ayer, la conversación con el puto crío:

-Papá, vengo a decirte que me voy de casa. Marta y yo hemos decidido irnos de ocupas. Es hora de aportar nuestro granito de arena en la lucha de las clases-.

Ese día, llegaba cabreado por lo que me había ocurrido en mi trabajo y por eso al oír semejante insensatez, le escupí mi verdadera opinión de su ideología, su modo de vivir y de su futuro:

-Vete con esa panda de porreros pero no vuelvas. Estoy hasta las narices de sacarte de tus líos y de toda esa mierda que proclamas. ¿Quién cojones te crees?. No eres más que un niñato mordiendo la mano que te ha dado de comer. Hablas mucho de la clase obrera, pero lo más cerca que has visto el andamio, es cuando te has fumado un canuto bajo uno para no mojarte. No te engañes eres un pijo disfrazado de anarquista-.

Fernando intentó defenderse gritando que si su padre era un maldito facha, él no tenía que seguir sus pasos. Aunque no lo soy, no di mi brazo a torcer y creyendo que en uno o dos meses iba a volver con el rabo entre las piernas, le solté:

-Ahora tienes veinte años y una vida por delante pero, antes de que te des cuenta, tu tren habrá pasado y no serás más que un resentido y un fracasado. Quizás la culpa haya sido mía y te haya educado mal al darte todos tus caprichos. Siempre intenté que no notaras la ausencia de tu madre y por eso te consentí-.

-¡No metas a mamá en esto!-, contestó alzando la voz, -que muriera fue tu culpa o crees que no sé qué fuiste, tú, el responsable de su accidente-.

Incapaz de contenerme al oír en sus labios la verdad que me llevaba reconcomiendo diez años, le solté un tortazo que le hizo caer al suelo. Al levantarse, ni siquiera me miró, recogió su maleta y dando un portazo, desapareció de mi vida.

No supe nada de él ni de Marta hasta un año y medio después cuando recibí una llamada de protección de menores. Por lo visto, mi hijo y su novia habían sido detenidos en el desalojo de un edificio y como el pariente más cercano, me llamaban por si quería hacerme cargo de mi nieta.

Como comprenderéis no es forma de enterarse que uno es abuelo y por eso tardé unos momentos en asimilar que con cuarenta y seis años, viudo y sin pareja, me tenía que ocupar de un bebé de tres meses. Horrorizado por el futuro de la cría, contesté a la asistente social que por supuesto que iba a acogerla pero que necesitaba saber dónde tenía que ir y que tenía que papeles tenía que firmar. La funcionaria suspiró aliviada al quitarse un problema de encima y rápidamente, me dio los datos de lo que tenía que hacer.

Dos horas después, acompañado de mi abogado, acudí al centro tutelar a por la niña. Después de una hora firmando papeles y autorizaciones, me dieron a mi nieta y la pude coger entre mis brazos.

-¿Cómo se llama?-, pregunté al verla tan indefensa.

-María-, me contestaron.

Al oír que mi hijo le había puesto el nombre de su madre, no pude contener las lágrimas y destrozado, salí de allí con el alma encogida.

Al día siguiente fui a visitar a mi hijo a la cárcel. Si nuestra última conversación nos había separado, esa visita demolió cualquier puente entre nosotros. No me entrevisté con el chaval que había criado sino con un fanático que exudaba odio por sus poros y que achacaba su condena al maldito sistema opresor. Tratando de mantener la cordura, le ofrecí costearle un abogado pero él se negó porque, según él, aceptarlo era colaborar con el gobierno homicida. Tanta locura me estaba sacando de quicio y por eso le espeté:

-¡Eres un gilipollas!, no te das cuenta que tu hija necesita un padre-.

-Como María, hay millones de niños indefensos. ¡Es solo una más!. No tendrá futuro si no triunfa la revolución. No tengo tiempo para ella-.

Mordiéndome un huevo, le dije que, si él no quería hacerse cargo, lo haría yo pero, para ello, le exigía que tanto él como su novia me cedieran la patria potestad. Obsesionado por su misión, me contestó que de acuerdo porque así se quitaba un lastre. Desolado por la actitud de mi hijo, no pude continuar hablando y sin despedirme, me fui dejando que mi asesor legal se ocupara de los trámites.  Si ya de por sí eso fue duro, más lo fue ir a ver a la madre de la criatura. Todavía antes de entrar creí que, con ella, gracias al instinto maternal, iba a ser diferente. Esa segunda visita fue un calco de la anterior. Marta llegó incluso a achacar al Estado la culpa de su embarazo y cegada por su ideología, tampoco puso impedimento en cederme la custodia.

Y de esa forma, dos días después de saber que era abuelo, me vi como el tutor legal de mi nieta. Al principio, tengo que reconocer que fue muy duro. Tuve que contratar una niñera y acomodar mi ritmo de vida al bebé pero todavía doy gracias a Dios por haber aceptado. Esa cría se ha convertido en mi razón de vivir. Desde entonces me he levantado con un propósito, que no es otro que hacerla feliz y no cometer con ella, los mismos errores que con su padre.  He disfrutado de sus primeras palabras, de sus primeros pasos  y la estoy educando como si fuera mi hija.

Sus padres fueron condenados a cinco años por agresión a la autoridad pero al cabo de los seis meses, obtuvieron la libertad condicional y al verse fuera de la cárcel, no se acordaron que tenían una hija y ni siquiera hicieron ningún intento por verla. Nada importaba para ellos más que su puñetera revolución.

Sé que es triste pero es la verdad. Mi nieta no ha conocido a su padre y no tuvo más  figura femenina que su cuidadora hasta que, hace seis meses, un viernes por la tarde al volver del parque conmigo, nos topamos con Marta en la entrada de mi chalet. Tardé en reconocerla, no era solo que estuviera hecha una piltrafa, sucia, mal vestida y con el pelo lleno de rastras, sino que no me esperaba encontrármela  en un avanzado estado de gestación.

