Aislado Entre Mujeres [08].

Los Secretos de Pilar.

Capítulo 08.

Los Secretos de Pilar.

Después de pasar la noche en el dormitorio de Macarena, quedé muy ansioso por repetir la situación. Quería volver a quedarme a solas con ellas y que me contara acerca de sus anécdotas sexuales, y si lo hacía desnuda, mejor. Pude hacer esto durante la tarde, al fin y al cabo estábamos en plena cuarentena y ninguno tenía muchas cosas para hacer. Sin embargo preferí no presionarla demasiado. Me mantuve toda la tarde lejos del cuarto de Macarena… y lo más lejos posible del culo de Ayelén. Mi prima seguía paseándose por la casa en tanga y parecía buscar momentos inoportunos para agacharse frente a mí y mostrarme cómo su concha mordía la tela de su ropa interior. No quería darle el gusto de tener una erección frente a ella, por lo que intentaba cambiarme de habitación cada vez que la veía llegar. Deambulé por toda la casa… excepto por el cuarto de Pilar. Esa puerta permanecía siempre cerrada y ni siquiera me animaba a pasar frente a ella… aunque debía hacerlo, obligatoriamente, si quería ir al baño.

Cuando salí del baño me quedé mirando la puerta, como si detrás de ella viviera una bruja malvada, o si fuera la entrada a un mundo mágico. Me sobresalté al escuchar que alguien detrás de mí hablaba.

―¿Querés hablar con ella? ―Era Macarena, estaba vestida solamente con una remera sin mangas, que le marcaba mucho los pezones, y una diminuta tanga negra.

―¿Eh? No, para nada. No quiero molestarla.

―¿Qué te hace pensar que la vas a molestar?

―Em… no sé…

―Dijiste que querías conocerla un poco mejor.

―Sí, pero mejor otro día.

―¿Por qué otro día?

―Porque vos me prometiste ayudarme con eso, pero no me dijiste nada de Pilar. No sé ni siquiera de qué puedo hablar con ella.

Puso los ojos en blanco y después me agarró del brazo. Tiró con fuerza y prácticamente me arrastró hasta su cuarto. Entramos y ella cerró la puerta detrás de nosotros.

―Vení, vamos a hablar.

Me alegré de que ella se sentara en la cama. Yo hice lo mismo, a su lado.

―¿Averiguaste algo sobre Pilar? ―Le pregunté.

―Algunas cosas, charlamos bastante en estos últimos días.

―¿Y hay algo que me pueda servir para iniciar una conversación con ella?

―A ver, Nahuel. Si vos querés charlar con una chica, andá y hacelo. Más si es tu hermana. ¡Ni que fuera la chica que te gusta! ¿Cómo vas a conseguir novia si te da tanto pánico hablar con las mujeres?

―Pero… pero…

―Pero nada. Podría contarte varias cosas sobre Pilar.

―¿Me vas a contar?

―No. Prefiero que vos solito averigües todo. Tenés que quitarte el miedo de hablar con las mujeres y Pilar podría ser la práctica perfecta. Si es cierto que sabes tan poco de ella, entonces va a ser casi como charlar con una desconocida. Como si estuvieras en una discoteca y ves a una mujer que te llama la atención. Si eso pasa, yo no voy a estar al lado tuyo dándote línea para conversar con ella. Probablemente esté en algún rincón oscuro, chupándole la pija a alguno ―soltó una risotada por su ocurrencia.

A mí no me pareció tan gracioso. Me resultó incómoda la idea de que si iba a una discoteca con Macarena, ella se alejaría y terminaría de rodillas, con la verga de un desconocido en la boca. Hasta me podía imaginar a ese desconocido mirándome con una sonrisa socarrona, como si me dijera: “La putita de tu hermana me comió la pija”.

―Entonces, ¿no me vas a ayudar en nada?

―Te voy a ayudar con otra cosa que también es muy importante. Me di cuenta de que, como pendejo calentón que sos, no durás nada. Cuando te hacés la paja ¿cuánto tiempo pasa hasta que acabás?

―Em… no sé… no es que me ponga a cronometrarlo.

―¿Más o menos de diez minutos?

―Menos, seguro que menos. Puede que menos de cinco.

―Como sospechaba… no aguantás nada. Es el mal de los pajeros. Se pajean para acabar, y punto. Cuando quieren coger están tan acostumbrados a acabar rápido, que a los cinco minutos ya terminaron. Piensan en su propio placer, y no en el de la otra persona. No quiero que mi hermano se convierta en un tipo egoísta que solo piensa en acabar rápido. Ya tuve alguna que otra mala experiencia con tipos así, y no se lo recomiendo a nadie. Es horrible, porque te dejan con las ganas. Y lo peor es cuando no se les vuelve a parar.

