Aislado Entre Mujeres [28].
Jugar con Fuego.
Capítulo 28.
Jugar con Fuego.
Un ruido sordo pero constante me despertó. Me llevó varios segundos comprender dónde estaba. Recordé que me había quedado a dormir en el cuarto de mi madre porque esa bruja de Ayelén se apropió de mi dormitorio. Alicia me dio asilo solo porque le recordé la promesa que ella le había hecho a Macarena de prestarme su cuarto cuando yo lo necesitara.
Me moví lentamente intentando averiguar la procedencia de ese ruido. Parecía provenir de la misma cama en la que estábamos durmiendo. El colchón vibraba un poquito y podía escuchar un leve chasquido húmedo. Mi adormilado cerebro me dijo que podía tratarse de algún ratón que se hubiera metido a la cama… pero por suerte, el mismo susto, activó mis neuronas y me hizo comprender que esa idea era absurda.
Giré y encontré a mi izquierda a mi mamá. Ella estaba completamente desnuda y me daba la espalda. Estaba realmente preciosa. Al bajar la vista me encontré con sus grandes y redondas nalgas y allí comprendí el origen de ese extraño sonido.
Alicia tenía las piernas muy juntas, y justo entre ellas y las nalgas se veían sus gajos vaginales, húmedos y apretados. También pude ver un par de dedos acariciándolos lentamente y que, de vez en cuando, se hundían dentro de la concha.
Mi mamá se estaba haciendo una paja mientras yo dormía y eso despertó mi líbido. Yo también estaba desnudo y mi verga comenzó a ganar tamaño de inmediato. Agarré mi verga y comencé a sacudirla lentamente. Después de todo lo que pasó con mi mamá, supuse que no tomaría a mal si me sorprendía haciéndome una paja. Quizás pudiera molestarle que lo hiciera mirando su culo. Aunque, en mi defensa, puedo decir que no lo hice para fantasear con mi propia madre, simplemente me vi atraído por la anatomía femenina. Esas curvas y esos gajos vaginales eran imposibles de resistir.
Mientras me masturbaba noté que ella estaba respirando cada vez más rápido y sus dedos también aceleraron el ritmo. Me pregunté qué haría cuando me dieran ganas de acabar; pero eso de momento no era un problema. Aún podía aguantar un buen rato más. De a poco me estoy volviendo un pajero experto. Probablemente no sea algo de lo que muchos estén orgullosos, pero a mí me agrada saber que estoy mejorando en estos asuntos.
―Nahuel… ¿estás despierto? ―La voz de mi madre me sobresaltó un poco, pero como ella habló con calma y en voz baja me dije a mí mismo que no había nada de qué preocuparse.
―Sí, estoy despierto…
―Ah… ok. ¿No te molesta que yo esté…?
―No, no me molesta ―me apresuré a decir. Sabía cómo finalizaba esa frase y quise ahorrarle a mi mamá el tener que completarla. Sé que para ella no es fácil admitir que se está haciendo una paja.
―Bueno… muy bien. ―Hizo una pausa―. Y me imagino que vos estarás haciendo lo mismo.
―Sí… ¿te molesta?
―No, no me molesta.
―Bien.
La conversación fue extraña e incómoda, pero creo que los dos la superamos lo mejor posible. Seguimos con lo nuestro y mientras más miraba cómo sus dedos entraban y salían de su concha, más me costaba convencerme de que esto estaba bien. Al menos necesitaba saber lo que mi madre opinaba al respecto.
―Eh… ¿no te importa que te mire?
―No, claro que no. Ya hablamos de ese tema en el baño, Nahuel. No me molesta que me mires.
―Muy bien, solo quería estar seguro.
―¿Querés ver mejor? ―Preguntó con cierta timidez en la voz.
―Em… no sé… podría ser.
Alicia flexionó la pierna de arriba y la separó de la otra. Su concha quedó completamente al descubierto.
No dije nada, solo me limité a masturbarme a buen ritmo. Ella hizo lo mismo. Inconscientemente mi mano intentaba igualar el ritmo de sus dedos, que no paraban de entrar y salir de ese agujero. Primero de a dos a la vez, y luego de a tres. Mi mamá debía de estar muy excitada para masturbarse con tanta soltura frente a mí. Me pregunté por qué motivo se había despertado tan cachonda.
Otra cosa que hizo mi subconsciente fue llevarme cada vez más cerca de mi madre. No sabría decir cómo pasó, simplemente mi verga se fue acercando cada vez más a su concha y a pesar de que lo noté, no hice nada para impedirlo.
