Ahora me tengo que ir

¿Dónde está la frontera, la línea que separa los sueños de la realidad? ¿Cómo sabemos cuál es cuál?

Me desperté justo en el momento en que Alicia entraba en la habitación, al parecer me había quedado dormido mientras la esperaba. Ella entró despacio mirándome con esa sonrisa que me cautivó desde el primer momento en que la vi, se había puesto el camisón de seda que yo le había regalado por nuestro aniversario y mientras me miraba se quitó la cinta con la que se sujetaba el pelo en una coleta y la dejó caer al suelo, su larga melena enmarcaba aquel rostro tan amado para mí, con lentitud se despojó del camisón mostrándome la desnudez de su cuerpo perfecto, se detuvo a su lado de la cama, la luz de la luna que entraba por la ventana daba a su cuerpo una palidez de plata y a su pelo una luminiscencia irreal. Se recostó a mi lado y, sin una palabra, me besó dulcemente en los labios al tiempo que acariciaba mi torso también desnudo. Yo correspondía a sus besos con tanto amor y pasión que me dolía el alma, acariciaba su cuerpo con la adoración que sólo una diosa se merece y ella me correspondía del mismo modo. Así estuvimos largo tiempo porque el tiempo no importaba, lo temíamos de sobra, solo importábamos nosotros y el amor que nos teníamos. Alicia acariciaba mi miembro con aquella delicadeza de la que siempre hacía gala llevándome al borde del paraíso para luego hacerme volver a la tierra, ese era su juego preferido, arrastrarme hasta casi el orgasmo para luego dedicar sus caricias a otra parte de mi cuerpo y retrasarlo y alargar hasta la tortura las delicias que sólo ella sabía darme. Yo acariciaba su espalda, deslizaba mis manos hasta sus glúteos y sus muslos y le arrancaba gemidos de placer, besaba sus pechos y lamía sus pezones sabiendo el placer que eso le proporcionaba, luego la tumbé de espaldas y quise besar su vulva y lamer su clítoris, lo que haría que gozara de su primer orgasmo que, como siempre fue silencioso, largo e intenso, solo algún profundo suspiro y los estremecimientos de su cuerpo demostraban el gran placer que sentía. Mientras su orgasmo se prolongaba, yo no dejaba de lamer los labios de su vagina e introducir mi lengua tan profundamente como me era posible, en ese momento mi único deseo era darle todo lo mejor de mí, y eso pasaba por darle todo el placer posible. Mis manos seguían acariciando sus muslos y sus pechos. Cuando los espasmos de su orgasmo se apaciguaron fue ella la que me hizo tumbarme sobre mi espalda, se puso sobre mí, guió mi miembro a su vagina y se lo fue metiendo muy despacio. Siempre me había gustado esa manera que tenía de hacer el amor, pero ese día era algo muy diferente, casi celestial, pensaba yo que el cielo no podía ser muy diferente, y si lo era ¿para qué quería yo el cielo? Me derramé en ella cuando tuvo otro orgasmo, se echó sobre mí abrazándome tan fuerte que me dolía, yo no quería dejar de abrazarla a porque de pronto sentí miedo, miedo de que se acabara. Ella se debió de dar cuenta porque se incorporó conmigo todavía dentro de ella, me miró tan intensamente que me hacía sufrir.

  • Ahora me tengo que ir… y tu debes dejar que me vaya.

Se separó de mí dolorosamente y en la puerta de la habitación se volvió y me dijo:

  • Te querré siempre.

Entonces desperté, sudoroso y con una sensación de vacío en lo más profundo de mi ser. Hacía un año exacto que Alicia me había dejado, había muerto una tarde que me trajo la noche más larga. Había sido un sueño. Un sueño en el me había pedido que la dejara ir. Un sueño… y aún podía oler su perfume, sentir el sabor de su piel en mis labios… y el vacío que me había dejado. Sólo sueño.

Me levante y fui a remojarme la cara y así despejar mi cabeza

Al volver, junto a la cama, en el suelo, vi la cinta del pelo de Alicia.