―¿Y qué puedo hacer para durar más?

―Pajearte.

―Pero… ¿pajearme no es justamente el problema?

―No, el problema es cómo te mentalizas al momento de hacerlo. Te pajeás pensando en satisfacer tus ganas lo más rápido posible, por eso durás tan poco. Te aseguro durarías mucho más si te mentalizás en durar más. Esa práctica te va a servir mucho cuando estés por fin con una mujer. Al menos vas a reducir las posibilidades de pasar vergüenza por acabar en menos de dos minutos.

―Maca… ¿cómo voy a hacer eso si ni siquiera tengo un lugar para estar tranquilo durante diez minutos?

―Sí, eso también lo pensé. Y te dije que iba a hablar con mamá.

―¿Lo hiciste?

―Sí. Le conté un montón de cosas sobre los peligros de que un hombre joven pase mucho tiempo sin eyacular. También le dije que es muy sano que a vos se te pare la pija y que tuvieras espacio para masturbarte. Le exageré mucho la situación. Si algún día ella piensa que podrías quedar impotente por no hacerte la paja frecuentemente, vos seguile la corriente, y quedate tranquilo que es mentira. Aunque ella se lo creyó… cuando se trata de problemas de salud, Alicia se cree cualquier cosa. Más en estos tiempos de pandemia. Prácticamente le exigí que te diera permiso para pajearte en su cuarto.

―¿Y qué dijo ella?

―Se negó rotundamente. Como era de esperar.

―¿Y ahora qué hacemos?

―No te preocupes, hermanito. Todavía no inicié la segunda fase del plan. Si querés lo podemos hacer ahora.

―¿Y en qué consiste?

―Si te cuento, arruino la sorpresa. Esperá un ratito acá, ya vengo.

Antes de que pudiera decirle algo, ella salió de su cuarto. Tuve que mirar al techo para no fijarme demasiado en sus blancas y perfectas nalgas. Por suerte no tuve tiempo para aburrirme, Macarena volvió en pocos segundos… acompañada de mi mamá.

―Bueno, Maca ¿me vas a explicar qué pasa? ―Dijo Alicia, que parecía enojada por la interrupción.

―Es sobre Nahuel. ¿Te acordás lo que te dije sobre los problemas de los hombres que no se masturban frecuentemente?

―Sí, pero no creo que a Nahuel le pase eso. Es un chico saludable y ya me quedó muy claro que puede tener erecciones. No creo que se vaya a quedar impotente.

―No, claro. Ahora no, porque es joven. Pero, ¿dentro de cinco o diez años?

No tuve miedo, porque sabía que Macarena estaba mintiendo, tampoco tenía idea de cómo me ayudaría todo este teatro, pero le seguí el juego. Puse mi mejor cara de cachorrito herido.

―¿Te pasa algo, Nahuel? ―Preguntó mi mamá, ya no parecía enojada, en su cara solo pude ver preocupación.

―Lo que pasa ―intervino Macarena, antes de que yo pudiera responder―, es que ya estuve notando los primeros síntomas de ese problemita de impotencia del que te hablé.

―¿Qué síntoma? ―Alicia se puso pálida. La sola mención de la palabra “Síntoma” le aterra.

―Eyaculación precoz ―dijo mi hermana, con seriedad. Mi mamá abrió grande los ojos, como si le hubieran pegado un cachetazo.

―¿De verdad? ―Me preguntó, mirándome directo a los ojos.

―Em… bueno… un poquito.

―¿Cómo que un poquito?

―Lo que pasa es que le da vergüenza admitirlo, mamá. ¿Qué hombre admitiría que es eyaculador precoz?

―Que no te dé vergüenza ―me dijo Alicia. Se acercó a mí y me tomó de las manos―. Prefiero que me digas la verdad.

―Puede ser ―todo este asunto ya no me estaba gustando tanto, no quería que mi madre se pusiera paranoica acerca de mi salud―. Pero tal vez Macarena está exagerando un poco.

―¿De verdad estoy exagerando? ―Ahora parecía estar molesta conmigo.

―Solo un poco… no me pasa siempre.

―¿Estás seguro? ―Preguntó Maca.

―Sí ―dije, sin mucha convicción.

―Bueno, si estás tan seguro, entonces no te va a importar demostrarlo.

―¿Qué tengo que demostrar? ―dije, poniéndome a la defensiva.

―Que de verdad podés aguantar más de cinco minutos.

―¿Cinco minutos de qué? ―Quiso saber mi madre.

―De masturbación. Se me ocurre algo para que él pueda probar si realmente es capaz de aguantar por cinco minutos.

―Tus ideas no me suelen agradar mucho ―dijo Alicia.

