Aislados pero contentos

Un muchacho de 19 años vive en un enclave rural con su madre y su hermana. Su vida discurre plácidamente.

Aislados pero contentos

Los días pasaban monótonos. Ningún acontecimiento venía a alterar la cadencia siempre idéntica de aquel pueblo. Apenas 50 habitantes desperdigados en aquel inmenso valle de casas aislada. Huertas, vallados para el ganado y una ermita ahora cerrada completaban el paisaje que Marcos enfrentaba desde hacía 19 años. Las tareas del campo ocupaban gran parte de su tiempo y el resto, bonancible y tranquilo como era, lo dedicaba a la televisión o a la música que escuchaba en un viejo cassete. Era el más joven por aquellos pagos; en realidad era el único joven. La vida en aquella casa, de todas maneras, se le antojaba agradable.. Su madre y su única hermana de 24 años, compartían los quehaceres de la huerta y los animales con él. Empezaba, eso sí, a ser consciente de las responsabilidades que debía asumir pasados ya cinco años de la muerte de su padre. No le causaban problema alguno el aislamiento o la falta de distracciones que podríamos pensar necesitan tanto los chicos de su edad.

Su sexualidad se había despertado de forma natural e igualmente contenida y, a falta de otros referentes, su hermana era la fuente de inspiración de sus fantasías. Se la imaginaba desnuda pero no acababa de definir sus formas, era incapaz de darle forma a sus tetas, de dibujar el contorno de su culo y mucho menos de tener una idea de su pubis. Se la imaginaba pero sólo tenía de esa ensoñación una imagen confusa que podía corresponder a cualquier mujer. Serían sus pezones, se preguntaba, como los de las chicas que aparecían en la revista LIB, la que guardaba tan celosamente en un rincón del establo; sería su vientre plano y su pubis perfilado a semejanza de las modelos del ejemplar de la revista que en su viaje a La Capital le regalara su desinhibido primo Raúl. Cerraba los ojos y con las imágenes del papel couché ponía cuerpo desnudo a la cara de su hermana mientras hacía palpitar con la mano su pene erecto en la soledad de su cuarto y, a veces, también en el galpón de las herramientas protegido, precisamente, de su hermana o su madre. Las cosas transcurrían con el letargo de la vida rural y Marcos seguía enfrascado en sus prácticas hasta un día en el que, de repente, las cosas dejaron de ser tan cansinas. Aquel día de inicios de verano su hermana le pidió ayuda para subir a la azotea la tapa nueva del bidón de Uralita que servía para contener el agua de reserva. Luisa, su hermana, había decidido subir primero cara a él para que, como correspondía, soportara él el mayor peso; a cada escalón y como quiera que Luisa vestía una bata de algodón dos dedos sobre la rodilla, Marcos atisbaba el blanco de sus bragas; era una visión fugaz pero regular que lo mantenía en vilo. Cuando llegaron a la altura del depósito su hermana tuvo que apoyar, abriendo la pierna, el pie derecho en el muro que remataba por su parte superior la escalera y entonces, como un fogonazo potentísimo de luz, apareció ante los desorbitados ojos de Marcos la negra sombra de la mata de pelo del coño de su hermana festoneando la calada blancura de las bragas que la contenía.

Sintió un vahido, un ahogo que trató de mitigar dirigiendo a Luisa las primeras palabras que le vinieron a la cabeza: ¡Qué pesada, verdad!. Luisa esbozó una sonrisa. Durante todo el día Marcos no pudo sacarse de la cabeza el pode de la imagen que lo había trastornado tanto. ¿Qué era lo que atesoraba su hermana debajo de la falda? ¿Qué portentosa promesa de misterio y placer dormitaba tras la tela leve de su lencería?. No podía y tampoco quería quitar ese momento de revelación de su mente; creía sinceramente que su hermana era la criatura más sensual de La Tierra. Sabía que Luisa no era lo que se dice guapa; la nariz aguileña, heredada de su padre casaba mal con la redondez de su rostro y la lozanía de sus casi siempre encarnadas mejillas; los surcos perfilando la comisura de sus labios imprimían al rictus de su boca una expresión de cierta tristeza que se suavizaba con la viveza de sus grandes y negros ojos. Su cuerpo, empero, resultaba agradable. Las piernas robustas aguantaban con gracia un culo prominente de nalgas nítidas. Sus muslos torneados y su busto armonizaban una figura que consideraríamos normal. ¡Dios mio¡ ¡Cómo podría vivir a partir de ahora sin la materialización diaria de ese milagro que le removió las entrañas y le alborotó las ganas¡. Esa noche se durmió al borde de lo febril con el adivinado coño de su hermana llenando la habitación; ni siquiera pudo o atinó a masturbarse.