-¿Qué coño haces aquí?-, le espeté al bajarme del coche.

Ella, hecha un mar de llanto, no pudo contestarme y pegando su cara al cristal de mi coche, se puso a mirar a su hija.

-¿Es María?-, me preguntó entre lágrimas.

-Sí-, le dije bastante cabreado.

-Solo quiero verla. No te voy a pedir nada-.

No comprendo por qué cedi pero me dio pena y metiendo el coche en el garaje, le dije que pasara. No me parecia bien que el primer contacto que tuviera con su hija fuera en mitad de la calle y a través de un cristal. Cogí en brazos a la niña y entré en la casa con la firme convicción de no permitir a esa mujer  ni siquiera un régimen de visitas, ¡María era mía! y de nadie más. Marta fue incapaz de mirarme a la cara y en silencio, me siguió.

Ya en el salón, le ordené que se sentara y poniendo a la niña en el suelo, le pedí que saludara a esa señora.  La cría, acostumbrada a hacerlo, puso una sonrisa y caminando torpemente se acercó a su madre y le dio un beso. Desde mi posición, vi como la emoción embargaba a la novia de mi hijo. Abrumada, la abrazó y con gruesos goterones cayendo por sus mejillas, se echó a llorar sin parar de besarla. Tengo que reconocer que esa tierna escena también me afectó y por eso dejé que durante cinco minutos madre e hija tuviesen su primer contacto sin entrometerme.

Al rato, Marta me miró y cogiendo su bolso, me dio las gracias y se dirigió a la salida. Fue entonces cuando le pregunté por mi hijo:

-Me ha dejado-, respondió con pena,-se ha ido con otra compañera a un campo de refugiados saharauis sin importarle que estuviera de seis meses-.

Oír que el insensato de mi chaval no hubiese madurado y que encima desechara a su novia embarazada como si de un kleenex se tratara, hizo que hirviera mi sangre.

“Que mal lo he hecho”, pensé con amargura, “he fallado como padre”.

La constancia de que mi hijo era un impresentable y un verdadero hijo de puta, me llevó a preguntarla que si seguía con ese grupo y si no, donde vivía:

-He decido salirme, ya una vez he perdido una hija y no pienso perder a la segunda-, me respondió volviendo a llorar. -Quiero buscarme un trabajo y algún sitio donde vivir para tener a mi bebé-.

-Y ¿tus padres?-, pregunté horrorizado al comprobar que esa muchacha no tenía donde caerse muerta.

-Les llamé pero no quieren saber nada de mí-.

“No me extraña, mascullé entre dientes, “está cosechando lo sembrado. Una madre que no se ocupa de su hija no puede esperar más que el mismo trato”.

En ese momento, María con su lengua de trapo, interrumpió mis pensamientos diciendo:

-Abuelito, ¿por qué llora la señora?, ¿le duele la pancita?-.

El cariño con el que mi niña me preguntó,  me obligó a mirar a Marta con otros ojos y percatándome que en un futuro, me podría echar en cara no haber ayudado a su madre, decidí ayudarla aunque solo fuera provisionalmente. Sin saber si iba a aceptar mi ayuda, le pregunté si quería acompañarnos a cenar. No debía esperárselo porque tardó en reaccionar y cuando lo hizo, se volvió a emocionar. Dando por sentado que su nuevo llanto era un sí, la cogí del brazo y la llevé a la cocina. Una vez allí, la obligué a sentarse en la mesa del antecomedor al lado de la sillita de su hija.

-¿Qué quieres de cenar?, tenemos pollo asado-, pregunté.

-Lo que usted quiera está bien-, respondió secándose las lágrimas con la manga de su camisa.

Ese sencillo gesto hizo que me percatara que, con seguridad, esa mujer no se había duchado en semanas y que la suciedad de su ropa debía de ser al menos comparable con la de su cuerpo. Por eso, le pregunté si no quería ducharse, sin saber las consecuencias que ese ofrecimiento tendría en mi futuro.

-Me encantaría pero no tengo ropa que ponerme-.

-Eso no es problema-, le respondí,- te puedo dejar un chándal-.

En sus ojos descubrí que deseaba hacerlo pero que le daba corte. Supe que tenía que forzarla y por eso, poniendo el gesto serio, le ordené:

-Sígueme-.

Pudo ser mi tono autoritario o quizás la recompensa de al fin poder comer algo decente y una ducha, pero la verdad es que Marta me siguió sumisamente por la casa y después de sacar de un armario la ropa, la llevé al cuarto de invitados y señalándole la ducha, le dije que ni se le ocurriera bajar a cenar sin haberse quitado toda la mierda de encima.  Sin decir nada más, abrí la ducha y la dejé sola.

Aprovechando que estaba en el baño, calenté dos raciones de pollo y me puse a dar la cena a la niña mientras no dejaba de reconcomerme la actitud de mi hijo, tanto con mi nieta como con su pareja. No me cabía en la cabeza que fuese tan insensible y desnaturalizado para dejarlas en la estacada. Echándome la culpa, concluí que tenía que hacer algo para paliar su falta de principios y por eso cuando escuché que la muchacha había terminado de ducharse y que bajaba por la escalera ya tenía decidido ofrecerle mi ayuda.

Marta me pidió permiso antes de entrar en la cocina. Su actitud tan resignada me sorprendió y con una sonrisa, le respondí que se sentara a cenar. En cuanto se acomodó en su silla, me rogó que la dejara terminar de dar de comer a María. No supe ni pude decirle que no y dándole el plato de puré y la cuchara, me levanté a observarlas. El ver a mi nieta cenando sin protestar de la mano de su madre hizo que se me encogiera el estómago, al percatarme que la bebe necesitaba una madre y no una cuidadora. La pobre todavía tenía dos años pero iba a seguir creciendo por lo que era importante una figura femenina. Al pensar en ello, me fijé en el embarazo de la muchacha y por primera vez, comprendí que el fruto de su vientre también iba a ser mi nieta. Siempre he sido un hombre duro pero en ese instante me dieron pena las tres, María, Marta y la niña no nacida.

