Ahora conociendo a mi nuera.
Me arregle para sorprender a mi hijo, y la sorprendida fui yo.
Me preparé para ir al trabajo, luego del mañanero con mi hijo; iba desconcentrada. Llegué al estacionamiento de la oficina, pero estaba muy caliente. No podría trabajar así. Volví a encender el auto y salí de ahí. Cuando salía alcance a ver el rostro de mi jefe que entraba en su auto, no estaba segura si me había visto, lo más probable fuera que sí, pero no me importó.
Tenía un par de ideas de que hacer, lo había pensado desde que supe que mi esposo se iba a ir, pero no sabía si tendría el valor para ejecutarlas. Ahora sabía que sí. Pero era demasiado temprano para llevarlas a cabo. Pero algo tendría que hacer, fui a Soriana y realice un par de compras. Luego ya como a las 11:00 había abierto una tienda departamental en la que quería comprar otras cosas.
Llegué y fui directo al área de ropa interior, me puse a ver lencería. Como les había dicho tenía muchismos años sin comprar ropa sexy, ropa para el amor; lo que tenía era lo que mi hijo me había comprado, pero quería sorprenderlo con algo nuevo. Me puse a ver. Afortunadamente era tan temprano que la tienda estaba casi vacía. Me acerqué y me puse a ver, ¿qué compraría? Vi las tangas, pero creo que no estoy ya en edad de usarlas, aunque creo tener más o menos un buen cuerpo, ya no estoy en edad. Así que busque algo más conservador.
Encontré un conjuntito que me gustó. Todo era de una tela muy delgada, semitransparente, rosa o purpura claro. Con olanes en las orillas. Tanto el calzoncito como el brasier eran de tiras, es decir que no tenían mucho soporte pero eso lo hacía más natural. Lo tomé y me le medí, así sobre la ropa y supuse que me quedaría bien. Fui a la caja y lo pagué. Luego fui al área de vestidos.
Me puse a verlos, quería algo, también, algo lindo. Luego de buscar un poco encontré un vestido azul, era de tela muy delgada, pero era abierto. Y se cerraba con una banda, lo que lograría que se ajustara a cualquier tipo de cuerpo, dejándolo bien apretadito y mostrando justo lo que quería. Finalmente necesitaba un par de zapatos nuevos. Y no batalle en encontrar lo que quería, un par de sandalias plateadas, con un tacón, no demasiado alto.
También lo pagué y salí de la tienda. Sabía que en el lugar había un spa, o un salón general de belleza y eran cerca de las 12:00, rogué porque estuviera abierto y con poco o nada de gente. Y mis ruegos fueron escuchados.
El lugar estaba vacío, solo las chicas que antendían. Me recibió la dueña, una mujer de unos 50 años, pero muy bien arreglada. —Buenos días— —Buenos días— le contesté. —¿Consintiéndose?— me preguntó. —Algo así…— le contesté. —Muy bien, se lo merece—, me dijo; —¿Qué quiere que le hagamos hoy?—. Pues no lo sabía muy bien. —No sé, hace muchos años que no vengo a un lugar así, o más bien nunca, quiero arreglarme—. La mujer me miró, como si me estudiará… —¿Nuevo galán?— me preguntó así, a boca jarro. Supongo que me puse colorada y de todos colores. La mujer se rió, con una carcajada limpia. —Perdón, a mí que me importa ¿verdad?—, no esperó mi respuesta. —Está usted bien, pero si me da libertad va a quedar espectacular—. Me dio algo de miedo. —Pero… — —No se preocupe, todo lo que le hagamos será de buen gusto y sobrio, pero elegante—. No sabía que decir, era quizá demasiado. —Confié en mí, míreme—. La miré, como les dije era una mujer de alrededor de 50 años, pero se veía muy bien, sofisticada, elegante seguramente todavía haría girar varias cabezas de hombre cuando pasaba, de diversas edades. —Está bien, me pongo en sus manos—. La mujer sonrió ampliamente, con una dentadura blanca impecable.
