Aislados pero contentos (final)

Marcos tiene algunos encuentros insospechados y un reencuentro final.

El viaje se hizo corto. Roberto insistió en que Marcos ocupara el asiento delantero. Las dos mujeres pasaron los kilómetros compartiendo confidencias, anticipando lo que se encontrarían en la ciudad y las cosas que, aprovechando la ocasión, podrían comprar. Estaba decidido que Mari Luz y su marido se alojarían en la casa de sus cuñados y que Marcos y su madre se las arreglarían en el cuarto que la ausencia de Raúl dejaba libre. Era una lástima que su primo no pudiera asistir a la boda pero el buque escuela donde completaría su formación militar había zarpado para una larga travesía de entrenamiento hacía tan sólo dos semanas. A Marcos no le decepcionó especialmente ésta ausencia. Su primo siempre lo había tratado con cierta superioridad y a Marcos no le gustaban los aires de resabio con el que se dirigía a él; siempre para desvelarle una parte de la vida a la que él todavía no había llegado y de la que su primo parecía venir de vuelta. Tenía la desagradable impresión de sentirse bajo su órbita como un niño torpe, temeroso de la existencia.

La vivienda de sus tíos estaba en un segundo piso de un edificio en el que siempre parecía haber movimiento. El trajín de la calle se trasladaba igualmente al interior de la casa. Su prima y su hermana corrían de un lado para otro; entraban por la puerta y al rato ya habían, de nuevo, salido. Su tía Trini llamaba de continuo por teléfono y ordenaba con su voz potente que se hiciera esto o aquello otro. Su cuñada nada más llegar recibió instrucciones precisas de cómo debía organizar la habitación que ocuparían para que tanto ella como su hijo se sintieran a gusto y para que, a la vez, el orden que en ella había establecido su legítimo ocupante no se viera alterado gravemente.

-Nunca después de las nueve de la noche, que no quiero quejas de los vecinos del primero, retiráis ésta mesa de estudio, la ponéis detrás de la puerta que no hace falta abrir del todo para entrar y salir y en el espacio que queda entre la pared y la cama estiráis el colchón fino que está en la parte superior del armario junto con las sábanas. Supongo que serás tu, Marcos, quien duerma en él. Tu madre no está ya para campamentos, ¡ja, ja, ja¡

Cuando la tía Trini los dejó solos en la habitación para que deshicieran las maletas y acomodaran la ropa para la ceremonia la madre de Marcos, con las mejillas coléricas, no pudo más:

*Tu tía Trini, mira qué es marimandona, ¿Eh?; mira que es antipática. ¡A lo mejor ella si que se cree una jovencita¡ ¿pero tu oíste lo que dijo?

Son sólo dos noches, mamá. No busques líos. ¿Vale?¿me lo prometes?*

Después del almuerzo que ante las insinuaciones de su cuñada no le quedó más

alternativa que preparar a su madre, Marcos se vió por primera vez un momento a sólas con su hermana Luisa. Estaban uno frente al otro en el pequeño salón del piso que servía de vestíbulo y lugar de reunión. Su hermana hacia balancear hacia un lado y otro la pierna mientras hablaban. La pequeña falda de tela vaquera tan de moda dejaba al descubierto los torneados muslos de Luisa hasta que en un momento de la intrascendente conversación y dirigiendo una pregunta a sus tíos, como para cerciorarse de que el resto de la familia estaba donde imaginaba, abrió tanto las piernas que Marcos pudo contemplar en todo su azulado esplendor el triangular recorte de la ropa íntima de su hermana. Mantuvo los muslos abiertos durante unos deliciosos minutos al tiempo que replicaba a las palabras que le llegaban del otro lado de la pared. Miraba directa y maliciosamente a los ojos de su hermano y éste dudaba entre devolverle la complicidad con la mirada o llenarse los ojos de aquella visión que tanto le recordaba otros similares momentos de excitación. Marcos se sintió bien por primera vez desde que estaba en aquella ciudad y en aquella casa. Con su acción Luisa venía a decirle que nada había cambiado en su relación; que no se sintiera extraño respecto a ella porque, sí, mañana iba a casarse pero eso no iba a suponer un cambio en sus afectos. Compartían algo que nunca iba a olvidar; algo que los hacia entenderse por encima de las conversaciones de los demás, algo que superaba los convencionalismos en los que todos, ellos también, vivían instalados.

