Ainhoa y el narcotraficante

Ainhoa conoce a un narcotraficante y se enamora de él nada más verlo. Federico, el narco, buscaba una ayudante financiera y se encontró con una esclava

Esta es la historia de Ainhoa una banquera que trabajaba en la banca privada ayudando a invertir a multimillonarios y de cómo se convirtió en la puta de Federico, un importante narcotraficante.


Habla Ainhoa


El mundo del narcotráfico y del dinero siempre ha sido una de mis mayores pasiones, desde pequeña cuando veía en la TV las operaciones de la Policía en su contra siempre me indignaba porque pensaba que era injusto ir contra los que crean riqueza.

Mi sueño siempre ha sido encontrar a algún narcotraficante que me hiciera su esposa, o, al menos, su puta, su amante, si ya estaba casado.

A mis 30 años, con un trabajo en una importante banca privada gracias a mis estudios de Derecho y Economía (Y también de Criminología por mi gusto por

el

narcotráfico), todavía no había cumplido el sueño, no por falta de ganas, sino porque cuando lo había intentado con clientes multimillonarios que acudían a la oficina del banco a invertir conmigo o con alguno de mis compañeros, los que estaban casados no querían tener amantes y los solteros, pasaban de mí porque me veían una mujer peligrosa y ambiciosa.

Pero un día todo comenzó a cambiar cuando apareció Federico.

Era un jueves por la mañana, yo me había levantado pensando en que me iba a ocurrir algo bueno, tenía la corazonada de que mi vida iba a cambiar y ese iba a ser el día del comienzo del cambio.

Al llegar a la oficina estuve trabajando un rato hasta las 11:30, hora en la que tenía una cita programada con un cliente nuevo, con Federico.

Me habían pasado una ficha suya, disponía de una fortuna impresionante con varias empresas con ingentes beneficios que quería reinvertir y por eso quería contratar los servicios del banco en el que trabajaba.

La recepcionista me llamó al teléfono de mi despacho para avisarme de que iba a pasar primero el equipo de seguridad de Federico para asegurarse de que no había ninguna amenaza en mi despacho, y, si todo iba bien, Federico haría su aparición.

Llamaron a la puerta, dos hombres con pinta de gorila entraron y revisaron mi despacho de arriba abajo y cuando comprobaron que estaba todo bien, apareció Federico.

Por poco me desmayo al verle, un hombre con pinta de ser

un musculitos

de gimnasio, guapo, de unos 40 años, con algo de barba, pelo rapado al 0 y todo trajeado, me saludó dándome la mano y sonriendo.

Yo no sabía qué decir, así que le invité a sentarse y comenzamos a hablar de los negocios y las inversiones que iba a realizar Federico a través de mí y de mi banco.

La primera reunión con Federico se alargó por espacio de 3 horas, eran ya las 14:30 cuando acabamos, hubo tan buen rollo entre nosotros que Federico me propuso ir a comer a algún lado próximo a mi oficina para seguir hablando, pero ya de manera más personal y privada, casi como si fuera una cita, una primera cita.

Salimos de mi despacho, el equipo de seguridad de Federico nos fue siguiendo hasta el restaurante donde comimos los dos juntos por primera vez y se sentó en una mesa cerca de la

nuestra,

pero fingiendo que no teníamos nada en común para dejarnos cierta privacidad a Federico y a mí.

Durante la comida Federico fue muy sincero conmigo y me reconoció que se dedicaba a temas de narcotráfico, creo que se abrió conmigo porque yo le conté acerca de mis gustos por ese tema.

Como hubo tanta sintonía entre nosotros, Federico me preguntó si me podía invitar a cenar esa misma noche, en algún sitio más elegante (Porque fuimos a comer a un sitio de menú de 10€), y seguir conociéndonos.

Yo no lo dudé, me vi ante la oportunidad de mi vida y decidí aceptar, quedamos en que me recogería un coche en la puerta de la oficina del banco a eso de las 20:30 y me llevaría al restaurante.

Federico se fue con sus escoltas y yo regresé al banco a intentar seguir trabajando y no pensar en la cita de la noche con Federico.

En torno a las 17:30 llamaron a la puerta, la recepcionista tenía en sus manos un paquete enorme para mí, que venía con un sobre en el que había una nota.

La nota estaba firmada por Federico y me pedía que me pusiera exclusivamente lo que había en la caja para la cita de esa noche.

Abrí la caja y vi un pequeño vestido negro con pinta de ser muy caro, unas medias negras y unas botas con tacón fino. No había nada de lencería ni nada más.

Seguí trabajando hasta las 20:00, me costaba concentrarme en el trabajo al pensar en Federico, pero procuré dedicarme a no pensar en nada más, aunque me tuve que masturbar durante un rato para calmarme, porque notaba que Federico me excitaba.