―Sé que no te va a gustar, pero te aseguro que es un método efectivo. Vas a poder comprobar que tu hijo es un eyaculador precoz.

―¿Y cómo lo haríamos? ―Mi mamá le preguntó como si de pronto ellas dos fueran doctoras y yo un mero sujeto de experimentos. Supe de inmediato que lo que Macarena tenía en mente no me iba a gustar ni un poquito.

―Ponete de rodillas ―le dijo Maca a Alicia.

―¿Qué, para qué?

―Para darle a Nahuel un buen motivo para no acabar.

―¡No, ni loca!

―Vamos, mamá… ¿acaso tenés miedo? Si hasta ya pasó una vez.

―Pero esa vez fue por error.

―Y esta no tiene que ocurrir, si Nahuel realmente es capaz de aguantar. Mirá, ni siquiera tienen que ser cinco minutos, me conformo con que aguante tres. Con eso va a poder demostrarnos que no tiene ningún problema de eyaculación precoz.

―No me gusta.

―Bueno, entonces llevalo a ver un especialista.

Mi mamá se puso más pálida de lo que estaba. Su miedo a las enfermedades la llevó a tenerle pánico a los médicos. Sí, claro, nos llevaba al médico cada vez que podía; pero lo hacía con una angustia tremenda. Siempre temía lo peor. No quería que el médico le diera una muy mala noticia.

―Estamos en cuarentena ―dijo Alicia―. Ahora mismo es mejor no ir al médico.

―Entonces hagamos esto, así estamos seguras.

―Bueno, está bien ―dijo mi madre, a regañadientes.

Ella se arrodilló al lado de la cama, Macarena me obligó a pararme frente a Alicia. La idea de mi hermana no me gustaba nada; pero estaba desesperado por conseguir un lugar tranquilo donde poder hacerme la paja. Si ésto me ayudaba a conseguirlo, entonces debía aguantarme.

―Bueno, Nahuel, ahora empieza la prueba. ―Macarena se colocó detrás de mí, pude sentir sus tetas contra mi espalda y la tibieza de su cuerpo―. Si no querés que pase lo mismo que la otra vez, tenés que hacer lo posible por aguantar.

Pensé que me vería obligado a masturbarme frente a mi mamá, eso ya de por sí era vergonzoso. Pero al menos me daría la chance de aguantar tres minutos. Sabía que podía hacerlo. Sin embargo, el plan de Macarena era ligeramente diferente a lo que yo tenía en mente.

Metió su mano en mi pantalón y me agarró la verga. Me sobresalté tanto que casi la empujo contra la cama.

―Tranquilo, que no te voy a lastimar.

Su mano era muy suave… demasiado suave, y estaba tibia. No estoy acostumbrado a que otra persona me agarre la verga… por eso se me puso dura casi al instante. Maca la sacó del pantalón y Alicia se quedó mirando mi erección boquiabierta, como si no pudiera creer que yo la tuviera de ese tamaño.

―Puedo yo solo ―le dije a Macarena.

―Eso no tendría gracia. Para demostrar que realmente podés aguantar tres minutos, lo tiene que hacer otra persona.

―Solamente tenés que aguantar, Nahuel ―me dijo mi mamá, con ojos suplicantes. Como si me estuviera rogando que, por favor, sea capaz de aguantar, y así ahorrarle la humillación.

―Voy a hacer el intento.

No alcancé a terminar esa oración que Macarena ya había comenzado a masturbarme. Definitivamente ella tenía experiencia en el asunto. Estaba abrazada a mí, desde atrás, y me agarraba la pija como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Empezó con el rápido movimiento característico de una buena paja y toda la sangre de mi cuerpo se puso en ebullición. Esto era lo más fuerte, a nivel sexual, que había experimentado. Incluso más potente que las insinuaciones de Ayelén. Me concentré en aguantar, intenté pensar en otra cosa, pero no podía. Los dedos de mi hermana se movían con maestría a lo largo de todo mi miembro.

Todo el cuerpo de Macarena vibraba contra el mío, mientras crecía la velocidad con la que me pajeaba. Cometí el error de mirar hacia abajo, mi mamá estaba tan preocupada como asombrada. Súbitamente recordé cómo había quedado su cara la primera vez que eyaculé sobre ella y, por algún impulso incontrolable de mi libido, eso me excitó… demasiado. Tanto que estuve a punto de acabar. Pero logré controlarlo. Pensé en otra cosa y conseguí dominar mis impulsos sexuales… hasta que mi hermana hizo algo que no me esperaba.