Cuando ella sacó los dedos del agujero, cometí un error: me acerqué demasiado. Tanto que mi glande quedó encajado contra sus labios vaginales. Me quedé petrificado.
―Uy, perdón… ―me apresuré a decir―. Fue sin querer.
―Está bien, Nahuel, no pasa nada ―su respuesta me tomó por sorpresa. No supe qué decir―. Después de lo que hicimos con Ayelén, en esta misma cama, no me voy a enojar con vos por un roce. Además ¿no hiciste algo parecido con Pilar?
―Em… sí, fue bastante parecido a esto.
―Por eso, no te preocupes. Si te sirve como estímulo, podés usarlo.
¿Me estaba dando permiso para rozar su concha con mi verga?
Definitivamente mi madre está cambiando mucho. Esto hubiera sido imposible el día que inició la cuarentena. Me pregunté si esta actitud se debía a los remordimientos que sentía por haber sido tan estricta con nosotros… o por simple calentura. De todas maneras no podía desperdiciar esta oportunidad. Con todas las cosas que están pasando en mi casa, yo también ando con una calentura constante y me di cuenta de que cada vez necesito emociones más fuertes para poder satisfacer mi libido.
Me acerqué más a mi madre y comencé a pasar mi glande entre sus gajos vaginales. Ella soltó un suave gemido que me puso los pelos de punta y la piel de gallina. Alicia se acarició el clítoris mientras yo hacía esto. Tuve mucho cuidado, no quería que ocurriera un accidente. Mi madre no había dicho nada al respecto, pero si me dio permiso es porque confió en que yo no intentaría aprovecharme de la situación más de lo debido.
Estuve un rato masturbándome, pero no lo pude disfrutar demasiado, porque no dejaba de preguntarme por qué estaba haciendo esto y por qué mi mamá lo estaba permitiendo.
―Nahuel… ¿dirías que los métodos de tu tía Cristela te están ayudando?
―Este… sí, me están ayudando mucho ―respondí eso con la mayor seguridad posible. No quería perder el privilegio de que mi tía me chupara la verga de vez en cuando.
―Bien… entonces creo que se te puede exigir un poquito. A ver si realmente hubo un progreso.
―¿Eh? ¿Exigir con qué?
Sabía a qué se refería ella, simplemente una parte de mi cerebro era incapaz de procesar toda la información… y la calentura se había apoderado de la otra parte.
Alicia volvió a juntar sus piernas, dejando mi verga aprisionada entre ellas, después comenzó a moverse lentamente de adelante hacia atrás. Su mano se cerró sobre la parte de mi miembro que sobresalía por el otro lado y mientras su concha se deslizaba por una parte de mi verga, con la mano masturbaba la otra. Instintivamente me pegué más a ella, pude sentir el sudor de su espalda contra mi pecho.
Si ella se estaba comportando con tanta soltura, imaginé que yo podría tomarme ciertas libertades, por eso crucé uno de mis brazos por encima de ella y le agarré una teta. Tengo que reconocer que me gusta mucho la sensación que produce querer apretar una teta y que ésta no te entre completa en la mano. La teta de mi mamá era blanda y tibia, pero contra la palma de mi mano podía sentir la rigidez de su pezón.
Nos quedamos un rato así, esta vez pude disfrutar mucho más. El movimiento de su concha contra mi verga y sus piernas tan apretadas me transmitían una sensación muy parecida a penetrar una vagina.
―¿Y? ¿Qué te parece esto? ―Preguntó mi madre.
―Em… está muy bien. Casi se siente como si la estuviera metiendo… pero como sé que no es así, no me dan ganas de acabar enseguida.
―Ya veo. Macarena tiene razón: es todo psicológico. A vos te sirve el estímulo, y más si sabés que no es una situación real. Como lo que hiciste con Pilar.
―Este… em… sí… algo parecido.
―Entonces vamos a probar otra cosa.
Esta vez sí me dejó un poco descolocado. No sabía qué pretendía hacer. Ella se giró, empujó mi pecho con ambas manos y prácticamente me obligó a ponerme boca arriba, con la verga erecta apuntando al techo. Antes de que pudiera reaccionar, se sentó sobre mí. Una vez más mi verga quedó encajada entre los labios de su concha, pero sin entrar. El glande quedó apuntando hacia mí. Alicia comenzó a balancearse y sus grandes tetas hicieron lo mismo. La concha de mi mamá se deslizó a lo largo de toda mi verga, podía ver cómo esos labios se aferraban a mi tronco, como si lo estuvieran besando.
