Aislado Entre Mujeres [05].
Convivencia en Cuarentena.
Capítulo 5.
Convivencia en Cuarentena.
Debo admitir que me costó mucho conciliar el sueño. No creo que se haya tratado de mi imaginación, mi hermana Macarena realmente se masturbó mientras compartíamos la cama. No puedo encontrar otra explicación a sus gemidos ni al rítmico movimiento de su brazo. Pero pasados unos minutos ella se calmó y yo, de a poco, comencé a quedarme dormido. Desperté un par de veces, cuando ella giró en la cama. No pude evitar pensar que ambos estábamos desnudos. Nunca antes había dormido desnudo en la cama con otra mujer. Jamás imaginé que la primera vez que hiciera eso sería con una de mis hermanas.
Me levanté tarde, otra vez. Algo que se estaba volviendo una rutina, en estos días de cuarentena donde el reloj carecía de importancia. Me daba lo mismo levantarme a las tres de la tarde que a las cinco de la mañana. A la única que parecía molestarle esto era a mi madre.
Cuando salí de la pieza de Macarena, ya vestido, me crucé con Alicia. Ella me tomó del brazo y me dijo:
―A ver si empezás a acomodar un poco esos horarios. No es sano que duermas a cualquier hora.
―Pero mamá…
―Por esta vez pasa, sé que tuviste una noche muy peculiar ―no quería recordar lo que había pasado durante la noche―. Pero eso se tiene que terminar. Después vamos a hablar vos y yo.
Lo que más aterraba era que todas mis hermanas (e incluso mi prima y mi tía) se enterasen del pequeño accidente que tuve frente a mi mamá. Pero conociendo a Alicia, me parecía altamente improbable que ella hablara de ese tema con alguien más. Para mi madre sería un martirio tener que explicarle a otra persona que su hijo le llenó la cara con semen. Así que en ese sentido podía quedarme tranquilo. Además noté que ella no estaba enojada, algo muy extraño en mi mamá. Seguramente se debía a la gran noticia de la que todas ya estaban al tanto: Macarena no se había contagiado de Covid.
―Está bien. ―dije, como restándole importancia al asunto.
Gisela apareció de golpe en el pasillo, seguramente volvía hacia su dormitorio. Al verme me dio un fuerte abrazo, mientras mi mamá se alejaba. Pude sentir la tibieza de los grandes pechos de mi hermana contra uno de mis brazos.
―¡Al final fue solo una falsa alarma! ―Exclamó, sin soltarme―. Me pone muy contenta, en especial por Macarena. Me enteré que pasaste la noche en su cuarto. ¿Qué tal está?
Se apartó de mí y me miró con una sonrisa maternal.
―Cuando mamá nos contó la buena noticia, Macarena se sintió mucho mejor… incluso mamá le pidió disculpas por haberla tratado mal.
―¿Mamá pidiendo disculpas por algo? ¿Estás seguro de que no lo soñaste?
―Yo también me sorprendí… pero pasó de verdad. Creo que se puso contenta porque no había riesgo de contagio.
―Sí, hoy la vi más contenta de lo habitual. Me imaginé que era por eso.
Ella siguió rumbo hasta su pieza.
El ambiente en mi casa era mucho más alegre que en los últimos días. Vi que Tefi y Ayelén charlaban en el living, se estaban riendo de algo. Probablemente estaban planeando cómo arruinarle la vida a algún pobre infeliz, porque así son de crueles. Sólo me queda esperar que ese pobre infeliz no sea yo.
Decidí no interrumpirlas, cuando están juntas se potencian y la mejor estrategia es pasar desapercibido.
En el comedor me encontré con mi tía. Estaba sola, mirando el celular con una gran sonrisa.
―¿Viste a Macarena? ―Le pregunté, extrañado por no haberla cruzado en ninguna parte.
―Creo que está en la pieza de Pilar ―respondió, sin apartar la cara del teléfono. Soltó una risita que la hizo ver como si tuviera veinte años menos. Debo reconocer que mi tía es una mujer muy bonita y su cabello rojo realmente la favorece.
Me alegró saber que Macarena estaba charlando con Pilar. De esta forma podría acercarme un poco más a esa hermana que parece más una extraña viviendo bajo el mismo techo, que un miembro de la familia. Mi tía Catalina volvió a reírse y movió los pulgares rápidamente, como si estuviera respondiendo a un mensaje de texto.
―¿Por qué tan feliz? ―Le pregunté―. ¿Estás haciendo las pases con Dante?
Ella bajó el teléfono y me miró como si yo le hubiera tirado un piedrazo. Supe que había cometido un error.
―¿Qué? ¡No! Ni hablar. Ese pelotudo está muerto para mí. Desde que me fui de su casa no volví a escribirle, ni él a mí… mejor así, porque ya me tenía harta.
―Ah, ok… perdón.
Catalina se relajó un poco.
―Está bien, no te preocupes. Al fin y al cabo vos no sabés nada de mi relación con Dante, ni por qué me alejé de él.
―Eso es cierto. ―Volví a poner en práctica el consejo de Gisela, de mostrar interés por los problemas de las mujeres―. Cuando quieras me podés contar sobre eso. Bah, si no te molesta…
Ella me miró confundida, con los ojos muy abiertos.
―¿Y desde cuándo tenés tanto interés por mi vida sentimental?