Sentí algo tibio y húmedo moviéndose rápidamente por el lóbulo de mi oreja izquierda. Supe que se trataba de la lengua de Macarena… todo mi cuerpo lo supo, y fue demasiado. Nunca había sentido un espasmo de placer tan grande. La lengua de mi hermana se movió con maestría por una zona que yo jamás imaginé que pudiera ser tan… estimulante. Pero lo fue… y ya nada pude hacer para contenerme.

Todo mi semen se acumuló en la punta de mi verga, como si estuviera esperando a que la válvula de escape se abriera… y cuando ésta se abrió, grandes chorros de leche comenzaron a saltar contra la cara de mi madre. Solo había visto que a una mujer le pintaran la cara con semen de esa manera en videos porno. Actrices porno profesionales que, como parte de su trabajo, permitían que hombres las llenaran de leche. Nunca imaginé a mi mamá en esa situación, y sin embargo era la segunda vez que lo veía. Aunque ésta era peor. El líquido blanco le saltó en la boca, en la frente, en el punte de la nariz, en las mejillas, en el pelo… casi no quedó lugar de su cara sin semen.

No sé por qué ella no se apartó. Creo que no lo hizo por la sorpresa que le produjo, fue demasiado espontáneo y tal vez ella creía fervientemente que yo podría superar la prueba.

Todo mi cuerpo se sacudió mientras mi verga seguía escupiendo. Macarena ya no lamía mi oreja, pero su mano seguía moviéndose frenéticamente, como dándole más impulso al semen que aún quedaba por salir. Ella presionó mi glande, para exprimir hasta la última gota.

Me quedé mirando a mi mamá, ella tenía los ojos cerrados… cubiertos de semen. Yo había hecho eso. Parecía una actriz porno… mi propia madre, esa con la que peleaba casi todos los días, ahora parecía una mujer frágil, pero sumamente sensual. Mis amigos se matarían a pajas si la vieran como yo la estoy viendo en este momento.

―¿Ves, mamá? ―Dijo Macarena, que seguía acariciando mi verga―. Te dije que no iba a poder aguantar ni tres minutos.

La lengua de mi madre abandonó su boca y se deslizó por los labios cubiertos de semen y luego volvió a entrar de repente, como si hubiera cometido un error. Supe que ella había reaccionado con un acto reflejo, como cuando te sangra el labio y lo primero que hacés es lamerlo. Por culpa de ese acto traicionero ella se llevó una buena cantidad de espeso semen al interior de la boca. Podría haberlo escupido, pero eso solo la pondría en evidencia.

Estaba tan avergonzado, que no pude decir nada. Ni siquiera le pedí perdón. Macarena le dio unos pañuelos descartables a mi mamá y ella se limpió la cara lo mejor que pudo.

―Esto es malo ―dijo Alicia, mientras luchaba contra ese líquido espeso―. No quería creerte, Macarena, pero ya no se puede negar.

―¿Ves? Por más que esté en una situación en la que no debería acabar, no puede aguantarlo ni tres minutos. Si no hacemos algo pronto, la cosa se va a poner peor. Podría llegar a tener problemas para toda la vida.

―¿Y qué hay que hacer? ―Preguntó como si fuera una enfermera siguiendo las indicaciones del médico.

―Bueno, yo no soy una experta en la materia, pero estuve leyendo bastante sobre este tema. Lo importante es que Nahuel todavía es joven y que se le para. Si no se le parara sería peor.

―Sí, ya veo que se le para ―los ojos de mi madre se fijaron en mi pija, que aún seguía erecta y palpitante, como si fuera un volcán.

―El problema está en que si se le para y no descarga, le puede hacer mal. Especialmente ahora, que a las chicas les da por andar en tanga todo el tiempo. Al pobre Nahuel se le pone dura a cada rato. Necesita un espacio íntimo… y vos se lo quitaste.

―Tu tía y tu prima necesitaban un lugar donde dormir.

―Podrías haberles ofrecido la pieza de Tefi, que es más grande. Y Tefi podría dormir con vos.

―Eso ahora no importa, no les voy a pedir a Cristela y a Ayelén que se cambien de pieza.

Comprobé mis sospechas, mi mamá me quitó el cuarto para castigarme. Al fin y al cabo yo soy el único que no trabaja y no estudia. De todas maneras, las tretas de Macarena parecían estar funcionando.

―Entonces prestale tu pieza a Nahuel, de vez en cuando… para que pueda estar solo y tranquilo al menos unos minutos. Eso podría ayudar mucho, para comenzar. Después vemos qué más se puede hacer.

