AGOSTO DE 1978_Jugando con un adulto

Nando prosigue con su proceso de aprendizaje y en este 5º relato de la serie 1978 tendrá que disimular que es un niño inocente cuando consigue montárselo con Fonso, hermano mayor de su amigo Josema, objeto durante años de sus pajas. Conviene leer la serie según el orden de publicación. Gracias.

AGOSTO DE 1978_Jugando con un adulto o como dejar que otros lleven las riendas.

En el viaje de vuelta a Vigo me tocó ir en el asiento delantero con mi padre porque ellos dos habían discutido, como casi siempre, y mi madre no quería dar su brazo a torcer. Se sentó detrás con cara de pocos amigos. Como casi siempre. Y yo a darle palique al pesado de mi padre

Mi padre conducía el Renault 6 blanco familiar y fumaba y fumaba. De vez en cuando yo tenía que acercarle un Goya un cigarrillo que apestaba en 100 metros a la redonda.

Después empezó el interrogatorio paterno de todos los años: si me había despedido de toda la familia, si me lo había pasado bien, si había pescado mucho con Josema la noche que  fuimos a por chocos y así me fue preguntando cosa por cosa, día por día. Qué pesado es mi padre cuando vuelve a su pueblo. Bueno no, mejor dicho, qué pesado es mi padre.

Cuando se cansó de preguntar se hizo el silencio y mi cabeza volvió a Kiko y a todo lo que habíamos hecho juntos durante esos 5 días en Aguiño. A lo bien que me lo había pasado este año con él. Nos habíamos divertido tanto, habíamos congeniado tan bien y nos habíamos “compenetrado” sin parar y, por eso, Kiko se atrevió a pedirles a sus padres para venir a Vigo. Con la excusa de ir al Corte Inglés a comprar unas rodilleras de balonmano, quería venir en septiembre antes de que empezara el colegio. Queríamos repetir y mejorar en Vigo todo lo aprendido en su pueblo que había sido tanto pero que nos supo a poco.

Habíamos hecho de todo, claro qué sí. En su habitación todas las noches, cuando fuimos en bici hasta las dunas de Corrubedo, la noche que fuimos a por chocos a Punta do Castro. Salíamos de casa con el culo embadurnado con la crema que yo había robado a mi madre para poder hacerlo más cómodamente. Estábamos aquejados de premeditación sexual precoz.

A veces en la playa, con la excusa de ir a recoger caramuxos, aprovechábamos para ir a bañarnos en una esquina de la playa de Carreira donde hay unas rocas donde abundaba este pequeño molusco y que, de paso, nos cubrían de miradas indiscretas. Íbamos caminando y al llegar a la zona, protegidos por las rocas, nos bajábamos el bañador y nos las chupábamos mutuamente y nos pajeábamos. Un día Kiko se empeñó en metérmela de pie. Qué gustazo saber que nadie puede verte mientras por detrás mi primo intentaba clavármela. Yo soy más alto y como le resultada complicado penetrarme, yo, sin pensarlo, me “senté” sobre él y empecé a clavarme su polla en mi culo mientras él me sujetaba de las caderas acompañando mi movimiento de arriba abajo y en círculos. Fue una corrida espectacular y más lo fue el baño en las gélidas aguas de la ría para limpiarnos y que nos bajase la hinchazón. Había descubierto que, después de que Kiko me follara, tenía que intentar expulsar su leche y me gustaba ver que la cagaba su leche blanquecina sin dificultad.

