Agridulce despertar

Pequeño paréntesis en mi historia... arrebato que he tenido en un domingo melancólico como cualquier otro.

Duermo plácidamente con la luz de las once de la mañana invadiendo mi habitación. Me llega un mensaje al móvil, me despierta y lo leo; me alegra a la vez que me hace sentir triste. Quiero seguir durmiendo, los domingos están para descansar, dejo el móvil sobre la mesa y cierro los ojos tratando de dormirme otra vez.  Noto que te apoyas en la cama sólo con la palma de las manos y una rodilla,  y me das un beso en la nuca, me estremezco y sonrío…  susurro un “quédate”.

Te tumbas  del todo, detrás mio. Tu cuerpo se amolda al mío, en posición fetal, me encanta dormir así. Esta noche he dormido desnuda, y noto la suavidad de tus pechos y tu vientre sobre mi espalda, tu pubis recostado en mi trasero y tus piernas tras las mías. Tu mano derecha va a buscar la mía, y entrelazas tus dedos con los míos. Tu otra mano juega con las ondas de mi pelo y alterna caricias por toda la geografía de mi espalda. Sigo con los ojos cerrados y mi respiración está algo acelerada; el simple contacto contigo me hace estar llena de placer, no quiero parar este momento de calma, tranquilidad y cariño. Sigues con tus suaves besos en mi nuca, mi cuello y llegas hasta casi mi oreja, vuelvo a sonreir y me acomodo, me amoldo todavía más a tu cuerpo, sólo quiero sentirte más. Tu mano derecha, acompañada de la mía, recorre con su índice mi abdomen, de arriba abajo y de abajo a arriba, acaricia mi seno derecho, roza su areolas y me roba un pellizco en el pezón; suspiro y me vuelvo a  estremecer.

Quiero girarme para observar tu cara de buena mañana, pero con tu cuerpo me retienes, y no me dejas, “déjate hacer, no seas impaciente”, me susurras al oído; sigues con tus besos en el cuello que me hacen enloquecer, pocas veces he estado más a gusto.  Vuelvo a oír el teléfono, todavía con los ojos cerrados te suelto la mano derecha, alargo el brazo y lo agarro; entreabro los ojos, es otro mensaje. Siento algo raro detrás mio, más bien, no lo siento; dejo el teléfono en la mesilla y voy a buscar tu mano a mi vientre. No está. Ni los besos, ni las caricias. Me doy media vuelta y mi cama sigue vacía, igual que hace un rato. “Buenos días Laura” murmuro hacia mí misma con tono rencoroso, hacia mi subconsciente.