―Está bien, está bien. No me agrada que esté usando mi pieza para esas cosas; pero si no hay otra alternativa…

―¿Escuchaste, Nahuel? ―Me preguntó Maca―. Ahora tenés un lugar para hacerte la paja tranquilo. Cuando tengas ganas de hacerlo, decile a mamá que querés usar su pieza. Sé que a ningún chico de dieciocho años le debe agradar informarle a su madre cada vez que se hace una paja; pero…

―Está bien, no hay drama ―dije, solo para que no siguiera hablando del tema. Miré a mi mamá a los ojos, intenté pedirle perdón, pero la vi tan desilusionada que no pude hacerlo… además aún había rastros de semen en su cara.

―Mamá, limpiate bien ―dijo Macarena―. Porque si salís con la cara enlechada vas a tener que dar muchas explicaciones.

―Y ninguna explicación va a ser lo suficientemente buena. Esto fue una locura.

―Una locura muy efectiva. Bueno, por ahora lo dejamos acá. Pero mañana vamos a hablar vos y yo ―le dijo a mi mamá.

A veces me costaba saber si el rol de madre realmente lo cumplía Alicia o si lo hacían mis hermanas. Especialmente Gisela y Macarena. A veces le hablaban a Alicia como si ella fuera su hija, y no al revés.


Al día siguiente me encontraba en la pieza de Macarena, leyendo un libro. Ella volvió, luego de haber tenido una larga charla con mi mamá.

―¿Cómo te fue? ―Le pregunté.

―Bastante bien, mamá está asustada, y eso es bueno… si lo sabemos manejar.

―Pero hay que tener cuidado, si se asusta mucho…

―Sí, lo sé. La tranquilicé un poquito, diciéndole que tu “problemita” tiene una fácil solución. Tampoco quiero que se vuelva loca… bueno, más loca de lo que ya está.

―Lo veo difícil, esta cuarentena la tiene mal.

―La cuarentena nos tiene mal a todos. Ya nos vamos a acostumbrar.

―¿Te parece?

―Sí, los seres humanos tenemos una gran capacidad de adaptación. Siempre y cuando queramos adaptarnos. En fin, vení, que quiero que hagas una cosita más.

―¿Qué cosa?

―Acompañame.

Dejé el libro en la mesita de luz y la seguí. No tenía idea de qué tenía en mente en esta ocasión, pero en pocos segundos descubrí que se trataba de Pilar, porque nos detuvimos frente a su pieza.

―Llegó la hora. Tenés que hablar con ella.

―¿Qué? Pero… si vos no me dijiste nada sobre Pilar.

―Es tu hermana, tarado. No le tengas miedo, como si fuera una completa desconocida. Pilar es una buena chica, se van a llevar bien. Solamente tienen que conversar un rato, a solas.

Macarena abrió la puerta del dormitorio y, sin darme tiempo a reaccionar, dijo:

―¡Hey, Pilar! Acá te dejo el paquete, esta noche lo aguantás vos. Ya es hora de que hagas lo que me prometiste.

Con una fuerza inusitada me empujó hacia el interior de la pieza y cerró dando un portazo. Me quedé paralizado, boquiabierto, mirando a Pilar. Ella parecía estar tan confundida como yo. Estaba acostada boca abajo, leyendo un libro. Por suerte tenía toda la ropa puesta.

Ella se levantó de un salto y creí que me iba a morderme, o algo peor; pero en lugar de eso se puso a golpear la puerta.

―No, Maca… ahora no. ¡No estoy lista!

―Sí lo estás, sólo que todavía no lo sabés ―le respondió Macarena, desde el otro lado.

―¡No! En serio, te juro que no estoy lista… otro día.

―Nada de “otro día”. Nahuel no va a salir de esa pieza, y si tengo que quedarme haciendo guardia toda la noche, lo voy a hacer.

Me sorprendió mucho que Macarena fuera tan insistente en que yo pasara la noche en la pieza de Pilar. Sé que existe un acuerdo por el cual yo tengo que dormir una o dos noches en el cuarto de cada una de mis hermanas; pero no me imaginé que para Macarena fuera tan importante hacer cumplir esta nueva norma de convivencia.

Pilar giró lentamente la cabeza hacia a mí y pude ver el terror en sus ojos.

―Hola, hermanita ―dije, con una sonrisa―. Che, si te molesto, me voy. En serio. Lo último que quiero es joder a la gente.

―Macarena no te va a dejar salir ―me dijo.

―¿Cómo que no? Ella no me puede prohibir salir.

Abrí la puerta del dormitorio y allí estaba Macarena, con los brazos en jarra.

―Pendejo ―me dijo―, si das un paso más, te rompo la cara.

Cerré de un portazo.

―¿Lo dice en serio? ―Le pregunté a Pilar.

―Muy en serio ―respondió―. Maca quiere que yo… que nosotros… em… hablemos. No nos va a dejar salir hasta que lo hagamos. Y cuando se enoja, tiene un carácter de mierda.

