Aislado Entre Mujeres [02].
Maldita Cuarentena.
Capítulo 2.
Maldita Cuarentena.
Miré el reloj de mi celular. ¡Me desperté tarde! Recordé que tenía que ir al club, a entrenar. Casi me caigo de la cama por intentar salir rápido, para vestirme. Abrí el ropero y lo encontré lleno de blusas de colores, polleras, minifaldas, tangas y corpiños. No entendía nada.
―¿Qué mierda estás haciendo? ―Preguntó una voz a mi espalda.
Di media vuelta, con el corazón en la garganta. Encontré a mi hermana Estefanía sentada frente a su computadora, y allí comprendí todo.
Los engranajes de mi cerebro se pusieron en marcha. Empecé a conectar toda la información que pude recopilar:
La cuarentena. No tengo que ir a entrenar. El club está cerrado. No puedo salir de casa. Este no es mi dormitorio; es el de mi hermana. Mi cuarto está ocupado por mi tía Cristela y mi prima Ayelén. Si me pierdo, me llamo Nahuel. Tengo dieciocho años. Vivo en Argentina. Planeta Tierra.
Y la cuarentena. La puta cuarentena por el Covid 19.
Mi hermana se rió de mi. Me sentí un imbécil.
―¿Creíste que llegabas tarde a entrenar? ―Preguntó ella, con tono burlón―. Sos un tarado.
―Es que vi la hora… y creí que…
―Ya llevamos una semana de cuarentena, deberías estar acostumbrado.
―No, todavía no me acostumbré. ―Respondí, con bronca―. Me voy a desayunar.
―Querrás decir a merendar, son las cuatro de la tarde.
―Lo que sea. No me jodas, Estefanía.
Ella me miró con odio, pero no respondió. Mejor, porque no tenía ganas de discutir con ella. Me puse un pantalón y unas chancletas. Salí del cuarto que tenía que compartir con mi hermana, añorando los tiempos en los que yo tenía algo llamado “Intimidad”.
―¿Te caíste de la cama? ―Me preguntó Gisela, la mayor de mis hermanas.
A diferencia de Tefi, ella me sonrió maternalmente.
―Creí que llegaba tarde al club… hasta que me acordé de la cuarentena.
Ella empezó a reírse y juntos fuimos hasta el comedor. Allí estaba mi mamá, tomando mates con su hermana Cristela. El pelo de mi tía me encandiló, el brillo del sol caía sobre él y estaba más rojo que nunca. Aún no me acostumbraba a ver a Cristela con ese color de pelo tan artificial. Es una mujer muy bonita, pero ese tono rojo intenso la hace ver como una puta barata, en mi opinión. Por supuesto no le diría eso a ella.
―¿Vas a comer algo? ―Me preguntó mi tía, ofreciéndome una bandeja con facturas. Manoteé una medialuna con dulce de leche y empecé a comerla.
―Ya te preparo una leche con chocolate ―dijo Gisela.
―Tiene las bolas por el piso ¿y vos le seguís preparando la leche con chocolate? ―Dijo mi tía, riéndose.
―Para mí siempre va a ser mi hermanito chiquito ―Gisela me pellizcó un cachete―. Sentate, Nahuel, y guardame algunas medialunas saladas.
―Voy a hacer lo posible.
Me senté al lado de mi mamá, ella me miró de arriba abajo, como si fuera un escáner policial.
―¿Estuviste toda la noche despierto?
―Creo que sí ―di otro mordisco a la medialuna.
Alicia, mi mamá, es una mujer que se cuida mucho. No aparenta los años que tiene, le encanta hacer ejercicio y su figura no es muy distinta a la de Tefi, la más chica de mis hermanas, y ella sí que tiene un gran cuerpo. Esto suele engañar mucho a la gente. Ven a mi madre como una mujer joven, hermosa, aparentemente moderna, alegre y juvenil… pero tiene la mentalidad de una señora de noventa años.
Además en estos últimos días se hizo un cambio de look que la hacía parecer incluso más joven. Mi tía Cristela le tiñó el cabello de rubio, mi mamá siempre tuvo un tono castaño claro; pero hacía mucho que no la veía tan rubia. Cristela, haciendo uso de sus dotes para la peluquería, le hizo a mi madre un peinado bastante elaborado: más lacio arriba, con bucles cayendo sobre los hombros. Algo que parecía más propio para ir a una fiesta, que para estar tomando mates en tu casa. No dije nada sobre eso porque entendí que el peinado solo había servido para que Alicia y Cristela se mantuvieran entretenidas por unas horas. No me extrañaría ver a todas mis hermanas con elaborados peinados, teniendo a una peluquera desocupada en casa.
―¿Te parece bien? ―Espetó―. Pasarte toda la noche despierto… seguramente jugando con la Aplesteishon.
―PlayStation ―la corregí. Cristela soltó una fuerte carcajada, y la risa de Gisela nos llegó desde la cocina.
