Aislado Entre Mujeres [04].

Un Pacto con Alicia.

Capítulo 4.

Un Pacto con Alicia.

Mi madre me miraba con los ojos desencajados, desde el umbral de la puerta. Yo estaba acogotando mi verga, con tanta fuerza como me era posible. Algunas gotitas de semen ya estaban saliendo, podía sentir la presión de todo lo que aún quedaba adentro. Sabía que debía aliviarla, de lo contrario mi pene estallaría.

―¡Nahuel! ¿Se puede saber qué mierda estás haciendo?

Dijo Alicia, con la voz demasiado elevada. Tenía miedo que los gritos de mi madre despertaran a todas las personas de la casa y que mis hermanas vinieran a ver qué ocurría.

―¡Mamá… yo… em!

Sus ojos estaban clavados en mi verga, la miraba como si se tratase del cadáver de algún animal extraño, algo de lo que tendría que deshacerse. Empecé a sentir contracciones en la boca de mi estómago, una mezcla de dolor y placer; se trataba del clímax de la eyaculación, que aún no había terminado. Estaba caliente, necesitaba sacar todo lo que quedaba dentro, de lo contrario podría morirme… o peor: podría quedar impotente.

Mi madre entró al cuarto de Macarena, como si quisiera detener lo que yo estaba haciendo; quería explicarle que ya era demasiado tarde.

―¿Cómo se te ocurre hacer esto en el cuarto de tu hermana? Salí de acá, ahora mismo, antes de que Macarena se entere.

―Pero, mamá… ―dije, avergonzado.

Fue inútil, ella no quería escuchar mis palabras. No serviría de nada explicarle que Macarena ya sabía lo que yo estaba haciendo. La desesperación de Alicia era tan grande que cometió un grave error. Me sujetó de los hombros y tiró de mí, como si quisiera arrancarme de la cama.

―No, mamá… esperá ―supliqué, aún ahorcando mi verga.

Los últimos segundos eran decisivos. Debía alejarme de ella antes de…

Me puse de pie sobre la misma cama, mi intención era correr fuera del dormitorio y refugiarme, no sé donde, para liberar el semen que clamaba por salir. Sin embargo mis intentos fueron frustrados. Alicia no me dejaría huír tan fácil. Como una tigresa se lanzó sobre mí, sus ojos estaban llenos de rabia. Con mi mano izquierda intenté apartarla, mientras hacía equilibrio en el colchón. Di un par de pasos y sentí un tirón en mi brazo izquierdo. Mi madre me tenía bien sujeto, giré, quedando justo frente a ella. Estaba dispuesto a decirle la verdad: Estuve haciéndome la paja y necesitaba acabar… con suma urgencia.

Antes de que alguna palabra pudiera escapar de mi boca, ella me agarró la muñeca derecha y dio un fuerte tirón, como si quisiera hacerme bajar de la cama. Éste fue su segundo gran error.

El tirón fue lo suficientemente fuerte como para que yo soltara mi verga, pero no tanto como para sacarme de la cama. Quise volver a apretar mi miembro erecto, pero ella me lo impidió.

Como yo estaba de pie sobre la cama, y ella abajo, mi verga había quedado en una posición sumamente desfavorable: justo a la altura de la cara de mi madre. Sentí una fuerte contracción, ya no podía hacer nada para evitarlo.  Con los ojos chispeando de bronca, ella me miró y dijo:

―Ahora mismo me vas a explicar…

Se quedó muda a mitad de la frase, pasó lo que tenía que pasar. Al liberar la sujeción, mi verga empezó a escupir potentes chorros de semen, los más intensos que largué en toda mi vida. Llevaba días acumulando toda esa leche y salió con una furia bestial, cayendo en toda la cara de mi madre. Ella no fue capaz de soltarme las muñecas, eso hubiera ayudado un poco. Intentó apartarse, giró la cara hacia un lado, luego hacia el otro, como si quisiera esquivar los disparos de semen. Fue inútil. La cara se nos puso blanca, a mí por el terror, y a ella por toda la leche. Incluso pude notar que varios chorros fueron a parar a su boca, la cual estaba abierta porque la interrumpí mientras hablaba. Mi pija se sacudió con violencia espasmódica y más chorros de semen saltaron, sobre sus mejillas, el puente de su nariz, cruzando su frente, en el pelo, los labios, el cuello… todo formaba parte de la zona de impacto. Y por más culpable que me sienta por haberle hecho eso a mi propia madre, fue una de las acabadas más placenteras que experimenté en mi vida.

Por si la situación no era lo suficientemente complicada, se puso aún peor. Justo en ese momento apareció Macarena, envuelta en una toalla. Se quedó tan impactada y sorprendida como mi madre. Tardó varios segundos en reaccionar. Yo miré a las dos, Macarena tenía el pelo mojado y el inicio de la curva de sus pechos asomaba sobre la toalla, ésta era demasiado corta y con lo justo alcanzaba a cubrir su entrepierna. Alicia parecía un pez fuera del agua, tenía los ojos muy abiertos y su boca se abría y se cerraba, como si quisiera decir algo y a la vez quitarse todo el semen que tenía sobre la lengua. Carajo, si hasta tragó un poco.