—Pasé por aquí—. Me guió hasta un cuarto adyacente. Ahí había otras cuatro chicas, vestidas en ropas azules como de enfermaras. —Por favor quédese en ropa interior. Ahí está el biombo—. Avancé casi sin saber que pasaría, me quite la ropa y quedé en ropa interior. Salí, la mujer nuevamente me estudió. —Miré le recomiendo una depilación, un facial, manicura y pedicura, un retoque de cabello. La peinamos, maquillamos y queda usted perfecta—. La voz de la mujer me había hipnotizado, asentí y dijo: —Perfecto—. Encendió una grabadora que empezó a tocar una música muy suave. —Chicas—, dijo y las muchachas como si supieran que hacer se pusieron en movimiento. Me recostaron en una silla como las de dentista que había en el centro del cuarto y una se enfocó de inmeidato en mis pies, otra en mis manos, otra de mi cabello y la última fue por unos instrumentos en otro cuartito adyacente.
La música y las suaves caricias en mis manos, pies y cabeza comenzaron a relajarme. Sin darme cuenta me dio muchísimo sueño. Los ojos simplemente me pesaban. La chica que estaba en el otro cuarto, llegó con la cera. Yo lo noté ya como entre sueños. Pero la chica me habló. —Señora, esto le va a molestar un poco. ¿Por dónde quiere empezar?— Al principio no entendía a que se refería. Luego de un segundo, entendí… “¿Allí abajo?” La chica no se detuvo. —Empezamos por el área del bikini, ¿le parece?—, pero tampoco espero mi respuesta. —Por favor—, dijo insinuando que bajara mi panty. Lo hice, sin pensarlo, sin que me importara que cuatro desconocidas me vieran.
Y bueno nunca había entrado a la moda de la depilación, por lo que creo que las chicas se sorprendieron. La chica tomó unas tijeras y comenzó a cortar lo más largo. Pero antes de que pudiera ver, la chica que estaba trabajando en mi cabello, me dijo: —Señora por favor recueste la cabeza—. Así lo hice, y me puso una especie de antifaz de gel, muy frío. —Esto bajará la hinchazón y ayudará a disminuir las ojeras y las bolsas bajo los ojos—. Sentí feo que me dijeran ojerosa, pero no dije nada. El fresco, la música y la manipulación siguieron haciendo su efecto en mí y volví a quedarme medio dormida. Incluso los arrancones de cera me parecieron suaves, y relajantes. No supe cuanto tiempo paso. Fue muy breve, para mí. Cuando las chicas hubieron acabado la primera parte me levanté.
Las chicas salieron, me quité el brasier y pude verme completamente desnuda. El cambio era ligero pero notable. La mujer, que creo que era la dueña entró. Traía en la mano, mis compras de la mañana, la ropa interior, el vestido y los zapatos. —Póngaselos, para ver que vamos a hacer con su cabello y maquillaje—. Ni siquiera tuve la presencia para protestar, “¿Por qué los había tomado?”.
Me puse la panty sintiendo su suavidad sobre mi piel recién depilada. Me ajuste las correas del brasier. Me puse el vestido ceñido. Los holanes de las pantis se notaban a través del vestido. No lo había pensado. —Para eso son las tangas—. Me dijo la mujer, tenía razón. —Quítatela—. Así lo hice, y una extraña frescura sentía en mi cuerpo. —Mejor—, sentenció la mujer. —Déjame verte—, me pidió y obedecí. Me giré para que pudiera mirarme. Me pasó los zapatos y terminé de vestirme. —Muy bien, ahora pasa por aquí—.
Me sentó en una silla giratoria, frente a un gran espejo, pero dio la vuelta a la silla de tal forma que el espejo quedó a mi espalda, y se puso a trabajar. —Tienes un rostro lindo, lindas orejas y un cuello alargado, voy a recoger tu cabello, para hacerlo más evidente. Tu color de piel es lindo y no tienes muchas manchas, voy a aplicar una base suave y darle un poco de color a tus mejillas y labios—. La miré y adivinó mi pensamiento. —Tranquila, será apenas un toque, nada vulgar, ni exagerado—. Se puso a trabajar, y no sé si en ese salón dejan tranquilizantes en el ambiente, pero de inmediato me empecé a quedar dormida otra vez. La mujer prácticamente tenía que sostener mi cabeza por momentos.