―Como sea. No es sano que pases tantas horas despierto, y que te levantes a las cuatro de la tarde.
―¿Por qué no? ―Pregunté, encogiéndome de hombros―. Si estamos en cuarentena, no tengo nada para hacer.
―Esa no es excusa. Si no tenés nada para hacer, entonces buscá algo.
―Alicia ―intervino mi tía―. ¿No te parece que estás siendo muy estricta? Al fin y al cabo Nahuel tiene razón, esta cuarentena nos tiene a todos mirando el techo, sin saber qué hacer. Al menos él tiene algo con qué entretenerse.
―Gracias ―dije, buscando algo más para comer entre las facturas. Esta vez elegí una con crema. Gisela llegó justo a tiempo con un gran vaso de leche chocolatada, que me ayudó a bajar la comida.
―Es cierto, mamá ―dijo mi hermana―. Dejalo tranquilo.
―Es que no hace nada en todo el día ―se quejó ella―, y esto no tiene que ver con la cuarentena. No trabaja, no estudia…
―Juego al fútbol. Si el club no estuviera cerrado, ahora debería estar entrenando. Pero no puedo.
―El fútbol es una actividad recreativa. Eso no te da de comer ―insistió mi madre―. Si fueras jugador profesional, bueno… pero no lo sos.
―No lo soy porque nunca me dejaste ir al club a entrenar. Decías que yo tenía que estudiar. Bueno, ahora terminé la escuela, y quiero ir a entrenar… pero no puedo; por la cuarentena.
―Tendrías que buscarte un trabajo ―mi madre parecía no dar el brazo a torcer―. Ya te lo dije mil veces. ¿Acaso pensás que te voy a mantener toda tu vida?
―No, toda mi vida no… pero sí toda la tuya.
Cristela y Gisela volvieron a reírse. A mi mamá no le hizo ninguna gracia.
―Mamá ―dijo Gisela, interviniendo justo a tiempo, antes de que Alicia tenga una de sus crisis nerviosas―. Entiendo lo que querés decir, yo también opino que Nahuel debería buscarse un trabajo; pero ahora mismo estamos atravesando una situación mundial muy delicada. No podemos decirle que salga a buscar trabajo. Mientras tengamos para vivir, tenemos que compartir entre todos. Somos una familia.
―Sí, muy cierto ―dijo Cristela―. Por suerte yo tengo buenos ahorros, pensaba usarlos para que Ayelén y yo nos pusiéramos una peluquería más grande. Pero de momento tendrá que ser nuestro “fondo de desempleo”. Vamos a estar bien, Alicia ―agarró la mano de su hermana.
Mi madre se vio derrotada, y la conozco lo suficiente como para saber que eso no le gusta nada. Pudo seguir con la discusión, pero decidió ceder un poco.
―Está bien, pero en cuanto se termine la cuarentena, te ponés a buscar trabajo. No estamos en la mejor situación económica. Somos muchos y las cosas están cada vez más caras.
―Ok, está bien ―dije, a regañadientes, solo porque no quería seguir peleando.
Ahí fue cuando entendí por qué mi mamá no dudó ni un momento en sacarme de mi cuarto cuando Cristela y Ayelén vinieron a vivir con nosotros. Ella me considera un estorbo en la casa. Todas mis hermanas trabajan o estudian; pero yo no. Lo que no entiendo es por qué castigó a Tefi mandándome a su cuarto; imagino que alguna razón tiene que haber.
Terminé mi merienda y fui hasta mi cuarto a buscar un libro para leer, aún tengo varios de Stephen King pendientes. La puerta estaba entreabierta, y pasé diciendo “Hola”, bajito. Me sentí un tarado por estar pidiendo permiso para entrar a mi propio cuarto; pero ahora lo habitaba ese monstruo despreciable que mi familia suele llamar “Ayelén”.
―Quiero buscar un libro ―dije, mientras abría lentamente la puerta.
―Está bien ―me respondió mi prima.
Cuando la vi me quedé paralizado. Ella estaba tendida en mi cama, boca abajo, leyendo una de esas revistas de moda que tanto le gustan a mi tía. El largo pelo rubio de Ayelén caía por su espalda, formando bucles. Tenía puesta una remera roja, bastante cortita. No llevaba puesto un pantalón, ni una pollera, nada. Lo único que tenía era una tanga negra. Su redondo culo resaltaba como una montaña en el centro de mi cama. Casi se me cae la mandíbula.
“Tranquilo, Nahuel ―me dije a mí mismo―. Ya la viste en bikini varias veces, ésto es más o menos lo mismo”.
Pero no era lo mismo. A pesar de que la tanga no transparentaba nada, sabía que eso no era un bikini. Además se le había metido una buena parte entre las nalgas, y su vulva sobresalía en la parte de abajo, apretada por la tela. Ella siguió concentrada en su revista, como si yo no existiera.
La odio, sí… sí que la odio. ¡Pero cómo me gusta su culo!
