Ahí te encargo a la comadre
Relato que intenta ser jocoso, pero le faltó; trata de las aventuras de un tipo, puedo ser yo, que se enreda en las conflictivas relaciones de una pareja.
"Ahí te encargo a la comadre "
María fue una chica que conocí en mis años mozos, era novia de mi amigo Alfonso y fue por medio de él que la conocí. Al principio me caía muy mal por sus actitudes de "chica sabelotodo" y porque como tenía buen cuerpo era más creída aún, pero al paso del tiempo nos hicimos amigos y terminé siendo su paño de lágrimas, pues conmigo se quejaba de todo lo que hacía o no hacía su novio Alfonso: "fíjate que es un tacaño, no me compra nada, ni le gusta gastar cuando salimos", "Alfonso no me llevó a pasear ahora que fue mi cumpleaños", que no era atento, ni cariñoso, que nomás insistía en llevarla a un hotel, que no la hacía sentir nada: "no sabe besar el muy tonto", y más y más. Y por supuesto con frecuencia daban fin al noviazgo, pese a lo cual terminaron, al paso de los años, casados.
Por su parte, Alfonso sabía de mi cercanía con su novia y estaba conforme, pues confiaba en que siendo yo su confidente, no iba a terminar acostándome con ella y por el contrario serviría a sus intereses para que María regresara con él cada que terminaban relaciones.
En una de las eventuales rupturas nos hicimos amigos más cercanos, salíamos al cine, a cenar o simplemente a tomar café en la Zona Rosa. En una de esas salidas fuimos al cine y a mitad de la película Mary se puso romántica, recostó su cabeza en mi hombro y se me repegó, yo accedí a abrasarla y momentos después ya nos besábamos con pasión, ambos con los alientos calientes me permitió acariciar sus firmes pechos y quedamos con las bocas pegadas y ensalivadas hasta que terminó la función. Claro que al salir iba toda apenada, sin decir palabra, y al dejarla en la puerta de su casa me insistió: "por favor, que no se entere Alfonso de lo que hicimos en el cine". A ese primer faje siguieron otros, ya con más confianza María se despojaba de su sostén en los sanitarios del cine y así era más fácil acariciarle sus ricas tetas, eso la calentaba al máximo pues luego de algunos minutos permitía que le metiera la mano bajo el vestido para tocarle su pepa sobre el calzón y con los dedos, de la mano izquierda, acariciaba con suavidad la carnosa y húmeda pepa sobre la cual notaba sus vellitos sedosos, hasta que ella bufaba junto a mi cuello al venirse, eso sí, nunca me dejó traspasar con mis dedos la barrera de su panty.
A veces nomás nos tomábamos un café en Sanborn´s y luego fajábamos cerca de su casa. Junto a un gran árbol nos abrasábamos ya con las bocas pegadas, ella metía entre sus piernas una de las mías y se frotaba, refregando su bajo vientre contra mi pierna, mientras yo le acariciaba con los dedos de ambas manos los duros pezones de sus chiches firmes y paraditas, minutos después ella se venía casi gritando de placer, pero dejándome con el miembro bien erecto. Esta situación me molestaba y se lo hice saber: "no es justo que tú termines y yo no, me haces sentir mal, de veras, será mejor que si no quieres hacer el amor conmigo, no me calientes". Ella se quedó pensativa. Luego de esa ocasión dejamos de vernos varias semanas, hasta que un nuevo "rompimiento" con su novio la hizo llamarme por teléfono, salimos al cine; pero antes, de nuevo, me volvió a contar sus desventuras con Alfonso.
Pero para ese nuevo faje María me sorprendió, pues ya a oscuras en el cine y mientras ella me besaba su mano derecha abrió mi pantalón para hurgar en busca de mi pene erecto y aunque no demostraba mucha práctica, rodeó con sus deditos el tronco y se dio a subir y bajar su mano sobre él, siempre atisbando con sus ojitos en la oscuridad de la sala para evitar que alguien cercano a nosotros se percatara de su sabrosa maniobra, hasta que a los pocos minutos mi verga eyaculó sobre su mano; claro que ella también se calentó, pues sus besos de "lengüita" se hicieron más apasionados, lo mismo que su aliento, más calido y agitado. Cuando terminé de venirme María me besó un oído y me dijo: "¿ahora si estás contento, chiquito?", tal vez se refería a que me había dejado descargar mi semen y no me había dejado frustrado y con "el rabo parado".