Nuevamente, casi sin darme cuenta, la mujer había terminado. También me había arreglado las cejas, y nuevamente lo que regularmente es un dolor relativo, ese día lo sentí como unas caricias suaves. Giro la silla y me pude contemplar en el espejo. Era increíble. Casi no me reconocí. Era yo, pero como nunca me había visto. El cabello era negro arriba y ligeramente más claro un poco más abajo, pero no mucho, apenas un café caoba precioso. Mis cejas rectas enmarcaban diferente mis ojos. El labial era de un durazno muy suave, al igual que las mejillas. Me encantó, sonreí y me vi diferente. La mujer no dijo nada. Solo fue a una pequeña mesa.
Me levanté y el roce del vestido contra mi cuerpo hizo que recordará que no traía pantis. Me acerqué al escritorio y la mujer puso la pequeña nota, con el importe. La miré y casi me voy de espaldas, era mucho, muchísimo. Nuevamente leyó mis pensamientos. —La belleza cuesta corazón, pero no es nada, tú galán o lo que sea lo pagará con gusto—. Saqué la tarjeta de crédito e hizo el cargo, me encargaría de mi esposo después. Salí del salón sintiéndome otra. Miré la hora, ya eran casi las 2:00 de la tarde… uff se me había ido la mañana, a esa hora, ya quería estar con mi hijo.
Comencé a caminar rápido a la salida del centro comercial, y comencé a notar algo extraño. Algo que no notaba, hace tiempo, los hombres me miraban: jóvenes y no tan jóvenes; con pareja y solos. Me dio una sensación extraña. Creo que mi matrimonio joven me había privado de ver eso, o quizá más que eso fue el descuidarme. Sentir eso me dio un nuevo placer, pero lo que de verdad me desconcertó fue la mirada fija de un hombre. Era un poco mayor que yo, supongo. Tenía el rostro duro, como hombre de campo, vestía jeans, y botas vaqueras, una camisa de cuadros. Y me miró fijamente, sin disimularlo. Yo seguí caminando, intenté ignorarlo, pero su mirada me atraía.
Sentía como la humedad tomaba control de mi cuerpo, pero seguí caminado, pasé frente a él, y me siguió con la mirada: “¡Qué atrevido!”. Pero incluso me hizo —Shhttt—. Ni siquiera lo miré, seguía caminado, intentando no alterar mis pasos. Pero el corazón me latía a cien por hora y mi respiración estaba alterada.
Entré nuevamente a la tienda departamental, en la que había comprado la ropa que ahora portaba y me acerqué a un montón de ropa, extendí la mano y vi como temblaba. Luego de reojo noté que el hombre que había visto afuera de la tienda me había seguido. Me paralicé. —Oye—, me dijo. Lo miré, se llevó una mano sobre el cinturón, lo miré y noté su bulto, era importante. Miré nuevamente su rostro y una sonrisa perversa se dibujo en él. Noté la barba de un par de días, sus pómulos altos, sus ojos color miel, sus labios gruesos. Pero me di la vuelta y me alejé. —Hey—, alcancé a escuchar, pero ya no miré atrás. Salí de ahí de inmediato. Llegué a mi auto y me senté, todavía temblaba y mi corazón latía como si fuera a estallar.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Comencé a calmarme. Encendí el auto y enfilé a casa. Pero mientras conducía la idea de estar con mi hijo, y lo que me acaba de pasar, “Dios santo ¿Qué estoy haciendo?” pensé. Pero ya no podía echarme atrás. Llegué al edificio, eran las 2:40, afortunadamente la mayoría de las personas estarían trabajando y no encontraría a nadie. Pero cuando estaba bajándome del coche, sonó mi teléfono.