Su cuerpo se movió a un ritmo lento pero constante, pude sentir cómo mi verga se endurecía cada vez más. De a poco ella fue acelerando el ritmo. Sus caderas se movían como las de una bailarina. Me quedé muy quieto, hipnotizado por el vaivén de sus tetas. Casi parecía como si estuviera cogiendo con mi propia madre. Todo se fue acelerando y volviendo más intenso… hasta que de pronto se detuvo.
―Ay, perdón, Nahuel… no sé qué estoy haciendo. Todo esto es culpa de tu prima.
―Puede ser ―dije, intentando encontrar las palabras correctas―. Si ella no me hubiera sacado la pieza, yo no estaría durmiendo acá.
―No me refiero solo a eso.
―¿Ah no? ¿Entonces a qué te referís? ―El peso de su cuerpo aún seguía sobre mi verga, y ésta palpitaba, como si estuviera pidiendo más.
―Bueno, vos sabés las cosas que tuve que hacer con Ayelén…
―Sí, ya me contaste que le tuviste que chupar la concha muchas veces.
―Y eso no es todo… ella también me la chupa a mí. Creo que eso despertó algo en mí… algo que llevaba mucho tiempo dormido. Ahora me excito con mucha facilidad… y no me gusta, porque empiezo a hacer locuras como esta.
―A mí no me molesta.
―Pero a mí sí. Hace poco estaba acá con Ayelén, mirando una película… y sin que ella me lo pidiera, empecé a acariciarla debajo de la tanga… y, como una boluda, le dije: “¿Te molesta si te la chupo?” Lo peor que se puede hacer con Ayelén es mostrar una señal de debilidad…
―Sí, lo sé muy bien.
―Lo peor de todo es que me di cuenta que chuparle la concha me tranquiliza, me quita la ansiedad. El sexo oral puede llegar a ser un proceso muy relajante. Por supuesto que preferiría hacerlo con una verga, y no con una concha… pero bueno, lo único que tengo a mano es a Ayelén.
―¿Y ella? ¿Te sigue presionando?
―Bueno, sí… me sigue pidiendo que se la chupe. Ya no me molesta tanto, pero igual es humillante.
―Tenés que terminar con esto de una vez por todas, mamá. No sé qué está haciendo ella para chantajearte de esta manera, pero nada puede ser tan malo como ser su esclava sexual.
―Sí, lo sé… tenés toda la razón del mundo, pero…
―¿Pero?
―¿Qué voy a hacer cuando ya no se la pueda chupar más? Es decir… no soy lesbiana ni nada, pero cuando tengo a Ayelén abierta de piernas delante de mí, empiezo a sentir cierta paz. Sé que me voy a perder entre esas piernas durante varios minutos y que no voy a tener que preocuparme de nada. Además, de tanto pasarle la lengua a esa concha, empecé a descubrir cuáles son sus puntos más sensibles, y lo sé por su forma de reaccionar. Llegué a provocarle varios orgasmos, y aunque te suene retorcido, me produce cierto orgullo saber que la hago disfrutar. Como si me dijera: “Esto lo hiciste bien, Alicia. Tenés talento para esto”.
―¿Y hay algo más que te guste de chupársela?
―¿Por qué querés saber?
―No, por nada… es solo que me parece que te hace bien poder contarle todo esto a alguien que no te está juzgando.
―En eso tenés razón. Sé que no me estás juzgando y eso me tranquiliza mucho. Así te puedo contar cualquier cosa, sin miedo. ―Le sonreí para tranquilizarla un poco. Ella se movió un poco, como si se estuviera acomodando, y volvió a generar un agradable roce entre su concha y mi verga―. También descubrí los puntos qué más me gusta chupar. Me gusta usar la punta de la lengua con su clítoris… o succionárselo. Eso me relaja un montón. A veces le pido que se siente en mi cara… de la misma forma en que Cristela lo hizo cuando estuvimos en tu cuarto. Eso me gusta porque me hace acordar a la época en la que Cristela me “obligaba” a chuparle la concha.
―¿Te molestaba que la tía hiciera eso?
―No, siempre lo vi como un juego inocente… aunque con el tiempo aprendí que quizás no era tan inocente como yo lo veía en esa época.
―Pero igual te resultaba entretenido chuparle la concha a la tía Cristela.