Marcos no podía conciliar el sueño; hacía calor y el ruido sordo pero continuo que llegaba desde la calle terminaron de exasperarlo. Se levantó sigiloso para no turbar el sueño de su madre y se dirigió a la cocina con ánimo de saciar su sed y de atemperar los nervios. A la leve claridad del alumbrado público que se colaba por la ventana tanteó la puerta de la nevera y sólo entonces, con la luz del electrodoméstico, descubrió que alguien más aquella noche padecía de insomnio.

-¿ Tu tampoco puedes dormir?

Era la voz de su tía Trinidad quien sentada a la mesa frente a un vaso de lo que parecía un refresco había igualmente decidido mitigar la sed o, quien podía saberlo, cierta inquietud. Siéntate, le dijo, y Marcos tras sobreponerse a un amago de susto, se sentó al otro lado de la mesa. Cuando se hubo acostumbrado a la penumbra reparó en el atavío de su tia. La sutil camisa de dormir de generoso escote dejaba traslucir por completo sus pechos. El pezón desafiante y también la nítida areola que parecía estampada en la tela.

-¿ Tienes calor? ¿Estás nervioso? ¿no te acostumbras al ruido?

--De todo un poco tía. Me siento extraño y sí, hace calor. En el pueblo es distinto el aire.

-puede que si. Todo es cuestión de costumbre. A tu hermana le pasaba lo mismo los primeros días pero dile ahora si cambia esto por el pueblo y verás que te contesta. ¿Sabes? a medida que creces te vas pareciendo más a mi hermano,... vamos, a tu padre. El no tenía especial interés por irse de aquí. Tenia trabajo y estaba muy bien mirado en la fábrica pero tu madre, que todavía eran novios, insistió en irse a vivir al campo, y ya ves..., allí acabo sus días.

Trinidad no había perdonado a la mujer que había alejado de ella a su hermano Alberto, el padre de Marcos y Luisa. Lejos de alentar la idea siempre que podía intentaba torcer el propósito que se había hecho la pareja de trasladar su domicilio al campo e iniciar allí la nueva vida de casados. En sus encuentros le rogaba que no se fuera, que olvidara esa loca y trasnochada idea de vivir de una explotación agrícola. Todo el mundo abandona el campo para trabajar en las fábricas y tu que estás ya situado abandonas un futuro seguro al lado de los tuyos por una aventura loca. ¡pero, coño Alberto, qué tiene esa mujer para que estés tan ciego¡. La tía Trini no cesó de intentarlo hasta el último minuto y sin embargo su hermano, desoyéndola, se casó con su novia y se marchó a muchos kilómetros de su alcance. Delante de ella estaba en este momento el hijo de su difunto hermano; era más alto y apuesto pero se le parecía mucho, y ahora mismo le estaba mirando las tetas.

parece, Marquitos, qué no hubieras visto unas tetas en tu vida¡. Aunque, claro, conociendo a la mojigata de tu madre no me extrañaría nada que fueran precisamente las de tu tía las primeras tetas que vieras en tu vida. No, no tienes que disculparte porque es la cosa más normal y natural del mundo. En casa todos nos hemos visto desnudos. Si hombre, no pongas esa cara de asombro. No es que vayamos en cueros todo el día por casa, no, no se trata de eso pero, vaya, que no es extraño que vea a Raúl cuando se cambia o que yo me esté duchando y entre él al baño. Igual tu tío Ramón con Nuria ¡eh!, y qué decir de tus primos...Vamos que eso es lo normal. No hay que avergonzarse de los cuerpos sino de otras cosas... A estas alturas lo raro es lo de tu madre que seguro que anda todo el día tapándose por los rincones y a saber qué ideas te habrá metido en la cabeza, menos mal, menos mal, que tu hermana salió de debajo de sus faldas que si no... ¡Que no chavalín, que por mirarme las tetas no pasa nada y por mirarme el culo tampoco, ¿vale?. Anda vamos a intentar dormir un rato que mañana nos espera un día de ajetreo que pa qué.

