Aislado Entre Mujeres [22].
Señal de Debilidad.
Capítulo 22.
Señal de Debilidad.
Mi primera reacción fue de bronca… porque sabía que Ayelén había obligado a mi madre a hacer eso. Seguramente la estaba extorsionando con contarle a todo el mundo lo que vio en el baño, el día que acabé en la cara de mi madre justo cuando mi prima abrió la puerta. Sabía que habría consecuencias por esto, pero creí que yo sería quien las pague, no Alicia. Sin embargo, que la víctima del chantaje de Ayelén fuera mi mamá tenía más sentido, al fin y al cabo ella sería quien quedaría peor parada si lo ocurrido salía a la luz. ¿Cómo explicaría Alicia que permitió que su hijo le acabe en toda la cara? Y lo que es aún peor, Ayelén podría suponer que detrás de eso hubo más actos “inmorales”. Si se le da la gana incluso puede decir que mi mamá me chupó la pija, o algo peor.
Mientras intentaba procesar toda la bronca que me invadía, llegaron los celos. Esos mismos celos que a veces sentí cuando mis amigos miraban mucho a mis hermanas… o a mi mamá. A ver, que sé que Alicia no me pertenece, y mucho menos en el ámbito sexual… pero…. ¿por qué le está chupando la concha a esa hija de puta? ¿por qué accedió?
―Dale, tía… ponele ganas, que no vamos a parar hasta que me hagas acabar ―dijo Ayelén, meneando el culo contra la cara de mi madre.
―Hago lo que puedo. Sabés que a mí estas cosas, con mujeres, no me gustan…
―Callate, que se nota que la estás pasando bien… estás toda mojada…
No sé por qué, en ese momento la rabia se me subió a la cabeza y ya no pude dominarla. Quizás se debió a que Ayelén se estaba burlando de Alicia, la estaba humillando… y yo simplemente no pude tolerarlo.
―¡Salí de ahí, boluda! ―Grité, exponiéndome.
Ayelén y Alicia soltaron un grito al unísono, y se giraron para verme. Salí del baño medio mojado, completamente desnudo, y con la pija bien erecta. No me importó en lo más mínimo.
―Dejala en paz ―agregué, acercándome a la cama. Estaba dispuesto a sacar a esa maldita bruja de los pelos, si era necesario.
―¡Nahuel! ¿Qué hacés acá? ―Dijo mi madre, mirándome con los ojos muy abiertos, como si yo fuera un fantasma.
―Nada, me estaba bañando… y me encontré con esto… ¿te está obligando, cierto?
―Nahuel… ―Alicia quiso hablar, pero no encontró palabras.
―No te metas, pendejo ―dijo Ayelén―. Esto es entre mi tía y yo.
―También es conmigo ―dije, plantándome frente a ella―. Yo también estaba en el baño ese día.
Por un segundo mi prima puso cara de póquer, no pude adivinar ninguna emoción o intención; pero luego se empezó a dibujar la sonrisa más maquiavélica que vi en mi vida. Me recordó a Jim Carrey, interpretando al Grinch. Sí, así de malvada es mi prima… aunque tenga carita de ángel.
―Tenés mucha razón, primo ―me dijo, sin borrar su sonrisa―. Vos también estabas.
―No, Aye ―intervino mi mamá―. Yo puedo aguantar esto, pero dejá a Nahuel afuera.
―Pero tía, ¿no lo escuchaste? Él mismo dijo que ya está metido en esto.
―Nahuel no sabe de lo que habla.
―Lo sé muy bien, mamá. No quiero que Ayelén te haga esto. Si va a ser tan hija de puta de extorsionar a alguien de su propia familia, prefiero que lo haga conmigo. Bien degenerada tiene que ser, para obligarte a que le chupes la concha.
―Conmigo no te hagas el puritano, pendejo ―se quejó la rubia―, que vos también hacés de las tuyas.
―Mamá, ¿cómo permitís que te trate así? ―Pregunté, ignorando las palabras de Ayelén―. ¿Cómo permitís que te obligue de esta manera?
―No es tan así, Nahuel. Ayelén no me está obligando. Es complicado de explicar…
―Vas a tener que hacer el intento de explicarme, porque te juro que no entiendo nada.
―Mmm… se podría decir que Ayelén y yo llegamos a un acuerdo, hicimos un trato.
―Así es ―intervino mi prima―. Si ella me la chupa un ratito, yo no le cuento a nadie lo que sé.
Apreté las muelas y los puños. Por culpa mía ahora mi mamá estaba metida en esta situación.
―¿Qué tengo que hacer? ―Pregunté, agachando la cabeza.
―Nada, Nahuel ―dijo mi mamá―. No te metas.
―Me preguntó a mí, tía… y la verdad es que tenés razón, Nahuel no puede hacer nada. Cuando lo vi con la pija dura pensé: “Uy, qué bien la pasaría yo con una verga como esa”; pero después me acordé que mi primito no la sabe usar. Tiene mucha carne, para nada.