Al día siguiente cuando acabadas las tareas del día se aprestaba junto con las dos mujeres de la casa a almorzar, entró al baño para lavarse las manos y orinar. El vívido recuerdo del sexo oculto de su hermana le asaltó y, aunque nunca antes le había ocurrido, quiso saber si en el cesto de la ropa sucia estaría la prenda que ayer su hermana llevara. Rebuscó en las primeras prendas y se tropezó con un par de bragas, unas beige y otras, más pequeñas, blancas y con profusión de calados en forma de flor que al punto reconoció como las que buscaba. No se atrevía a cogerlas pero después de comprobar nerviosamente que la puerta del aseo estaba bien cerrada tiró de ellas y las sostuvo en sus manos como si se tratara del más delicado animalillo que existiera. La voz de su madre recordándole que el almuerzo estaba sobre la mesa sonó en sus oídos como un disparo; las dejó donde estaban y salió precipitadamente hacia la cocina. Temió no poder controlar las desbocadas palpitaciones de su corazón; le faltaba el aire cuando miraba a su hermana así que, cabizbajo y alterado engulló la comida. Tenía que volver a tener entre sus manos aquella deliciosa prenda. Llegó la hora de su ducha diaria; el ansía lo devoraba. Cerró tras si la puerta del baño y a medida que volvía por su objeto de deseo una tremenda erección, casi dolorosa, le hizo despojarse de la ropa. cuando se acercó las bragas de su hermana a la nariz y aspiró el acre perfume de sus íntimos jugos el semen, espeso, comenzó a brotar de su pene en un prolongado orgasmo que lo dejó inerme, agotado, rendido. A partir de ese día se convirtió en fervoroso cofrade de la adoradora orden de las bragas de su hermana. Contemplaba con fruición las diversas huellas que quedaban en la felpa de las prendas y supo distinguir el aroma liviano de la orina de otros efluvios más densos e inascribibles; se admiraba del ensortijado y grueso vello púbico que encontraba enredado y la certeza de que aquel elemento mínimo había estado escasas horas en el monte de venus de Luisa lo hacía temblar preso de una indescifrable emoción. Daba gracias al cielo por poder disfrutar de los placeres a los que ahora se daba y rezaba para que las cosas no cambiaran nunca.

Aquella tarde de sábado el ocio y la circunstancia de hallarse sólo en casa le tenían alborotadas las hormonas; rebuscó en la cesta de los placeres pero no encontró las adoradas prendas. Probablemente, pensó, su hermana las había puesto todas en la acostumbrada colada de los sábados por la mañana. Se desesperó y hurgó de nuevo; descubrió entonces envueltas en un traje unas bragas de color marfil. El traje era de su madre y, claro, las bragas también; no tenían el lazo cosido en la parte superior que identificaba la lencería de su hermana. Dudó y una sombra de culpa lo inquietó pero su calentura acabó llevándole a desentrañar los misterios de la prenda y la zona que contactó horas antes con el sexo de su madre pasó por su nariz y terminó abrazando su palpitante polla. Su olor era casi perfume, suave y etéreo vaho si lo comparaba con el feraz y enervante rastro de feromonas que dejaba su hermana en todas sus bragas. Hubo al menos tres o cuatro ocasiones más en las que se sació con la ropa interior de su madre pero para evitar quedarse ni un solo día sin su fetiche resolvió hurtar del cesto una de las bragas de su hermana y llevárselas al galpón donde gozaba de mayor intimidad. Al día siguiente las reponía discretamente y de ésta manera nunca se quedaba sin su preciado estimulo textil.

Se encontraba sentado en el salón ojeando el manual de funcionamiento del rudimentario tractor que tenían en casa; su madre trasteaba en la cocina y su hermana fregaba el piso dándole en aquel momento la espalda. Caminaba Luisa desde el pasillo hacia el salón en su recorrido cuando, sin flexionar las piernas, se inclinó sobre el cubo para escurrir el trapo y en ese instante Marcos creyó desfallecer. La corta bata de Luisa había dejado al descubierto el más glorioso espectáculo que él jamás hubiera presenciado. Las bragas amarillas de agujeritos querían perderse en la raja de su hermana buscando no se qué interiores; la tela no alcanzaba a tapar sino la zona central de su entrepierna que desbordaba de pelos por todos los flancos. La mezcla de piel, tejido y vello era una lujoriosa explosión de carnalidad, un relámpago de obscena alegría, un altar donde rendir todas las armas de la voluntad. El fogonazo de carne se repitió al menos dos veces más; para la segunda ocasión en que su hermana inclinó la espalda sobre el cubo la garganta de Marcos se había secado por completo.

Se había duchado y sentado en su cama se disponía a enfundarse una ropa cómoda para pasar la tarde escuchando algo de música mientras ojeaba la revista de automóviles que le había traído el cartero cuando su hermana tocó a la puerta de su habitación.

-Marcos,-dijo con un tono entre inquisitivo y burlón- , Marcos , creo que tienes algo mio.

--¿el qué?

-piensa un poco, ¿no tienes algo que me pertenece?

--joder Luisa¡, déjate de acertijos

-bueno, vale; me faltan unas bragas y en casa... la verdad, solo puedes ser tu quien las tenga; blanco y en botella, pues eso....

--Vamos, no me jodas ¿para qué quiero yo tus bragas?

-¿para hacerte una paja, tal vez?. Vamos Marcos que ya no somos niños.

Marcos enrojeció y el temple primero desapareció ante la contundencia y la franqueza del discurso de su hermana. Luisa comprendió la situación y, rápidamente, se adueño del momento:

-no me importa que las cojas, de verdad que no; me gusta incluso que te exciten, me da, yo qué se... morbo. Unicamente quiero a cambio una cosa.

--Dime, qué?..

-Tengo veinticuatro años y todavía- dijo rápidamente-, no he visto a un tío en pelotas. No he visto una polla de cerca en mi vida; joder Marcos no puedes decirme que no, es un favor que te pido.

--bueno, yo tampoco he visto a una tía en bolas, quiero decir, así, de cerca.

-vale entonces. Tu te desnudas y yo me desnudo, ¿te parece?

--¿Y si viene mamá?

-¡coño tío, si se acaba de ir a casa de Mari Luz¡. Eso son por lo menos tres horas. Venga ya, empieza.

Se miraron nerviosamente a los ojos y sentado como estaba Marcos apartó su bata y comenzó a tirar lenta, casi sin atreverse, de la cintura de sus calzoncillos; poco a poco apareció el tallo de su pene y cuando los hubo apartado del todo el glande terminó por mostrarse a los ojos de su hermana de un salto. La polla de Marcos tembló morcillosa un instante y llevado por lo enervante de la situación de súbito empezó a cobrar rigidez y tamaño. Cuando concluyó de estirar la prenda su mano estaba a la altura de los testículos y el enhiesto miembro de Marcos apuntando al cielo atrajo la mirada absorta de Luisa que se mantuvo quieta y en silencio con los labios entreabiertos. Marcos se recostó y cerró los ojos un breve espacio de tiempo; cuando los abrió su hermana se había adelantado unos pasos y comenzaba a inclinarse sobre su falo. Dios, que pasada¡ repetía en un casi imperceptible susurro y su mano temblorosa y fría, más en rigor, el dedo pulgar e indice asieron el hasta ahora desconocido trozo de carne surcado de venas e inyectado de sangre que pugnaba por henchir el amoratado glande hasta lo imposible.