Otro día platicábamos sobre su negativa a dejarse meter mano, pues la chica por nada del mundo me había dejado meterle ni siquiera un dedo a su pucha, no obstante que estuviera bien caliente, y pretextos no le sobraban: "es que nunca me ha gustado que me metan mano, tengo miedo de agarrar alguna infección, hay muchos bichos o microbios y me puedo infectar de algo; además no siento nada, me da cosa sentir que algo extraño está ahí hurgando en mi cosa, ay no!, que feo, mejor nos besamos rico y me tocas las tetas". De nuevo dejamos de vernos.
Pasaron varios meses y un domingo en que iba con mi novia Alejandra en el Metro me encontré a María, claro que me echó ojos de pistola al verme con otra mujer, pero al menos fingió; nos platicó que ya definitivamente había roto con Alfonso y que "mejor sola que mal acompañada", ni mi novia ni yo le creímos nada.
Me costó trabajo acceder a salir de nuevo con María, pues Alejandra estaba mejor de cuerpo y sobre todo le encantaba coger, nomás salíamos de su casa y corríamos en busca de un hotel, donde nos encerrábamos el sábado temprano y salíamos hasta el domingo por la tarde, agotados de tanto coger, pero aproveché un transitorio enojo con Alejandra para quedar con María para tomar café y platicar. Durante dos horas soporté sus amargos reclamos por su noviazgo con mi amigo y por fin cuando íbamos caminando cerca de la Alameda rumbo a un café ubicado sobre la avenida Tacuba, sin querer nos metimos en el lugar equivocado y cuando me percaté del error ya estábamos frente a la recepción de un hotel; María contuvo el aliento y se puso pálida pero no salió corriendo de ahí, nomás se acercó a mi para decirme en voz baja: "por dios, debes creerme que nunca antes he venido a un lugar de éstos, júrame que me crees", yo asentí con movimientos de cabeza apurado en tratar de sacar del pantalón el dinero suficiente para pagar, pues para rematar nos habíamos metido en el hotel De Cortés, uno de cinco estrellas.
Ya con la llave del cuarto en la mano los dos íbamos con las piernas temblorosas subiendo la escalera, pero en el primer descanso nos besamos con pasión y así, con las bocas pegadas seguimos subiendo y llegamos a la habitación y con prisa, casi furia, nos desvestimos y rodamos en la cama; entonces caí en cuenta de lo buena que estaba María: su cintura estrecha y sus prominentes caderas, la firmeza de su carne y las nalgas duras y paradas, sus chiches pequeñas pero firmes y sobre todo la pelambrera rizada de su sexo; y por fin cuando ya más calientes los dos nos metimos bajo las sábanas ella en voz baja me dijo: "nunca lo he hecho, soy virgen", esa inesperada confesión me contuvo, pues nunca antes había hecho el amor con una virgen y pensé que todo iba a resultar un fracaso, pero fue al revés, pues cuando estuve entre sus piernas abiertas apuntando con el miembro a su rajita peludita y mojada y se la dejé ir, primero despacio, poco a poco, no encontré obstáculo alguno, sino por el contrario una panocha húmeda y caliente, apretada si pero succionante y fácil de coger.
La primera vez lo hicimos yo arriba, montado en ella, bombeando su viscoso sexo con mi pene bien duro, arremetiendo firme pero a la vez suave, e incrementando los movimientos conforme ella se iba calentando más; luego abrazándola y mamando sus senos de pezones café oscuro mientras le removía en círculos el miembro en su, ahora si, pepa bien abierta hasta que terminamos al mismo tiempo o casi, pero ella estaba feliz, sorprendida de que hubiera sido tan rico. Descansamos un poco, pedí al servicio de bar dos cubas y unos bocadillos, ella se metió al sanitario a darse un baño ligero y al volver dimos cuenta de un club sándwich y las cubas y casi sin percatarnos ya estábamos listos para un nuevo encuentro.