Bueno, sus tetas también.
¿Por qué, Dios; por qué tuviste que darle un culo tan hermoso a mi archienemiga? Es injusto.
Otro gran problema que tuve siempre con ella es que me cuesta hacerle ver a la gente que Ayelén es un monstruo. Para casi todo el mundo ella es un dulce angelito… y sí que lo parece. Da la apariencia de ser la chica más buena del planeta, con sus grandes ojos azules, su carita redonda, sus mejillas regordetas. Es muy hermosa y ella sabe que parece inofensiva, usa eso para engañar al mundo. Suele jugar el rol de “niña buena” con casi todos; pero conmigo ni se molesta. Me trata para la mierda.
Más de una vez, en alguna playa o una pileta, Ayelén me sorprendió mirándole el culo, y siempre me hizo comentarios socarrones como: “Se nota que te gusta mirarme el orto”. “¿Tanto te cuesta alejar los ojos de mi culo?”; “¿Qué pasa, pendejo? ¿Me querés tocar el culo?”. Ella hacía eso porque sabía que me dejaba en clara desventaja. No sabía qué responderle cuando adoptaba esa actitud de pendeja forra. Tampoco podía negar que le estuviera mirando el culo, porque era muy obvio. Incluso, cuando discutimos, a veces se agacha para mostrarme el culo, o el escote, así me lo puede reprochar.
“Tengo los ojos en la cara, pendejo… no entre las tetas”
¡La odio!
Caminé hasta mi biblioteca e intenté concentrarme en los títulos de los libros. Descarté los que ya había leído y me puse a hojear uno que titulado “
Dolores Claiborne
”. Aún no lo había leído y era bastante corto. En plena cuarentena podía terminarlo en pocos días.
Giré la cabeza, en un acto involuntario, y mis ojos fueron a parar directamente sobre el culo de Ayelén, más específicamente en la vulva que destacaba como una boca vertical. Ella miró hacia donde yo estaba y me sorprendió infraganti.
―¿Otra vez mirándome el orto, pendejo?
Me daba mucha rabia que me dijera “pendejo”, como si ella fuera mucho más grande que yo. Ayelén tiene diecinueve años, apenas uno más que yo.
―¿Y qué querés que haga? ―Me defendí―. Si estás con el orto entangado en plena cama… MI cama. No importa dónde mire, lo que más destaca de toda la pieza es tu culo.
En ese momento se abrió la puerta y entró mi tía Cristela.
―¡Che, nena! ¿Qué hacés en tanga? ¿No ves que está tu primo?
―Justamente ―dijo la rubia―, es mi primo. ¿Qué importa si estoy en tanga? Si le molesta, que se vaya bien a la mierda.
Hubo una época en la que creí que Ayelén era igual de maldita que Estefanía; pero no. Ayelén es mucho más cruel. Infinitamente más harpía.
―Acá sos una invitada ―agregó mi tía―. Tenés que comportarte.
―Mirá, mamá ―Ayelén se dio vuelta, para ver a su madre. Como yo estaba en el lado contrario, pude ver todo su culo, apuntando hacia mí.
Diario de Cuarentena:
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¡Dios, cómo muerden trapo esas nalgas!
―Yo no quiero estar acá ―continuó diciendo mi prima―. Te dije que quería quedarme en la casa de Dante. Si me voy a bancar toda la puta cuarentena encerrada en esta casa, al menos quiero estar cómoda.
―Te dije que no podíamos quedarnos en lo de Dante, yo ya no siento nada por él. No quería seguir estirando más una relación que ya estaba muerta.
―Pero al menos ahí teníamos espacio para nosotras, yo tenía mi propia pieza. Además Dante me cae bien… ¡La vez que uno de tus novios me cae bien, vos lo dejás!
―¿Vos querés que yo tenga un novio solo porque a vos te cae bien?
La discusión ya había pasado a un área a la que a mí no me correspondía. Quise salir de la pieza, pero mi tía estaba parada justo frente a la puerta, gritándole a su hija, con la cara tan roja como su pelo. Me daba miedo acercarme, lo más probable era que me mordiera… o que me mandara a la mierda por interrumpir. Me tuve que quedar ahí… entreteniendo mi vista con la tanga de Ayelén. Ahora yo estaba justo frente a la cama, y ella había separado un poco las piernas. Pude ver su pubis cubierto por la tanga, y una línea recta que se dibujaba en el centro de su vulva.
Mi tía se dio cuenta de que yo quería salir… o tal vez le molestó la forma en la que yo estaba mirando a su hija; de ser así, me daría mucha vergüenza. Ella dio un paso hacia adelante, dejándome libre el camino hacia la puerta. Salí de allí tan rápido como pude. Lo último que escuché fue a mi prima diciendo:
―Si supieras elegir pareja, no tendríamos este problema. Lo que pasa es que siempre elegís mal, y la vez que elegís bien, ni siquiera te das cuenta…
Aproveché que el cuarto de Estefanía estaba vacío, y me instalé allí a leer el libro de Stephen King. Supuse que Tefi estaría mirando Netflix en la pieza de Macarena. Eso me daría algunas horas de paz y tranquilidad.