¡Santo Dios, santo Dios, qué maravilla¡ repetía Luisa y su mano, ya con todos los dedos se adueñaba de la textura ignota del órgano que se le revelaba más sublime de lo que jamás hubiera imaginado.

Un ¡Espera¡ articulado débilmente por su hermano la sacó momentáneamente del arrobo y mirándolo comprendió que los ojos y el gesto de Marcos la invitaban a cumplir su parte del pacto. Soltó, y le costó mucho hacerlo, la polla de su hermano y comenzó a sacarse la bata azul que vestía: se descolgó las asillas de los hombros y tiró hacia abajo del leve vestido. Apareció ante la vista expectante de Marcos un sostén color carne de tan leve tejido que no alcanzaba a ocultar la negrura punzante de los pezones; la bata continuó su recorrido descendente y al resbalar por las caderas cayendo al suelo dejó al descubierto, allí, a escasos centímetros de su vista, las tenues bragas caladas, también de color carne, que apenas disimulaban el manchón rotundo del poderoso pubis de Luisa. Qué quieres que me quite primero, le preguntó y Marcos, quebrada la voz, acertó a decir lo de abajo. Despacio, desde los flancos y con un solo dedo a cada lado, Luisa fue desvelándole a su hermano el vellón azabache que atesoraba su entrepierna; para cuando las bragas se pararon a medio muslo la polla de Marcos temblaba presa de los espasmos de una involuntaria eyaculación que manchó de blanquísimo semen su vientre todo. ¿ Así te corres con mis bragas? Preguntó Luisa y Marcos atinó apenas a asentir con la cabeza mientras sus ojos y su mente trataban de guardar aquel momento que se le antojaba único, irrepetible. La mano ansiosa de Luisa tomó de nuevo el aún erecto pene de Marcos y examinó el semen licuado que quedaba en su punta; desplazó la mano arriba y abajo del ahora lubricado tronco y finalmente, con cierta torpeza llevó su boca hasta el glande y lo atrapó con sus cálidos labios.

Su hermana completamente desnuda con las tetas colgando ante su vista y con su polla en la boca,: esa era la casi onírica situación en la que se encontraba ahora y quería, es más, exigía que el tiempo se parara, pero los minutos pasaban y no podía permitirse dejar pasar la oportunidad sin descubrir nuevos placeres. Hizo que Luisa se recostara en la cama como el lo había estado hasta ahora y arrodillado entre los cálidos muslos aspiró directamente de la fuente el aroma que lo enervaba hasta la locura y su boca desentrañó todos los sabores que podía ofrecerle aquel milagro que respiraba como con vida propia entre las piernas de su hermana. Mordisqueó su clítoris, lamió sus labios, sorbió sus jugos, lengüeteó sus interiores y se extasió una y otra vez en la contemplación de una desnudez que iluminaba la habitación. Quietos después de horas de juegos y prospecciones, de preguntas y tímidos jadeos su hermana, con cierto susto, recordó que su madre estaría al caer y presurosos y divertidos se lavaron y vistieron. Todavía hubo tiempo para una última caricia, para otra mutua manipulación de genitales hasta que llegó a sus oídos el ruido en la grava de los pasos de su madre.

Pocos eran los días en que aún con su madre por la casa no aprovechaban cualquier mínima oportunidad para regalarse los sentidos. Luisa sentada en el sillón del salón abría las piernas y le mostraba, lúbrica y descarada, las bragas a Marcos; si la ocasión lo propiciaba llegaba a desplazarlas a un lado y entonces el carmesí de los labios vaginales en contraste con el azabache de los vellos originaban tal calentón en Marcos que sólo una inminente descarga lograba dejarlo sereno. No era infrecuente que su hermana lo esperara en las escaleras que conducían a la pequeña bodega situada en el sótano de la casa y allí unos escalones por encima de él, sin ropa interior ya, le ofrecía desde una perspectiva que lo volvía loco su poblado coño; Marcos se lanzaba ansioso al manjar tan tentadoramente presentado y su cunnilingus iba progresando a la inversa de lo que se esperaría de un arrebato: iba de menos a más, de leves toques con la lengua y delicados besos a ruidosas succiones o ampulosas bocanadas de carne. Había lugar, también, para que Marcos con su madre en la cocina o en su cuarto, propiciará fugaces retazos de su erecta polla a la mirada sorprendida de su hermana; se bajaba el pantalón del chandal sorpresivamente o bien, al salir del baño descorría la bata que lo cubría y entonces, Luisa, se mordía el labio inferior en señal de complicidad o, si era factible, le replicaba subiéndose la falda. La vida rural no prodigaba habituales ausencias del hogar familiar; la ocasión más propicia para estar solos se la brindaban las visitas que una o, a lo sumo, dos veces por semana hacía su madre a su amiga Mari Luz. Vivía ésta únicamente con su marido a unos tres kilómetros; el camino desde allí tenía que hacerse necesariamente a pie pues la carretera llegaba a ambas casas por direcciones diferentes y no había enlace posible para un vehículo a motor a no ser que fuera un tractor apto para andar por huertas y tierras limosas. De manera que cuando la dueña de la casa salía a departir, coser o cocinar deliciosa confitería con su amiga, los hermanos se sumergían en largas horas de placer y se daban a largos y minuciosos "sesentaynueves" de los que salían exhaustos y ahítos de sensaciones hasta ahora jamas vividas. Nunca, sin embargo, pasaron esa frontera; les bastaba con tocarse y olerse, se sorbían mutuamente los licores de sus sexos y quedaban ebrios de placer. Casi de manera natural evitaban la penetración y nunca hablaban del tema. Luisa llegó a desplazar los labios hinchados y lubricados de su sexo por el tronco de la polla de Marcos, a horcajadas sobre él y aprisionando el tieso miembro entre los húmedos labios movía alternativamente sus caderas hacia delante y hacia detrás hasta que en una potente contracción el pene de Marcos lanzaba su semen sobre su propio pecho. Alguna vez el glande de su hermano rozo los labios vaginales de Luisa pero su himen estaba intacto.