―¡Hey! No le digas eso ―mi mamá pareció genuinamente ofendida―. Estoy intentando que Nahuel tenga más confianza en sí mismo, y…
―¿Qué confianza se puede tener, si acaba en menos de dos minutos? ¿Te contó lo que pasó el día del torneo de culos?
―No…
―Te hago un resumen: yo le chupé la verga a Nahuel, a cambio de un pequeño favor… y él acabó al instante. No aguantó nada. Y por cierto, tampoco cumplió con su parte del trato… así que me debe una bien grande.
―¿Eso también tiene que ver con lo que le estás haciendo a mi mamá?
―Quizás ―dijo Ayelén, con su sonrisa de arpía―. Pero bueno, viendo que no me vas a servir de nada, mejor andate. Estoy segura de que tu mamá se va a esforzar mucho para compensarme por lo que me hiciste.
―Basta, Ayelén. Me vas a hacer enojar ―dijo Alicia―. Puedo tolerar un montón de cosas, pero no voy a permitir que trates así a mi hijo. Además… estás mintiendo. ¿Sabés qué? Creo que tenés miedo. Viste la verga que tiene Nahuel, y te entró el miedo de no poder aguantarla. Te hacés mucho la experimentada, pero estoy segura de que nunca te metieron una verga así.
―Estás hablando sin saber, tía. Ya tuve el gusto de comerme pijas bien grandes… y de tipos que sí la sabían usar… o que al menos eran capaces de aguantar más de diez minutos.
―Nahuel está aprendiendo ―dijo mi mamá―. Estoy segura de que es capaz de aguantar más de diez minutos. La que no puede sos vos.
¿Acaso mi madre está provocando a Ayelén para que se deje coger por mí?
―No digas boludeces, tía…
―Si digo boludeces, ¿por qué no le permitís probar?
Sí, definitivamente la está provocando para que se deje coger.
―Pasame el celular ―me dijo Ayelén―. Está en la mesita de luz.
―¿Para qué lo querés? ―Preguntó mi madre.
―Para cronometrar. Dale, primo… probá. A ver si te sacás la virginidad de una puta vez ―quise explicarle que ya no soy virgen; pero eso complicaría aún más mi situación.
―¿De verdad se lo vas a permitir?
―Sí… lo digo en serio… pero con una condición, tía. Mientras él me la mete, vos vas a seguir con tu “trabajito”... y si llega a acabar antes de los diez minutos, no me importa, vas a seguir chupando, aunque te tengas que tragar toda la leche.
Mi mamá se quedó en silencio durante unos segundos, apretó fuerte sus labios, tanto que se pusieron blancos. Luego dijo:
―Está bien. Confió en que Nahuel va a poder aguantar.
―Esperá, mamá. Si ella pone una condición, yo también quiero poner la mía. ―Las dos me miraron a los ojos―. Si yo logro aguantar más de diez minutos, vos no molestás más a mi mamá. ¿Está claro?
―Ay, primo… si aguantás más de diez minutos me voy a ir tan feliz de acá que no te voy a molestar más ni a vos, ni a ella. ¿Sabés las ganas que tengo de probar una buena pija? Pero por culpa de la obsesiva de tu madre yo no puedo salir ni a la vereda.
―No es mi culpa ―se defendió Alicia―. Hay una pandemia.
―Ya te dije, tía, que pienso ver a un tipo que está haciendo cuarentena….
―Y yo te creo; pero no confío en ese tipo. No lo conozco. No sé si él estuvo en contacto con otras personas. No voy a exponer a mi familia solo porque vos querés coger. De verdad, prefiero que lo hagas con Nahuel, aunque sea tu primo.
―Sos bastante pervertida, tía. ¿Te calienta ver a tu sobrina cogiendo con tu hijo?
―No es eso… es que…
―No me importa ―dijo Ayelén―. Ya me estoy aburriendo de tanta charla. Mejor pasamos a la acción.
―¿Qué tengo que hacer? ―Pregunté.
Ayelén soltó una carcajada muy cruel.
―¿Ves, tía? No tiene ni la más pálida idea de qué tiene que hacer. Este es el boludo que vos criaste.
―Sí sé lo que tengo que hacer ―respondí, claramente ofendido―. Pero me enseñaron a ser respetuoso con las mujeres. Lo pregunté porque no quiero hacer nada que no quieras.
―Ay, nene… si te tengo que explicar qué tenés que hacer, a cada paso, matás la emoción del momento. Tenés que aprender a tener iniciativa. Yo estoy en cuatro, con la concha abierta… ya no queda mucho margen para que andes pidiendo permiso.
―Vení, Nahuel. Yo te ayudo ―dijo mi madre.
Sí, era mi madre, aunque se me hacía muy difícil reconocerla en esa situación. Todavía no me acostumbro a verla desnuda… y mucho menos con otra mujer desnuda encima de ella.
Me subí a la cama, quedé arrodillado detrás de Ayelén, era una posición incómoda porque la cara de Alicia quedó justo debajo de mi verga; pero esto pareció no importarle a mi madre. Ella me agarró el miembro erecto y comenzó a masturbarme. Cuando estaba por preguntarle por qué hacía eso, dijo:
―Antes de meterla siempre tenés que asegurarte de dos cosas: que la tengas bien dura, y que la chica esté bien lubricada.
