Aislado Entre Mujeres [01].

Nahuel tiene 18 años y vive junto a sus cuatro hermanas mayores y su madre. Un día se entera que tendrá que cederle su dormitorio a su tía y su prima. Como si esto fuera poco, se declara cuarentena por culpa del Covid-19. Nahuel se verá obligado a sobrellevarla conviviendo con siete mujeres.

Capítulo 1.

Castigo Divino.

Si Dios existe, me odia. De eso estoy seguro. Me castigó con cuatro hermanas mayores y me condenó a vivir con ellas en la misma casa… y no solo con ellas, sino también con mi mamá. Pero eso no es todo, no. Se ve que Dios está verdaderamente esmerado en complicarme la vida y se guardó la cereza de la torta para el día en que Macarena, una de mis hermanas, cumplió veintitrés años. A pesar de que la cumpleañera era ella, al “regalito” me lo llevé yo… ¡y qué mierda de regalo!

Hicieron una fiesta discreta, con algunos parientes y amigos de Macarena, a los que yo solo conocía de vista. Me senté en un rincón y me puse a tomar cerveza; tomé tanta como pude, hasta que mi mamá me prohibió hacerlo, porque solo tengo dieciocho años y no está bien visto eso de andar vomitando frente a los parientes. Aunque la cosa no fue para tanto y la fiesta fue más o menos tolerable. Al menos hubo mucha comida.

La gran sorpresa llegó cuando la fiesta terminó. Ahí me comprendí por qué Alicia, mi mamá, se encerró tantas veces en su pieza, para hablar con su hermana, mi tía Cristela.

Sin anestesia, mi madre me soltó la frase que pondría mi vida patas arriba de un día para otro:

―Tu tía Cristela se va a quedar a vivir con nosotros durante un tiempo. Le vamos a dejar tu cuarto, así que vas a tener que compartir dormitorio con Tefi.

No lo podía creer. Al tener que convivir con tantas mujeres, mi cuarto era mi “refugio masculino”, el único lugar de toda la casa en el que podía andar en calzoncillos todo el día… o en pelotas. Para colmo, de todas mis hermanas, la que peor me cae es Estefanía. Ella se cree muy importante por ser mayor que yo, pero es la más chica de las cuatro, apenas tiene diecinueve años. Claro, como no puede joder a las otras tres, me jode a mí.

Eso no es todo, no señor. Se ve que Dios (si existe) le gusta meter el dedo en la llaga. Si hay alguien en el mundo que odie más que Estefanía, esa es Ayelén, mi prima… la hija de mi tía Cristela. Y sí, por supuesto que ella también se va a quedar a vivir con nosotros… ¡En mi habitación!

Al parecer esta improvisada mudanza se debía a los estragos que estaba causando el Covid-19 en el mundo. En Argentina la situación no era seria, pero ya se corrían rumores de que pronto podría declararse una cuarentena nacional.

Mi tía Cristela nunca estuvo casada, conoció al padre de Ayelén y él la dejó en cuanto se enteró que ella estaba embarazada. Después de eso pasó varios años soltera o con algunas parejas esporádicas. Su actual pareja… bueno, ex pareja. Como sea… el tipo al que ella acaba de dejar se llama Dante. Cristela y Ayelén vivían en la casa de este sujeto, porque no tienen vivienda propia. Los rumores de la cuarentena hicieron reflexionar a Cristela. Nos contó que no quiere quedarse encerrada en la casa de un tipo por quien ya no siente nada. Al parecer llevaba bastante tiempo esperando el momento apropiado para dejarlo, y el Covid-19 le dio la excusa perfecta.

Cuando Cristela y Ayelén llegaron pidiendo asilo, mi mamá, que tiene una fuerte conciencia familiar, no tuvo problema en abrirles las puertas de nuestra casa y regalarles, con moño y todo, mi dormitorio.

Así fue como tuve que resignar la poca masculinidad que aún me quedaba. Junté todas mis pertenencias y las saqué de mi querida “Baticueva”, de mi “Fortaleza de la Soledad”, de mi “Torre Avengers”, de mi “Halcón Milenario”... perdí mi único lugar en el mundo.

―Ni sueñes que vas a meter todas esas porquerías en mi pieza ―dijo Estefanía, meneando la cadera y señalándome con el dedito.

¡Ay, me dan ganas de raparle la cabeza cada vez que se pone así!  ¿Acaso piensa que esos gestos tan teatrales la hacen ver como una “mujer fuerte e independiente”?.

