Aislado Entre Mujeres [07].
Cuarentanga.
Capítulo 07.
Cuarentanga.
Algunos de mis compañeros del club de fútbol me mandaron mensajes quejándose de la cuarentena, porque para ellos se volvió sumamente aburrida. Claro, ninguno de ellos debe compartir su casa con siete mujeres; yo ni siquiera tengo espacio para aburrirme. Donde quiera que esté, casi siempre hay alguien… y ahora es peor, porque empezó la “Cuarentanga”.
No sé cómo hizo mi prima Ayelén para convencer a mi mamá de que permitiera a las mujeres andar en tanga por la casa, ya que Alicia siempre se opuso a eso, por cuestiones de “decencia”. Ahora esa decencia no parecía importarle tanto. Cuando Gisela le preguntó por qué había accedido, mi mamá se limitó a decirle que solo buscaba que todos nos sintiéramos cómodos dentro de la casa. Eso puedo entenderlo, tal vez para algunas de las mujeres sea más cómodo no estar obligada a usar pantalones. Sin embargo, a mí me complica la existencia.
Lo admito, tengo un problema: si veo un culo entangado, se me pone dura la verga. No siempre, y tampoco ocurre inmediatamente; pero ocurre, y mucho.
La “Cuarentanga” se decretó oficialmente al otro día de mi altercado con Estefanía, y las consecuencias no tardaron en notarse.
Me encontraba leyendo un libro de Orson Scott Card, El Juego de Ender. Lo tenía pendiente desde hacía mucho tiempo y estaba fascinado por las cosas que tenía que vivir el protagonista a tan corta edad. Estaba totalmente atrapado por la trama de este libro de ciencia ficción, cuando apareció Ayelen. Vestía una diminuta tanga blanca que se le metía entre las redondas y perfectas nalgas. Era impresionante cómo se le marcaban los labios vaginales, casi parecía que la tela fuera pintura sobre su piel. Ella se puso a conversar con Alicia y Cristela. Mi tía y mi mamá estaban sentadas junto a lo que mi madre denominaba “la mesita del té”. Una pequeña mesa, ubicada en living, detrás del sofá, rodeada por cuatro sillas. A mi mamá le encantaba tomar el té en ese lugar, porque está junto a un gran ventanal que da al patio, proporcionando muy buena luz natural.
Ayelén podría haberse sentado en una de las sillas, al fin y al cabo quedaban dos disponibles. Pero la muy hija de puta hizo algo con la pura intención de provocarme.
Hasta el momento yo ya había visto a dos de mis hermanas deambular en tanga por la casa: Macarena y Estefanía. También vi a Ayelén; pero no de la manera en que la estaba viendo ahora.
Mi prima se puso de rodillas en el sofá, y apoyó los codos en el respaldo, es decir, usando el sofá en el sentido inverso. Si se hubiera sentado como una persona normal, hubiera quedado mirándome de frente. Sin embargo quedó dándome la espalda. Como estaba de rodillas, su culo pasó a ocupar buena parte de mi campo visual, y ya no me fue posible concentrarme en el libro.
Ella se quedó ahí, haciendo de cuenta que no sabía que yo le estaba mirando fijamente el orto. Pero lo sabía, sé que lo sabía.
―Hola, hermanito ―dijo una voz que se acercaba a mí.
―Hola Maca.
―¿Todo bien? ―Me preguntó en voz baja, mientras las otras tres mujeres hablaban como cotorras.
―Esta hija de puta ―dije, señalando a Ayelén con la cabeza―. Me está provocando. Mirá cómo mueve el orto.
―Sí, es cierto.
Mi prima tenía el culo en pompa y las piernas ligeramente separadas. Meneaba su retaguardia como una gata en celo. La tela de la tanga a duras penas lograba cubrir la totalidad de su vulva.
―Quiere que se me pare la verga ―supuse que ya tenía la suficiente confianza como para hablar de ese tema con Macarena―. Y cuando eso pase, me va a decir algo.
―Vos quedate tranquilo, que si eso ocurre, yo te voy a defender.
―¿De verdad?
―Sí, no voy a dejar que esta chiruza te torture. Ella va a tener que aprender a no meterse con vos, porque se la va a tener que ver con tus hermanas. Bueno, al menos con dos de ellas.
Sabía que la segunda era Gisela. No me imaginaba a Tefi o a Pilar defendiéndome. Tefi probablemente se pondría de parte de Ayelén, y a Pilar ni siquiera le importaría.
Hice todo lo posible para mentalizarme y no darle importancia al culo de Ayelén, y casi lo consigo. Sin embargo cuando Macarena se adelantó, para acercarse a mi madre y a mi tía, me di cuenta de que ella también estaba en tanga. Una tan pequeña y ceñida como la de mi prima. Mi verga no pudo permanecer dormida, esos dos culos eran perfectos y yo, como buen pibe de dieciocho años, estaba deseoso de hacer muchas con una cola como esas… y mi verga lo sabía.