―Sí, las cuatro me dan miedo cuando se enojan… más miedo que mamá.

Este comentario le provocó una sonrisa a Pilar.

―¿Yo también te doy miedo?

―Em… un poquito ―no pensaba decirle que ella era la que más miedo me daba de las cuatro.

―Espero cambiar eso, yo no soy un ogro.

―No dije que lo seas. Lo que pasa es que… ―me quedé mudo a mitad de la frase.

―¿Qué?

―Nada.

―Dale, Nahuel, decime. Si vamos a hablar, forzados por Macarena, lo mejor va a ser que rompamos el hielo de una vez. Vení, sentate ―me señaló su cama y ella tomó asiento en una silla que estaba junto a su escritorio―. ¿Qué es lo que pasa conmigo?

Me senté en la cama y miré toda la pieza, al igual que yo, ella tenía muchos libros; pero de autores totalmente diferentes. No había nada de Stephen King, John Katzenbacht o Patricia Cornwell. A Pilar le gustaban mucho las sagas de literatura adolescente, especialmente si eran románticas. Muchas cosas de vampiros que brillan, chicos que corren por laberintos, y mundos distópicos donde se pasa hambre.

―Lo que pasa es que siento que no te conozco muy bien. Es decir, sos una de mis hermanas y vivimos en la misma casa, pero… ¿cuándo fue la última vez que hicimos algo juntos?

―Mmm… no sé… no me acuerdo.

―Yo tampoco.

―Macarena me dijo que yo no estaba cumpliendo mi rol de hermana mayor, con vos y con Tefi. Maca me dijo que su rol como mi hermana mayor consistía en que yo empezara a llevarme mejor con ustedes. Principalmente con vos. Hizo mucho énfasis en vos.

―Debe ser porque yo se lo pedí ―me miró confundida―. Yo tenía ganas de hablar con vos, pero no me animaba. Por eso le pedí ayuda a Maca.

―Ay, tampoco soy un perro. No te voy a morder.

―Lo que pasa es que a mí me cuesta hablar con las mujeres. A Gisela se le ocurrió que la mejor forma de solucionar eso era que empezara a charlar más con mis hermanas… es decir, las cuatro son mujeres.

―Sí, es un poquito ilógico que no te sientas cómodo hablando con mujeres, teniendo cuatro hermanas mayores.

―Hermanas con las que hablo poco.

―Touché. Mensaje recibido. Bueno, ahora estás acá. ¿De qué querés hablar?

―No sé, de lo que sea. ¿Estás leyendo algún libro interesante?

―Hace poco empecé a leer este ―me mostró uno que estaba sobre su escritorio. El título decía: “Una corte de Rosas y Espinas” de Sarah J. Maas―. Me está gustando mucho. Pero no creo que a vos te guste.

―¿Por qué no? ¿Es romántico?

―Un poquito… también tiene algo de… erótico.

―¿Te gusta leer libros eróticos? ―la pregunta salió de mi boca de forma automática, me arrepentí al instante de haberla hecho.

―Sí, bastante. Es uno de los géneros que más me gustan. ―Me di cuenta de que ella se estaba poniendo roja. Estoy seguro de que no hubiera admitido eso si Macarena no le hubiera insistido que hable conmigo―. ¿A vos no te gustan?

―No sé, nunca leí algo de ese género. Yo suelo leer novelas de terror, o policiales.

―Sí, mucho Stephen King. Yo te regalé Apocalipsis. Justo te iba a pedir que me lo prestaras.

―¿Vos me regalaste ese libro? Ni me acordaba.

―Qué mal hermano ―achicó los ojos.

―Perdón, es que casi todos los libros que tengo me los regalaron ustedes, y ya no sé quién me dio cuál. ¿Por qué me ibas a pedir Apocalipsis?

―¿No es obvio?

―No sé… todavía no lo leí. Es muy largo.

―Porque trata sobre la humanidad haciéndole frente a un virus mortal. Leí en las noticias que las ventas de ese libro aumentaron mucho.

―Ah, no lo sabía. No suelo leer las sinopsis de los libros, me gusta leer sin saber nada. Parece interesante. Ayer terminé de leer uno, puede que ahora empiece con Apocalipsis.

―Cuando lo termines, prestamelo. Y yo te paso algún libro erótico que podría gustarte.

―Trato hecho. ―Pensé durante unos segundos―. Nunca imaginé que te gustara ese tipo de literatura.

―¿Por qué no?

―No sé… me cuesta creer que a mis hermanas les puede interesar el sexo. Sé que la realidad debe ser muy diferente, pero mi cerebro me dice “No, Nahuel, a tus hermanas no les interesa el sexo”.

Pilar soltó una risotada.

