Ainhoa (Parte número 4).

Cuarta parte de esta nueva historia que estreno en exclusiva y que espero que sea del agrado de mis lectores a los que agradeceré sus comentarios.

Me alojé en un hotel en donde me pasé la noche en vela y casi deseando que un varón oriental bien “armado” entrara por la puerta con intención de, como en el autobús, darme “mandanga”, con más o menos oposición por mi parte, mientras iba sacando provecho de todos mis agujeros pero nada sucedió y tras dormir muy mal, a la mañana siguiente me dirigí en taxi hasta el centro escolar en donde pude firmar el contrato que me ligaba laboralmente con él, me informaron de que debía de iniciar cuanto antes los trámites para acogerme a la doble nacionalidad con intención de que, de acuerdo con la legislación del país, pudiera adquirir la condición de fija y me ofrecieron la posibilidad de unirme a tres jóvenes profesoras llamadas Ariel, Irenka y Zoe, de origen argentino, polaco y australiano respectivamente, para que pudiera residir con ellas compartiendo entre las cuatro los gastos de la vivienda que habían alquilado pocos días antes.

Decidí aceptar el ofrecimiento e irme a vivir con esa mezcla de culturas y de nacionalidades. Las habitaciones del piso eran acogedoras pero, como el resto de la vivienda, muy pequeñas aunque como era lo que había y podíamos pagar con nuestro sueldo, no nos quedaba más remedio que hacernos a ello y contentarnos. Las jóvenes que aún lo tenían reciente se ofrecieron a ayudarme con las gestiones para conseguir la doble nacionalidad y al distribuir las labores domésticas decidieron aprovecharse de que, en principio, iba a tener que impartir menos clases que ellas para que me comprometiera a hacer diariamente las camas, a lavar a mano nuestra ropa íntima y a ocuparme de la comida principal. Lo que no sabían era que la cocina nunca ha sido mi fuerte por lo que pedí a mi familia que me hicieran un envío masivo de legumbres y me harté de usar la olla para hacerlas alubias, lentejas y garbanzos por lo que comieron un día tras otro cocidos, fabadas y potajes que las encantaban y sin importarlas que, con tan elevado consumo de legumbres, se fuera incrementando de manera considerable el número y volumen de las ventosidades diarias que liberaban y que fomentara unas evacuaciones largas y masivas.

Aunque a lo largo del día las cuatro nos veíamos involucradas en una actividad sexual frecuente e intensa, por la noche nos gustaba desahogarnos a nuestro modo utilizando una braga-pene que una de nosotras, por turno, se ponía para, convertida en el ama y señora, obligar a las otras tres a chupar el “instrumento” durante un buen rato antes de que, mostrándonos bien ofrecidas colocadas a cuatro patas, nos lo fuera “clavando” una a una por vía vaginal y anal. Durante aquellas experiencias conseguí que mis compañeras llegaran a sentirse atraídas por la orina lo que me permitió involucrarlas para, en la intimidad de nuestro domicilio, brindarnos la posibilidad de ingerir la “cerveza” de las demás.

Los centros de enseñanza en este país se mantienen con dinero público pero la mayor parte de ellos son propiedad de congregaciones femeninas de tipo místico aunque sus miembros no los suelen frecuentar y dejan su gestión en manos de determinados grupos de personas que demuestran ser sumamente cerdas y tener un buen estómago para convertirse y de una manera literal, en sus “lameculos” al tener que estar siempre dispuestas a lamer a las cabecillas el ojete con su lengua, incluso cuando terminan de defecar.