―No sé ―dije, encogiéndome de hombros―. Estamos en cuarentena y uno se aburre.
Volvió a reírse.
―¿Estás tan aburrido como para sentarte a escuchar los lamentos de tu tía?
―Casi… tal vez no quieras hablar conmigo, porque soy hombre. ―Me senté frente a ella y comí unas galletitas dulces que había en un plato sobre la mesa. Siempre me levanto con hambre.
―¿Y eso qué tiene que ver?
―No sé… tal vez sea una de esas cosas que se hablan entre mujeres.
―A mí me encantaría contarte, justamente porque sos hombre. Por dos motivos ―levantó dos dedos de su mano derecha―. Primero: para que no cometas los mismos errores que Dante cuando tengas una novia. Segundo: para tener una opinión masculina.
―Son buenos motivos ―aseguré―. Entonces ¿me vas a contar?
―Em… no.
―¿Por qué no?
―Porque para que entiendas todo tendría que tocar temas que son muy… íntimos y delicados. ¿Me explico?
―Sí, ya veo…
Me llevé otra galletita a la boca. De pronto empecé a sentirme muy incómodo. Sabía que mi tía se refería al sexo. No quería contarme porque su relato requería hablar sobre temas sexuales. Me hubiera gustado decirle que podía confiar en mí, incluso para hablar de esos temas. Al fin y al cabo ya había hecho algo parecido con Macarena. Pero no me atreví. Ni siquiera supe cómo empezar a decírselo.
Tomé una nota mental: debía preguntarle a Gisela o a Macarena cómo explicarle a una mujer que puede confiar en mí. Estaba seguro de que ellas podrían ayudarme con eso.
Como me di cuenta que la conversación con mi tía Cristela no llegaría a ninguna parte, decidí probar suerte en algún otro lugar de la casa… pero lejos de Ayelén y Estefanía… y de ser posible, debía evitar a mi mamá. Recordé que Macarena estaba en la pieza de Pilar, lo que descartaba que pudiera charlar con ella. Estoy atrapado en una casa llena de gente y no puedo hablar con nadie. Casi nadie… aún queda Gisela.
Fui hasta su cuarto y golpeé la puerta.
―¿Quién es? ―Preguntó al instante.
―Nahuel. ¿Puedo pasar? Estoy aburrido.
―Perdoname, hermanito. Ahora mismo estoy trabajando. Tengo que entregar un informe dentro de un par de horas y…
―Está bien, no te molesto más.
―Gracias por entender. En otro momento hablamos.
Ahora sí, todas mis posibilidades se habían reducido a cero. Si fuera un día normal hubiera salido a dar una vuelta por ahí, a juntarme con algunos amigos para jugar un partido de fútbol. Miré por la ventana que daba al patio, el día estaba precioso. Me dio mucha pena tener que estar encerrado. Estaba tan aburrido que ni siquiera tenía ganas de leer o de jugar a Play. Necesitaba algo diferente, algo que me hiciera salir de la rutina que fue la última semana… y lo más lejos que estuve de esa rutina fue cuando charlé con Macarena. Lamentablemente no podía tener ese tipo de conversaciones con otros miembros de mi familia… aunque tal vez sí. Al fin y al cabo hace dos días no tenía ni idea de que Macarena podía sincerarse tanto conmigo, y yo con ella. Tal vez era solo cuestión de probar. Pero hoy no era el día apropiado para hacerlo.
Resignado, me fui al cuarto de Estefanía a mirar algo en Netflix.
La convivencia en la cuarentena empezó a volverse rutinaria otra vez. Pasaron cinco noches desde mi charla íntima con Macarena y desde aquella vez no cruzamos demasiadas palabras. Ella siempre estaba en su cuarto o en el de Pilar. Lo único que llegó a decirme es que estaba logrando grandes avances con Pilar y que ya se estaban llevando mucho mejor que antes. Sin embargo no creyó que ella estuviera lista para pasar tiempo a solas conmigo. Yo tampoco lo estaba, Pilar me intimida un poco, no porque ella parezca amenazante, sino porque no sé cómo puede reaccionar. Más de una vez tuvimos alguna pequeña discusión en la que ella me recalcó que yo no debía meterme en su vida, ni con sus cosas. Desde allí en adelante se forjó una especie de acuerdo tácito entre Pilar y yo: Ella no me habla, yo no le hablo. Fin del asunto.
Por suerte mi madre no insistió con el asunto de la charla que debía tener con ella. Esto le molestó un poco a Macarena, supuso que Alicia estaba evitando el asunto, como una cobarde.
―Vos necesitás un lugar para… tu intimidad ―me dijo Macarena, en uno de los breves momentos que pasé en su cuarto―. Si queremos que Alicia se tome esto en serio, habrá que presionarla un poquito más.
―No te preocupes, ya me las voy a arreglar ―le dije, porque en realidad a mí me daba mucha vergüenza tener que hablar de masturbación con mi mamá. Si ella quería olvidarse del asunto, yo también podía hacerlo. Pero Macarena no estaba dispuesta a dejarlo ir.
―Quedate tranquilo, Nahuel. Ya se me va a ocurrir algo para que ella te tome en serio. Al fin y al cabo es una miedosa, y las personas con miedo son las más fáciles de manipular.
Noté una sombra maquiavélica en la sonrisa de Macarena.