―De lubricarme la concha te encargás vos, tía… dale.
Mi prima meneó el culo, y a pesar de que la detesto, no puedo negar que es preciosa. Empecé a sentir verdaderos nervios. ¿Realmente me la iba a coger? ¿Y mi madre estaría dispuesta a…?
Sí, si lo estaba.
―Yo te la chupo ―dijo Alicia―, y voy a hacer lo posible para que se te dilate… pero no me hago cargo si te duele cuando te la metan.
―Te dije que ya tengo experiencia.
―¿Si? Vamos a ver si te sirve de algo.
Me di cuenta de que estaba metido en el medio de un duelo de poder entre estas dos mujeres… y por supuesto, yo haría mi mejor esfuerzo para favorecer a mi mamá.
Alicia se lanzó otra vez a la tarea de chupar esa concha. Fue impresionante. La había visto hacerlo con Cristela; pero esta vez era distinto… esta vez se parecía mucho más a un video porno lésbico. Era como si mi mamá de verdad se estuviera esmerando por chupar esa concha, por succionar el clítoris y por pasar su húmeda lengua por todos lados.
―Ay, sí tía… así… ¡cómo te gusta comer concha!
Mi mamá no le respondió, sino que pegó más su boca a la vagina de su sobrina y empezó a comerla con intensidad. Sus labios no se separaron ni un segundo de los labios vaginales de Ayelén. Este espectáculo fue más que suficiente para que mi verga quedara completamente erecta.
―Ahora te toca a vos, Nahuel ―dijo Alicia, agarrándome la verga―. Apuntá bien… y adentro. ―Me coloqué en posición, el corazón me latía a toda velocidad. De verdad me iba a coger a mi prima. Si ella supiera todas las pajas que le dediqué, se burlaría de mí… y ahora me la estoy por coger―. Dale sin miedo, que esta puta tiene la concha bien abierta.
Empecé a empujar hacia adentro.
―Hey, no… pará… despacito ―protestó Ayelén.
―¿No era que esta verga no te daba miedo? ―Le preguntó mi madre―. No le hagas caso, Nahuel, estoy mirando todo desde cerca y está entrando bien… muy bien. Dale, vos seguí.
Entendí que Alicia la quería hacer sufrir un poco. Yo no quería lastimarla pero confío en el criterio de mi mamá, si ella dice que se puede, es porque se puede. Presioné más hacia adentro. Fue fantástico sentir cómo esa concha se abría ante mi verga… y esta entrando mucho más fácil que con la concha de Pilar.
―¡Ay, no! ―Mi prima arqueó la espalda―. Despacito.
―Partila al medio, Nahuel. Mostrale a esta putita que no tiene que joder con vos.
Esas palabras me incentivaron. Retrocedí un poco, solo para volver a avanzar. Esta vez la clavé más adentro y Ayelén soltó un chillido de dolor.
―¿Qué pasa, Aye? ¿Ya te dio miedo? ―Le preguntó mi madre.
―¡Ja! ¿Miedo? ¿Yo? Pero si este pendejo va a acabar en dos minutos. No me da tiempo para tener miedo.
―Vamos, Nahuel… mostrale todo lo que tenés para dar. Dale con ganas… llenale la concha de pija.
―A mi me van a llenar la concha de pija, pero mientras tanto… vos me la vas a chupar. Y no vengas con la excusa de “Ay, no, me da asco porque la verga de mi hijo está ahí”, porque ya vi lo que pasó en el baño.
Tenía razón, con ese comentario dejó a mi madre arrinconada.
―Lo voy a hacer con mucho gusto ―dijo mi madre. Noté un poco de bronca en el tono de su voz―. Dale, Nahuel… cogete a esta puta.
La verga me palpitaba tanto como el corazón. Agarré a Ayelén de la cintura y empecé con el meneo que tantas veces vi en algún video porno. ¿Qué tan difícil puede ser esto de meterla y sacarla? No sé por qué mi prima me dice que “no la sé usar” ¿Cuánta ciencia puede haber en este movimiento tan mecánico?
Alicia se lanzó otra vez a la tarea de chupar la concha, especialmente el clítoris, que era lo que tenía a su alcance sin interferir con las penetraciones. El problema era que yo estaba demasiado cerca… mis testículos literalmente se frotaban contra la cara de mi madre… y alguna que otra lamida involuntaria iba a parar a mi verga.
Apenas habían pasado unos segundos desde que comenzó todo y ya estaba ganando cierto ritmo… y allí fue cuando me entraron las dudas. ¿Realmente sería capaz de aguantar tanto en una situación tan excitante? La concha de mi prima estaba demasiado buena… y ver su culo delante… escucharla gemir… uf… era demasiado estímulo. Para colmo a mi mamá se le ocurrió pasar la lengua justo en la parte en la que mi verga entraba en la concha, y la mayoría de las lamidas iban a parar a mi tronco. Sospecho que lo hizo para mantener una buena lubricación, pero para mí fue algo contraproducente… o quizás deba decir: muy favorable. Porque en cuanto a placer sexual, eso que hacía era maravilloso; sin embargo acelera mucho el ritmo de mi calentura, lo cual era peligroso para este desafío.