Se me puso dura en apenas unos segundos, y como si Ayelén contara con un radar para las erecciones, se dio vuelta en el momento justo, para ver la carpa que se había formado en mi pantalón.
―¡Ah, bueno, no te lo puedo creer! ―Exclamó, como si la situación le sorprendiera―. ¿Ves que sos un degenerado, pendejo?
―¿Qué pasó? ―Preguntó mi tía Cristela, que desde su posición no podía verme el bulto.
―A este pendejo, se le paró la pija.
Sé que la cara se me puso de todos los colores. Me quería morir, no sabía cómo cubrir mi evidente erección, y para colmo mi mamá y mi tía se pusieron de pie, para comprobar que era cierto.
―¿Cómo se te va a poner dura por mirarle el culo a tu hermana y a tu prima? ―Preguntó Ayelén, con su mejor tono de arpía―. Sos un degenerado.
―¡Ay, Nahuel! ―Exclamó mi mamá, eso empeoró mi vergüenza.
Me encogí en el sillón, como si quisiera que éste me tragara. Quería desaparecer. Pero no todo estaba perdido: Macarena cumplió con su promesa.
―¿Y qué tiene de malo? ―Preguntó ella.
―¿Cómo qué tiene de malo? ―La cara de angelito inocente de Ayelén se difuminó al instante, ahora sí parecía ese demonio que escondía dentro―. ¿Acaso no te da asco que a tu hermano se le pare la verga por mirarte el culo?
―No, al contrario. Me hace sentir orgullosa ―dijo Macarena, con una amplia sonrisa―. Tiene dieciocho años, lo raro sería que no se le pare. Si se le pone dura, es porque le funciona ―dijo esto mirando a mi mamá―. Además, un culo es un culo. Puede que él sepa que es el culo de su hermana, o el de su prima, pero ¿cómo hace para informarle de eso a su pene? ¿Acaso a vos nunca se te mojó la concha cuando supuestamente no debía pasar? Hay cuestiones fisiológicas que no podemos controlar, aunque nos esforcemos.
La cara de odio de Ayelén me dio miedo, creí que se lanzaría sobre Macarena y comenzaría a pegarle. Seguramente mi prima llevaba tiempo planeando este momento y mi hermana se lo había arruinado por completo. Para colmo Cristela también se puso de mi parte.
―Pobre chico, che. Tuvo un pequeño accidente, nada más. Como dijo Macarena, ustedes deberían sentirse orgullosas de que sus culos puedan provocar que a un hombre se le ponga dura… incluso en contra de su voluntad. Las dos tienen colas muy lindas… y ahora el pobre Nahuel las tiene que ver en tanga todo el día… y a Tefi también, porque a ella le gusta esto de andar en paños menores. ―Miró a su hija y prosiguió―. Creo que si ustedes quieren andar en tanga todo el día, van a tener que acostumbrarse a que, al único hombre de la casa, de vez en cuando se le ponga dura. ¿No te parece, Alicia?
Mi madre se quedó muda, este era un terreno en el que ella no solía discutir. La que respondió por ella fue Macarena.
―Pensalo de esta manera, mamá: Si se le para, es porque está sanito. ¿Cuántos hombres hay que no son capaces de tener una erección? Incluso se da en hombres jóvenes. Al menos sabes que a tu hijo no le pasa nada malo ahí abajo. Él no puede evitar que se le pare por ver el culo de una chica, aunque ésta sea su hermana o su prima.
―Puede ser ―dijo mi mamá.
Comprendí la táctica de Macarena. A mi mamá le aterra todo lo que tiene que ver con enfermedades, y si mi erección era un símbolo de “buena salud”, entonces ella no lo vería como algo malo.
―A mí no me molesta que se le pare ―dijo Macarena―. Creo que a la única que le jode es a Ayelén, que casualmente es a la que más le gusta mover el orto cuando camina, como si quisiera que todo el mundo se lo mirase. Nena, si tanto te gusta que te miren el culo, no entiendo por qué te enojás si a Nahuel se le para.
―Es cierto ―dijo Cristela―. Tenes un andar de lo más provocativo. Tu primo no te hizo nada, simplemente tuvo una erección involuntaria. No creo que sea justo llamarlo degenerado.
―Sí, Ayelén ―dijo mi mamá, que parecía haberse despertado de un trance―. Vos querías andar en tanga, bueno, aguantá las consecuencias. A mí me alegra saber que mi hijo es un chico sano, sin ningún problema que le permita tener una erección. Estoy segura de que no lo hizo a propósito.
―De verdad no fue a propósito ―aseguré―. Fue sin querer. Perdón.
―¿Ves? ―Dijo Macarena―. Hasta pide perdón. Y en ningún momento te trató de puta, por andar moviendo el orto delante de él. No me extrañaría que te hubieras puesto a propósito en el sofá, apuntando el culo hacia Nahuel.