―¿Y pensás que somos todas monjas?

―Algo así. Bah, eso pensaba antes; pero ya no. Al menos de Tefi y Macarena.

―¿Por qué? ¿Te enteraste de algo sobre ellas?

Abrió muy grandes los ojos, al parecer el asunto le generaba mucho interés.

―Algunas cositas. Maca me contó sobre sus aventuras con el profesor de la universidad, y sé que Tefi tuvo un noviecito durante un tiempo, con el que ya no se lleva muy bien.

―Lo de Macarena lo sabía, ella me lo contó todo… con lujo de detalles.

―Sí, Maca suele dar muchos detalles.

Pilar volvió a reírse.

―¿Con vos también fue tan… explícita?

―Sumamente explícita ―dije, con la mirada perdida en el infinito.

Escuché una vez más la risa de Pilar.

―Esa Macarena es todo un personaje ―afirmó―. Entiendo que se haya puesto tan detallista al contármelo a mí, porque somos mujeres… pero con vos…

―Sí, yo pensé lo mismo. Maca dice que a ella no le da vergüenza hablar de sexo y piensa que la gente debería conversar más seguido sobre ese tema.

―Sí, a mí me dijo algo parecido. También me contó su teoría de que conocemos la otra cara de la gente cuando sabemos cómo piensa con respecto al sexo.

―Hey, a mí también me dijo eso ―aseguré. Me dio la impresión de que Macarena nos estuvo preparando a los dos para este momento.

―Bueno, pero yo no tengo nada para decir sobre ese tema… más allá de que me gusta leer novelas eróticas.

―Cuando decís “nada” ¿te referís a…?

―A nada. Soy virgen, Nahuel. Nunca tuve sexo con nadie.

Me quedé helado. Mi mente había llegado a una extraña conclusión contradictoria: a mis hermanas no les importa el sexo; pero no son vírgenes. Es algo que daba por sentado. Ahora me doy cuenta de cuán lejos estaba eso de la realidad. A algunas sí que les importa el sexo… y no me imaginé que al menos una de ellas aún fuera virgen.

―Ah… ya veo…

―Creo que debo ser una la única persona virgen de toda la casa ―dijo Pilar.

―No, también tendrías que contarme a mí.

―¿A vos? Pero yo pensaba que vos ya… es decir… nunca te vi con una noviecita; pero…

―Ya te dije que me cuesta mucho hablar con mujeres.

―Es cierto, sin embargo eso no significa que vayas a ser virgen. Sé que hay chicas que no suelen ponerse muy conversadoras antes de abrir las piernas.

―Bueno, yo nunca tuve el gusto de conocer una de esas.

―Pero no te sientas tan mal, apenas tenés dieciocho años, yo tengo casi veintidós y lo más sexual que hice con otra persona fue darle un beso… también algunos toqueteos; pero principalmente fue un beso.

―¿Al menos fue un lindo beso?

Su cara se iluminó.

―Sí, tengo que admitir que fue muy lindo.

―Entonces llegaste más lejos que yo.

―¿Ni siquiera te dieron un beso, Nahuel?

―Los besos de mis hermanas en la mejilla o en la frente no cuentan… así que no.

―Ay, pobre mi hermanito. De pronto ya no me siento tan mal.

―¿Y por qué te sentías mal?

―Por todo esto que te estoy contando. Ando un poquito… deprimida. Este asunto me tiene mal. No te digo que esté desesperada por acostarme con el primer tipo que se me cruce por el camino; pero esto de ser tan virgen, a esta edad, ya me está afectando.

―No sabía que hubiera una edad para dejar de ser virgen.

―No la hay, pero cuando empezás a enterarte que todas tus amigas ya tienen sexo con sus parejas, y que hasta tu hermana menor cogió más que vos… porque sé que Tefi ya debe haber probado más de una verga.

―Em… puede ser. Al menos sé que probó una.

―¿Ves? Es más chica que yo y ya anda cogiendo. Eso me pone mal.

―No entiendo por qué seguís siendo virgen, con lo linda que sos seguramente debés tener muchos pretendientes…

―Para nada. Creo que nadie se fija en mí. Todas mis amigas son más lindas que yo… mis hermanas son más lindas que yo…

―¿Pero qué decís, Pilar? Vi algunas de tus amigas y ninguna me pareció más linda que vos… y tampoco creo que seas menos bonita que las otras tres hermanas que tengo.

―Lo decís porque sos mi hermano…

―No, lo digo en serio. Tenés unos ojos azules precisos, el pelo re lindo ―si bien ella lo tiene castaño oscuro, ahora lo tenía teñido con mechas rubias, que le daban mucha luz―. Tenés una cara muy linda…

―Y estoy gorda.