Una tarde mientras le sacaba las bragas su hermana le dijo:

- Creo que mama sospecha algo . No se , continuo Luisa, pero por las preguntas que me hace creo que se imagina algo. No me ha dicho nada concreto pero no para de referirse a que si sigo aquí no voy a encontrar novio y a que una joven como yo, lo comprende, tiene necesidades que aquí son imposible de satisfacer. Que tenemos fama de gente cabal en la comarca y que debemos conservar la imagen de honradez y seriedad que siempre han sido la marca de la casa. Que como mujer que es puede ponerse en mi lugar pero que debo pensar primero en no traicionar la confianza de los que nos conocen y hacen que el negocio sea prospero.

-- A mi, ahora que lo dices , replicó Marcos, me pregunta con insistencia si no me aburro aquí, si no echo de menos las diversiones de la ciudad y me dice, es verdad, que los amigos y las amigas que aquí puedo encontrar son pocos. Que debo divertirme como pueda pero que espera que sepa ser el hombre que todos creen que debo ser, honrado y trabajador, serio y amable. Me da las gracias por trabajar tanto y me promete que ya me compensara los sacrificios que hago. Yo, Luisa, no la entiendo .

- Yo si , ....y engulló el gorgoteante nabo que su hermano le ofrecía.

Sentados a la mesa mientras almorzaban, Luisa y Marcos escucharon como su madre leía la carta que la tía Trini enviaba desde la capital:

"por el bien de Luisa sería aconsejable que viniera a pasar una temporada con nosotros; aquí podría encontrar trabajo con facilidad y seguro que con su prima Nuria pasarían muy buenos ratos. Si no le gusta la vida de la ciudad se vuelve al pueblo y ya está pero sería una pena y, aunque te duela, egoísta por tu parte condenar a la pobre muchacha a una vida a la que tu estás ya habituada pero que con los tiempos que corren no creo que elija voluntariamente nadie. Dale al menos la oportunidad de que compare y que sea ella misma la que decida cómo quiere vivir. Tanto yo como Alberto y qué decir de sus primos estaríamos encantados de acogerla como si fuera una hija más....".

Dos semanas más tarde ya se había decidido que Luisa se marchara por un tiempo, al menos, a casa de los tíos. Su madre había comprendido las razones que le expusiera su hermana Trinidad y sí, no había duda, lo mejor para su hija era instalarse en la ciudad, ampliar su círculo de amistades y, con toda probabilidad, encontrar novio y formar una familia. Aquí, en el aislamiento en que vivían iba a ser complicado que Luisa pudiera conocer mas horizonte que el de la dehesa poblada de vacas. Tendrían más trabajo ella misma y su hijo Marcos pero seguro que se arreglarían. Sí, Luisa debía irse.

La tarde previa al viaje, nadie sabía por cuanto tiempo, de Luisa y como quiera que no pudieron quedarse a solas, Marcos le pidió a su hermana que le dejara a modo de recuerdo las bragas que llevaba puestas; en el momento que su madre entró a tomar la ducha diaria, libres por unos minutos, se arrodilló ante Luisa y metiendo las manos por debajo de su falda fue en actitud casi solemne y con demorada acción bajando poco a poco la que adivinaba sería por mucho tiempo la prenda que le aliviaría la nostalgia de los gratos momentos vividos. Cuando por fin las hubo descabalgado de los pies de su hermana, dirigió sus labios al poblado pubis y aspiró con desesperación el aroma inefable de aquella criatura para luego hundir su lengua más adentro de lo que nunca había estado y dejar en sus papilas el rastro de un sabor rotundo, el de un manjar escaso y caro. Luego sonó un pestillo que se abría.

Se despidió de ella delante de la casa cuando el Renault 12 de Roberto, el marido de Mari Luz que tan amablemente se había ofrecido a llevarla, ronroneó para iniciar la marcha camino de la estación.

Habrían transcurrido casi dos semanas desde la marcha de Luisa el día que su madre le pidió ayuda para subir unas cajas llenas de cortinas, mantas y ropa de escaso uso a lo alto del enorme armario ropero que ocupaba una pared completa de la habitación. Cuando le hubo alcanzado la primera de las cajas y su madre le dio la espalda, subida a la escalera de tijera, para acomodarla, Marcos reparó en la entrepierna de su progenitora; vio la claridad de las bragas y el ribete irregular de los vellos que escapaban por sus lados; quitó la vista un poco turbado y esperó con ella el suelo a que su madre le pidiera subir el segundo de los bultos; cuando su madre lo reclamó las manos le temblaron un poco y sus ojos esquivaron las piernas para mirar, nerviosamente, a los ojos de su madre y tratar de advertir si había alguna sombra de sospecha en su mirada. Ésta vez su madre se detuvo largo tiempo tratando de ordenar el altillo y con las piernas abiertas proporcionó a Marcos una perspectiva inusitada de su generoso trasero que parecía desbordar la tela que lo contenía. Con el trajín y los movimientos los bordes tendían a perderse en el intersticio de las nalgas y un nimbo oscuro sustituía entonces el color beige del encaje; la boca de Marcos estaba seca y parecía que se ahogaba. No era la primera vez que sentía ese vértigo; ya le había ocurrido con su hermana y se preguntaba por qué la sensación de hallarse así tenía siempre relación con mirar algo que, por otra parte, le mostraban.