Diario de Cuarentena:

―¿Pero qué carajo está pasando? ―Preguntó Macarena, con los ojos desorbitados.

Tuvo el atino de cerrar la puerta detrás de ella, para que no se asomaran más curiosas.

―No pienses mal, Macarena ―dijo mi mamá, soltando mis muñecas. Me sorprendí que ella pareciera asustada―. Es que… es que encontré a este infeliz, ¡tocándose en tu cama! Lo quise sacar y mirá cómo me dejó. ―Señaló su propia cara, que parecía un mapa pintado con blanca leche―. ¡Lo voy a matar! ¿Cómo se le ocurre hacer eso en la pieza de una de sus hermanas?

―Mamá, calmate ―dijo Macarena, como si eso fuera posible―. Yo le di permiso a Nahuel para que lo hiciera.

―¿Qué? ¿Vos le permitiste…?

―Hacerse una paja en mi pieza, sí… cuando escuché tus gritos vine a ver qué pasaba… me imaginé que lo habías encontrado; pero no sabía que… ¿te querés limpiar?

―¡Fue un accidente! ―Exclamé―. Lo juro… yo no quería… ella llegó justo en el peor momento, ya no podía aguantar. Quise salir corriendo, pero mamá no me dejó…

―No me dijiste que estabas por acabar.

―¡No me diste tiempo! Pensé que me ibas a matar…

―Es que te va a matar ―aseguró Macarena―. Accidente o no…

―Perdón, mamá… en serio, fue sin querer.

Ver a mi propia madre con la cara llena de semen es algo que no imaginé ni en las más locas de mis fantasías sexuales. Tengo que admitir que esa imagen me dio un morbo tremendo. Sea mi mamá o no, Alicia tiene una cara muy bonita… mi lado masculino más primitivo disfrutó al verla cubierta de leche, como si ella acabara de disfrutar una intensa sesión se sexo. Pero mi lado de “único hijo varón”, me recordaba que esa mujer era mi progenitora y que lo que yo había hecho era una aberración. Como dijo Maca: me va a matar, por más que sea un accidente. Lo hecho, hecho está.

―Vos y yo vamos a tener que hablar muy seriamente, Nahuel ―dijo, señalándome con el dedo―. Maca, pasame la toalla, así me limpio la cara.

―No, mamá… debajo de la toalla no tengo nada.

―Tu  hermano está en pelotas ―señaló mi pene, que aún se mantenía erecto y rebosante de energía sexual. La mirada de Macarena se clavó allí, como si por primera vez fuera consciente de mi desnudez. Su mandíbula se abrió―. Y yo te vi en concha más de una vez, y no te importó. ¿Me vas a decir que ahora te da pudor? ¡Dame la toalla!

―No grites, mamá ―dijo Maca, apretando los dientes―. Es muy diferente… yo no pedí ver desnudo a Nahuel, y él es hombre…

―¡Dame la toalla, Macarena!

―Solo si me prometés que no vas a matar a nadie… especialmente a Nahuel.

―No voy a matar a nadie ―aseguró ella, más calmada… aunque era difícil saberlo, con tanto líquido blanco fluyendo por su cara―. Lo único que quiero es limpiarme la cara, esto es muy incómodo… no quiero que ustedes me vean así... por favor, Maca...

Macarena mordió su labio inferior, volvió a mirar mi verga y dijo:

―¡Ok, ya fue! Al fin y al cabo somos hermanos…

Se quitó la toalla y al instante pude ver aparecer sus tetas. En comparación con las de Gisela, éstas eran más bien pequeñas; pero contaban con erectos pezones sonrosados que le brindaban mucho encanto. Su vientre plano y sus caderas de curvas prominentes fueron los siguiente en aparecer. Cuando la toalla por fin se alejó de su cuerpo, pude ver su pubis. Me sorprendió descubrir que Maca tenía la entrepierna perfectamente depilada. Mantuvo las piernas lo más juntas posible, pero aún así pude notar la raya de su concha. Mi verga, que lentamente estaba volviendo a su estado de reposo, volvió a despertar, con toda la intensidad del mundo. Se me puso aún más dura que antes. Creo que Macarena notó esto, porque vio el salto que dio mi pija y se sonrojó. Quería aclararle que todo era un simple acto reflejo, algo que no podía controlar. Las palabras no salían de mi boca.

Mi mamá le sacó la toalla de la mano de un tirón y empezó a limpiarse toda la cara. En voz baja empecé a recitar, sin darme cuenta: “Perdón… perdón… perdón”.

Cuando Alicia estuvo limpia, volvió a mirarme y dijo:

―Ya está Nahuel, ya pasó… entendí que todo fue un accidente. ―Macarena y yo nos miramos, no entendíamos nada. ¿Dónde había quedado su furia asesina?―. No te preocupes… fue un momento incómodo, pero creo que lo mejor para todos nosotros es olvidarlo. Hacer de cuenta que nunca pasó.

Se formó un silencio incómodo que duró una eternidad. Por fin Macarena dijo:

―Mamá ¿estás bien?

―Sí, ¿por qué?

―Em… no sé… me sorprende mucho que te estés tomando esto con tanta calma. De verdad ya me estaba preparando para agarrarte, en caso de que quisieras ahorcar a Nahuel.