Y Marcos, en efecto, sin decir ni media espero que su tía se levantara de la mesa y pasara junto a él camino de su habitación para aprovechar la ocasión de intentar verle, además de las tetas, el culo. Pero no fue el culo lo que le vio porque tía Trini se había puesto bragas: unas diminutas bragas, azules como el camisón, que apenas le cubrían la parte central de las nalgas y que a efectos de la imaginación eran aún más enervantes que la propia contemplación de su desnudez.

Amaneció el sábado y ya desde muy temprano el trajín se apoderó de la casa. Luisa era acaparada, en abierta disputa, bien por su madre bien por su tía y cuando estas, por un momento, se olvidaban de ella era su prima Nuria quien la agobiaba con sugerencias de última hora sobre el peinado o el maquillaje. Fue después de almorzar, cuando la digestión y el calor se unieron para extender la calma de la somnolencia sobre las atareadas mujeres, el momento que cazó al vuelo Luisa para verse con su hermano. Se sentaron frente a frente y ésta vez, cuando abrió las piernas a la visión de Marcos, el muchacho pudo extasiarse en la valoración de aquel frondoso coño de un negro azabache en arrebatador contraste con el vivo bermellón de sus abiertos labios que tanto lo subyugaba. Apenas unas horas más tarde sus hermana iba a celebrar una ceremonia de unión con otro hombre pero ni así se olvidaba de él. En gratitud un Marcos nervioso acertó a abrirse la bragueta y a mostrarle fugazmente como en ofrenda toda la longitud y verticalidad de su pene. Se sonrieron y con los labios, sin sonido, y señalado su hermosa entrepierna Luisa le dijo que buscara en el último cajón del mueble del baño. Allí entre dos toallas Marcos encontró las últimas bragas que su hermana llevaría de soltera. ¡Qué delicia de aroma¡ ¡Qué húmeda tibieza de hierba recién cortada¡ ¡Qué poderosa y erectora alquimia de flujos¡. Con cuanta delectación se derramó sobre ellas.

El oficio religioso fue aburrido y el ágape posterior en una conocida sala de fiestas reunió una considerable cantidad de personas. Marcos, salvo a su familia, no conocía prácticamente a nadie y se pasó la velada observando con sorpresa las tonterías que hace la gente que parece divertirse ; oyendo las bromas ridículas que le dirigían a los novios y suspirando porque acabara pronto aquel horror de rito que tantas expectativas había suscitado y del que tanto y por tan largo tiempo habían hablado todos .

Regresaron tarde y bastante cansados. El calor aumentaba la sensación de fatiga y en cuanto llegaron se dirigieron a sus habitaciones. Marcos daba vueltas en su precario jergón y como se desesperaba decidió levantarse y calmar el desasosiego. Miraba a la calle por la ventana semiabierta de la cocina cuando se escuchó el ruido de la puerta del baño y un leve y oblicuo haz de luz llegó por el pasillo hasta el umbral de la cocina; una descarga de cisterna y el rumor de unos pies descalzos lo alertaron. La silueta era la de su tía Trini:

-parece que nos encontramos siempre.¿No estás cansado?. Ya vi que no bebiste sino refrescos. ¡Ay que formalito me salió el chico¡ Me pareció que te aburrías,¿no?.

La tía Trinidad había avanzado unos pasos cocina adentro y buscando a tientas encendió una lampara de luz blanca adosada a la cornisa de los muebles sobre la encimera; una claridad lechosa se apoderó de la estancia y Marcos vio entonces los pechos de su tía; los mismos pezones grandes y las mismas oscuras areolas pero vio también una difusa mancha oscura pegada a la tela casi gaseosa del camisón de aquella mujer enérgica y de carácter, según opinión general, tan difícil. Permanecía de pie a escasos centímetros de él y ahora si que podía discernir con detalle el crespo tupé del coño de la tía Trinidad. No era un monte triangular ni obedecía a simetría alguna; era simplemente una floración agreste que le ponía un punto de lujuria a toda su figura y que galvanizaba toda la atención del espectador.

esa timidez tuya te va a crear muchos problemas de relación. Te estuve observando y no hablaste en toda la noche prácticamente con nadie. ¡Marcos!, ¡Marcos¡, no se puede ser tan cortado.