Por desgracia esas horas no fueron más que unos pocos minutos. Treinta o cuarenta, como mucho. Y no fue Tefi la que perturbó mi paz, sino la propia Macarena. La escuché gritar, como si estuviera discutiendo con alguien. Dejé el libro en la mesita de luz y salí a ver qué pasaba.
Efectivamente, estaba en plena discusión… con mi madre. ¿Por qué no me sorprende? Bueno, lo raro es que mi mamá se pelee con cualquiera que no sea Tefi o yo. Pero recordé que en el segundo día de cuarentena tuvo una fuerte discusión con Pilar, lo cual también era sumamente extraño. Al parecer este confinamiento estaría lleno de momentos atípicos.
―¿Cómo se te ocurre? ¿Estás loca? ―Gritó Alicia, a viva voz.
―¡No te metas en mi vida, mamá! ―Le retrucó Macarena, señalándola con un dedo―. Ya veintitrés años, no podés decirme lo que puedo o no puedo hacer.
―¡Pero vivís bajo el mismo techo que yo, y tus hermanas! ―A mí ni siquiera me mencionó―. ¡Nos pusiste en riesgo a todos, por imprudente!
―¿Qué pasa? ―Preguntó Gisela, que recién se unía a la escena.
De a poco todos los demás miembros de la casa se nos fueron uniendo.
―Tu hermana ―dijo mi mamá, señalando a Macarena―. ¡Se comportó como una puta!
Pilar asomó la cabeza desde el pasillo que daba a su dormitorio.
―¡No me digas puta, porque se va a armar!
Cristela y Ayelén salieron de mi dormitorio, cuya puerta comunica directamente con el living comedor. Siempre me molestó eso, porque se escuchan los ruidos de afuera, y seguramente esta discusión no podía pasar desapercibida para mi tía y mi prima.
―¿Pero qué fue lo que hizo? ―Volvió a preguntar Gisela, un tanto asustada.
―Preguntale… dale, nena… deciles lo que hiciste… para que todos vean cómo nos pusiste en riesgo, por puta. ¡Yo sabía que ibas a terminar siendo una puta!
―¡Mamá, no le digas así! ―Gisela abrió mucho los ojos, ella odia las discusiones, y le cuesta mucho lidiar con el carácter de mierda que tiene mi mamá.
―Contanos, Maca ―dijo Cristela, intentando traer un poco de paz―. No podemos opinar si no sabemos qué pasó.
Macarena estaba roja de rabia, tenía su largo cabello negro atado en una cola de caballo, y a pesar de estar llorando, aún lucía muy bonita. Sus ojos azules generaban un gran contraste con el rubor. Miraba al piso, como si quisiera ocultar su rostro.
―Dale, Maca… contales o les cuento yo ―amenazó mi madre.
―Lo que pasó es que ―cuando Macarena empezó a hablar, todos contuvimos el aliento―. Estuve saliendo con un hombre… uno de mis profesores de la universidad.
―¿Qué? ―Como siempre, la última en interesarse en los problemas familiares fue Tefi, que recién salía de la pieza de Macarena―. ¿Violaste la cuarentena por ir a coger con tu profesor?
―¡No, tarada! ―Se defendió Maca―. Esto pasó antes de la cuarentena.
―¿Entonces cuál es el problema? ―Preguntó mi tía―. Ella ya es grande, sabrá lo que hace…
―Es que eso no es todo ―dijo mi mamá, con los dientes apretados―. Hoy el bendito profesor de Macarena salió en las noticias. No teníamos casos de Covid por la zona; pero parece que el señor dio positivo… y esta pelotuda se estuvo revolcando con él.
Todos nos pusimos pálidos, yo también. Aunque no pude ver mi cara, sentí cómo la sangre se me enfriaba. Hasta Ayelén cambió su semblante cargado de seguridad, se la veía tan aterrada como al resto de nosotros. Estoy seguro de que todos pensamos lo mismo a la vez…
―Si Macarena tiene Covid ―dijo Pilar―, entonces ya estamos todos contagiados.
―¿Ves lo que estoy diciendo? ―Alicia estaba llena de rabia―. Esta pelotuda, por andar de putita, nos metió el virus en la casa.
Se hizo un silencio sepulcral tan profundo que pude escuchar mi propio corazón, que latía como si quisiera abandonar mi pecho. Estar enfermo no era lo que me preocupaba, sino que sentí pena por Macarena, ya que todos la señalarían como la única culpable.
―¡Ah, no te lo puedo creer! ―Exclamó Pilar, con su potente voz de locutora―. A mí no me dejaron salir para no “contagiarme”, y esta pelotuda ya nos había contagiado a todos de entrada.