Ella propuso: "¿ahora me dejas a mi arriba?" y me montó, y para ser primeriza demostró bastante iniciativa, pues cabalgaba como toda una experta: apretando su pelvis sobre mi con sus piernas y bien clavada en mi verga, subía despacio para luego dejarse caer con fuerza abriendo las piernas para tragarse todo el miembro; o bien culebreando su cintura sobre mi verga bien metida en su sexo, en tanto que le retorcía los pezones con los dedos y nos besábamos con lujuria; total que María se vino dos veces de esa forma hasta que me sacó la leche entre gritos de placer: "más, dame más leche, quiero tu leche chiquito lindo", luego quedamos desfallecidos ella sobre mi, suspirando quedamente.
Luego vinieron las preguntas y aclaraciones. Mientras me fumaba un cigarro María aclaraba: "te juro que es mi primera vez, no se por qué no sangré, pero debes creerme, nunca antes me había acostado con un hombre"; luego: "oye ¿siempre eres así?, digo, ¿siempre haces de esa forma el amor?, porque no se, me han contado, que los hombres siempre terminan rápido y no como tú, duraste mucho, además eres capaz de hacerlo varias veces, me hiciste muy rico, sentí algo increíble". No quise averiguar, pues si ella sabía o imaginaba que por lo general, los hombres tardan menos que las mujeres en venirse, era porque ya tenía bien andado el camino, pero al menos traté de que se quedara tranquila, eso si aclaró: "como sea, tú debes tener mucha experiencia con mujeres, me trataste muy bien, con razón Alejandra no te suelta, condenado", ya no le contesté.
Más tarde nos metimos al baño, eran casi las diez de la noche y no quería llegar muy tarde a su casa. Ya bajo la regadera jugamos un rato, y terminamos calientes, pues le besé su pepita casi diez minutos y ella hizo sus primeros intentos en la mamada. Ante la evidente calentura le propuse que lo hiciéramos en la taza del baño: yo sentado y ella sobre mi a horcadas dándome la cara; así lo hicimos y fue una experiencia memorable para ambos, pues de esa forma María tenía la libertad de moverse, subir, bajar, y saltar sobre mi erección, hasta que nos volvimos a venir. Claro está que tuvimos que volver a bañarnos, pues los líquidos su sexo tenían un olor sumamente penetrante. Al final de nueva cuenta sus juramentos acerca de su virginidad virtual y los halagos acerca mis destacadas dotes amatorias.
De esa forma me anduve cogiendo a la novia de mi amigo, siempre aprovechando las temporales separaciones de esa pareja, que un día estaban contentos y al siguiente ya se estaban "agarrando del chongo". Durante un año y medio me encamé a María una o dos veces cada quince días, o sea que ella desquitó con creses sus enojos con su novio y yo desquité hasta el último centavo invertido en esa vieja santurrona pero muy caliente al final de cuentas.
Al término de ese periodo me encontré con María a las afueras de una oficina gubernamental, había ido a tramitar las placas de mi coche y me cruce con ella a la salida. Platicamos dos o tres minutos y al final me soltó la noticia: "mira, me urge platicar contigo, quiero que sepas que ya no podremos vernos, y no debes insistir, pues me voy a casar con Alfonso dentro de dos meses y debo serle fiel". Un tanto apenada aceptó que nos metiéramos a un motel sobre la carretera federal a Cuautla, "pero sólo para platicar ¿eh?, ya no podemos hacer nada de nada", aclaró. Yo acepté sabiendo de antemano que terminaríamos ensartados de nuevo.
Así, primero platicamos:
--"Ay no se qué hacer, Alfonso se va a dar cuenta que ya no soy virgen, ¿ahora qué hago?".
--"No me digas que no hacías el amor con Alfonso", le pregunté.
--"Ay no, cómo crees, bueno casi no, o más bien al menos no como le he hecho contigo, ay no se, ya me hice bolas, no se, no me acuerdo", dijo María toda confundida.
--"A ver, a ver, ¿si o no?, lo hiciste o no, te lo metió o no, habla claro", le dije en tono firme.