Lo de mujer no se lo discuto, la muy desgraciada tiene con qué lucirse; pero lo de “fuerte e independiente” no lo tiene… de lo contrario no viviría con nosotros, porque nos odia a todos. La única de mis hermanas que puede hacer gala de esas características es Gisela, la mayor. Con ella me llevo un poquito mejor. Ella tiene trabajo propio y si aún vive con nosotros es porque está ahorrando, para comprarse una casa. Al menos ella sí va a tener un lugar propio.

Justamente fue Gisela quien salió a defenderme.

―Tefi, estamos intentando adaptarnos a una situación atípica. Para nadie es fácil, y si no colaborás un poquito solamente vas a complicar todo.

―¡Pero no tengo tanto lugar para porquerías! ¿Dónde va a meter todo eso?

Las “porquerías” a las que se refería mi hermana eran tomos de comics, libros de terror, videojuegos y, mi tesoro más preciado en todo el universo: la PlayStation 4. No quería abandonar mi habitación sin ello; sin embargo la cosa no estaba como emitir protestas. Tal y como había dicho Gisela: nos encontramos ante una situación atípica, y todos deberíamos colaborar.

Bajé la guardia y dije:

―Puedo dejar casi todo en mi pieza, con la condición de que yo pueda entrar a buscarlo cuando quiera.

―No, cuando quieras, no ―dijo mi mamá―. La pieza va a estar ocupada por dos damas ―supuse que por “damas” se refería a mi tía y a mi prima―, tenés que golpear antes de entrar. Si ellas…

―Sí, sí… voy a golpear antes de entrar ―la interrumpí antes de que me soltara un discurso sobre “intimidad femenina”―. A lo que me refiero es que ellas tienen que entender que las cosas son mías, y a veces las voy a querer sacar… especialmente si vamos a estar encerrados acá todo el puto día.

―Sí, claro ―dijo mi tía Cristela―. Las cosas son tuyas, eso lo entendemos perfectamente. No queremos causar molestias, pero…

―Pero nada ―dijo mi mamá―. Ustedes no son ninguna molestia. Cristela, vos sos mi hermana y ésta también es tu casa, y la casa de tu hija. Esto de la cuarentena es una mierda, ya todos nos agarró por sorpresa; vamos a intentar llevar la situación lo mejor posible, como una familia.

―Así es ―la apoyó Gisela―. Solamente tenemos que trabajar en las normas de convivencia, y tenemos que ser un poquito más tolerantes con los demás. ―Al decir ésto último miró a Tefi, como si la estuviera desafiando.

―Está bien ―dijo Tefi, resignada―, que meta en mi pieza las porquerías que quiera, pero las va a tener que dejar en el piso, porque ya no hay más lugar.

Así fue como terminé mudándome al cuarto de mi peor archienemiga… bueno, la segunda peor. Porque la más cruel y despiadadas de mis archienemigas era la que se quedaba con mi cuarto: mi prima Ayelén. Estuve tentado a soltarle un discurso explicándole que la iba a matar si rompía alguna de mis cosas. Descarté ese acto de autoritarismo porque la situación ya estaba lo suficientemente tensa como para iniciar un conflicto extra con la pelotuda de mi prima. ¡Pero qué rabia me dio cuando entró a mi pieza y me dedicó esa sonrisa burlona! Para colmo la muy hija de puta caminó meneando el culo, como si fuera una gata que sale siempre cae parada.


Diario de Cuarentena:

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Mi primera noche en la pieza de Tefi no fue tan mala

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Como tenía mucho sueño, me acosté temprano. En algún momento ella se acostó a mi lado y se durmió, sin que yo me diera cuenta. Noté su presencia recién al día siguiente, cuando me levanté. Salí de la pieza sin hacer ruido y me sentí liberado. Había sobrevivido a Tefi… al menos por una noche.

En nuestro primer día de cuarentena no hubo tensiones. Todo funcionó más o menos como un domingo en el que nadie tiene que salir a trabajar o a cursar en la universidad. Yo no hacía ninguna de las dos cosas, por lo que para mí todos los días eran domingo, desde que terminé el colegio secundario.

Gisela nos comentó que pudo hablar con la empresa en la que ella trabaja para poder cumplir con todas sus labores sin salir de casa. Eso la animó mucho, podría seguir trabajando. Las que se vieron más afectadas por la cuarentena fueron Tefi y mi tía Cristela. Tefi no cursa en ninguna universidad, pero trabajaba en una buena tienda de ropa, donde no la explotaban demasiado y le pagaban lo suficiente como para tener siempre algo de dinero… dinero que se gastaba en salidas con sus amigas. Ella no pudo encontrar una forma para trabajar desde su casa, ya que su jefa parecía no entender nada de “ventas online”.