Mientras pensaba en como plantearle que quería ayudarla, mi nieta terminó de cenar y siguiendo su costumbre, me pidió que le pusiera una película de dibujos.   Bajándola de su sillita, la llevé a la televisión y mecánicamente encendí el video con una película de Walt Disney. Al volver a la cocina, Marta no se había movido y seguía sentada en su lugar. Comprendiendo que lo primero era que saciara su estómago, le serví el pollo y sentándome en frente de ella, empezamos a cenar.

Tal como me había imaginado, la ex novia de mi hijo estaba hambrienta y sin hablar devoró en un santiamén lo que le había servido. Al comprender que seguía con hambre, me levanté y volví a volví con otro plato. Ella me lo agradeció en silencio. En esta ocasión, se lo comió con tranquilidad, lo que me dio el tiempo necesario de observarla. Marta seguía siendo una muchacha muy guapa y su embarazo en vez de afearla le confería una belleza innegable. Ataviada con un chándal excesivamente grande, mantenía una femineidad que haría suspirar a cualquier hombre que la viera. Su pelo rubio dotaba a sus facciones de una dulzura demasiado empalagosa pero sus enormes pechos, hinchados por su estado, hacían que el conjunto fuera enormemente atractivo.  Al darme cuenta que estaba mirando como mujer a la madre de mi nieta, tuve que hacer un esfuerzo para retirar mis ojos de su figura. No quería que se diese cuenta que su suegro la estaba observando con deseo.

Cuando hubo terminado, retiré los platos y en el café, decidí que era el momento de plantear su futuro.

-Marta-, dije para captar su atención,-¿tienes un sitio donde dormir?-.

Avergonzada, me contestó que llevaba durmiendo dos semanas en un albergue de indigentes. Me quedé alucinado de su precaria situación y aprovechándome en parte de ello, le solté:

-Mi nieta necesita a su madre. Te propongo que te quedes a vivir en mi casa pero para ello deberás cumplir una serie de condiciones-.

Al oírme no pudo contener su alegría y cogiendo mi mano empezó a besarla mientras me decía que le daba igual lo que tuviera que hacer, que ella quería estar con su hija. Sonreí al ver su disposición y antes que pudiese pensárselo dos veces, le dije:

-Si quieres quedarte tendrás que cumplir a rajatabla todas y cada una de mis órdenes… -.

-Lo haré-, respondió interrumpiéndome.

-Si es así, lo primero que quiero es que mi nieta tenga una madre como dios manda. Te cortaras esas greñas. No quiero que vayas con rastas a llevarla a la escuela… -.

-No hay problema-.

-Déjame terminar-, le solté bastante molesto por su nueva interrupción, -deberás ir vestida como mujer y no como perroflauta. Te quedan prohibidas las camisetas de protesta, las botas militares y los piercings. Si te veo con cualquier cosa que me recuerde a la vida que llevabas, te echaré de casa sin pensármelo dos veces-.

-No tengo otra ropa-, me contestó casi llorando.

-Por eso no te preocupes, te la compraré y por último, dos cosas: Como tú y yo pensamos diferente, no hablaras de política nunca y menos aleccionarás a mi nieta con tus ideas-. Y alzando la voz, continué diciendo: -En esta casa no quiero ver a ninguno de tus amigos y aunque no te lo puedo prohibir, sería deseable que no los frecuentaras. No te han traído más que desgracias-.

Echándose a llorar, agradecida, me prometió que no iba a darme motivo de queja y que comprendía los motivos que me llevaban a ordenarla que dejara atrás todo eso:

-Don Fernando, le juro que cumpliré todas sus órdenes y que intentaré no ser una carga. Mientras consigo un trabajo, permítame ocuparme de la casa y así al menos, usted podrá descansar-, contestó levantándose a recoger la cena.

Satisfecho, la dejé limpiando la cocina y con la conciencia tranquila, fui a ver a mi nieta. La cría, nada más verme, se acurrucó entre mis brazos y poniendo su carita en mi pecho, me dijo:

-Abuelo, esa señora está muy triste pero me gusta-.

Mi convivencia con Marta.

A la mañana siguiente, me despertó el olor a café recién hecho. No tuve que pensar mucho para comprender que la ex de mi hijo se había levantado antes, por lo que, decidí meterme a duchar antes de bajar a verla. Mientras me duchaba, concluí que aprovechando que era sábado podía llevar a mi nieta y a su madre de paseo. Era urgente que la cría supiera que esa mujer era su madre.

Con ello decidido, bajé a desayunar pero al entrar en la cocina, me quedé pasmado al comprobar que Marta se había cortado el pelo y que al no tener otra cosa que ponerse, había cogido el uniforme de la cuidadora de la niña. En silencio, la observé desde la puerta, parecía contenta. Con una fregona estaba limpiando el suelo al son de la música. Luchando contra el deseo, acepté a regañadientes que era preciosa. Verla, embutida en un traje excesivamente pequeño para su estado, era una visión tentadora. La tela no podía ocultar el tamaño de sus pechos e, incluso, al no poder abotonárselo hasta arriba, dejaba el escote gran parte de sus senos al aire. Por otra parte, el avanzado estado de gestación hacía que rellenara de tal modo el uniforme que se le marcaba completamente el trasero.

Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, saludé y ella devolviéndome el saludo con una sonrisa, sirvió un café y trayéndomelo, me dio un beso en la mejilla. Respirar su aroma a jabón y a limpio junto con un cariño con el que no estaba habituado, terminó de excitarme y avergonzado, oculté bajo una servilleta el bulto de mi entrepierna.   En ese momento me pareció inconcebible y amoral el desear a la madre de mi nieta pero fui incapaz de dejar de observarla completamente embobado.

-¿Qué desayuna?-, preguntó sacándome de mi ensoñación. -¿le frío unos huevos?-.