Marcos no contestaba. Toda su atención se concentraba en la contemplación del cuerpo de la tía Trini. Su atónitos ojos viajaban alternativamente a la cara, para estudiar su reacción, a los pechos y el coño.

- ¿no tienes calor con ese pijama?. A mi con este calor me molesta todo. Me puse el camisón para salir pero para dormir me lo quito todo. ¿no has dormido nunca desnudo? Es una sensación tan agradable; deberías probarlo.

Trinidad se sentó sobre la mesa de la cocina con los pies colgando y Marcos creyó adivinar un corte en la pelambrera que con tanto desparpajo se le mostraba. Escrutaba ansioso el interior de los muslos y en un movimiento de su tía atisbó, ahora sí, la arrugada piel de uno de sus labios vaginales. Mientras, y como pago del espectáculo, escuchaba a su tía proponerle un cambio de vida:

- ¿Por qué no te vienes a vivir con nosotros? Ahora está libre la habitación de tu primo y dentro de nada Nuria se casará y entonces estaremos solos tu tío y yo. Seguro que lo pasaríamos muy bien tu y yo. Te enseñaría cosas que bueno...es difícil que puedas conocer en ese pueblo olvidado de Dios.

Aquel muchacho de sonrisa franca y cuerpo fornido se parecía cada vez más a su hermano Alberto y ahora, en este mismo momento, le estaba mostrando su coño; ahora en éste mismo momento una gota de humedad hacía brillar sus labios. Sabía que la polla de su sobrino sería capaz de devolverle un poco de la alegría que desde hacía unos años le había arrebatado la vida tan monótona que llevaba Casi podía sentir como el tieso miembro que luchaba por romper la presión del calzoncillo se abría paso por entre sus muslos abiertos y llenándola le devolvía el goce vivido años atrás. ¡Cómo se parece a su padre!. Que fácil sería abrir mi sexo a su hambre de adolescente, - cavilaba- pero su madre duerme en la habitación de al lado y mi marido, a lo peor, se despierta.

-- Me lo pensaré tía. Me lo pensaré.

Marcos sentía deseos de desnudarse y penetrar salvajemente a aquella mujer que lo calentaba hasta lo indecible; sabía que no lo rechazaría, que lo recibiría gustosa entre sus muslos pero su madre dormía a escasos metros y su tío, igualmente, reposaba su cansancio en la habitación de al lado:

-- Me lo pensaré tía. Me lo pensaré.

- Prométeme, al menos, que vendrás a pasar unos días. ¿Verdad que sí?

--Ah! Eso sí, cuenta con ello.

Antes de volver a su improvisada cama entró en el baño; entre el montón de ropa sucia encontró unas bragas que dedujo serían de su tía por la cantidad de largos y ensortijados rizos de vello trabados en su tela y alivió la tensión abrazando su polla con la prenda. Cuando volvió junto a su madre que dormía plácidamente supo que no aceptaría la propuesta de tía Trinidad y que no abandonaría nunca la vida en el pueblo. Al día siguiente muy de mañana retornaron con Mari Luz y Roberto al pueblo; aunque el viaje fue cansado nada más llegar se pusieron a realizar las tareas pendientes. Los animales no podían estar un día más sin atender. Entre su madre y él se repartieron las tareas y al atardecer estaban todos debidamente abrevados. Las ausencias por cortas que fueran y por muchas que fueran las previsiones siempre generaban preocupación en Marcos, renuente siempre a estar lejos de sus queridas bestias. Después de la reparadora ducha se sentó en el sillón grande del salón frente a la televisión y miraba sin verlas las imágenes que animaban la pantalla. Su madre avanzó hacia él con el pelo aún mojado y con una cómoda bata de algodón por único atavío. Se sentó de espaldas sobre sus rodillas y en lo que parecía una maniobra distraída fue buscando poco a poco el contacto con el pene de su hijo Marcos sintió claro y rotundo el intersticio de las nalgas desnudas de su madre y cuando ya su polla estuvo erecta , asiéndola por la cintura le indicó con un gesto que se incorporara un poco y poder así desprenderse de la ropa que constreñía su miembro. De un solo tirón se saco pijama y calzoncillo. A modo de badajo golpeó con su polla el culo de su madre quien agarrándola al tacto y sin mirar hacía detrás se la hizo pasar por sus mojados labios en busca del agujero donde, finalmente, insertarla.