―Sí. Me gustaban esas pequeñas peleas. A veces la hacía enojar solo para que se me sentara en la cara. ¿Sabías que no todas las conchas tienen el mismo sabor? A pesar de que son madre e hija, la concha de Cristela y la de Ayelén no son tan parecidas. Cristela tiene los labios más carnosos y sus jugos vaginales son un poquito más… dulces. En cambio los de Ayelén son un poquito más ácidos. ―Mi verga palpitaba de emoción al escuchar cómo mi madre se ponía tan minuciosa con los detalles de las conchas. Ella siempre fue una mujer minuciosa… aunque hasta ahora no la había escuchado dar tanta información sobre la anatomía femenina.
―¿Y también le chupás el culo?
―¿A cuál de las dos?
―Em… a las dos.
―Bueno, sí… en realidad es algo que hice con las dos. Es que el culo está tan cerca de la concha que es inevitable no hacerle una visita de vez en cuando. Una vez, después de darle una buena lamida, le metí los dedos en el culo a Cristela. Primero uno, después el otro. A ella le gustó tanto que me dijo: “Si seguís, después te chupo la concha” ―Tragué saliva―. Y eso hice. Ella estaba boca abajo y yo me dediqué a meterle los dedos en la cola y a darle alguna lamida ocasionalmente, mientras ella se masturbaba. Sé que tuvo un orgasmo… y después yo tuvo otro cuando le llegó el momento de devolverme el favor. Nunca me imaginé que Cristela pudiera ser tan buena chupando conchas.
―¿Y con Ayelén? ¿A ella también le metiste los dedos por el culo?
―Sí, varias veces. Le gusta mucho. Esa chica tiene que tener mucha experiencia en sexo anal, porque los dedos le entran bastante fácil.
―¿Y ella te hace lo mismo a vos?
―Bueno… a veces… ―Alicia agarró mi verga, la levantó un poco y comenzó a mover sus caderas otra vez. Su húmeda concha se deslizó por todo mi tronco, hasta el glande, y luego volvió―. Hace unos días estábamos haciendo un 69… me avergüenza contar esto porque, como te dije, no soy lesbiana. Sin embargo… no me pude resistir a tener sexo con Ayelén. Últimamente ando demasiado caliente. En fin, como te decía… hacíamos un 69, yo estaba arriba, y en un momento sentí que me hurgaba el culo. Así que le dije: “Nena, si me vas a meter los dedos en el culo, por lo menos chupamelo un poquito… para lubricar”.
Me dio la impresión de que mi mamá se estaba viendo tan afectada por la cuarentena como Gisela. Al parecer las dos son más similares de lo que yo me imaginaba. Aunque la actitud de Gisela me impactó mucho más… de mi mamá siempre supe que estaba un poco loca.
―¿Qué sentiste cuando ella te metió los dedos? ―El corazón me palpitaba tanto como la verga.
―Fue muy agradable. Ayelén sabe lo que hace. Estoy segura que eso de no lamerme antes el culo lo hizo solo para saber cómo sería mi reacción. Me hace cosas así todo el tiempo. Hace poco, mientras le estaba chupando la concha, se puso de pie y dijo “Bueno, me voy”. La muy desgraciada lo hizo para que yo le suplicara… y caí como una boluda otra vez.
―Entonces tenés que ponerle un fin a esto ahora mismo.
―¿No me estás escuchando, Nahuel? Si le pongo fin a esto… ¿cómo hago para sacarme la calentura que siento todos los días? No me alcanza con masturbarme.
―Em… tengo una idea, pero no creo que te guste… o tal vez sí, no sé.
―¿Qué idea?
―¿Prometés que no te vas a enojar conmigo?
―Sí, lo prometo. Si la idea no me gusta, la descartamos y listo.
―Ok. Estaba pensando que si a vos te relaja mucho chuparle la concha a Ayelén… más te podría relajar chupar una verga. Al fin y al cabo eso te gusta más. Y bueno… ―señalé mi pene erecto.
―¿Estás diciendo que te la chupe a vos?
―Antes quiero decir otra cosa. Tomalo como una ayuda para los dos. Vos me ayudás a mejorar mi aguante y bueno, te sirve a vos para no depender de Ayelén.
―Ya veo… em… hacer esto con Ayelén es jugar con fuego. Ella siempre me va a manipular para humillarme, para demostrarme que la necesito. Se volvió casi una droga para mí. No me agrada que la solución sea chupar la verga de mi propio hijo…
―Pero es preferible, antes que ser esclava de Ayelén. ¿No te parece? Al menos yo nunca te obligaría a hacer nada. Siempre lo haríamos cuando vos quieras… y bajo tus propios términos.