Sé que no llevaba doble intención pero, en ese momento, su pregunta me pareció que llevaba un significado implícito, que no era otro que se había dado cuenta mis propios huevos estaban en un estado de efervescencia como no recordaba en muchos años.

-No, gracias-, le respondí, -con el café me basta—

La muchacha, coquetamente, me soltó:

-Se habrá dado cuenta que no llevo rastas. ¿Estoy guapa?-.

-Muy guapa-, reconocí mascullando mi respuesta.

-Le parecerá raro, pero anoche cuando me corté el pelo, me sentí liberada. Llevaba demasiado tiempo esclavizada a una imagen y al ver caer mi melena fue como si rompiera con mi vida anterior-.

-Me alegro que te lo tomes así. Era una pena que una mujer tan guapa como tú, fuera hecha una piltrafa-.

-No exagere-, me contestó soltando una carcajada. -No creo que vestida así y con esta panza haya mejorado-.

-Te equivocas. Estás guapísima y al menos para mí, una mujer embarazada no pierde nada de su atractivo-, dije sin darme cuenta del efecto que tendrían  mis palabras.

-Pues su hijo, opina diferente. Según él, parezco una vaca preñada-.

-¡Mi hijo es un imbécil!-, exclamé indignado. -No hay cosa más bella que  ver cómo crece un niño en el vientre de su madre-.

-Gracias-, escuché que me contestaba mientras salía corriendo de la habitación.

Sentado en la silla, fui testigo de sus lloros y combatiendo con las ganas de ir a consolarla, me terminé el café. La única razón por la que no salí corriendo detrás de ella fue que no sabía si iba a poder aguantar las ganas de acariciarla. Tratando de tranquilizarme, recogí los platos y metiéndolos en el lavavajillas, traté de buscar la razón por la que esa muchacha me atraía tanto.

“Debo de estar llegando a la crisis de los cincuenta”, pensé sabiendo que me faltaban dos años, pero no encontré otro motivo por el cual, una cría de veinticuatro años y que encima era la ex novia de mi hijo, me pusiera tan bruto. “Es ridículo, le doblo la edad. Para ella, además de un viejo, soy su suegro”.

Mirando el reloj, me di cuenta que era hora de despertar a mi nieta y subiendo por las escaleras, entré en su cuarto para descubrir a Marta sentada en su cama.

-No la despierte, por favor. Déjeme disfrutar de ella, dormida. No sabe la cantidad de veces que he soñado con este momento-.

Enternecido por sus palabras, le pedí que luego le diese de desayunar y  me retiré dejándolas solas. Como esa muchacha necesitaba ese instante de privacidad, decidí salir a correr. Durante dos horas, recorrí los alrededores de la urbanización donde vivía, de manera que el ejercicio me sirvió para olvidarme de la calentura que me dominaba. Al volver a casa, las oí jugando en el salón. Las risas de mi nieta me convencieron que, aunque esa muchacha me atraía y que no iba a ser fácil tenerla tan cerca, había hecho lo correcto.

Aprovechando que estaban ocupadas, fui a mi cuarto a ducharme. Bajo el agua caliente, volví a repensar la situación y decidí que debía de sacarme de la cabeza a Marta pero, por mucho que lo intentaba, la imagen de sus pechos volvía una y otra vez a mi mente. Cabreado y con mi pene medio erecto, salí de la ducha. Estaba secándome cuando mi nieta entró en el cuarto, diciendo:

-Abuelo, abuelo. No sabes lo que me ha enseñado Marta. ¡Mira!, hemos hecho una pajarita-.

Al darme la vuelta a mirarla, me encontré de frente con su madre. Ella había seguido a la niña sin darse cuenta que estaba desnudo. Completamente cortado, me tapé con una toalla.

-Perdone-, dijo  mi nuera, saliendo de la habitación despavorida.

No tuve tiempo de decirle que no había problema pero en cambio sí me fijé que se había quedado mirando mi sexo y que bajo la tela de su vestido sus pezones habían reaccionado.  En ese momento, pensé que mi propia lujuria había hecho que me imaginara que Marta se había visto afectada como mujer al ver mi desnudo y dando por sentado que me había equivocado, me agaché y cogí a la bebé entre mis brazos.

-¡Qué pajarita tan bonita!. Cuéntame: ¿Qué más habéis hecho?-.

La cría, emocionada, me contó que había desayunado cereales y que después habían jugado al escondite. Me alegró comprobar que se llevaban bien y entonces dejándola en la cama, me terminé de vestir. Una vez acabado, bajé al salón con mi nieta. Marta al verme, sonrojada me volvió a pedir perdón, diciendo que no sabía que estaba en la casa.

Quitándole importancia, le dije que se sentara y poniendo a mi nieta en mis rodillas, dije:

-María, tengo algo que decirte-, la niña poniendo cara de seria y concentrada, me escuchó: -¿recuerdas que te conté que tu mama estaba de viaje?-.

-Si- respondió con una sonrisa, mientras mi nuera se quedaba petrificada.

-Mira cariño, Marta es tu mamá y ha venido a quedarse a vivir con nosotros-.

La bebé se abalanzó sobre su madre y dándole un beso y un abrazo, le preguntó:

-Eso significa que ¿el abuelo y tú  vais a ser mi papá y mi mamá?-.

La cría me había malinterpretado, creyó con la inconsciencia que solo los niños tienen que lo que me refería es que esa señora que acababa de conocer era la pareja de su abuelo y que entre los dos iban a cuidarla. Estaba a punto de sacarla del error, cuando mi nuera acariciándole la cabeza, le dijo:

-Sí, mi amor, tu abuelo y yo seremos tu papa y tu mamá-, y mirándome, me suplicó con sus ojos que no la descubriera.

Incapaz de llevarle la contraria, me quedé observando a las dos abrazadas. Fue mi nieta la que rompiendo el silencio que se había formado entre nosotros dijo:

-Mañana le voy a contar a Rocío-, una amiguita,- que ya tengo papás-.