Lo sacó del mutismo la voz, casi un susurro, de su madre:

¿Te gusta lo que ves?

-- ¿qué cosa? – respondió un abochornado Marcos casi suplicando perdón

Sonriendo y muy suavemente la madre de Marcos le dio a entender que no la tomara por ingenua y le habló así:

Marcos, soy tu madre pero no dejo de ser por eso una mujer; una mujer sabe perfectamente cuando se le ven las bragas y decide, también, cuando quiere enseñarlas.. Si dejo que me veas las bragas es porque quiero probar una cosa y por eso te preguntaba si te gustaba lo que veías.

-- Yo...., no se qué responder. ¡no quiero por nada del mundo que te enfades conmigo. No se,... no se...

  • No me voy a enfadar de ninguna manera. ¿Cómo iba a enfadarme? ¿por qué iba a enfadarme? Hombre, no te engaño, me halagaría provocarte alguna cosita, ... ¡tu me entiendes¡

-- Si, gustarme.. si que me gusta

  • ¿De veras?. Óyeme no quiero que me digas lo qué quiero oír. Quiero la verdad.

-- De verdad, de verdad, que si me gusta.

  • pero ¿te empalmastes?

La pregunta dejó a Marcos descolocado. Estaba preparado, más o menos, para adivinar por donde transcurriría la conversación pero la explícita curiosidad de su madre lo superó.

- ¿Se te puso dura? , inquirió de nuevo su madre y como Marcos no contestara le fue explicando que ya era mayorcito para comprender ciertas cosas. Estoy al tanto , continuó, de la especial relación que tenían tu hermana y tu. Se que la juventud enciende los cuerpos y no os reprocho nada porque a mi misma me pueden a veces las ganas. Desde mucho antes de que muriera papá, con la enfermedad y todo eso...en fin, que ya no recuerdo ni cómo es un hombre desnudo Uno se alivia como puede pero no te voy a engañar, necesito algo más, algo que me devuelva la alegría y cuando te veo tan fuerte y guapo pues... ¡que me gustaría, no se, tocarte, abrazarte, ... o verte, por lo menos¡ .

y tímidamente acercó su mano a la entrepierna de Marcos para tratar de averiguar el grado de excitación que produjo en su hijo la visión de sus a estas alturas empapadas bragas.

-Mi cuerpo, muy bien lo se, no tiene la firmeza ni la lozanía del de una jovencita; me conformo con que no te parezca desagradable y si soy capaz de ponerte a tono no veas la alegría; que un galán como tu muestre interés por una viejecita como yo... es todo un halago, lo que necesitaba, vamos, para que mi autoestima subiera un poquito, porque, cariño, mi vida hasta aquí no ha sido ni fácil ni divertida. No nos tenemos más que el uno al otro y nadie puede juzjarnos si nos damos alguna alegría; las circunstancias son las que son y tenemos igual derecho que cualquiera a disfrutar de nuestros cuerpos, a satisfacer nuestros deseos.

La mano de su madre se cerraba sobre su pantalón asiendo torpemente su semierecto pene cuando sonó la campanilla de la verja que daba acceso al pequeño sendero que conducía a la casa.

Debe de ser Mari Luz. ¡Para hacer días que no viene escogió el momento¡- dijo y dirigiéndose a la puerta se recompuso emitiendo un largo suspiro y tirando de su vestido hacía abajo.

Ahora que la oía hablar alegremente con la vecina, sentadas en la cocina, Marcos se paró a pensar en su madre. Salvo las ocasiones en que furtivamente anduvo trasteando con sus bragas a falta de las de su hermana nunca pensó en ella como sujeto sexual. El cuerpo de su progenitora era como el de su hermana con dos particularidades distintivas y 21 años más. La primera de las diferencias estaba en el tamaño de sus caderas y nalgas mucho más anchas y rotundas; la segunda era igualmente de tamaño y se refería a sus pechos que por el canalillo se adivinaban abundantes, aunque no excesivos. Por lo demás era una mujer de 45 años absolutamente normal; tendría, cavilaba Marcos, algo de tripa y seguro que sus tetas estarían un poco caídas lo que, sin embargo, no desmerecía un ápice su figura bien proporcionada aún con su gran culo. Se podría decir que su madre era razonablemente atractiva, deseable. No era guapa pero sus rasgos amables y su pelo corto la hacían agradable a la vista y su inagotable actividad le conferían ciertas notas de jovialidad.

Cuando ya de noche Roberto vino a buscar en su sempiterno Renault 12 a su mujer, Marcos se disponía a cenar las viandas que su madre le había preparado mientras intercambiaba interminables chismes con Mari Luz. Se despidieron los amables visitantes y su madre se sentó también ella a la mesa para tomar junto con su hijo algo de cena.

- ¿puedes recoger tu, Marcos?

--Claro mamá.

-Gracias cariño, dijo su madre y se retiró

Camino de su habitación cuando concluyó de fregar y recoger la escasa loza de la cena Marcos pasó por delante de la puerta abierta del cuarto de su madre y miró instintivamente hacia su interior. Su madre estaba de espaldas en ropa interior; nunca antes se había mostrado tan despreocupa con su intimidad y Marcos intuyó que la situación generada antes de la visita de Mari Luz debía concluir de alguna manera, que su madre, ¡menuda era¡ no la iba a cerrar en falso. Se detuvo en el umbral y contempló la figura de su madre, su piel blanca y su culo, ahora se daba cuenta cuan atrayente, contenido por las bragas tipo bikini de color beige que ya atisbara desde otra posición horas antes; se disponía ahora a desprenderse del sostén y cuando Marcos, que ignoraba si su madre lo había advertido, hizo ademán de retirarse ésta, casi en una súplica, le invitó a no irse:

- puedes quedarte, si quieres.