―A mí tampoco me extrañaría ―añadió Cristela―. Con lo mucho que le gusta provocar…
―¡Vayanse todos a la mierda!
Con esto Ayelén bajó del sillón y se fue a su pieza… es decir a MI pieza. Su intento por dejarme mal parado le había salido al revés, la que quedó como una tarada fue ella. No sentí pena, ella se lo buscó. Le brindé una mirada de complicidad a mi hermana, luego ella se sentó a tomar el té, con Alicia y Cristela, y volvieron a ignorarme. Después de un rato pude volver a concentrarme en la lectura.
Al otro día, para no tener que estar padeciendo las consecuencias de la Cuarentanga, decidí quedarme en la pieza de Tefi, jugando con la PlayStation. Pensé que pasaría el resto de la tarde haciendo exactamente lo mismo, hasta que mi teléfono me anunció que había recibido un nuevo mensaje. Primero pensé que se trataba de uno de mis compañeros de fútbol, sin embargo era alguien mucho mejor. Se trataba de Celeste, la amiga Gisela. Me entusiasmé mucho al ver que me escribía ella primero, porque no sabía cómo iniciar la conversación.
En los primeros mensajes ella me saludaba y me explicaba que Gisela le había dado mi número, porque yo tenía ganas de “conocer chicas”. Estuve a punto de decirle que mi intención solo era hablar, y nada más; pero recordé que Gisela me dijo que Celeste era una “comehombres”, una mujer que no suele andar con vueltas. Corría el riesgo de quedar como un imbécil, a pesar de eso me animé a ser un poquito más directo. Le dije: “Mi hermana me contó que estás re buena”. Me arrepentí de haber dicho semejante pelotudez, pero, por algún motivo, pareció funcionar.
―Tu hermana tiene razón… y ella me contó que te gustan las rubias pechugonas. También me dijo que estás bien dotado. Si es así, nos vamos a llevar muy bien.
Me dio un poco de vergüenza que Gisela le hubiera contado eso. De todas maneras no pretendía casarme con Celeste… al fin y al cabo…
―Eso es cierto. Mi hermana también me dijo que sos casada.
―Es verdad… pero mi marido es tremendo cornudo, y no lo sabe. Que me disculpe, pero no soy mujer de un solo hombre. A mí me gustan las aventuras… y no me gusta que me hagan perder el tiempo.
En ese momento me llegó una foto. Lo primero que vi fueron dos tetas bien grandes, dentro de un corpiño de encaje negro. Si prestaba mucha atención, incluso se podía adivinar la areola de los pezones. El cabello lacio y rubio le caía sobre los hombros. La imagen terminaba justo encima de su boca, la cual estaba pintada de un rojo oscuro. Tenía labios muy sensuales.
―Para que me vayas conociendo ―me dijo.
―¡Wow! Sí, que sos directa.
―¡Ja! Eso no es nada.
A continuación me mandó una foto prácticamente idéntica a la anterior… con la diferencia de que en ésta no llevaba puesto el corpiño. Sus enormes tetas estaban coronadas por grandes pezones marrones. Y eso no fue todo, las fotos siguieron llegando.
Había algunas de ella en tanga, posando de espalda a la cámara. Otras con las piernas abiertas, y distintos modelos de tangas; algunas muy pequeñas, que dejaban ver buena parte de su pubis lampiño.
―Si te animás a mostrar un poquito vos también, te mando cositas más interesantes ―me prometió.
Yo nunca había tenido este tipo de charlas con una mujer, ni siquiera a través del celular. Me encantaba que ella fuera tan directa, me generaba un morbo inmenso. Al ver lo bonita y sensual que era, la verga se me puso dura en unos segundos. Nunca me había sacado fotos del pene, y la sensación fue extraña. Lo retraté bien erecto, porque quería que ella lo viera en todo su esplendor.
―Uy, pendejo… sí que venís bien equipado ―me dijo, cuando le mandé la foto―. Me encantaría comerme toda esa pija. Mi marido la tiene chiquita… y a mí me gustan bien grandes. Bueno, lo prometido es deuda…
Las siguientes fotos que me mandó eran mucho más explícitas. Ya no había tanga de por medio, su concha se lucía, abierta y fotografiada desde distintos ángulos. Me quedé maravillado con su rechoncha vulva y su prominente clítoris. Empecé a pajearme de inmediato. Lo que más me calentaba era saber que había una oportunidad genuina de estar con ella. A mí ya me había quedado claro que Celeste buscaba una aventura pasajera, probablemente con un hombre más joven que ella; y yo estaba dispuesta a dársela. No me importaba que tuviera marido. Si el tipo era tan cornudo como ella afirmaba, entonces podía confiar en que Celeste sabía cómo manejar la situación.
Me gustó mucho una foto en particular, en la que ella estaba en cuatro, mostrando su enorme culo, el cual estaba abriendo con las dos manos.