―Mmm… eso me gusta. Me haría sentir muy bien poder recuperar un poco de control sobre mi vida. Te agradezco mucho la propuesta.
―No sé si la vas a aceptar, pero si lo hacés, el primer paso es ponerle fin a las manipulaciones de Ayelén de una vez por todas. Tenés que contarle a todos eso que ella usa para manipularte. Con eso le quitás el poder.
―Sí, tenés razón… y ahora que lo pienso, no creo que sea una cosa tan grave, después de todo lo que pasó. De hecho, podría haberlo confesado el mismo día que sacamos las fotos con Tefi. Ella me hizo entender las cosas de otra manera. No me animé a hacerlo por la dependencia que siento por Ayelén… pero si vos me das un poquito de esto ―apretó mi verga―, creo que voy a poder desligarme de ella por completo.
Estuve a punto de preguntarle si pensaba aceptar mi propuesta o no cuando ella bajó la cabeza y se metió una buena parte de la verga dentro de la boca. Fue un movimiento tan rápido que me quedé paralizado. Mi mamá debía estar sumamente excitada, porque empezó a chupar como si no hubiera un mañana. La succión de sus labios fue tan potente que prácticamente me sacó la leche a chupones. Todo mi semen empezó a rebalsar su boca, chorreando por la comisura de los labios, pero ella no dejó de chupar. Tragó tanta leche como pudo y fue juntando el resto con su lengua. Luego siguió chupando durante unos segundos más, como si quisiera acostumbrarse a mi verga.
―No fue tan difícil ―me dijo, con la barbilla llena de semen―. ¿A vos qué te pareció?
―Em… se me hizo difícil aguantar, porque lo hiciste por sorpresa… pero no me molestó.
En realidad no sabía cómo explicarle que lo que sentía cuando ella me la chupaba no se comparaba a los petes de la tía Cristela. A ver, Cristela es muy buena chupando vergas… pero Alicia es mi mamá… eso cambia mucho las cosas. Mi cerebro no puede con tanto morbo. No me va a resultar sencillo habituarme a esto.
―Entonces creo que lo podemos hacer ―dijo mi mamá―. Solo te pido que no se lo comentes a nadie. ¿Está claro? Ni siquiera a Macarena… o a Tefi. Este es un secreto de nosotros.
―Sí, lo entiendo muy bien.
―Y te prometo que va a ser algo temporal. Cuando yo empiece a recuperar un poco la compostura, ya no va a ser necesario que hagamos esto.
―Eso está muy bien. ¿Y ahora? ¿Vas a decirle a todas las demás con qué te estaba extorsionando Ayelén?
―Sí, es algo que tendría que haber hecho hace varios días. Con todo lo que pasó, ya ni siquiera me da tanto miedo contarlo, espero que ustedes sepan entender.
Alicia se puso de pie y fue a lavarse la cara al baño. Luego de enjuagarse la boca tres o cuatro veces, me miró y sonrió. A su espalda estaba la ducha, y junto a la ducha la puerta del escobero. Abrió esta puerta y pude ver varias cajas apiladas.
―Necesito que me ayudes a llevar esto al comedor.
Salimos sin siquiera tomarnos la molestia de ponernos algo de ropa. Llamamos a todas las mujeres de la casa. Alicia golpeó con fuerza la puerta del cuarto de Ayelén… es decir, de mi cuarto, y prácticamente la obligó a salir. Todas las demás salieron al escuchar los ruidos. La mayoría iban desnudas, las únicas que tenían algo de ropa puesta eran Pilar y Gisela. Pilar solo llevaba una tanga y Gisela tenía sus clásicas remeritas escotadas y también, una tanga negra que le quedaba demasiado chica.
―Tengo algo que decirle… a todas ―anunció mi mamá mientras se paraba detrás de la mesa del comedor. La habíamos llenado con cajas grandes, medianas y pequeñas. Incluso había algunas sobre el sofá, porque en la mesa no entraron todas.
―¿Qué es esto? ―Preguntó Tefi, mientras se refregaba los ojos, evidentemente recién se despertaba.
―¿Estás segura de lo que vas a hacer, tía? ―Dijo Ayelén, parecía algo asustada.