Acto seguido sus manos en la espalda destrabaron hábilmente la trabilla de la prenda y echando los brazos hacia delante la depositó sobre la cama. Con un ligero escorzo se inclinó a recoger el camisón dispuesto también sobre el colchón y se lo introdujo por la cabeza alzando ambos brazos. Durante ésa acción a Marcos le alcanzó para ver lateralmente su pecho izquierdo surcado de venas turquesas, breves meandros sanguíneos en aquella tersa blancura. Cubierta con el camisón su madre se giró y miró directamente a los ojos de Marcos fijos en las simétricas y grandes areolas que sus tetas marcaban en la casi etérea tela del camisón que había elegido con tanta intención esa noche.

-¿Te parece si vemos la tele un rato?

--Vale, aunque no creo que haya nada interesante.

-Es sólo para estar un ratito charlando.

Se sentaron uno frente al otro. Marcos no podía apartar la vista de las tetas que le mostraban tan pícaramente; tampoco del triángulo beige que aparecía entre las piernas de su madre. Decidió no disimular su erección. Al cabo de unos minutos su madre abandonó el sillón de enfrente y se sentó junto Marcos.

-Ahora si que creo estar segura de que te gusta lo que ves.

--Antes también me gustó lo que vi

-Bueno, bueno; entonces es hora de que haya, digamos... una compensación.

--No entiendo.

-Si hombre, yo que se, algo, por poco que sea que me alegre la vista. Quédate, si te parece, en calzoncillos.

Marcos se levantó y se sacó el pantalón del chandal; antes de volver a sentarse se quitó también la camiseta; ahora estaba al lado de su madre con un breve slip azul que no bastaba a tapar el tallado de su erecto pene marcado en toda su largura y grosor por el elástico tejido. Desde luego , sentenció su madre, ya no eres un niño y deslizó los dedos de su mano por toda la longitud del miembro que como una alimaña apresada en una red esperaba, furioso, escapar de la prisión de la tela. Esto , continuó su madre, es lo más excitante y maravilloso que me ha pasado desde ya no recuerdo cuando. Lo más cerca que he estado de ésta cosa , digo señalando la polla de Marcos, ha sido alguna que otra vez, te lo confieso ahora, que me he llevado tus calzoncillos a la cama, así que ya puedes hacerte una idea de cómo estoy. Yo , respondió Marcos sinceridad por sinceridad,

¿De verdad? ¡no me he dado cuenta! , ¿y qué haces con ellas? ¿Le das a la zambomba, pillín?

. Como si estas palabras fueran un salvoconducto Marcos sintió como la mano de su madre penetrando por la parte superior del slip se apoderaba de su polla y sacándola de su encierro comenzó a masajearla suave y quedamente, con movimientos largos y acompasados. ¡Qué grande y preciosa que es¡ ¡Qué suerte la mía de tener ésta hermosura entre mis manos¡ . Su madre continuaba cada vez más ansiosa con los movimientos de su mano sobre la polla de Marcos y éste temiendo y deseando a un tiempo el obvio desenlace avisó a su Madre para que o tuviera cuidado o parara de hacer lo que estaba haciendo con tanto deleite porque, lo expresó así, iba a terminar de un instante a otro. Lejos de amainar su ímpetu masturbatorio su progenitora presa de una ciega pasión aceleró el vaivén de su mano trémula de excitación y la consiguiente y provocada erupción le produjo a ella misma un torrente de fluido que empapó su ya húmeda vagina como no recordara haberle sucedido jamás. Con los dedos llenos de semen continuó acariciando el pene de su hijo absorta en la contemplación de lo que ella misma había originado, feliz por su atrevimiento.

- Es tarde y mañana tenemos mucha faena. Buenas noches, cariño . Y así, abruptamente, se retiró a su habitación y cerró la puerta.

Marcos se disponía a afeitarse en el cuarto de baño. Se miraba en el espejo para extenderse la espuma de jabón cuando su madre entró y con un ágil movimiento metió sus manos bajo la falda y tiró de sus bragas al tiempo que se sentaba en la taza; Marcos, la vista al frente, veía reflejada la espalda de su madre. Al acabar se demoró en la acción de secarse y al subirse las bragas su culo desnudo se detuvo unos segundos en la luminosidad del espejo de pared. Era obvio que algo había cambiado en la actitud de su madre y que sus actos iban encaminados a hacerle entender que lo ocurrido ayer noche no había sido un hecho excepcional o irrepetible. Dar el siguiente paso era cuestión de tiempo; sólo lo inquietaba la duda de saber si debía darlo él o esperar, como hasta ahora, que la iniciativa fuera de su madre. Pocas horas después del almuerzo, una vez reposada y digerida la comida y tal como era su costumbre Marcos se encaminó al baño para su ducha diaria; ésta vez, decidió que no cerraría la puerta. Se desnudó y ya iba a entrar en la ducha cuando su madre entrando en el baño le propuso bañarse juntos: así nos enjabonamos uno al otro, ¿te parece?. Ver a su madre quitarse la ropa iba a ser un espectáculo del que no quería perderse ni el más mínimo detalle. Se sacó sin muchas ceremonias la blusa y se desabrochó con igual presteza la falda que cayó al suelo; estaba ahora en bragas y sujetador frente a él. Las bragas blancas y ajustadas a la cintura perfilaban los labios de su coño que le pareció a Marcos bastante más abultado que el de su hermana. Algunos vellos escapaban por la parte baja de la tiránica presión de la prenda. El corazón le bombeaba fuerte, sentía la presión en las sienes y la tirantez de su polla levemente inclinada hacia la izquierda. Después su madre se desprendió del sostén y tal como había imaginado sus tetas de grandes y oscuras areolas cayeron levemente sobre su torso; eran dos globos voluptuosos que parecían a la vista enormemente densos. Las bragas se las fue bajando poco a poco; primero aparecieron los vellos de la parte superior de su monte de Venus, después la achatada turba del triángulo por su parte más ancha y por último los pelos rebeldes que en pico dejaban entrever un poco la terminación de los labios mayores. Cuando el agua tibia de la alcachofa los alcanzó sus cuerpos se juntaron, el de ella mucho más cálido que el de él. Su madre se apoderó de la esponja y del gel y frotó el cuerpo de su hijo, de arriba abajo, por delante y por detrás. Se recreó en la limpieza del pene al que, divertida, le brindó grandes agasajos, mirándolo y palpándolo como si lo descubriera .

