¡Ah, los jóvenes!
Una mujer ha de solucionar un problema de su hijo adolescente.
Hubo una época en la que mi hijo, ya más que adolescente, lo pasó fatal por culpa de algunos compañeros que le herían al comentarle lo buena que yo, su madre, estaba.
No quedaba ahí la cosa porque además le decían que clase de obscenidades harían con mi cuerpo. Esto, no sólo lo ha sufrido mi hijo; a mí por la calle ha habido hombres que me lo han dicho, pero yo ya estoy acostumbrada. Peor lo pasaba él.
No obstante, la raíz del problema residía en un compañero en concreto; el gallo de la clase al que todos corean y aplauden en sus tonterías. El individuo en cuestión era un macarra repetidor de varios cursos que de sobra colaba los dieciocho. Altanero, presumido, jactancioso y fanfarrón tenía convencidos a sus amigos de que hacía ya que dejó de ser virgen y que lo había hecho con más de una decena de mujeres.
Como fuera que el chaval, al que llaman León, no está mal y ofrecía la garantía de ser mayor de edad, decidí tomar cartas en el asunto determinantemente. No soy de chicos, me van los hombres. Pero aquel resultaba un hombre, lo cual dudaba, y lo hacía callar haciendo salir a flote su honradez masculina o bien resultaba un niñato al que chantajear con hacerle pasar vergüenza.
No resultó difícil atraerle a mí casa una tarde en la que me hallaba sola. Le pedí ayuda con las bolsas de la compra y en su interior anidó más que probablemente la esperanza de entrar conmigo a casa. Se dio la circunstancia, pero empecé a notar su miedo y nerviosismo en cuanto empecé a insinuarme. El pobrecito dijo que tenía la boca seca y fuimos a la cocina para que tomase agua. Tras el trago le bajé la bragueta y saqué su pene, durito en esos momentos de expectación. Frente a él, no hice otra cosa que desabrochar mi minifalda y dejarla caer por mis piernas, hasta mis tobillos. En ese instante, al verme así, el desgraciado se corrió. No niego que tengo bonitas piernas, pero me dio mucha rabia por varios motivos. El primero porque me estaba empezando a excitar y esperaba gozar esa tarde, el segundo porque en resumidas cuentas un mierda como aquel le estaba amargando la vida a mi hijo. Pero eso se acabaría: o lo dejaba en paz o le contaba a sus amigos que las mujeres le ponían nervioso. Logré de este modo mi propósito.