―Sí, estoy segura. Ya es hora de que hable con mi familia sobre esto. ―Todas buscaron la mejor forma de acomodarse en torno a la mesa―. Como habrán notado, desde hace varios meses que no dejo a nadie entrar a mi baño.
―Porque le tenés fobia a los gérmenes ―dijo Macarena.
―Me gusta la limpieza, eso no lo voy a negar ―continuó Alicia―, y las enfermedades me aterra. Pero no significa que piense que ustedes me van a contagiar de algo por usar mi baño. Si no quería que entraran era porque ahí guardaba todo esto… en el escobero.
―¿Y qué hay en esas cajas? ―Preguntó Pilar―. ¿Drogas?
―No seas tarada, Pilar ―se quejó Gisela―. ¿Cómo va a vender drogas mamá?
―Solo era un chiste.
―Obviamente no son drogas ―dijo Alicia―. Pero es algo que me avergüenza mucho… bah, me avergonzaba. Hace poco tuve una charla muy interesante con Tefi, gracias a ella comprendí que a veces, para que la familia esté bien, hay que hacer sacrificios… aunque no nos gusten. Esto lo hice por todos ustedes ―abrió una de las cajas y sacó un gran pene de plástico y lo sacudió frente a nuestros ojos. Ayelén y yo fuimos los únicos que no nos sorprendimos, yo ya había visto el contenido de las cajas mientras las trasladaba, y ella ya sabía que esas cajas estaban en el baño.
―¡Apa! ―Exclamó Macarena―. ¡Qué lindo eso! ¡Yo quiero uno! ¿Por qué no nos dijiste que había juguetes sexuales en la casa? Nos hubieran ayudado un montón a pasar mejor la cuarentena.
―No se los dije por miedo a que pensaran mal de mí. Durante varios meses me dediqué a vender estas cosas. No es algo de lo que esté orgullosa, pero hice lo que tenía que hacer, para que hubiera comida en la mesa.
―Para mí no es ninguna vergüenza, mamá ―dijo Tefi, con una gran sonrisa―. Estoy muy orgullosa de vos. Tendrías que habernos contado antes. No creo que a ninguna de nosotras le moleste que vendas estos juguetes.
―Eso demuestra que quizás no las conozco tan bien como yo pensaba.
―A mí la idea no me agrada nada ―dijo Gisela―. Pero en parte opino igual que Tefi. Sé la importancia que tiene ganarse el pan con esfuerzo y trabajo.
―¿Y cuál de estos juguetitos vas a querer? ―Preguntó Macarena, mientras se apresuraba a abrir una caja―. Mirá, acá hay una pija rosada que parece de un alien. ¿Te gusta? ―La sacudió frente a Gisela.
―¡No! ¡Sacá eso de acá! No quiero ninguno de estos juguetes. A mí no me gustan estas cosas.
―Ay, qué amargada ―dijo Macarena, poniendo los ojos en blanco.
―Basta, Maca ―intervino Cristela―. No tortures a tu hermana….
―Uf, mirá quién habla de torturar hermanas ―saltó Alicia.
―Paren… paren… ―dije, agitando las manos―. Ya están empezando otra vez. ¿Acaso en esta casa nadie puede hablar por más de diez segundos sin que empiece una pelea?
―El enano tiene razón ―dijo Pilar―. Dejen de pelear un rato. Ya estoy harta de escuchar peleas por boludeces. Si Macarena quiere un juguete, que elija uno… y que después nos deje elegir a nosotras.
―¿Vos también querés uno? ―Le preguntó Gisela.
―Obvio… ¿no te genera curiosidad probarlos?
―No.
―Bueno, nadie te obliga a hacerlo. Yo sí quiero uno.
Ayelén estaba roja como un tomate, tenía los puños apretados y parecía que iba a estallar en cualquier momento. Sin decir nada, dio media vuelta y se encerró otra vez en mi cuarto… dando uno de sus acostumbrados portazos.
―Pendeja de mierda ―dijo Macarena―. Un día de estos le voy a romper la cara.
―¿Qué dijimos sobre las peleas? ―Preguntó Tefi.
―Está bien… está bien… me llevo la chota alienígena a la pieza, ustedes metanse el resto por el orto… o por la concha… o por donde más les guste. Nos vemos.
―Nunca dije que se los iba a regalar ―dijo mi mamá―. Yo pagué por estos juguetes… y son para la venta. De momento la venta es imposible, por la pandemia, pero pienso venderlos en algún momento. Si quieren un juguete, van a tener que pagarlo.