―Si te hubiéramos dejado salir ―dijo Gisela, que parecía estar sobreponiéndose a su miedo―, entonces hubieras contagiado a otras personas.
La pobre Macarena lloraba copiosamente, había pequeños espasmos en su respiración.
―¿Y ahora qué vamos a hacer? ―Preguntó Tefi, con genuino miedo.
―Lo que vamos a hacer ―dijo Alicia― es encerrar a esta boluda en su pieza, hasta que podamos llamar a un médico. Tal vez tuvimos suerte y no todos nos contagiamos.
―¡Ay no! ―Exclamó Tefi, creí que se quejaría de la postura dictatorial de mi mamá; pero me equivoqué al pensar que mi hermana tenía corazón―. ¡Yo estuve ahí un montón de horas… en esa pieza! ¡Seguramente me contagié! ¡Y vos dormiste conmigo! ―Me señaló―. Así que ya estás en la misma.
Noté que mi prima Ayelén se alejaba de mí, a pesar de que ya estaba a más de dos metros de distancia. Maldita hija de…
―No ganamos nada encerrando a Macarena.
―Dejá, Gise. No te gastes ―dijo la aludida―. No tengo ganas de hablar con nadie, mejor me quedo dentro de la pieza.
Caminó con la cabeza gacha hasta su dormitorio, y se encerró allí. Una vez más reinó el silencio.
La aventura de Macarena con su profesor nos llevó a un momento depresivo. Mi madre llevaba casi una hora intentando averiguar todo lo posible sobre la condición del amante de su hija, además habló con doctores para que vinieran a hacernos un testeo cuanto antes. Cristela y Ayelén se quedaron en mi pieza, y no asomaron la cara. Pilar, que siempre daba la impresión de estar viviendo en su propio mundo, solo salió de su cuarto para prepararse unos sandwiches. Estefanía inició una video llamada con una de sus amigas, y para no quedar de fondo, ya que la cámara apuntaba hacia su cama, decidí quedarme en el living con Gisela, la única que no se encerró en una pieza.
―¿Qué va a pasar ahora? ―Le pregunté a la mayor de mis hermanas.
Ella estaba sentada en el sofá, con una carpeta en la mano, supuse que era algo de su trabajo. La dejó de lado y me miró con sus profundos ojos marrones. Soy su hermano y aún me cuesta sostenerle la mirada sin sonrojarme. Gisela tiene algo muy especial, y no me refiero a sus grandes y redondas tetas, sino a que inspira confianza, a la vez que sensualidad.
―Sinceramente no lo sé. Tal vez dentro de poco venga algún médico a hacernos un test. Pero no podemos volvernos tan paranoicos, hasta tener los resultados. Ninguno de nosotros tiene síntomas de Covid.
―¿Creés que existe una chance de que no estemos contagiados?
―Lo veo difícil. Quiero ser positiva, pero si Macarena tuvo relaciones sexuales con ese tipo, entonces tiene que estar contagiada. Nosotros vivimos en la misma casa que ella, compartimos ambiente, charlamos… incluso hasta nos tomamos unos mates juntas, más de una vez.
―Sí, yo también tomé mates con ustedes.
Me parecía muy loco que una práctica tan común en Argentina, como tomar mates con otras personas, se haya vuelto un factor de riesgo, por culpa de un maldito virus.
―Entonces es solo cuestión de esperar, y rezar por un milagro.
Sabía que eso de “rezar” no lo decía en un sentido literal. Nunca fuimos muy religiosos que digamos. Mi mamá nos crió con un sistema que se basaba en portarse bien porque era lo correcto y en no lastimar a otras personas. También siempre fue bastante crítica con el sexo, pero creo que es comprensible, ya que tiene cuatro hijas mujeres a las que cuidar. Si no les hubiera resaltado lo inmorales que eran las prácticas sexuales extramatrimoniales, es posible que alguna de mis hermanas ya fuera madre soltera.
―Estaba pensando en que tal vez mamá se enojó con Macarena por… ya sabés, lo que opina mamá sobre el sexo.
Gisela me miró fijamente otra vez e hizo una pausa.
―Sí, sé perfectamente lo que opina. Si fuera por ella, las cuatro seríamos monjas… y vos serías cura.
―¡No, ni en pedo!
Ella soltó una risa.
―Yo tampoco sería monja. Y no pienses mal, no lo digo porque me guste andar revoleando la tanga por ahí, sino porque las monjas tienen que pasarse el día rezando. Me parece un horror. Varias veces discutí con mamá por el tema del sexo… una vez ella se enteró que yo tenía un noviecito, y casi me encadena a la pared de mi pieza para que no pueda salir a verlo.
―Sí, es bastante estricta.
―¿Alguna vez te hizo algo parecido?
―¿Qué? ¿A mí? No, yo nunca tuve novia.
―¿Nunca? ¿Ni una sola?
―¿Te sorprende?
