Ahh, lujuria! (IV: El otro final)
Llegados aquí, debo decirles la verdad. Es cierto que lo anterior fue el final, pero el final previsible. Hubo otro final, impensado e imprevisible, para el cual yo no estaba preparada. Es duro, es horrible, es repugnante, pensarán algunos y hasta yo misma tal vez lo habría pensado si hubiera leído algo así días atrás. Los / Las muy susceptibles, tal vez, no deberían continuar leyendo.
Lo voy a decir de una aunque resulte chocante: lo hice con mamá. Se la chupé, me la chupó, ambas bebimos mutuamente de las dos, la concha de mamá en mi boca, mi concha en la boca de mamá. Locura ?. Luego e incluyendo a Alberto en la conversación analizamos cómo fue, qué nos pasó que fuimos capaces de llegar a semejante extremo.
Veamos: al principio lo atribuímos a la habilidad de Tali para conducirnos, pero él lo negó rotundamente; nos dijo clara y sinceramente que él jamás había ni imaginado ni pensado que algo así podía ocurrir. Lo atribuímos a calentura, simple pero eficaz recurso. Sin embargo, mamá aseguró que no fue eso, que jamás deseó hacerlo con otra mujer. De mi parte tampoco alcanzaba a encontrar explicación válida; es cierto que lo había hecho alguna vez con mujeres y que también ello me daba placer, pero jamás pensé ni imaginé ni en mis más altos vuelos que podría llegar a ser amante de mi propia madre. Porque para mí, el sendero del amor y de los afectos en la sangre discurre por caminos que no se tocan ni son paralelos a los caminos del contacto amoroso.
Finalmente, todos alcanzamos a convenir en una sola explicación, en una sola palabra: luxury, lujuria en el estado más puro. Fue la única razón o explicación que pudimos encontrar.
¿ Quieren ver la película, la que captaron mis sentidos y se guardó en mi alma ? Retomen el hilo donde lo dejé en el capítulo anterior.
Los tres quedamos física y mentalmente agotados. Sudados, los cabellos enmadejados, las manos pegajosas. Pensé para mí: necesito un largo, largo baño. Me levanté, busqué una esponja húmeda en la cocina y ese líquido repara alfombras, volví y reacondicioné como pude el lugar, mientras los nuevos amantes hacían comentarios graciosos sobre el tema. Me voy a hidratar, vienen ? pregunté, tomando dirección hacia el baño.
En este punto se me ocurre que puede ser útil una pequeña digresión sobre arquitectura. Nuestro departamento es de los antiguos, modernizado pero con habitaciones espaciosas; dos años atrás hicimos con Esteban una pequeña reforma y la habitación inmediatamente contigua a la nuestra la subdividimos: una parte es ahora vestidor y guardarropa y la otra parte amplió el baño, donde colocamos una de esas bañeras circulares gigantes, con ese sistema de aires ¿ cómo se llama? Hidro masaje o algo así. Hacia allí fuimos.
Vacié mi vejiga primero y luego me dejé envolver por una reconfortante ducha de aguas cálidas. Tras de mí y haciendo el mismo circuito se acercaron primero Alberto y luego mamá. Cada uno con su jabón crema en la mano, Tali fue el primero en empezar pidiéndole a mamá que le frotara el jabón en sus espaldas y a mí que lo hiciera en su frente. Lo fuimos haciendo, lentamente, disfrutando, descendiendo. Por debajo de su cintura, enjaboné el miembro y también sus testículos, deslizando mi mano por entre sus piernas.
Me dí cuenta que mamá le enjabonaba las nalgas y que también lo recorría cuando mis dedos se tocaron con los de ella, por entre las piernas de nuestro amante. Nos arrodillamos casi al mismo tiempo y frotamos sus muslos, una por delante, la otra por detrás, mezclándonos a la hora de acariciar sus interiores; él se dio la vuelta, dejando su miembro frente al rostro de mamá, tal como antes lo había tenido frente al mío. Comenzamos a ascender y le prodigué mil caricias en su trasero, mientras mamá gozaba del placer de sostener los cojones en sus manos. Me estaba excitando nuevamente, pero el físico, mis fuerzas estaban extenuadas y lo sabía, así como también sabía que Alberto tampoco daba para más ya que su pene permanecía sosegado.
Completamos la tarea y quedé yo al medio. La misma operación. Mamá acarició mis nalgas y mi hendedura mientras Tali enjabonaba mi raja y luego siguieron abajo. Tali me besó allí, un beso pequeño pero electrizante; me dí vuelta y Tali abrió mis nalguillas hurgando con sus dedos sin penetrarme. Mamá frotó mi vagina con su mano dos, tres veces y luego se incorporó. Cosa extraña no me turbó, porque todo se desenvolvía en un clima suave, natural: sólo estábamos reconfortándonos con el agua tibia que recorría y con las manos que se deslizaban acompañando el fluir del agua.