Por más que yo prefiera evitar la charla con mi mamá, hay algo en lo que mi hermana tiene mucha razón: necesito un espacio para la intimidad. Que se traduce en: “Quiero hacerme una paja tranquilo”.
En los últimos días no pude masturbarme ni una sola vez. Al principio no lo sentí como una urgencia, ya que me había descargado (accidentalmente) en la cara de mi madre. Sin embargo ahora la abstinencia pajeril me está pasando factura. Estoy muy mal acostumbrado a tener mi propio espacio para poder pajearme cuando se me de la gana. Y no fui consciente de lo importante que era eso, hasta que lo perdí.
Dormí cuatro noches en la pieza de Estefanía y, por supuesto, no pude tocarme. Una noche dormí con Macarena, pero ni siquiera pudimos charlar. Cuando llegué a la pieza, ella ya estaba durmiendo. Me acosté a su lado sin hacer ruido y me quedé mirando la oscuridad, hasta que me venció el cansancio.
No me atrevo a masturbarme en el baño, no después de lo que pasó con Gisela. Cada vez que me ducho, lo hago con el miedo de que una de mis hermanas abra la puerta sin aviso. Si ocurre eso, prefiero no tener la pija dura.
Para colmo hay algo que me está complicando más la situación de aislamiento y abstinencia: Ayelén.
Durante estos días intenté evitarla, pero ella está en mi cuarto y cada vez que necesito algún libro o un juego, tengo que entrar. A veces aprovecho en los ratos en los que ella está charlando con Estefanía; pero en ciertas ocasiones entré y me encontré la misma escena que la primera vez: Ayelén en tanga, tendida en la cama. Para colmo usa tangas diminutas, que se le meten entre las nalgas y le marcan todo el papo. Ayer tuve que salir de mi pieza disimulando la erección que esto me causó… pero creo que no lo conseguí muy bien, porque antes de cerrar la puerta pude notar que mi prima me miraba con una sonrisa burlona, como si estuviera diciendo: “Me di cuenta de que se te paró la chota mirándome el culo”.
Pensé que estos altercados se limitarían a mi dormitorio… pobre iluso de mí.
Me encontraba en el living, sumergido en la lectura de Dolores Clairbone, el libro de Stephen King, cuando mi visión periférica captó un movimiento. Giré la cabeza y me encontré con el redondo culo de Ayelén bien entangado. Me quedé boquiabierto porque no esperaba verla así fuera del dormitorio. Al parecer hubo otra que se sorprendió de que mi prima anduviera paseando en paños menores.
―Nena, ¿no te da vergüenza? ―dijo Gisela, que se dirigía hacia el comedor.
―¿Vergüenza por qué? ―Preguntó Ayelén, con aire sobrador.
―De que todos te veamos en tanga… ―Gisela la miraba como si sintiera que el solo hecho de explicarlo fuera absurdo―. Se te ve todo el culo.
―No me importa ―la rubia se encogió de hombros―. Al fin y al cabo en esta casa somos todas mujeres.
―Todas, no ―me señaló con el dedo. Quise esconder mi cara detrás del libro, pero ya era demasiado tarde.
―Este pajero se la pasa mirándome el orto ―me puse rojo, tenía ganas de salir corriendo.
―¿Nahuel? No puede ser… él no anda haciendo esas cosas. Y vos sos la prima.
―Sí, pero igual me mira el orto sin ningún disimulo. Ya estoy acostumbrada. A mí me gusta andar así…
―Es cierto ―la voz llegó desde mi cuarto, junto a la entrada estaba parada mi tía Catalina―. En casa siempre andaba en tanga. Ni siquiera le importaba que Dante le viera el culo.
―¿De verdad? ―Gisela tenía los ojos desencajados―. ¿No te importaba que el novio de tu mamá te viera en ropa interior?
―No. Él andaba con mi mamá, si no puede resistirse a un culo dentro de su propia casa, entonces no es mi problema.
―Mil veces le pedí que usara ropa más discreta ―aseguró mi tía―; pero fue inútil. Terminamos resignados, a Ayelén le gusta andar “ligerita”.
―Yo voy a andar así, porque me gusta sentirme cómoda. Si alguna tiene un problema con eso, que se la banque. Y en cuanto a este pajero… yo no voy a dejar de estar cómoda porque él sea incapaz de despegar los ojos de mi culo.
Gisela me miró y noté cierto reproche en sus ojos. Como si me dijera: “Hermanito, me estás desilusionando”. Agaché la cabeza y simulé volver a la lectura. Subí las piernas al sillón, para disimular una posible (y muy probable) erección.
―A la que no le va a gustar esto es a mi mamá ―aseguró Gisela―. Ella nunca permitió que anduviéramos en ropa interior por la casa.
Eso era muy cierto, muy rara vez había visto a alguna de mis hermanas en ropa interior, y si mi mamá las veía así, se enojaba.
―Con tu mamá ya voy a hablar de este tema ―dijo Ayelén―, y vas a ver que no va a tener ningún problema.
―Lo dudo mucho, nena ―le respondió Gisela―. ¿No conocés a mi mamá? Ella es muy estricta con sus “normas de convivencia”.
―Pero a mí me va a escuchar ―aseguró Ayelén, con aire de superioridad―. Soy su sobrina favorita.