-- Ahora es mi turno , le dijo Marcos y arrebatándole la esponja llenó de olorosa espuma todos los rincones de la anatomía femenina que tenía desnuda y mojada a su lado. Cuando le llegó el turno a los genitales prescindió de la esponja y con su mano en forma de cuenco palpo y lavó el coño de su madre desde delante y también, con mucha más fruición, desde detrás. La polla de Marcos pegada al intersticio de las nalgas sobó el culo de su madre cuando la abrazó desde la espalda para masajear sus gloriosas ubres.

- ¡Venga, vamos a salir ya¡. Quedé con Mari Luz para ir a su casa a terminar unas cortinas. Vamos, corre. ¡Que se me hace tarde!

Una vez que se quedó solo Marcos no dejó ni siquiera un momento de pensar en su madre; veía su culo amplio y apetitoso; veía su negro pubis; veía la rotundidad de sus caderas; veía sus aquilatados senos y se atormentaba por la brevedad del encuentro. Ciego de deseo buscó en la cesta de la ropa sus bragas; las que se había quitado justo para bañarse con él; estaban aún húmedas y conservaban todavía la tibia calidez de sus íntimos efluvios. Las pasó por sus labios, las sostuvo en su nariz y posó su polla una y otra vez en el lugar que cubriera el que adivinaba sería, porque aún no había tenido una satisfactoria panorámica para asegurarlo, un gran coño.

Su madre regresó justo para la cena y se encaminó directamente a su habitación con la intención de cambiarse de ropa. Marcos la siguió; quería verla, al menos, en ropa interior.

- ¿sabes , -le dijo su madre- que no dejé de pensar en el baño que nos dimos? . Hasta Mari luz me notó más alegre, distinta; me dijo que tenía la cara resplandeciente. Casi me muero de la vergüenza; no sabía como disimular. ¡No iba a contarle que nos estuvimos bañando completamente desnudos y que además nos hicimos unos apaños manuales¡.

Al tiempo que conversaba con su hijo, de pie y siempre de espaldas, se iba desprendiendo de la ropa. Primero se descalzó para quitarse luego la rebeca y después la blusa y por último la falda.

-- Yo sí que he pensado en ti. Me encanta tu cuerpo mama. Estaba ansioso por que llegaras; hasta cogí tus bragas. Me gusta mucho tu olor. Me vuelve loco tu culo .

Ahora estaba en bragas y sostén y su hijo repetía que su culo lo enloquecía y que deseaba aspirar el aroma de su sexo.

Se inclinó sobre la cama para estirar las ropas que se había quitado y en esa posición el trasero de su madre cobró una dimensión que llenaba todos los espacios de su mente. Se acercó al coño cubierto por las bragas color carne que llevaba y metiendo la nariz en la raja con honda y larga inspiración se embriagó de aquel peculiar perfume.

- ¿te gusta mi olor cariño?, dijo mimósa, su madre.

Marcos pasaba la lengua una y otra vez por la tela que tapaba la entrada del coño hasta que la humedad de su saliva se confundió con las humedad de los jugos del sexo lubricado de su madre. Los dedos de Marcos dibujaron el contorno de los labios vaginales que se marcaban perfectos y abultados en la ya mojada tela de la braga. Su madre suspiraba en casi inaudibles jadeos. Lentamente Marcos separó hacía un lado la intima prenda y dejó al descubierto una porción del coño de su madre, más prominente y de labios más oscuros que el de su hermana, para seguidamente aplicar la punta de su lengua en aquella estremecida carne y escuchar la enervante voz de su progenitora expresando no se sabe qué sensaciones tan nuevas y arrebatadoras.

-¿Qué me haces, Cariño, que me haces?, ¡dios qué maravilla, que maravilla¡

Marcos seguía aplicado a un meticuloso reconocimiento bucal de la raja de su madre; de atrás a adelante; de adelante a detrás. Cuando con la cara desencajada y casi temblando de gusto su madre se sentó en la cama para decirle a su hijo que ahora le tocaba a ella hacerlo disfrutar, Marcos le propuso colocarse de forma que pudieran ambos seguir disfrutando: el de su sabroso coño, ella de su excitada y venosa polla.

- ¿lo hacíais así tu hermana y tu? . La pregunta no le sorprendió del todo y después de un breve momento contestó que sí, que efectivamente su hermana y él se aplicaron con deleite a devorarse el uno al otro de la forma que ahora le explicaba a ella.

- ¿y no hacíais nada más? , quiso saber su madre

-- nunca pasamos de ahí. Supongo que eso es lo que quieres saber .

- tu hermana es muy sensata y tu muy respetuoso. Estoy muy orgullosa de los dos

.