―Si esa mujer no ve a la cliente sacando la plata de la billetera, no vende nada ―se quejó Tefi―. Hasta le tiene pánico a las tarjetas de crédito. Le dije mil veces que debe actualizarse un poco, de lo contrario va a tener que cerrar el negocio… y yo me voy a quedar sin trabajo.

Cristela, por otro lado, era peluquera, y una de mucho renombre en la ciudad. Ganaba muy bien y su peluquería era espectacular, hasta yo iba a cortarme el pelo con ella. Pero por culpa de la cuarentena una de las profesiones más perjudicadas resultó siendo la peluquería.

―¿Cómo le voy a cortar el pelo a la gente si tengo que estar a dos metros de distancia? ―Se preguntó.

Mis otras dos hermanas, Pilar y Macarena, estudian en la universidad. Ellas se estaban adaptando al estudio a la distancia, y se lo estaban tomando con mucha calma.

Mi mamá es ama de casa y nunca tuvo la necesidad de trabajar, gracias a que mi difunto padre nos dejó una excelente pensión. Tal vez si mi familia no fuera tan numerosa, hasta podríamos vivir dándonos ciertos lujos. Sin embargo, como hay muchas bocas para alimentar, la pensión alcanza lo justo… y más ahora, que se sumaron Cristela y Ayelén.

Mi prima tampoco trabaja ni estudia, aunque de vez en cuando ayuda a su madre en la peluquería, y Cristela le paga por ello. Todo eso llegó a su fin con la declaración de cuarentena. Ahora Ayelén está en las mismas condiciones que yo: En la más cochina pobreza.

Al menos, lo mío es una “pobreza afortunada”. Si bien casi nunca tengo dinero en efectivo, como soy el menor de la familia, y el único varón, siempre consigo que me den plata para comprarme algún libro o algún cómic. La que más me ayuda con eso es Gisela. Soy su “pequeño mimado”, y siempre lo seré. Por eso es la favorita de mis hermanas.

Sí, yo no tengo ningún problema en admitir que tengo una hermana favorita, y ellas lo saben muy bien. Con Tefi nos odiamos a muerte; con Macarena mi relación es bastante neutral: ni buena ni mala; y con Pilar nunca hablo. Ella es más o menos como yo, le gusta pasarse el día encerrada en la pieza, haciendo quién sabe qué. Bueno, sé que a ella también le gusta leer… pero su material de lectura no es el mismo que me gusta a mí. Demasiadas novelas románticas sobre vampiros y hombres lobos. Una vez intenté leer una y casi me da diabetes, por lo empalagosa que era la historia.


Diario de Cuarentena:

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Segunda noche en el cuarto de Tefi. Todavía estoy vivo

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Sin embargo ya tuvimos nuestra primera discusión.

Y sí, todos en la casa sabían que iba a ocurrir más temprano que tarde; y ocurrió.

Tefi se enojó porque yo estaba usando el televisor de su cuarto para jugar a la Play, y ella quería mirar una serie en Netflix. Le dije que estaba en medio de una partida online de

Call of Duty

, no podía abandonar a mis compañeros de armas en plena batalla. Pero Estefanía, que no sabe nada de lealtad, ni de juegos online, insistió en que apagara todo, para que ella pudiera disfrutar de su serie de Netflix.

Empezaron las puteadas y todos en la casa se acercaron a ver qué pasaba. Mi madre fue la primera en intervenir. Logró calmarnos lo suficiente, a base de amenazas. Nos dijo que si seguíamos peleando nos iba a encerrar a los dos en el mismo cuarto hasta que hiciéramos las paces, o nos matáramos entre nosotros. Lo que ocurriera primero.

Explicamos la situación y me sorprendió que fuera Macarena la que brindara una solución, porque ella generalmente no se mete en las disputas familiares. Tiene la política de no molestar, para que no la molesten.

―En la casa hay un montón de televisores ―dijo―. Nunca estamos usando todos a la vez… y en todos se puede mirar Netflix. Si querés mirar algo, Tefi, fijate si hay algún televisor libre. A mí no me molesta que uses el de mi pieza. No me gusta estar todo el día encerrada ahí. Prefiero quedarme en el patio.

―Esta es mi pieza ―se quejó Tefi―. Y él puede jugar a la Play en cualquier televisor.

―Sí, pero instalarla en cada televisor antes de empezar a jugar es muy molesto ―dije. En realidad no era un trabajo tan difícil, sin embargo era mucho más sencillo que ella usara otro televisor para mirar Netflix.

Al final todos se pusieron de mi parte y Tefi tuvo que ir a mirar su bendita serie al dormitorio de Macarena.