―Pff… sí, claro ―Gisela se estaba enojando. Algo muy raro en ella, ya que siempre se mantiene muy amable y maternal; pero si había en el mundo alguien capaz de ponerle los nervios de punta, esa era Ayelén―. Si querés andá en tanga ahora, cuando mi mamá te vea, se te va a armar un quilombo tremendo. Yo no te voy a defender.
―¿Querés apostar?
Los ojos celestes de la rubia brillaron con picardía… sí, le estaba mirando los ojos. No el culo. Bueno, tal vez le haya mirado un poco el culo. Pero ¿cómo evitarlo? Si es perfecto y con esa tanga tan chiquita prácticamente no queda nada a la imaginación.
―¿Apostar qué? ―Quise decirle a mi hermana que no se metiera en esas cosas con Ayelén. Gisela es muy ingenua y mi prima es una víbora; pero no me atreví a hablar. Tenía miedo de que la rubia me castrara.
―Si tu mamá acepta que yo esté en tanga dentro de la casa, vos tenés que andar igual… al menos por una semana.
Se me pusieron todos los pelos de punta… incluso el vello púbico. No me podía imaginar a Gisela en tanga, deambulando así por la casa durante una semana completa. Una vez más me acobarde. Si fuera buen hermano debería haberle advertido que, probablemente, todo era una trampa de Ayelén. Sin embargo yo tampoco creía que mi prima fuera capaz de convencer a mi mamá de cambiar una regla de convivencia que llevaba mucho tiempo vigente.
―¡Claro! ―Respondió Gisela, con altanería―. Y si yo gano, vos me limpiás la pieza durante una semana… todos los días.
Se dieron la mano para cerrar el acuerdo. De sus ojos saltaban chispas, si alguien se hubiera atrevido a tocarlas en ese momento, hubiera muerto electrocutado.
Más tarde, ese mismo día, me encontraba en la pieza de Tefi jugando con la PlayStation, cuando escuché gritos. Salí rápidamente y me dirigí hacia el comedor, allí estaba mi mamá discutiendo con una de mis hermanas, cosa que ya se estaba convirtiendo en el pan de cada día. Esta vez la reyerta era contra Estefanía.
―¿Y ahora de dónde voy a sacar jamón? ―Se quejaba mi mamá―. Es tarde. Está todo cerrado y ya no hacen entrega a domicilio.
―No sé… no es mi problema ―respondió Estefanía.
¿Estaban peleando por un poco de jamón? No podía creerlo.
―¿Por qué te comiste todo?
―Porque tenía hambre. Si tengo hambre abro la heladera y como algo.
―Lo iba a usar para preparar la comida de esta noche.
―¡Pero yo tenía hambre ahora!
―Eso es porque andás durmiendo a cualquier hora…
―Si duermo a cualquier hora es porque tengo que compartir la pieza con el pelotudo de Nahuel ―ya me estaba pareciendo que Tefi llevaba mucho tiempo sin agredirme―. Si pudiera dormir sola, al menos un par de noches, podría hacerlo a un horario “normal”, como tanto te gusta a vos.
―¿Qué pasa? ―Preguntó Macarena, que llegó en ese preciso instante.
―No hay más jamón ―le respondí.
―¿Y tanto quilombo por eso?
Alicia y Estefanía fulminaron con la mirada a Macarena.
―Lo que pasa ―dijo Tefi―, es que yo tengo que aguantar a este boludo todas las noches ―no sé por qué una discusión sobre jamón terminó convirtiéndose en un ataque hacia mi persona; pero Estafanía tiene un talento particular para desviar los temas de discusión―. ¡Ya estoy harta! ¿Por qué no te lo llevás a dormir a tu pieza? Como la otra vez.
―No tengo drama de que duerma en mi pieza de vez en cuando ―aseguró Macarena―. Pero no todas las noches, porque tengo que estudiar. De la universidad me están mandando muchas tareas.
―Y bueno, que duerma con vos durante una noche, y que después lo aguanten Pilar y Gisela.
―Mamá, Estefanía tiene razón ―dijo Macarena. Me quedé boquiabierto, ella nunca le daba la razón a Tefi―. Ya te hablé del tema de la intimidad. Tefi también necesita tener la suya. Acá hay un problema y una forma de solucionarlo es que nos turnemos para dormir con Nahuel, incluso vos tenés que ceder alguna noche. Pero sabés que eso no va a solucionar todo el problema. Porque al que le estaría faltando un lugar íntimo es al propio Nahuel.
Mi mamá la miraba tensa, como si le estuvieran apuntando con un arma.
―Yo duermo en cualquier lado ―dije, intentando minimizar el problema―. No quiero molestar a nadie.
―Está bien ―dijo Alicia―. Que esta noche duerma con vos, Maca.
―No, esta noche no puedo. Ya les dije, tengo que estudiar. Mejor mañana o pasado…
―Hagamos una cosa ―dijo Tefi―. Yo lo aguanto una o dos noches más… pero después se lo lleva alguna de ustedes. ¿Está claro?
―Bien ―mi mamá seguía enojada, pero ya estaba más tranquila―. Después voy a hablar con Gisela y Pilar, para que ellas también colaboren.
Me molestaba que hablaran de mí como si fuera un paquete molesto que debían pasarse la una a la otra; sin embargo no me quejé, porque eso solo hubiera sido echar más leña al fuego.
