Aislado Entre Mujeres [18].
Merecido Castigo.
Capítulo 18.
Merecido Castigo.
Últimamente ocurrieron muchas cosas extrañas en mi casa, la cuarentena nos está afectando mucho y de una forma inesperada. En lo más alto del ránking de estos sucesos extraños se encuentra la “charla” que tuve con mi mamá en su baño, y lo que estoy viendo ahora mismo.
Cristela estaba prácticamente sentada sobre la cara de su hermana… es decir, de mi mamá. Tenía la concha abierta y seguía masturbándose, por el brillo de sus ojos me di cuenta de que estaba muy excitada. Pero había algo más: una sonrisa cruel, como de villana de cine; de esas que saben que son malvadas, y lo disfrutan.
Estaban en medio de una discusión y mi tía tenía intenciones de contarme algo sobre un método que ella solía emplear cuando discutía con su hermana. Por la dirección que habían tomado los sucesos, sabría que se trataría de algo con tintes sexuales. Me moría de ganas por saberlo.
―Che, Nahuel ―dijo mi tía―. ¿Alguna vez tu mamá te contó sobre la pelea que tuvimos cuando ella me robó un vestido?
―¡Cristela! ―Exclamó mi mamá―. Te pido por favor que no hables sobre eso.
―Em… no me dijo nada sobre ningún vestido ―mi respuesta era obvia―. Pero me gustaría saberlo.
Tenía la pija sumamente dura, me palpitaba todo el tronco y temí que fuera a acabar en cualquier momento. Aparté la mano de mi miembro y me quedé observando cómo las grandes tetas de mi tía se sacudían al ritmo intenso de su masturbación. Era hermoso verlas saltar de esa manera, cubiertas por pequeñas gotitas de sudor.
―Bueno, yo te voy a contar lo que pasó.
―No, Cristela. Te lo digo en serio ―siguió quejándose mi mamá―. Me prometiste que eso no se lo ibas a contar a nadie.
―Tu hijo ya es grande, y si le puedo chupar la pija, también le puedo contar una cosita o dos sobre mi vida. ¿No te parece?
―Pero también es MI vida…
―Y ya viene siendo hora de que tu hijo sepa un poco más sobre tu vida. Además, no sé por qué te enojás tanto si fue solo un jueguito.
―Porque me da miedo que Nahuel no lo vea de esa manera. Nosotras lo entendimos de una manera; pero alguien que no estuvo ahí podría malinterpretarlo. No quiero que Nahuel se haga ideas equivocadas sobre su madre y su tía. Quizás él no lo vea como un “juego”.
―¿Por qué lo vería de otra manera? ―Dije, lleno de curiosidad―. Si ustedes dicen que fue un juego, lo voy a entender de esa manera. ―No sabía de qué hablaban, no tenía idea de cómo iba a interpretar lo que mi tía quería contar… solo quería que me lo cuente.
―¿Ves? Nahuel es un chico sensato. Y este me parece el mejor momento para contárselo.
―Bien, como no me vas a hacer caso, solamente dejame aclarar una cosa ―dijo mi mamá.
―Adelante.
―Nahuel, cuando tu tía te cuente lo que pasó, quiero que te acuerdes de las charlas que tuviste con Macarena y cómo ella te ayudó con tu problemita. También quiero que te acuerdes de lo que hablamos en el baño.
―Em… ok, está bien.
No tenía ni la más pálida idea de por qué mencionó esas charlas. ¿Qué tenía que ver mi relación con Macarena en todo esto? Y lo que pasó con ella en el baño… creí que mi mamá ni siquiera se animaría a mencionar ese tema. No sabía por qué lo traía a colación ahora, pero si escuchaba atentamente pronto lo descubriría.
―Todo esto empezó el día que me compré un vestido precioso, color rojo ―comenzó diciendo mi tía―. El rojo siempre fue mi color favorito, y había ahorrado durante meses para comprarme ese vestido. Tenía intenciones de usarlo en el cumpleaños de una amiga, que sería en un salón muy elegante. Yo tenía dieciocho años y toda la ilusión del mundo… pero el día de la fiesta me llevé una gran sorpresa: mi vestido no estaba por ninguna parte. ¿Y dónde creés que estaba? ¿Quién sospechás que lo tenía?
―¿Mi mamá?
―Exacto ―dijo mi tía.
Cristela no dejaba de masturbarse, aunque ahora lo hacía con cierta rabia, como si estuviera castigando a su hermana. Como si dijera: “Mirá, me estoy pajeando en tu cara”. No sé si yo estaré loco o qué, pero la escena me parecía de lo más excitante. Tenía la pija dura y ocasionalmente me la tocaba, sin abusar mucho. No quería eyacular ahora, que la historia recién empezaba.
―Como te imaginarás, esa noche no pude ir al cumpleaños de mi amiga… ¡porque no tenía qué ponerme! ―Mi mamá no se dio por aludida con este comentario, continuó mirando fijamente hacia arriba, hacia las grandes tetas de Cristela. O sea, no creo que mi mamá tuviera la intención de mirarle las tetas a su hermana, pero desde su posición tenía solo dos opciones: mirarle la concha o las tetas―. Eso sí, me quedé toda la noche despierta, esperando que la desgraciada volviera… y cuando entró se llevó una gran sorpresa al encontrarme dentro de su pieza. La había pescado con las manos en la masa, tenía puesto mi vestido rojo. ¿Y te acordás qué fue lo que me dijiste, Alicia?