Estas congregaciones no son católicas pero sus integrantes residen en unas amplias mansiones, generalmente aisladas, que denominan conventos o lugares de retiro y suelen vestir un hábito multicolor ajustado y corto que incluye unos zapatos con unos largos tacones de aguja que no dudan en introducirse vaginal y/o analmente cuándo están calientes con el propósito de darse satisfacción. Las integrantes de la congregación propietaria del centro escolar para el que iba a empezar a trabajar y de otros cinco más, veneran a la lluvia dorada, bebiéndose la orina unas a otras y a la escatología y cuentan con una serie de derechos y privilegios sobre todo el personal de sus centros de enseñanza. Aunque las vacaciones se limitan a un par de semanas entre curso y curso, unos días antes de comenzar un nuevo periodo escolar todos los profesores masculinos deben de acudir a sus mansiones para quedarse en bolas en medio de un patio y lucir sus atributos sexuales ante ellas. Ese mismo día se descarta a un buen número de los educadores al entender que poca satisfacción se puede llegar a obtener de los tíos que, de inicio, lucen una “herramienta” fofa, lánguida y pequeña. A los demás les reparten en grupos de seis u ocho y proceden a sobarles en público y a “cascarles” lentamente el pene al mismo tiempo que les fuerzan analmente con sus dedos para poder ver como se les levanta, como se les mantiene tieso y como les brota la leche. Al terminar de estimularles se ponen de acuerdo para elegir a los mejor “armados” y a los que más cantidad de lefa han echado al eyacular para centrarse en ellos e ir poniendo a prueba su virilidad excitándoles para que la “lámpara mágica” se les mantenga bien erecta y las permita comprobar que son capaces de echar dos o más polvos seguidos o que, después de expulsar una buena lechada, se recuperan con rapidez y no tardan demasiado en estar en condiciones de volver a descargar.

Sintiendo una especial preferencia por los extranjeros, en un par de días seleccionan a media docena de educadores por cada centro escolar a los que obligan a alojarse en el convento con intención de que se ocupen de instruir a las novicias que suelen ser chicas jóvenes que no saben leer ni escribir a las que reclutan en localidades rurales. Las muchachas, a cambio, deben de prodigarse en el “chupa-chupa” con el propósito de recibir en su boca más de un “biberón” diario, en “degustar” e ingerir su orina y su evacuación a medida que va apareciendo por el orificio anal sin importarlas que sea líquida o sólida, en gordos y largos “chorizos” y aprovechar que, excepto durante sus ciclos menstruales, no las permiten usar braga hasta que logran superar su periodo de instrucción para cabalgar una vez tras otra a sus profesores además de ofrecerse, abiertas de piernas, para que los educadores las coloquen en las posiciones que les resulten más excitantes con el propósito de “clavarlas” la picha vaginalmente, joderlas y mojarlas con su leche siempre que lo deseen. Suelen pasar años antes de que puedan cambiar su hábito de color anaranjado por el multicolor de las demás integrantes de la congregación y usar zapatos con tacones de aguja y braga después de haber tomado parte en infinidad de ceremonias de exaltación de la lluvia dorada y de la escatología en las que son penetradas una vez tras otra analmente y vejadas en público por los profesores en plan sádico durante múltiples noches en medio de unos descomunales procesos diarreicos que, además de las intensas penetraciones anales, las provocan los enemas y las lavativas que las ponen antes y después de que los varones las posean por el culo.

Durante el día las novicias deben de entregarse, sin el menor escrúpulo, a los educadores para por la noche participar en las orgías de exaltación de la lluvia dorada y de la escatología y presenciar cómo hacen un legrado vaginal a las chicas que no llevan puesto el DIU y se encuentran en sus días fértiles para evitar que lleguen a fecundar antes de quedar a disposición de las integrantes de la congregación a las que las agrada retozar con los profesores en la intimidad de sus celdas o habitaciones para poder mostrarse ofrecidas colocadas a cuatro patas con el propósito de que las “claven la lámpara mágica” vaginalmente y las echen toda la leche y la orina que quieran para, después, castigarlas los glúteos dándolas cachetes y pellizcándolas mientras las insultan y se prodigan con las molestas “guindillas” hasta hacerlas lucir las nalgas más rojas que un tomate e incluso llegando a ponérselas morada y las meten la “herramienta” por el ojete dispuestos a disfrutar de su conducto rectal con ganas, durante bastante tiempo y de una manera enérgica, sádica, vigorosa e incluso brutal, hasta que dejan a la hembra de turno bajo los efectos de una persistente diarrea líquida. Las novicias, además de ingerir su “cerveza” y “degustar” su evacuación cuándo es requerida para ello, las deben de lamer el orificio anal con su lengua e introducirlas su puño o el palo de una fregona o de una escoba por el ojete mientras está defecando para alargar todavía más el proceso diarreico y el espectáculo escatológico.

C o n t i n u a r á