Cuando Macarena estaba regresando a su habitación la detuve y le dije:
―¿Puedo hablar con vos sobre algo?
―Bueno, pero que sea rápido.
―Sí, son unos minutos, nada más.
Fuimos hasta su cuarto y nos sentamos en la cama, ella me miró con una grácil sonrisa.
―¿Qué pasa?
―Me preocupa la situación ―le aseguré―. No por el virus ni nada de eso, lo que me tiene preocupado es la tensión que hay en la casa. A veces terminamos discutiendo por cualquier cosa. Ayer vi a Pilar discutiendo con Gisela por las toallas del baño. Ahora se estaban peleando por un poco de jamón… o sea…
―Sí, la situación es cada vez más tensa.
―Si seguimos así, en dos semanas nos vamos a estar matando entre nosotros. Vos sos la psicóloga de la familia. ¿No sabés de algún truquito para llevar mejor la cuarentena?
―Bueno, estuve leyendo sobre ese tema, se están publicando muchos artículos al respecto. Acá el principal problema es que somos muchos, en un espacio muy chico, eso nos obliga a encontrarnos constantemente. Pero creo que el principal problema es el aburrimiento.
―¿Qué? ¿De verdad?
―Sí. Mirá, vos y yo somos los que mejor estamos llevando todo este asunto, porque nos aburrimos menos. Yo tengo mis estudios, a mí me encanta aprender psicología. Además empecé a leer ese libro de Stephen King que me prestaste. Vos tenés tu PlayStation, tus libros, tus comics… en fin, vos sabés qué hacer con el tiempo libre. ¿Pero los demás? ¿Acaso sabés que Tefi tenga un hobbie? ¿O mamá?
―No… a ver, a mamá la veo limpiando todo el tiempo; pero eso no es un hobbie.
―No, en su caso es una obsesión.
―Tefi se la pasa sacandose fotos.
―Qué chica narcisista.
―Bastante. Pero no creo que eso califique como hobbie. ¿Y pilar?
―Pilar debe tener algún hobbie, de lo contrario no pasaría tanto tiempo en su pieza. Aunque a ella también le está afectando la cuarentena, pero es por otro motivo.
―¿Y ya averiguaste cuál es ese otro motivo?
―Sí.
―¿Y?
―No te puedo contar. Le prometí no contarle a nadie. Es un tema un poquito… delicado. Y muy personal. Tal vez si vos charlaras con ella, podría contártelo.
―Me da miedo.
―No tengas miedo, tarado. Es tu hermana, no tu vecina.
―A veces siento que conozco mejor a mis vecinos que a Pilar.
―Estuve charlando con ella y ya allané un poquito el terreno para que vos puedas hablarle. Le comenté que tenías ganas de acercarte más a tus hermanas. No le pareció la mejor idea del mundo, pero al menos me prometió que no te trataría mal si algún día te acercabas a charlar con ella.
―Es bueno saberlo.
―¿Vas a hablarle?
―Todavía no.
―Cagón.
―Y a mucha honra. ―Los dos nos reímos―. En fin, me gustaría hacer algo para que la situación mejore un poco.
―Esto encaja bien con lo que te habías propuesto. Si hablás con las otras podés preguntarle si tienen algún hobbie. Si hay algo que define a una persona, eso son sus hobbies.
―Me dijiste que el sexo definía a las personas.
―Eso define la parte íntima. Ese lado que la mayoría de la gente no muestra al mundo. Sin embargo la parte “pública” se define mejor por los gustos de cada persona y por aquello a lo que dedican más tiempo. No me refiero al trabajo, sino a los hobbies. Porque uno está obligado a trabajar, pero los hobbies surgen de la propia voluntad.
―Entiendo. Bueno, voy a ver qué puedo hacer.
―Está bien. Fue lindo charlar con vos, espero que dentro de unos días tengamos tiempo para otra charla… más íntima ―me guiñó un ojo y, por alguna razón, mi verga comenzó a endurecerse.
Al día siguiente, después de comer un tardío desayuno, volví a la pieza de Estefanía y la encontré sacándose fotos ante el gran espejo del ropero… en tanga. Estuve a punto de no entrar, pero ella me vio por el reflejo y no pareció molestarle mi presencia.
Prendí la Play y me senté en el borde de la cama, del lado de los pies. Intenté centrarme en la pantalla, a pesar de que aún no iniciaba ningún juego, porque no quería que Tefi me sorprendiera mirándole el culo. Pero mi visión periférica me recordaba que allí había unas preciosas nalgas femeninas con una pequeña tanga.
No podía tolerarlo más. Junté coraje y le dije:
―¿No te molesta que yo te vea así?
―¿Así cómo?
―En tanga…
Dio media vuelta y me miró de frente. Su vulva se dividía en dos debajo de la tela de la tanga.
―¿Por qué me va a molestar? Sos mi hermano.
Me sentí un imbécil. A ella le resultaba completamente absurdo que yo pudiera tener algún pensamiento inapropiado al verle el culo. Eso me hizo sentir aún más culpable.
―Está bien… si no te molesta ―dije, encogiéndome de hombros, en un intento por mostrarme despreocupado―. Entonces imagino que no te va a molestar la medida que quiere implementar Ayelén.
―¿Qué medida?
―Ella quiere andar en tanga por la casa, todo el día.