―Mandame más fotos de tu pija ―me pidió―. Cuando te vea, te la voy a chupar toda.
Le mandé dos fotos más de mi verga erecta y le pregunté:
―¿Sos buena petera?
―¿Que si soy buena? Me encanta chupar pijas… especialmente si son grandes como la tuya.
La siguiente fotografía no me la esperaba en absoluto. Pude ver una verga enorme, en primer plano, y el cabello rubio de Celeste. También se veían sus tetas al desnudo… y su boca, ahora pintada de negro. Se estaba tragando esa ancha pija como una experta. Me puse a mil de solo imaginar que así me la chuparía a mí.
Estaba muy metido en la tarea de pajearme frenéticamente mientras admiraba esa magnífica concha y pasó algo que ya se estaba haciendo costumbre: la puerta se abrió.
Esta vez fue por mi culpa. Ya tendría que haber aprendido que en una casa con tanta gente y pocas habitaciones, lo más lógico es que alguien entre. Además el cuarto de Tefi tiene traba, y por pajero (literalmente) me olvidé de cerrarla.
No era Tefi. Hubiera sido un alivio que se tratase de ella. Pero no, porque seguramente hay un dios malévolo que me odia. Se trataba de mi prima Ayelén.
Al verme con la pija dura, en pleno proceso masturbatorio, se quedó boquiabierta.
―¡Hey! ¿Por qué abrís sin golpear? ―Me quejé.
―Estaba buscando a Tefi ―su cara de sorpresa duró apenas un segundo más, para convertirse en una sonrisa maquiavélica―. No sabía que venías tan bien equipado, primito. ―Cerró la puerta detrás de ella.
―Andate. Tefi no está acá.
―¿Ella sabe que te estás pajeando en su cama?
―Dale, andá y contale, si es lo que querés. No me importa.
―¿Seguro? No creo que a Tefi le haga mucho gracia que el pajero de su hermano esté usando su cama, bueno… para hacerse la paja.
Las dos veces anteriores ya me habían curtido para este tipo de experiencias vergonzosas, y por mi orgullo, no permitiría que mi prima me torture. Decidí que la mejor estrategia era desafiarla, para que se defendiera, en lugar de atacarme.
―¿Por qué me mirás tanto la verga? ¿Acaso te gusta?
Ella abrió mucho los ojos y hasta pude notar que su respiración se interrumpió. Pensé que la tenía, que la había vencido en su propio juego. Pero olvidé que estoy tratando con el mismísimo demonio.
La sonrisa cruel en su rostro se hizo gigantesca, como si fuera una loba hambrienta admirando a un pobre conejito herido que ya no puede correr.
Me miró fijamente a los ojos y avanzó, como una depredadora, sin apartar la mirada ni un segundo. Se trepó a la cama y gateó hasta donde estaba yo. Hizo algo que no me lo hubiera esperado ni en un millón de años: me agarró la pija.
―¿Qué te pasa, pendejo? ¿Te creés que le tengo miedo a una verga? ¿Después de todas las que me comí?
Para aumentar mi perplejidad, ella me agarró la verga. Me quedé mirándola con los ojos muy abiertos, sin saber qué decir. Su mano era suave y tibia, contribuyó a aumentar mucho mi excitación. No estaba acostumbrado, para nada, a que una mujer me agarrara la verga de esa manera. Para colmo Ayelén empezó a mover su mano, como si estuviera masturbándome lentamente.
―Puede que vos la tengas un poquito más grande de lo normal; pero no pienses que por eso me vas a intimidad. Conocí tipos con mucha pija que ni siquiera saben usarla, y si mis cálculos no me fallan, vos todavía sos virgen. No tenés idea de qué hacer con todo esto.
―¡Sí que tengo!
―¿Ah si? A ver… mostrame. ¿Qué harías conmigo?
La muy desgraciada se colocó sobre mí, dejando que la punta de mi verga se encajara entre los labios de su concha. Ella tenía puesta la tanga, pero aún así podía sentir la tibieza de su sexo.
―Dale… ¿qué harías? ―Volvió a preguntarme.
―Vos sos mi prima.
―¿Y eso qué importa? Dale, mostrame que no tenés esta pija de adorno.
Se movió lentamente, provocando que mi glande recorriera toda la raya de su concha, ocasionalmente hizo presión hacia abajo, como si quisiera que yo la penetrara. Aunque eso no iba a pasar, no mientras estuviera la tanga para impedirlo. En un breve acto de valentía, logré sujetarla por la cintura. Fue lo único que se me ocurrió. Después de eso quedé totalmente paralizado.
Ayelén sonrió victoriosa y solo para regodearse en mi fracaso, se movió más rápido. Esta vez parecía que estábamos cogiendo, pero la verga no entraba, sólo chocaba una y otra vez contra la tela de la tanga… pero lo hacía justo donde debía estar el agujero de su concha.