Cerré los ojos e intenté mantener mi mente en blanco. Esto ayudó mucho, logré estabilizar mi líbido y mi verga comenzó a deslizarse dentro de esa concha a un ritmo constante. Los gemidos de mi prima seguían ahí, pero no eran como los que yo había escuchado en el porno. Estos eran diferentes, como si ella intentara contenerlos. Ahí me di cuenta que lo que yo hacía le estaba gustando mucho… y ella quería esconderlo. Esto me incentivó a darle más fuerte.
―Así… así… ―dijo mi mamá―. Metela bien duro... que se nota que le gusta.
―A la que le gusta es a otra ―dijo Ayelén―. Decime, tía, te encanta tener una concha y una pija para chupar ¿cierto? ¿La estás pasando bien?
―La estoy pasando bien porque se nota que vos no esperabas que Nahuel fuera capaz de cogerte así. Dale con ganas, hijo…
―Callate y seguí chupando, puta.
Mi mamá soltó una pequeña risita triunfante, abrí los ojos otra vez y pude ver cómo se lanzaba a comer el clítoris. Esta imagen me hizo volver a la realidad, lo cual fue malo, muy malo.
Comencé a sufrir los espasmos previos a la eyaculación. Me detuve en seco.
―¿Qué pasa, primito? ¿Ya te cansaste?
No dije nada. Agarré con más fuerza su cintura y volví a moverme, solo que lo hice bastante despacio, ya no podía dar las embestidas de antes.
―Me parece que a tu hijo se la acabó la nafta, tía ―dijo Ayelén, con tono burlón.
―O quizás piensa que te va a lastimar si te la mete fuerte ―respondió Alicia―. Se ve que no estás acostumbrada a tratar con hombres amables.
―Ahora mismo no necesito un hombre “amable”. Necesito uno que me pueda dar una buena cogida. Dale, primito… cogeme… metemela toda hasta el fondo.
Esas palabras subieron desde mi verga hasta mi pecho y le dieron energía extra a mi corazón. Por puro instinto comencé a darle fuerte otra vez. Podía ver cómo mi verga se perdía completa dentro de su concha y en un segundo volvía a aparecer, llena de flujos vaginales… y de la saliva de mi madre.
Cuando logré un ritmo constante, a Alicia se le ocurrió hacer una vez más eso de lamer justo la zona donde entra mi verga. Sentir ese agradable cosquilleo en la mitad del tronco me hizo perder el control. Ya no pude aguantar más. A pesar de que intenté contenerlo, fue imposible.
Litros de leche comenzaron a saltar de mi pija, para terminar dentro de la concha de Ayelén.
―¡Ay, mirá tía! Me está llenando de leche… y van ocho minutos y medio. Te faltó tan poco, primo… ¡Qué decepción!
Mi mamá no dijo nada. No tuve tiempo para concentrarme en ella. Aún luchaba contra mi propia verga, como si pudiera contener el próximo de leche; pero era inútil, cada escupida de mi verga era más incontrolable que la anterior, y todas terminaron dentro de la vagina de Ayelén.
―Ahora que estoy bien llena de lechita, viene la mejor parte ―dijo la rubia―. ¿Sabés de qué hablo, tía?
―Sí, lo sé.
―¿Estás lista?
―Sí… ―mi mamá respondió como si fuera un ente sin emociones. Debía dolerle mucho, en el orgullo, ver a su hijo fracasando de esa manera.
―Ahora, Nahuelito querido… ―dijo Ayelén, en tono burlón―, vas a retroceder muy despacito… y vos, tía… quiero que pongas la cara justo debajo de mi concha.
Hice lo que ella me pidió, ya no podía hacer nada más, había sido derrotado… y la que debía pagar las consecuencias era mi madre.
Cuando mi verga abandonó ese agujero, la humillación de Alicia fue instantánea. Una gran cantidad de semen cayó justo sobre su cara. Pensé que ella se quedaría quieta, padeciendo ese momento vergonzoso; pero no… se lanzó otra vez contra la concha y empezó a chuparla, como si no le importara en lo más mínimo que estaba llena con el semen de su propio hijo. Lamió, succionó y trago todo lo que salió de esa concha… que no fue poco.
Para mi sorpresa, mientras mi mamá se tomaba la leche, Ayelén se lanzó de cabeza entre las piernas de Alicia y empezó a chuparle la concha. Esto era increíble, era la primera vez que veía un 69 lésbico en vivo y en directo.
Ayelén parecía realmente entusiasmada, como si hubiera olvidado su papel dominante. Me senté en la cama para poder ver la escena desde un costado. Esas dos mujeres se chupaban las conchas con ferocidad, como si la vida se les fuera en ello. Los gemidos no tardaron en llegar, y fueron de ambas, sin embargo quedaban ahogados contra la concha de la otra. Mi mamá metió la lengua en el agujero de Ayelén y recolectó el semen que aún restaba por salir. La vi con la lengua bien cargada de leche. Cerró la boca un segundo y al volver a abrirla ya no pude ver más señales del semen.