Marta sin poder contener su llanto, le juro que jamás iba a dejarla y levantándola en sus brazos, se acercó a darme las gracias. Anonadado, recibí  un beso en la mejilla de mi nuera, sin saber que mi nieta se había quedado mirándonos extrañada y con su voz ingenua, nos dijo:

-Así no se dan los besos los papás. ¡Me habéis engañado!, los papas se los dan en los labios-.

Marta, muerta de risa, le contestó:

-Tienes razón-, y sin pedirme opinión, se pegó a mí y cogiéndome de la cabeza, me besó en la  boca.

Alucinado, la dejé hacer pero, cuando con su lengua forzó mis labios, me intenté separar. Ella me lo impidió, susurrándome al oído:

-Por favor-.

Comprendí que no quería volver a fallar a su hija y colaborando en el engaño, la abracé prolongando el beso. Lo que no se esperaba fue notar mi sexo alzándose contra su panza de embarazada. Sé que lo notó pero no hubo queja alguna, sino todo lo contrario, restregándose contra mí y en voz baja, me dijo:

-Tengo que darle las gracias. No solo le ha dicho a mi hija que soy su madre, sino que gracias a usted me he vuelto a sentir mujer -.

Tratando de salir de esa situación tan vergonzosa, cogí a la bebé y le dije:

-Te parece que llevemos a mamá a comprarse ropa. Como acaba de llegar no tiene que ponerse-.

-Muy bien, papito-.

Marta me pidió que le diera cinco minutos para cambiar. Suspiré aliviado porque así me daba un respiro para acomodar mis ideas.  Mi nieta no quiso separarse de su recién estrenada madre y se fue con ella, dejándome solo. El maremágnum de mi mente se incrementó con la soledad. Me parecía inconcebible lo que estaba ocurriendo: en primer lugar no comprendía la actitud de la muchacha, era claro que no le parecía descabellada la idea e incluso le parecía atrayente y en segundo, no comprendía como me había dejado llevar, mostrándole a las claras que me atraía sexualmente.

“En menuda bronca me estoy metiendo”, recapitulé preocupado, “no sé qué voy a hacer cuando la niña se dé cuenta que todo ha sido mentira” y por vez primera, deseé que no fuera todo un paripé.

Al cabo de unos minutos, las oí bajar por la escalera. Acercándome al hall, vi que Marta se había vuelto a poner el chándal y que llevaba en brazos a la niña.

-¿Ya estáis listas?-, pregunté.

-Sí-, contestaron al unísono.

La alegría de la niña y de su madre por poder compartir por primera vez una salida en común era palpable y contagiado por su buen humor, abrí la puerta del chalet en dirección al coche. Al llegar, Marta quiso colocar a la cría en su sillita pero, tras unos intentos, me miró avergonzada por no saber ni siquiera cómo se cerraba el cinturón de seguridad.

-No te preocupes, ya aprenderás-, dije mientras le enseñaba los pasos, -es lógico que no sepas hacerlo, yo tampoco tenía ni idea cuando la compré-.

-Lo siento, sé que gracias a usted, la niña ha estado bien. Solo le puedo prometer que voy a hacer todo lo que pueda para resarcirle por cómo la ha cuidado-.

-A mí, no me tienes que agradecer nada, lo he hecho encantado. Es a tu niña a la que le tienes que dar todo el cariño-.

-Ya lo sé, pero también a usted-, me contestó, -¿me permite tutearle?-.

-Sí, respondí.

Poniendo su mano sobre la mía, me dijo:

-Eres un buen hombre. No sé qué hubiera sido de nosotras si no llegas a estar tú. Te quedaste con Maria y ahora me has acogido en tu casa sin pedir nada a cambio-.

-Eso no es verdad-, respondí en son de guasa,-te pedí que te quitaras esas horrendas rastas-.

-¡Eres bobo!-, me soltó justo antes de darme un beso en los labios, -te debo más que mi vida, gracias a ti tengo un futuro-.

No supe reaccionar. Con el recuerdo del roce de sus labios, la miré y separando mi mano, le contesté:

-No me debes nada pero cuando no esté la niña, tenemos que hablar. Cómo bien has dicho tienes un futuro y no creo que yo deba formar parte del mismo-.

-Te equivocas-, respondió con una determinación que me dejó helado, -si nos dejas y eso espero, tendrás el cariño de tres mujeres-.

Tratando de quitar hierro al asunto, exclamé:

-¿Tres mujeres?, ¿no son muchas?-

Soltando una carcajada, Marta, acarició mi cara, diciendo:

-Tus dos niñas y una mujer que ya te quiere-.

Sin ningún recato, la ex novia de mi hijo y  madre de mis nietas, me acababa de decir que sentía algo por mí y que daba por hecho que iba a cuidar también de mi nueva nieta. Arrinconado por su declaración, arranqué el coche sin saber que decir. Camino al centro comercial, mi cerebro iba a mil por hora, tratando de asimilar sus palabras. Convencido de que se estaba dejando llevar por un agradecimiento mal entendido y que todo eso era un error, resolví que yo tenía que aportar la cordura a nuestra relación.

Una vez allí, nos dirigimos directamente a una tienda de ropa pre-mama y en contra de la voluntad de Marta, le obligué a elegir cuatro vestidos.

-No seas tonta-, dije,-necesitas ropa. Cuatro trapos son pocos pero al menos es un apaño hasta que des a luz. No querrás llevar a tu hija como pordiosera-.

Mencionar a su niña para convencerla era una especie de chantaje, aún sabiéndolo, la utilicé para forzar que aceptara que le comprara tanta ropa. Ella, avergonzada, me dio las gracias prometiendo que me devolvería hasta el último céntimo en cuanto empezara a trabajar. Lo más complicado vino cuando tuvo que elegir lencería, mi nuera buscando la economía quería coger unas prendas horrendas que ni siquiera una recluta se pondría. Al negarme a aceptar que escogiera esas, le amenacé que si algún día le veía puesto algo tan feo, se las arrancaría.