―Mucho. Especialmente después de lo que vi en el baño ―esperaba que ella hubiera olvidado ese incidente y que no lo mencionara nunca más en nuestras vidas. Gisela empezó a reírse otra vez―. ¡Tarado! Te pusiste rojo. No te sientas mal, Nahuel; fue un pequeño accidente. No es la primera vez que veo un pito. Tampoco es que haya visto muchos; pero dejame decirte que pocas veces vi uno como el tuyo.
―¿Qué tiene el mío? ―Le pregunté automáticamente, sin saber muy bien por qué.
―Es bastante… grande ―esta vez la que se puso roja fue ella―. Me imaginé que con eso ya habías conseguido alguna noviecita.
―No, resulta que está prohibido eso de andar mostrándoles el pito a las chicas por la calle.
Una vez más estalló en carcajadas. Mi madre apareció, con su simpatía de bulldog rabioso, y nos fulminó con la mirada.
―¿Se puede saber de qué carajo se ríen ustedes?
―De nada, mamá ―dijo Gisela―. Nahuel y yo estamos intentando hacer un poquito más fácil todo este momento. ¿Hubo alguna buena noticia?
―¿Y qué buena noticia puedo tener? ¡Estamos re complicados!
―No sé… tal vez ya pudiste hablar con un médico.
―Sí, y mañana mismo vienen a hacernos el hispado.
―Eso es una buena noticia.
―No veo por qué.
Esta vez estallé, me tenía harto esa mala onda constante de mi mamá.
―Porque así vamos a saber si tenemos el puto virus o no ―le dije. Ella me miró con rabia asesina―. Todos estamos preocupados, mamá. Tratándonos para la mierda no vas a mejorar nada.
Alicia abrió la boca, dispuesta a ladrar y morder; pero fue la propia Giesela que se interpuso entre ella y yo, como si fuera una mamá osa protegiendo a su cachorro.
―Nahuel tiene razón, mamá. Desde que empezó la cuarentena estás especialmente insoportable. Nos estás cansando a todos. Ya nadie te banca, ni siquiera yo. Si la primera semana es así, en un mes nos vas a terminar matando a todos.
―Si antes no nos mata el virus ―sentenció.
Como sabía que estaba en clara desventaja, Alicia volvió a su dormitorio.
―Qué mujer insoportable ―le dije a Gisela.
―A veces sí. Yo la quiero un montón, porque cuando está tranquila es una excelente persona; pero cuando se altera por algo… Hitler parece inofensivo al lado de ella. Pero nosotros estábamos hablando de otra cosa. No dejemos que ella nos arruine el momento. ¿Por qué creés que todavía no tenés novia?
―No sé ―dije, encongiéndome de hombros―. Nunca sé qué decirle a las mujeres.
―Me ofende que digas eso. Tenés cuatro hermanas mayores, una madre psicópata, una tía y una prima….
―También psicópata.
―Puede ser ―los dos nos reímos. Ella tampoco toleraba a Ayelén―. En fin, rodeado de tantas mujeres ya deberías ser todo un experto para tratar con ellas.
―Pero te juro que no sé. ¿Qué carajo le puedo decir a una mujer que no conozco? “Hola linda, ¿querés ser mi novia?”.
―Sí, claro, podés decirle eso… si es que querés morir virgen.
Volvimos a reírnos como tarados, por suerte mi mamá no apareció para arruinarnos el momento.
―A ver ―continuó Gisela―. Decir esto es un poco difícil para mí, no soy ninguna experta en el género femenino, ni en sexualidad. Pero cuando te vi la verga ―dijo la palabra “verga” bajando mucho la voz―, me quedé impresionada. Encima te la vi en todo su esplendor. No sé por qué la tenías tan dura… ni quiero saberlo. Ese es asunto tuyo. Para mí fue muy chocante ver que mi hermano menor tiene tremenda verga, ancha y venosa. ―Sentí un vuelco en la boca de mi estómago al escuchar esas palabras―. Lo que quiero decir es que ya estás hecho todo un hombre. Tenés el miembro viril de un hombre hecho y derecho, y los huevos ya te cuelgan como los adornos de un árbol de Navidad. Perdón si me estoy poniendo muy gráfica ―ella estaba roja, mis ojos bajaron hasta sus tetas; su escote era sutil, pero podía notar la cima de esos grandes pechos―. Lo hago para que entiendas que si querés conquistar a una mujer, podés hacerlo. Está bien, no vas a ir a mostrarle la verga a la primera; pero te puedo asegurar que cuando una chica te la vea bien parada, como la vi yo, te va a tomar cierto cariño. Estás bien equipado, Nahuel.
―¿De verdad? ¿No lo decís porque soy tu hermano?
―Lo digo sinceramente, como mujer. Y como hermana te puedo decir que estoy muy orgullosa de vos. Si no estuviéramos en plena cuarentena, le sacaría un par de fotos a tu verga y se las mandaría a alguna de mis amigas. En un par de días ya las tendrías abiertas de pierna, porque algunas de mis amigas son así… ven una buena poronga y ya la quieren probar. Si ellas supieran lo bien equipado que estás, el trato se te haría mucho más fácil.