―Dije que a mí me quedaba más lindo que a vos, y lo sostengo.
―¿Ves? Sos una yegua.
No sabía si estaban discutiendo en serio o todo era parte de un extraño jueguito entre hermanas; con estas dos nunca se sabe. Pero sí me creía que mi mamá le hubiera respondido eso, Alicia a veces puede ser tan cruel como egocéntrica.
―Te pusiste mi vestido nuevo justo la noche en que yo pretendía estrenarlo ―se quejó mi tía.
―Y yo te dije que no sabía que la fiesta era esa misma noche.
―Seguramente te fuiste a hacerte la putita con los tipos del taller. Querías que ellos te miraran bien el orto y las tetas.
―No te importa lo que fui a hacer.
Hablaban como si hubieran retrocedido más de veinte años en el tiempo y estuvieran reviviendo esa noche.
―Cuando la yegua de tu mamá me dijo eso, me enojé mucho. Ella siempre me quita todo lo que me gusta, cree que mis cosas son de ella, y nunca comparte sus cosas ―eso sí definía muy bien a mí mamá―. La agarré de los pelos ―hizo eso mismo, pero sin aplicar demasiada fuerza―. Empezamos a pelear y cuando me di cuenta las dos terminamos en la cama. Alicia quiso tirarme al piso, y yo, para evitar eso, me senté arriba de ella, como lo estoy haciendo ahora. Ahí me di cuenta que tenía a esta yegua justo donde la quería.
―Y ni siquiera te habías puesto una bombacha ―dijo mi mamá.
―Sí, estaba en concha, como ahora. Aunque esa vez tenía puesto un camisón.
―Uno muy cortito, que no te tapaba nada. Después decís que a mí me gustaba hacerme “la putita”, vos andabas todo el tiempo prácticamente desnuda.
―Porque me siento más cómoda sin ropa. Pero no me desvíes el tema, Alicia. Vos sabés muy bien que hiciste mal en quitarme el vestido sin consultar. No te das una idea de la ilusión que yo tenía de ir a esa fiesta. Pasé una vergüenza enorme cuando llamé a mi amiga y le expliqué que no iba a ir… mi amiga estuvo tres meses sin dirigirme la palabra… hasta que le conté la verdad: No fui porque la puta de mi hermana me robó el vestido.
Más de una vez escuché a mis hermanas discutir por ropa, son cuatro mujeres y yo no sé cómo hacen para distinguir de quién es cada cosa. Sin embargo nunca presencié una discusión como esta, Tefi puede ser la más egoísta de mis hermanas; pero no creo que fuera capaz de robarle un vestido a alguna de las demás… justo en la noche que pretenden usarlo. Eso sería caer demasiado bajo… y me puedo creer que mi mamá fuera capaz de hacer una cosa así.
―Cuando quedé así, arriba de ella, lo primero que dijo Alicia fue…
―Sacame esa concha asquerosa de la cara, que yo no soy lesbiana.
El tono despectivo que empeló mi madre debió ser exactamente el mismo que usó aquella vez.
―Y ese fue tu gran error, hermanita. Me hiciste notar que yo tenía ventaja. Si tanto asco te daba mirarme la concha… entonces…
―Cristela, ni se te ocurra…
Alicia no llegó a completar la frase, la concha de mi tía se pegó a su boca y le impidió hablar. Y eso no fue todo, Cristela comenzó a menear las caderas con una sensualidad impresionante, aunque quizás mi mamá no opinase igual, porque le estaban frotando una concha por toda la cara. Para mí eso sería una maravilla, especialmente si se trataba de una concha tan linda como la de mi tía Cristela; pero si a mi mamá no le gustan las mujeres, entonces debió ser un tanto molesto.
―Le empecé a frotar la concha por toda la cara, la quería humillar, quería demostrarle que no podía contra mí… y si tanto odia a las lesbianas… quería que supiera cómo era el olor a concha, a qué sabía una concha. La muy puta me arruinó la noche, y yo quería hacer algo que pudiera recordar toda la vida, para que aprendiera a no meterse conmigo.
La escena me pareció de lo más morbosa, casi me podía imaginar a mi tía con dieciocho años y un cuerpo espectacular, frotando su concha contra la cara de su hermana… y mi mamá, si es hermosa ahora, a los veinte habrá sido una diosa. Al nivel de Gisela. Tengo que admitir que ver dos mujeres lindas teniendo sexo lésbico me da curiosidad y me genera morbo. ¿Será porque tengo tantas hermanas? No lo sé… pero la pija se me estaba poniendo cada vez más dura. Comencé a masturbarme otra vez mientras veía cómo la concha de Cristela llenaba de flujos vaginales la cara de mi mamá.
―Y ahora ―dijo mi tía―, te lo merecés otra vez, por cómo me trataste por culpa de esas putas plantas. Yo solamente quería cambiar un poco el ambiente, porque nos pasamos todo el puto día encerradas en esta casa… ¡pero no! A la señora Trastorno Obsesivo Compulsivo no le podés cambiar ni una planta de lugar, porque se vuelve loca.