Pedí que nadie me molestase ni entrara en mi despacho y me comencé a desnudar, no os lo he contado aún, pero me siento bastante orgullosa de mi cuerpo, me gusta mucho cuidarme, y aunque mi cuerpo es natural salvo por algún discreto tatuaje, mi sueño siempre ha sido el de parecerme a esas mujeres del narco que están muy operadas.

Mido 1.75m, soy rubia con pelo largo y liso, tetas naturales y de tamaño mediano, culo machacado en el gimnasio y me considero bastante femenina, aunque atraigo a los hombres, los que me gustan a mí, como ya he dicho, no acaban de dar el paso de conquistarme.

Me empecé a desnudar y me puse el vestido que me había mandado Federico, junto con las medias y las botas. Dejé mi ropa guardada en uno de los armarios, salvo el abrigo negro que llevaba y salí a la calle para esperar al coche que me llevaría a la cita con Federico.

En la calle me encontré con un Audi A6 y un hombre trajeado que dijo mi nombre al verme y se presentó como uno de los conductores de Federico y que había venido para recogerme tal y como había quedado con él.

Me subí al coche y el conductor arrancó y me llevó al restaurante donde Federico había hecho una reserva para la cena.

Al llegar al restaurante, la encargada de sentar a los clientes me pidió nada más verme, sin que ni siquiera tuviera que identificarme, que la acompañara porque Federico ya me estaba esperando en uno de los reservados del local.

Llegamos al reservado, Federico se levantó y me saludó con mucha educación, me sirvió una copa de vino blanco que él mismo había elegido mientras le daba mi abrigo a la camarera y nos sentamos en una mesa muy bien decorada. (En el reservado su equipo de seguridad custodiaba la puerta de entrada).

Federico ya había encargado la cena, que fue llegando poco a poco, había adivinado mis gustos, porque cenamos, entre otras cosas, salmón en todas sus variantes y de postre, una tarta de tiramisú que estaba deliciosa.

Con el vino nos pasamos un poquito, porque nos bebimos botella y media entre los dos, aparte de un whisky cada uno, ya en la sobremesa.

Cuando acabamos de cenar, Federico me propuso ir a su casa a tomar la última copa y para enseñarme algo muy importante.

Yo decidí de nuevo aceptar, porque me lo estaba pasando muy bien, y seguía considerando que estaba ante la oportunidad de oro de cumplir mi sueño.

Recogimos los abrigos al salir, me sorprendió que Federico no pagara la cuenta del restaurante, pero no dije nada, y salimos hacia la calle, a la puerta nos esperaba un flamante Ferrari casi nuevo y dos Audi A5 a modo de escolta.

Llegamos a la casa de Federico, una mansión impresionante por la zona de Pozuelo, pero ya cerca de Majadahonda, me quedé impresionada de lo grande que era, en realidad eran dos casas, una al lado de la otra, con varias piscinas e instalaciones deportivas.

Nos sentamos en un sofá de uno de los salones de la casa principal, y una asistenta nos trajo una botella de whisky con pinta de ser caro y un par de vasos, así como una cubitera; Federico me sirvió un buen vaso y él también se preparó lo mismo, y comenzó a hablar:

Federico: -” Ainhoa, ser narcotraficante supone tener que ser duro e implacable con los enemigos, en especial con los que te hacen vuelcos, por ello dispongo de una sala de castigo para torturar a las personas que me traicionan, y que me gusta también usar con las mujeres que se dejan, me gusta el BDSM y soy Amo, me considero bastante sádico aquí donde me ves; si quieres, te puedo enseñar la sala de tortura y ya me dirás si te apetece ser una de esas mujeres a la que torturar o no; si no quieres, eres libre de irte y nuestra relación sería solo de negocios, las inversiones que hemos hablado esta mañana, siempre seguirán en pie, decidas lo que decidas”.

El mundo del BDSM me había atraído desde que leí la saga de libros que se hizo muy famosa hacía unos años, y no me importaba poder probar lo que fuera, si con ello se cumplía mi sueño, así que acepté sin dudarlo ni un segundo.

Federico me tomó de la mano, sonrió, y salimos fuera de la casa principal y fuimos hasta la que parecía la casa de invitados, donde se encontraba la sala de torturas.

La planta baja de la casa de invitados parecía muy normal, un salón, varias habitaciones con camas y baños, nada extraño.

Pero subiendo por la escalera, ya apenas había dos puertas, Federico abrió una de ellas y pude por fin ver la sala de torturas.

Una habitación enorme completamente equipada con todos los elementos de tortura y para practicar BDSM que una pudiera pensar, en todo tipo de materiales, aunque predominaban el cuero y el látex.