--"Cómo quieres que te diga, ay no se , bueno, es que él no lo metía completo, no se si me entiendas, sólo la puntita, si, ¿me entiendes?, sólo un poco, en la entrada, ahí terminaba y el semen quedaba en mis pelitos, no adentro, ¿me entiendes?, ponía la cabecita de su palo en la entrada y se movía poquito, le llegaba la leche y ya, eso era todo, te lo juro, a mi apenas me hacía cosquillitas".
Pues si la entendía, María se echaba puros palitos de "entrenamiento", no cogía a plenitud, bueno, según ella, pues a estas alturas había descubierto que era bastante mentirosilla.
Luego de un rato ella misma encontró la solución a su dilema: "oyes, y si hago coincidir la fecha de la boda con mi regla, así cuando esté con él me saldrá sangre, a lo mejor cree que es la de mi virgo, ¿crees que funcione eso?". Ya ni le contesté, la jalé a la cama y nos empezamos a calentar a besos, luego ya ambos desnudos y ardiendo de pasión me la cogí de "patitas al hombro": ella acostada boca arriba con sus piernas abiertas y una de sus pantorillas en cada uno de mis hombro, mientras yo le taladraba la pucha con mi pinga erecta, sordo a sus ruegos de que ya no quería, hasta que me vine con furia, echando chorros y chorros de semen en su pucha olorosa a animales marinos y llena de jugos.
Más tarde, recuperados del primer palo, la empine en la orilla de la cama, para hacerlo de "a perrito", o más bien ella misma se acomodó, pues cuando la jalé para que se volteara, solita paró las nalgas frente a mi diciendo: "tú dime como me pongo, no se como quieres, tú dime yo no se", pero ni caso le hice, le separé un poco las piernas e hice que reculara un poco más, para hacer más ostensible su peluda panocha. Así se la dejé ir y me la estuve cogiendo un buen rato, haciendo chocar mi pelvis contra sus nalgas, chaz, chaz, chaz; luego le removía la verga dentro de su pucha y ella gemía de placer, luego de nuevo chaz, chaz, chaz, hasta que se vino, pero yo no.
La dejé descansar sin sacarle el miembro y luego de unos minutos ahí voy a de nuevo, pero quería una variante: le daba dos o tres metidas de fierro, luego se lo removía adentro y luego se lo sacaba, para repasarle la verga erecta entre sus nalgas, abriendo sus glúteos carnosos y macizos con mis manos y tocando con mi garrote su rosado y apretado ano, luego volvía a metérselo en la pucha y así varias veces, hasta que en una de esas ella me fue guiando: "si lo quieres hacer por atrás, me vas a lastimar, no lo hagas, por favor", yo seguía jugando con mi pito en su culo; ella insistía: "mira que me vas a lastimar, no lo hagas, siento rico, pero me da miedo, mira que no, si lo haces me voy a enojar contigo", ya ni caso le hacía: le metía el tronco en la pucha, ahora abiertísima, para luego repasarle el palo por el culo, hasta que ya no dijo nada, solita se acomodó cuando le apunté el glande en el cerrado ojete, suspiró profundo, apreté la verga en el culo con fuerza y oh sorpresa!!!!, mi pinga se fue sumergiendo lentamente en su cola. Su culo estaba apretado, muy apretado, al grado que el anillo de carne que rodeaba mi verga me producía un agudo dolor, pero se lo seguí metiendo, María calladita aguantaba la verga, hasta que ambos quedamos pegados, quietos, sin casi respirar, empero la sensación era indescriptible: la calidez de su intestino, la deliciosa sensación de estar dentro de ella, en fin, que me empecé a mover, primero quedito, delicadamente, mirando como mi verga al salir se llevaba con ella la carne de su culo, y al contrario, al arremeter lo que quedaba de los pliegues del culo desaparecían como siendo tragados por el agujero, antes rosado, ahora rojo del culo de la novia de mi amigo, hasta que me la empecé a coger fuerte, rápido, aprovechando que el hoyo de María había dado de sí, y ya mi verga entraba y salía con singular alegría del cuerpo de esa vieja mentirosa. Al final cuando eyaculé y le fui sacando el miembro, el culo de María quedó abierto chorreando leche, y cuando ella lo apretó, todavía otro chorrito de semen escapó de su culo haciendo ruiditos al cerrarse.