Diario de Cuarentena:

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Tuve mi primera batalla en territorio enemigo, y la gané

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Estoy seguro de que todos los integrantes de mi casa pensaron que la primera disputa la ocasionaría yo, al discutir con Estefanía; pero nuestro pequeño roce no tuvo comparación con lo que ocurrió durante la segunda noche del aislamiento.

Estaba muy tranquilo, jugando con la PlayStation cuando escuché a mi madre elevando la voz. Por un momento pensé que patearía la puerta del cuarto de Tefi, que era donde yo estaba, y me gritaría por algo. Sin embargo su problema era con otra persona. Salí del cuarto y me encontré a toda mi familia en el living comedor, lo que normalmente denominamos como “el área común”, donde nadie tiene más poder que los demás.

Alicia, mi mamá, le estaba gritando a Pilar. Eso me extrañó mucho, ya que, de todas mis hermanas, Pilar y Gisela son las que menos problemas suelen generar. Gisela por ser la más responsable y Pilar porque casi nunca habla con nadie.

No entendía nada, me acerqué lentamente, procurando no hacer ruido; no quería que de pronto la atención de mi madre cayera sobre mí.

―¿Pero cómo se te ocurre? ―Preguntó Alicia, apuntando a Pilar con un dedo amenazador―. ¡Con todos los problemas que hay en Italia y en España! ¿Acaso querés que acá también estemos igual?

―¡Ay, qué exagerada! ―Exclamó ella―. No es para tanto. La cuarentena recién empieza, era algo de una sola noche.

―¿Qué pasó? ―Me preguntó Macarena, en un susurro.

Ella era hábil, ni siquiera me di cuenta que estaba allí, hasta que habló. Me encogí de hombros, porque no sabía la respuesta. Ambos miramos a mi tía Cristela, que estaba al lado nuestro, ella parecía tener más información. Sin levantar la voz, nos dijo:

―Alicia sorprendió a Pilar intentando salir de la casa, al parecer pensaba pasar toda la noche afuera.

―¿Pilar? ―Preguntó Macarena, incrédula―. Pero si ella nunca sale a ningún…

―¡Pero si vos nunca salís a ningún lado! ―Gritó mi mamá, como si las palabras de Macarena le hubieran recordado que Pilar suele pasarse el día encerrada en su cuarto―. ¿Justo ahora querés salir? ¿Para qué?

―Era para ver a unas amigas… como vamos a pasar tanto tiempo sin vernos… se nos ocurrió hacer una pequeña reunión.

―Muy tarde, la hubieran hecho cuando la cuarentena no era obligatoria. Tuvieron al menos una semana para verse.

―No pudimos…

―Ni van a poder. No hasta que se pase la cuarentena. En los noticieros están mostrando un montón de gente que fue detenida por andar violando el aislamiento… y no quiero que MI hija termine en los noticieros. ¿Qué excusa vas a poner si te para la policía?

―Pero…

―Mamá tiene razón ―intervino Gisela―. Es muy arriesgado, no solo para vos, sino para toda la familia. Si bien es cierto que ninguno de nosotros se puede considerar como “persona de riesgo”, somos muchos viviendo bajo el mismo techo. Si vos salís, nos ponés en riesgo a todos.

Pilar la fusiló con la mirada, no recuerdo la última vez que la vi tan enojada. Ella suele estar siempre en su propio mundo, no jode a nadie; pero ahora todas las miradas acusadoras de la familia se centraban en ella.

―¡No vas a ir a ninguna parte! ―Sentenció mi mamá―. Si algún día levantan la cuarentena, van a poder salir ―dijo esto mirándonos a todos―. Pero hasta ese momento, se van a quedar acá adentro. Como bien dijo Gisela, somos muchos; nos tenemos que cuidar entre nosotros. Si uno solo se contagia con esa mierda, nos jodemos todos.

―¿Te vas a quedar en casa? ―Preguntó Gisela, ella era más pedagógica que mi madre.

―No sé por qué hacen tanto escándalo, era solo un rato… ni siquiera va a haber mucha gente.

―Porque vos no sabés con quién estuvo esa gente ―dijo mi mamá―. ¿Cómo sabés si alguna de tus amigas no tiene un conocido o un pariente que haya venido del extranjero? ¿Te pusiste a preguntarles eso?

―No…

―¡Se acabó! ―Exclamó mi madre―. Voy a guardar todas las llaves de la casa, de acá no sale nadie, hasta que la situación mejore.

―¿Qué? ¿Vamos a estar como presos, solo porque esta tarada se quiso ir? ―Se quejó Estefanía.