―¡Ja! Me gusta la idea; pero mamá no se lo va a permitir.
―Sí, eso mismo pensé yo. ―Caí en la cuenta de que mi hermana estaba de buen humor, esta era mi oportunidad para intentar acercarme un poco a ella―. Che, Tefi ¿vos tenés algún hobbie?
―¿A qué te referís?
―Em… un pasatiempo. A mí me gusta leer, jugar a la Play… cosas así.
―A mí me gusta salir con mis amigas.
―Eso no es un hobbie. Me refiero a algo que hagas por cuenta propia, cuando estás sola. ―Me miró confundida―. Imagino que te gusta mirar series en Netflix, por ejemplo.
―Más o menos. Lo hago porque no sé qué otra cosa puedo hacer encerrada.
―Ya veo… entonces no tenés ningún hobbie.
―A veces miro videos en YouTube… ¿eso cuenta?
―Tal vez; pero creo que tiene que ser algo más activo. Jugar un juego o leer un libro requiere concentración y ganas… ¿Por qué nunca jugás a la Play?
―No me gusta. Los jueguitos me aburren.
―Pero hay muchas clases de juegos… no creo que todos te aburran. Tiene que haber alguno que te guste. Te lo digo porque vamos a pasar mucho tiempo encerrados… y a mí no me molesta que juegues a la Play.
―Ya te dije que no me gustan esos jueguitos. Tengo una amiga que se la pasa jugando al Candy Crush, yo lo instalé en mi celu y a la media hora ya estaba aburrida.
―No todos los juegos son como el Candy Crush. Vení, sentate ―le dije, dando dos golpecitos al colchón―. Te voy a mostrar un juego y, si te gusta, podés jugarlo vos también. Al menos para probar.
Me miró como si yo fuera un bicho raro. Una vez más mis ojos recorrieron sus tonificadas piernas y el trangulito de tela que cubría su sexo. Desvié rápidamente la mirada.
―Bueno, está bien… de todas formas estoy aburrida.
Pensé en algún juego que fuera impactante, tanto de forma visual como en jugabilidad. Quería que Tefi cambiara su visión sobre los videojuegos. Llegué a la conclusión de que la mejor opción era mostrarle el
Assassin’s Creed: Odyssey
, me imaginé que a ella le gustaría un juego que consiste en asesinar personas. Coloqué el juego en la consola y le dije a mi hermana:
―Voy a ponerlo desde el principio, para que veas cómo arranca desde cero. Si te gusta, podés seguirlo vos.
―Bueno ―respondió con desgano. Tenía la esperanza de que esa actitud cambiara pronto.
El juego comenzó con una secuencia cinematográfica que mostraba al Rey Leónidas de Esparta hablando con un soldado. Los ojos de Tefi se abrieron como platos, estoy seguro de que ella nunca imaginó que un videojuego pudiera tener esta calidad gráfica.
Leónidas comenzó a dar un discurso a su tropa de soldados, invitándolos a luchar contra los Persas, luego comenzó la batalla.
―Parece una película ―aseguró Tefi.
―Sí… una película que podés jugar.
―¿Ahora estás jugando?
―Todavía no… pero ya casi. ―La secuencia cinematográfica finalizó y el juego me cedió el control de mi personaje―. Ahora sí.
Empecé a atravesar guerreros persas con mi lanza, sin dejar de mirar de reojo las reacciones de mi hermana. Ella cruzó las piernas, demostrando que quería ponerse más cómoda.
―¿Es muy difícil hacer todo eso? ―Preguntó.
―No, la verdad es que es bastante simple. Una vez que te acostumbrás a los botones, es un juego con una mecánica sencilla. ¿Querés probar?
―Bueno, está bien.
Le entregué los controles y de a poco le fui explicando para qué servía cada botón. Le dije que probara varias veces cada movimiento, hasta que se acostumbrara, y unos pocos segundos más tarde ella estaba asesinando miembros del ejército persa.
―Si el juego te gusta, vas a tener un montón de horas para divertirte ―le aseguré―. Además tengo otros juegos, y algunos son tan buenos como éste.
Me dio la impresión de que ella no me estaba escuchando, parecía estar absorta en la tarea de luchar por la gloria de Esparta.
―Bueno, seguí jugando tranquila ―le dije―. Yo me voy a poner a leer. Cualquier cosa que no entiendas, me preguntás.
―Ajá… ―respondió, sin apartar la mirada de la pantalla.
Me senté contra el respaldo de la cama y tomé mi libro de Stephen King. Pero a los pocos minutos descubrí que me costaba mucho concentrarme en esa tarea. No me molestaban los ruidos del juego, lo que me hacía la tarea tan difícil era que justo delante de mí estaba sentada Tefi, y sus grandes y redondas nalgas lucían espectaculares.
Ella seguía luchando contra Persas, castigando botones, lo estaba haciendo cada vez mejor; pero aún se le dificultaban un poco las combinaciones de botones. Al parecer quiso ponerse más cómoda, se acostó boca abajo, mirando hacia la pantalla. Tuve que hacerme a un lado, para darle lugar a sus macizas piernas. Tefi siguió concentrada en el juego y yo fui atraído hacia el centro mismo de sus nalgas. Me quedé mirando maravillado cómo la tanga cubría apenas sus partes más íntimas. Pero lo que más me atrajo fue la forma en la que sus labios vaginales se dibujaban bajo la tela blanca.