―¡Ay, no! ¿Por qué haría eso? Es mi hijo… estoy segura de que él no lo hizo con mala intención. Sería incapaz de… tirarle semen a su madre a propósito. ¿No es cierto, Nahuel?

―¡Claro, claro! ―Me puse muy incómodo, ahora tenía a mi madre y a mi hermana mirándome la pija, como si se tratara de la nueva mascota de la familia―. Fue sin querer, lo juro. Vos me agarraste… yo quería salir de la pieza, para evitar esto. Perdón, Maca… si no fuera por mí, vos no estarías desnuda, aguantando todo esto.

―No, sonso… la culpa es mía. Sé muy bien que mamá nunca golpea mi pieza, sin importar que haya alguien haciéndose una paja ―miró a Alicia con reproche, la aludida agachó la cabeza―. Tendría que haber sospechado que algo así podría pasar.

―Pero… ¿por qué le diste permiso a tu hermano para hacer una cosa así?

―¿No es obvio, mamá? Desde que la tía Cristela y Ayelén se instalaron en el cuarto de Nahuel, el pobre chico no tiene un espacio para la intimidad. Ni siquiera en el baño… porque somos un montón de personas usando el mismo baño. ―Por estar protestando, Macarena olvidó su desnudez, sus piernas se separaron un poco y pude ver más de los gajos rosados de su concha―. Es el único hombre de la casa… y vos deberías saber muy bien que todos necesitamos un ratito íntimo para hacernos una paja. Ya hablamos de ese tema… y lo charlé con Nahuel.

―¿Ustedes hablan de esas cosas?

―No, por lo general no ―respondió Macarena―. Pero esta noche sí hablamos de eso… me dio un poco de pena. Nahuel lleva días buscando un lugar o momento para la intimidad, pero en una casa abarrotada de mujeres, no puede hacerlo.

―Perdón, Nahuel… no pensé en eso. Es mi culpa.

Mi madre estaba actuando de una forma muy extraña, y no sabíamos por qué. Esta actitud pacifista no parecía encajar con la Alicia que nosotros conocíamos. Creo que nunca la escuché asumiendo la culpa sobre algo. Ella es muy orgullosa y casi siempre culpa a otros de las cosas malas que le ocurren.

―En serio, mamá, algo te pasa ―dijo Macarena, que evidentemente notaba lo mismo que yo―. Por que pasó con mi profesor… y ahora esto, hubiera creído que nos matarías a los dos. A Nahuel por llenarte la cara de leche, y a mí por permitirle hacerse una paja en mi pieza.

―Ay, Macarena, no hables así ―se quejó mi madre―. Eso de que Nahuel “me llenó la cara de leche” suena muy mal…

―Pero es lo que pasó.

―Fue un accidente ―repetí automáticamente, seguiría diciendo esa frase durante toda mi vida.

―Sí, ya lo entendí ―aseguró Alicia―, por eso no me gusta que tu hermana lo diga de esa manera… como si esto fuera una película porno. Nahuel no me llenó la cara de leche… él justo… eyaculó… y yo estaba delante. No me imaginé que eso iba a pasar, de lo contrario lo hubiera dejado salir corriendo. Pasó todo muy rápido, me asusté. Nunca pensé que vos le habías dado permiso, Maca. Creí que si veías lo que él estaba haciendo, te ibas a enojar mucho.

―Sabés que no es así, mamá. A mí no me molesta que la gente se masturbe, lo considero una práctica muy sana. A la que le molesta es a vos.

―Mejor hablemos de otro tema ―mi mamá miró el cuerpo desnudo de su hija y luego el mío. Creí que nos iba a pedir que nos cubriéramos con algo, pero se limitó a sonreír. Macarena y yo nos miramos sin entender nada―. Tengo una buena noticia para darles.

―Debe ser muy buena ―dije―. De lo contrario no estarías tan contenta.

―Sí, es la mejor noticia que me podían dar hoy: Hace un rato me llamó el médico… el mismo al que le pedí que viniera a revisarnos mañana. Resulta que todo el asunto del contagio fue un error.

―¿Qué? ―Preguntó Macarena, abriendo mucho los ojos.

―Sí, lo que escucharon. Tu profesor no tiene Covid, mejor dicho: es improbable que lo tenga. De todas maneras hay que esperar los resultados de los análisis, que van a tardar entre 48 y 72 horas.

―Pero… ¿cómo saben que no está infectado?

―Porque todo fue una mentira contada por uno de sus alumnos. Un tal Mariano Contreras.

―¡Lo conozco! Se pasa el día mirándome el culo, ya me invitó a salir como diez veces… siempre le dije que no. Es el hermano menor de mi amiga, Camila Contreras. Un pendejo pajero de dieciocho años… sin ánimo de ofender a los presentes.

―No me ofendo, acepto mi condición de pendejo pajero.

―Ese pelotudo me tiene ganas, tal vez se enteró que yo andaba con el profesor Marcelo… por eso inventó toda esta mentira.

―No sabía que era el hermano de Camila ―dijo mi mamá―. No me acordaba de su apellido. En fin, al parecer la policía interrogó a este chico, Mariano Contreras, porque descubrieron que la primera fuente de información partía de una publicación suya en Twitter. Además le estuvo mandando mensajes a varias personas repitiendo lo mismo, que el profesor Marcelo tenía Covid.