Como llevaba un rato haciéndome la paja, y los movimientos eróticos de Ayelén aumentaron mi calentura, no pude resistirlo más. Empecé a acabar, grandes y espesos chorros de semen, que fueron a dar a la entrepierna de Ayelén.
Al principio ella miró hacia abajo asombrada, como si eso que estaba ocurriendo fuera algo malo. Pero unos segundos después volvió a su sonrisa maquiavélica y triunfal.
―¡Ay, pero qué desastre! ―Exclamó, con teatralidad―. ¿Qué pasó, primito? ¿Te explotó la pija? Pero si ni siquiera me la metiste.
Definitivamente éste era el momento más vergonzoso de mi vida. No cuando mi mamá me sorprendió pajeándome y le acabé en la cara, tampoco cuando Tefi descubrió que yo había robado sus fotos porno. Sino este, ahora mismo. Con Ayelén riendose de mi por haber acabado ante el contacto de su sexo con el mío. Su risa me taladró el cerebro y sabía que nunca podría olvidarla. Tampoco voy a olvidar lo que hizo después.
Se apartó de mí y creí que se marcharía, pero en lugar de eso volvió a agarrarme la pija y la exprimió, para que salieran las últimas gotas. Toda mi pija estaba cubierta de cremoso semen, y ahora también había en las manos de mi prima.
―Tengo que reconocer que, al menos, te sale mucha leche. Eso siempre me gusta. Me agradan los tipos que acaban mucho.
Acto seguido, acercó su cabeza a mi verga y empezó a lamerla, como si fuera un helado, recolectando el semen. Lo que su lengua juntaba, ella lo tragaba, como si fuera un cremoso y sabroso postre. Hasta me dio la impresión de que lo estaba disfrutando mucho. Para rematar, se metió mi glande en la boca y le dio un fuerte chupón, que sonó como si hubiera descorchado una botella de sidra.
―Das pena, primito. Estoy muy desilusionada con vos. Pensé que al menos sabías cómo usar ese aparato.
Tomó un par de pañuelos descartables de la mesita de luz, usó uno para limpiarse la boca y con el otro quitó los restos de semen que habían quedado en su tanga. Por la humedad, la tela quedó prácticamente transparente, y pude ver su clítoris con claridad; pero solo por unos segundos.
Sin decir más nada, Ayelén salió de la pieza, dejándome humillado y con la verga aún dura. Estaba tan caliente que sabía que no se me iba a bajar. Necesitaba pajearme otra vez. Es algo que no suelo hacer, por lo general con masturbarme una vez me alcanza, al menos por unas horas. Sin embargo esta vez era especial. Lo necesitaba.
Para ahorrarme más problemas, antes de comenzar a pajearme puse la traba de la puerta y me recordé mentalmente que si alguna vez hacía lo mismo en el cuarto de Tefi, nunca más olvidaría poner la traba.
Usé las fotos de Celeste como estimulación; pero tengo que admitir que también pensé mucho en Ayelén y en cómo se sintió cada cosa que hizo. Fueron apenas unos segundos, pero a mí me pareció que ella estuvo en la pieza una eternidad. No tardé mucho en volver a alcanzar el clímax.
Como por mi casa circulaban varias mujeres en tanga, decidí quedarme dentro de la pieza de Tefi la mayor cantidad de tiempo posible. Salía solo cuando ella estaba, porque la muy desgraciada estaba usando ropa interior diminuta. Cuando se acostaba boca abajo en la cama, para jugar a la Play, mis ojos quedaban atrapados entre esas firmes nalgas.
Cuando salí escuché a Gisela discutiendo con Ayelén, no me metí en la conversación; pero entendí que mi prima estaba enojada porque Gisela aún no había cumplido con su parte de la apuesta.
―Se supone que tenés que andar en tanga, al menos durante una semana ―se quejó Ayelén.
―Sí, lo sé. Pero no dije cuándo lo voy a hacer. Dame unos días.
―Bueno, pero cuando empieces tenés que hacerlo durante una semana consecutiva. Nada de un día sí y al otro día no.
―Está bien ―dijo Gisela, poniendo los ojos en blanco.
Sé que a ella le debía costar horrores andar semidesnuda frente al resto de la familia. Puede que le molestara que yo la viera en tanga. Siempre tuve una relación muy maternal con ella y no sé si quiero descubrir cómo le quedan las tangas a Gisela… aunque seguramente le quedan de maravilla, con ese enorme culo que tiene.
―Che, pibe ―dijo una voz a mi espalda. Por un momento me asusté, creyendo que podía ser Pilar; pero al darme vuelta descubrí que se trataba de Macarena.
―¿Qué pasa? ―Pregunté, intentando no fijarme demasiado en la diminuta tanga que llevaba puesta.
―Esta noche dormís conmigo. Tefi me dijo que ya está un poquito harta de tenerte en la pieza, y quiere que la dejes en paz durante algunas noches.