―Imagino que eso de las fotos lo decís como una suposición.
Pensó un ratito, miró para todos lados y cuando se aseguró de que estábamos solos, volvió a posar sus ojos en mí.
―Lo digo en serio. Si eso te ayuda a tener tu primera vez, estoy dispuesta a presentarte con una de mis amigas. Y a presentarles a tu amigo… pero bueno, con la cuarentena sería un poquito inútil, no podrías verlas.
―¡Pero sí les puedo hablar! ―dije, poniéndome tenso.
Gisela me miró con mucha seriedad.
―Eso es cierto. Podrías hablar con alguna de ellas, hasta que toda la cuarentena pase.
―¿Y en cuál de tus amigas estás pensando? ―No conocía las amistades de Gisela, ya que nunca venían a casa; pero imaginé que ella debía relacionarse con mujeres tan bonitas como ella.
―En ninguna en particular. Eso sí lo dije en forma genérica. ¿De verdad estás dispuesto a hacerlo?
―Em… me da un poquito de vergüenza; pero me gustaría poder charlar con alguna de tus amigas. Aunque me termine mandando a la mierda, por lo menos me serviría de práctica.
―Si no te comportás como un imbécil, no tienen por qué mandarte a la mierda.
―Esa es la parte difícil. Sinceramente no sabría qué preguntarle, o cómo sacarle conversación.
―No me voy a resignar a creer que mi hermanito es un inútil para charlar con mujeres… estando rodeado de tantas. A ver, un consejo que te puedo dar: A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situación. Vos, lamentablemente, sos bastante egoísta…
―¡Hey!
―Es verdad, Nahuel. Tu egoísmo no llega al extremo de Estefanía, ni mucho menos de Ayelén; pero siempre vas a la tuya, solo te importan tus cosas. Vivís en tu mundo. Siempre estás metido en un libro, un cómic, un videojuego, algo… si charlaras más con tus hermanas, aprenderías a tratar con mujeres. Eso te lo aseguro. De paso, si te preocupás por los problemas de los demás…
―Sí que me preocupo.
―Bueno, si lo hacés no se nota, porque nunca decís nada. Siempre evitás hablar cuando hay un problema.
―Esta vez hablé… cuando mamá salió de la pieza.
―Sí, porque ya estás harto. Pero no tenés que esperar a estar harto para hablar con alguien sobre algún problema. A nadie le gustan los egoístas.
―Lo voy a tomar en cuenta.
―Me parece muy bien ―me dio una palmadita en la pierna―. Y pensá lo que te dije de la foto. Sé que es algo brusco, y a las chicas no nos gusta que cualquier imbécil que no conocemos nos esté mandando fotos del pito a la primera; pero de eso me encargo yo. Voy a hablar con alguna de mis amigas, para allanarte un poco el terreno. ¿A vos qué tipo de mujeres te gustan?
―¿En qué sentido?
Me mostró una sonrisa picarona y se agarró los pechos con ambas manos.
―¿Te gustan tetonas?
―Este… em… sí, puede ser.
―¿Y qué más?
―Que tengan buen culo… sí, eso ―dije, envalentonado―. Me gustan las culonas.
―¿Como yo? ―Se paró y dio un golpecito a sus grandes nalgas, que lucían maravillosas a pesar de que su pantalón no era muy ajustado.
―Bueno, em… sí ―ahí empecé a darme cuenta que la descripción se asemejaba demasiado a Gisela, y me sentí un boludo.
―¿Y las preferís rubias o morochas?
―Rubias ―dije, solo para mencionar un rasgo opuesto a Gisela. Ella tiene el pelo castaño oscuro, casi negro; heredado de mi papá. La única que tiene el pelo del mismo color es Macarena, la diferencia es que Maca tiene ojos azules… y prácticamente no tiene tetas.
―Ah, ¿te gustan rubias… como Ayelén? ―Preguntó, levantando una ceja.
―Em… las rubias son lindas ―no sabía dónde meterme. Cualquier cosa que dijera sería usada en mi contra―. ¿Tenés alguna amiga rubia?
―¿Rubia, tetona y con buen culo? ¡Ja! No pedís nada ―dijo con sarcasmo.
―Vos me preguntaste cómo me gustaban las mujeres… no hace falta que sea exactamente…
―Pero sí ―me interrumpió―. Creo que tengo la amiga perfecta para vos, y cumple todos los requisitos.
―¿Qué? ¿De verdad?
―Sí, dame un par de días, voy a hablar con ella. Me va a venir bien, para pensar un poquito en otra cosa.
―Sí, a mí también.
―Bueno, ya es tarde. Me voy a dormir. A diferencia de otros, yo sí me tengo que levantar temprano para trabajar.
