Al abrigo del abedul
De corteza blanquecina y hojas estrelladas se cubrió mi princesa al tumbarnos bajo el abedul.
Al abrigo del abedul
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De corteza blanquecina y hojas estrelladas
se cubrió mi princesa al tumbarnos bajo al abedul.
Mirada límpida, sonrisa radiante:
los rayos de sol zigzagueaban entre las hojas y alcanzaban a mi amada.
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Las cigarras chirriaban lejanas, el rumor de arroyuelo arrullaba hasta el sopor.
Apoyada su cabeza entre mis piernas, señaló hacia el cielo.
Y cuando levanté la vista hacia el punto señalado, pellizcó mi nariz, riendo.
Encolerizado, la reprendí por su niñería; extasiado, la besé por su fantasía.
Era mi reina, era mi princesa, era mi niña; era mi mundo y ella no lo sabía.
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¿Por qué es tan difícil sincerarse? ¿Acaso estaré siempre sujeto a mi rigidez?
Quiero proclamar bajo el abedul que mi amor es de ella, que mi corazón es de ella.
Pero las palabras enmudecen. Ella ríe y goza; yo desespero y anhelo.
¿Cuándo la necesidad se torna tormento? ¿Cuándo el amor se viste de duelo?
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Ahogo mis pensamientos en el olvido,
me lamento de mis palabras no hechas verbo.
Porque concibo el amor como mejunje fragante,
jabón oloroso que limpia el sufrimiento.
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Pero, ¿de qué me sirve esta desdicha,
por qué me lamento en estos versos?
Su mirada me embelesa, su risa me atraviesa.
Clavo mis ojos en ella, despojarla quiero de su inocencia.
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Me lanzo. Me lanzo cual cruel rapaz avizor.
Su boca sabe a rosas, su aliento a sorpresa fingida.
Me sonríe y me engatusa con sus labios,
su lengua se arremolina en lo más infinito de mi interior,
sus manos buscan mi pecho: mi corazón busca detener con su respiración.
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Me embarga la desazón, la locura me pervierte.
Mis dedos recorren su porcelana, desnudan su quietud.
Ansío sus botones, me torno comensal consumado, voraz, implacable.
Ahoga sus gemidos en mi cabello mientras me saboreo mi festín.
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La sombra del abedul es testigo de nuestro abrazo festivo,
de la transformación de nuestro destino.
Ya no escucho su risa, no aprecio su mirada.
Me pierdo en su interior, orado la incógnita de su existencia.
Y ella gime porque ya no es bella: cuando gime, mi princesa es hermosa.
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