Ajuste de cuentas (1)

Quizás, no haya nada peor que una chica ofendida.

Ajuste de cuentas. (I)

  • ¿No sabes que fumar es perjudicial para la salud? ¡Deborah, tienes una cara muy bonita para afearla tan pronto!.

Una chica, con uniforme de colegial, no se atrevía a levantar la mirada del suelo. Se limitó a enfundarse con una leve sonrisa, mientras cerraba los puños, con los brazos caídos, exonerados.

  • Además, te vas estropear los dientes y crearte arrugas en las comisuras de los labios. Ya puedes marcharte, y esto lo requiso.

Salió a fuera y fue a marcharse, con una expresión de desagrado, cuando sintió cómo echaba el cerrojo a la puerta. Una figura se iba definiendo en el interior, con la sombra proyectada en la pared y la luz de una bombilla que iluminaba tenuemente el pequeño despacho. Hasta que apareció una mujer, una silueta delgada y alta, sosteniendo con una mano la cajetilla de tabaco, mientras descubría en su rostro una imagen altiva, agradable y melosa.

Cuando sus pasos se dirigieron de nuevo por el despacho, contoneó sus caderas y meneó la cabeza con una sonrisa, elevándose su larga melena con la mano hasta deslizar sus dedos por los labios. Su boca de fresa, amplia y sonriente, enfundaba una mueca agradable mientras que en su mirada de felina se iluminaba el brillo del deseo.

  • Siento la interrupción, ¿dónde estábamos, cariño?

Ella no estaba sola. Unos ojos la miraban desde el pequeño hueco de la mesa, con un pañuelo como mordaza, en plena desnudez y una corbata anudando sus muñecas. La morena madura cañón, alta y delgada, le pasó su mano acariciándole la mejilla, con su mirada golosa, hasta que compuso una de sus sonrisas más provocativa y sexuales, deslizando sus dedillos por los labios. El muchacho, con los pantalones a medio caer, impúdico y torpe, la correteó gateando al menos hasta que ella le detuvo y tiró de él hasta la silla, detrás de su mesa. Se acomodó e hizo lo mismo con el jovencito, en posición de súplica para que devorase todo su centro púbico. El se resistió, al menos un instante, porque la morena le sujetó con firmeza mientras ejecutaba su insigne tarea. Hasta que una vez terminase, le acariciase la mejilla.

  • Ahora, ya puedes marcharte amor. Y no lo olvides, discreción.

Marc supo lo que era ser la mascota, alguien tímido y medio bobo, el bicho raro por excelencia, que fuese el caprichito de turno de las que no tuviesen escrúpulos. Sobre todo cuando Deborah le estaba esperando que saliera, al acecho, para llevarle como si fuera su perrito faldero.

  • ¿A dónde vamos?.

- Surprise .

Tiró de él y recorrieron unos cuantos pasillos hasta llegar a los lavabos de chicas, en donde ella había quedado con una amiga suya para celebrar una pequeña fiesta. Una jovencita hermosa en el sentido goloso de la palabra, bastante rellenita, se quedó de guardia, junto a las puertas alineadas de los retretes y ella le metió dentro de un empujón.

  • ¿Qué... vas a hacer?.

  • Ssshh...

Deborah le puso el índice sobre los labios, en demanda de silencio, y mientras iba retrocediendo en pequeños pasos, ella avanzaba, lanzando una mano hacia la boca para tapársela, y la otra, a la bragueta para que sus dedillos se distrajesen acariciando la tela del pantalón. Le encaramó en la pared y, manteniéndole en esa posición de dominio, la morena posó su diestra sobre la bragueta hasta que se distrajese tocando y frotándolo con ardor, mientras la otra mano la dejaba para impedirle hablar.

  • ¿Verdad que te vas a portar bien?.

Deslizó la cabeza en sentido afirmativo, brillándole y abriendo los ojos como platos al sentir sus dedos deslizándose por la bragueta, hasta que descuidada en los toqueteos, pasara a bajarle la cremallera. Por un momento, decidió sentirla con sus dedillos, dura y más firme si cabe, mientras quedase allí, quieto y humillado, con los ojillos curiosos y golosos de la gorda, que los descubría tras la puerta del retrete.

  • Ya veo que te está gustando.

Dijo Deborah, mostrando sus bonitos dientes con una agradable sonrisa que iluminaba su rostro, en un gesto picarón y sensual, con el que acompañaba su manoseo a mi miembro que lo descubrió, al fin, después de bajarme los pantalones y hacer lo mismo con los calzoncillos. Como cual doncella medieval que quedase prendada de su caballero andante, me tomó la verga como lanza en ristre, triunfante tras algún duelo de honor. Se detuvo en observarlo, para hacerse hueco entre las piernas y dedicarse a frotármelo dentro de su boca.

  • Pero yo me voy.

Se había levantado, manteniendo la misma sonrisa pícara, y sin dejar de mirarme de soslayo, se terminó perdiéndose tras la puerta. Corrí a vestirme, pero su amiga le impidió acercar los dedos a los pantalones sino fuera para seguir sumiso y calladito. Muy decidido me lancé a ponerme bien la ropa para salir de allí, logrando refugiarme en otro de los cubículos de los lavabos.

  • Cuando suena la campana, el ratón se escapa, ¿dónde está el ratón? ¿Ratoncito? ¿Dónde estás?.

No sabría decir cuánto tiempo iba a estar antes de que le descubrieran, sentado sobre la tapa fría de un de los retretes.

  • ¡Cucú! Lobito, sal de tu agujerito. Ji ji. Sal de tu agujero.

Entonces, la puerta empezó a girar y llegó a quedarse sin habla, al ver cómo la chica de cuerpo grandote se hizo dueña de aquel pequeño hueco y condujo su mano por su torso,hasta los labios, chupándole uno de los dedos, mientras permanecía inmóvil. Le insinuó y le sedujo, tocando por aquí, acariciando por allá, cuando le besó en los labios, un pico, pero que le debió gustar porque le agarró, le abrazó y se puso violenta, besándole, apresando mis labios con los suyos, húmedos y cálidos. Ella, sin embargo, se desabotonó la blusa y sus pechos enormes se descubrieron de pronto.

  • ¿Los has visto alguna vez como estos?

Puso la mano del chico sobre su pecho y se distrajo sobándolo. Le había apresado en sus zarpas descomunales, para luego estrellarle a sus grandes y voluminosos pechos. Se relamió los labios y con su meneo de la cabeza, las grasas de su enorme papada se agitaron con brío. Y al sentarse, Marc quedó totalmente preso de la gordura, mientras que la chica parecía gozar de verdad, porque con el vaivén de sus caderas, sintiendo el pene del muchacho todo entero en su interior, no podía acallar unos gemidos intensos de placer, el mayor que quizás hubiera sentido en toda su vida. Aunque tan sólo s sentía carnes y grasa que sobraban por todas partes y como quedaba atrapado entre la pared y aquel grueso muro de piel y hueso, aunque esponjoso, y de vez en cuando la babilla que caía de los labios frondosos de la chica. Ella parecía no quedar contenta y decidió ponerse a cuatro patas para que aquel le penetrase por detrás. Estuvieron un rato hasta que Marc le echó toda su leche por su espalda.