―No, lo que esa desgraciada quiere es quedarse sola con la Play.
―¿La Play? ¿Desde cuándo le importan los videojuegos a Tefi?
―Desde que le enseñé a jugar al
Assassin’s Creed
.
―Me estás hablando en chino.
―Es un juego en el que hay que matar gente. Creo que por eso le gustó tanto a Tefi.
―Con lo agresiva que es, no me extraña que esos juegos le gusten. En fin, como sea. Hoy dormís conmigo. Si estoy despierta cuando te acuestes, podemos charlar un rato. Si ya estoy dormida, acostate sin hacer mucho ruido. Odio que me despierten.
―Está bien. Gracias.
Como la idea de conversar con Macarena me entusiasmó, no esperé demasiado para meterme en su cuarto. Por suerte ella seguía despierta. Estaba acostada en la cama, leyendo el libro de Stephen King que yo le preste.
―¿Cómo va la lectura? ―Pregunté.
―Muy bien, me tiene enganchada el libro.
―Si querés me voy y vuelvo más tarde.
―No, no hay drama. Con la cuarentena lo que me sobra es tiempo para leer. Puedo seguir después. Vení, acostate.
Ella apartó la sábana, mostrándome el lado de la cama que yo ocuparía, y al hacer eso me dejó ver otra cosa: De la cintura para abajo estaba completamente desnuda. Arriba solo tenía una corta remera en la que se marcaban mucho sus pezones. Me quede idiotizado mirándole la piel blanca y tersa de sus gajos vaginales. Eran perfectos. Lo que más me impresionaba era la elevación de su Monte de Venus.
Al levantar la mirada me di cuenta de que ella sonreía.
―Perdón ―dije, poniéndome colorado.
―¿Por qué?
―Porque me quedé mirándote… y está mal.
Ella soltó una risotada.
―No seas tarado, Nahuel. Mirá si me voy a ofender porque me mires la concha.
―¿Ah no? Pero… sos mi hermana.
―¿Y qué tiene? Si yo fuera un tipo, y estaría con la verga colgando entre las piernas, seguramente también me mirarías. Por una sencilla razón: no estás acostumbrado a ver gente desnuda. Cuando fui a la playa nudista, se me notaba mucho que era nueva, porque miraba los genitales de cualquier persona que tuviera al alcance de la vista. Es un acto involuntario. Pero después uno se acostumbra y ya pasa a ser algo normal.
―¿Vos pensás que me voy a acostumbrar a verlas en tanga?
―Sí, creo que te acostumbrarías aunque nos vieras desnudas. Aunque puede que te lleve un tiempo adaptarte. Dale, vení, acostate. Sin miedo… y no hace falta que te dejes la ropa puesta, si no querés.
Dudé un instante antes de hacer algo. La idea de que mi hermana me viera desnudo no me agradaba demasiado; sin embargo no quería que ella se sintiera incómoda al ser la única persona desnuda en la habitación. Me quité el pantalón y el calzoncillo, pero me dejé la remera puesta, al igual que ella.
Macarena ni siquiera me miró el pene, se puso a revisar su celular como si no importara. Me encantaría poder comportarme de esa manera. Sé que estoy muy lejos de lograrlo porque durante el trayecto hasta la cama no hice más que mirarle la concha.
―¿De qué querés hablar? ―Me preguntó, una vez que estuve acostado junto a ella.
―Em… ―se me venían a la cabeza un montón de temas; pero había uno que me despertaba especialmente la curiosidad―. Me prometiste que me ibas a contar sobre tus aventuras con el profesor Mario.
―Marcelo. Se llama Marcelo.
―Está bien, como sea. El tipo que te cogías.
Ella volvió a reírse.
―Es una buena forma de definirlo.
―¿Así lo veías vos?
―Sí. No pienses que me enamoré de él ni nada de eso. Simplemente era un tipo con el que me acostaba de vez en cuando. Lo hice por la emoción de la aventura. ¿Nunca fantaseaste con acostarte con una profesora joven y bonita?
―Puede ser…
―Es una fantasía recurrente. A mí me gustó la idea de cogerme a un profesor y Camila, mi amiga, me insistió para que lo hiciera. Ella creyó que yo no me iba a animar, era una especie de desafío entre nosotras. Todo era un mero juego hasta que un día le conté que ya le había chupado la pija al profe Marcelo.
―Wow. ¿Se la chupaste en serio?
―Se la chupé un montón de veces ―dijo, levantando una ceja. Se notaba que estaba orgullosa de eso.
―¿Y cómo se dio eso? Es decir… me imagino que después de la primera vez habrá sido algo más natural. Pero ¿cómo te animaste la primera vez?
―La primera vez fue la más difícil. Yo estaba re nerviosa… y caliente. No te voy a mentir, tenía la concha toda mojada, porque yo entré al aula con la idea de hacerle un pete.