En el coche me relamía también recordando el día que fuimos a Corrubedo en nuestras bicis, cuando llegamos a las dunas y empezamos a caminar más de media hora hasta un montículo que nos ocultaba de curiosos. Estaba demasiado lejos y caminar por la arena era muy cansado para que se aventurara hasta allí ningún dominguero. Al llegar nos sentamos a descansar y nos acariciamos las pollas. Hicimos un 69 sobre la arena caliente de las dunas. Después yo me coloqué detrás de él y medio ladeado iba rozando mi polla contra la su culo, apuntando al orificio que había abierto con los dedos. Yo estaba a mil y él se puso a 4 patas sobre la toalla abriendo aún más con sus manos los cachetes de su culo ofreciéndome una visión privilegiada de la entrada a su túnel. Yo le llamaba el túnel resbaladizo. Escupí en la entrada y apoyé mi pollón en el acceso y, mientras lo penetraba, lo masturbaba y lo magreaba por todo su cuerpo. Nos corrimos al mismo tiempo sin miedo a gemir y a gritar pues estábamos solos. Qué maravilla follar al aire libre. Me estaba aficionando.

Durante esos 5 días nos dominó la excitación, la novedad de jugar a tope con nuestros cuerpos nos embriagó de tal manera que el tiempo pasó volando y ahí estaba yo, en silencio. Ya se sabe que en boca cerrada no entran moscas y mientras el coche iba restando kilómetros para volver a casa.

Era el domingo 19 de agosto y hasta final de mes no volvía el casero de la ex casa de mi hermana. Las llaves las había ocultado entre mis libros y, antes de irme, había escondido la colchoneta en el trastero por si entraba alguien en la casa y se la encontraba en mitad de la que había sido la habitación de matrimonio de mi hermana en sus primeros años de casada.

Josema había elegido esa habitación porque tenía el baño dentro con un bidet que despedía un chorrito que le lanzaba agua muy caliente exactamente a la entrada de su culo. Estaba allí un buen rato, en cuclillas, para preparar bien su orificio para mis embestidas. Entre el agua caliente y la crema de mi madre nuestras folladas habían hecho unos enormes progresos. Solíamos follar un par de veces cada tarde desde el día de la mudanza. Él solía volver a las 7,30 de trabajar y hasta las 10 que nos íbamos a cenar aprovechábamos para desfogarnos del calor de aquel verano. Cuántas cosas me habían pasado desde ese día y cuánto me quedaba por experimentar todavía.

Abrimos las ventanillas y Vigo nos recibió con una bofetada de aire caliente cuando estábamos a la altura de la Travesía. Era aún de día y yo iba pensando cómo escaquearme de casa nada más llegar. Cuando mis padres estaban enfadados esperaban a llegar a casa para lanzarse los trastos a la cabeza, para echarse en cara mil y un reproches. Como ya habíamos cenado unos bocadillos en Padrón, lo mejor que podía hacer era desaparecer y dejar libre de testigos su campo de batalla.

Llevé la mochila arriba y la escondí detrás de la puerta de mi habitación para evitar que mi madre la encontrara. Me puse las deportivas viejas que usaba para jugar, cogí el bote de la crema de mí madre y grité desde la puerta:

-Mamá, voy a casa de Josema. Vuelvo dentro de un rato.

Obtuve un fantástico silencio por respuesta. Seguramente la guerra había ya comenzado aunque desde la cocina no se oía. Mejor. Mucho mejor. Así me dejarían un rato en paz.

Al llegar a casa de Josema lo llamé varias veces. Siempre tardaba un montón en responder. Se asomó su madre a la puerta delantera de la casa que daba a un pequeño porche y me dijo que Josema estaba en casa de su hermana en Chapela, donde había pasado el puente de San Roque y que volvería al día siguiente para ayudar en la fontanería.

-No te preocupes, Nandiño, ya le digo yo mañana que viniste a buscarlo.

-Gracias, señora Carmen. Buenas noches.

  • Buenas noches, hijo.

Decidí darles tiempo a mis padres antes de volver a casa. No quería arriesgarme a estar en medio de sus discusiones y acabar yo castigado. No sería la primera vez así que decidí seguir hacia la carretera y me disponía a dar un rodeo entorno a la casa de Josema cuando, al pasar por delante de la puerta trasera de su casa, me sorprendió ver a Fonso sentado en las escaleras. Estaba en semi penumbra por lo que casi no se le veía. Al pasar junto a él me dijo:

  • Qué, ¿ya no saludas, orgulloso? Aunque no esté Josema te puedes sentar un rato aquí conmigo al fresco o es que llevas prisa.

-Vale pero sólo un ratito pues mi madre me va a llamar en breve. Cuando vea que dejé mi mochila con la ropa sucia en mi habitación y que no la eché para lavar. Verás qué bronca me va a echar- y me senté en un escalón enfrente de Fonso.

-Por lo que veo tú debes ser igual de desordenado que el canijo de mi hermano. ¡Vaya dos patas para un banco!

Después de un breve silencio me preguntó:

-Y ¿qué tal te lo pasaste en Aguiño? Ya me contó Josema que pasabais allí el puente. Qué, ¿ligaste mucho en las fiestas? Con todas esas turistas cachondas te habrás puesto las botas.

-Estoy yo para ligar. Anda cállate. A mí las chicas no me hacen ni caso. Ligarás tú  que eres mayor y,  más aún, mi hermano con la casa vacía para él solito. ¡Qué listo es el tío!. Les dijo a mis padres que tenía que entrenar. Anda ya: a otro perro con ese hueso.

  • A tu hermano no le veo el pelo desde hace días. Estará muy ocupado con sus conquistas.-y volvió al ataque - Pero, ¿ni la Mari te hace caso, alma de cántaro? Eso sí que no me lo creo.

Se refería a nuestra vecina que tenía el gran honor de haber catado las pollas primerizas de todos los chavales de mi barrio y de haber desvirgado a casi todos. Yo debía ser la excepción.

-Anda ya. A mí la Mari no me gusta nada.

-Ni a mí, no te jode, pero cuando hay necesidad le dejo que juegue con ésta- y se agarró con una mano todo el paquete sobándolo bien a gusto y recolocándoselo ya un poco morcillón.

-Ya pero tú eres mayor y lo tienes más fácil. Si no es la Mari tendrás otras que te bailan el agua.

-Si yo te contara. Llevo el puente a dos velas. Enfadado con Tere y yo solo que casi todos los amigos se fueron por ahí de puente.

Fonso mediría 170 de alto, poco pelo casi pelado y con bigote. Con unas manos grandes muy útiles si juegas de portero y unos brazos torneados de apretar y aflojar todos los días tuberías con la llave inglesa. Tenía unas bonitas piernas enjutas con poco vello pero voluminosas a causa del entrenamiento; anchos muslos y unas fuertes pantorrillas. Era casi lampiño. ¡La de pajas que me había hecho yo imaginándomelo desnudo, como en las duchas!

Me quedé observando qué hacía y pude constatar que su mano seguía sobando disimuladamente el paquete. A pesar de la poca luz, en aquel cuerpo tan proporcionado aquel rabo parecía mucho más grande todavía de lo que yo sospechaba.

No me mostró enseguida lo que tapaba su mano. Debajo del pantalón corto se intuía una polla larga y gorda. Me la imaginaba sin circuncidar como la de su hermano. El bulto era enorme y yo no le quitaba ojo, y eso que al principio no era una gran hinchazón ya que la debía de tener algo blanda.

Estaba sin camiseta y el pecho bien formado y lampiño contrastaba con una buena mata de pelo que le asomaba por la parte delantera de la cinturilla del short, rematada un poco más abajo por aquél paquete portentoso que me tenía en ascuas.

Yo ya se la había visto más de una vez en las duchas del campo de fútbol, pero aquel día parecía otra, mucho más grande y gorda. Debía de estar ya dura como un ferrote. Se la agarraba por encima del pantalón para que yo pudiese imaginar lo que guardaba en su interior. Seguía tocándose y yo me imaginaba necesitar mis dos pequeñas manos para abarcar todo aquel bulto de tienda de campaña.

Mientras hablábamos y como por descuido, Fonso posó su mano izquierda sobre el dorso de la mía. Yo la mantuve extendida y no la moví pese al calor que me quemaba. Sentía que su mano posada sobre la mía temblaba. Yo temía que se rompiese el hechizo. Él se estaba arriesgando con el amigo de su hermano pequeño. Que yo supiera, su experiencia con tíos se reducía al episodio de la mamada en la mili de la que me enteré cuando espiaba a él y a mi hermano mayor en el cuarto al lado de nuestro garaje.

Fonso le estaba contando que, como estaba arrestado, se tuvo que quedar en el cuartel ese fin de semana. Después de cenar estaba bebiendo algo y hablando con un compañero de su barracón. un veterano que le contó que había uno en la compañía que se ofrecía a descargar y a chupar los nabos rebosantes de leche de los reclutas calientes. Se sabía en el cuartel que a este tío le gustaba dar placer a sus compañeros y él, salido como estaba siempre, no le hizo ascos a esa boca tragona.

Decidí arriesgarme y liberé tímidamente mi mano, macerada y un poco sudada, y la posé tímidamente sobre su pierna, por debajo de la rodilla. La fui subiendo poco a poco, hasta rozarle apenas y como por casualidad su sexo. Entonces alcé la cabeza, sonreí luminoso y miré a Fonso con desenvoltura a la cara aprovechando que de noche todos los gatos son pardos.

Él me cogió rápidamente la mano, la llevó a su polla y me la posó encima para que pudiese calibrar su dotación que, hasta ese momento, había sólo imaginado Se le ponía más dura conforme yo subía y bajaba, como sin querer, la mano haciéndola resbalar arriba y abajo por la tela de su short. Hacía un calor de finales de agosto: canícula y humedad pero nada comparable al calor que emanaba aquel rabo. Había discutido con su medio novia Tere y llevaba dos días sin follar y que tenía los huevos a punto de reventar. Por eso pasó lo que pasó.

-Tócala bien que no muerde. ¿O es que tú no te haces pajas?

  • Sí, alguna vez- musité tan bajo que casi no se me oía.

-¿Desde hace mucho, campeón? ¿Echas mucha leche?

  • No sé. Echo normal. Sólo vi echar leche a mi polla - mentí.

-Anda, pues yo pensaba que lo hacías con el pajillero de mi hermano. Está siempre dándole al manubrio. Él se cree que estoy dormido pero a veces veo cómo se pajea sin que me vea. Es muy ruidoso. Se desnuda completamente, se toca y gime mucho.

-No sé nada de eso-volví a mentir y, protegido otra vez por la luz casi en penumbra de la farola del camino, Fonso no pudo ver cómo me ponía rojo como un tomate.

-A tu edad es normal hacerlo y experimentar con tu cuerpo. Todos lo hemos hecho. Pruebas a hacer cosas que te den placer. Es un momento de exploración del cuerpo y todo estña permitido. Tú no le hagas caso a los curas. No me habré hecho pajas yo con los amigos: en el monte, en medio de los campos de maíz, en las duchas del campo de fútbol. Incluso con tu hermano en el garaje de vuestra casa.

-Claro, por eso nunca me dejabais estar con vosotros. Ahora entiendo todo.

-Pues claro, canijo. Tú eras pequeño para ver ciertas cosas. Ahora estás muy crecido y ya se te puede enseñar alguna cosita- dijo sonriendo y mirándome fijamente a la cara.

-¿y qué me vas a enseñar?-le pregunté mientras calibraba con mi mano su polla que estaba a punto de reventar. Y sobre todo, ¿dónde?

  • ¿Cómo dónde?-repuso estupefacto pero complacido Fonso de que yo no fuese demasiado tímido y no le tocase a él llevar todo el tiempo las riendas de lo que iba a pasar.

-¿Es qué no hay que estar solos-dije-, para que me enseñes a hacer esas cosas que no hay que hacer?

  • Sí, claro-contesto Fonso y me señaló con un gesto con la cabeza la puerta trasera de la casa que estaba entreabierta. Lo entendí a la primera. Entré yo delante y después entró él detrás. Antes comprobó que no pasaba nadie por el camino. Sus padres dormían en la parte delantera de la casa y Josema, con quien compartía habitación, se quedaría a dormir en casa de su hermana.

Cerró la puerta de la habitación y bajó casi del todo la persiana. Por la rendija de la ventana entraba un débil haz de luz de la farola de la calle. Nos colocamos en un sitio apartado y oscuro de la habitación donde casi no llegaba la poca luz que entraba de la calle

Se fue acercando a mí poco a poco. Podía sentir su calor y el olor a masilla con el que tantas veces me había excitado. Yo temblaba, más bien temblaban mis piernas parecía que se me iban a doblar de la emoción. Estaba nerviosísimo. Con un empalme que mi pantalón corto ya no podía contener. Era una situación nueva. Otra más en los últimos días pero, esta vez, yo no llevaba las riendas y no sabía qué iba a pasar ni si iba a salir todo bien.

¿Me estará poniendo a prueba, pensé? En mi coexistían a partes iguales mi curiosidad, la excitación y mis miedos. Se estaba a punto de convertir en realidad lo que tantas veces había imaginado mientras me pajeaba en la soledad de mi cuarto.

A ver si meto la pata y acababa pagando también Josema los platos rotos. Él era mi mejor amigo con el que cuando podíamos nos besábamos, nos pajeábamos, nos la chupábamos y al que yo ya me había follado varias veces. Habíamos aprendido juntos a follar. Además, estaba el hecho que en los últimos 5 días me había acostado con mi primo Kiko. Me lo había follado y él a mí. Ahora, además, estaba a punto de hacerlo con su hermano. Me estaban pasando tantas cosas y todas juntas que mi cabeza iba a 100 por hora.

-Yo siempre tengo hambre y ésta –dijo en voz muy baja cogiendo su rabo y encerrándolo en mí mano para que pudiera acariciársela mejor. Ya desde que me levanto anda siempre en posición vertical. Y lleva varios días con hambre. Sólo pajas. La pobre.

-Yo también tengo hambre y eso que acabo de cenar tres trozos de empanada- le respondí mirándolo con descaro.

  • ¿Y si te doy este chorizo me lo agradecerías? ¿Te apetecería?

Asentí con la cabeza. Él me puso las manos en la cintura y me quito la camiseta, después me abrió el cinturón y mi pantalón cayó al suelo al unísono con los calzoncillos. La última defensa, el último reparo ante lo que iba a pasar.

Yo me agarré tímidamente a su cintura para hacer caer su short que, como no lo llevaba bien abrochado, resbaló suavemente hasta el suelo. Ya estábamos los dos en bolas. Dos espadas empalmadas a punto de entrechocarse. Él juntó las dos pollas y tiró saliva en su mano. Su rabo ya babeaba de líquido seminal y al juntarse con su saliva el mío se pringó totalmente y resbalaba y chocaba contra el suyo en aquella mano babeada y caliente. Estaba a punto de correrme de la emoción y decidí no tocarme para no acabar antes de tiempo.

-Fonso, qué pollón tienes. Me encanta, dios, es enorme y gordísima. Además pensé, pero no dije, que le sacaba media cuarta a la de su hermano. Eran diferentes, uno de casi 13 y el otro de 22 años pero Fonso tenía un pollón que me volvía loco. Nunca había tocado uno así de grande, gordo y caliente. Latía como con vida propia.

-Soy mayor que tú, es normal que mi polla sea más grande- me contestó. Pero la tuya es grande y gorda para tener solo 14 años. Cuando tengas mi edad vas a tener un pollón mucho más grande que el mío. Las vas a volver locas. Si ven esto se te abren de piernas a la primera.

Yo estaba tan nervioso que le solté de sopetón:

-¿Qué quieres hacer? Yo no tengo experiencia y tendrás tú que llevar las riendas. Su respuesta fue acercarme a él con sus brazos y besarme. La sensación de su lengua húmeda y áspera mientras sus manos acariciaban mi rabo que para mi sorpresa no tardó en ponerse bien duro mientras continuábamos a besarnos.