―Claro… ¿cómo iba a saber Mariano que el profe tenía Covid antes que nadie? ―estaba muy enojado por lo que ese pelotudo le hizo pasar a mi hermana.

―Antes que el mismo Marcelo, inclusive. ―siguió Alicia―. El profesor no entendía nada cuando el médico lo llamó para que se realizara el test. El jura que no estuvo en el exterior en los últimos años. Claro, él fue quien les mencionó que había tenido esta aventura con vos, pero tengo entendido que no lo hizo para ocasionar problemas.

―No, Marcelo no es así. Si él lo dijo fue porque se preocupó por mí. Intenté llamarlo, pero tenía el teléfono apagado. Seguramente lo deben estar acosando con llamadas y mensajes. ―Me sorprendió que Macarena pudiera hablar con tanta calma estando completamente desnuda. Yo no sabía dónde meterme ni con qué taparme.

―Sí, bueno… resulta que Marcelo se asustó porque creyó que vos lo habías contagiado a él, y pensó que podías estar mal.

―Em… pero nunca la llamó ―dije, y en ese momento me di cuenta de que había metido la pata; pero ya no podía echarme para atrás―. Es decir… o sea… si el tipo realmente estaba preocupado por ella. ¿Por qué no la llamó?

―No sé ―dijo Macarena―. Tal vez no tuvo tiempo… no me importa.

Mi mamá bajó la mirada, seguramente ella estaba pensando lo mismo que yo… algo que Macarena no quería admitir: al tipo no le importaba tanto esa alumna con la que había tenido una fugaz aventura sexual.

―Lo importante ―dijo Alicia, aliviando un poco la tensión―, es que todo parece ser fruto de una mentira inventada por Mariano Contreras.

―¡Lo voy a matar! ―Macarena hervía de rabia.

―No hace falta que te metas ―mi mamá parecía mucho más tranquila―. De eso se va a encargar la justicia, lo que hizo este chico es un delito. Trajo muchos problemas y, según lo que me dijo el médico, le van a hacer pagar por todos los hisopados.

―Bien hecho, por imbécil ―dije. Bajé de la cama porque ya me estaba sintiendo muy incómodo al ver cómo mi verga apuntaba hacia la cara de mi mamá o a la de mi hermana.

―En realidad ―dijo Macarena―, lo van a tener que pagar los padres de Camila, porque ese pelotudo no tiene trabajo.

―Eso sí que me da pena ―aseguré―. Me gustaría que pague él, por lo que hizo… no sus padres.

―Seguramente le pondrán algún castigo. Espero que le corten las pelotas. ―Al escuchar las palabras de mi hermana sentí un escalofrío en el centro de mis testículos―. Entonces ¿nos van a hacer el test igual?

―No, el médico me dijo que no van a hacer nada hasta tener los resultados del test de Marcelo… y lo más probable es que dé negativo.

Sabía que no estaba en posición de hacer reclamos; pero Macarena me defendió cuando entró a la pieza e incluso se quitó la toalla, para que mi mamá pudiera limpiarse. Tenía que hacer algo para devolverle el favor.

―Mamá, ahora sabés que prácticamente no hay ningún riesgo de que estemos contagiados ―dije, metiéndome en la cama; me tapé con las sábanas y eso me dio un poco de seguridad―. Me parece que le debés una disculpa a Macarena, la trataste muy mal.

Alicia me miró como si yo fuera una cucaracha, el temor por mi vida volvió a invadirme. Sin embargo éste era el único momento en que las posibilidades estaban levemente inclinadas a mi favor. Ella estaba contenta porque todo el asunto del Covid fue una mera falsa alarma. Esa era la única razón por la que yo aún seguía con vida después de haberle llenado la cara de semen.

―Sí, tenés razón ―dijo por fin mi madre, relajando su cuerpo―. ¿Me perdonás? Me porté muy mal con vos, Macarena. Dije cosas que una madre nunca debería decirle a una de sus hijas. Me asusté mucho con el tema del virus y…

―Está bien ―la interrumpió Macarena―. Te perdono, pero con una condición.

―¿Cuál?

―Vamos a hacer un pequeño pacto. Primero: nunca más me vas a decir algo malo si yo me estoy haciendo una paja. Dejame en paz con ese tema, considero que masturbarse es algo positivo y sé que a vos mucho no te gusta… aunque te debés hacer tus buenas pajas.

―Ay, Maca… no digas esas cosas en frente de tu hermano.

―Mamá, ya lo viste haciéndose tremenda paja… y el resultado de eso te saltó en toda la cara. No lo podés negar, a tus hijos les gusta pajearse de vez en cuando, y eso es algo normal… por más que a vos no te guste. Si vamos a pasar toda la cuarentena encerrados en esta casa, sin poder reunirnos con alguna posible pareja sexual… te aseguro que nos vamos a hacer muchas pajas. Todos. Incluso vos, aunque no lo quieras admitirlo. ―Alicia se puso roja, nunca había visto a Macarena hablarle de esa forma. Estaba orgulloso de mi hermana, ella sí que tenía carácter para hacerle frente a nuestra madre―. Con eso tiene que ver la segunda parte del pacto: Nahuel no tiene un lugar propio. El pobre tiene que compartir cuarto con Tefi, y no puede hacerse una paja en paz. Posiblemente a Estefanía le pase lo mismo. Vos le quitaste el cuarto al único hombre de la casa y con eso lo privaste de un lugar íntimo en el que poder masturbarse.