―¿Lo hiciste en un aula de la universidad?
―Sí. Vas a terminar pensando que soy re puta.
―No hay nada de malo en ser re puta.
Una vez más Macarena llenó la habitación con su risa.
―Estás aprendiendo. A mí no me gusta que denigren a una mujer porque le guste el sexo.
―¿Te molesta que te digan puta?
―No, para nada. Porque lo veo como parte del juego sexual. Me calienta que me lo digan, siempre y cuando yo se lo haya permitido a la persona que lo dice.
―Claro, no es lo mismo que te lo diga un extraño en la calle a que te lo diga alguien que te gusta.
―Exacto. Me molesta solo si me lo dicen con tono despectivo. De lo contrario, no. Está bueno ser un poquito puta de vez en cuando. Le pone emoción al acto sexual. A mí el sexo me apasiona, en todo sentido. No solo hacerlo, sino también estudiarlo y pensar en cómo lo viven las demás personas. Creo que por eso me gusta tanto estudiar psicología. Pero bueno, esto no es lo importante ahora. Vos querés saber cómo fue la primera vez que se la chupé a Marcelo ―asentí con la cabeza―. Ese día entré al aula en la hora de tutoría, él estaba solo, corrigiendo unos exámenes. Generalmente no va nadie al horario de tutoría, así que lo tenía solo para mí. No soy buena actriz; pero ese día me saqué un sobresaliente en actuación. Mi idea era jugar el papel de la chica desvalida y preocupada porque no le va bien en una materia difícil. La segunda parte era cierta: la materia que da Marcelo es difícil. Pero a mí me va muy bien en mis estudios y no se me hacía tan complicada como a los demás. Sin embargo yo le hablé, casi al borde de las lágrimas. Le conté que se me estaban acumulando muchas materias y que no podía organizarme para estudiarlas todas. Necesitaba una ayuda en su materia, porque era la más difícil. Le dije que estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para que él me ayudara. Marcelo me aseguró que para eso estaba la hora de tutoría, y que él me ayudaría a estudiar. “No ―le dije―, me refiero a otro tipo de ayuda. Como saber las preguntas del próximo parcial”. Él me quedó mirando atónito, y yo, con mi mejor cara de bebota, le dije: “Estoy dispuesta a hacer lo que sea. De verdad. Estoy desesperada”. Marcelo, sacando a relucir su ética intachable, me dijo que bajo ningún concepto me podía dar las preguntas del parcial. Entonces ahí tiré toda la carne al asador. Le dije: “Profe, estoy tan desesperada que si usted me da las preguntas, yo le chupo la pija”. Soné tan convincente que él dio un salto en la silla, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Se atajó alegando que él podría perder el trabajo si hacía una cosa semejante. Pero yo insistí, le dije que nadie debía enterarse. Seguí con mi rol de alumna desesperada y le supliqué para que me dejara chuparle la pija. Él siguió insistiendo en que no era apropiado, hasta que yo lo tomé por sorpresa. No esperé más, me puse de rodillas delante de él, le bajé el pantalón de un tirón, y sin darle tiempo a nada, me metí su verga en la boca. No te puedo explicar la cara de asombro que tenía ese tipo.
―¡Wow! Me imagino que no te pidió que lo soltaras…
―Estuvo a punto de hacerlo; pero yo ya había empezado a chupar… y a él ya se le estaba poniendo dura. De hecho, se le paró casi al instante. Se ve que alguna vez habrá fantaseado con que una alumna le chupara la pija.
―Y aunque no lo haya hecho, vos sos una chica muy linda, Maca. Creo que cualquier tipo heterosexual se pondría feliz si vos le chupás la verga.
―Gracias ―dijo, con una gran sonrisa. Miró mi pene y ahí fue cuando me percaté de que se me había puesto duro. No sé cómo ni cuándo pasó, pero era innegable. La tenía rígida, como un garrote―. No te preocupes ―me tranquilizó ella, antes de que yo pudiera decir algo―. Ya te dije que no tiene nada de malo en que se te pare la verga… y menos con lo que te estoy contando. A mí también se me está mojando la concha.
Abrió un poco las piernas y se pasó dos dedos entre los labios vaginales y los sacó cubiertos de un flujo viscoso y transparente. Luego volvió a llevarlos hasta su concha y comenzó a acariciarla lentamente.
―Lo que más me gustó de chupársela a Marcelo fue que él no dijo nada durante todo el rato en que yo le comí la verga. Eso me dejaba en claro varias cosas: lo había tomado por sorpresa; lo que yo hacía le estaba gustando; sabía que estaba mal, pero no se animaba a detenerlo; y se había creído mi rol de la estudiante en apuros. ―Mientras hablaba, Macarena seguía acariciando su concha con dos dedos, e incluso se masajeaba el clítoris. Yo también estaba sorprendido―. Cuando le conté a Camila cómo me tragué la verga de Marcelo, ella se hizo tremenda paja.