―Por una nos jodemos todos ―dijo mi mamá―. Somos una familia numerosa, viviendo bajo el mismo techo. Tienen que entender que si una sola de ustedes se manda una cagada, se perjudican todos. No confío en Pilar…

―Mamá, no digas eso ―dijo Gisela, intentando traer un poco de paz.

―Pilar ―intervine, muerto de miedo. Sentí la mirada asesina de mi madre clavándose en mi cuello. Pero ya no quería que siguieran peleando―. ¿Vos prometés que no vas a intentar salir? Por más que todos nos vayamos a dormir.

Pilar me miró con sus grandes ojos marrones, se cruzó de brazos y no respondió. Eso fue un duro golpe para mí, estaba convencido de que ella lo prometería.

―Pilar, colaborá un poquito ―suplicó Gisela; pero ella permaneció muda.

―Ahí lo tienen ―dijo mi madre―. Solamente piensa en ella, como siempre. Parece a propósito. Nunca sale a ningún lado, y ahora de pronto está desesperada por salir. Voy a guardar todas las llaves de la casa. Se acabó. Macarena, traeme todas las llaves.

―¿La mía también?

―Sí, la tuya también.

―¡Ufa, la puta madre! ―La que se quejó fue Estefanía―. Ya me estaba sintiendo como una prisionera, y ahora va a ser peor.

―Apenas llevamos dos días de cuarentena, no seas tan exagerada ―le dije.

―¡Por eso! Si al segundo día nos quitan las llaves, dentro de una semana nos van a estar pasando la comida por una ranura en la puerta de la pieza.

―A mí no me molesta ―dije, encogiendome de hombros―, siempre y cuando no me toque estar encerrado en el mismo cuarto que vos.

―Bueno, bueno ―Gisela habló con tono maternal―. Ustedes dos dejen de pelear, al menos por un día. Vení, Maca, te ayudo con las llaves.

Por más que le hubiera dicho a Estefanía que no fuera tan exagerada, la verdad era que a mí también me molestaba bastante no tener acceso a la llave de la casa. No pensaba ir a ningún lado, pero por alguna razón, me jodía.

Diario de Cuarentena:

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Estoy prisionero en mi propia casa, por culpa de Pilar. Estoy enojado con ella.


En la tercera noche, desde el inicio de la cuarentena, las cosas se pusieron un poquito raras. Tefi decidió pasar tiempo en su cuarto, a pesar de que tenía disponible el de Macarena. Creo que lo hizo para marcar territorio.

Durante la tarde tuve un pequeño encontronazo con mi prima Ayelén, porque a ella le molestó que yo quisiera sacar tres tomos de comics de mi propia pieza, cuando ella estaba durmiendo. No es mi culpa que duerma a mitad del día. Ella se quejó diciendo: “Estamos en una puta cuarenta, ¿qué mierda importa la hora del día? Yo quiero dormir”. Pude haberle respondido que era mi pieza y yo podía entrar cuando se me diera la regalada gana. Pero preferí evitar problemas y me fui a leer a la pieza de Tefi, creyendo que al menos allí podría estar solo.

Nunca supe si Tefi tiene algún pasatiempo, más allá de estar todo el día revisando Twitter e Instagram. Sé que a veces se pone a mirar videos de YouTube, en la computadora que tiene en su cuarto. Eso fue exactamente lo que se puso a hacer. No me molestó para nada, porque la computadora está en un escritorio, y yo me quedé leyendo en la cama. Ella al menos tuvo la buena voluntad de ponerse auriculares para mirar los videos. Hasta ese momento no tuvimos ningún problema.

Al parecer ella se cansó de mirar cosas en YouTube. Cruzó la pieza y se acercó al ropero, donde hay un espejo enorme en la puerta del medio. Ella apuntó al espejo con su celular y comenzó a sacarse fotos haciendo gestos absurdos, como darle besos al aire y flexionar mucho la cadera para que su cola quedara más levantada. Esto fue lo que más me sorprendió. Ella tenía puesto un diminuto short blanco, que le tapaba la mitad de sus redondas nalgas. Espero nunca tener que decirle que tiene un buen culo, porque sin duda lo tiene. Bueno, creo que mis cuatro hermanas salieron con buenos culos, y ese es uno de los principales motivos por los que no puedo tener amigos. Nunca falta el que quiere venir a casa para mirarle el culo a mis hermanas.

―¿Podés salir de la cama? ―Me preguntó Tefi, de mala gana.

―¿Qué? ¿Por qué? Si te querés acostar, hay lugar suficiente ―la cama era de dos plazas, y yo soy bastante flaco.