Nuevo cambio y le tocó a mamá. Me dio un pequeñisimo escalofrío acariciar sus nalgas y otro al darse la vuelta y permitir que mi mano se colara entre sus piernas; casi como en ese momento aflojó un poco las rodillas haciendo que su entrepierna fuera más accesible y, por entre los muslos, vi que las manos de Tali también la estimulaban como antes lo había hecho conmigo, tocando el arillo sin penetrar, y luego mis dedos se cruzaron con los de él, que buscaban la entrada de la vagina. Me erguí y acaricié con el jabón sus senos (que hermosas tetas, pensé, pero no lo dije) y los envolví y se los dejó envolver. Chicos, no sigan, por favor, susurró. No seguimos. Nos enguajamos y jugamos con el agua, repartiéndonos salpicaduras y dejando el baño hecho un verdadero desastre. Tomamos toallones, nos envolvimos y volvimos al dormitorio a terminar de secarnos; me dejé caer en la cama, agotada pero feliz.
Mamá trajo té y bocadillos para todos: estábamos hambrientos. Luego, nos volvimos a tender en la cama, mamá y yo, conversando, mientras que Alberto se sentó en el silloncito del dormitorio, observándonos y escuchando nuestra conversación. Yo quería saber si ella realmente se sentía feliz por el paso que había dado y, mientras la acosaba con preguntas le acariciaba fraternalmente una de sus manos. Recordamos que Alberto estaba con nosotras cuando se incorporó del sillón viniendo hacia nosotras, exhibiendo otra erección; obviamente, se la había meneado hasta dejarla casi lista mientras que nosotras, concentradas en nosotras mismas, no le habíamos prestado atención.
Bromeamos: ¿ todavía te queda algo ?, pregunté. Unas gotitas para el último, contestó, al mismo tiempo que llegó con su herramienta en mano y presionó sobre los labios de la boca de mamá. La veterana piola en que se había convertido mi señora madre abrió los labios y le envolvió el glande, para inmediatamente dejarlo libre, provocándolo. Giró, puso su vara en dirección a mí y copié a mamá. El juego se extendió algunos minutos, los tres cada vez más cachondos, las dos intentando comerlo cada vez con más avidez.
Poco a poco el fue descendiendo y en un momento él acarició con el extremo de su miembro un pezón de mamá y yo, al tratar de alcanzarlo, sorbí de ambos; y lo volví a hacer. Y..., y...., mi mano bajó y busqué en mi misma mientras que una mano de mamá me tomaba por la nuca y el pezón de mamá se irguió y el seno de mamá fue más importante que el miembro de mi amante y... me salí de cauce.
Sorbí un seno, luego sorbí del otro, volví a mi infancia, busqué con mi mano su sexo, me tumbé sobre ella, sellamos nuestros labios, descendí, busqué su sexo con mi boca, sorbí de su sexo, la penetré, la besé, le aferré las piernas, me aferró la cabeza, me aprisionó, me liberé, volví a ascender, me dio vuelta brusca, vehementemente, se abalanzó sobre mis senos y me hundió su mano en mi entrepierna, la mojó, la subió y la puso en mi boca, me bebí a mi misma de su mano, algo más salpicó mi cara y más abajo, mi cuello, ella lamió el semen que nos regalaba nuestro amante y posó su boca en mi boca, la incorporé con violencia, nos abrazamos, nos invertimos, mi boca en su concha, mi lengua y mis dedos haciéndola mía, su boca en mi concha, su lengua y sus dedos tomando posesión de mí, ella arriba, yo abajo, abiertas, yo arriba, ella abajo, abiertas, en mi desesperación volví a girar, me arrodillé sobre ella, de frente, mi concha sobre su boca: la cogí, me la cogí a mi propia madre, le dí todo lo que tenía y más, quería seguir dándole más aunque no tuviera, me empujó, caí, subió sobre mí, frente a mí y ella me cogió y me cogió, su concha golpeando con frenesí en mi cara, me dio, me entregó lo que tenía y lo que no tenía también hasta que yo misma, en un último resabio de fuerzas, empujé y logré que se desplomara a mi lado, exhaustas las dos.
Sólo largo rato después volví a tierra. Agotada, entreabrí los ojos para encontrarme con la expresión de asombro absoluto dibujada en el rostro de Alberto que había vuelto hacia atrás, a recostarse en el sillón.
Ahora sí tiene sentido la palabra, pensé, en voz alta. Con este final imprevisible e insospechado, tiene sentido.