―A mí no me gusta que Nahuel ande haciendo esas cosas…

―Mamá, tiene dieciocho años. ¿Qué pretendés? ¿Que llegue a los cuarenta sin saber cómo sacarse la leche de los huevos? Además… ¿no sabías que es muy malo para los hombres pasar tanto tiempo sin eyacular? El semen se acumula en los testículos, y si no sale… puede producir grandes daños.

―¿De verdad? ―Preguntó mi madre asustada… hasta yo tuve miedo. No dije nada porque imaginé que Macarena estaba exagerando un poco todo el asunto… además me quedé embobado mirando todo su cuerpo desnudo.

―Sí, mamá… mirá, ya se le puso dura otra vez ―señaló mi verga que ahora estaba fuera de la sábana, no me había dado cuenta que tenía otra erección.

Me avergoncé, sin embargo no me cubrí, ya que mi hermana estaba usando mi verga como ejemplo. Si esto me permitía tener un lugar tranquilo para hacerme una paja, entonces estaba dispuesto a usarlo a mi favor. Aparté más la sábana y le mostré a mi madre lo dura que la tenía. Ella se quedó mirándola con los ojos muy abiertos y los labios apretados.

―Recién acabaste, Nahuel. ¿Por qué la tenés dura otra vez? ―Quiso saber Alicia.

―No sé… simplemente se paró…

―Debe ser ―intervino Macarena― porque lleva muchos días sin hacerse la paja. Además de la edad… a los dieciocho a los hombres se les para a cada rato. Son las hormonas. ¿Nunca se te pusieron duros los pezones o se te mojó la concha sin saber por qué?

―¡Ay, Macarena! No hables de esa forma…

―Estoy hablando de cosas naturales, si vos no tuvieras tantos prejuicios con la sexualidad, nosotros seríamos un poco más felices. Podríamos tener pareja estable… ¿no te pusiste a pensar por qué ninguna de tus hijas tiene novio?

―¿Estás diciendo que eso es mi culpa? ―se defendió mi mamá.

―No digo que todo sea tu culpa, pero sin dudas algo aportaste. Vos nunca nos dejás salir con nadie, ni hombres ni mujeres. Tenemos re pocos amigos y amigas. Ni siquiera Estefanía, que es la más sociable, tiene muchas amigas.

―Eso es porque pasa muchas horas trabajando.

―Puede ser, pero también es porque cada vez que alguna de nosotras va a salir, vos te ponés histérica, como si tuviéramos la intención de prostituirnos. Por eso empecé a ver en secreto a mi profesor… ¡necesitaba coger! ¿Acaso vos no lo necesitás?

―No, yo no ―dijo Alicia, con el ceño fruncido―. Yo estoy bien sola.

―Eso es lo que decís ahora… pero no creo que la pases tan bien sola… el cuerpo tiene necesidades. Mirá cómo tiene la verga Nahuel ―otra vez las dos miraron fijamente mi miembro―. Parece que le va a explotar en cualquier momento. Eso es algo que ni él ni vos pueden evitar. Entonces, tenés que hacer algo.

―¿Y qué puedo hacer yo? ―Preguntó ella, confundida.

―Algo muy simple: de vez en cuando prestale tu pieza, para que pueda pajearse en paz. Él necesita eyacular, te guste o no. Si no le das permiso él podría terminar con algún problema físico. Quién sabe… hasta podría quedar impotente. ―Le rogué a Dios (si es que existe) que mi hermana estuviera exagerando… y mucho.

―¿Eso es todo?

―Sí, mamá. Solo te pido que aceptes que nosotros necesitamos masturbarnos de vez en cuando, es más… todavía no soy psicóloga; pero si me pedís mi opinión profesional, te diría que vos también hicieras lo mismo. No te vendría nada mal una paja de vez en cuando, para estar de buen humor. Porque algo me dice que tu mal humor constante tiene que ver con que no cogés nunca.

―Yo no estoy siempre de mal humor.

―Em… mamá ―dije, sabiendo que ella no podía mirarme a los ojos ya que estaba distraída por mi verga erecta―. Sí que estás de mal humor la mayor parte del tiempo. Ni siquiera me acuerdo de cuándo fue la última vez que te vi sonreír. Bueno, hoy tal vez… cuando nos contaste que era mentira lo del contagio del profesor de Maca.

―Nahuel tiene razón, mamá. Sé que no te gusta hablar de sexo, pero vas a tener que aceptarlo. La sexualidad es algo importante en la vida de una persona… incluso en la vida de tus hijos.

―Bueno, está bien… está bien. Para que dejen de hablar de esto, estoy dispuesta a prestarle la pieza a Nahuel. ―Levantó su mirada y se encontró con mis ojos―. No se te ocurra hacerlo sin mi permiso ¿está claro? Si vas a entrar es solo cuando yo te autorice.

―Está bien ―accedí―. ¿Y puedo usar tu baño?