La cadera de Cristela seguía moviéndose de adelante para atrás, y mi madre parecía resignada, no luchaba para quitársela de encima. En este momento entendí por qué Alicia mencionó la charla que tuvo conmigo en el baño. Yo me sentí ofendido cuando ella se enojó porque le estaba mirando la concha, y luego se mostró muy arrepentida, incluso llegó a decir que no le importaba si yo le acababa en la cara, que se lo merecía, por haber sido mala conmigo. Me dio la impresión de que con mi tía le estaba ocurriendo exactamente lo mismo. No oponía resistencia porque sabía que se lo merecía, ella había sido cruel con Cristela, tanto la noche del vestido, como en el incidente con las plantas. Me imaginé que mientras la concha se deslizaba por toda su cara ella estaría pensando: “Me lo merezco, yo me lo busqué, por ser tan mala”.
Algún día debería preguntarle a Macarena sobre este comportamiento, porque me resulta de lo más extraño. Me cuesta creer que mi mamá, con un carácter tan fuerte, acepte de esta manera un castigo, aunque se lo merezca.
Aunque de momento mi mayor preocupación es hasta dónde va a llegar esta pelea entre hermanas. Mientras sigan así, no hay grandes problemas, al contrario, me resulta sumamente interesante. Pero ya las conozco, en cualquier momento todo se puede ir a la mierda.
―Te digo más, Nahuel ―mi tía habló sin dejar de mover sus caderas―. Lo del vestido fue solo la primera vez que apliqué este castigo con mi hermana. Unas semanas después la muy hija de puta volvió a hacer de las suyas. Yo estaba ahorrando plata para comprarme unas tijeras de peluquería, ya en esa época sabía que quería ser peluquera… y cuando miro la cajita donde guardaba la plata, me encuentro con que está vacía. ¡Completamente vacía! La muy puta me robó hasta el último centavo. ¿Y para qué?
―¿Para qué? ―Pregunté, intrigado.
―No sé, eso es lo que le estoy preguntando a esta puta ―Cristela parecía verdaderamente enojada.
―¿Qué hiciste con la plata, mamá? ―Hice la pregunta para que mi tía se apartara un poco y al menos le permitiera respirar… aunque mi madre no parecía estar sufriendo mucho.
―Fui a cenar con un par de amigas.
―¿Te gastaste toda la plata en una cena?
―Era un buen restaurante.
―Hija de puta ―Cristela hervía de rabia―. Sos la mina más egoísta que conocí en mi vida. ¿Sabés lo que me costó ahorrar esa plata? ¡Y tuve que empezar otra vez! Tardé meses en poder comprarme la primera tijera. Ahora no me arrepiento de haberme sentado en tu cara… ¡te lo merecés!
Una vez más comenzó ese sensual meneo de caderas y mi mamá recibió esos húmedos labios vaginales en toda la cara. Cristela, además, puso un brazo detrás de su espalda y así alcanzó la concha de Alicia, comenzó a masturbarla frenéticamente.
―¿Ves cómo te estás mojando toda, putita? Te dije que vos también te ibas a calentar con el olor a concha. ¿Ahora me creés? ―La escuchaba hablar y la verga me palpitaba. Sentí un poco de pena por mi madre; pero ella parecía estar dispuesta a recibir el castigo.
―¿Algo como esto pasó otra vez? ―Pregunté, la curiosidad y la calentura no son una buena combinación.
―Sí, me acuerdo patente que unos días después volví a poner toda la concha en la cara de tu mamá. Esta vez fue porque discutimos por una boludez, y ella, en uno de sus arrebatos de locura, le tiró un zapato a mi lámpara. Y no era cualquier lámpara, era una muy cara, una por la que tuve que trabajar mucho para poder comprarla. ¡Y ella lo sabía! Lo hizo a propósito. La noche que la castigué por robarme la plata estuve como media hora frotando mi concha contra su cara, hasta me pajeé, para llenarla de juguito. ―Cristela sonrió con malicia, esta situación parecía divertirle mucho… incluso me pareció notar una sonrisa desafiante en la cara de mi mamá; pero es difícil decirlo, porque la concha de mi tía no para de subir y bajar, a veces los labios vaginales se pegaban a los de la boca de Alicia, quizás fue solo una mueca involuntaria―. ¿Te acordás de cómo me pajeé y vos te quejabas de que yo me mojo mucho?
―Sí, me acuerdo ―dijo mi madre, su voz sonó como si alguien le estuviera tapando la boca con una mano―. Y me acabaste en la cara, puta. Todavía me acuerdo de cómo te empezó a salir juguito de la concha…
―Ese fue el toque especial, hermanita… y bien merecido lo tuviste.
―No sé cómo hiciste para acabar en ese momento…
―Ah, es que yo tengo un buen control sobre mi concha. Sé cómo hacer para acabar, cuando la situación lo requiere. ¿Querés que te lo demuestre?
―No… pero sé que lo vas a hacer igual.
―Mmm… por ahora no. Estoy pensando en algo mejor. Ya vas a ver.