Intenté volver al libro, pero fue imposible. El culo de mi hermana estaba demasiado cerca, me bastaba desviar apenas la mirada para cruzarme con él.
De pronto ella giró la cabeza hacia atrás. Casi me muero del susto. Volví a sumergirme en las páginas del libro y estoy seguro de que me puse rojo como un tomate. Ella me había sorprendido mirándole el culo.
―Está bueno el juego ―aseguró.
―Em… sí… es muy lindo, y eso es apenas el comienzo.
Espié por encima del borde del libro y ella seguía mirándome con una sonrisa picaresca, se miró el culo y volvió a mirarme a mí, casi como si me estuviera diciendo: “Ya sé que lo estuviste mirando”.
―Sacame una foto ―me dijo.
―¿Qué?
―Sí, sacame una foto mientras estoy jugando. ―Ella tenía el celular al alcance de la mano, lo desbloqueó y me lo alcanzó―. Dale.
―¿Una foto desde acá?
―Sí.
―Pero solamente se va a ver el culo…
―Esa es la intención.
―Eh… ¿por qué te sacás fotos en tanga?
―Eso no te importa. ¿Vas a sacar la foto sí o no?
―Bueno, está bien.
Sujeté el celular de Tefi con dedos temblorosos, sabía que si me ponía a explorar la galería de imágenes encontraría algunas muy explícitas; mi cerebro las recordaba y me pedía a gritos volver a verlas. Aunque sea espiar durante unos pocos segundos. Sin embargo estaba tan asustado que me centré únicamente en la tarea que me encomendó Estefanía. Enfoqué todo el largo de su cuerpo, quedando sus nalgas en el centro y saqué un par de fotos.
―Ya está ―le dije.
―Esperá, sacame otra.
Tefi separó un poco las piernas y levantó un poco la cola, como si estuviera invitando a un amante a que…
No quería pensar en eso. Si llevaba mi mente por ese rumbo, tendría una fuerte erección. Saqué un par de fotos nuevas y se me ocurrió hacer algunas de un primer plano de su culo. No sé por qué lo hice, si al fin y al cabo esas fotos quedarían dentro del celular de Tefi… a menos que…
Después de la cuarta foto me di cuenta de que ella parecía estar muy concentrada en el juego. No estaba presionando botones solo porque sí, había un objetivo claro en sus acciones. Aproveché su distracción para agarrar mi celular y, guiado por puro instinto de pajero, encendí el bluetooth. Repetí la acción en el teléfono de mi hermana. Entré a su galería, seleccioné todas las imágenes, sin mirarlas, y comencé el traspaso. En unos pocos segundos todas estas fotos estarían en mi celular.
Para disimular el tiempo de espera, puse el teléfono de Tefi en el colchón y el mío entre mis piernas. Volví a ocultarme detrás del libro y, ocasionalmente, le fui dando algunos consejos sobre el juego a mi hermana. Ella se mantuvo todo el tiempo mirando la pantalla.
Cuando por fin la transferencia terminó, apagué el bluetooth de ambos teléfonos.
El corazón me latía como si alguien estuviera martillando por dentro; pero todo había salido bien, pude traspasar una gran cantidad de imágenes sin que Tefi se diera cuenta. Por las dudas me quedé sentado en mi lugar, intentando concentrarme en la lectura; lo más difícil fue no mirarle el culo a mi hermana.
Después de unos minutos me puse de pie y antes de salir de la pieza le dije:
―Jugá tranquila, todo el tiempo que quieras.
―Bueno, gracias ―respondió con una sonrisa, sin siquiera mirarme.
Me dirigí a toda prisa hacia el dormitorio de otra de mis hermanas, cuando golpeé escuché que de adentro me decían:
―¿Quién es?
―Maca, soy yo… Nahuel ―me sentí un imbécil aclarando mi identidad, ya que soy el único varón en la casa―. ¿Puedo entrar? Necesito que me hagas un favor.
―Bueno, está bien.
Abrí y me llevé una gran sorpresa, ella estaba acostada en la cama, leyendo el libro que yo le había recomendado. Solamente tenía puesta una tanga, sus pequeñas tetas apuntaban hacia mí, como ojos curiosos.
―¿Qué necesitás? ―Preguntó con total naturalidad.
A mi cerebro le tomó bastante tiempo encontrar las palabras que quería decir, no podía dejar de mirar esos pezones rosados y erectos. Junté coraje porque, al fin y al cabo, entre Macarena y yo se estaba desarrollando una buena relación de confianza.
―¿Podrías prestarme la pieza durante unos minutos? Ya sabés para qué…
Ella bajó la mirada hasta mi entrepierna y vio que mi bulto estaba creciendo.
―Ah… ya veo. ¿Es muy urgente?
―Sí, demasiado urgente…
―Está bien. Me cambio y me voy a leer un rato al patio… lo único que te pido es que no me manches las sábanas. En el cajón de la mesita de luz hay pañuelos descartables. ―Se levantó y se puso un pantalón―. Vamos a tener que hablar otra vez con mamá, porque se está haciendo totalmente la boluda con este tema. ¿A vos te dijo algo?
―No… solo me dijo que iba a hablar conmigo, pero nada más.
―Bueno, a mí me va a escuchar…
―Pero ahora no le digas nada… no quiero que entre otra vez, en el peor momento posible.