―¿Eso es un reproche?
―No, sonso… era un chiste. A mí no me molesta que te acuestes tarde. Estamos en plena cuarentena… y ahora nos enteramos esto de Maca. Lo mejor que podés hacer es intentar entretenerte con algo. Que descanses ―me dio un beso en la mejilla y se fue. No pude evitar seguir con la mirada el bamboleo de sus grandes nalgas.
Golpeé la puerta en la pieza de Tefi y entré cuando ella me dio permiso para hacerlo. Odiaba tener que pedir permiso para moverme en mi propia casa, pero no quería ocasionar otra discusión. Ella estaba sentada frente a la computadora, mirando un video de YouTube.
―Si te vas a poner a jugar a la Play, no pongas el volúmen muy alto.
―No, quiero leer ―le dije.
Me miró como si yo fuera un marciano.
―No entiendo por qué te gusta tanto leer.
―Y yo no entiendo por qué no te gusta. Deberías intentarlo algún día… y ahora estás sin trabajo, podrías aprovechar el tiempo libre. Tengo muchos libros, si te interesa alguno, te lo presto.
―No sé, no creo ―se puso sus grandes auriculares y volvió a concentrarse en la pantalla.
Me acosté en la cama, con el libro de Dolores Claiborne en la mano, y a pesar de que está muy bueno, y me intriga saber por qué esta mujer asesinó a su marido, no pude concentrarme. Mi mente vagaba sin rumbo fijo; pero siempre aparecía la imagen de Macarena llorando. Ella debía sentirse realmente mal. Nadie le había preguntado cómo le afectaba todo esto.
Recordé las palabras de Gisela: “A las mujeres nos gusta que se preocupen por nosotras cuando tenemos un problema o estamos pasando por una mala situación”. Si alguien estaba pasando una mala situación, y tenía un gran problema, esa era Macarena.
Dejé el libro en la mesita de luz y salí.
El dormitorio de Maca está justo al lado del de Pilar, y comunican con el baño, por un pasillo.
Golpeé suavemente la puerta del cuarto de Maca, y desde adentro me llegó una voz tenue preguntando:
―¿Quién es?
―Soy Nahuel, Maca. ¿Puedo pasar?
La respuesta tardó unos segundos, pero al fin dijo:
―Dale, pasá.
Abrí la puerta y me sorprendí mucho, al parecer a ninguna de las mujeres de esta familia le gustaba usar pantalones. Macarena tenía puesta una bombacha rosada y me dio la impresión de que no le molestaba que yo la viera, ya que no hizo ningún intento por cubrirse. Estaba acostada en su cama, con los ojos hinchados por tanto llorar.
―¿Que querés? ―Preguntó, sin ganas.
Macarena es la que le sigue en edad a Gisela, es una de las mayores; pero la vi tan frágil que sentí como si ella se hubiera convertido en mi hermana menor. Entré y cerré la puerta despacito.
―¿No te molesta si esta noche duermo acá? ―Pregunté con timidez.
Ella se sentó en la cama y me miró confundida.
―¿No te da miedo contagiarte?
―Me da igual, vivimos todos en la misma casa. Si vos tenés el virus, entonces lo tenemos todos. Ya da lo mismo.
―Puede ser… ¿y por qué querés dormir acá? ¿Te peleaste otra vez con Estefanía?
―No, con Tefi está todo bien. Ni siquiera discutimos.
―Eso sí es raro.
―Solamente quiero que no estés sola. Seguramente estarás muy preocupada, y no me parece bien que mamá te mande a quedarte en tu cuarto, sin hablar con nadie. Creo que lo que vos necesitás es hablar con alguien.
Me mostró una sonrisa triste.
―Vení ―me dijo, con un gesto de la mano. Me senté en el borde de la cama, ella me abrazó y me dio un beso en la mejilla―. De verdad me haría muy bien hablar con alguien. Esta noche no voy a poder dormir nada.
―Yo tampoco, me levanté re tarde. Entonces, ¿me puedo quedar?
―Sí, claro. Ponete cómodo. ―Me senté en la cama, apoyando la espalda sobre una almohada, ella se acomodó a mi lado―. Pero sacate el pantalón, nene.
―¿Qué? ¿De verdad? ¿No te molesta?
―Mirá cómo estoy yo ―señaló su bombacha―, y decime si me puede molestar. Sos mi hermano, Nahuel. No pasa nada.
―Bueno, sí, en eso tenés razón.
Me quité el pantalón, quedando en bóxer. Mis ojos recorrieron toda la anatomía de Macarena, puede que ella no sea la más tetona de la familia, pero sus piernas son espectaculares. Noté que mi verga daba un pequeño saltito involuntario, y recé a dios (si es que existe), para que no se me pusiera dura. Maca separó levemente las piernas, y pude notar cómo la bombacha le marcaba los gajos de la concha.
Diario de cuarentena:
<Ésta va a ser una noche muy larga>.