Jamás me imaginé que mi tía y mi mamá tuvieran una historia como esta en sus vidas, y tengo que reconocer que me alegra mucho haberme enterado. Soy un maldito morboso, sé que me voy a hacer como mil pajas pensando en esto… e imaginando cómo pudieron ser los castigos previos, cuando las dos eran jóvenes. Para cualquier aficionado al sexo lésbico, ver a estas dos hermanas haciendo esto puede ser motivo para que la pija le explote. Sin embargo, me esforcé por aguantar.
―Lo de la lámpara fue lo que menos me molestó ―dijo Cristela―. Pero ya estaba harta de las cosas que tu vieja hacía, solo para joderme. Estaba muy enojada. Esta pelotuda me hizo acumular mucha bronca. Necesitaba llevar el castigo a otro nivel. Tenía que hacer algo que fuera aún más humillante para ella. Por eso esa vez me abrí la concha ―me mostró cómo lo hizo, separando sus labios vaginales con los dedos―, y le dije: “Pasale la lengua”.
El corazón me dio un vuelco. ¿De verdad le pidió a su hermana que le chupara la concha? ¿Y ahora? ¿Solo lo estaba narrando o pretendía que Alicia replicara la acción?
―¿Y ella qué hizo? ―Pregunté, anonadado.
―Le dije que no… ―mi tía retrocedió apenas un centímetro, lo justo y necesario para permitirle a mi madre hablar―. No soy lesbiana, no ando chupando conchas.
―Y yo le respondí que esto no tiene nada que ver con ser lesbiana, sino todo lo contrario. Si creyera que ella es lesbiana, entonces en lugar de un castigo esto sería una recompensa.
―¿Y vos le dijiste algo, mamá?
―Le dije que ella tenía razón, no lo tomaríamos como algo lésbico… pero aún así no me agradaba nada la idea.
―¿Y cómo te iba a gustar, si era un castigo?
―Entendí que ella quería humillarme, y yo no pensaba permitírselo, así que hice esto…
Alicia levantó ambas manos y agarró las grandes tetas de su hermana, empezó a estrujarlas como si estuviera amasando para hacer un pan casero. Cristela comenzó a chillar e intentó liberarse, por el forcejeo su concha volvió a posarse sobre la boca de mi mamá… esta vez sí pude notar que Alicia se reía. En realidad las dos se estaban riendo, eso me alegró mucho, por un momento pensé que la pelea había tomado un tinte demasiado serio; pero ahora ellas volvían a ser las hermanas rivales, que se divertían peleando la una contra la otra. Alicia pellizcó los pezones de Cristela, de solo verlo me dolió.
―¡Ay, yegua! ¡Eso duele! ―Se quejó mi tía.
Al mismo tiempo, la pelirroja volvió a poner la mano detrás de su espalda y la llevó hasta la concha de su hermana. Metió dos dedos y la masturbó con fuerza.
―¡Ay! ―El grito de mi madre quedó ahogado entre los labios vaginales de Cristela.
―Te voy a llenar la concha de dedos, puta. Soltame. ―Metió un tercer dedo y me sorprendió lo mucho que se dilató la vagina de mi mamá―. ¿Ves, Nahuel? Así es como terminamos peleando. ¡Auch! ¡Dejá de pellizcarme!
―Y vos dejá de pasarme la concha por la cara.
―Lo voy a hacer cuando empieces a tratarme bien. Llevo más de veinte años intentando que entiendas eso.
―Em… ¿llevan haciendo esto desde aquella época? ―Pregunté.
―No ―respondió Cristela―. De hecho, esto lleva como veinte años sin pasar. Cuando éramos jóvenes tuvimos varias situaciones como esta, pero cuando tu mamá se casó ya no hubo tantas peleas, así que este método no fue necesario. La tercera vez que nos peleamos así tu mamá no obedeció, se negó a pasar la lengua por mi concha.
―¡Por supuesto! ―Dijo Alicia.
―Pero pocos días después volvimos a discutir. Ni siquiera me acuerdo por qué fue. ¿Vos te acordás, Alicia?
―Fue porque sos una exagerada, como siempre. Seguramente te enojaste por una pelotudez.
―¿Te parece que es una pelotudez robarle el vestido a tu hermana justo la noche en que lo va a estrenar? ¿O te parece una pelotudez robarte los ahorros que yo tenía para iniciar un nuevo emprendimiento laboral? ¿Eh? Decime…. ―los dedos de mi tía se movían rápidamente dentro de la concha de mi mamá, demostrando que su rabia seguía creciendo―. La cuarta vez ya estaba más que harta. Te lo dejé pasar en la vez anterior, pero a la cuarta dije: “No, ya basta… hoy sí le voy a dar algo para que recuerde toda la vida”. Me metí a su pieza en camisón, sin tanga, ella se estaba haciendo una paja. Cuando me vio se asustó mucho, porque pensó que era mamá. ¿Sabías que tu mamá se hacía mucho la paja?
―Cristela, no le cuentes esas cosas…. es muy…
―¿Humillante? Esa es la idea, hermanita. Nahuel, quizás hayas escuchado a tu mamá quejarse de la masturbación, y eso es porque a tu edad ella se pajeaba mucho… pero mucho en serio. Se clavaba tres o cuatro pajas al día, mínimo. Y lo sé porque mi pieza estaba pegada a la suya y solo nos separaba una pared de machimbre. La podía escuchar gemir mientras se colaba los dedos. Me encantó sorprenderla en plena paja. ¿Sabés por qué?