―Sí, quedate tranquilo. Bueno, que disfrutes.
Antes de salir de la habitación, me dio un cálido beso en la mejilla. Mi hermana favorita siempre fue Gisela; pero Macarena está haciendo méritos para robarle ese puesto.
Me acosté en la cama, aún estaba tibia. Liberé mi verga, que ya estaba ganando rigidez, y comencé a explorar las fotos que había transferido desde el celular de Tefi.
Encontré las mismas imágenes que había visto la última vez, y me alegré de poder ver otra vez esa concha al desnudo. Enseguida comencé a masturbarme. Me invadió un poco la culpa, porque esa era mi hermana y aún no podía procesar bien qué sensaciones me producía verla desnuda. Supuse que mi calentura se debía a que, al fin y al cabo, ella es una chica muy bonita… y mi cerebro interpreta que sería lindo intimar con una mujer así, que se parezca a Tefi, sin ser ella.
La primera sorpresa me la llevé cuando encontré una foto en la que Tefi se estaba metiendo dos dedos en la concha. Por primera vez fui consciente de que ella también debe hacerse la paja. Tal vez por eso esté harta de compartir la pieza conmigo: quiere tener un momento a solas para poder masturbarse.
La segunda sorpresa fue aún mayor, totalmente inesperada. Sentí verdadera culpa por estar metiéndome en la vida privada de mi hermana, pero a la vez experimenté un gran subidón de adrenalina. En la pantalla estaba Tefi, mirando a la cámara con sus hermosos ojos… y tenía una gruesa pija en la boca. Mis palpitaciones se volvieron más intensas, al igual que movimiento de mi mano. No podía creer que Estefanía ya anduviera chupando pijas.
Comprendí todo: ella se sacaba fotos en tanga para mandárselas a algún noviecito.
Tendría que haber dejado de mirar las fotos en ese preciso instante, pero mi morbo y mi calentura me obligaron a seguir. La siguiente imagen mostraba a Tefi de piernas abiertas, recibiendo esa misma verga dentro de la concha.
Hasta que me enteré de las aventuras de Macarena con su profesor, no me había puesto a imaginar que mis hermanas pudieran tener sexo con tipos. Aún me cuesta hacerme esa idea y me resulta muy extraño ver a Tefi en pleno acto sexual.
Una voz en mi interior seguía repitiéndome “Estás invadiendo la privacidad de tu hermana, no sigas”. Intenté convencerme a mí mismo diciéndome que Estefanía nunca se iba a enterar de esto; pero yo sabía que estaba mal, aunque ella nunca lo supiera.
Estaba a punto de pasar a la siguiente fotografía cuando ocurrió lo impensado: la puerta del dormitorio se abrió bruscamente.
“¡No, otra vez no!” Exclamó una potente voz dentro de mi mente. Ya había sufrido esta vergüenza una vez y no podía creer que me estuviera ocurriendo de nuevo. Era como si algún ser divino se estuviera riendo de mí… “Esto ya pasó ¡otra vez no!” Le grité a algún dios imaginario. Me sentí traicionado, esto era una trampa del destino. Una puñalada trapera. Si existe algún ente divino que controle mi vida, está jugando sucio.
Sin embargo esta vez no se trataba de mi mamá, sino de Estefanía. Lo cual hacía mucho peor la situación. Al menos mi madre ya me había sorprendido una vez. Lo que más me asustó fueron los ojos llenos de odio de mi hermana.
Recordando mi experiencia pasada y teniendo en cuenta que ya estaba apunto de acabar, en lugar de detenerme y estrujar mi verga, para evitarlo… hice todo lo contrario. Me pajeé con más fuerza.
―Pendejo de mierda ―dijo ella; se acercó a mí apretando los dientes. Parecía una asesina psicópata salida de una película de terror barata.
Aceleré el ritmo de mi masturbación hasta que, por fin, mi verga empezó a soltar todo el semen. Ella se detuvo en seco y miró, con los ojos abiertos como platos, el volcán en erupción que era mi verga. Abrió la boca como si recién se percatara de lo que yo estaba haciendo… o tal vez sí se dio cuenta de que me estaba pajeando, solo que no imaginó que yo acabaría en su presencia.
Cuando saltó la última gota de semen, la miré apenado.
―Tefi… yo….
Como si el sonido de mi voz la hubiera despertado de un transe, volvió a mirarme con odio y dijo:
―¡Me sacaste las fotos del celular, pajero! Y no me vengas con excusa, porque ya miré el historial del bluetooth y sé que sacaste un montón de fotos.
―Yo… este…
No sabía que el bluetooth dejara un historial que permitiera ver las últimas transferencias de archivos. No tenía forma de disimular.
―Sos un imbécil. Decime una cosa, Nahuel. ¿Te hiciste una paja mirando mis fotos?
En su voz había bronca, odio, desprecio… y asco. De pronto yo me había convertido en una basura de persona, en un hermano que roba fotos íntimas a su hermana, para masturbarse. Quería explicarle que no soy un degenerado, que hice eso… sin pensar. Porque es la verdad. Solo lo hice, no estaba pensando. No tenía intenciones de causar ningún daño. Pero ella… ese odio. Tuve la impresión de que Estefanía no me iba a perdonar nunca.
Diario de Cuarentena: