Agosto II

Continúan las vacaciones con mi familia política. Recomiendo leer la primera parte para tener todos los datos y disfrutar más de éste.

AGOSTO II

La felicidad que se reflejaba en mi cara ese domingo por la tarde era más que evidente. El resto de la familia apuró el día de playa, y Carlota alargó la siesta, tanto, que mientras la vorágine de toallas y otras ropas viajaban de ser sacudidas a la lavadora, se repartían los turnos de ducha o se hacía intenso el olor de las cremas protectoras después de un largo día al sol, ella bajaba al salón recién duchada. Su sonrisa era deliciosa. Se le notaba que había dormido a gusto. No podía apartar mis ojos de ella durante la cena, era algo casi descarado, así que de vez en cuando, me recreaba en la espectacular figura de mi cuñada Marta, que con un vestido de andar por casa me ponía a cien también. Mi otra cuñada, Elvira, también estaba preciosa, pero me seguía produciendo un rechazo enorme. Carlota estaba radiante esa noche iba a ser la reina de todas las fiestas a las que fuera. Habían llegado ese mismo día dos amigas suyas y tenían muchas cosas que contarse, Marta, después de la fiesta del sábado por la noche, no estaba con muchas ganas de salir.

  • ¿y cómo piensas volver?, María y Laura viven al otro lado del pueblo, y yo no voy a ir a buscarte.

-No te preocupes mamá, que me acompañan a casa y luego se van juntas.

  • ¿y si no te acompañan? Y si una de las dos quiere irse antes… Yo no voy a bajar a buscarte.

Elvira siempre dando facilidades. Me ofrecí a que si se daba el caso me llamara y bajaría yo a buscarla. Mi suegro también se ofreció, y Elvira dio su aprobación a regañadientes. La hermosa figura de Carlota, se perdía tras la puerta del jardín de entrada a la casa. Un nuevo mensaje llegó a mi móvil,

“me esperarás despierto?????”

Tras la cena, mi suegra se marchó a la cama a leer, mi suegro y Elvira, se fueron al salón a ver la televisión, y yo me quedé con Marta en la terraza fumando un cigarro y tomando una cerveza. A mi cuñada, a pesar de sus 23 años le daba apuro fumar delante de su padre, por lo que me pidió un cigarro para ir a la terraza del piso de arriba.

-Claro que sí, cojo un par de cervezas y te acompaño.

Me contó los planes que tenía para el curso siguiente, quería seguir formándose académicamente después de haber terminado la carrera, estaba realmente ilusionada, y estaba tremendamente bella. A pesar de la poca luz, una vez las pupilas se acostumbraron a esa situación, la figura de Marta se veía impresionante. La escasa tela del vestido, dejaba marcar sus formas lo suficiente para que me pusiera encendido. Sentado frente a ella podía intuir cómo sus ojos negros se iluminaban hablando de sus planes futuros. Vi mi rostro reflejado en la ventana de su habitación, y cambié el gesto instintivamente, la cara de “¡qué buena estás!” me delataba, además, pensar en el espectáculo que me ofreció aquella ventana hacía apenas dos noches, me volvió a excitar. Sin darnos cuenta, llevábamos más de una hora charlando, y Marta se fue a la cama, estaba cansadísima. Yo le dije que me quedaba, que hacía una noche fantástica… Lo que no le dije, es que tenía un mirador privilegiado para observarla mientras se desnudaba antes de dormir. Escuché el ruido de la cisterna y vi cómo se apagaba la luz del pasillo, el espectáculo estaba a punto de comenzar… Pero mi cuñada no encendió la luz de su habitación, cansada como estaba se levantó el vestido, se deshizo del sujetador, y se metió a la cama directamente. Las sombras que llegaban a mi retina eran tan excitantes como las imágenes que había visto el viernes. Una silueta de mujer en todo su esplendor, y esos pechos redondos por los que suspiraría cualquiera. Bien caliente me había dejado. Encendí el último cigarro del día y me apoyé en la barandilla para tratar de ordenar en mi cabeza todo lo que había pasado. Escuché un leve sonido, agudo, que provenía de la parte de abajo, pensé que era alguna ardilla, y recorrí la terraza para asegurarme. Los sonidos se hacían más repetidos, de forma casi rítmica… un lejano ruido ahogado, casi ronco, hizo que se desvelara el misterio. Era el timbre grave de mi suegro… A sus 65 años todavía quedaba fuego en aquel corpachón. Al principio casi me ruboricé de imaginar a mis suegros en aquella situación, pero a los pocos segundos tuve una sensación reconfortante.

Terminado el cigarro, me dispuse a ir a la cama. De repente al girarme algo llamó mi atención. Había llegado hasta el otro extremo de la terraza, y la cortina de la habitación de Elvira tenía una rendija suficiente como para filtrar la luz. Me acerqué con una mezcla de curiosidad y desgana, pero como casi siempre, gana la curiosidad. Allí estaba, semi-tumbada en la cama, con un libro entre las manos. Al principio me pareció que iba completamente desnuda, pero solo era una sensación, ya que el color de sus braguitas era prácticamente como el de su piel. Los pechos que había visto lejanamente en la playa el día anterior, los tenía ahora a tres metros escasos. Eran pequeños, pero firmes, los pezones no eran tan pequeños como los había intuido desde la terraza del bar, no eran muy anchos, pero tenían una longitud notable, y una forma cilíndrica realmente bonita, las areolas apenas sobresalían del diámetro de sus pezones. Con su melena corta sobre la almohada, Elvira se veía como una heroína nórdica. Pero ¿qué estoy haciendo? Me dije, me estaba empalmando viendo a la bruja aquella. Sí, tenía una tremenda erección, y más aún cuando empezó a juguetear por encima de sus braguitas. Yo acompañé aquel gesto de mi cuñada, jugueteando también con lo mío. Ella aumentaba el ritmo sin dejar de leer, de pronto se apartó a un lado la fina tela que cubría su sexo y dejó a la vista parte de su vulva. Tenía vello, pero muy cuidado, el tono no era tan claro como el de su cabeza, pero sí que era más bien rubio. Pude apreciar los generosos labios menores que sobresalían espectacularmente por encima de los mayores, con un color rosa intenso. Elvira soltó el libro y aceleró los movimientos, su cabeza caía contra la almohada cada poco tiempo, paró, metió sus dedos bajo el elástico de la única prenda que llevaba puesta, e hizo el gesto de bajársela, volvió a sacar los dedos, se giró y apagó la luz. El show había terminado para mí. Estuve unos minutos intentando oír algo, pero no hubo suerte. Tumbado en mi cama me masturbé con tanto placer, que eyaculé encima de mi pecho y tripa. Tenía que ducharme, tenía calor y estaba pegajoso por mis propios fluidos. Mientras estaba bajo el grifo, pensé que algo nos echaban en la comida en esa casa, estábamos casi todos a cien. Cerré el grifo y escuché como si la puerta del baño acabara de cerrarse. Posiblemente eran imaginaciones pensé, pero la camiseta no estaba en el pomo de la puerta como la había dejado si no en el suelo. No, no eran imaginaciones, a alguien más le había podido la curiosidad.

Mi sueño era ligero aquella noche. A pesar del meneo que me había dado en esa misma cama, la perspectiva de lo que iba a ocurrir cuando llegara Carlota, hacía que mis calzoncillos se vieran abultados. Casi a las cuatro de la mañana, el leve sonido de las sandalias de mi sobrina sobre el parqué del pasillo hizo que me levantara como un resorte. Me dio un beso en la mejilla y se metió al baño. No tardó mucho en salir,

-Ese beso de buena chica que me has dado, me ha sabido a poco.

-Estoy cansada tío Germán, además acaba de venirme la regla, no estoy para muchos juegos.

-Está bien preciosa, hasta mañana, que descanses.

¿Qué había ocurrido en esas escasas seis horas, para lo que se prometía como una noche loca de lujuria se hubiera convertido en un que descanses? Muy mal lo tiene que llevar cada mes, pensé, pero no me sorprendió, debía ser algo genético, ya que mi esposa pasaba dos o tres días bastante malos.

Las siguientes jornadas transcurrieron entre miradas furtivas a mis compañeras de playa y la distancia con Carlota, que se fue agrandando cada vez más. Apenas la veía, pasaba el día con sus amigas, y el miércoles tuve más datos para ir encajando lo que estaba sucediendo. A Carlota se le veía feliz el poco tiempo que estaba con nosotros. Paseando por el centro del pueblo la vi de lejos, con sus dos amigas y dos chicos, uno de ellos la cogía de la mano y a veces de la cintura. El amor de verano, ese era el motivo de su actitud. Había sido maravilloso lo sucedido la semana anterior con ella, pero esto hacía que se terminara de raíz, quizá era lo mejor. Por las noches seguía intentando colarme visualmente en las habitaciones de mis cuñadas, pero no volví a tener oportunidad. Esa noche me desperté con un ruido procedente de la terraza, al principio me asusté, pero fui a ver que era, solo acerté a intuir una sombra casi imperceptible cuando me levanté de la cama, al llegar a la terraza ya no había nada. El jueves hacía muchísimo calor, en la playa apenas se aguantaba, pasaba más tiempo en el agua que en la arena, y más todavía en el paseo marítimo.

  • ¡Germán!, ya te has recuperado del sábado?

Era Andrés, siempre tan oportuno, charlamos un rato, y me invitó a salir con unos amigos en un pequeño barco que tenían, iríamos cerca, quizá hasta el islote que se divisa desde la playa y poco más, comida, bebida, buena conversación y baños desde el barco, qué más se podía pedir. Me dijo que me llevara a quién quisiera, que había sitio para 6 o 7 más.

En la comida propuse el plan para el día siguiente, mis suegros declinaron la invitación, mi cuñada Elvira estuvo extrañamente amable y me dijo que lo sentía, pero que mañana llegaba Felipe y quería esperarlo, Marta no aguantaba medio minuto en un barco parado sin marearse. Era una excursión habitual entre los jóvenes acercarse en kayak hasta la isla, y la última vez, se mareó al llegar, en parado, esperando a las demás amigas. Carlota por su parte, también tenía excursión mañana, precisamente en kayak. Así que decidimos que me llevaría a mi hijo y mi sobrino.

El día era perfecto, nos embarcamos con Andrés y sus amigos, en total diez personas, había otros dos niños, así que los chicos se lo pasarían en grande, navegamos un rato, hicimos la comida, tomamos algún vinito y nos dimos varios chapuzones. Fondeamos junto al islote, había bastante gente, pero era un sitio agradable. Después de comer Andrés y otros tres se pusieron a jugar a cartas, a mí es algo que no me entretiene, los chicos se intercambiaron juegos en la zona interior, y algún otro se tumbó a dormir la siesta. Me acerqué a la cubierta de popa a fumar, podía ver perfectamente la playa del islote, había gente, con sus sombrillas, sus bocadillos en papel de aluminio, gente con bañador y gente sin él ya que era una playa frecuentada por nudistas, un poco de ejercicio con el kayak y un sitio maravilloso para tostar todo el cuerpo al sol. Una pareja se besaba apasionadamente en el agua, apenas tenían la cabeza fuera, estaban lo suficientemente lejos de la orilla como para que nadie les viera claramente. Me fijé en ellos, y descubrí que era Carlota, al chico no lo conocía tanto, pero podía apostar a que era el que agarraba la cintura de mi sobrina el otro día. Verla así me excitó, la imaginación se me disparó, y cogí unas aletas, unas gafas y un tubo y me lancé al agua. Todo lo sigilosamente que pude me acerqué a ellos a una distancia que rayaba lo imprudente, no notaron mi presencia, tenían sus sentidos puestos en otro lado. Desde donde estaba y bajo el agua, respirando por el tubo de plástico, pude ver claramente como aquel chico metía mano a Carlota, metía su mano bajo el diminuto bikini rosa, y ella no se quedaba atrás, sacó el pene erecto del muchacho, era de similares dimensiones al mío, quizá un poco más ancho, pero más corto. El mío luchaba por salir del bañador. Había conseguido liberar un pecho de Carlota de la parte superior del bikini, y fruto de la temperatura del agua, se le veía un durísimo pezón. El chico apartó la braguita del bikini y yo pude ver algo que no era nuevo para mí. Torpemente acercaba la punta a la entrada de la vagina, pero tuvieron que dar unos pasos más atrás para tener mejor apoyo y que la maniobra tuviera éxito. Por fin logró su objetivo, y tras unas pocas embestidas, el chico se apartó y soltó un generoso chorro blanco que flotaba bajo el mar. La mano de mi sobrina se recolocó la braguita, él intentó introducir otra vez la suya, como queriéndole compensar por lo breve de la experiencia, pero no se lo permitió, vi como aquel precioso culo, que iba escasamente cubierto por un bikini rosa, se alejaba hacia la orilla. Volviendo al barco pensé que tenía que hablar con Carlota, que tenía que ser consciente de lo innegociable que es a su edad el uso del preservativo.

Subí las escaleras del barco aturdido y nuevamente excitado. Me fui al baño directamente y me masturbé con ganas. No pude quitarme la imagen de la cabeza en toda la tarde. Llegamos al puerto y Andrés propuso salir a cenar y dar una vuelta para tomar unos tragos. La idea me pareció genial. Al llegar a casa saludé a mi cuñado Felipe que estaba terminando de deshacer la maleta. Le invité a que viniera a cenar con nosotros, ya que él también es amigo de Andrés, y además había fiestas en el puerto. Me dijo que no, que estaba cansado y se quedaría en casa. Supongo que tenía mejores planes con Elvira. Me despedí de todos y me marché. Nos lo pasamos como niños, cada sitio al que íbamos disfrutábamos como cuatro adolescentes, y eso que todos habíamos cumplido ya los 40. En el puerto había un ambiente tremendo, música en directo y numerosas barras al aire libre. Estábamos en lo mejor de la fiesta, y todavía mejoró más. No lejos de mí apareció Marta con un pantalón vaquero corto ajustado y una camiseta de tirantes con amplio escote.

  • ¿Qué tal cuñado?, vaya ambientazo que hay.

Nos pusimos a hablar y hablar, tan a gusto estábamos, que nos despistamos de nuestros respectivos amigos. Nos metimos en un bar bastante tranquilo para cómo iba la noche. Marta arrastraba ligeramente las eses, se notaba que había bebido casi hasta el límite de su lucidez, estaba muy desinhibida, incluso me contó detalles de las relaciones que había tenido. Bailamos, y cada vez se acercaba más a mí. La situación empezaba a superarme, por un lado, tener ese pedazo de cuerpo rozándose con el mío, era de lo mejor que me podía estar pasando en ese momento, pero por otro, Marta había tomado alguna copa más de la cuenta, y no me pareció la circunstancia más oportuna. Empecé a notar el cansancio acumulado de todo el día, y en cuanto insinué que quería irme a casa, mi cuñada me contestó que ella también, que así nos íbamos juntos. Eran ya las 5 de la mañana y nos acercábamos a casa a través de las vacías calles de la urbanización. Marta se paró y me miró,

-Por qué no me das un poco de eso que le das a mi hermana.

Sabía perfectamente lo que me estaba pidiendo, pero me hice el tonto, y le pregunté que a qué se refería. Sin mediar palabra se me abalanzó . Sus pechos grandes pero proporcionados se aplastaron contra mí. Sus pezones casi me hacían daño, estaba caliente y yo también. Bajé mi mano por su culo hasta llegar al final del vaquero corto que llevaba e intenté meter la mano bajo éste. Pero me retiré de golpe. No podía seguir. No en esas condiciones de inferioridad de Marta. No le iba a hacer ascos a una mujer así, pero no de esa forma. Ella balbuceó algo ininteligible, le repetí varias veces que no, que era mejor que nos fuéramos a dormir. Balbuceando y de mala gana, conseguí que llegáramos a casa. Todos dormían. Marta quería algo distinto y tras muchos esfuerzos logré que se fuera a su habitación y se metiera en la cama. Carlota se despertó. A ella también le balbuceó algo sin que pudiera entender lo que decía, finalmente se metió en su cama y se durmió de inmediato. Carlota me preguntó si íbamos a ir hasta una ciudad cercana con ellos, una excursión que hacen casi todos los años para ir de compras, a comer a algún buen restaurante, visitar un par de sitios y volver a la tarde. Le pregunté a qué hora saldríamos, y cuando me dijo que a las nueve de la mañana, el gesto que hice mirando mi reloj dejó claro que no estaba por la labor de ir.

Sudando a chorros me desperté con la cabeza un poco dolorida. Eran las 11 de la mañana, y los excesos del día anterior se hacían notar en mi cuerpo. Habían dejado preparado el desayuno. Sobre todo tomé líquidos y subí a ducharme. El líquido ingerido y el agua que caía sobre mí, estaban teniendo un efecto reparador. Oí la puerta del baño abrirse, tan nítidamente que pensé que quizá estuviera mal la cerradura y lo del otro día fue un accidente. No fue un accidente, la voz ronca con la que se había levantado Marta me lo confirmó.

¿Qué haces aquí Marta?, me estoy duchando

-Es la única forma segura que tengo de que no te vas a ir y vas a escuchar todo lo que tengo que decirte.

Trataba de taparme como buenamente podía. Aquello también me excitó, y cada vez era más difícil esconderme.

-Sabes que alguna vez he soñado que hacía el amor contigo?, y que cuando me he despertado mojada y caliente me he masturbado hasta que mi brazo no daba más de sí. Sé que no está bien pretender acostarme con el marido de mi hermana, pero es algo que me supera. Siento lo que pasó ayer, había bebido y el alcohol hizo que ese deseo aflorara libremente, te preguntarás por qué te digo esto aquí dentro, en el baño mientras te duchas, pues bien, aparte de que me sería mucho más difícil en un sitio donde pudieras levantarte e irte, la idea de verte tal como eres me ha pasado por la cabeza muchas veces. Es un “capricho” que me he dado, a partir de ahora cuando vuelva a soñar contigo tendré más piezas del puzle encajadas. Siento lo de ayer.

Casi automáticamente separé mis manos de mi cuerpo y dejé ante los ojos de Marta mi cuerpo recién duchado. Cogí una toalla para secarme, y le dije que no se preocupara, en el fondo (y hasta en la superficie) me sentía halagado.

Bajé a la cocina, me preparé otro café y me senté en la terraza, no se me bajaba la calentura. Al rato bajó Marta, desayunó conmigo, hablamos de cosas sin importancia y decidimos ir a la playa, nos vendría bien un baño y un rato de descanso en la arena, en lugar de ir a la superpoblada playa que íbamos todos los días, decidimos ir a otra que está a unos 10 km. Mucho menos concurrida y más tranquila. Mi cuñada se quitó el colorido vestido playero que llevaba y dejó ante todos una imagen atronadora. Un bikini blanco adornado con unas flores conceptuales de color azul clarito no dejó indiferente a los cuatro o cinco chicos que estaban en su campo de visión. Fue directa al agua, apenas se cruzó con un par de paseantes, pero los dos estuvieron a punto de sufrir un esguince cervical al volver el cuello para verla. Cuando salió del agua, el abuelo al lado del que pasó estuvo a nada de sufrir un infarto. Mi corazón también se disparó sin freno. Entonces fui yo el que me marché a bañarme, ni el contacto con el agua bajaba mi hinchazón. Me fui nadando hasta una boya y disimuladamente me masturbé bajo el agua. Ahora podía salir sin dar un espectáculo. Me tumbé en la toalla al sol, para secarme del chapuzón, Marta estaba tumbada bajo la sombrilla, como una diosa. Al poco me quedé dormido y media hora después me desperté con una erección considerable, llevaba una semana metiendo kilos y kilos de presión en mi miembro. Decidí tumbarme bajo la sombrilla, me estaba abrasando. Coloqué la toalla junto a la de Marta, me giré hacia su lado para contemplar el monumento que estaba conmigo y me volvió a entrar un dulce sueño. No me había quedado dormido del todo cuando empecé a notar el roce del redondo culo que tenía a mi lado en la entrepierna, esta respondió de inmediato y aquellas redondeces perfectas empezaron a restregarse contra la dureza que habían encontrado, su espalda se juntó a mi pecho, yo me dejaba hacer como si estuviera dormido. Su mano se deslizó bajo mi bañador y agarró fuertemente aquello que iba buscando, la mía no se quedó atrás y por fin pude comprobar que el trabajo que le habían hecho hacía justamente una semana había dejado un perfecto y suave triángulo partido en dos por una rajita carnosa y abultada. Marta se giró y empezó a besarme, mis dedos recorrieron cada milímetro de las zonas más sensibles de mi cuñada, se estremecía sobre la toalla y bajo aquella sombrilla, con su mano consiguió estremecerme a mí también, mis fluidos fueron suficientes para manchar mil bañador y los hábiles dedos de Marta. Nos seguimos besando durante unos minutos y decidimos marcharnos a casa.  El camino de vuelta fue asfixiante, se podía cortar el aroma a sexo que impregnaba el coche. Abrimos la puerta sabedores de que no había nadie en casa, nos besamos y subimos al baño. Le quité el vestido y el bikini rápidamente, y nos metimos en la ducha. El agua nos empapaba y el roce contra su vulva depilada me hinchaba el pene fabulosamente. Estábamos frenéticos y a punto estuvimos de caernos, con este susto decidimos secarnos e ir a mi habitación. Ella fue delante mientras yo trataba de disimular la mancha de mi bañador antes de dejarlo en el cesto de la ropa sucia. Tumbada sobre la cama, totalmente desnuda, sus tetas apenas si se le veían aplastadas, se veían firmes, con una ligera forma ovalada pero casi circulares, los pezones asomaban claramente por encima de unas areolas hinchadas y rugosas, el monte de venus formado por dos triángulos rectángulos que le daban una apertura exquisita. Los labios mayores carnosos, como los de su boca, los menores totalmente atrapados por éstos, las marcas del bronceado resaltaban sus encantos todavía más. Lo único que tenía en la cabeza era comerme aquel coñito tan apetitoso que se presentaba ante mí. Me lancé a él como un náufrago a una tabla. El sabor era mucho más dulce que el de mi mujer, no tenía nada que ver, era más dulce también que el de Carlota, era como un sirope que añades a un helado, un sirope caliente y cada vez más abundante que no dudaba en degustar. Chillaba a pleno pulmón, no se podía contener. Tiró de mí hacia arriba y me besó con fuerza, después degusté sus preciosas y firmes tetas, mordía sus pezones con delicadeza, y frotaba mi glande en su rajita húmeda. Me tumbó boca arriba y empezó a chupármela, su chochito quedó a la altura de mi cara, y se podían ver claramente dos agujeritos completamente depilados a escasos centímetros de mis ojos, un trocito de carne de un rosa oscuro, luchaba por abrirse camino entre sus hinchados labios mayores. Me estaba gustando como estaba comiéndomela, aunque he de reconocer que la última vez había sido mejor. Introduje un dedo en su vagina con una facilidad sorprendente, lamí por encima de mi dedo, metí un segundo y hasta un tercer dedo, este último me costó algo más, pero tampoco tuve muchas dificultades. Notaba el conducto húmedo y la suavidad de su relieve interior, notaba como se cerraba suavemente alrededor de mis dedos y como cada vez los fluidos empapaban más y más toda mi mano y toda mi boca. No paraba de gemir, incluso con lo que tenía en la boca. Yo no podía aguantar más, así que me di la vuelta junto con ella y la cogí de las piernas, apoyando sus pies encima de mis hombros. Aquella autopista tenía todas la barreras del peaje abiertas, entré en ella con una facilidad pasmosa, era como meterla en un vaso de chocolate caliente, “chof, chof, chof” todos los estímulos que recibía me excitaban, el delicioso olor que manaba Marta, el sabor de sus besos y de sus pezones, la suavidad de su piel , la dureza elástica de su cuerpo y la temperatura y humedad de su tesoro, el sonido a chapoteo con cada embestida, la redondez  proporcionada de sus pechos, de sus caderas, la magia que suponía ver como aquellos labios enormes engullían mi pene con gran facilidad. Los gritos desgarrados de hacía unos minutos, se habían convertido en gemidos sordos y continuados.

-No te corras dentro que no llevas preservativo.

-Recuerda que me operé cuando nació tu sobrino

-Es verdad, entonces córrete dentro de mí, quiero sentir que lo descargas todo dentro, nunca lo he sentido antes.

Tras este breve intercambio de palabras, aumenté el ritmo, y cada vez entraba más y más fácil, tanto se abrió la entrada de aquel túnel de placer, que a cada golpe iba notando nuevos recovecos dentro de él. El ritmo de los gemidos de Marta aumentó, de vez en cuando se quedaba como sin respiración y de repente explotaba otra vez, haciéndome sentir un notable incremento de temperatura en mi pene. No aguanté más, y descargué todo lo que me quedaba dentro en la vagina de mi cuñada, ella también gritó como si se le escapara la vida en ese espasmo final. Sobre ella, jadeantes los dos y con mi pene dentro de todavía, Marta se quedó con los ojos cerrados y la boca abierta, como un pez que busca el oxígeno del agua en la orilla del mar, jadeante. Cuando recuperé ligeramente el resuello, le pregunté por lo que me había dicho mientras estábamos en plena faena.

-Es verdad, nunca lo he hecho sin preservativo, en cierto modo era virgen, nunca había sentido el auténtico tacto de un miembro masculino dentro de mí.

Sonreí, ella también, al final acabamos riéndonos a carcajadas. Abrazados y relajados, nos quedamos dormidos.

El calor de agosto se hacía sentir y me desperté una hora después realmente satisfecho, a mi lado Marta dormía boca abajo, con su pierna izquierda flexionada, me senté y me recreé en la perfecta forma de su culo, en el maravilloso conjunto que formaban sus labios vaginales vistos desde atrás, parecían una hamburguesa tierna, tan tierna como ese agujerito que los coronaba. A pocos centímetros un agujero de menor tamaño, pero no menos apetecible. Observarla así me puso caliente de inmediato, me eché sobre ella suavemente, apoyé mis rodillas en el arco vacío que dejaba su pierna izquierda flexionada. Acerqué mi boca cerca de su oreja y la besé suavemente. Ella giró levemente su cabeza, y una sonrisa enorme se dibujó en su bellísima cara. No abrió los ojos, solamente movía suavemente su cuello y sonreía satisfecha. Mi glande empezó a detectar como el nivel de humedad de aquello que acababa de escrutar subía irremediablemente. Moviéndolo muy despacio a través de aquellos labios carnosos, no me fue difícil encontrar la puerta hacia el interior de Marta. Casi a cámara lenta entraba y salía sin dificultad. La temperatura subía por momentos, y los leves gemidos se escuchaban a través de su sonrisa. Estuvimos un rato así, se la metía delicadamente, hasta que los gemidos fueron subiendo de tono, entonces estiró sus piernas, y levantó ligeramente el culo para que pudiera penetrarla hasta el fondo de su ser. Aumenté la velocidad y Marta chillaba de placer, de vez en cuando nos besábamos, ya había abierto los ojos, y me miraba con deseo. El flujo de mi cuñada iba aumentando cada vez más. Se la saqué, humedecí mi glande con el líquido que manaba sin control, también humedecí el otro agujerito que estaba sin explorar por mí.

-Noo, por ahí no, por ahí soy totalmente virgen!

-No te preocupes, lo haré con cuidado, en el momento que no aguantes paro, ¿de acuerdo?

Su cara transmitía miedo y expectación a partes iguales. Metí un dedo húmedo en su ano y ella arqueó su espalda instintivamente, un agujero lo tenía ocupado con mi pene, el otro con mi dedo índice. Nos besábamos y de vez en cuando soltaba un gemido de dolor, otras de placer. Cuando consideré que aquello ya estaba en condiciones de ser penetrado por algo más grande que un dedo, acerqué la punta a la entrada virgen de su culo. Apreté suavemente y no conseguí traspasarlo. Tras varios intentos infructuosos, apreté con fuerza y mi glande casi amoratado traspasó la puerta que cerraba su esfínter. Un alarido ronco retumbó en la habitación. La sensación fue muy parecida a un cuchillo abriendo una sandía en su punto óptimo de maduración. Con la parte más ancha dentro, lo demás fue coser y cantar, y aquel culo hizo un efecto casi de succión que me impresionó. Ella seguía gritando, arqueándose, a veces gemía. Yo le preguntaba si paraba, y ella casi tiritando me decía que no, que siguiera, que le había dolido al entrar, pero ahora estaba disfrutando muchísimo. Me apliqué en el mete-saca, lo hacía con mucho tacto, y las sensaciones eran muy placenteras. Cada vez que tiraba para fuera, aquel conducto estrecho y menos lubricado que el anterior tiraba de mi pene hacia adentro facilitándome mucho las cosas. Mi mano se frotaba frenéticamente sobre su chochito, los gemidos de Marta subieron de decibelios a un límite inhumano, la cantidad de flujo que tenía en mi mano era desbordante, en las sábanas estaba empezando a formarse un pequeño charco de un líquido casi viscoso y dulce. Marta no podía controlar el temblor de sus piernas, y yo ya no pude aguantar más. Un nuevo chorretón inundó a mi cuñada en un lugar inexplorado antes. El grito que dio cuando saqué mi pene de su culo creo que se oyó en varios kilómetros a la redonda. Se giró, temblorosa se metió dos dedos en su vagina. A los pocos segundos los sacó de golpe y un chorro generoso salió de ella como una botella de champán al descorcharse. Juntó sus piernas, tembló unos segundos y se quedó tumbada boca arriba, con la mirada perdida durante unos minutos. Cuando se recuperó, solo acertó a decir:

  • ¡ha sido la leche!

  • ¿te ha gustado?

-me ha encantado. Voy a ducharme.

Marta se dirigió hacia la puerta, un fino hilo blanco salía de su culo. Me sentía el rey del mundo, pero un sentimiento de culpabilidad empezaba a apoderarse de mí.

Continuará.