―Es que salís en todas las fotos… y no quiero ―ahí comprendí, el espejo apuntaba directamente hacia la cama.

―Pero… pero… ―me di cuenta de que éste podría ser el inicio de una nueva discusión, ya había ganado el derecho a jugar a la Play en su cuarto, lo mejor era no tentar demasiado la suerte―. Está bien, me quedo en la cama, no creo que se vea completa en el espejo… ¿si me siento así se ve?

Me hice una bolita contra el respaldo de la cama, dejé las rodillas a la altura de mi mentón, podía leer mi comic en esa posición.

―Mmm… bueno, está bien.

Ella siguió con sus fotos, y me di cuenta de que intentaba que mis pies no salieran en el reflejo del espejo. Para eso se paró derecho a mí. Se agachó un poco, supongo que para dar énfasis a su escote. La mayoría de las fotos del Instagram de Tefi están tomadas desde arriba. No es tan tetona como Gisela, pero sé que está orgullosa de su busto, y le gusta mostrarlo. El problema es que al inclinarse de esa manera, su culo quedó apuntando hacia mí… y ese shorcito no cubría tanto como debería. Para colmo era bastante ajustado, y se le marcaba mucho el papo.

Intenté concentrarme en mi comic, y la tarea me resultó imposible. No estoy acostumbrado a mirarle el culo a las mujeres, mucho menos a mis hermanas… la abstinencia ya me está pesando. Este es el tercer día que paso sin hacerme una paja, algunos dirán que tres días sin pajearse no es nada; pero yo estoy acostumbrado a tener mi propio cuarto, con mi computadora… y sí, ahí puedo mirar todo el porno que se me antoje. Mi rutina de masturbación incluye al menos una al día… tal vez más.

Aunque me cueste, debo admitir que Tefi tiene unas nalgas espectaculares; ya quisiera yo tener una novia con un culo tan grande y redondo como ese. ¡Las cosas que le haría! Además… ¡Uf! ¡Cómo se le marca la concha! No acostumbro ver a mis hermanas como mujeres, sino como entes molestos que habitan en mi casa; pero ahora, por culpa de Tefi, soy consciente de que ellas tienen concha, y tal vez la tengan muy bonita. Mi mente divagó, intentando imaginar cómo serían los labios vaginales que escondidos detrás de la bombacha de Tefi… y mi verga empezó a despertarse.

Ella siguió con sus fotos, como si yo no existiera. Cuando se dio la vuelta, hundí mi cara entre las páginas del cómic, al tener las piernas flexionadas ella no notaría mi incipiente erección. Pensé que iba a decirme algo, que había notado que yo la espiaba; pero no. Su intención no era otra que la de fotografiar su gran culo en el espejo.

―¿A quién le vas a mandar esas fotos? ―Pregunté, sin apartar la mirada del cómic.

―¿Y a vos qué mierda te importa? ―Respondió, desafiante―. Es mi culo y con él hago lo que quiero.

―¡Está bien! Che… que mala onda. Te pregunté bien, solo para charlar de algo. No quiero meterme en tu vida.

―Bueno, no te metas.

Sacó un par de fotos más, centrándose en sus nalgas que se reflejaban en el espejo. Después dejó el celular en la mesita de luz y dijo:

―Me voy a bañar. Cuando vuelva quiero dormir, así que vamos a apagar la luz.

Sabía que le molestaba que yo siguiera leyendo mientras ella intentaba conciliar el sueño, yo tenía dos opciones: dormir o ir a leer al living.

―Está bien ―le dije, restándole importancia―. Yo también tengo sueño.

Abandonó el dormitorio, bamboleando sus grandes y turgentes nalgas, fue imposible no mirarla.

Cuando me quedé solo miré de reojo el celular y descubrí que la pantalla no había sido bloqueada. Rápidamente lo agarré y deslicé un dedo, buscando la galería de imágenes. No sabía por qué estaba haciendo eso, era extremadamente peligroso; pero estaba muy aburrido. Quería ver las fotos que se había sacado.

Las encontré con facilidad, las últimas dos eran las más interesantes, las nalgas de Tefi ocupaban toda la pantalla y se podía ver cómo la bombacha le marcaba la concha. Mi verga reaccionó ante estas imágenes sin tener en cuenta que esa era mi propia hermana. Me recriminé a mi mismo por reaccionar de esta manera con Tefi. Si se tratase de Gisela no me molestaría tanto, ella es muy hermosa y me cae bien; pero Tefi… a pesar de que la odio… ¡qué culo tiene! Es una maravilla. Si tuviera amigos, podría venderles esas fotos por un buen precio.

