Agua caliente
Cuerpos fibrosos y mojados, mallas muy estrechas y ajustadas. Una combinación irresistible que llevará a un joven nadador y a su instructor a practicar el mejor de los ejercicios dentro de la pileta.
Agua caliente
Era muy tarde, y en la enorme pileta del club ya no quedaba nadie. Sólo Aníbal y su instructor, practicando los movimientos para depurar la técnica hasta lograr la perfección, condición imprescindible si el joven nadador quería ocupar algún lugar en el podio en las próximas competencias.
El practicante braceaba una y otra vez, deslizándose en el agua con una plasticidad que marcaba cada una de las fibras de su proporcionado físico. Los brazos poderosos, la espalda ancha que terminaba en una fina cintura, el trasero firme y redondo, las piernas largas y fuertes; cada parte de su cuerpo se movía con una gracia que causaba deleite.
Pero después de horas ininterrumpidas de ejercicio la fatiga comenzó a hacer mella en el estilizado muchachito, y cada tanto los movimientos perdían su perfecto sincronismo.
" ¿Qué pasa? ", preguntó el entrenador con un gesto adusto.
" Por favor, basta por hoy. No doy más! ", suplicó Aníbal.
El instructor lo miró con dureza. Pero tenía que admitir que el chico había entrenado fuerte, y decidió dar por terminada la rutina por ese día.
" Esta bien. Vamos a aflojar ".
Sintiéndose muy cansado después de estar tantas horas nadando, el muchacho se acercó a la parte baja de la piscina, y tomándose del borde se paró arqueando el cuerpo y bajando la cabeza para aflojarse. Entonces, como siempre lo hacía, el instructor se metió en el agua y comenzó a masajearle suavemente los músculos de la espalda a su alumno, causándole una mezcla de placer y dolor.
Por enésima vez, Aníbal se inquietó al sentir sobre su piel las manos fuertes de su entrenador, al tener tan cerca el físico escultural del atleta devenido en instructor.
Por enésima vez, el apolíneo entrenador intentó controlar sus impulsos ante la vista de ese culo redondo y firme, ante el contacto de esa piel suave y perfumada que sus manos recorrían con más deleite que profesionalismo.
Nervioso, Aníbal trataba de pensar en otra cosa, más que nada para apaciguar su miembro que empezaba a abultar notoriamente en el diminuto slip. Pero sus ojos insistían en lanzar miradas furtivas al cuerpo del entrenador, regodeándose con la vista del pecho amplio, los muslos poderosos, la entrepierna voluminosa que prometía un mundo de delicias . . .
El instructor intentaba controlarse. Pero sus fogosos treinta años se veían azuzados por los descaradamente incitantes dieciocho años de su discípulo, y como nunca antes le había pasado, la irresistible tentación comenzó a empinar su gruesa verga debajo del ajustadísimo short de lycra que vestía. Quiso evitar el bochorno ante su alumno, y para desaparecer de la vista del muchacho no se le ocurrió otra cosa que ubicarse detrás de él, casi rozando las deliciosas nalgas.
Fue un error fatal.
Nunca supo si fue el vaivén del agua, o un movimiento ¿involuntario? del chico. Lo cierto es que su endurecido paquete hizo contacto con el prieto y exquisito trasero . . .
. . . y Aníbal gimió.
Por unos segundos que perecieron eternos, ninguno de los dos se movió. Después, muy lentamente, el instructor descendió con sus palmas por la espalda del muchacho hasta llegar al perfecto culo, y comenzó a acariciarlo. Luego metió sus fuertes manos debajo de la elastizada tela, bajó con toda suavidad la mínima malla, y cuando las blancas nalgas estuvieron al descubierto debajo del agua comenzó a introducir sus dedos en el apretado hoyito del chico: uno, dos, hasta tres dedos se perdieron de a poco en el interior de esa cueva deliciosa . . . que pedía algo más.
Aníbal, con el cuerpo arqueado por el inmenso placer que estaba sintiendo, dejó que su entrenador explorase su húmeda caverna sin oponer resistencia. Cuando los dedos salieron de su culo, el muchacho supo lo que vendría. Entonces apoyó sus brazos en el borde de la pileta, recostó la cabeza sobre ellos, y alzando más la cadera ofreció su precioso tesoro al hombre que desde hacía tanto tiempo deseaba.
Con una mueca de placer en su rostro, el instructor acomodó la cabeza de su enhiesta tranca en el rosado anillo de carne del muchachito, que se abrió anhelante para dejar paso al ariete de carne. El hombre empezó a empujar suavemente, dejando que el estrecho canal se adaptase poco a poco a la gruesa herramienta. Una vez que la roja cabeza estuvo dentro, bastaron unos pocos movimientos para que la durísima tranca del entrenador se alojara por completo en las entrañas del alumno. Entonces el hombre rodeó la estrecha cintura de Aníbal con un brazo, y con el otro comenzó a pellizcarle suavemente los pezones haciendo que al chico se le erizase la piel.
El entrenador pegó sus fuertes muslos a los del muchacho, y apoyando su pecho contra espalda del chico inició un rítmico bombeo acompasando el movimiento del agua que lamía incansable los cuerpos de los amantes. El instructor jadeaba, y mientras su boca mordisqueaba cada tanto el cuello del jovencito, su polla continuaba taladrándole el esfínter, dilatándolo cada vez más.
Aferrado al borde la pileta, Aníbal sofocaba quejidos de placer mordiéndose los labios. En su nuca sentía la respiración agitada del instructor, que poco a poco había ido aumentando la velocidad de la bombeada hasta sacudirlo violentamente con cada embestida.
" Por favor, no se . . . detenga!! ".
Un ronco gemido y los latidos en la verga anunciaron la corrida del entrenador. El hombre apretó aún más la cintura del muchacho atrayéndolo hacia sí para enterrarle hasta el fondo su instrumento, y después comenzó a descargarse abundantemente en el interior de esa caliente cavidad. Entonces Aníbal sintió en sus entrañas una andanada de ardientes y copiosos trallazos, y alcanzando el clímax dejó que su verga derramase su blanquísima lefa en el agua.
Mientras los corazones recuperaban la calma, el entrenador besó tiernamente la oreja de su alumno al tiempo que le decía:
" Es suficiente por hoy, sé que estás cansado. Pero si quieres, mañana podemos practicar esta . . . técnica . . . de nuevo ".
Y un Aníbal transportado de placer, agotado pero anhelante, murmuró con voz jadeante:
" ¡No, por favor! Ya no estoy tan cansado! Sigamos practicándola . . . ahora! ".
"C omo quieras ", respondió sonriendo el instructor. El estímulo era tan grande que la verga del hombre se empinó de nuevo rápidamente. Entonces la acomodó entre las nalgas del jovencito, empujó con suavidad y comenzó a bombear otra vez, reiniciando con el vaivén de su cuerpo el rítmico oleaje en las tranquilas aguas de la pileta.