―No, de eso ni hablar. Ayelén también empezó a joderme con ese tema y ya me tienen harta. Es MI baño.

―Pero mamá, somos ocho personas ―dijo Macarena―. En la casa hay dos baños. ¿Por qué siete de las ocho personas tenemos que compartir un solo baño?

―Porque esta es mi casa y son mis reglas. ¡Se acabó!

Salió de la pieza hecha una furia… esa mujer sí se parecía más a la madre que veo cada día. Me quedé inmóvil por unos segundos, recorriendo las curvas de Macarena. Lo hice inconscientemente, sin siquiera pensar en ello. Cuando nuestros ojos se cruzaron ella levantó el mentón en un gesto que significaba: “¿Qué hacés?” Luego miró directamente hacia mi verga.

Me cubrí con la sábana tan rápido como pude.

―Perdón, me olvidé que estoy en pelotas.

―No seas tarado, Nahuel. Ya te vi todo… y vos a mí. Yo no soy como mamá. Me tomo estas cosas con más naturalidad.

―¿Será que te tomás así los asuntos sexuales para no ser como mamá?

―¿Me estás psicoanalizando, pendejo? ―Ella soltó una risa.

―No sé… ¿lo hago bien?

―Tal vez… es cierto que lo último que quiero es parecerme a esa mujer. Espero no llegar a su edad siendo una frígida amargada. Yo quiero disfrutar un poco de mi vida… y del sexo.

―¿Te molestó que yo te vea desnuda?

―No, para nada. Lo que me molestó fue hacerlo por exigencia de mamá. Pero sos mi hermano y yo no me avergüenzo de la desnudez de la gente. ¿Sabés una cosa? Una vez fui a una playa nudista.

―¿Qué, de verdad? No sabía que había playas nudistas por acá cerca.

―Fue en Uruguay, cuando viajé con mi amiga Camila.

―¿Anduvieron las dos desnudas por ahí? ―Me sonrojé y mi verga dio una pequeña sacudida. No había visto muchas veces a Camila, pero recordé que era una flaca tetona muy bonita. Tenía pinta de ser una “chica buena”, me costaba imaginarla sin ropa en una playa.

―¿Eso te parece muy extraño? ―Preguntó Maca, con picardía.

―No sé… nunca estuve en un lugar de esos. Creo que no me animaría a desnudarme ante un montón de desconocidos.

―Yo pensaba lo mismo; pero una vez que estuve ahí… había tanta gente sin ropa que sinceramente no me importo. Lo malo de andar desnudo es hacerlo solo. Por eso me saqué la toalla.

―¿De verdad lo hiciste por mí?

―Claro. No quería que te quedara el trauma de ser el único desnudo delante de mamá. ―Macarena rodeó la cama y se acostó a mi lado, sin cubrir nada de su cuerpo, que parecía tallado en mármol. Desconocía que ella tuviera una piel tan tersa. Me pareció pornográfica la forma en la que su plano vientre se elevaba al llegar al Monte de Venus, para luego hundirse en un par de gajos perfectos. Una voz interior me decía “Nahuel, no seas tan pajero… esa es tu hermana”―. ¿No te sentiste un poco menos avergonzado cuando yo me quedé desnuda?

―Al principio me puse más incómodo, o sea… no esperaba estar desnudo delante tuyo… y mucho menos que vos también te desnudaras. Sin embargo tengo que admitir que después de unos segundos los nervios bajaron bastante. Ya no me sentí tan solo con mi desnudez.

―Nunca me había imaginado que vería a mamá con la cara llena de semen, como si fuera una actriz porno ―soltó una risita.

―Yo estoy intentando borrar esa imágen.

―¿Por qué? Vos lo dijiste: fue un accidente. No tuviste la intención de acabarle así. Te juro que no entendía nada cuando los vi a los dos. Daba la impresión de que ella te había estado chupando la pija. Fue una situación muy fuerte. Pero bueno, por tu cara me doy cuenta de que te incomoda hablar de estos temas. Todavía estas un poco verde para una charla sobre sexualidad a ese nivel.

―Si ese nivel incluye a mi mamá con la cara llena de semen, entonces sí… estoy muy verde.

Ella soltó una risotada.

―Para mí fue gracioso. Una pequeña gran lección para Alicia. Ahora sabe que vos tenés necesidades y que ella no puede hacer nada para impedirte satisfacerlas. Espero que también deje de joderme a mí. Ya me estoy cansando de que mamá me interrumpa las pajas. Hoy lo hizo otra vez.

―¿Hoy? ¿En qué momento?

―Cuando empezó a los gritos al encontrarte dentro de mi pieza. ¿Qué creías que estaba haciendo yo en el baño?

―Em… ¿bañándote?

―Sí, pero además aproveché para hacerme una paja. La charla que tuvimos me trajo varios recuerdos, sobre mis aventuras con Marcelo. ―Ella me miró la pija, hice de cuenta que no había notado eso, porque no sabía cómo interpretarlo. A mí también me costaba mucho no mirarle las tetas o la concha―. No soy una gran experta en sexo…

―Para mí sí lo sos.

―Nada que ver. A eso iba… no tuve tantas experiencias sexuales, aunque sí varias charlas con compañeros de facultad y amigas. Pero no es lo mismo charlar con ellos, hace rato que necesito contarle algunas cosas a alguien de mucha confianza.