Era mi esposo. —Bueno, amor, ¿Cómo estás?— pregunté con una voz quizá más cariñosa de lo habitual. —Bien, te habló porque estamos a punto de irnos, ¿Cómo estás?— —Bien— —Bueno, te hablo cuando lleguemos, en la noche, ¿ok?— Sí, está bien, tengan mucho cuidado, te amo—. Me arrepentí de inmediato de haber dicho lo último, pero ya estaba dicho. Hubo un segundo de silencio, quizá él estaba preguntándose, porque de pronto tanto amor, —Yo también, te hablo en la noche—. —Sí, bye—. —Adiós—. Y cortó. Respiré aliviada. Y comencé a subir, esperaba que mi hijo todavía no hubiera llegado a la casa.
Todo era increíblemente perfecto, lo sorprendería. Pero cuando abrí la puerta del departamento, mi mundo perfecto se vino abajo. Estaban de pie en el centro de la sala de mi departamento, mi hijo, con la chica, con su chica; ambos mi miraron, yo quería sorpréndelo, y la sorprendida fui yo.
Los celos, pero básicamente la humillación se apoderó de mí. Cerré la puerta de inmediato. “Pero que idiota”, pensé, refiriéndome a mí misma. Avancé por el pasillo, pensé en volver al auto, pero a donde iría, ni siquiera podía volver a mi casa. Escuché como la puerta se abría otra vez. —¡Mamá!— escuché el grito de mi hijo. Pero no quería verlo, corrí a las escaleras, las lagrimas, salían ya de mis ojos. Entré a las escaleras, pero mi hijo estaba dos pasos atrás de mí, no podría dejarlo atrás. Me alcanzó. —Mamá, espérate—, me dijo. Lo miré, las lágrimas escurrían por mi rostro, “Destruiré el maquillaje” pensé. —Mamá, no. No llores—. Ni siquiera podía hablar, el sentimiento, se agolpaba en mi garganta. Me abrazó cálidamente y yo me derrumbé. —¿Por qué?— fue todo lo que le pude decir. —Quiero que la conozcas, es una chica muy especial—.
—No, déjame irme—, su abrazo me había calmado, pero no quería conocerla, sería mirar a los ojos mi humillación. —No, ven—. Me tomó de la muñeca, sin hacerme daño, pero con firmeza. No dejaría que me fuera. —Hijo, por favor—, le rogué. Pero pareció no haberme escuchado. Me guió al departamento nuevamente.
Abrió, la puerta. La chica estaba todavía de pie, en medio de la sala, donde la había visto. —Ella es Brenda—. La miré y lentamente me di cuenta de algo. La chica era muy parecida a mí. A mí hace 20 años. Blanca, delgada, pelo negro, con un poco más de senos, pero en lo demás prácticamente igual. Cualquiera la confundiría con mi hija. Me acerqué a mirarla, la humillación había pasado. Verla, era como ver un espejo, más joven, pero un espejo.
La chica sonrió. “Incluso sonríe como yo”, pensé. —Mucho gusto señora, Lalo me ha contado mucho de usted—. Miré a Lalo, pensando “¿Cuánto le ha contado?” pero Lalo no me miraba sin hacer un solo gesto. Caminé alrededor de la chica, estudiándola, como me había mirado la mujer en el salón de belleza. La chica era linda, llevaba unos pantalones de mezclilla apretados, que dejaban ver un lindo trasero y un top negro de tirantes, que no disimulaban su generoso busto y su abdomen plano.
—Lo que usted y Lalo tienen, es muy especial y no quiero entrometerme—. “Lalo le contó” me dije a mí misma. Lo miré pero seguía con el rostro como una máscara. —Quiero formar parte de algo así de especial—. Dijo la chica, mientras levantaba una mano y me acariciaba la mejilla. Nuevamente me quede de piedra.
Lalo me tomó nuevamente por la muñeca, igual suave, pero firmemente. —Vengan, acá estaremos más cómodos—. Me guió hacía mi habitación. La chica, Brenda, nos siguió. Me paró frente a la cama y Brenda se paró frente a mí. Siguió acariciándome el rostro, los brazos. Nunca una mujer me había tocado así. Y era un tacto increíble. Mi esposo y mi hijo que eran los únicos hombres que me habían tocado lo habían hecho en ocasiones delicadamente, pero incluso su toqué más delicado era burdo comparado con lo que sentía.