―¿Pagarlo? No tengo ni un peso ―dijo Macarena.
―No hace falta que los paguen con dinero… lo pueden hacer con trabajo en la casa. Limpiar, cocinar, lavar los platos, etcétera.
―Ufa… bueno, está bien.
―La única que se puede llevar uno gratis es Tefi ―agregó Alicia.
―¿Qué? ¿Y ella por qué? ―Se quejó Gisela.
―Porque… em… porque ella… ―Tefi miró a su madre muy asustada―. Tefi tenía una plata guardada de su trabajo… y me la dio para comprar cosas. Sé que vos también me ayudaste, Gise… pero vos no querés uno. Si quisieras uno, también lo tendrías gratis.
Tefi respiró con calma otra vez. Alicia encontró la forma de zafar de la situación sin levantar sospechas.
Gisela simplemente se encogió de hombros y se fue a su cuarto, mientras tanto Pilar, Tefi y Cristela se acercaron a las cajas para elegir algún juguete sexual. Había de todo, incluso cosas rarísimas que ni sabía que existían. Ellas se quedaron debatiendo sobre qué juguete elegir, y Alicia fue dándoles algunas indicaciones. Yo decidí volver a su cuarto a seguir durmiendo, la acabada me había dejado cansado y yo me había acostado varias horas más tarde que mi mamá.
Antes de salir, Alicia me sonrió como si me estuviera diciendo “Gracias”. Todo había salido mejor de lo esperado.
Varias horas más tarde, cuando me levanté, golpeé la puerta de mi propio cuarto. Desde adentro me llegó un cortante: “¿Qué querés?”
―Soy yo, Nahuel.
―Ya sé. ¿Quién más querría hablar conmigo?
Abrí la puerta. Ayelén estaba sentada en mi cama, completamente desnuda, mirando la pantalla de su celular. Me da rabia admitirlo, pero estaba preciosa. Su suave piel parecía resplandecer con la luz que entraba por las rendijas de la persiana.
―Quiero que me devuelvas mi dormitorio ―dije, intentando sonar convincente.
―No tengo otro lugar para dormir ―dijo, sin levantar la mirada del teléfono―. En esta casa todos me odian.
―Será por tu encantadora personalidad… o por tu desinteresada amabilidad.
Me fulminó con la mirada. Si ella realmente fuera una bruja, yo me hubiera prendido fuego… o hubiera hecho pedazos en una visceral explosión.
―¡Andate Nahuel!
―No, la que se tiene que ir sos vos.
―¿Y si no me voy? ¿Qué? ¿Me vas a echar a patadas?
No quería resolver el problema causando uno más grande. De verdad quería que todo se solucionara de la forma más pacífica posible.
―Dale, Ayelén, sabés que esta es mi pieza y…
―Si querés negociar la liberación de tu cuarto, decile a Tefi que le quiero chupar la concha. Si la convencés, hablamos.
Las palabras de mi prima me dejaron desencajado. Me llevó varios segundos recomponerme.
―Entonces… ¿a vos te gustan las mujeres o qué?
―A mí me da igual si es hombre o mujer ―dijo, encogiéndose de hombros―. Solo estoy aburrida y quiero divertirme un poco. Ya sabés qué tenés que hacer. Ahora dejame en paz.
Estuve a punto de mandarla a mierda, pero luego de analizar la situación me di cuenta de que existía una pequeña posibilidad de convencer a mi hermana de que me ayudara.
Cerré la puerta sin decir nada y caminé hasta el cuarto de Estefanía.
―¿Se puede pasar? ―Pregunté, mientras abría la puerta lentamente.
―Sí, pasá ―me dijo mi hermana. Eso me tranquilizó, al parecer Tefi estaba de buen humor.
La encontré jugando a la Play, llevaba puesta una camiseta sin mangas y una bombacha blanca común y corriente.
―Uy, perdón ―dije―. No sabía que estabas vestida…
Ella me miró y tardó como tres segundos en entender la ironía de mi comentario. Después sonrió.
―No siempre tengo que andar desnuda.
―Últimamente en esta casa todas parecen aprovechar cualquier momento para andar en concha.
―¿Y vos? ¿Por qué no andás en pelotas?
―No sé ―dije―. Todavía no me puedo acostumbrar. Al menos quiero usar un bóxer. Así me siento más cómodo.
―¿Querés jugar a la play? ―Me preguntó.
―Más tarde tal vez. Ahora quiero pedirte algo ―me senté en la cama, a su lado―. Es un gran favor…
―¿De qué se trata?