―¿Alguien como tu amiga Camila?

―No, precisamente a ella no le puedo contar.

―¿Por qué no?

―Em… es difícil de explicar. Ella ya vio como fue todo mi proceso con Marcelo, hasta me alentó a hacerlo. Necesito contarle esto a alguien que no haya estado tan cerca de mí cuando todo empezó. ¿Me explico?

―Creo que ya voy entendiendo… es como cuando los psicólogos no pueden tratar con parientes o amigos.

―Algo así. Porque esos parientes y amigos tal vez formen parte de las quejas del paciente.

―¿Y vos te vas a quejar de Camila?

Volvió a reírse.

―No. Con ella me llevo bien… pero contarle algo que ya sabe… no tiene mucho sentido. Por eso me gustaría contarte a vos ―me miró con esos grandes ojos azules y sentí que mi verga recuperaba la rigidez que había estado perdiendo―. Te aseguro que después de que te cuente todo vas a dejar de estar tan verde en cuanto a temas sexuales. Podés tomarlo como breves clases de educación sexual.

―Deberías ser sexóloga, Maca.

―Lo pensé. Desde que empecé a estudiar psicología comencé a entender el sexo de otra manera, sin tantos tabúes. Como te digo, no es que ando cogiendo con todo el mundo; pero sí me gustaría que la gente comprendiera mejor su sexualidad. Pienso que cada persona tiene al menos dos personalidades: una es la que muestran en público y la otra es la íntima y sexual. Si realmente querés conocer a una persona, tenés que saber cómo entiende el sexo: ¿Qué le gusta? ¿Qué no? ¿Qué fantasías tiene? ¿Qué experiencias tiene?

―Es una buena teoría ―dije, ya me estaba relajando un poco… mi pija seguía dura, pero la incomodidad de estar desnudo frente a mi hermana ya se estaba disipando―. ¿Eso también cuenta si quiero conocer mejor a las mujeres?

―Sí, totalmente. Las mujeres somos muy sexuales, solo que, por un montón de convenciones sociales, expresamos nuestra sexualidad de una forma un poco diferente a la de los hombres. Pero esos tiempos están cambiando… ahora hay muchas mujeres que deciden mostrarse desnudas en redes sociales, por ejemplo.

―Muy cierto… em… no es que yo ande mirando esas cosas, pero…

―Ay, tarado. Como si yo me fuera a ofender porque mi hermanito mira porno en internet. Tenés dieciocho años… el 80% del uso que hacés de internet debe ser para mirar porno.

―No seas exagerada, Macarena… un 80% es demasiado… yo más bien diría un 78%. ―Ella volvió a reírse. Me di cuenta que había encontrado una buena amiga… justo dentro de mi casa―. Creo que esta cuarentena no va a ser tan mala.

―¿Por qué lo decís?

―Porque nosotros nunca fuimos una familia muy unida. Es decir, almorzamos y cenamos juntos, pasamos algunas horas charlando; pero siempre de temas superficiales. Cada una de ustedes hace su vida, yo hago la mía… si tengo en cuenta lo que vos dijiste, de las dos personalidades, solo nos conocemos en la parte más superficial. Puede que esta cuarentena nos ayude a conocernos un poco mejor.

―Tenés mucha razón en eso, Nahuel. Siempre creí que eras medio boludo, pero sos un chico bastante inteligente.

―Gracias, supongo…

―No te ofendas, lo digo justamente porque yo conozco de vos solo la parte más superficial… y ahora estoy conociendo tu lado más íntimo; y vos el mío. A mis hermanas las conozco de la misma forma. No sé qué piensan del sexo… con alguna me puedo hacer una idea; pero puedo estar equivocada. Me gustaría conocerlas mejor.

―A mí también ―aseguré―. Pero con Tefi me cuesta mucho cruzar dos palabras sin pelearme. Con Gisela me da mucha vergüenza hablar de temas íntimos, la veo demasiado…

―¿Maternal?

―Sí, eso. Y con Pilar… bueno, con ella ni siquiera hablo…

―Ya te prometí que voy a hablar con ella. Esa chica es todo un misterio, va a ser un gran desafío sacarle algo de información.

―Si conseguís conocer detalles íntimos de Pilar, entonces te vas a convertir en la mejor psicóloga del mundo.

―Puede ser, es una chica muy hermética. Tal vez lo único que necesita es alguien de confianza para charlar.

―¿Te animarías a contarle a ella sobre tu aventura con el profesor Marcelo?

―No creo. Pero sí te lo contaría a vos… con lujo de detalles. Vos me inspirás más confianza.

―A mí me encantaría que me cuentes.

―¿Aunque me ponga demasiado gráfica con los detalles?

―¿Qué puede ser más gráfico que vernos desnudos?

―Eso es muy cierto, como que sin querer rompimos una gran barrera de confianza. Está bien, te voy a contar lo que pasó con el profe Marcelo, y puede que haya algunas cositas que te resulten algo incómodas de escuchar… puede que cambies la percepción que tenés acerca de mí.

―Eso ya está cambiando.

―¿Para bien o para mal?

―Para bien.

―Genial, eso me gusta… y espero que siga siendo así.