Sus dedos delicados apenas rozaban mi piel y cada uno de mis bellos respondió. El pelo de mi nuca se erizo y mis pezones se pusieron duros. La chica acercó su boca a mi cuello y comenzó a besarme. Respiré su olor, y también, era un olor diferente. Mi vientre se humedeció casi al instante. Mi hijo se había sentado en un sillón, que habían traído de la sala. Ese sillón no era de ese cuarto, pero ya había dejado de pensar. Desde que estaba con mi hijo eso me pasaba más amenudeo, como si las nuevas sensaciones, que tenía a flor de piel nublaran mi juicio.
Las manos de la chica, me tocaban como sabiendo exactamente lo que quería; lo que necesitaba. Acariciaba mis brazos, mi cintura, mis hombros. Sus labios, me besaba el cuellos, las orejas, las mejillas. Yo cerraba los ojos y sólo la sentía en la piel. “Dios que placer”, un gemido se me escapo y pude sentir la sonrisa de la chica.
La chica tomó la cinta de mi vestido y lo abrió. Sentí mi vientre descubierto. Me quitó el vestido. Sólo tenía el brasier, ligero, hizo que me recostará en la cama así lo hice. Miré a mi hijo. Ya se había sacado el miembro y se estaba masturbando mientras nos miraba. Brenda, se quitó el pantalón y el top. Quedó en una tanga negra que dejaban ver un cuerpo hermoso, aunque se parecía a mí, yo nunca tuve ese cuerpo. Tenía además bajo su seno izquierdo un tatuaje que parecía ser tribal y que se perdía hacía su espalda. Pero la chica se inclinó sobre mí y por primera vez me beso en los labios. Fue un beso increíble, sin prisas, sin la ansiedad masculina, únicamente tierno y apasionado. Mientras me besaba, sus manos recorrían, mi cuerpo. Mi estomago, yo sin darme cuenta, también empecé a acariciarla, sus brazos, su espalda. Su mano, bajo a mi vientre. Sintió mi humedad. Comenzó a frotarme, pequeños movimientos en círculo, eran increíble. Cerré los ojos, sujete fuerte la delgada sabana que cubría la cama.
Sus labios seguían besándome, el mentón, el cuello, comenzó a bajar, mi pecho. Descubrió mis senos, mordió suavemente uno de mis pezones. Ahh comencé a gemir. Beso mi estomago, y siguió bajando. Llego a mi vagina. Empezó a lamer mi clítoris, su dedo índice comenzó a penetrarme, suavemente. Yo ya gemía sin control.
Metió dos dedos dentro de mí, y empezó a moverlos cada vez más rápido. Yo misma acariciaba mis pechos, no podía más, estaba a punto de correrme. Sentí sobre mis labios algo. Abrí los ojos y mi hijo estaba parado junto a mí, era su verga lo que estaba en mis labios. La deje entrar. Comencé a mamarlo. Abajo la lengua experta de Brenda seguía trabajando. De pronto mi hijo explotó en mi boca, un manguerazo de semen, entró a mi boca, fue sólo uno. Y casi al mismo tiempo exploté yo. El orgasmo más placentero de mi vida explotó, inició en mi vientre pero se trasladó a todo mi cuerpo. Y fue tan largo, el tiempo pareció simplemente desvanecerse.
Cuando finalmente, terminó, la chica se levanto gateó sobre mi cuerpo y me besó. Otra vez con pasión. Todavía tenía un poco de semen de mi hijo en la boca y la chica lo saboreó fue un beso más lascivo, más sucio que el primero, pero fue increíble. Mi hijo nos miraba todavía de pie, su pene, ya empezaba a disminuir un poco de firmeza. Las emociones, del día habían sido demasiadas. Otra vez comencé a quedarme dormida, con la chica sobre mi cuerpo, mi hijo a mi lado. Entre sueños, comenzó a remorderme la conciencia, por lo que hacía pero más porque la chica me había dado el mejor orgasmo de mi vida y ella no había terminado. Pero no me pude preocupar mucho, me quede profundamente dormida.