―¿Delante tuyo?
―Sí… bueno, yo también me pajeé de lo lindo, mientras le contaba.
―¿No les dio vergüenza?
―No, para nada… bueno, sí, un poquito, al principio. Pero con Camila nos tenemos mucha confianza y las dos entendemos muy bien los placeres de hacerse la paja. ¿Qué tiene de malo hacérsela junto a otra persona?
Ella hizo una pausa de unos segundos y aceleró el ritmo con el que se frotaba la concha. Se estaba haciendo una paja a mi lado y con sus palabras me dio a entender que no le molestaría si yo hacía lo mismo. No pude resistirme a esa oferta. Estaba tan caliente que si no me pajeaba en ese preciso instante, la verga me explotaría.
Empecé a darme, como un mono en una rama. No me importó nada. Mi timidez fue superada por el morbo. Macarena no estaba hablando, pero el ritmo de su respiración era aún más agradable que su voz. Se estaba agitando, a medida que aumentaba la velocidad con la que se pajeaba. Sí, había pensado alguna vez en que Macarena se hace la paja, es imposible no hacerlo después de la charla que tuvimos aquella noche; sin embargo nunca me imaginé que terminaríamos los dos, pajeándonos en la misma cama. Ella separó las piernas y comenzó a gemir suavemente, como demostrándome que no sentía pudor al tocarse frente a mí. Yo hice mi parte, acelerando el ritmo con el que bajaba y subía mi mano.
―Tomá, un poquito de lubricación. Te va a venir bien… y a mí me sobra.
Al decir esto, Macarena acarició mi glande con sus dedos cubiertos de flujos vaginales. Fue un grave error, porque yo soy un pajero experto; pero no tengo nada de experiencia en toqueteos femeninos, y el de ella fue más que espectacular. Sentí mi verga palpitar intensamente cuando ella me tocó… y para colmo aplicó presión en los puntos justo. Fue la eyaculación más precoz de mi vida.
Todo el semen, como era de esperar, fue a parar a la mano de mi hermana. Pero a ella pareció no importarle este detalle. En lugar de apartarse, comenzó a masturbarme, provocando que potentes chorros de leche saltaran de mi verga. Todo mi cuerpo se estremeció y, sin querer, mi mano izquierda se posó sobre su Monte de Venus. Fueron apenas unos segundos, hasta que aparté la mano, avergonzado. Ella no hizo ningún comentario al respecto. Se limitó a sacudir mi pija, que aún seguía escupiendo ese líquido blanco.
―Me encanta que salga tanta leche ―dijo, acariciando todo el largo de mi verga cubierta de semen.
El estómago me dio un vuelco, por el morbo. Una frase muy similar había salido de la boca de Ayelén y me sorprendía que mi hermana opinara de la misma manera.
―Perdón… no aguanté…
―Todo bien, hermanito, no te preocupes. Aunque, por el bien de tu vida sexual, te sugiero que empieces a practicar un poquito más en tu aguante. Porque no te va a servir de mucho tener la pija grande, si acabás a los dos segundos.
―Sí, lo sé… es que…
―Sos virgen. No tenés experiencia.
―Eso mismo.
―Está bien, no hay ninguna vergüenza en ser virgen, y mucho menos a tu edad. Apenas tenés dieciocho años. Ya se te va a dar. Pero, mientras tanto, vamos a tener que hacer algo con esta eyaculación precoz. Tengo algunas cositas en mente que podrían funcionar.
―Bueno, gracias. ―Hice una pausa, mientras ella limpiaba todo el semen usando pañuelos de papel―. ¿Me vas a seguir contando sobre tu profesor?
―Mejor lo dejamos para mañana. De todas maneras, mañana también vamos a dormir juntos. Hoy ya no tiene mucho sentido seguir.
―Está bien. Mejor me contás mañana.
Me dio la impresión de que esta charla había sido un ensayo preliminar para algo más intenso. Macarena estaba rompiendo el hielo entre nosotros y que nos hubiéramos pajeado juntos era la prueba irrefutable de ello.
―Bueno, vamos a dormir ―dijo, cuando mi verga ya estuvo limpia. Apagó la luz del velador―. Que descanses, hermanito.
―Gracias, vos también.
―Aunque por un ratito tal vez te cueste dormir.
―¿Por qué?
―Porque yo todavía no acabé.
Al instante sentí el movimiento intenso de su mano. Ya no podía verla, pero intuía que se estaba metiendo los dedos en la concha, por los chasquidos húmedos que producía. Sus gemidos volvieron, eran suaves, seguramente para no poner en alerta a los demás miembros de la casa; pero lo suficientemente intensos como para que se colaran hasta lo más hondo de mi ser. A Macarena le llevó unos minutos alcanzar el clímax y durante todo el rato que se estuvo tocando, yo imaginé que así gemiría una mujer, si estuviera teniendo sexo conmigo.