Se desnudaron con cierta ansiedad y se acostaron de manera que la polla de Marcos quedó a disposición de la boca de su madre y el goloso coño de ésta a merced de los ímpetus de su experta lengua. Su madre paraba de vez en cuando de succionar y lamer su tieso falo para interesarse por cómo lo estaba haciendo; si era así como debía seguir o si le hacía daño; a veces también paraba pero era porque la oleada de placer no le permitía atender a otra cosa que no fuera su propio orgasmo. Cuando estuvo próximo a eyacular avisó a su madre de la inminencia del chorro de semen pero ésta cerró los labios en torno al glande y recibió la descarga en el cielo del paladar sin dejar escapar una sola gota.

Su hermana jamás se tragó su esperma y por eso le sorprendió la reacción de su madre.

- Luisa no se lo tragaba

--¿no?. Yo tampoco lo había hecho nunca, pero lo más que me excita es sentir como se tensa en el momento de soltar toda la leche; así, como con espasmos, dos o tres temblores y luego se queda floja, se desinfla como cuando haces un gran esfuerzo y al final te quedas como desmadejada.

--¿a qué sabe?

-a nada concreto; un poco amargo, un poco salado pero sin un sabor concreto. ¿y a qué sabe lo mío?

--sabe salado; un sabor fuerte pero agradable. A nada conocido.

La conversación la terminó su madre invitándole a comer, ésta vez algo sí habitual y conocido: una tortilla de patatas porque era, en efecto, la hora de la cena. Después de la exquisita tortilla ¡Buenas noches¡ y cada uno a su cama.

Los esfuerzos de la explotación agrícola no eran pocos y las continuas labores del campo acaban por producirte algunos quebrantos en los huesos y los músculos. A la dueña de la casa le aquejaba de tanto en tanto un persistente dolor lumbar. Marcos accedió gustoso a extender en la espalda de su madre la pomada que le producía alivio y se ofreció, además, a darle un pequeño masaje e incluso a calentarle unas toallas y aplicar calor en la zona.

Con la crema y el masaje seguro que tengo bastante alivio.

Su madre se tumbó en la cama boca abajo en bragas y sujetador; para que le fuera más cómodo a Marcos el acceso a su espalda lo hizo transversalmente, Marcos puso una abundante cantidad de gel en la zona lumbar de su madre y comenzó a frotar y masajear. Para que la prenda no estorbara tiró un poco hacía debajo de la cintura pero el elástico volvía al cabo a ocupar su lugar primero.

mejor me las quitas y acabamos antes

Su madre levantó un poco el pubis y Marcos tiró de ellas hasta bajarlas por completo. Las dejó no sin antes aspirar su olor sobre un lado de la cama. La contemplación de su egregio culo y de la oscura senda que ocultaba su coño a la visión directa e inmediata lo excitaron sobremanera. Siguió con el masaje insistiendo en los lumbares pero ya sus manos se aventuraban hacia las nalgas e incluso alcanzaban el interior de los muslos; con el anverso de los dedos se detenía en la entrepierna que pasados los minutos ya comenzaba a notar mojada. El ronroneo de su madre le estaba causando una gran calentura; se notaba sofocado. Decidió entonces tirar de las piernas de su madre y atrayéndola hacia si dejó su entrepierna justo al borde del colchón. Sólo hubo una exclamación de sorpresa, algo así como un ¡oohhh¡ , pero nada más porque su madre imaginaba lo que seguiría. Arrodillado comenzó a hozar con su boca en el sexo de su madre hasta que, quedamente, la oyó decir "métemela" ; Marcos paró y esperó a escuchar de nuevo lo que pareció que decía la mujer que tenía de espaldas sobre una cama, con las piernas abiertas y con el sexo húmedo de jugos propios y de saliva ajena. "Métemela", métemela por favor , repitió y como su hijo callaba, le preguntó si acaso no quería y Marcos atinó a decir

-- "claro que sí, pero ¿puedo?

- claro que si cariño, no hay peligro. Ni soy virgen, ni puedo quedarme ya embarazada.

Marcos se bajó los pantalones y el calzoncillo y apuntó su verga a la vagina de aquella mujer que pedía ser penetrada. Temblaba de emoción cuando su glande se apoyó en los protuberantes labios que iban a acoger su polla; comenzó a empujar con timidez y mientras se deslizaba con suavidad en aquella gruta de carne, su madre, arrobada de placer y emoción, le suplicó que fuera despacio:

con cuidado mi amor, que no soy virgen pero es como si lo fuera, despacio, así, asssí, si, assssí.

La certeza de que estaba follando con su madre, de que aquellas caderas poderosas y aquel coño por el que ahora se abría paso su verga eran las de su progenitora influyeron decisivamente en que apenas culminando la penetración sus fuerzas se debilitaran y la urgencia de la corrida en el interior de la mujer que le había brindado la oportunidad de conocer el coito fue absoluta, bestial.

-¡Que bueno, que bueno¡ repetía su madre apenas por encima de los fatigados jadeos de Marcos . No la saques todavía cariño, no la saques mi amor. Déjame sentirla un poco más, un rato más. ¡Que bueno¡

Esa noche su madre decidió que se quedara a dormir con ella. A medianoche lo despertó una sensación inefable; la boca de su madre se había apoderado de su polla; Marcos introdujo las manos por su cabello y le acaricio la cabeza. Su madre siguió chupándole la verga y cuando paró lo hizo para despojarse de las bragas y del camisón. Se colocó de rodillas a horcajadas sobre su hijo y dirigiéndolo con su mano se fue sentando poco a poco sobre el tieso miembro hasta empalarse por completo. Marcos contemplaba medio dormido aún como su polla desaparecía engullida por aquel negro y hermoso coño hasta confundir los vellos de sus sexos. Se tomaron de las manos y comenzaron una cabalgada que culminó de nuevo con un chorro de semen disparado en los interiores de aquella renovada mujer.

Marcos, pese a su soledad, no echaba nada de menos. Su madre desde ahora tampoco iba a añorar nada.

Continuara...