Alicia levantó sus piernas, como ofreciéndole su concha a Ayelén… y la rubia succionó sus labios con devoción. Estuvieron así un buen rato hasta que Ayelén decidió apartarse. Se sentó en la cama con la respiración muy agitada. ¿Habría acabado ella también? Es difícil saberlo con las mujeres, pero sospecho que sí.
―Es una lástima, tía. Si el pajero de tu hijo fuera capaz de aguantar un poco más, la hubiéramos pasado de diez. Aunque me parece que te gustó lo de tomarte la lechita… lo hiciste con muchas ganas.
―Lo hice porque prometí hacerlo si Nahuel no aguantaba…
―Y sabías que no iba a aguantar ―dijo Ayelén―. Creo que tenías ganas de volver a probar esa lechita… porque aquella vez en el baño… también la probaste, ¿cierto? ―Alicia no respondió―. ¿Cierto? ―Mi mamá mantuvo el silencio, mi prima comenzó a impacientarse―. Tía, me tenés que decir la verdad cuando yo te lo exijo… es parte del trato, y lo sabés. ¿Tragaste o no tragaste la leche de Nahuel ese día en el baño?
―Sí la tragué… un poquito.
―¿Un poquito poco o un poquito bastante?
―Un poquito bastante ―respondió ella. Se la veía abatida, completamente humillada.
No sabía que Alicia estuviera obligada a decir la verdad… pobre mi madre, debe estar sufriendo mucho.
Ayelén bajó de la cama y con altanería dijo:
―Bueno, ahora si me voy… un tanto decepcionada por la pobre actuación de Nahuel. Qué lástima, primo… te morías de ganas de cogerme, y cuando te doy la oportunidad, la arruinás.
Salió de la pieza.
Me puse de pie de un salto, y la seguí.
En el pasillo intercepté a Ayelén y la tomé del brazo para que no se alejara.
―Hey, ¿qué te pasa? ―Dijo ella, verdaderamente enojada―. Si te dolió lo que te dije, no es mi culpa.
―No es por eso… eso no me importa. A mí podés decirme lo que quieras… pero no te metas con mi mamá. ¿Ahora sí vas a dejar de chantajearla por lo que pasó en el baño? ―Le pregunté.
Ella comenzó a reírse.
―Ay, tontito… lo que pasó no tiene nada que ver con lo que vi en el baño. Bueno, solo aproveché un poquito cuando vos mencionaste el tema.
Me quedé atónito, mi prima me miró con su sonrisa cruel y despiadada.
―¿Entonces por qué mi mamá estuvo dispuesta a…?
―¿A chuparme la concha? No sé… ¿será que le gustan las conchas?
―Eso no es cierto. Mil veces la escuché decir que no le interesan las mujeres. Si lo hizo con vos es porque la obligaste…
―Yo no la obligé. ¿Por quién me tomás, primo?
―Sí la obligaste, de otra forma no me explico cómo accedió.
―No la obligué. Digamos que… llegamos a un acuerdo.
―¿Y en qué se basa ese acuerdo?
―No te lo voy a decir, y dudo mucho que Alicia te lo quiera contar.
―Dale, decime. Si voy a ver a mi mamá chupándote la concha, al menos quiero saber por qué lo hace.
―Sos insistente…
―Cuando quiero averiguar la verdad, sí, puedo ser muy insistente.
Ella puso los ojos en blanco.
―Te lo voy a decir, solo para que me dejes en paz: Tu mamá me debe dinero.
―¿Qué? ¿La obligás a chuparte la concha solo porque te debe plata?
―¿Te parece poco?
―Sí… claro que sí.
―Nunca dije cuánto dinero me debe. No es poco.
―¿Y por qué te debe tanto?
―Ah, no… ya te conté cuál es el principal problema, si querés detalles, preguntale a tu madre. Yo no soy informante de nadie. No me jodas, primo… o las cosas se van a poner mucho peor, para vos y para tu mamá.
La vi alejarse con su exagerado meneo de caderas. Apreté los puños, seguramente mi cara se puso roja de rabia. Esa hija de puta tiene a mi madre como esclava sexual y yo no pienso permitírselo.
Volví a entrar al cuarto, mi mamá salía del baño, se había lavado la cara pero aún seguía completamente desnuda. Verla así reactivó mi líbido… fue totalmente involuntario. Es que las tetas de mi madre, tan firmes y erectas, sumadas a su angosta cintura y anchas caderas… uf… es una imagen que le puede parar la pija a un muerto.
―Mamá, hablé con Ayelén ―le dije, mientras me sentaba en la cama―. Ella me contó cuál es el problema que hay entre ustedes dos.
―¿Qué? ―Ella se quedó helada―. ¿Qué te contó, exactamente? ―Preguntó con los ojos muy abiertos.
―No mucho, no quiso entrar en detalles. Solamente me dijo que vos le debés plata.
―Ah… ―Se quedó muy quieta durante un par de segundos, hasta asustada se la veía preciosa. Luego se acercó y se sentó a mi lado―. Lo que te contó Ayelén es cierto. Y no quiero que te preocupes, es un problema entre ella y yo. Ya lo voy a solucionar.
―¿Por qué le debés plata? Ayelén dijo que era mucha…
―Em… es bastante. Pero… lo siento, no te puedo contar por qué. Me da mucha vergüenza.
―¿Es porque no nos alcanza para vivir, cierto? ―Ella me miró con los ojos de un cordero que va al matadero―. No hace falta que me mientas, mamá. Sé que últimamente nuestra economía no es muy buena, especialmente ahora, que hay dos bocas más que alimentar. Acá las únicas personas con un ingreso son vos y Gisela… y estoy seguro que con eso no nos alcanza para nada. Vos siempre comprás mucha comida, para que no se note que nos falta… pero también sé que escondés las cartas de reclamos por impuestos que no pagamos. ¿Y si nos cortan la luz?
―No nos van a cortar la luz… hay un decreto que dice que durante la pandemia no se pueden cortar servicios esenciales, como la luz y el agua… aunque haya falta de pago.
―¿Y cuando termine la pandemia, qué? Todo eso nos lo van a cobrar.
―Ese no es tu problema, Nahuel…
―Sí que lo es. Yo vivo en esta casa. ¿Y sabés qué? Me parece que Ayelén es muy hija de puta al obligarte a hacer eso… porque ella también está viviendo en esta casa, come gratis todos los días. Dentro de unos meses va a ser ella la que te deba a vos.
―Bueno, si les permití vivir acá en parte es por eso. No podía negarle a Ayelén un lugar donde vivir, ni comida en la mesa.
―Y ella, porque es una hija de puta, te obliga a chupársela…
―No me obliga. Llegamos… a un acuerdo.
―Ella me dijo lo mismo. Lo repiten como loros, pero no sé qué significa exactamente.
―No importan los detalles, Nahuel. Eso queda entre ella y yo. A mí el acuerdo no me gusta, lo sabés muy bien. No me agrada hacer esas cosas con una mujer; pero lo puedo tolerar. Al fin y al cabo es mi sobrina, no una desconocida.
―¿Y no te parece peor tener que chupársela a tu sobrina?
―Bueno, por las cuestiones del parentesco, y teniendo en cuenta que ella es como una hija más para mí, sí que se siente muy pero muy raro… e inmoral. Sin embargo, también me lo hace más fácil, porque hay confianza. No sé si me explico… sé que es difícil de entender.
―Creo que lo entiendo… a mí me genera confianza hablar de temas sexuales con vos, y sé que a veces las cosas se ponen un poquito… raras; pero me sentiría peor si esas charlas las tuviera con una desconocida.
―Me alegra que lo veas así ―dijo, pasando un brazo por encima de mis hombros. Me atrajo hacia ella y mi cara quedó pegada a una de sus grandes tetas―. A mí también me alegra que hayamos tenido esas charlas… y con Pilar también. Siento que por primera vez me estoy acercando a mis hijos. Al fin y al cabo esta pandemia no solo trajo malas noticias. Por cierto… no te sientas mal por lo que pasó con tu prima.
―Me siento un poquito mal… no me imaginé que iba a durar tan poco… es que…
―Es que fue tu primera vez, Nahuel. Es la primera vez que metés la verga en una vagina. Para vos fue una nueva experiencia, nuevas sensaciones para procesar… y Ayelén es una chica muy hermosa, eso también afecta.
―¿A vos te afecta? ―Ella reaccionó como si le hubiera dado un cachetazo, definitivamente no esperaba esa pregunta―. ¿Te afecta que sea tan linda? ―Volví a preguntar.
―Em… y… ¿cómo te lo explico?
―Siendo sincera… sé que no sos lesbiana, pero… a ver… también sé que no sos de piedra, mamá. Pasar tanto tiempo chupándole la concha a una chica tan linda, te debe afectar de alguna manera.
―Bueno… sí… sí que me afecta, y más de lo que yo me imaginaba. A ver cómo lo explico sin sonar como lesbiana… ―pensó durante unos instantes, y luego dijo―, la anatomía femenina es muy sensual. Aunque no me gusten las mujeres, eso es una realidad que no puedo negar. Quizás Macarena lo explicaría mejor… ella sabe más de psicología. Una vez Maca me contó que… hizo algo con una mujer, no quiero entrar en detalles, porque quizás ella te lo quiera contar. Si querés preguntale, a Maca le gusta hablar de estos temas, no creo que tenga drama en contártelo. ―Recordé que llevaba tiempo sin tener una buena charla con Macarena, tenía que resolver eso cuanto antes―. En fin, ella dijo que lo hizo por mera curiosidad, pero cuando tuvo una concha contra la boca, en su mente se activó cierto… instinto sexual. Fue como si su mente le dijera: Esta es una linda mujer y puede despertar muchas fantasías eróticas. A mí me pasa algo parecido con Ayelén. Esta no fue la primera vez que le chupé la concha… ya van varias… y hace poco, cuando ella andaba dando vueltas por la casa en tanga, me di cuenta que yo le estaba mirando mucho el culo… y se lo miraba con los ojos de un hombre… de la misma forma en que se lo mirás vos. Si hasta llegué a pensar: “Uy, qué lindo culo que tiene esta piba”. No se lo digas, porque te mato. No le des más poder del que ya tiene.
―Quedate tranquila, no pienso contarle nada a esa yegua.
―Sí, es una yegua… pero también es muy hermosa… y ella lo sabe. Y cuando se me sienta en la cara… no sé… es como que me olvido de todo y empiezo a actuar por puro instinto. Y eso no es todo… cuando se la chupo, quiero hacerlo bien, quiero que ella disfrute… eso es por puro orgullo. Me agrada saber que ella se excitó mientras yo… hacía mi trabajo.
―Siempre fuiste orgullosa.
―Sí, es una de mis mayores debilidades.
Sabía que ese orgullo también impediría recibir ayuda de mi parte para solucionar el problema con el dinero, por eso ni siquiera lo planteé. Sin embargo, algo tengo que hacer para conseguir plata, aunque ella no lo apruebe. Quizás el negocio que inició Tefi pueda servir de algo.
―Por eso no le decís que no cuando ella te pide que se la chupes… ¿por orgullo?
―Así es. Lo que pasa es que hicimos un trato… y siento que si yo empiezo a lamentarme cada vez que ella me dice: “Tía, chupame la concha”, entonces le muestro debilidad. Lo peor que se puede hacer con Ayelén es mostrarle debilidad.
―Sí… es como los perros. Puede oler el miedo.
Mi mamá soltó una carcajada.
―Nunca lo había visto de esa manera, pero tenés razón. Por eso no te sientas mal si me ves haciendo estas cosas con ellas. Mi orgullo está en juego y no voy a mostrar señales de debilidad.
―¿Sentís que en algún momento le mostraste una?
Ella evaluó la pregunta, luego dijo:
―Sí. Y tiene que ver un poco con lo que te decía antes… cómo la belleza de Ayelén llega a afectarme un poco, a pesar de que no tengo el más mínimo interés sexual en mujeres. Hace unos días ella me estaba ayudando en la cocina y llevaba solamente un pequeño corpiño, y una diminuta tanga blanca, de esas que le aprietan mucho la vulva…
―Sí… sé cuáles son, ya se las vi usar más de una vez ―dije, recordando ese hermosos espectáculo―. Incluso Macarena las usa a veces…
―Así es, y no te creas que no me doy cuenta cómo mirás a tu hermana…
―Perdón...
―No, mientras a ella no le moleste, no tenés que pedir perdón por nada. Ya entendí que estás en una casa llena de mujeres y vas a vivir bombardeado de esa clase de imágenes. Por eso no me pongo ropa ahora mismo ―señaló su propio cuerpo desnudo―. Es preferible que te acostumbres. Y ese día, en la cocina con Ayelén, descubrí que a mí también me cuesta acostumbrarme a estar rodeada de esos… estímulos, que aunque no vayan dirigidos hacia mí, no dejan de ser estímulos. Me acerqué a ella y sin decirle nada empecé a acariciarle la concha por encima de la tanga. Ayelén se puso en alerta enseguida, y se quedó muy quieta, parando la cola y apoyando las manos sobre la mesada. Mientras la acariciaba, le dije al oído: “Vamos a la pieza y te chupo la concha”. Ella me siguió, entramos acá, se bajó la tanga y se puso en cuatro en el borde de la cama, y me dijo: “Vení, se nota que te morís de ganas de comértela, porque ahora me la pedís sin que yo te diga nada”. Ahí me di cuenta que, para ella, yo había mostrado debilidad. Le dije: “Lo hago porque sé que igual me lo ibas a pedir, y prefiero hacerlo ahora, antes de que esté lista la cena”. Pero a ella no le convenció mi respuesta. Se la chupé sintiendo que Ayelén había ganado una batalla, aunque no por eso lo hice mal. Al menos quería hacerlo bien.
―¿Y ella tenía razón? ¿Fue una debilidad?
―Sí, porque yo le propuse chupársela porque… porque me excité al verla con esa tanga y saber que, en cualquier momento, yo se la podía sacar, para comerle la concha. Desde ese día intento tener más cuidado con esas cosas, no se la chupo hasta que ella me lo pida. Aunque me muera de ganas…
―Mamá… si no te gustan las mujeres ¿por qué te dan tantas ganas de chuparle la concha a Ayelén?
―No lo sé, te juro que no lo sé. No entiendo por qué mi líbido se despertó de esa manera, si por lo general la tengo muy dormida… quizás… quizás porque no acostumbro masturbarme, y llegué a un límite que mi cuerpo me pedía descargar de alguna manera.
―Pero si se la chupás a ella, ¿cómo puede ser una descarga para vos también?
―Em… es que a veces, mientras se la chupo, yo… me hago la paja. No es algo que haga a consciencia, de hecho… intento evitarlo. Porque cada vez que Ayelén me ve tocándome la concha, empieza a decirme cosas como: “Ay, tía… ¿tanto te calienta mi concha?”
―La muy yegua no te deja pasar una.
―No, para nada. Fue un gran error pedirle la concha de esa manera, hasta sonó como una súplica, a pesar de que no era mi intención. Ahora que lo pienso, ese día andaba un poco deprimida y necesitaba hacer algo intenso… así sea con una mujer, que es lo único que puedo conseguir en esta casa… bueno, además de esto ―agarró mi pija con firmeza, no la tenía firme pero eso ayudó a que empezara a endurecerse. Ella me sonrió con simpatía, casi como si fuéramos viejos amigos. Me gustó mucho su actitud. Me agrada la idea de ser amigo de mi mamá… aunque esté un poco loca―. Pero ésta no es para jugar… es para enseñarte a vos cómo usarla. Y hoy tuviste una lección muy importante, así que por eso me quedo contenta.
―Yo no me quedo contento. Siento que le mostré una señal de debilidad, al acabar tan rápido… además vos tuviste que…
―Tuve que tragarme todo… y no te preocupes, Nahuel, ya pasó. Sí, fue una señal de debilidad, no porque yo lo vea así… sino porque estoy segura que Ayelén lo ve de esa manera. Y si yo me tragué toda la leche sin chistar, justamente fue por eso, para no mostrarme débil. Lo acepté tal y como se dio. Y hoy lograste algo que es poco habitual en tu prima: que ella me chupe la concha a mí. Presiento que a Ayelén le gusta el sexo lésbico, no se hace demasiado drama con eso. También sé que le resulto atractiva, por la forma en que me mira. Y sí, antes de esta, hubo veces en que las dos terminamos chupándonos las conchas la una a la otra, esos momentos los disfruté un montón, no solo por tener a alguien comiéndome la concha, que de por sí está muy bueno, sino porque así es como Ayelén muestra su debilidad. Si no me come la concha cada vez que yo lo hago con ella, es por eso, para no demostrarme que mi cuerpo le atrae. Me di cuenta que solo lo hace cuando está muy excitada, ese es otro de los motivos que me lleva a esforzarme tanto cuando se la chupo…
―Claro, porque si la calentás lo suficiente… ella te la chupa a vos ―sonreí. Mi mamá no era ninguna perdedora, como yo había imaginado. Ella estaba haciendo su guerra de orgullo y poder, y hasta tiene algunas tácticas para ganar alguna que otra batalla.
―Exacto ―volvió a sonreír, sus dedos se apretaron más sobre mi verga, me agradó la descarga que cruzó por todo mi cuerpo―. Y vos conseguiste que eso pasara. Sé que hice mi parte, porque realmente me esmeré en chupársela; pero la diferencia la marcaste vos, con esta verga hermosa que tenés. ―Movió su mano lentamente, como si me estuviera masturbando―. Además… acá entre nosotros te digo que… me resultó excitante ver cómo salía tanto semen de esa concha. De nuevo se activó ese “instinto sexual”. Ayelén es linda y ver una mujer linda con la concha llena de leche, me resultó impactante… especialmente porque lo estaba mirando desde tan cerca… y la leche me cae en la cara. O sea, sé que era tu semen… pero bueno, sabés bien que no es la primera vez que me lo trago ―eso era cierto y mi verga se despertó al escucharlo, se puso tiesa como un garrote―. Como ya lo había hecho antes, esta vez se me hizo más fácil procesarlo. Te cuento esto para que no pienses que yo lo sufrí. Me lo tomé con bastante calma, de verdad.
―Entiendo ―dije, con un nudo en la garganta.
―Bueno, hijo. No te pongas tan mal con lo que pasó. Estuviste muy cerca… yo me voy a encargar de que tengas una segunda oportunidad… pero mientras tanto, aprovechá la ayuda que te da tu tía. Cristela es muy buena… em… chupando pijas. Ella te va a ayudar a mejorar. Y no te sientas mal si algún día ves que le estoy chupando la concha a Ayelén. Porque si vos te ponés mal por eso… gana ella.
―Es cierto… te prometo que voy a hacer lo posible para no sentirme mal.
―Además, yo le saco algún que otro provecho, como hoy… que terminó comiéndome la concha.
―Muy cierto ―dije, sin estar del todo convencido.
―Entonces, ¿lo dejamos acá? Quedate tranquilo que todo va a estar bien.
―Sí, mamá. Me quedo tranquilo.
Busqué mi toallón y me envolví como pude, a pesar de tener la verga bien erecta. Mi mente ya estaba trabajando, de ninguna manera voy a tolerar que Ayelén siga usando a mi mamá como su “esclava sexual” o lo que mierda sea. Si el problema tiene que ver con dinero, entonces solo tengo que conseguir dinero… y para eso voy a tener que hablar con Tefi. Ella es la única que me pude ayudar.
Caminé hacia la puerta y justo antes de tocar el picaporte, escuché la voz de mi madre.
―Gracias por preocuparte por mí, Nahuel. Y te digo que hoy, a pesar de todo, la pasé bien.
―Gracias, mamá… yo también la pasé bien.
―Me alegro. Ah… y otra cosita: Si llegás a usar otra vez mi baño sin mi permiso, te mato y te entierro en el patio. ¿Está claro?
―Em… sí… muy claro.
Salí de ahí tan rápido como pude, mi vida dependía de ello.