- ¡Qué ganas tenía cariño¡ ¡Qué ganas tenía corazón¡ ¡Qué ganas, Dios¡

No era muy común que su madre tomara la iniciativa pero en esta ocasión era ella quien se movía, febril, y se inclinaba para que la verga de su hijo recorriera todos los milímetros de su vagina pulsando en cada embestida miles de puntos nerviosos que la tenían en ascuas, al borde retardado de una explosión de placer. El movimiento de vaivén de la mujer iba aumentando al par que los esfuerzos del muchacho por retasar la eyaculación. Las palabras de su madre que por lo normal no expresaba su excitación lograron enervarlo y al borde de vaciar el contenido de sus testículos con el siguiente golpe de caderas le dijo a su madre que se iba a correr, que ya no podía aguantar más.

Espera mi vida, espera¡

y descabalgando, con un rápido movimiento se arrodilló entre las piernas de Marcos para asir su polla y ayudada de la boca conseguir que expulsara el semen sobre su rostro. La primera y potente descarga cayó sobre su ojo derecho, nariz y boca. La segunda y más débil contracción esparció su rastro denso y blanco sobre el pecho agitado de su madre.

- ¡me encanta ver cómo te corres¡ ¡me pasaría el día entero viéndote¡, es cómo mágico sentir los espasmos y ver salir la leche.

Mientras hablaba su madre continuaba meneando su polla con caricias maquinales y delicadas.

- ¡me encanta¡ ¡me encanta¡, no me cansaría nunca de mirar como te corres.

Las sesiones de sexo con su madre tenían lugar la mayoría de las ocasiones en la cama y eran sosegadas; los cuerpos desmayados se amaban en una suerte de duermevela, en la atmósfera tranquila de las apetencias comunicadas con los gestos. Algunas veces, en cambio, a Marcos le asaltaba el deseo de poseer a su madre en los sitios más dispares; bastaba que al inclinarse se le marcaran las costuras de las bragas o que en una fugaz secuencia enseñara los muslos un punto más allá de lo habitual para que pegándose a su culo le hiciera notar toda la dureza de su excitado miembro. En la cocina más de una vez y mientras su madre atendía a labores, por ejemplo, en el fregadero le había alzado la falda y o bien bajándolas a medio muslo o bien rodándolas a un lado su madre se encontraba en un tris sin bragas y ensartada por el candente fierro de Marcos.

Los encuentros con Mari Luz con el tiempo habían subido en intensidad y aunque la mujer no pasaba de practicarle unas deliciosas gayolas su técnica se había depurado y en las últimas ocasiones había dejado incluso que Marcos la metiera en su boca pero sin que, -¡ eso si que no¡- le permitiera correrse en ella. Marcos se divertía enormemente con las justificaciones morales que parecían dirigir la vida de Mari Luz. Bien mirado, se decía para si, lo que hago lo hago por tu bien, para que no tengas carencias que puedan ocasionarte problemas. Las mamadas de Mari Luz tenían, entonces, una finalidad terapéutica; iban destinadas a liberarlo del terrible mal que se agarraba como una garrapata a sus testículos. Lo hago por ti, lo hago sólo por ti, bien lo sabe Dios –repetía- , pero los efluvios que llegaban a la nariz de Marcos desde su entrepierna y la humedad delatora que cercaba su ropa interior la desmentían. El día menos pensado la buena samaritana daría una vuelta de tuerca a su apostolado y quien sabe qué podría depararle a Marcos la pasión redentora de Mari Luz. En cuestión de meses, Marcos lo sabía, Mari Luz le pediría algo más.