―Y por los detalles, no te preocupes… me incomoda un poco hablar de sexo, pero si nunca hablo de esto con nadie…

―Nunca te vas a quitar el miedo. A mí me pasaba, no quería hablar de sexo con nadie, me daba muchísima vergüenza… hasta que conocí a Camila. Con ella llegué a tener un nivel de confianza muy alto.

―Claro… hasta se vieron desnudas, en la playa…

―Sí, pero eso no es todo. Creo que nuestra amistad llegó a otro nivel el día que nos pajeamos juntas.

―¿Qué? ¿Las dos?

―Sí, ella en su lado de la cama, yo en el mío. Fue una linda experiencia, eso sí que te ayuda a entrar en confianza con alguien, porque… ya viste a esa persona excitada. Cuando dos personas se animan a mostrarse una frente a la otra en un alto estado de calentura, por más que no haya interacción sexual entre ellos, es porque ya están dispuestos a hablar de prácticamente cualquier cosa. Es como decirle a esa persona “Así soy yo cuando estoy caliente”, y a su vez esa persona te muestra cómo es en ese estado.

―¿Y la viste muy caliente a Camila? ―Tragué saliva y casi sin darme cuenta me agarré la pija.

―Sí, mucho. Se pajea lindo la flaca. Le gusta mandarse dedos. A diferencia de las mías, las tetas de Camila son bastante grandes… y bien firmes. Tiene pezones bien puntiagudos. Si vieras esas tetas transpirando por la calentura, mientras ella se pajea… acabarías en dos segundos. En mi facultad hay muchos que están re calientes con ella… incluso mujeres. Si supieran que yo la vi masturbándose, se morirían de envidia.

―Ya me está dando envidia a mí… y creo que a Camila la vi dos o tres veces, de pasada.

―¿Pero te acordás de las tetas que tiene?

―Sí, es un poco difícil olvidarse de eso, con los escotes que usa. Son como dos pelotas dentro de una bolsa muy chica.

―Así sería Gisela, si se animara a usar escotes más provocativos. Si yo tuviera esas tetas, andaría todo el día con escotes, como los que usa Camila.

―A Gise le da un poco de vergüenza salir a la calle con escote… y los que usa en casa con bastante sutiles.

―Sí, es una aburrida. Hablando de Gisela… me imagino la sorpresa que se habrá llevado cuando vio que tenías ese pedazo de pija.

―¿Eh? ¿Por qué lo decís? ―La incomodidad volvió a sacudirme, me sentí culpable por estar sujetando mi pene; pero soltarlo solo me habría dejado en evidencia.

―Porque estás muy bien equipado. Seguramente a Gise nunca se le pasó por la cabeza que su hermanito pudiera tener una verga de ese tamaño.

―¿Te parece que es un buen tamaño?

―Sí, claro. No es que ande midiendo pijas por ahí, pero apenas te la vi, yo también me quedé sorprendida. Seguramente a mamá le pasó lo mismo… aunque ella se llevó una sorpresa mucho más grande. Ah, perdón… cierto que no querías recordar ese momento. Bueno, nene… no sé a vos, pero a mí ya me dio sueño. ¿Creés que eso se te va a bajar o necesitar estar solo un rato?

―Em… creo que se va a bajar en un rato, yo también tengo sueño. ―No quería que Macarena se sintiera obligada a prestarme su cuarto otra vez para hacerme otra paja.

―Bueno, entonces vamos a dormir.

Cuando se puso de costado, para buscar la perilla del velador, pude ver sus blancas nalgas apretadas, al igual que sus gajos vaginales. Eso fue lo último que vi antes de que se apagara la luz… esa imagen no me ayudaría a bajar la calentura.

―Que descanses ―le dije, girando para el otro lado. Nuestras espaldas quedaron juntas.

―Vos también.

Aún estaba caliente, pero llevaba muchas horas despierto… y después de hacerme una paja siempre me da un poco de sueño. Eso me ayudó a tranquilizarme, mi verga volvió lentamente a su estado de reposo y sabía que en cualquier momento me quedaría dormido.

Después de algunos minutos, cuando ya estaba a punto de conciliar el sueño, escuché un sonido extraño, muy cercano a mí. Provenía de Macarena. Era una especie de chasquido húmedo. Con el cerebro obnubilado me costó un poco identificarlo, pero cuando lo hice, todos mis sentidos se pusieron en alerta… en especial el oído.

Ese chasquido húmedo sólo podía significar una cosa: Macarena se estaba tocando la concha… y a buen ritmo. Lo comprobé cuando otro sonido característico se sumó: la respiración agitada.

Eso fue todo lo que necesitó mi verga para ponerse dura otra vez.

No podía culpar a Maca por lo que estaba haciendo, ella había perdido su momento de masturbación al tener que salir del baño… y para colmo me defendió de mi mamá. Sin ella toda esa situación no podría haber terminado bien. Probablemente ella pensó que yo ya estaba durmiendo, porque los sonidos se volvieron más intensos. Su respiración agitada se convirtió en gemidos suaves y el chasquido húmedo me dio a entender que ella se estaba metiendo los dedos en la concha. Agarré mi verga, como si estuviera sujetando a un animal salvaje que está a punto de atacar.