―¿Porque era humillante? ―dije.
―Sí, pero para ella no solo es humillante el acto de la paja en sí. Lo que más le molesta a tu mamá es reconocer que está excitada y que la concha se le mojó porque está caliente. Ella odia admitir que el acto sexual le encanta.
―Es que no me gusta, de verdad…
―Sí, claro, Alicia. Ahora también decime que sos virgen y que tus cinco hijos nacieron de un repollo.
―No digo que sea virgen. Respeto el acto sexual, si se trata de procrear; pero…
―¿Pero no te calentás al hacerlo? ¿No se te moja la concha al meterte los dedos? ¿No te morís de ganas de comerte una buena pija?
―No, Cristela. Sabés que no.
―¿Ves lo que te digo, Nahuel? No hay nada que la humille más que admitir que está caliente. Esa noche, cuando entré a su pieza, se estaba haciendo una paja, ella solita, sin que nadie la hubiera “provocado”. ¿Qué pasó, hermanita? ¿Por qué andabas tan cachonda?
―Qué te importa.
―Cuando Alicia se dio cuenta de que la que entró era yo, y no nuestra madre, se calmó un poco… incluso siguió mandándose los deditos en la concha. Se ve que andaba recontra caliente. Yo estaba enojada y le dije: “Preparate, puta… ya sabés lo que se viene”. Y ella ni siquiera se quejó. Se quedó quieta, mirando al techo, sin dejar de acariciarse el clítoris. Yo me saqué el camisón, subí a la cama y me senté sobre su cara, como ahora. Me acuerdo patente que ella me dijo: “Estoy lista”. ¿Qué pasó, Alicia? ¿Estabas esperando mi concha?
―No, pero sabía que ibas a venir. Estabas muy enojada conmigo. Simplemente supe que no te ibas a calmar hasta que me dieras mi “castigo”.
―Tu merecido castigo. Porque vos misma sabés que te lo merecías.
―Quizás… ―dijo mi madre, con una sonrisa desafiante―. Al menos mi hijo va a saber que no soy una cobarde.
―Bueno, para muchas cosas sos bastante miedosa, mamá ―le recordé.
―Tal vez, pero también puedo ser valiente. Para demostrarlo, te voy a contar yo misma cómo fue ese momento. Tu tía no lo está contando bien. Al parecer ella no se acuerda que no tenía solamente el camisón, también tenía puesta la tanga.
―¡Ah, sí! Es verdad… ahora me acuerdo de lo que pasó después.
―Cristela se me sentó arriba y empezó a frotarme la tanga contra la cara. Pero yo sabía que ese no era el castigo que ella estaba buscando. Sé que me porté mal, lo admito. Y si ella me iba a castigar, quería que lo hiciera bien, para que se le pasara la bronca. Aunque nos peleemos mucho, yo la quiero. No me gusta verla enojada. Por eso yo misma le pedí que se levantara un poquito.
―Al principio creí que ella pretendía esquivar el castigo… pero después me dijo: “Si vas a hacerlo, hacelo bien, sacate la tanga”. Ella misma me ayudó a sacármela.
―Y para demostrarle que estaba dispuesta a aceptar el castigo, cuando Cristela se acomodó otra vez sobre mí, la agarré de las nalgas y yo solita la hice bajar, hasta que la concha quedó en mi cara. Me acuerdo que sentí un olorcito bastante potente, como ahora. También mucha humedad. Cristela dice que yo estaba excitada, bueno… ella lo estaba mucho más.
―Me había pajeado antes de entrar a la pieza ―aseguró mi tía―. Quería tener la concha bien mojadita, para vos. ―Volvió a frotar su vagina contra la cara de mi mamá, Alicia lo tomó con naturalidad y esperó en silencio durante unos segundos, hasta que su hermana la liberó.
―¿Y te molestó que la tuviera tan mojada? ―Pregunté, con un nudo en la garganta, mientras me acogotaba el ganzo.
―No… bueno, sí. Claro que me molestó. Pero eso era parte del castigo. Así debía ser. ―Definitivamente tengo que hablar con Macarena sobre este extraño tema que tiene mi mamá con los castigos, seguramente ella me va a poder explicar mejor por qué se comporta así―. Estaba dispuesta a aceptar que ella tuviera la concha mojada. Es más, prefería que así fuera.
―Querías recibir el castigo de la mejor forma posible ―dijo Cristela, masturbándose.
―Así es, estabas muy enojada conmigo, sé que te hice muchas cosas malas, y no creas que no me importó. Sé que a veces puedo ser muy egoísta. Por eso quería que me castigaras bien, para que al menos pudieras sentir que saliste ganando con algo: en humillarme. Entonces, cuando estuviste así, arriba mío, yo misma empecé a frotarte el clítoris ―mi mamá posó su pulgar sobre el clítoris de su hermana y empezó a masajearlo.
―Sí, es cierto… ahora me acuerdo muy bien de eso. Me dijiste: “Si me vas a castigar, hacelo con la concha bien mojada”. ―Cristela cerró los ojos y llevó su cabeza hacia atrás, al parecer estaba disfrutando mucho de los toqueteos de mi mamá, o bien estaba rememorando el pasado―. Me sorprendiste mucho cuando hiciste eso, hasta estuve a punto de sentir compasión por vos, casi te perdono; pero después me acordé de que fueron muchas cosas. Además tengo que reconocer que me tocaste muy bien, yo prácticamente no tenía experiencia sexual, y que otra persona me tocara el clítoris de esa manera me puso a mil. Si querías que mi concha se mojara mucho, lo conseguiste.