―Me tenés que ayudar a recuperar mi cuarto.
―¿Y por qué me lo pedís a mí?
―Porque Ayelén te pidió específicamente a vos.
―¿Para qué? ―Preguntó confundida.
―A ver… no te enojes conmigo por lo que voy a decir, solamente te transmito lo que ella dijo: Ayelén quiere chuparte la concha.
―¿Qué? ¿Eso te dijo? ―Me miró con los ojos bien abiertos.
―Sí, a mí me sonó tan raro como a vos…
―Ya le dije que no vamos a volver a hacer eso.
―¿Eh? ¿Volver a hacer? ―Esta vez el cerebro que se detuvo fue el mío. Como tres segundos más tarde reaccioné―. ¿Me estás diciendo que se chuparon las conchas?
―¡No! Ni loca le chupo la concha. Ya sabés que a mi no me gustan las mujeres. Que asco.
―¿Entonces?
―Es que… bueno, vos ya sabés que dormimos juntas varios días… y Ayelén es bastante… em… calenturienta.
―Sí, lo sé muy bien.
―Ella me contó que con vos pasaron cosas…
―¿Y te molesta?
―No, es tu prima… no tu mamá. Pero igual, se me hace raro que vos hayas aceptado, teniendo en cuenta que ella te cae tan mal. ¿Será que es cierto eso de que los hombres solo piensan con la verga?
―Fueron situaciones muy particulares.
―Bueno… yo también tuve situaciones muy particulares. Hubo noches en las que Ayelén se puso… bastante mimosa, y me hizo una propuesta. Yo le dije que a mí esas cosas no me gustan, pero ella insistió. Una noche que yo andaba muy caliente me convenció… ella me chupaba la concha a mí y yo no tenía que hacer nada. Solo tenía que disfrutar… así que accedí. No voy a decir que la pasé mal porque sería mentira. Ayelén me demostró que tiene mucho talento para chupar conchas. Sin embargo unos días después quiso repetir ese jueguito, yo le dije que no, porque ya me había dejado bastante confundida la primera vez. Ella volvió a insistir y eso derivó en una discusión.
―Ahora entiendo por qué ya no duerme en tu cuarto… y por qué le dijiste que se vaya de casa.
―Sí, ella vino acá y se cree la reina del mundo. Cree que puede hacer lo que quiera.
―Lo sé… y ahora yo estoy pagando las consecuencias. Me quedé sin cuarto. Pero bueno, ahora que escuché tu versión, dudo mucho que quieras ayudarme a recuperarlo.
―Te voy a ayudar.
―¿Qué? ¿Así sin más? ¿No tengo que suplicarte de rodillas ni nada?
―No hace falta que supliques.
―¿Por qué?
―¿Por qué, qué?
―¿Por qué me querés ayudar? Seamos honestos, Tefi, vos nunca fuiste un sol conmigo. Nos vivimos peleando. Sé que ahora nos llevamos un poquito mejor…
―Ay, Nahuel. ¿No puedo ayudarte solo porque quiero hacerlo? ¿Esa imagen tenés de mí?
―Nunca pensé que fueras muy solidaria ―me arrepentí de esas palabras, porque Tefi ya había demostrado que estaba dispuesta a sacrificarse por la familia.
―Te quiero ayudar por lo mucho que me ayudaste con el asunto de las fotos… además, gracias a vos descubrí la Play. ¿Cómo hice para vivir tantos años sin esto?
―¿Esa es tu forma de pedirme perdón por decirme estúpido por jugar a la Play?
Ella puso los ojos en blanco.
―Está bien, te pido perdón por eso. Ahora entiendo por qué te gusta tanto. Estoy en deuda con vos, Nahuel. Lo que propone Ayelén no me gusta, pero ya lo hice una vez… puedo hacerlo otra vez si con eso recuperás tu cuarto.
Le di un fuerte abrazo, quizás el más fuerte que le di en mi vida.
―Gracias. Sos mi segunda hermana favorita.
―¿Segunda? ¿A mí siempre me vas a dejar en el segundo puesto?
―¿Todavía seguís enojada por lo del torneo de culos?
―Enojada, no… pero sí indignada. Vamos a hablar con Ayelén, antes de que me arrepienta.
―Está bien.
Salimos de su cuarto. Pude notar que Estefanía estaba tan nerviosa como yo. Seguramente ella también se imaginaba que Ayelén se inventaría alguna treta para complicarnos la situación aún más.