La muy maquiavélica, poniéndose en plan coqueta, se rio y retando mi hombría, soltó:

-Si me prometes que las arrancaras, te dejo que las compres. Me encantaría que un día, me desnudaras en plan salvaje pero no creo que sea algo que deba ver tu nieta-.

-¡Que bruta eres!-, le respondí soltando una carcajada,- nunca se me ocurriría violar a una mujer y menos a mi nuera-.

Flirteando conmigo, susurró a mi oído:

-Ya no soy tu nuera y tampoco sería una violación porque yo me dejaría-.

-Marta, eso no va a ocurrir-, contesté,-para empezar te llevo veinticuatro años y encima, por mucho que quieras, siempre serás la madre de mi nieta-.

Al oírme, torció el gesto y cogiendo a su hija de la mano, se alejó de mí. Si pensaba que con mis palabras la había convencido, me equivocaba porque en sus ojos leí una determinación total que en ese instante no supe interpretar. No tardó en sacarme del error, al salir de la tienda vestida con uno de los trajes premamá, dándose la vuelta, me dijo:

-Fernando, ven-, y cogiendo mi mano la puso en su panza,-Siente… se está moviendo-.

Bajo el vestido, comprobé que la bebé presionaba su útero y que claramente se podía apreciar cómo se movía.

-Un padre no es el que engendra sino el que cuida. Aunque no quieras admitirlo, tú eres el padre de María y si quieres también lo serás de esta niña cuando nazca. Para mí no eres un viejo, sino un hombre bueno del que me estoy enamorando-.

Si su intención fue hacerme un piropo, había errado. Confundido y aterrado, me percaté que esa mujer había decidido que fuera realidad el paripé y sin cortarse lo más mínimo se me estaba ofreciendo como pareja.  Debí de cortar por lo sano  esa locura, pero al mirarla a los ojos, descubrí en ellos una ternura que me impidió hacerlo. Y en contra de lo que mi moral y mi razón me pedían, la cogí de la cintura y le di un beso. Ella respondió con pasión al contacto de nuestros labios y pegando su cuerpo al mío, me empezó a acariciar. Mi sexo me traicionó, irguiéndose bajo mi pantalón y sin poderlo remediar, inconscientemente, mis manos recorrieron su trasero sin importarme la presencia de mi nieta ni la del público que en esa hora atestaba el centro comercial.

Fue Marta, la que poniendo un poco de cordura, frenó la vorágine en la que nos habíamos instalado y separándose de mí, dijo entre risas:

-Será mejor que paremos-, y señalando su pecho, me soltó, -¡mira como me has puesto!, ¿tú crees que si te creyera un viejo, mi cuerpo reaccionaría así?-.

Fue entonces cuando me percaté que tenía los pezones totalmente erizados y que dos bultos debajo de su vestido, revelaban a las claras la excitación que la embargaba.

–Eres un hombre que me atrae desde que ayer descubrí que te gustaba. Aunque quieras negarlo, yo te agrado. Anoche me dijiste que mis hijas necesitaban una madre, ahora yo te digo que también requieren de un padre y que quiero que seas tú-.

-Es una locura-, protesté acojonado.

-Quizás pero no voy a dejar que te eches para atrás. Le prometí a María que seríamos sus padres y no pienso volverle a fallar-.

Afortunadamente para mí, mi nieta vio un payaso y soltándose de su madre, salió corriendo. Gracias a ello, nuestra conversación quedó postergada y riéndonos fuimos en su busca. Al salir del centro comercial y como no me apetecía volver a casa a enfrentarme con la realidad de la locura que era lo que esa mujer me proponía, las llevé al parque de atracciones. Allí tanto mi nieta como Marta se lo pasaron en grande y por eso, eran más tarde de las ocho cuando volvimos al chalet.

Nada más entrar, la mujer se llevó a la niña al baño y aprovechando que tenía un jacuzzi, se metió con la cría en él. No supe nada más de ellas durante una hora. Estaba preparando la cena cuando vi entrar a María en la cocina. Mi nieta venía ya con el camisón y acercándose a mí, me dio un beso mientras me contaba que había estado jugando en el agua:

-Papito, mamá me ha dicho que voy a tener una hermanita-.

-Sí, cariño-, le respondí cortado por el apelativo. Para ella siempre había sido abuelito pero desde esa mañana, había cogido la costumbre de llamarme papá y con placer, descubrí que me gustaba. Estaba pensando en ello, cuando Marta se nos unió. Me quedé embobado al verla. Se había puesto un pijama de los míos y lejos de enmascarar su belleza, la realzaba. La hechura de mismo hacía que su hinchado pecho pareciera que iba a romper los botones, mostrando a través del escote gran parte de las curvas de sus senos.

-Estás preciosa-, no pude dejar de decirle al darme un beso en la mejilla.

-Gracias-, dijo mientras me daba un mordisco en la oreja, -hoy ha sido el día más feliz de mi vida y espero que esta noche sea al menos igual. Te deseo, ancianito mío-.

-Vete a la mierda-, respondí dando un azote en su trasero.

Ese gesto de cariño, hizo que la mujer ronroneando se pegara a mí y restregando su culo contra mi pierna, me dijera:

-Si cada vez que te llamo viejo, me das un azote, voy a hacerlo a menudo-.

El desparpajo y la falta de recato de mi ex nuera, lejos de enfadarme, me divirtió porque una vez hecho a la idea, el tenerla entre mis brazos se estaba volviendo una necesidad y más aún cuando el recuerdo de la firmeza de su trasero seguía en la palma de mi mano.

“No me equivocaba cuando la vi vestida de criada, Marta tiene unas nalgas dignas de adoración”, pensé deseando que esa noche poder acariciarlas a conciencia.