Él fue poco a poco pasando su mano de mi espalda a mi culo y de ahí a mi entrepierna estrujándome el paquete y rozándose obsceno acariciando su cuerpo contra el mío. Fundiéndonos en un calor que yo nunca había sentido antes. Siguió pasando una y otra vez su mano por el final de mi espalda lo que me paralizó por un segundo. Superado esa primera indecisión mí lengua empezó a jugar con la suya mientras él me tocaba el culo e iba introduciendo, uno a uno, hasta tres dedos de su manaza de portero de fútbol.

Las sensaciones y aquella imagen me causaron una excitación que jamás habría imaginado. Un hombre hecho y derecho y que ya follaba con tías, no un chaval como yo, me estaba agarrando del culo, de la polla, me estaba preparando para follarme y a mí eso me calentaba mucho. Yo quería tragarme toda su polla, preparársela para que me follara pero, a la vez, yo no quería que sospechase que, para mí, todo esto no era nada nuevo.

Después me cogió en peso y me sentó en un ángulo de la cama de Josema. Yo quedé sentado con una pierna estirada y la otra doblada y él de pie a mi lado. Tenía su polla a un centímetro. Había perdido el sentido y como borracho por el deseo mientras él ponía la mano suavemente sobre mí cabeza yo ya me estaba inclinando un poco para comerle la polla.

Yo no sabía si lo hacía bien o mal. Josema y Kiko eran dos chavales más pequeños que yo y sin apenas experiencia. En cambio, Fonso, era un hombre y ya había tenido sexo de todo tipo y temía no estar a su altura. Por eso me dejaba llevar y seguía con mi cabeza los movimientos de su cintura, recorría con mi lengua toda su polla y le acariciaba las piernas y el culo mientras él seguía dándomela con movimientos rítmicos de cadera.

Calculo que se la mame unos 10 minutos. Al principio sólo me entraba el capullo en la boca pero después fui abriendo bien las fauces para tragármela. Me atragantaba aunque, a veces, esos ruiditos formaban parte del papel que estaba representando esa noche en su cuarto.

Fonso se agitaba como un loco adelante y atrás. No me avisó y cuando se corrió, fue tal la cantidad que tenía atrasada en sus huevos que me manchó la cara y quedé todo bañado en su leche. Farfulló una disculpa y me contó que hacía 2 días que no se corría, que por lo visto estaba peleado con su amiga y que hacerse pajas no lo saciaba.

Se fue al baño a limpiarse. Oí como echaba una meada. Yo mientras me recogía la lechada con la que me había bañado y me la comía. Olía diferente a la de Josema, más ácida quizás y mucho más espesa. Al volver del baño, trajo un poco de papel para que me limpiase y para hacer desaparecer los chorretones de lechada del suelo.

Mientras él limpiaba el suelo yo musité un adiós y me fui para casa pringado de su leche y deseando llegar a casa para hacerme la paja de mi vida.

Nunca le conté a Josema lo que pasó el domingo que él estaba en Chapela en casa de su hermana. Yo le preguntaba a menudo por su hermano. Quería saber si lo veía en bolas o pajeándose. No creo que llegase a sospechar lo que de verdad pasó. Aunque, la verdad, yo le preguntaba a menudo cosas de su hermano mientras estábamos desnudos en los ratos muertos entre polvo y polvo en la vieja colchoneta y esperábamos tener ganas de nuevo para volver a empezar.

Después de ese día nos encontramos a finales de agosto en Balaídos, vamos todos a Marcador. Yo con Josema y él con mi hermano y los de la pandilla del equipo de fútbol. Yo me puseo muy caliente y cachondo cuando lo vi pero bajé la cabeza para no ponerme rojo si me miraba. No podría soportar saber que me ignora totalmente. Por nada del mundo quiero que Josema sospeche nada ni tampoco quiero que Fonso se entere de que aquella noche de agosto no sedujo a un niño inocente.

Si os soy sincero aquel día asistí al Trofeo Ciudad de Vigo pero no me enteré del partido. Fantaseaba con encontrármelo en los baños de Balaídos y verle la polla de nuevo. Aunque fuese mientras estaba echando una meada.