Ahora me llamo Marcela

Me gustaba vestirme con las ropas de mi mujer. Ahora tengo un hombre que le gusta verme linda.

Esta historia es real, lo que les voy a contar me está pasando ahora mismo. Soy un hombre maduro, de 55 años, bien parecido y en buena forma física. Soy casado y tengo una larga familia que me quiere y respeta y a la que yo correspondo. Mi esposa es una mujer excepcional, pero yo tengo una vida paralela de la que ella no sabe. Desde hace algunos años, y cada vez que puedo, tengo encuentros ocasionales con gays que contacto de diferentes maneras.

Soy pasivo, muy apasionado y mis ocasionales parejas han quedado satisfechas conmigo. Si bien soy muy masculino en la vida diaria, en la intimidad me trasnfiguro y adopto el rol opuesto, el de mujer. Esta excitante situación se hace cada vez más intensa en mí, al punto que hace unos días, con ocasión de un viaje largo de mi mujer, comencé a hurgar en sus cajones y a vestirme con sus ropas, con sus zapatos de tacones, a maquillarme y a ponerme sus joyas. La excitación de verme como mujer, incluso atractiva, frente el espejo me produjo una sensación nueva y morbosa. Disfrutar del roce de las medias de nylon cuando caminaba frente al espejo, el contemplar mi traserito albo solo vestido con portaligas y medias negros me enervó y se fué repitiendo día a día. Como soy casi lampiño y físicamente no estoy nada de mal, no me ví grotesco, sino francamente atrayente.

El cuento es que hace algunos días, conocí a Antonio en el chat, con el que fuí intimando, contandole mis preferencias como pasivo, pero nada le dije de mi travestismo. Sin embargo, él me preguntó si me gustaba vestirme con las ropas de mi esposa. Mi corazón dió un vuelco y le contesté que sí.

De inmediato su interés aumentó y quiso verme, incluso me pidió ser su pareja estable. Pero insistió en que debía travestirme para él. Excitado, le dije que sí y quedamos en vernos al día siguiente. Me compré un conjunto de lencería intima para la ocasión, y esperé la noche. Lo pasé a buscar a su casa y lo traje a mi casa.Estabamos los dos solos y nos aposentamos en mi dormitorio. Me besó en la boca por unos instantes y luego me dice:

-¿Te vas a vestir de mujer para mi?-

Asentí, excitado, pues era lo que esperaba que me pidiera, y lo tomé de la mano.

-Ven, papacito, vamos al cuarto de baño y ayúdame tú-

Allí me desnudé y comencé a colocarme el conjunto de lencería, el calzón sólo tenía un hilo dental y me hacía verme muy sexi. Mientras me ponía las medias negras, lo miré y le dije.

-Y tú ¿no te vas a desnudar?- Asintió y se desnudó, mientras yo completaba mi atuendo. Puede admirar su cuerpo libre de grasa y , sobre todo, su hermoso pene, grueso, de unos 18 cm. Una vez que me puse los zapatos de tacón me acerqué a él, luciendo mi baby doll rojo y me dejé abrazar y besar.

-Ahora te voy a maquillar- me dijo. En el tocador, delineó mis labios con un lápiz y los pintó con lapiz labial. Me miré extasiado en el espejo y me encontré seductora y sensual-Ahora tu eres mi Marcela,- me bautizó,- y eres mi mujer. Me besó en los labios como queriendo absorber todo el maquillaje.

Luego me condujo de nuevo al dormitorio. Yo caminaba delante de él con mis tacones, contoneandome suavemente, mientras él me acariciaba el trasero desnudo, haciéndome sentir deseada. Desde ese momento, me convertí verdaderamente en Marcela y ahora sabía por fín para quién me estaba trasvistiendo .

Nos acostamos y nos besamos por un rato. Luego me pidió que le chupara el pene, para lo cual no me hice de rogar. Comencé una felación suave y profunta, puesto de rodillas en la cama a su lado, mientras Antonio gemía, diciéndome cosas lindas y acariciando mis nalgas con su mano, poniendome a full.Por largo rato le chupé su verga, que apenas cabía en mi boca, pero logré engullirla, de todos modos, haciéndolo gemir de excitación. También chupé sus huevos y pasé mi lengua por su agujero. Antonio gemía de excitación.

Excitada , dejé de chupar, lo besé y le rogué que me penetrara. No se hizo de rogar, me hizo ponerme en cuatro pies en la cama, me untó el orificio con crema y, poniéndose un condón, se colocó detrás mío, con su ariete en ristre.

-Papacito...no me hagas doler...-le rogué-seré tuya, pero sé suave...

-No te preocupes Marcelita, entraré poco a poco...

Colocó la punta en mi hoyito, haciéndome enloquecer, y comenzó a presionar buscando su camino. Sentí algún dolor, pero me relajé hasta permitir que la cabeza entrara. De golpe, yo misma me eché hacia atrás y me engullí toda la hermosa verga. Gemí, al sentirme poseída, llena de mi hombre y comencé a mover mi culito al compás de sus acometidas, alternando la relajación para permitir con la contracción para oprimir la verga enloquecedora. Estuve a punto de acabar de placer, pero mi amado es duro y no acabó, y yo también me contuve.

De pronto sacó el pene y me besó.

-ven, mi amor,-me dijo, quiero que te pongas otras prendas. Lo seguí , sumisa, al baño y me eligió él mismo unas bragas y un sostén del cajón de mi esposa y me ayudó a ponermelas. Me maquilló de nuevo. Yo, por mi parte, me puse un collar y un par zarcillos que tenía a mano. Estaba deliciosamente atractiva. Me besó con pasión, mientras sus manos me acariciaban suavemente.

Me condujo al cuarto de nuevo y, sacándose el condón, me hizo chuparle de nuevo. De pie, a los pies de la cama me hizo ponerme acostada cerca de él y me puso la verga en la boca. Comencé a chuparle con fruición. En eso me dí cuenta que él estaba acariciando y chupando un zapato de mi mujer, lo cual pareció excitarlo mucho, al punto que sentí que se acercaba al clímax.

-¿Puedo acabar en tu boca?-me preguntó en un instante, entre jadeos.

-¡Sí, sí, mi amor-le dije y seguí chupando, hasta que sentí que mi boca se inundaba de semen dulce y tibio, el que me tragué todito.

-Hazme gozar a mí ahora, mi amor-le rogué.Me incorporé, me puse mis tacones y lo tomé de la mano, para llevarlo al baño. Allí me puse frente al espejo, apoyado en el vanitorio y le ofrecí mi culito ansioso. Antonio tuve erección suficiente para ofrendarme su bella verga y la clavó en mi agujero. Gimiendo de placer, sentí sus arremetidas, mientras miraba mi cara viciosa en el espejo, y su rostro amado detrás mío. Con una mano, me masturbé hasta lograr un orgasmo de miedo, intenso y prolongado.

Nunca he sido más feliz que esa noche. Y vamos a repetir la experiencia.