Seguí revisando la galería de imágenes y me quedé helado con lo que encontré. Había otra foto de Tefi en ropa interior, con el culo en primer plano; pero esta vez tenía puesta una tanga negra… una diminuta tanga negra. Tan pequeña que se le metía entre los gajos de la concha. Sí, esa concha estaba mordiendo la tela de la tanga. Devorándola completamente. En el centro los labios se tocaban, porque toda la tela ya había quedado bien encajada entre ellos.

A mi verga no le importó que esa fuera mi hermana, se levantó del todo y quedó presionando mi pantalón, luchando por salir. La dejé en libertad, la sujeté con una mano y empecé a pajearme, pensando en las cosas que haría si tuviera una novia con esa concha. Mi estómago daba incómodas vueltas… ¡Esta es Tefi! Carajo, nunca la había visto así. ¿Por qué tiene que tener un culo tan lindo? Y esos gajos… ¡Dios!

Pasé a la siguiente imagen y la rigidez de mi verga aumentó. La escena era prácticamente igual; la gran diferencia era que ahora Tefi no tenía ropa interior. Su concha estaba totalmente expuesta, pude ver el pequeño agujerito entre sus labios vaginales… ese agujero que parecía estar diciendo a gritos: “¡La pija va acá!”

“A esta puta le gusta sacarse fotos en concha”, pensé. Jamás imaginé que alguna de mis hermanas pudiera tener la afición de sacarse fotos desnuda. Eso era algo que hacían esas pendejas putas que yo veía en internet; no mis hermanas. Sin dejar de pajearme, seguí con mi exploración. La siguiente foto era magnífica: Tefi miraba a la cámara, con cara de “bebota putiporno” y tenía las piernas abiertas, su concha totalmente depilada aparecía en primer plano, con esos gajos sonrosados y el agujero abierto.

Aceleré mi masturbación; pero un ruido me hizo interrumpirla rápidamente. Cerré la galería de imágenes y dejé el celular en la mesita de luz. Me senté en el borde de la cama, ocultando mi erección. La puerta del dormitorio se abrió, giré la cabeza y vi a Tefi, envuelta en una toalla. Me quedé boquiabierto, si esa toalla subía cinco centímetros más, yo podría verle la concha. Mi corazón latía con tanta violencia que creí que me daría un infarto. Disimuladamente guardé la verga dentro del pantalón.

―¿Podés salir un rato? Quiero cambiarme ―Por extraño que parezca, sus palabras no sonaron como una orden. Me lo estaba pidiendo bien.

―Sí, claro. Además yo también me quiero bañar ―dije, improvisando sobre la marcha―. Esperá que saco algo de ropa.

Me puse de pie, siempre dándole la espalda, y me acerqué al ropero. Saqué un pantalón y una remera y los usé para cubrir mi erección. Salí del cuarto intentando no mirar demasiado a Tefi, ya me sentía suficientemente culpable por haber invadido su celular.

No pude detenerme, mi hermana Macarena estaba charlando con mi prima Ayelén, mientras tomaban mates, y me miraron como si yo fuera un extraño. Probablemente les llamó la atención mi cara de espanto. Caminé rápido, anunciando: “Me voy a bañar”. Esto pareció convencerlas, ya que no preguntaron nada más.

Me encerré en el baño, abrí la ducha y me desnudé tan rápido como pude. Mi verga aún seguía dura. Me metí debajo del agua tibia y seguí con mi ritual masturbatorio. Sacudí mi pija con fervor, pensando en la concha de Tefi… bah, en realidad no quería pensar en mi hermana. Supongo que estaba usando la imagen de su concha de la misma forma que usaba cualquier imágen de concha que encontraba en internet: para fantasear con mi chica ideal. Con esa chica que nunca se niega a tener sexo conmigo y cumpe todos mis deseos… esa chica que no existe.

Estaba en lo mejor de mi paja cuando alguien golpeó la puerta del baño.

―¿Puedo pasar? ―dijo una voz femenina.

Me detuve en seco y con voz temblorosa dije:

―Eh… me estoy bañando.

―Es que me estoy haciendo pis…

―¿Pilar?

―No, soy Gisela.

Siempre me confundo la voz de Pilar con la de Gisela; si bien no son muy parecidas físicamente, tienen un tono de voz casi idéntico. A todos los miembros de la casa les pasa lo mismo que a mí… bueno, menos a Pilar y Gisela; ellas saben diferenciar sus propias voces.

Al saber que se trataba de la mayor de mis hermanas, me tranquilicé un poco. Con ella tengo más confianza que con las demás… aunque no la confianza suficiente como para que me vea desnudo, con la pija dura.