Federico me estuvo explicando un poco por encima para que servían algunos de los artilugios, y después, pasamos a una habitación con ambiente médico, que en realidad podía también servir de quirófano, y en el que, según Federico, con ayuda de una cirujana amiga suya, había llegado a realizar allí mismo alguna amputación de miembros a algún narco que le había hecho alguna putada.

Lejos de asustarme, la idea de ser operada allí mismo, me empezó a poner cachonda, le pregunté por la cirujana, si algún día me la presentaría, y Federico se rio y me dijo que sí, porque era una hermana suya en realidad, que era neurocirujana y que colaboraba con él en sus negocios cuando era necesario.

Federico notó enseguida que me había gustado la sala de torturas, porque sin decir nada más, me agarró del brazo, y comenzó a besarme con fuerza, con ganas, de manera apasionada, yo me dejé llevar, y le pedí al oído que me follase ahí mismo como si fuera una esclava para él.

Federico obedeció sin dudarlo, me empezó a desnudar, él se bajó el pantalón y el calzoncillo que llevaba, sacando a relucir una polla de tamaño considerable y con varios piercings, me dio una bofetada y me ordenó que se la chupara como si fuera una puta, para ver cómo se me daba el sexo oral.

Por suerte hacer mamadas no es algo extraño para mí, cuando iba aún al colegio, tenía fama de hacerlas bastante bien, de

hecho,

mi fama como buena mamadora de pollas se fue corriendo entre los compañeros y algunos profesores, y yo disfrutaba sintiéndome como una putilla.

Seguí la orden de Federico y le hice una mamada, logré que tardara mucho en correrse, y cuando por fin se corrió, me llenó toda la cara y un poco las tetas con su leche.

Nada más acabar de correrse, Federico sacó de su bolsillo de la chaqueta una bolsa con cocaína, me ofreció una raya, que yo acepté, pues no tenía problema en ese momento en meterme lo que fuera necesario, sabía

que,

como futura mujer de narcotraficante, drogarme iba a tener que ser parte de mi rutina diaria.

Federico me puso también un poco de cocaína en mi coño, para que estuviera aún más activa, y me empezó a meter su polla por mi coño, hasta acabar corriéndose dentro de mí.

Nada más acabar de follar mi coño, me dio la vuelta, me colocó unas esposas en las manos y me las esposó a la espalda, y siguió follándome, pero ya por el culo, sin duda Federico sabía de mi gusto por el sexo anal, que casi prefiero frente al vaginal/por el coño.

Federico me colocó una correa y un collar, y me amordazó con una mordaza de tipo dentista, y me fue arrastrando así hasta regresar de nuevo a la casa principal. (Él se había subido los pantalones y seguía llevando el mismo traje que llevaba durante la cena).

Al llegar de nuevo al salón donde habíamos estado antes, Federico me obligó a ponerme de rodillas, se volvió a bajar el pantalón y el calzoncillo y yo ya sabía lo que tenía que hacer, así

que,

con la mordaza puesta, volví a chuparle la polla a Federico.

Él aprovechó para encenderse un puro y para hacer una videollamada con Virginia, su hermana la neurocirujana, una mujer morena, de mi edad, muy guapa, con unas tetas que mostraba a nada que te fijaras un poco en el escote, y que también me pareció, al menos de primeras, tan dulce como me había parecido Federico.

Virginia: -” Ya veo, hermanito que la tienes comiendo de tu mano, bueno, de tu polla, mejor dicho (Riéndose y con una sonrisa irónica)”.

Federico: -” Sí, Virginia, creo que con un poco de adiestramiento y con la ayuda de tu novia, de Sara, que es cirujana plástica, podremos modelar a Ainhoa y convertirla en una puta, que es su deseo más oscuro y más oculto”.

Yo le había comentado a Federico mi deseo de ser mujer de narcotraficante durante la comida del mediodía, así que supuse que ambos hermanos estaban muy unidos y se contaban las cosas el uno al otro con rapidez.

Virginia se dirigió a mí y me dijo que, al día siguiente nos conoceríamos en persona, para empezar unos exámenes médicos y poder comenzar así ella y su novia a trabajar conmigo en mis cirugías.

Al poco de colgar la llamada con la hermana de Federico, él se volvió a correr, yo me encargué de dejar su polla bien limpia y, al acabar, Federico tiró de la correa, me quitó todo lo que llevaba, me dejó unos pantalones cortos de deporte y un top deportivo también para que me los pusiera, y me ordenó que me fuera a mi casa y que estuviera atenta a mi móvil porque él se pondría en contacto conmigo para seguir con

el

entrenamiento.