―No estás gorda ―aseguré.

―¿Vas a decir que tengo la misma contextura física que Macarena, o que Estefanía?

―No, pero eso no significa que estés gorda. Sino más bien “rellenita”. Y aunque estuvieras más gorda, seguirías siendo hermosa igual. Porque es la verdad, Pilar. Sos re linda. ―En ese momento recordé una cosa que podría servirme para marcar mi punto―. Te cuento algo: a mí no me gusta que mis compañeros de fútbol vean a mis hermanas, porque son unos pajeros. Ustedes son muy lindas y siempre alguno se enamora y empieza a joderme con que le consiga el número de teléfono o algo así. En alguna oportunidad las vieron, especialmente cuando van a mirar los partidos de fútbol. Vos también fuiste a unos cuantos.

―Porque mamá me obligó. A mí no me gusta el fútbol.

―Pero fuiste, igual que las otras tres. Y los pajeros del equipo se quedaron enloquecidos con mis hermanas… cada uno tenía su favorita. ¿Y sabés cuál fue por la que más me preguntaron? Por vos.

―Mentira, Nahuel. Eso no me lo voy a creer nunca. Es imposible que se fijen más en mí que en Tefi, con el tremendo culo que tiene; o en Macarena, con su carita de ángel; o en Gisela… con las enormes tetas que tiene. ¿Por qué se fijarían en mí?

―Porque vos cumplís todas esas características a la vez. ―Ella retrocedió en la silla, como si yo le hubiera dado un cachetazo―. Te lo digo en serio, Pilar. Tenés una cara preciosa y los ojos celestes, como los de Macarena. De hecho, te parecés bastante a ella. También sos tetona, como Gisela, y si usás escote todos los tipos se te quedan mirando. Considero que las cuatro tienen lindo culo, y es cierto que el de Tefi destaca bastante… pero el tuyo destaca todavía más.

―¿De verdad pensás eso?

―Sí… si querés lo podemos poner a prueba.

―¿Qué?

―Sí, eso mismo vamos a hacer. Ya vengo.

Salí de la pieza y al cruzar frente a la puerta del cuarto de Macarena escuché que ella me gritaba:

―¡Hey! ¿Y usted dónde cree que va?

La muy guacha había dejado abierta la puerta de su pieza, para saber si alguno huía del cuarto de Pilar.

―Maca, necesito hablar un minuto con Tefi, y también voy a necesitar de tu ayuda. Es para que Pilar se sienta un poquito mejor. Después te explico bien.

―Mmm… bueno, si es para que Pilar se sienta mejor, decime ¿qué tengo que hacer?

―Vas a ser jueza. Andá a la pieza de Pilar y esperame ahí, yo voy a buscar a Tefi.

―Ok, no entiendo nada; pero te voy a seguir la corriente.

Encontré a Tefi en su pieza, estaba jugando a la Play, por supuesto. Desde que descubrió un juego que le gustó, no fue capaz de soltarla. Se estaba volviendo bastante buena en el

Assassin’s Creed

. Ella tenía puesta una remerita sin mangas y una diminuta tanga, era perfecto para mi plan.

―Hey, Tefi. ¿Podés venir un minuto?

―¿Para qué?

―Para que muestres un rato el culo ―ella me miró confundida. Le sonreí y dije―. Es verdad, no estoy mintiendo. Necesito tu culo.

―¿Para qué? ―Volvió a preguntar, pero esta vez con más seriedad.

―Pilar se siente un poquito mal por algo, y le quiero demostrar que no tiene por qué sentirse así ―estas palabras captaron su atención. Puso el juego en pausa y me miró a los ojos―. Ella cree que su culo no es lindo. Dice que el tuyo lo es… y yo quiero mostrarle que en realidad las dos tienen culos muy lindos.

―Es que ella tiene un culo hermoso, es una boluda si piensa lo contrario.

―Más que boluda, yo diría que es insegura. ¿Me vas a ayudar?

―Si es por Pilar, sí.

Llegamos a la pieza de de Pilar y Macarena nos estaba esperando ahí, por suerte ella también solo vestía una tanga… y nada más. Porque estaba en tetas.

―Che, nena ―dijo Pilar―. ¿No te da vergüenza mostrar las tetas frente a tu hermano?

―No, para nada. Nahuel, ¿a vos te da vergüenza verme las tetas?

―Emm… no, claro que no.

―¿Ves? No pasa nada. Solo son tetas. Si Nahuel va a convivir con tantas mujeres… es obvio que va a ver tetas por todas partes. Que se acostumbre.

La verdad es que sí me afectaba verle las tetas. Tenía miedo de que eso me provocara una erección. Pero sabía que la cosa se pondría aún peor en poco tiempo.