En Diciembre Nuria comunicó a su madre la intención de pasar las navidades juntos. Llegarían el mismo 24 por la tarde, pasarían la noche en el pueblo y el 25 después de almorzar regresarían a la ciudad. Joaquín complacía así los deseos de su mujer. El fin de año, en compensación, lo celebrarían en casa de sus padres en la misma ciudad. Aquel día de nochebuena llovía copiosamente y hacía mucho frío. En la pastelería del pueblo estaban encargados los pasteles y dulces típicos y había que ir a buscarlos. Joaquín puso a disposición de su suegra –faltaría más- su coche; la llevaría él mismo al pueblo y compraría además algunas suculentas viandas. Con mucha precaución, dado el estado de la carretera, salieron justo después de comer - no conviene salir muy tarde que nunca se sabe los imprevistos que se pueden presentar -. En cuanto Luisa vio desaparecer desde la ventana del piso superior el coche bajó las escaleras en busca de su hermano. Lo encontró adormilado en el sillón del salón. Se sentó a su lado y poniendo su leve mano sobre el relajado pene de su hermano le susurró al oído:

- ¿no tenemos algo pendiente?

Marcos y su polla reaccionaron al unísono. Le pasó la mano por encima del hombro y recostándola sobre sí acarició una de sus tetas. Luisa le abrió la bragueta y sacó de su encierro la herramienta que tan buenos momentos le había procurado.

- Ahora que puedo comparar tu polla me parece todavía más bonita.

Y después de dos detenidos lengüetazos

-...y más sabrosa. ¿Por qué no vamos a tu cuarto?

Le pidió a Marcos que se desnudara mientras ella hacía lo propio. Ver a su hermana desprenderse de su ropa era un espectáculo del que jamás, estaba seguro, se cansaría. El poblado pubis de Luisa le parecía aún de vello más negro y brillante; sus caderas parecían haber aumentado y su piel aparentaba una suavidad que no le conocía. Marcos, con un gesto, invitó a su hermana a que se tumbara. Pretendía sumergirse entre sus muslos a libar el licor que allí manaba pero Luisa declinó el ofrecimiento y fue él quien se tumbó sobre la cama para que su hermana lo montara a horcajadas. Situó, como había hecho en el pasado, los labios de su sexo encima de la polla que, obligada, reposaba horizontalmente sobre el vientre de Marcos.

- Ya no soy virgen. Ahora vamos a terminar lo que empezamos. Quiero ser la primera en tenerla dentro.

La dirigió lentamente hacia su vagina y aspirando ruidosamente el aire por la boca la polla de Marcos fue deslizándose tan deliciosa y cálidamente entres sus rojos e hinchados labios y liberando tal cantidad de placer que ambos estuvieron al punto del desmayo. Al temblor de sus orgasmos se unía un placer que iba más allá de la fisiología. Con aquella penetración se rompía una especie de miedo absurdo que ni la distancia ni sus otras experiencias sexuales habían conseguido quebrar. Fue el cumplimiento de una querencia postergada; la culminación de una pertenencia mutua. La polla de Marcos había entrado en un ámbito mágico. Luisa recibía en su interior el símbolo totémico de su iniciación a los placeres del sexo. El estremecimiento que sintieron los desarboló y Marcos no pudo reprimir un primer disparo de semen que salió inadvertido y osado en busca de los interiores de su hermana. La cara de susto de Marcos divirtió a Luisa quien lo tranquilizó gozando aún más con la tibieza del liquido que la recorría:

- ¡tranquilo, tranquilo! Ya no importa. No pasa nada. Córrete más. Córrete más.

Y Marcos se derramó con un placer y una sensación de plenitud jamás sentida. Después, guiado por su hermana, la penetró desde todos los ángulos imaginables y acabaron felices y divertidos como dos chiquillos que se adentran en el conocimiento de un placer vedado.