Marta debió de darse cuenta del rumbo de mis pensamientos porque, sonriendo, me susurró que antes había que dar de cenar a la niña. Con una calentura cercana a la locura, le ayudé a poner la mesa y aprovechando cuando mi nieta no miraba, la acaricié disimuladamente. Un roce acá y una caricia allá, hicieron que, cuando nos sentamos a la mesa, ambos estuviéramos sobreexcitados. Sus pezones y mi pene nos delataban, tanto mi nuera como yo, deseábamos quedarnos solos para dar rienda a nuestra pasión.

La cría mientras tanto estaba feliz y por eso durante la cena, no paró de hablar contándonos con su parlotear infantil lo dichosa que se sentía por ser una niña normal con dos padres que la cuidaran. Su madre se afanaba en hacerle caso y yo, entre tanto, no podía dejar de observarla. Cuanto más la miraba menos comprendía la actitud de mi hijo. Su ex novia no solo era una mujer de bandera, era a mis ojos el sumun de la sensualidad femenina. Guapa y con un cuerpo estupendo, aún embarazada, era el morbo hecho mujer. Deseaba hundir mi cara entre sus piernas y como obseso, beber de su coño ya germinado. Marta, al percatarse del deseo que me dominaba, no dejó de tontear y con desfachatez, buscaba la posición en la cual su escote me diera una visión más amplia de sus pechos.

Creí que todos mis planes se habían ido al traste cuando al terminar, mi nieta nos pidió si esa noche podía dormir con nosotros. Estuve a punto de negarme, pero al ver en su cara la ilusión que le hacía, accedí a mi pesar. En cambio su madre cuando escuchó que le daba permiso, me dio las gracias, alborozada, y pasando mi mano por mi entrepierna, dijo en voz baja:

-Cuando se duerma, será nuestro momento-.

Su caricia me provocó una erección instantánea y ella al darse cuenta, se mordió los labios, tratando de contener su deseo. Juro que si no llega estar mi nieta presente, la hubiese tirado encima de la mesa y allí mismo, sin más preámbulo, hubiese tomado lo que ya consideraba mío. En cambio, vi como salía del comedor y subía con la niña hacia mi cuarto.  A regañadientes, terminé de recoger los platos, tras lo cual, fui a unirme con ellas. Al llegar a mi habitación, Marta estaba tumbada en la cama con su hija, esperándome. Un tanto cortado, saqué de un cajón un pijama y con él en mis manos, le dije que iba a cambiarme.

-Hazlo aquí. Te juro que no muerdo-, me soltó mi nuera.

Sin estar seguro de su afirmación y venciendo mi vergüenza, me quité la camisa con sus ojos fijos en mí. El morbo de la situación fue in crescendo al percatarme que sus pezones se ponían duros al observar cómo me desnudaba. Al comprender que mi nieta no se enteraría de nada, decidí hacerle un sensual striptease que no le pasó desadvertido. Inconscientemente cerró sus piernas al ver que me quedaba en calzoncillos y ya completamente alborotada pasó su mano por su pecho, cuando me despojé del mismo quedando desnudo sobre la alfombra. Con mi pene medio erecto, me di la vuelta para que ella pudiese comprobar en persona los efectos que su presencia producía en mi sexo. Su cara colorada y sus dedos acariciando uno de sus pezones, dejaron claro que estaba excitada.  Al sentirme deseado, dejé que se recreara al ponerme lentamente el pantalón del pijama.

Cuando las alcancé en la cama, mi nuera estaba visiblemente inquieta y profundizando en su calentura, pregunté a mi nieta que dónde estaba su hermana. La niña, poniendo cara de sabionda, me contestó que en la panza de su mamá y antes que su madre pudiese hacer algo para evitarlo, le abrió la camisola, dejando al aire tanto su embarazo como sus hinchados pechos. Me quedé de piedra al comprobar que era todavía más hermosa de lo que me había imaginado. Con unos pezones grandes y negros, sus enormes pechos se me antojaban más apetecibles y la curvatura de su vientre germinado, lejos de repelerme, me pedía que la acariciara. María, totalmente ajena a lo que estaban sintiendo sus mayores, pasó su mano por el ombligo de su madre y volviéndose a mí, me pidió que lo comprobara.

Al sentir mi mano recorriendo su estómago, Marta sintió un escalofrío y dando un suspiro, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Cogiendo confianza, mis caricias se fueron haciendo menos paternales y más carnales. Estaba disfrutando mientras el objeto de mi ataque se mordía los labios para no gemir en presencia de su hija. Como quien no quiere la cosa, con mis manos sopesé el tamaño de sus senos y mientras la cría de dos años jugaba haciendo que hablaba con su hermana, profundicé en mi ataque recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones. Marta no pudo evitar un sollozo cuando sintió que apretando un poco pellizqué con mis yemas su negra aureola.

-No seas malo-, me pidió con los ojos inyectados de lujuria.

-No soy malo-, le contesté mientras pasaba mi otra mano por su entrepierna,-¿Por qué no te quitas el pantalón?, aquí hace mucho calor-.

-Espera a que se duerma y seré tuya-, me rogó mientras involuntariamente separaba sus rodillas, dejando paso libre a mis caricias.

-María, tu mamá quiere que le des un abrazo-, dije poniendo a la cría encima de su madre de manera que no solo me pegué a ella sino, que aprovechando la abertura del pantalón, introduje mi mano bajo su braga.

Ella, tratando de que su hija no se enterara de lo que estaba experimentando, apretó sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris. Totalmente indefensa, tuvo que sufrir en silencio la tortura de su botón mientras su niñita la colmaba de besos. No dejé ni de mirarla ni de sonreír sádicamente al comprobar que no solo estaba húmeda sino que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo y no paré hasta que mis dedos recibieron el producto de su silencioso orgasmo.

-¡Me vengaré!-, me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello.