--"Te di mi cola, sólo tú haz accedido a ese lugar tan íntimo y secreto, creeme por favor, mi ano era virgen, lo juro, y ahora fue tuyo, sólo tuyo", dijo ella suspirando amorosa junto a mí. Sonreí en silencio pensando: "tú no tenías vírgenes ni los hoyos de las orejas".
De regreso a la ciudad María iba callada, en silencio, tal vez con remordimientos por haberle sido infiel a su futuro marido, aunque no creo: "no se que vamos a hacer, no podemos seguir viéndonos, entiende, ya no me hables ni me busques, que soy capaz de suspender la boda con Alfonso para casarme contigo", me dijo Mary. Yo casi solté la carcajada, pues por una parte yo no la buscaba para ir a coger, era ella quien siempre me llamaba; luego estaba lo de la boda: ella no iba a ser capaz de dejar a Alfonso y yo menos aún de casarme con ella, a pesar de que cogiera muy rico, pero me contuve asegurándole que no nos volveríamos a ver hasta el día de la boda.
Por fin la fecha del casorio llegó, en el inter María me había llamado varias veces, "es que estoy muy nerviosa por la boda, y quiero platicar con él", les decía a mis hermanas, quienes ya sospechaban que esa mujer me andaba soltando las nalgas. Pero al ver salir de la iglesia a María y a Alfonso, vestidos elegantemente y muy felices y abrazados pensé que al fin me había librado de esa chica tan rara, mentirosa, media loca, muy religiosa pero súper caliente. Pero mis cálculos fallaron.
Ya casados, cuando no era Alfonso, era María quien me llamaba para compartir sus desaveniencias conyugales y pleitos de pareja, me contentaba escuchando para al final recomendarles que ambos pusieran de su parte para llevar su matrimonio en paz, pero nunca pudieron. Al final del primer año, Alfonso me visitó para pedirme que fuera el padrino de su primer hijo, pues María estaba por dar a luz, y así fue, me convertí en compadre de esa pareja de inadaptados.
A unos meses de haber nacido mi ahijada, una hermosa niña por cierto, una tarde María me llamó con urgencia: "tengo que hablar contigo, ya no aguanto a tu compadre, no se qué hacer", dijo la mujer sollozando. Me negué a ir a su casa, pero fue inútil. Una hora después ahí estaba yo, sentado en la sala tratando de consolar a María, que con lágrimas en los ojos me decía: "Alfonso es un borracho, no hay día en que no llegue de madrugada cayéndose de briago y oliendo a perfume barato; es un desobligado, además ya ni me toca, tiene tiempo que no me hace el sexo; me tiene abandonada y nada le importa, ni siquiera su hija", y pujidos y lágrimas, y más pujidos.
Y como no queriendo la cosa, la abracé para consolarla, ella siguió lagrimeando en mi hombro y yo dándole palmaditas de consolación, hasta que sin querer mi otra mano le empezó a acariciar una pierna, primero por encima del vestido, luego por debajo; María dejó de sollozar para decir: "hmmm, no lo hagas por favor, mira que somos compadres, debes respetarme y respetar a tu ahijada, no, mira que no, me voy a enojar, de veras no quiero, que no, ya te dije", luego solita paró la boquita para recibir el primer beso; para cuando iniciábamos el segundo María se recostó en el sofá abriendo las piernas, subiéndose el holgado vestido y bajándose los calzones, y ahí en el lugar de los sollozos y las lágrimas me cogí a mi comadre, que cuando sintió la dureza de mi garrote alzó las piernas hacía el techo y con un hondo suspiro me recibió en su jugosa cueva y cuando sintió que ya la tenía bien cogida, rodeó con sus piernas mi cintura, apresándome contra ella y moviendo su pelvis en círculos.
La comadre se vino pronto, luego de unos minutos, cuando ambos casi brincábamos en el sillón, de nuevo le llegó de nuevo el orgasmo y para cuando mi verga echaba leche en su pucha, María se había olvidado de sus pesares con Alfonso. Luego de bañarnos, pues la peste a sexo lo hacía necesario, quedamos en que yo hablaría con su marido para tratar de hacerlo entrar en razón. La mujer me dio de antemano las gracias, pero no supe si por interceder ante su marido o por haberle dado la sabrosa y necesaria cogida que ya le urgía.
Esa misma tarde esperé a mi compadre a la salida de la fábrica. Fuimos a tomar unos tragos en un bar y él me dio su versión de los hechos: "mira compadre te agradezco tu preocupación por lo que pasa entre María y yo, pero las cosas no son como ella dice. ¿Sabías que trabajo doble turno para poder cumplir todos los caprichos de tu comadre?, ¿no verdad?; ¿Qué no le hago el amor?, pues cómo si todos los días llegó molido de cansancio; ¿Qué la tengo abandonada?, si apenas la semana pasada la llevé de fin de semana a Acapulco, y claro, a veces me echo mis alcoholes, pero sólo así aguanto a tu comadre, nomás llegó a la casa y se le ocurren cosas: que vamos a cambiar las cortinas, que quiero una estufa nueva, que cómprame ropa, mientras mis zapatos ya tienen agujeros, no se vale compadre, María nomás chinga y chinga". Alfonso tenía razón, y a modo de consolación esa noche nos emborrachamos.
Parecía cuento no nunca acabar. En un intento por apartarme de los pleitos entre mis compadres me cambié de casa, bueno la verdad me fui a vivir con una de mis novias, Catalina, de profesión enfermera, con quien por cierto confirmé la fama de putas que tienen las que se dedican a ese trabajo, pues ya como su amante de planta me confesó que todo el hospital donde trabajaba había pasado entre sus piernas, desde el director del nosocomio hasta los camilleros, todos disfrutaron de su moreno y delgado cuerpecito. Caty era súper caliente y le fascinaba el miembro, a todas horas, de todos tipos y tamaños; no le importaba que hubiéramos cogido por la mañana antes de salir al trabajo, a media mañana me llamaba para quejarse que andaba con la pucha ardiendo y que no tardara en regresar a la casa, pues "ya me urge tu pinga papacito".
Pese al distanciamiento María siguió empeñada en buscarme, no se si para seguirse quejando de su marido, o para que me la siguiera cogiendo, o a la mejor para las dos cosas, ya ni sé. Pero hasta en el trabajo me importunaba con sus llamadas llenas de pujidos y gemidos lagrimosos, luego tenía que ir primero a consolarla y luego a empinarla para darle lo que su marido no le podía dar por cansancio. De esa forma, al menos una vez cada quince días tenía que ir a visitar a María para tenerla sexualmente contenta y que ya no le cargara tanto la mano al compadre Alfonso. Así pasó el tiempo, ocho o diez años, o más, no lo recuerdo bien.
Un sábado por la tarde, en que ya de nuevo "soltero" y en mi antiguo departamento estaba estrenando a una muchachita cajera de un Cinemark: 23 añitos, alta y delgada, nalgas duras como el concreto, tetas talla 34 copa C, sonó el teléfono en el justo momento en que Cristina se empalaba a mi verga para iniciar un sabroso "palo encebado", y cuando ella se clavó por completo y gimió de placer, volvió a sonar el aparato, estiré la mano --mientras la chica subía y bajaba en mi miembro con singular alegría-- para tomar el teléfono; contesté tratando de mantener el ritmo de la cogida y cuando los gemidos de Cristina se hicieron gritos alcancé a escuchar la voz del compadre Alfonso: "¿eres tú compadre?, que son esos ruidos, mira compa, ya no aguanto a María, hace días pedí mi liquidación en la fábrica y con el poco dinero que me dieron me voy de "mojado" a EU, ahí te encargo a la comadre, a´i nos vemos" y colgó mientras la cajera estaba brinco y brinco con sus "aaahhhh, hhhaaahhhh, mmmhujjjjmmm, más, más", gozando de la verga; en ese momento cerré los ojos para venirme --y llenar de leche la panocha de la chica que seguía brincando sobre mi-- y al mismo tiempo en un gesto de resignación, pues tenía ante mi la "tremenda" responsabilidad de cuidar a la comadre María y mantenerle en paz la entre pierna. Ni hablar.
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