―¿No podés esperar un rato? ―Pregunté.

―No… ya no aguanto más…

―¿Por qué no vas al baño de mamá?

Mi madre tiene la única pieza con baño incluido y…

―Ya sabés por qué, a ella no le gusta que le usemos el baño.

Ese maldito problema de siempre. Por alguna razón mi mamá, que es tan generosa, siempre fue muy celosa de su baño. No permite que nadie lo use. Algo que es muy contraproducente en una casa con tantos habitantes, especialmente ahora, que somos ocho.

―Preguntale ―dije, intentando ganar tiempo―. Tal vez te deje.

Pero ya era demasiado tarde.

―Ya no aguanto más, Nahuel.

La puerta se abrió y Gisela entró a toda velocidad, sin embargo se quedó congelada en cuando sus ojos se encontraron con mi verga erecta. Abrió la boca y se puso pálida, como si hubiera visto un fantasma.

―¡Ay, perdón! ―Dijo―. Es que… ¡Perdón! No sabía que… es que… en serio, no aguanto más. Me estoy haciendo pis.

Cerró la puerta, se bajó los pantalones de una forma tal que yo no pude ver nada, y se sentó en el inodoro. Mantuvo la vista fija al piso, pero noté que, de reojo, se fijaba en mi verga. Me quedé como una estatua.

No supe qué hacer. No tenía ningún sentido cubrirme, ella ya había visto todo. El agua caía sobre mi espalda y mi cabeza, como eso siempre me relaja, supuse que esta vez me ayudaría  a mitigar la erección; pero no. Ocurrió todo lo contrario, como si la presencia de mi hermana hiciera que mi sangre circulase con más potencia. Mi verga palpitó y dio pequeños saltos, como un animal feroz apunto de atacar. Intenté mirar para otro lado, como si eso pudiera borrar la presencia de Gisela. Sin embargo, cuando la miré de reojo, pude notar que ella tenía la vista fija en mi verga.

Con un trozo de papel higiénico se secó la entrepierna, giré una vez más la cabeza, para no ver nada cuando ella se puso de pie. Escuché que ella abrió la puerta y desde allí me habló.

―No sabía que estuvieras tan bien dotado. Se me hace muy raro que todavía no tengas novia.

Eso pudo avergonzarme aún más; pero produjo en mí el efecto contrario. Sonreí con cierta timidez y ella me devolvió el gesto, justo antes de marcharse.

Cuando me quedé solo intenté volver a mi ritual de masturbación, aún temeroso de que alguna otra de mis hermanas quisiera usar el baño en ese preciso momento. Por eso no pude concentrarme. Sacudí mi pija varias veces, aún seguía dura; pero no sentí ninguna emoción.

Me quedé bajo la ducha durante unos minutos, hasta que mi pene por fin se fue a dormir. Me sequé y me puse ropa limpia.

Volví al dormitorio de Estefanía, ella ya estaba durmiendo, en su lado de la cama. Cerré la puerta con suavidad, para no despertarla. Su teléfono celular descansaba sobre la mesita de luz de su lado. La tentación de volver a revisarlo fue enorme; sin embargo ya había pasado un momento vergonzoso con Gisela, no quería que me ocurriera lo mismo si Tefi me sorprendía espiando su teléfono. Me acosté al lado de mi hermana, procurando no despertarla, e intenté relajarme, para poder conciliar el sueño.

Fue inútil.

Mi mente vagó por el recuerdo de las imágenes que había visto. Fui consciente de que ahora conocía la concha de Tefi, la había visto, sabía perfectamente cómo era. Además mi mente divagó por la gran cantidad de motivos por los cuales ella pudo haberse sacado esas fotos. ¿Se habría fotografiado pensando en alguien? ¿Tenía algún amante secreto al que le enviaba esas fotos? ¿Cuántas se había sacado?

De pronto Tefi se movió, y mi corazón se detuvo. Sentí algo redondeado y tibio posarse contra mi espalda, a continuación uno de los brazos de mi hermana me envolvió. Pude escuchar su suave respiración y supe que aún estaba durmiendo, tal vez no era la primera noche que ella pasaba durmiendo con un hombre, y puede que su inconsciente la hubiera traicionado,  haciéndolo creer que yo era ese hombre. Ahí caí en la cuenta de que eso que se había apoyado en mi espalda era una de sus tetas. Esto, sumado al recuerdo de las fotos porno, fue una mala combinación, mi “amigo” empezó a despertarse.

Ésta va a ser una larga noche.

Diario de Cuarentena:

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Tengo la pija dura y no puedo dormir

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