No estaba enfadada. Luego, me reconocería que había enloquecido al no poder saltar sobre mi pene. Satisfecho por mi pequeña travesura,  le di un beso en los labios y abrazándolas, esperé a que mi nieta se durmiera. La pobre, agotada por el día que había tenido, tardó cinco minutos en quedarse dormida, momento que usé para llevarla a su cama.

Al volver, Marta se abalanzó sobre mí y, restregando su cuerpo contra el mío, exclamó:

-¡Eres un cabrón!. No podías haber esperado a poner tus sucias garras sobre mí hasta que no estuviera la bebé. Tendrás que compensarme el mal rato-, me dijo mientras se arrodillaba y me despojaba del pijama. Al ver mi sexo al descubierto, lo cogió entre sus manos y antes de introducírselo en la boca, en voz baja me informó que no iba a cejar hasta dejarme seco.

Creí que era una exageración, pero al percatarme de la manera que succionaba mi miembro, esperanzado comprendí que su amenaza iba a tener lugar y que esa noche no me iba a dejar descansar hasta que no se me levantase. Sus  manos colaborando con su boca, cogieron mis testículos e imprimiendo un suave masaje, buscó mi placer de la misma forma que yo había buscado el suyo. Fue impresionante experimentar como su lengua recorrió los pliegues de mi glande mientras no dejaba de decir lo mucho que gustaba.

-Me encanta-, exclamó al comprobar la longitud que alcanzaba en su máxima expresión, -serás un viejo pero tienes el pene de un negro joven-, soltó con el propósito de cabrearme y abriendo sus labios fue devorando mi polla lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.

Entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meterlo y a sacarlo de su interior con un ritmo endiablado. Alucinado por la maestría de su mamada, todo mi ser reaccionó y acumulando presión sobre mis genitales, estos explotaron en sonoras oleadas de placer. Mi nuera no dejó que se desperdiciara nada de mi simiente y golosamente fue tragándola a la par que mi pene la expulsaba. Una vez terminó la eyaculación, con su lengua limpió los restos de semen y sonriendo, me miró diciendo:

-Espero que mi anciano hombre se recupere rápidamente porque este cuerpo necesita que le den un meneo-.

Con todo el descaro del mundo, me estaba retando por lo que cayendo en su trampa, la desnudé violentamente y desgarrando sus bragas, la tumbé en la cama:

-Eran nuevas-, protestó soltando una carcajada.

-Te compraré una docena-, le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas.

Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, oí el primero de los gemidos que escucharía esa noche. El aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. La ex de mi hijo colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me exigió que ahondara en mis caricias diciendo:

-Sigue comiéndole el coño a la puta de tu mujer. Te juro que esta noche seré completamente tuya-.

Oírla tan entregada me volvió loco y pellizcando sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.  Mi nuera chilló de deseo y reptando por la cama, me rogó que la penetrase. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría en mi boca. Su clímax, lejos de tranquilizarme, me enervó y tumbándola boca abajo sobre las sábanas, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.

-Tómame-, me exigió moviendo su culo y tratando de forzar mi penetración.

-Tranquila-, dije dándole un azote,-llevo muchos años sin una mujer y si sigues así, me voy a correr enseguida.

-Me da igual. ¡Úsame!, necesito sentir tu polla dentro de mí. Desde que estoy contigo, he vuelto a sentirme una mujer y ahora me urge ser tuya-.

Comprendiendo la inutilidad de mi razonamiento, de un solo arreón, rellené su conducto con mi pene. Ella, al sentirlo chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la cogiera los pechos.  Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Marta, berreando entre gemidos, gritó:

-He sido idiota prefiriendo al niño en vez de al hombre. Quiero pertenecerte y que tú seas mío. No me dejes nunca-.

La mención a mi hijo, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé mi velocidad mientras uno tras otro solté una serie de azotes alternos en sus nalgas. Ella respondió a mis correctivos con lujuria y sin importarle despertar a su niña, me chilló que no parara. El sonido de las nalgadas se mezcló con sus gemidos y estimulada por el castigo, se corrió nuevamente sin parar de moverse. No satisfecho,  mi galope se convirtió en una desenfrenada carrera que tenía como único objetivo mi propio placer pero, mientras alcanzaba mi meta, llevé a mi nuera a una sucesión de ruidosos orgasmos. Su completa entrega me tranquilizó y por eso cuando de mi pene empezó a surgir el semen, mi mente ya había olvidado el agravio y con un gritó, le informé que me iba a correr. Ella al sentirlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, mi pene se vació en su ya germinado vientre.

Agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Marta me abrazó llorando. Al percatarme de las lágrimas que recorrían sus mejillas, le pregunté preocupado que le ocurría y si me había pasado:

-Para nada, lo que me pasa es que me has hecho feliz y todavía no me creo que me haya ocurrido algo bueno. Llevaba demasiado tiempo en caída libre-.

-Menos mal-, le respondí,-pensé que te quejabas de la tunda de azotes-.

Ella se rio al escuchar mi respuesta y poniendo cara de pilla, me soltó:

-Lo tengo un poco adolorido, pero me ha enloquecido la forma en que me has hecho el amor. Eres un viejo verde y yo, una pobre chiquilla de la que has abusado. Y si te digo la verdad, a partir de mañana espero que abuses de mí todos los días y a todas horas-.

-Si crees que he terminado por hoy, ¡estás equivocada!-, exclamé, -todavía tengo que probar tu puerta trasera-.

-De eso nada-, contestó haciéndose la indignada,-por ahí soy virgen. Nadie lo ha usado-.

Saber que ni siquiera mi hijo había hoyado su culito, me puso a mil y acariciando sus nalgas, le dije:

-¿No me dijiste que querías ser enteramente mía? y ¿qué harías todo lo que yo quisiera?, pues quiero ser el primero-.

-Lo pensaré-, respondió meditando mis palabras.

Soltando una carcajada, me levanté al baño mientras le contestaba:

-Pues piénsalo rápido porque estoy yendo a por crema, ¡mi amor!-.