Ainhoa (Parte número 1).
Nueva historia que estreno en exclusiva y que espero que sea del agrado de mis lectores a los que agradeceré sus comentarios.
Le conocí en el instituto en el que ambos cursamos nuestros estudios. Alejandro ( Alex ), que así se llamaba el muchacho, me pareció todo un cúmulo de virtudes y no tardé en hacer amistad con él. Más adelante, comenzamos a salir juntos y a darnos unos apasionados, intensos y largos “morreos” que Alex solía aprovechar para frotarse en mi cuerpo con intención de que me fuera percatando de lo bien “armado” que se encontraba y de que me animara a mantener relaciones sexuales con él. Llegó a sentir una especial predilección por hacerme permanecer sentada sobre él mientras nos besábamos para poder restregarse en mi culo pero por más que se prodigaba en sus “morreos”, en sus frotamientos y en tocarme el trasero a través de la ropa diciéndome que le encantaba que lo tuviera delgado y prieto, nada sucedió hasta que una noche, en plenas fiestas patronales, decidimos participar con nuestro grupo de amigos en un “botellón musical” que, hasta en los días más desapacibles del invierno, se celebraba la noche de los jueves, los viernes y los sábados en un pinar situado a las afueras de nuestra ciudad de residencia.
En este tipo de fiestas lo más normal era beber más de lo que uno debía lo que ocasionó que, a eso de las dos de la madrugada, mi vejiga urinaria se encontrara tan llena que comenzó a apremiarme para que la “aliviara”. Había visto a otras chicas separarse del grupo con el propósito de, colocándose en cuclillas, hacer sus necesidades entre los coches aparcados a pocos metros del lugar en el que nos encontrábamos o detrás de unos arbustos pero ninguno de esos lugares me pareció lo suficientemente íntimo como para evitar las miradas lascivas de los chicos que nos acompañaban por lo que no me quedó más remedio que internarme en el bosque de pinos. La noche era clara y se veía bastante bien pero me dio miedo ir sola por lo que le pedí a Alex que me acompañara y en cuanto localicé un sitio que me pareció adecuado para mis pretensiones, me separé de mi acompañante y un tanto apremiada, me apresuré a bajarme el pantalón y la braga, me coloqué en posición delante de un pino y sin poder aguantarme más, comencé a expulsar un montón de concentrados chorros de lluvia dorada con los que fui formando un buen río en el suelo.
Me encontraba en plena micción cuándo Alex se puso delante de mí y haciendo que su pantalón y su calzoncillo descendieran hasta sus tobillos, me mostró sus atributos sexuales. Después de haberla “catado” repetidas veces en mi entrepierna y en mi culo me imaginaba que la tenía grande pero me quedé maravillada al verle lucir su gorda, larga y tiesa “lámpara mágica” con el capullo bien abierto y sus gruesos huevos, denotando almacenar una gran cantidad de leche, colgando. El chico, mirándome fijamente, empezó a menearse la “herramienta” con su mano mientras me indicaba que le estaba poniendo muy cachondo el verme orinar. Mi meada, además de abundante, resultó ser bastante larga por lo que me pude deleitar durante unos instantes observando cómo se la “cascaba” a mi salud. Al acabar de expulsar mi “cerveza”, me incorporé y le incité a secarme la raja vaginal con su mano extendida. En cuanto procedió a complacerme, me encargué de estimularle “dándole a la zambomba” con unos movimientos de tornillo bastante lentos puesto que pretendía que aquello durara pero enseguida se le puso inmensa, se le mojó la abertura y le brotó la leche a chorros y con fuerza hacía arriba antes de adquirir una curvatura perfecta para caer y depositarse en el suelo. La gran cantidad de lefa que echó hizo que, además de mojada por sus caricias vaginales, acabara sintiéndome cautivada y encandilada tanto por sus excepcionales y soberbios atributos sexuales como por la espléndida lechada que acababa de verle expulsar. Después de su portentosa descarga y de dejarme de sobar la “almeja”, nos pusimos bien la ropa, nos dimos un “morreo” y volvimos a unirnos a nuestros compañeros de juerga.