―Lo sé, porque yo misma me la pasé por la cara… y recuerdo la humedad. ―Alicia acercó su cabeza a la concha de su hermana y se frotó, como lo hacen los gatos. Solo le faltaba ronronear―. Mmmm qué bien huele. Admito que el olor a concha tiene algo mágico.
―Esa noche me dijiste algo parecido… pero más lésbico.
―No exageres, tampoco fue tan así. Te dije: Si yo fuera lesbiana, ahora mismo la estaría pasando genial.
―También me dijiste que te gusta mi concha.
―Dije que tenés una linda concha, y lo sostengo. Sos linda, hermanita. Eso no lo puedo negar, ni aunque nos peleemos. ―Me resultó extraño escuchar a mi mamá haciendo ese tipo de halagos, por lo general ella no habla bien de nadie―. Pero vos tomaste mis comentarios como si te estuviera dando permiso para hacer lo que sea.
―Sí, porque así lo entendí… y porque todavía estaba enojada. Quería verte sufrir un poco. Me acuerdo que te dije: Si me querés mojar la concha ¿por qué no le pasás la lengua?
―Y yo te dije que no…
―Lo que me llevó a insistir. Pasale la lengua, puta.
―No.
―Sí, me la vas a chupar toda, por hija de puta.
De pronto el tono de mi tía cambió, parecía que volvían a estar enemistadas otra vez. ¿Quién las entiende a estas dos? Están más locas que mis cuatro hermanas juntas.
―Te dije que no, porque te estaba saliendo mucho juguito de la concha, como ahora.
Miré atentamente y era cierto, de la vagina de mi tía salía un líquido viscoso y transparente.
―Justamente por eso quiero que le pases la lengua, quiero que te tragues todo el juguito de mi concha. Te lo merecés, por ser tan yegua.
Cristela lo dijo en tiempo presente, pero me imaginé que años atrás tuvieron la misma discusión, prácticamente con las mismas palabras.
Mi tía volvió a frotar su concha contra la cara de Alicia, emadurnándola con sus jugos vaginales. Fue algo muy sexy, me encantaría que una mujer me hiciera eso. Mi verga comenzó a palpitar y tuve que soltarla, aún no era el momento de acabar.
―Pasale la lengua ―dijo Cristela, con un marcado tono imperativo―. Ahora.
Ella retrocedió apenas un centímetro y pude ver cómo la lengua de mi mamá se asomaba fuera de su boca y se adelantaba hasta encontrarse con los labios vaginales de su hermana. Le dio una lamida firme, que recorrió casi todo el largo de la concha, comenzando desde abajo y subiendo hasta el clítoris. Noté que buena parte de los flujos vaginales terminaron dentro de su boca. Alicia los tragó sin chistar.
―Bien, así me gusta, que seas obediente. ¿Ves, Nahuel? Eso fue lo que tu mamá hizo esa noche… y no fue solamente una lamida. Pasale la lengua otra vez.
El corazón comenzó a palpitarme muy fuerte, pude ver a mi madre haciendo algo que jamás creí que vería. Comenzó a lamer la concha de Cristela como si fuera una lesbiana en busca de su propio placer sexual.
―Aquella noche le dije: Vas bien, Alicia, se me está mojando toda la concha. Pero si querés que salga más juguito, chupame el clítoris.
Su lengua se enredó con los labios vaginales y subió hasta el clítoris, lo succionó durante unos segundos y luego lo estimuló usando su lengua.
La chupada de concha fue espectacular. Vi a mi mamá con mi pija en la boca, y con la cara llena de mi semen; pero verla chupando la concha de su propia hermana fue aún más morboso para mí, quizás porque yo era un simple espectador y podía disfrutar de la acción desde una perspectiva más relajada. Cristela volvió a realizar su sensual meneo de caderas, pero esta vez fue para favorecer las lamidas que le daba Alicia.
―Quiero tu lengua en cada rincón de mi concha ―dijo la pelirroja.
Y la lengua de mi mamá se perdió dentro del agujero de la vagina. Se entretuvo allí durante unos segundos y luego volvió al botoncito de placer femenino. Mi mamá le estaba comiendo el clítoris a Cristela y parecía resignada a hacerlo. Sin embargo Alicia no suele ceder sin dar pelea.
Agarró las nalgas de Cristela con ambas manos, las estrujo, las separó y luego llevó un dedo a su culo. En un segundo ese dedo se perdió dentro del agujero.
―¡Ay, puta! Me metiste un dedo en el orto. ¿Ves cómo es tu mamá, Nahuel? Sabe que se merece el castigo, pero es muy rencorosa. Aquella vez me hizo lo mismo, me metió un dedo en el culo… ¡Auch! Y después otro… ―miré entre las nalgas de mi tía y, efectivamente, ya había dos dedos dentro de su agujero―. Esa noche sufrí bastante, ella lo hizo a propósito, como si me dijera: “Si me humillás, yo te hago doler el culo”... y sí que me dolió, mi culo era virgen. Aunque ahora mismo, hermanita, no me importa que lo hagas. Mi culo ya no es virgen, para nada. Podés meter todos los dedos que quieras, que no me vas a hacer sufrir.
Como si no la hubiera escuchado, Alicia comenzó a mover los dedos en el culo de Cristela, al mismo tiempo que le comía la concha, fue espectacular, fue como ver porno lésbico en internet… con la diferencia de que éstas eran mi mamá y mi tía.
―Ay, sí, qué rico… meteme los deditos en el orto ―dijo Cristela, en tono desafiante―. Mmmmm, me encanta. Me voy a mojar mucho más… te voy a acabar en la boca, puta. ¿Estás viendo esto, Nahuel? Así me chupó la concha aquella noche, y esa no fue la última vez. No me acuerdo exactamente cuánto tiempo pasó, pero unas semanas después volvimos a discutir, porque ella vendió unos libros que eran míos, para comprarse no sé qué mierda. Cuando entré a su pieza, esa noche, me dijo: “Ya sé a qué venís. Querés que te chupe la concha”. La concha y el orto, me vas a chupar; le respondí. Y ella lo aceptó, sabía que había hecho mal. Me dijo: “Está bien, pero esta vez lo vamos a hacer diferente”. Entonces salió de la cama, me pidió que yo me apoyara contra la pared y se arrodilló detrás de mí. Me bajó la tanga y al instante metió la cara entre mis nalgas. No lo podía creer, la muy yegua me estaba chupando el orto en serio… y a mí me encantó, porque la quería ver humillada. Por supuesto que también me chupó la concha. ¿Te acordás de esa noche, Alicia?
―Sí, me acuerdo muy bien. Quise hacerlo diferente para demostrarte que estaba dispuesta a aceptar el castigo. Vendí tus libros sin consultarte, eso estuvo mal.
―Lo peor es que te habrás comprado una pelotudez.
―No te importa lo que compré. Sin embargo sé que te hice mal, a vos te gustaban esos libros.
―Sí, y me costaron muy caros. Espero que al menos te hayan pagado bien.
―No mucho.
―¡Ay, qué bronca me da! Me acuerdo y te juro que me hierve la sangre de pura rabia. ¿Sabés qué, hermanita? Creo que ya estás lista para el gran final. ¿Te imaginás cuál puede ser?
―Sí.
―¿Y lo vas a aceptar?
―Sí, porque vos no te vas a calmar hasta que eso pase.
―Me conocés muy bien. ―Giró su cabeza y me miró a los ojos―. Nahuel, vos me podés ayudar con esto.
―¿Yo?
―Sí. Tu mamá me estuvo contando cómo fue el asunto que la llevó a descubrir tu… problemita. Me contó del accidente con semen en la pieza de Macarena ―ella soltó una risita―. Hubiera pagado un millón de dólares por ver eso.
―No fue tan gracioso ―dijo Alicia.
―Estoy segura de que sí lo fue. ¡La cara que habrás puesto cuando tu nene te la llenó de leche! Me imagino y me da risa. Bueno, vení, Nahuel. Ponete atrás mío. Le vas a dar a tu mamá su ración de lechita. Sé que solo se portó mal conmigo, pero… intentá pensar en alguna vez que ella te haya molestado…
―Se me ocurren varias cosas ―dije.
―¡Hey! ―Se quejó mi mamá―. No soy tan maldita.
―Tal vez no, pero sos la madre ―dijo mi tía―. Los chicos de la edad de Nahuel siempre tienen algún problema con sus madres.
―Bueno, eso es cierto.
―Dale, Nahuel, tiene que ser ahora… porque yo… cada vez estoy más cerca de llenarle la cara de juguito a esta yegua. ―Habló entre jadeos mientras se masturbaba.
Sentí un poco de pena por mi mamá, pero ella misma dijo que estaba de acuerdo con recibir ese “castigo”. No quería vengarme por nada en particular, solo quería dejar salir mi semen y, quizás, hacerlo en la boca de alguien… aunque ese alguien fuera mi mamá. Sí, sé que esto me convierte en un mal hijo; pero analizaré ese punto en otro momento. Ahora es imposible, estoy pensando con la verga.
Me coloqué detrás de mi tía y comencé a frotar mi glande contra su concha, no lo hice a propósito, solo intentaba que mi verga estuviera lo más cerca posible de la boca de mi mamá, y como Alicia había vuelto a chupar el clítoris de Cristela, no tenía mucho espacio.
Y el clítoris no fue lo único que chupó, pude sentir la lengua de mi mamá pasando por la punta de mi verga. Para ella debía ser imposible no chuparla, todo estaba allí. Mi tía se movió de atrás para adelante y su concha se deslizó a lo largo de mi verga, cuando pasó esto, Alicia se tragó mi glande completo.
―Así me gusta, yegua ―dijo mi tía―. Tu hijo te va a llenar la cara de leche. Espero que así aprendas, de una puta vez, a tratarme mejor… y de paso tratalo mejor a él… y a todos los demás en esta casa. Nahuel, cuando estés por acabar, te doy permiso para meter la verga en mi concha.
―No, Cristela ―se quejó mi mamá―. Eso ya es demasiado.
―¿Vos sabés por qué quiero que lo haga?
―Sí, ya me imagino por qué, pero me parece demasiado.
―¿Y si solo mete la puntita?
―Mmmm…
―Dale, mamá… solo un poquito ―supliqué. La concha de mi tía es fabulosa, me muero de ganas de enterrar la verga ahí, aunque sea un poquito―. Decidite rápido, porque ya estoy por acabar.
―Bueno, pero solo la puntita ―accedió.
Apunté mi glande a la concha de Cristela, ella levantó un poco la cola para facilitarme la tarea. Mi mamá dijo “solo la puntita”, pero cuando sentí esa cueva húmeda y viscosa, no me pude contener. Entró la cabeza de mi pija y la siguió todo lo demás.
―¡Ay, Nahuel! ¡Por favor! ―Exclamó mi tía―. ¡Qué clavada de pija me acabás de pegar! ¡Por dios!
―¡Nahuel! ―Se quejó mi mamá―. Te dije que solo la puntita…
No pudo seguir quejándose porque Cristela volvió a ponerle la concha en la cara. Saltó mi primer chorro de leche, dentro de la concha de mi tía. Sentí un gran alivio, mezclado con una inmensa ola de placer. Llevaba mucho rato aguantando ese semen y ya no podía más. Antes de que saliera el segundo chorro, mi tía se apartó y la leche cayó directamente sobre la boca de mi mamá. Pude sentir la lengua de Alicia recorriendo todo mi glande, el resto de los chorros de mi eyaculación fueron a parar directamente dentro de su boca, o a su cara. Ella tragó una buena parte de leche mientras Cristela le decía.
―Así, yegua, tomatela toda.
Sentí un intenso chupón en la punta de mi verga justo cuando salieron los últimos chorros de leche, fue espectacular. Acabar así, mientras alguien te succiona la verga, debe ser la cosa más linda del universo.
―Ahora sacá la leche que hay en mi concha, puta.
La orden de mi tía fue cumplida al pie de la letra. Mi mamá se aferró a las nalgas de su hermana y empezó a succionar la concha con fuerza, lamió todo mientras Cristela se pajeaba. Los gemidos de mi tía se intensificaron tanto que yo mismo le tuve que tapar la boca con una mano. No quería que alguien entrara a ver qué era lo que estaba ocurriendo en mi habitación.
Unos segundos después los gemidos fueron menguando y la solté, esto me permitió buscar una mejor posición para ver lo que estaba pasando. Me alejé un poco de la cama y pude ver que mi mamá se estaba masturbando con muchas ganas, de su concha chorreaba una espumita blanca, parecida al semen. Pero lo más impactante fue ver el chorro de juguito que saltó de la concha de mi tía, seguramente mezclado con mi propio semen. Alicia lo recibió con la boca abierta y se lo tragó, mientras Cristela seguía gimiendo.
Apenas un segundo después un chorro muy parecido saltó de la concha de mi mamá, supuse que ella también había llegado al orgasmo. Mi tía giró la cabeza en el momento justo para ver esto.
―¿Te calentaste, puta? ―Le preguntó a mi mamá―. ¿Eh, te calentaste? Dale, decí la verdad.
―Sí…
―No escuché.
―Dije que sí….
―¿Que sí qué?
―Que sí me calenté… mucho…
―Así me gusta. Bueno, el motivo por el cual te calentaste te lo podés guardar, vos misma lo analizarás. Pero esta vez tenés que admitir que disfrutaste, al menos, de una buena paja. Tuviste tremendo orgasmo, hermanita.
―Es cierto.
―¿Y todavía vas a seguir insistiendo con que el sexo no te gusta? ―No hubo respuesta―. Está bien, esa discusión la dejaremos para otro momento. Por ahora yo me doy por satisfecha con que hayas recibido tu castigo. Bueno, estoy toda transpirada y pegajosa, me voy a bañar. ―Se levantó de la cama y antes de salir de la habitación me dijo―. ¿Qué te pareció el método de la tía para enseñarte a aguantar más?
―Fue genial, tía. Me encantó ―dije, seguramente con una sonrisa de idiota.
―Me alegra saberlo.
Salió y cerró la puerta rápidamente. Me quedé mirando a mi mamá, toda desnuda y transpirada, aún podía ver gruesas rayas de semen cruzando por su cara, y sus dedos seguían jugando con su concha. Habían mojado todo.
―Mamá, la cama es un desastre.
―No te preocupes, hijo. Yo misma voy a cambiar las sábanas. Ahora… ¿podrías dejarme un ratito sola? Lo necesito.
―Mmmm… ¿te molesta si me siento a jugar a la compu? Estaría con los auriculares, de espalda a vos, podrías hacer de cuenta que no estoy.
―Está bien, si no hablás, no me molesta.
Me senté frente a la computadora, dándole la espalda a mi mamá. Aunque de vez en cuando miré de reojo, ella siguió masturbándose, con los ojos cerrados. Me pregunté en qué estaría pensando. No era el momento para preguntárselo, pero mi nivel de confianza con mi madre crece cada día, quizás alguna vez pueda hablar con ella y sacarme todas las dudas que tengo. Gracias a Cristela descubrí que mi mamá es una persona mucho más intrigante y fascinante de lo que yo creía… y bueno, mi tía también lo es. Mi tía es maravillosa.