A pesar de que, a medida que el alcohol iba haciendo estragos, muchos de los participantes en el “botellón” se despelotaron con el propósito de retozar con unos y con otros sin importarles hacerlo delante de los demás participantes en la fiesta para incitarles a unirse a ellos, esa noche no sucedió nada más pero, a partir de entonces, nuestra actividad sexual fue cada vez más completa. Me encantaba y hasta me halagaba que el chico, al darme “tralla”, me hiciera sentirme una puta centrada en proporcionarle más y más satisfacción sexual. Algunas de mis amigas y compañeras, al ver las facilidades que le daba para que me pusiera “fina”, me indicaron que en pocos meses había pasado de ser una chica estrecha y recatada a convertirme en una golfa salida con la cabeza poco amueblada y los cascos ligeros.
Nuestra relación, basada en el sexo, se mantuvo a cuenta de la frecuente e intensa “mandanga” que me daba. Para que le pudiera estimular más, Alex me hizo vestir una ropa, incluida la interior con sujetadores menguados de tela, ligueros y tanguitas, ceñida, provocativa y sugerente mientras me obligaba a prodigarme en el “chupa-chupa” al mismo tiempo que le hurgaba analmente usando un vibrador a pilas con intención de conseguir que sus descargas fueran mucho más “electrizantes” y masivas y a estar siempre dispuesta a despojarme de la braga y a abrirme de piernas para que, al principio, le efectuara cabalgadas sobre todo cuando él permanecía sentado en los bordes de las aceras de calles poco transitadas y para que, más adelante, me colocara en posición y bien ofrecida con intención de “clavarme” a su antojo su “banana” tanto por el conducto vaginal como por el anal hasta que lograba echarme su leche.
Me gustaba observar que, tras sus portentosas explosiones, la “lámpara mágica” se le mantenía totalmente tiesa durante bastante tiempo lo que, según me explicó, era debido a lo mucho que conseguía excitarle y a las inmensas ganas que tenía de repetir cada vez que se la chupaba o me jodía por lo que empezamos a desarrollar nuestra actividad sexual con la pretensión de que, a base de paciencia y de perseverancia, se habituara a dar dos lechadas seguidas antes de que culminara meándose y la chorra se le quedara a “media asta”. Me excitaba que me la enjeretara por la “chirla” y que me insultara mientras me iba propinando unas buenas embestidas con sus enérgicos movimientos de “mete y saca” de tornillo que me llegaban a complacer tanto y a proporcionar tal gusto que, además de ayudarme a llegar al clímax entre unas impresionantes contracciones vaginales en cuanto me perforaba el útero, me obligaban a demostrarle lo sumamente meona que soy al “aliviar” mi vejiga urinaria en pleno acto sexual.
Pero Alex, a pesar de saber lo mucho que me repateaba y lo desagradable que me resultaba, le empezó a sacar el “gustillo” a metérmela una y otra vez por el culo llegando a hacerlo con tanta asiduidad que era raro el día en que no me poseía por detrás y en plan sádico mientras, echado sobre mi espalda, me manoseaba las tetas y me insultaba llamándome repetidamente y entre otras “lindezas”, cabaretera, calientapollas, cerda, golfa, guarra, fulana, furcia, puta, ramera y zorra. Le estimulaba el poder propinarme unos enérgicos envites anales e ir comprobando lo magníficamente bien que “tragaba” por el culo hasta que conseguía echarme dos lechadas seguidas y se orinaba con lo que, además de comenzar a perder la erección, lograba que se me reblandecía la mierda por lo que, en cuanto procedía a extraerme su “mástil”, me era imposible evitar jiñarme delante de él. El verme defecar le entusiasmaba tanto que, en plena evacuación, me introdujo en múltiples ocasiones por el orificio anal el palo de la escoba o de la fregona para hurgarme con ellos al mismo tiempo que me dedicaba más improperios e insultos con el propósito de, según había visto en algunos vídeos escatológicos orientales, forzarme para que llegara a vaciar por completo mi intestino prolongando la duración de la expulsión de mis excrementos antes de que, sin dejar que me limpiara o de hacerlo él con su lengua, me castigara la masa glútea con sus cachetes y “guindillas” y de volverme a penetrar con intención de seguir disfrutando de mi estrecho conducto rectal para, cuándo se cansaba de poseerme por detrás, abrirme con sus manos todo lo que podía el orificio anal para recrearse realizándome el “beso negro” y el “colibrí” incitándome a pedorrearme en su cara mientras mantenía su lengua introducida lo más profunda que le era posible en mi ojete.
C o n t i n u a r á